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  nº 40 noviembre 03

Charlando con Lolo Rico, Periodista, guionista y ex directora del programa ‘La bola de cristal’
Tienes quince segundos para imaginar…




ESTHER CATOIRA
>> A Lolo Rico, la idea de los Electroduendes se le ocurrió pensando en una bola de cristal. Eran “exactamente los personajes que podían vivir en ella”: bastaba con “proyectarlos en el televisor (…)” (1) y ¡voilá! Allí estaban, los “duendes de la electrónica”. Es decir, Los electroduendes, una “hipercinética pandilla” (2) que con el tiempo se convirtió en la página editorial del programa, desde la cual se tomaba partido “a favor o en contra de las cosas que estaban pasando por este mundo de Dios. Por ejemplo: debió de ser el primero (y, posiblemente, el último programa) donde al presentador-actor Ronald Reagan se le puso en solfa, no una sino repetidas veces; y no sólo fue el único poderoso al que los electroduendes sometieron a continuos shocks”.

Qué saludables, por otra parte, esos primeros y únicos tiempos en los que los despachos de Prado del Rey se inundaban cada semana de llamadas telefónicas de protesta, y sobre todo, interpelaciones parlamentarias. Qué diferencia con el momento actual, en el que los programas infantiles han desaparecido de la faz de la tierra. Qué descanso para los políticos tener únicamente que ocuparse de lidiar con los escotes siliconados de Yola Berrocal, las gansadas de Gran Hermano, las estupideces de OT o los culito, culito, de Sin-Chan, el cual, por cierto, no es un programa infantil.

P: ¿Por qué ya no hay programas para niños?
R:
Por razones de audiencia y de consumo. Por la tarde, durante las horas tradicionalmente dedicadas a los niños y adolescentes, de 17 a 20 h. aproximadamente, contando con que el programa vaya muy bien, éste puede convocar más o menos a un millón de esos niños y adolescentes. En cambio, es fácil que en total se reúnan unos cinco millones de espectadores si entre éstos tenemos en cuenta también a los adultos. Al contrario de lo que sucedía con La bola de cristal, que era un programa con distintos niveles de lectura, en la actualidad los espacios que se emiten ni son juveniles, ni son para adultos. ¡No satisfacen ni cumplen las expectativas de nadie! Pero crean hábitos. Tenemos una televisión consumista y agresiva. Y violenta. El consumo y la violencia juntos son armas peligrosas, casi letales para la inteligencia humana.

P: ¿Y cuáles son los efectos de esa violencia?
R:
La violencia de ficción resta realidad a la violencia real. Desrealiza. Cuando un niño ve morir a un personaje y percibe al mismo tiempo que eso que ve no es cierto, que no es más que un actor con mucha salsa de tomate por encima, pues luego la violencia de verdad le dice muy poco. Le inmuniza contra ella. No sé por qué ese deseo de que tal cosa suceda, pero me temo lo peor… Me temo que es porque en ningún momento se descarta el uso de esa violencia. La televisión es un gran medio, lo malo son las estructuras de poder que la posibilitan, y los mensajes de propaganda que se emiten a través de ella.

De la animadversión por la sociedad de consumo, generadora de esos y otros perversos significados, surgió la idea de crear anuncios publicitarios propios, eficaces vehículos de contrainformación. Para La bola de cristal el mundo no era ajeno. “Los problemas del hambre, del desempleo, de la depredación, de la avaricia, del egoísmo, de la competencia más feroz se mostraban –entre risa y risa- ridiculizando las visiones estrechas del propio ombligo y del mundo chiquito” (3).

P: ¿Cómo resolviste introducir anuncios “publicitarios” en el programa?
R:
Dado que La bola de cristal llegó a tener mucho éxito, la publicidad aumentó, y como ésta, en efecto, impacta en los espectadores, decidimos crear nuestra propia oferta de reclamos publicitarios. No íbamos contra ninguna marca ni ningún spot publicitario concreto; simplemente estábamos en contra del consumo, sobre todo en niños y adolescentes. Fue así que surgieron diferentes eslógan, como “Si no quieres ser como éstos, lee”; “Solo no puedo, con amigos sí”; “Tienes quince segundos para imaginar”… Yo tenía una gran habilidad para crearlos, y muchos de ellos se me ocurrían a mí. Pero… supongo que no todos. Detrás de La bola de cristal hubo siempre un trabajo en equipo. Yo creaba una idea, una estructura, y sobre ésta otros recreaban, inventaban… Era lo que los norteamericanos llaman una “tormenta de ideas”. Pues allí estábamos siempre en un tiempo tormentoso… Y la verdad es que nuestros spots llegaron a formar parte del lenguaje juvenil. Es triste, de todos modos, constatar que algunos de los disparates proferidos por la bruja Avería o por los electroduendes continúen vigentes. Más aún: ¡redoblados! Como por ejemplo el “Viva el mal! ¡Viva el capital!” La libertad de expresión no es la mayor aportación que el gobierno esté haciendo a los medios de comunicación…
En la actualidad, la publicidad se ha apropiado de mensajes positivos y los ha convertido en mensajes de consumo…

Los ha deteriorado. Porque han hablado de revolución refiriéndose a automóviles… Han hecho cosas de ese género, y eso es un deterioro dentro del lenguaje, una perversión, una confusión para los jóvenes. Se juega demasiado con el concepto de libertad. Hacen, para que seas feliz, las colonias, los desodorantes y las guerras. Todo es para tu libertad y tu felicidad.

