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  nº 36 junio 03

Primer Festival de Cine Social de las Californias

Cine en el barrio

>> El recuerdo que los asistentes al Primer Festival de Cine Social de las Californias recibieron era un grabado inscrito en una bobina de un rollo de película. El grabado representaba dos manos delimitando un encuadre. Un encuadre particular; uno en el que el que mira también es observado; el interrogado pregunta y enciende un diálogo al tiempo que los personajes reinventan al director y los espectadores terminan tomando el timón de la narración. Durante los días 1, 2 y 3 de mayo, vecin@s, directores, guionistas, personajes retratados en las películas... nos reunimos a uno y otro lado para reivindicar la memoria de las Californias y la dignidad de las luchas y biografías presentadas en el Festival frente a las máquinas de derribo.
Desintegrado el encuadre y apagadas las luces, el Centro Social Seco vuelve a su quehacer cotidiano: a tapar rotos y goteras y a tejer redes. A hacer barrio.

Centro Social Seco
El Centro Social Seco: un poco de historia
El edificio que hoy ocupa el Centro Social Seco fue, ha sido a lo largo de su historia, taller, casa del pueblo, centro de las milicias contra el fascismo en la guerra civil, Colegio..., hasta que fue convertido en Centro Social por algun@s jóvenes vecin@s del barrio. De eso hace doce años. Doce años sembrados de éxitos, fracasos, caídas, rupturas y recomposiciones a las que a duras penas ha sobrevivido el maltrecho cascarón arquitectónico de la calle Seco 39 y que a duras penas alcanza a albergar las asambleas, talleres, charlas, la precaria red informática de su hacklab y los proyectos de varios colectivos que forman parte de la Red Local de Retiro: la Cooperativa de Vivienda Joven COVIJO, la Asociación de Vecinos Los Pinos de Retiro, la cooperativa agroecológica de Bajo el Asfalto está la Huerta, el Hacklab, el grupo de jóvenes, el nodo de RECADE...
El Centro Social, sin embargo, tiene fecha de caducidad. Y no por la precariedad de sus condiciones arquitectónicas –que también–, sino por el desarrollo de un plan urbanístico –el API 03/05– que prevé el derribo de la práctica totalidad del barrio de las Californias, un barrio de casas bajas habitado principalmente por los vecinos mas antiguos del barrio. Durante un tiempo fue las afueras, incluso conserva un pequeño polígono industrial, prácticamente en desuso, de aquella época. Ahora el API pretende integrar aquel extramuros en las nuevas coordenadas de la política urbanística y a sus vecin@s en el nuevo modo de consumir los usos de la ciudad.
Hace poco mas de tres años, la aparición en la zona de focos de venta de heroína supuso la precipitación de un largo proceso de abandono y degradación urbanística que, de alguna manera, podría determinar el desarrollo del plan de remodelación del barrio, marcando sus ritmos y su dirección en detrimento de los derechos del vecindario. Esto activó la alarma vecinal y desencadenó un diálogo que, si bien al principio se cortocircuitaba continuamente por el choque entre los puntos de vista de los vecinos y el de los “chavales” de Seco acerca de las diferentes problemáticas que se entrecruzaban en el proceso, comenzó a fluir en torno a la necesidad de actuar conjuntamente frente a la sordera de los gestores de la política urbanística. Una necesidad genérica que, poco a poco, se iría concretando en necesidades específicas y muy concretas que darían lugar a un proyecto común que las recogiera.
De este diálogo surgió la necesidad de hacer oír nuestras voces, de imprimir parte de lo que somos sobre lo que fuimos en el futuro barrio para hacer que fuera precisamente eso, un barrio y no un conjunto desordenado de edificios impermeables, opacos y replegados sobre su exclusivo sentido de la propiedad privada. De aquellas largas discusiones y un largo proceso participativo surgió el Planeamiento Urbanístico Alternativo –PUA–, un modesto documento en el que trazamos algunas coordenadas del futuro de las Californias sobre nuestra propia definición de lo que necesitan sus vecin@s: el enterramiento de las vías del ferrocarril, el realojo en el barrio de los vecinos afectados por el API que así lo deseen, el incremento de zonas verdes y equipamientos sanitarios, escolares y culturales, la creación de una cooperativa de vivienda pública en régimen de alquiler para jóvenes –COVIJO– y un Centro Social autogestionado en el que pueda tener continuidad la labor desarrollada en el Seco.
En torno a este órdago a la grande y a los proyectos y espacios públicos que hemos ido dejando caer por el camino como miguitas de pan –la recuperación de las fiestas de San Juan, un periódico gratuito, la participación en los Consejos de Participación Ciudadana...– se han ido uniendo gentes, colectivos e inquietudes que, al igual que hicieran los vecinos, han aportado a este proceso una polifonía que hemos ido afinando con el trabajo cotidiano sobre el que se ha ido conformando la Red Local de Retiro, un espacio plural de participación de contornos más o menos difusos que trascienden con mucho la realidad del Centro Social y las gentes que le dieron vida en sus primeros momentos. En el camino, toda la estructura teórica y las estrategias prácticas con las que partimos han sido aliñadas, enriquecidas y preñadas con estos nuevos contactos, de manera que nos vemos borros@s si miramos al inicio del camino, poblados de multitudes e identidades contaminadas.
A este caminar quisimos sumar nuevas voces y experiencias, y alumbrar la presencia del Centro Social como núcleo aglutinador y vivificador del barrio. Queríamos gritar que Seco es necesario –como el alcalde de Amanece que no es poco, comunidad imaginaria de referencia para nosotr@s–, y que las actividades que en él se llevan a cabo exigen un realojo del centro. Fernando León y Javier Corcuera, que llevaban un tiempo rumiando la idea de crear un Festival de Cine Social– no hay ninguno de estas características en el estado español- se sumaron al carro –y/o nosotr@s al suyo.

