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La insumisión religiosa

 

Fabricio de Potestad Menéndez *

Noticias de Guipúxkoa 3 de Septiembre de 2006

EL avance de la razón ante el fanatismo religioso, la superstición y la intolerancia teocrática, no ha terminado. Hoy asistimos a una preocupante revitalización del fundamentalismo moral de la religión católica en nuestro país. Inquietud que aumenta si tenemos en cuenta que la historia reciente del Estado español demuestra que el trecho que va desde la intolerancia al totalitarismo y a la violencia es, desgraciadamente, muy estrecho. El núcleo ideológico católico se fundamenta en la interpretación literal de los textos sagrados y en el rechazo de una hermenéutica científica de dichos libros. El Papa como guía moral y espiritual del catolicismo oficial en el mundo, mantiene prácticamente incólume la tesis medieval de que su verdad es superior a todas las verdades obtenidas por el esfuerzo de la razón y la ciencia. No es de extrañar que, en consecuencia, todas las formas de agnosticismo, ateismo y relativismo ético sean sutil o abiertamente combatidas por los católicos en nombre de su verdad supuestamente superior y definitiva. El texto evangélico estima que su verdad encierra una certeza absoluta y, por ende, ofrece una guía preceptiva universal, insuperable e irrefutable. Esta visión dogmática y absolutista de la moral incurre en una falsedad conceptual gravísima porque intenta hacer pasar por racional lo que simplemente es una creencia basada en la fe. Y pretender vertebrar la sociedad en base a una moral impuesta supone una actitud profundamente excluyente e intolerante. Lo que resulta más grave aún si tenemos en cuenta que el catolicismo ha efectuado, a lo largo de muchos años de historia agitada y violenta, una deconstrucción radical del cristianismo originario. Pablo de Tarso y el emperador Constantino condujeron al cristianismo a una concepción integrista y terrenal, que preconiza los regímenes teocráticos, desembarazados de la racionalidad, de la libertad y de la inteligencia. Nadie ignora la camaradería de la Iglesia católica con todos los fascismos del siglo XX: Hitler, Franco, Mussolini, Pinochet, Salazar y Pétain, que han supuesto millones de personas asesinadas por amor al prójimo.

La sociedad teocrática que preconiza la fe católica es incompatible con la democracia. La pretensión del obispado español de mantener viva la nefasta idea del nacionalcatolicismo, surgido en tiempos de los Reyes Católicos y consolidado con el franquismo, supone un atentado contra la democracia. Sólo así se entiende que todavía hoy día la Iglesia católica pretenda de un Estado constitucionalmente laico que la enseñanza de su religión sea obligatoria y evaluable, que los matrimonios sean acordes con su credo, que la investigación se restrinja en función de su moral privada o que el estado sea un recaudador de impuestos para su mantenimiento particular. No se entiende por qué todavía se mantienen unos Acuerdos con la Santa Sede que conceden una serie de privilegios fiscales, jurídicos y económicos a la Iglesia católica en contra de la laicidad y de la igualdad proclamada en la Constitución de 1978. Todos somos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión, condición social o personal. La Constitución española es taxativa en este sentido. ¿Con qué argumentos éticos y jurídicos se puede entonces mantener que los católicos pueden tener un trato de favor respecto a los demás ciudadanos, ya sean ateos, agnósticos, musulmanes o judíos? Evidentemente no los hay. ¿Por que se mantiene entonces tan flagrante inconstitucionalidad? Sencillamente, por la presión política que la Iglesia ejerce contra el Estado. La Iglesia católica, institución poderosa y esencialmente antidemocrática, sigue empeñada en su intento de controlar la vida moral del conjunto de ciudadanos, trasmitiendo la idea de que la única y verdadera vía moral es la que se deriva del catolicismo, y no acepta de buen grado que la sociedad española sea plural. No aprueba que las leyes civiles que se elaboran en el Parlamento se inspiren en principios racionales y diferentes a los que preconiza su doctrina oficial. Y por eso incita directa o indirectamente a la desobediencia civil y se adueña de la calle con manifestaciones de clara vocación antidemocrática. Moviliza a las masas de creyentes, oportunistas de ultraderecha y militantes del PP para atacar constantemente el principio de neutralidad del Estado.

El caso es que no se puede tolerar en un régimen democrático que los ciudadanos, en nombre de una determinada opción religiosa, se dediquen sistemáticamente a desobedecer las leyes emanadas de un Parlamento y de un Gobierno legítimamente constituido, y a impulsar acciones de desestabilización y crispación social.

El Estado está constituido solamente para procurar, preservar y hacer avanzar los intereses de índole civil de los ciudadanos: libertad, derechos, trabajo, vivienda, salud, educación y ocio. El Estado no es confesional por lo que ni otorga ni persigue a nadie por motivos religiosos. Lo que no quiere decir que para el laicismo todos los discursos sean equivalentes. El pensamiento mágico no puede valer tanto como el pensamiento científico, ni el mito como la historia, ni la fe apodíctica como el discurso racional, ni Moisés como Kant. Las verdades fundamentadas en la razón y en el consenso social son de mayor validez que las que son producto de teologías abracadabrantescas. En fin, el modelo de Estado confesional no puede ser admitido bajo ningún concepto: ni por razones de tradición ni de historia.

* Médico-Psiquiatra

 

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