Siglo XXI, 11 de noviembre de 2004
Se
miente aquel iluso que opina que la Iglesia ha dejado de tener capacidad
de influencia. Las últimas medidas llevadas a cabo por el gobierno de
Zapatero, que únicamente pretende llevar a la práctica el texto
constitucional, han causado un aluvión de críticas dentro del conciliábulo
retrógrado de la Iglesia Católica, en una estampa reiterada de nuestra
triste historia en la que las sotanas, en su afán de recuperar su extinto
poder, pretenden procesionar crucifijos en San Jerónimo para así, en su
juicio, inamovible desde la época de San Agustín, restaurar la moral
cristiana en la sociedad española. Un país, el nuestro, condenado hacia
un inevitable ocaso de sus valores, decadencia ante la cual los obispos
persiguen una nueva "Cruzada Nacional", que si bien no puede
librarse en el campo de batalla del 36, "Dios nos libre de
ello", sí encuentra cobijo en aquellos medios de comunicación en
los que propagandistas o locutores con desagradables frenillos en su
pronunciación, difunden para la ciudad y para el mundo ideales
peligrosamente cercanos a lo que puede denominarse un "talante
golpista". El matrimonio homosexual, la investigación con células madre, las medidas educativas o la financiación estatal a la Iglesia Católica, son los caballos de batalla, en los que la Santa Inquisición del siglo XXI, (léase Conferencia Episcopal Española), al frente de la cuál el Torquemada de nuestra era, auspiciado por la derecha bancaria, el OPUS y el Corpus Intelectual del PP pretende dominar la escena pública española, dejando de un lado los avances científicos y sociales para embalsamar la piel de toro de la moralidad cristiana, alejándonos de las estridencias de la Europa de las luces, y acercándonos al fanatismo religioso de Bush o de Oriente Próximo. Quizá, dado el calado social que esconde, la cuestión educativa, (que tantas y apasionadas horas de debate copó en el congreso en los tiempos de la II República), sea el principal "Casus belli" en el enésimo enfrentamiento entre la Iglesia y el gobierno progresista legítimamente establecido. La educación, y tal como dejaron escritos prohombres de la talla de Giner de los Ríos, debe ser laica, basada en la razón y no en la confesión, puesto que quién les escribe puede en primera persona testificar las tropelías contra la libertad individual llevadas a cabo en un centro de educación religioso, donde la lectura reiterativa de las santas escrituras, al igual que los talibanes y el Corán , omitía el deleite en la lectura de obras como "El Quijote", verdadero reflejo del alma humana y sus valores. Además, y frente a lo que los obispos hispanos pretenden, el estamento eclesial no está éticamente autorizado para inmiscuirse en la vida pública de nuestro país, dado que escándalos como el de la participación en Gescartera, la pederastia, o la permanencia en posturas ideológicas ante asuntos como la eutanasia o la homosexualidad, inamovibles desde el Concilio de Trento, niegan a la Iglesia la capacidad moral de constituir un interlocutor válido, en el diálogo de la vida pública. Se hace, por tanto, válida aquella sentencia de San Agustín que describía a la Iglesia como "Santa y prostituta". Doctores tiene la Iglesia... |