P: ¿Cuáles eran las características más destacadas de La bola de cristal?
R:
La bola de cristal fue un programa muy marcado por la ideología. Mal que le pese a quien sea, estaba hecha por un equipo creativo de izquierdas, ¡y muy comprometidos! No comprometidos con partidos, sino con nosotros mismos, y con una sociedad. Tenía mucho espíritu crítico –tamizado por el humor- y la estética de la movida de Madrid, aunque no fue nunca un programa vinculado a ella. Ideológicamente, la movida fue un movimiento apolítico. A su alrededor coincidieron muchos factores y circunstancias: una larga dictadura, un tiempo de oscuridad, una transición –ese primer mandato del PSOE- en el que se gozó de una gran libertad, una gran ilusión, una gran efervescencia… Tuvimos la suerte de encontrar un oasis en un desierto. Y el resultado fue… La bola.

Lolo Rico, cuyo rigor en la necesidad de crear nuevos hábitos para los jóvenes le impidió seguir colaborando con TVE, abandonó el ente en los años 90, guardando para sí, entre otras muchas certezas, la de que “hay dos maneras de dirigir televisión o cine: una es realizar películas o programas banales que parecen críticos, y otra productos críticos que parezcan banales” (4).“Lejos, muy lejos –afirma Marga Íñiguez con cierta bronca- queda este programa de la actual pederastia mental y uso obsceno del niño en la actual programación en la que hay que ser adulto saltándose todos los procesos del desarrollo”. La bola de cristal, que semana tras semana sorprendía con “su descaro, su independencia, su digno compromiso” (5) tuvo algo “objetivamente demoledor”, símbolo de la precariedad de los tiempos, “y que puede resumirse en una sola frase: Nuestros patéticos políticos jamás lo repondrán”.

(1) Lolo Rico, El libro de la bola de cristal. Editorial Plaza&Janés, 2003, pág. 46.
(2) Paco Climent, adjunto –en esa época- a la dirección de programas juveniles de TVE, págs. 30-31.
(3) Marga Íñiguez, asesora pedagógica de La bola de cristal, págs. 116-118.
(4) Pág. 79.
(5) Miguel Angel Pacheco, creador de los diseños que dieron origen a los electroduendes y la bruja Avería.

Los duendes de la electrónica

Escribe Santiago Alba Rico, hijo de Lolo Rico, también periodista y guionista de La Bola de Cristal, que escribía Jonathan Swift en 1729 en su Proyecto orientado a evitar que en Irlanda los hijos de los pobres sean una molestia para sus padres o para su país; y orientado a conseguir que se conviertan en un beneficio público: “De un niño se pueden sacar dos platos para un banquete entre amigos, y si la familia come sola, la pechuga y la pata son suficiente plato, y aderezados con un poco de sal y pimienta y hervidos, pueden estar muy sabrosos al cuarto día, sobre todo en invierno”. “Eran mejores tiempos –continúa Santiago- y la broma y la exageración podían todavía llevar luz a las conciencias” (1). Si, como él mismo afirma, volviera ahora a escribir los guiones de Los electroduendes y la bruja Avería pidiese en uno de ellos “liofilizar a los niños de Somalia o del sur de Sudán para venderlos como dieta alimenticia baja en calorías para las anoréxicas adolescentes de nuestras discotecas”, ya no podría estar seguro “de que no se haya hecho ya o de que no se esté haciendo”. Pero –“y esto es lo peor”- ya no podría estar seguro “de que se tome a broma”.

Once años han pasado desde estas apocalípticas declaraciones, y el tiempo sólo ha conseguido empeorar las cosas. Como cuenta también Santiago que le contó su amigo Hussam en noviembre de 2002, en El Cairo: “¿Chistes? No nos da tiempo; antes de que los contemos, antes de que se nos ocurran, el gobierno los ha hecho ya realidad”. Magnífica vuelta de tuerca que sin embargo evidencia un humor cada vez más negro y amargo, como alcanzado por una ola de chapapote gigante capaz de acrecentar nuestra rabia pero también de hundir momentáneamente toda esperanza en el futuro.

No será así, sin embargo, a pesar de que los Prestige, el acento tejano de Aznar, los disparates imperialistas de Bush, la furiosa especulación inmobiliaria, o el hecho de que en la Cataluña profunda –que también existe- algunos ancianos se refieran al todavía presidente como ‘el del bigot’, se empeñen con tanto ahínco en amargarnos la vida. Aún así, hay que reconocer que ni una sola de las aberraciones gubernamentales prenden tanto fuego en la sociedad actual como en su día lo hicieron los ánodos, cátodos y filamentos despedidos por el furioso rayo de la bruja Avería, flamante presidenta de la República Electrovoltaica de Tetrodia.

(1) ¡Viva el mal! ¡Viva el capital!, Santiago Alba Rico. Ediciones Orates F.&T.I.S.L., Virus Editorial. Primera edición, octubre de 1992. Todos los entrecomillados, salvo indicación expresa, corresponden a citas de este mismo libro.

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