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Escuela Pública. Silencio cómplice
Pedro L. Angosto.
El Plural 14 de Septiembre de 2006
A
finales del siglo XIX los krausistas –seguidores del filósofo alemán
Krause- emprendieron la inmensa labor de reformar el vetusto sistema de enseñanza
español, en un ochenta por ciento en manos de empresas clericales. Desde la
Institución Libre de Enseñanza Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de
Azcárate y Nicolás Salmerón quisieron implantar un sistema educativo
basado en el humanismo, el racionalismo, el laicismo, el empirismo y la
complicidad pedagógica entre alumno y profesor. Pronto, pese a los anatemas
lanzados desde el Gobierno y la Iglesia, fueron sumándose al proyecto las
personalidades intelectuales más destacadas del momento, Sanz del Río,
introductor del krausismo en España y maestro de todos, Manuel Bartolomé
Cossío, Joaquín Costa, Federico Rubio, Hermenegildo Giner de los Ríos,
Rafael Altamira, Leopoldo Alas, Antonio Machado, logrando formar durante el
primer tercio del siglo XX la mejor y más extensa generación de españoles
sabios y humanos de la historia.
Para los institucionistas, la libertad de pensamiento y expresión eran
condiciones imprescindibles de cara a lograr el desarrollo intelectual y
humano de sus alumnos.
Pero eran conscientes de que nada se podía hacer si el alumno no se
encontraba cómodo, a gusto en las instalaciones educativas: éstas debían
estar dotadas de amplios jardines, de zonas de esparcimiento, de completos
laboratorios, salas de proyecciones y nutridas bibliotecas. Tampoco se podía
recluir el aprendizaje entre los muros de unas estupendas aulas y unos magníficos
jardines: La ciudad, el campo, las montañas, los museos, las fábricas,
eran para estos hombres instrumentos pedagógicos imprescindibles, lo mismo
que el trato individualizado con el estudiante. Enseñar deleitando era una
de sus normas fundamentales. Si bien la Institución Libre de Enseñanza
partió del impulso particular de unos cuantos hombres –no podía ser de
otra manera cuando los poderes públicos perseguían sus iniciativas-, su
objetivo, pese quienes la tacharon y la tachan de elitista, no era formar
una minoría que, apartada del pueblo, pudiese regir los destinos del país
en un futuro más o menos cercano, sino que sus métodos “contaminasen”
a todo el sistema educativo español. De hecho la inmensa mayoría de las
personas educadas en la Institución Libre de Enseñanza fueron después
profesores en institutos y universidades públicas de todo el país, entre
ellos Hermenegildo Giner de los Ríos y José Verdes Montenegro en el
Instituto de Alicante.
La Consellería de Educación de la Generalitat valenciana, también la
madrileña y otras similaraes, parece haber aprendido mucho de aquellos
hombres buenos y sabios, de ahí su política educativa basada en la
financiación masiva de colegios concertados confesionales y en dotar de
barracones-chabola a la escuela pública. Se ha escrito mucho ya sobre el
interés que demuestran nuestros “mandarines” hacia la enseñanza pública,
pero desgraciadamente mucho se tendrá que seguir escribiendo ante su
sangrante empecinamiento exterminador y el silencio de la ciudadanía, cómplice,
aliada o simplemente indiferente, aún a sabiendas de que los problemas y
conflictos que hoy padece nuestra sociedad, nuestros niños, adolescentes y
jóvenes, sólo pueden tener solución mediante una enseñanza de calidad
dirigida a inculcar conocimientos y valores éticos en el marco de un
sistema educativo público extraordinariamente dotado y encaminado a sacar
lo mejor de cada uno de nuestros hijos, siempre según su capacidad.
Convencida de todo esto, la Generalitat valenciana ordenó hace meses que se
habilitasen aulas en comedores, patios interiores y espacios comunes, continúa
instalando barracones y se abstiene de contratar profesores de apoyo para
los más retrasados, educadores para los alumnos con dificultades, personal
para las bibliotecas –caso de haberlas-, pedagogos, cuidadores… La
escuela pública –según sus patrones y los teóricos neocon de la educación
que les asesoran- debe ser lo más parecido a una prisión, pues,
indudablemente, tenemos ante nosotros la peor generación de estudiantes que
jamás haya existido. ¡Qué bien vendría la “manu-militari” de otros
tiempos! Nada de inversiones, nada de nuevas corrientes pedagógicas, nada
de aplicar las enseñanzas de Don Francisco Giner y los suyos. Aquí, entre
nosotros, dinero para la concertada y alambradas para esos sitios llenos de
emigrantes y niños mal criados, disciplina cuartelera, tercermundismo y
exclusión. Dada su procedencia social, ¿qué más quieren?