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El limbo

Javier Pérez Pellón

 

La Estrella Digital 11 de Octubre de 2006

En cuanto me he enterado que con un motu proprio, esto es por personal decisión pontificia, el Papa Benedicto XVI ha decidido anular de las páginas del Catecismo oficial de la Santa Romana Iglesia la existencia formal del Limbo y con él cancelar nueve siglos de tradición católica y popular sobre la creencia de tan idílico, aunque, presumiblemente, aburridísimo lugar situado, según Dante Alighieri, en la antesala del Infierno pero lejos del fuego ardiente de los condenados y apartado del pútrido olor sulfúreo de Lucifer, he echado mano de una bonita edicción que tengo con el facsímil de los bellísimos grabados que, para la ilustración de la Divina Comedia, hiciera Botticelli, mucho menos tétricos y dramáticos de los quizás más conocidos de Gustavo Doré.

Y he comprobado que el Limbo de Botticelli, con su inigualado estilo de divina perfección que exhala el confortador perfume del Renacimiento florentino, es un lugar muy ameno donde cualquier humano, con un poco de sensible imaginación, podría introducirse en las grandes epopeyas que han hecho la Historia del hombre, pues para contarlas están, en el Limbo dantesco, César y Homero. Imaginémonos entrar en el castillo donde Botticelli, como si de un exclusivo club londinense se tratara, situa el lugar de reunión de los poetas y prestar atención a como hablan, tranquila y pausadamente, de poética y de rimas, nada menos que Horacio, Ovidio y Lucano, o escuchar una lección de las palabras pronunciadas por boca de los mismísimos Sócrates, Platón o Séneca y las no menos doctas que podrían darnos Anaxágoras, Diógenes, Tales de Mileto, Heráclito, Empédocles y Zenón. Por no hablar de lo que pudiéramos aprender de Euclides, Tolomeo, Hipócrates, Galeno, Avicena y Averroes.

Y no digamos nada si a la vuelta de cualquier esquina nos tropezamos, nada menos, que con Abel y así, de primera mano, poder entererarnos de todo aquel lío del Paraíso Terrenal y del porqué sus padres, que también lo fueron de toda la estirpe humana y de las infinitas desgracias que se derivaron de su comportamiento deshonesto, no pudieron esperar un poco antes de tener relaciones sexuales prematrimoniales, por las cuales Dante, con toda la razón del mundo, les envió al Infierno. Toparemos con Moisés que nos informará sobre el fin que han tenido las Tablas de la Ley y dónde han ido a parar para saber si podemos recuperarlas ya que desde el Sinaí nadie ha hecho ni puñetero caso de cuanto en ellas escribió la mano de Jeová. Y el patriarca Abraham y el Rey David y Raquel nos contarán la verdad sobre la historia del pueblo elegido y de las humillaciones que ha sufrido desde la destrucción del Templo hasta Auschwitz.

Y en una plaza de este lugar sin tiempo ni espacio precisos sorprenderemos a las matronas romanas, Cornelia, Lucrecia, Julia y Marzia que sentadas sobre la hierba se dedican, como unas marujonas cualquiera, a despellejar la honra del entero vecindario de la capital. Y en un rincón, solitario y pensativo, con los ojos cerrados, la barba larga y rizada, turbante blanco y oro, manteo rojo y babuchas marrones y los brazos caídos sobre sus piernas cruzadas, el terrible Saladino “…e solo in parte vidi il Saladino…” (Dante, Infierno, IV, 129) quién sabe si pensando en las barbaridades cometidas por el cristianísimo Ricardo Corazón de León y sus despiadados caballeros o preguntándose por la suerte que correrán esos 800.000 moros “sans papiers” que Zapatero ha prometido expulsar de España (arrojándoles al mar, supongo, pues no veo otra forma posible de deshacerse de una vez de tan gran número de mulsumanes).

Y todos estos y muchos más, porque en el Limbo, ese invento que se sacó de la manga Pedro Lombardo, un monje francés que vivió en el siglo XII, para hacer comprensibles las palabras que Jesús dice a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo, que si uno no nace de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. De tal manera que en el Limbo deberían estar no sólo los niños muertos antes del bautismo y, por tanto, con la mancha del pecado original, como es creencia popular, sino todos aquellos varones y hembras virtuosos que vivieron sobre la Tierra antes de la venida del Hijo de Dios y, por lo tanto, antes de la institución evangélica del Bautismo sobre las aguas del río Jordán.

Leo en el libro-entrevista “Informe sobre la fe” (1985) las declaraciones que hace el cardenal Joseph Ratzinger, actual Benedicto XVI, por entonces Prefecto de la Sacra congregación para la doctrina de la fe: “El Limbo no ha sido nunca una verdad definida como de fe. Personalmente, —hablando más como teólogo que como Prefecto de la Congregación—, me olvidaría de ésta que ha sido siempre y sólamente una hipótesis teológica. Se trataba de una tesis secundaria al servicio de una verdad que es absolutamente primaria para la fe: la importancia del bautismo… El bautismo no ha sido nunca y no lo será nunca una cosa accesoria para la fe”.

Ahora con su motu proprio Benedicto XVI pone en práctica lo que pensaba como cardenal Ratzinger. Y sobre el frontispicio de las puertas del Limbo, en la antesala del Infierno, el terrible anuncio dantesco que dice “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate” (Dejad toda esperanza, vosotros que entrais) será sustituído por este otro: “Cerrado por derribo, tutti a casa” y para todos aquellos que durante siglos, incluso milenios han habitado en ese idílico lugar, tan maravillosa y bellamente representado por Botticelli, —eso sí, con la pena infinita de estar privados de la presencia de Dios—, se les abrirán las puertas del Paraíso. No si antes, por cuestiones burocráticas del Vaticano, que tiene aún que considerar el parecer y juicio de numerosos obispos y comisiones, se verán obligados a una espera haciendo cola, poco más o menos de un par de años, antes de gozar, por toda la Eternidad de la presencia y la visión divinas. Espera, creo yo, que merece la pena después de tantos y tantos infinitos tiempos de aislamiento y de lo difícil que se está poniendo la cosa de entrar, aunque sea de rondón, por las ya semicerradas y estrechas puertas del Paraíso, según se están poniendo las cosas aquí abajo.

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