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  nº 41 diciembre 03

Un repaso autocrítico de la experiencia de Molotov
Límites y aciertos en estos tres últimos años



COLECTIVO UPA-MOLOTOV

Nos ha parecido necesario, al clausurar esta etapa de nuestro quehacer comunicativo, esbozar, aunque breve y parcialmente, lo que a nuestro entender han sido y son los aciertos y límites de un periódico mensual como el que hemos estado editando estos casi cuatro últimos años. Conviene precisar que las reflexiones se ciñen exclusivamente a nuestro proyecto, no siendo extrapolables al resto de los medios de comunicación “alternativos” (alguna etiqueta hay que ponerle al magma este). Que seamos de los más “viejos” no significa que tengamos que “saber” más que los demás. Por otra parte, tampoco pretendemos ser exhaustivos: dado que en artículos anteriores (Molotov nº 39) nos hemos referido a algunas de nuestras limitaciones, en esta ocasión nos centraremos en puntos que hasta ahora no hemos desarrollado.

Consideramos que, a lo largo de nuestra trayectoria más reciente –el período que va desde marzo de 2000 hasta la actualidad–, hemos logrado comunicar entre sí a grupos e individualidades geográficamente dispersos y/o políticamente diferenciados. Entre nuestros lectores podemos encontrar gente de diferentes edades, con ocupaciones muy variadas –estudiantes, “curritos”, parados o precarias, “trabajadores inmateriales”, presos, etc.–, diversos tipos de implicación militante y distintas posiciones políticas –ecologistas, sindicalistas de variados pelajes, libertarios, activistas de movimientos vecinales y del movimiento de ocupación, gentes solidarias con las personas presas, nacionalistas y un largo etcétera–.

Mejorando la comunicación
A esto se le suma que hemos ayudado a una mejor comunicación entre los “centros” difusores de conflicto político (casi siempre las grandes metrópolis con multitud de activistas) y las más inactivas o pausadas “periferias” (por lo común, individualidades aisladas o pequeños grupos casi siempre en pueblos o ciudades pequeñas).

Con ello, creemos que hemos contribuido a la extensión y el desarrollo de un espacio político en constante redefinición pero con una identidad específica; no sea más que porque quienes en él participan comparten la necesidad de cuestionar, pensar y practicar rupturas con la lógica (y la realidad) de la mercancía y el salario, y con la lógica de la izquierda (extrema o no) tradicional. Un espacio que desde “dentro” no tiene contornos claros, pero que desde “fuera” sí es visto como tal y al que, para entendernos, llamamos movimiento de movimientos.
Pero ese juntarse muchos no nos hace olvidar que este entorno de lectores no es, ni de lejos, “suficiente”. Pensamos que hay un montón de personas “sensibles a la crítica” que quedan fuera de nuestro alcance y que en estos años, aunque en constante extensión, el espacio sigue siendo demasiado limitado, con escasísimo peso social o capacidad para generar cortocircuitos en las lógicas dominantes.

En busca del código perdido
Creemos, quizás con mucho optimismo, que hemos roto con un lenguaje y una estética muy autorreferentes y limitados (esos orígenes punkis...), sólo plenamente comprensibles/asumibles por un núcleo de enteradillos; sin caer por ello en la reproducción de los lenguajes y estéticas del Mando (o hegemónicos y dominantes, según los gustos). Pero estamos muy lejos de haber encontrado códigos y lenguajes que permitan entenderse a las partes más activas de los movimientos sociales con el “conjunto de los damnificados por el actual orden social”. O, por lo menos, con una parte de estos: pongamos por caso la mitad de la gente que acudió a las manifestaciones contra la guerra.

Otro tema que nos chirría es el del acople entre nuestro aparato teórico, la contrainformación, con la realidad de nuestra práctica. Dos son las zonas de mayor fricción. La primera de ellas tiene que ver con la premisa de “dar la voz a los sin voz”, aquella que establece que los medios críticos deben ser un micrófono que vehicule el discurso de “los oprimidos”. Implícitamente, esta premisa presupone que el discurso de “los oprimidos” es de por sí el discurso que debemos difundir para lograr una transformación social. Ahora bien, ¿qué discurso tienen “los oprimidos” (que no sus vanguardias!!)? Debemos reconocer que muchas veces su discurso no expresa un ápice de dudas hacia las categorías del orden vigente. De hecho, las empresas de comunicación de masas están encantadas de dar voz a muchos de los sin voz: ¿acaso no acuden al testimonio de la gente de la calle para legitimar su punto de vista en cuestiones como la inmigración, la inseguridad ciudadana, las bodas reales, etc.? Por otro lado, la “voz de los sin voz” esconde una jugada en la que se vela la selección implícita de la voz a difundir. Eso sin entrar en la prepotencia que supone el arrogarse ser la voz de los demás, que muchas veces ni siquiera lo han pedido.

