La Conferencia Episcopal y la sociedad

Soledad Rodríguez 

www.elmilitante.org 

Con la Iglesia hemos topado. Las altas jerarquías eclesiásticas han decidido poner su granito de arena y explicarnos al resto de los mortales, pobres ignorantes, que las palizas, crímenes y asesinatos contra mujeres, violaciones incluso a niños... y toda clase de aberraciones y violencia doméstica, tiene un único culpable: la ola de desmadre y libertinaje que nos azota.

La Conferencia Episcopal, en su afán por salvarnos del ateismo que nos invade y sus temibles consecuencias infernales, no para en mientes y cual cruzados modernos nos han dado a conocer el origen y solución a todos nuestros problemas. 

Como explican en su Pastoral Familiar, la violencia doméstica es consecuencia directa de de la revolución sexual de los años 60, ya que “la sexualidad se separa del matrimonio y se desvincula de la procreación (...) lo pernicioso de sus efectos (...) Nos hallamos ante un alarmante aumento de la violencia doméstica; ante abusos y violencias sexuales de todo tipo, incluso de menores en la misma familia”. 

La Iglesia ante la violencia doméstica 

Así pues, las parejas de hecho, el derecho al divorcio, y no digamos ya el derecho al aborto, son el origen de esta lacra social. Nada tienen que ver entonces los siglos de opresión a la mujer y su consideración como parte de la propiedad del marido o padre; tampoco tienen que ver las enseñanzas de la santa madre iglesia sobre la obediencia debida al marido (una de las virtudes más encomiadas por tan insigne institución) o el “sacramento de la reconciliación” puesto que “[el perdón] capacita al hombre (...) para descubrir y realizar el plan de Dios sobre el amor conyugal en toda su belleza”; tampoco el altísimo paro femenino o la discriminación salarial que obliga a las mujeres a depender de sus maridos o padres para vivir, con lo que los empresarios deben tener ya el cielo más que ganado porque contribuyen a que la mujer siga al lado de su torturador... 

Cualquier psicólogo recién licenciado es capaz de explicar que la represión sexual puede ser origen de toda clase de violencia y aberraciones y que la negación de la sexualidad provoca monstruos tan repugnantes como esos 4.450 curas católicos condenados por pederastia en EEUU entre 1950 y 2002 ¡y eso que la religión católica es minoritaria en este país! 

Pero como Dios les capacita para hablar no sólo de lo divino, sino también de lo humano, tampoco han tenido ningún empacho en pronunciarse en diferentes ocasiones contra el uso de los métodos anticonceptivos, incluyendo, por supuesto, el preservativo, a pesar de que hoy por hoy es el único método eficaz en la prevención de las enfermedades de transmisión sexual, incluyendo el SIDA que sólo durante el año 2003 provocó más de 3 millones de muertos. 

Con estas declaraciones están cometiendo un claro delito contra la salud pública, por el cual deberían exigirles responsabilidad penal. Y puestos ya, también han decidido hacer la pascua a las parejas homosexuales, ya que no dan el visto bueno al matrimonio ¡civil! ni a la adopción de hijos por parejas gay; pero ¿no habíamos quedado en que la santa institución del matrimonio es un antídoto que repele el peligro de violencia doméstica y otros males? No es muy caritativo de su parte negar a los homosexuales este poderoso talismán. 

¿Protección a la infancia? 

Para rematar la faena, y a pesar de la existencia de cientos de miles de niños en el mundo que esperan un hogar que los acoja, estos santos varones han decidido que lo que necesitan no es un hogar calentito, un plato de comida, atención sanitaria, escolaridad y amor, sino un padre y una madre tradicionales, arremetiendo contra las familias monoparentales. De manera que todos aquellos viudos y viudas con hijos menores ya se pueden ir deshaciendo de ellos, pues al conservarlos a su lado les están privando de un referente masculino o femenino que según ellos, es lo único que precisan para su correcto desarrollo. Y es que no hay nada como seguir las enseñanzas de la Iglesia y si no que se lo digan a los altos cargos militares de la dictadura argentina, que después de asesinar a los padres naturales, secuestraban al hijo recién nacido para que pudiera gozar de una familia normal, con un papá y una mamá que les llevaba a misa todos los domingos y contribuían, como Dios manda, en el cepillo eclesiástico. 

Si tanto se preocupan por la infancia, no entendemos porqué han expresado su reiterado apoyo y cercanía al párroco de la localidad cordobesa de Peñarroya, José Domingo R.C., condenado a once años de cárcel por abusar sexualmente de seis niñas que acudían al catecismo. Estas declaraciones levantaron tantas ampollas en la opinión pública, que incluso a los católicos practicantes aún deben hacerles los ojos chiribitas. Por fortuna, la Iglesia tiene cada vez menos eco en nuestra sociedad, sobre todo entre la juventud. Según el reciente informe de la Fundación Santamaría y difundido por la Cadena Ser, Jóvenes 2000 y religión, sólo un 10% de los jóvenes declara ser católico practicante y cuatro de cada cinco de ellos confiesa que no cree que la Iglesia aporte valores positivos para orientarse en la vida. 

Es posible que las declaraciones que comentamos en este artículo procedan de una combinación de dos factores: por un lado de la cobertura que el PP y las instituciones han dado a la Iglesia, lo que hace que ésta se envalentone y se sienta segura para soltar cualquier majadería perniciosa y por otro, a una reacción histérica al constatar su falta de predicamento entre los jóvenes (y no tan jóvenes). En cualquier caso debemos exigir que ni un solo euro del dinero público sirva para financiar a estos terroristas socio-sanitarios.


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