Amanece, que no es poco en las Californias
Así, un poco a salto de mata, un poco contando con la inesperada aparición de un@s y otr@s, el proyecto que hasta pocos días antes de su puesta en práctica nos parecía imposible echó a andar. Unos nos prestaron las carpas de manera desinteresada, otr@s muchos aparecieron como de la nada y en el último momento a cubrir los diferentes turnos de trabajo –que entre unas cosas y otras se extendían a lo largo de 24 horas diarias durante cinco días–, otros cruzaron la península para estar con nosotr@s y compartir sus experiencias –como el equipo de El traje o los compañeros de la Naval Gijón–... y algun@s trataron en el último momento de impedir que “amaneciera por el Oeste” –otra vez “amanece que no es poco”–. Ante la inminencia de que lo improbable tuviera lugar, las autoridades municipales nos llamaron al orden amenazando con impedir el desarrollo del festival por la fuerza –ya podíamos imaginarnos a nuestro vecino, Saza Tornil apareciendo por allí uniformado y gritando pistola en mano: ¡ya no aguanto este sin dios!.
Finalmente, en “negociaciones de última hora” que consistieron básicamente en hacer llegar el mensaje de que no nos iríamos de allí mas que a rastras y con la cabeza abierta, conseguimos que la autoridad competente, suponemos que tras considerar la inconveniencia de semejante foto en los periódicos –los jóvenes de un barrio en el que aún se comercia abiertamente con heroína son apaleados cuando tratan de realizar una actividad cultural–, decidieron “tolerar” el acto no sin amenazarnos con la apertura de un “expediente administrativo”.
El festival se fue desarrollando jornada tras jornada yendo cada día un poco mas allá de las expectativas de l@s que lo habíamos organizado, lo cual nos acarreó algún problemilla: por una vez, más gente de la esperada. Tras las bambalinas y respondiendo cual acto reflejo a la precariedad a la que estamos acostumbrados, nos fallaba el proyector, descubríamos que teníamos que sustituir Sweet Sixteen por Mi nombres es Joe..., un cambio que Paul Laverty – que ya se encontraba entre nosotros desde la rueda de prensa que abrió el festival y la primera visita de los municipales– asumió con humor.
A pesar de estas y otras dificultades, el balance ha sido positivo: por un lado, l@s vecinos de la zona nos han hecho llegar su apoyo a esta iniciativa de muy diferentes maneras: desde la complicidad de siempre hasta la ayuda material concreta. Por otra parte, los gastos económicos han sido cubiertos por la colaboración de la gente y podemos decir que el festi no nos ha costado un euro. Y aunque la idea era salir a la “luz pública” y difundir los proyectos en que andamos enredados y la presencia del festival en los medios ha sido mas bien escasa, sí que podemos decir que nos hemos dejado ver en nuestro entorno mas próximo, el barrio. Mucha gente –una media de 250 personas diarias– ha visto las precarias condiciones en las que l@s vecin@s del distrito de Retiro tenemos que realizar las actividades culturales y otr@s han podido comprobar que hay en nuestro barrio ganas y capacidad suficientes para llevarlas a cabo a pesar de los pesares. Todo esto por no hablar de lo que más nos gusta, enredar a otr@s, tejer lazos de cooperación y nuevas complicidades. Esta vez le ha tocado a las gentes del cine, a los compañeros de Sintel y de la Naval Gijón y a alguno que se acercó a echar un vistazo y terminó comiéndose algún turno de trabajo.
El año que viene, más. Bien en el nuevo Centro Social, en el edificio de la cooperativa, en nuestro Seco de siempre o en la puta calle para escándalo de nuestros mandamases. ...

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