De hecho, lo que vehicula la contrainformación demasiadas veces no es más que el discurso de los grupos y espacios políticos, autodenominados representantes de la sociedad. El caso no es tanto que no tengan legitimidad para hablar (cuanto menos tienen la misma legitimidad que las instituciones y los partidos políticos), sino que su discurso se limita a divulgar las consignas y las siglas de un determinado espacio, sin buscar construir un discurso de conjunto, en el que el propio grupo no es más que una parte. Este vicio queda meridianamente claro en la incapacidad para plantear públicamente los límites, errores y fallos propios.
La segunda zona de fricción entre teoría y práctica tiene que ver con el objetivo de lograr la horizontalidad en la comunicación, un esfuerzo destinado en parte a confrontar el modelo comunicativo de la extrema izquierda, tan jerárquico como el vigente. Aunque el panorama de los medios antagonistas ha cambiado y variado (en un sentido claramente positivo), siguen demasiado presentes algunas actitudes que contradicen la idea de horizontalidad. Para muchos grupos, siguen siendo de pleno vigor los lemas “publico, luego existo” y “mejor ser cabeza de ratón, que cola de león”, dentro de una visión competitiva y caníbal del entorno. El discurso sigue siendo aburridísimo: demasiadas veces, a las continuas exhibiciones de radicalismo verbal, se le añade la necesidad de, en cada párrafo, reafirmarse ideológicamente repitiendo la denuncia contra el malvado capitalismo.

Por ello, la contrainformación es vivida como un mero megáfono: lo que amplifica consignas. Brilla por su ausencia la voluntad de conectar con los problemas tal como los vive la mayoría de la población. Y no nos referimos a publicaciones marginales. En el fondo, por tanto, perdura la idea (muy poco horizontal) de que hay que llevarle la luz a las pobres masas que no se enteran de nada.
Por todo ello, consideramos que los editores del futuro periódico, en vez de esperar a que un acontecimiento haga visible un conflicto, deben de asumir un papel más activo, de búsqueda e investigación de nuevas zonas candentes. Y, por otro lado, vemos necesario establecer unos mecanismos comunicativos fiables y permanentes con los diferentes espacios, territorios y movimientos sociales. Que haya una dialogo permanente, algo que vaya más allá de una información puntual en un momento determinado.

La validez de la apuesta
Es cierto que en esta ultima etapa que ahora concluimos, hemos logrado paliar algunas de las insatisfacciones que el anterior formato (una publicación de 4 páginas tamaño doble folio ampliado, periodicidad quincenal y gratuita) nos generaba: hemos acabado con las noticias cortas, descontextualizadas, espectaculares, fragmentadas y negativas. En el actual formato, hay más análisis y contextualización. Pero no hemos acertado con un formato más atractivo y ameno. Hoy, leer el Molotov, demasiadas veces implica más un acto de voluntad militante que un placer. Con lo cual, difícil es salir del estrecho núcleo de los ya muy concienciados.. Por otro lado, es necesaria cierta humildad: con una tirada de 3.000 ejemplares no se va a ningún lado. Los movimientos necesitan visibilidad, difusión, y estas no se alcanzan con nuestra tirada, ni sólo con la edición de cientos de pequeñas publicaciones igual de marginales.

Ahora bien, pensamos que la apuesta y el motor de este colectivo –al igual que los de muchos otros- son de plena vigencia y actualidad. Nos empuja la voluntad de avanzar, de mejorar, en base a la crítica y el aprendizaje. En los casi 15 años de existencia de esta cabecera –desde sus orígenes fanzineros, pasando por sus cinco épocas y modelos y sus cambios en la composición, hasta ahora–, hemos participado de un “proceso de madurez política que en el terreno de lo práctico busca desarrollar instrumentos de transformación social más ambiciosos. Proceso de madurez política que –pensamos– en estos momentos atraviesa a los movimientos sociales, espacios de lucha donde –como colectivo– nos diluimos” (editorial del Molotov nº0, marzo de 2000). Queremos transcender el espacio social, que no político –no es trascender nuestra fundamentación política, sino llegar a un entorno social más amplio desde unos planteamientos políticos bastante claros-, muy determinado, en el que nos quieren limitar, aportando una herramienta más en la construcción colectiva de movimiento. Bien pegaditos a eso de construir la realidad con los directamente afectados, proponiendo un espacio abierto de debate y confluencia, sin creernos en absoluto eso del papel de periodistas (por muy enrollado que sea), construyendo desde abajo, con los de abajo. Todo para todos, nada para nosotros.

Nos leemos en breve.

 

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