Alameda,
5. 2º Izda. Madrid 28014 Teléfono:
91 420 13 88 Fax: 91 420 20 04
Correo
No
consiento que se hable mal de Franco en mi presencia.
Juan Carlos
«El Rey»
Laicidad, un
siglo después
Diario
Vasco
8 de Febrero de 2006
En diciembre de 1905 se
promulgaba en Francia la ley de separación de las Iglesias y el Estado,
cuyo primer artículo reza que «la República asegura la libertad de
conciencia y garantiza el libre ejercicio de los cultos» y en el segundo añade:
«La República no reconoce, no paga ni subvenciona ningún culto». Esta
ley fue rechazada por el Papa Pío X en una encíclica, publicada en febrero
de 2006, cuyo título -Vehementer- da buena cuenta de su tono. La laicidad
se abrió paso en Francia a través de una lucha entre la revolución y el
tradicionalismo católico y, por eso, su implantación no estuvo exenta de
sectarismo. En cambio el laicismo americano tiene unas raíces muy
diferentes y es el resultado de un proceso distinto. Nadie protesta porque
el presidente norteamericano jure su cargo con la mano sobre la Biblia. Es
claro que en nuestro solar hispano el paradigma de la laicidad es el francés.
Y la prevención es tan grande que aún hoy hay quienes, basándose en el
artículo 16.3 de nuestra Constitución, aceptan que España sea un Estado
aconfesional, pero niegan rotundamente que sea laico.
Pero toca hoy hablar de Francia, porque donde se pensaba que estaba más
afianzada, la laicidad se ha convertido en tema de acuciante actualidad, de
una manera que exige replantearla con perspectivas nuevas. Pensemos en el
conflicto presentado por la asistencia a la escuela de muchachas portando el
shador, el velo vinculado a la fe musulmana. El ministro del interior francés
y presidente del UMP, el partido del Gobierno, ha hecho una propuesta que ha
conmovido al tradicional espíritu laico galo: la conveniencia de que el
Estado financie la construcción de algunas mezquitas para los musulmanes
franceses. Con esta medida se trataría de cortar las subvenciones
extranjeras, que conllevan hipotecas ideológicas, a la vez que de acabar
con el islam de sótanos y garajes, donde, al margen de todo control, se
inculcan las tendencias más fundamentalistas. Sarkozy encontró apoyos
incluso en la izquierda, pero también descalificaciones rotundas, empezando
por la del primer ministro, que consideraban su propuesta incompatible con
el Estado laico. La elevada población musulmana de Francia replantea muchas
cuestiones sobre el diálogo intercultural y sobre una de sus principales
derivaciones: el papel de las religiones en los diversos ámbitos de la vida
social. Ante esta necesidad de repensar la laicidad, se constituyó en
Francia, por iniciativa del presidente de la República, una comisión de
intelectuales, conocida como 'Comisión Stasi' por el nombre del defensor
del pueblo, que era su presidente, que ha elaborado un importante informe
sobre esta materia.
La laicidad está basada en el respeto por parte de los poderes públicos a
la conciencia de cada persona. El Estado tiene que crear un espacio donde
todas las personas puedan convivir, sin sentirse discriminadas,
independientemente de su religión o cosmovisión. En este sentido el Estado
es neutral desde el punto de vista religioso, no se legitima religiosamente
y no privilegia a ninguna confesión. La laicidad es la garantía de un
marco de convivencia compartido por todos, lo que supone la aceptación de
unos procedimientos y de unos valores democráticos. Ni el Estado favorece a
una confesión religiosa por serlo ni ninguna Iglesia legitima al Estado o
goza de un reconocimiento especial. Pero no hay que confundir la laicidad
con el laicismo entendido como la actitud que intenta combatir las creencias
religiosas, quizá por considerarlas esencialmente contraproducentes o
expresiones de inmadurez cultural. Más bien, la laicidad, al establecer un
común denominador ético y unas reglas procedimentales, a la vez que libera
de todo proselitismo a las instituciones públicas del Estado, abre el
espacio para que pueda darse un diálogo libre, abierto y democrático sobre
las cuestiones que afectan al sentido de la vida, a las encrucijadas morales
y a la misma fundamentación de la moral. Es decir, una sociedad laica no se
basa en el nihilismo axiológico, sino que moviliza los recursos
intelectuales y morales de la sociedad, necesariamente diferentes, y
promueve un proceso dialógico y deliberativo, jamás impositivo,
consustancial con la democracia y que la enriquece.
Sin embargo es insuficiente definir la laicidad como la neutralidad del
Estado ante toda cosmovisión y como su separación de toda confesión
religiosa. La laicidad es incompatible con la dominación de las conciencias
y de unas personas sobre otras. La neutralidad solo puede advenir legítimamente
en le medida en que este requisito se cumpla. Y aquí surge el problema. El
Parlamento francés acaba de certificar la existencia de una «inquietante
regresión de la condición femenina» entre las poblaciones procedentes de
la inmigración. La socióloga Hélène Orain afirma que se va «implantando
una versión muy tradicional de la mujer musulmana velada, en casa, sumisa,
que sufre todas las humillaciones que se la impongan. Es un discurso
extremadamente patriarcal, machista y reaccionario». Una comisión
presidida por la diputada Marie-Jo Zimerman, constata que el repudio y la
poligamia son prácticas muy extendidas entre estos núcleos de población,
que se atienen a las normas ancestrales de sus países de procedencia y no
se ajustan a la legislación francesa.
El estado laico es neutral ante las confesiones religiosas, ¿pero puede
permanecer indiferente ante lo que se haga en nombre de las religiones en el
ámbito de comunidades que se rigen por normas de sus propias tradiciones?
¿Puede el Estado tolerar que en nombre de la religión se ultraje a la
dignidad humana, se discrimine a la mujer, se practique la poligamia, aunque
todo ello quede en el espacio de una comunidad religiosa y cultural, y no
trascienda al ámbito público del Estado? En mi opinión, sería una
aberración entender que la laicidad lleva a la neutralidad ante estas
cosas. La Comisión Stasi propugna revisar el viejo ideal laico que
establece la separación estricta entre la Iglesia y el Estado, porque la
laicidad no es una simple barrera que obliga a respetar la separación
mencionada, sino que impone a los poderes públicos la exigencia de que
adopten un papel activo en la defensa y consolidación de «los valores
comunes en que se basa el Pacto Republicano».
------------------
* CATEDRÁTICO
DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO
Página
de inicio