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¿Se puede guardar silencio?

El portal de BELËN 30 de Mayo de 2006

“Sólo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia Dios: ¿Por qué, Señor, permaneciste callado?, ¿cómo pudiste tolerar todo esto?" Esto es lo que Joseph Ratzinger se preguntó ayer en las instalaciones de los campos de Auschwitz-Birkenau, antiguos lugares de tortura y exterminio de judíos y de disidentes del régimen nazi alemán. A lo mejor, lo que en realidad preguntaba el jefe de la Iglesia Católica –retórica y públicamente- era por qué el Vaticano, con el papa Pío XII a la cabeza, calló ante el conocimiento de lo que allí y en otros lugares similares, estaba ocurriendo.

Pregunta que no sería baladí ni inconveniente, porque ésa fue exactamente la reacción que, según muchos autores, tuvo Eugenio Pacelli, Papa de Roma desde 1939, una vez que estuvo enterado de la “solución final” que ideó la barbarie nazi: el silencio, la callada por respuesta, la omisión de ayuda.

Éstos son algunos de los hechos que cita John Cornwell, autor del libro “El Papa de Hitler: la historia secreta de Pío XII”:

“Pacelli conoció los planes nazis para exterminar a los judíos de Europa en enero de 1942. Las deportaciones a campos de exterminio habían comenzado en diciembre de 1941. A lo largo de 1942, Pacelli recibió información fiable sobre los detalles de la solución final suministrada por los británicos, franceses y norteamericanos en el Vaticano.

El 17 de marzo de 1942, representantes de las organizaciones judías reunidos en Suiza le enviaron un memorándum a través del nuncio papal en Berna, donde detallaban las violentas medidas antisemitas en Alemania, en sus territorios aliados y en zonas conquistadas. El memo fue excluido de los documentos de la época de la guerra que el Vaticano publicó entre 1965 y 1981.

En septiembre de 1942, el presidente norteamericano Franklin Roosevelt envió a su representante personal, Mylon Taylor, a que le pediera a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos. Pacelli se negó a hablar porque debía elevarse sobre las partes beligerantes.

El 24 de diciembre de 1942, finalmente, Pacelli habló de “aquellos cientos de miles que, sin culpa propia, a veces sólo por su nacionalidad o raza, reciben la marca de la muerte o la extinción gradual”. Esa fue su denuncia pública más fuerte.

Pero hay algo peor: Luego de la liberación de Roma, Pío XII pronunció su superioridad moral retrospectiva por haber hablado y actuado a favor de los judíos. Ante un grupo de palestinos, dijo el 3 de agosto de 1946: “Desaprobamos todo uso de fuerza (….) como en el pasado condenamos en varias ocasiones las persecuciones que el fanatismo antisemita infligió al pueblo hebreo”. Su autoexculpación grandilocuente un año después del fin de la guerra demostró que no sólo fue Papa ideal para la solución final nazi, sino que también un hipócrita.”

Afirma Ratzinger, un papa nacido precisamente en Alemania, que sólo “se puede guardar silencio” ante los atropellos cometidos por los nazis. ¿Más silencio aún? Fue justamente el silencio de la sociedad alemana y el de la comunidad internacional, los que permitieron las atrocidades que ahora tanto parecen apenar al Papa de Roma.

Nada de silencio, Ratzinger: hablen ustedes de por qué el Vaticano firmó el Concordato con el Gobierno de Hitler, en 1933, y pidan perdón por ello de una vez. 
Qué asqueroso resulta ver a esos hipócritas lavarse las caras con la sangre de tantos desagraciados que murieron después de sobrevivir a numerosas desventuras, cubiertos de piojos y presas de la desesperación, a manos de un repugnante gobierno fascista con el que sus antecesores en los cargos hacían muy buenas migas. Silenciosamente, eso sí.

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