Mentirosos

Eduardo Haro Tecglen
El País 17/12/04

Obispo de Castellón: "La educación sexual que se imparte en los institutos y centros educativos de Castellón se reduce a lo que se llama sexo seguro, al reparto de preservativos y a la movilización y exaltación de la homosexualidad y el lesbianismo".

Está en un error: los católicos debían evitar estas equivocaciones, porque les atañe a ellos y sus hijos, y a los que aún creen. No sé quiénes son peores en estas falsedades de los dirigentes de masa. Las de los periódicos importan menos porque hay una creencia generalizada de que mienten -se miente "más que la gaceta", según la vieja frase-, y suelo defenderlos: no mienten deliberadamente, sino que transmiten muchas veces sin saberlo la mentira que otros les infunden, y si algunos incluso elevan la mentira sabiéndolo es porque son más políticos, y más financieros de sí mismos, que periodistas.

 En las facultades de esta rara ciencia de la información debía haber una cátedra de verdad y mentira. Los políticos mienten porque, llamados como son a defender el bien de los gobernados, cuando las circunstancias son contrarias a esa conveniencia las ignoran y se inventan otras.

Éste es el problema también de los profetas, dentro de los cuales se encuentran los obispos de hoy en día. Propagandistas de unos hechos increíbles, entre los cuales se encuentra la Biblia heredada de los hebreos, y no pocos de los acontecimientos de Palestina en el año cero, todo lo que dicen está teñido de absurdo; y no son las doctrinas originales las que mantienen sino las de los últimos sucesos, a partir de los años 300-400: la romanización del catolicismo y su conversión en doctrina de Estado.

Como a veces no coinciden el Estado y su doctrina, no investigan sobre su posible adecuación a la vida misma y a otras verdades provisionales -como todas- que se van demostrando, no tratan de ir sobre su propio error y rectificarlo. Y es que tienen muchas posesiones, como decía Mateo del rico que, creyendo en Jesús, no pudo seguirle.

Tampoco me voy a poner ahora a salvar obispos según las nociones que expanden de cielo y de infierno; pero sí a quejarme de que quieran incluso a la fuerza a los que tenemos la suerte infinita de no ser creyentes. Pero sí a pedir que nos dejen en paz vivir nuestra sexualidad, nuestros matrimonios y divorcios, nuestras paternidades biológicas o adoptadas, nuestros amores que nadie puede declarar ilegales.

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