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Creacionismo versus evolución

Vladimir de Semit

El Cultural 1 de Diciembre de 2006

El creacionismo ha llegado a Europa. ¿Podrían llegar a vivirse escenas como las recreadas por Stanley Kramer en La herencia del viento? El profesor de Periodismo Científico de la Universidad Pombeu Fabra Vladimir de Semir analiza en este artículo las peculiaridades de esta corriente y su enfrentamiento con las teorías científicas de Darwin.


Creacionismo contra evolución... la polémica viene de lejos. El 25 de mayo de 1925, John T. Scopes –profesor de Biología en una escuela de Dayton (Tennessee)– fue condenado a pagar una multa de 100 dólares por violar la denominada Butler’s Act en la que se establecía que en las escuelas de Tennessee quedaba “prohibido enseñar cualquier teoría que niegue la Divina Creación del hombre como establece la Biblia y que por el contrario afirme que el hombre desciende de un animal inferior”. John Washington Butler promovió esta norma reconociendo que “yo no sabía nada sobre la teoría de la evolución, pero me escandalicé cuando leí en los periódicos que niños y niñas volvían de sus colegios comentando a sus padres que la Biblia no tenía sentido”.

En 1987, la justicia norteamericana prohibió taxativamente la enseñanza del creacionismo en virtud de la separación de la Iglesia y del Estado. Diversos movimientos fundamentalistas protestantes reaccionaron inmediatamente y comenzaron una cruzada, al considerarse víctimas de un pensamiento dominante que les impedía predicar una creencia religiosa que establece como intervención divina el “diseño inteligente” que posibilitó la aparición del ser humano sobre la Tierra. Esta separación entre Iglesia y Estado –recogida en la Primera Enmienda de la Constitución Norteamericana– es la que ha impulsado la invención del “creacionismo científico” como una pretendida teoría contrapuesta con la de la evolución y no sólo como una creencia religiosa. Vistiendo al creacionismo de un aparente contenido científico, que valida la literalidad de la versión bíblica, los fundamentalistas religiosos han conseguido que en algunas escuelas públicas se enseñe como una hipótesis equiparable a la teoría de la evolución, que es un conocimiento que se ha construido a partir de la estricta metodología científica. El creacionismo es por tanto un ismo más en la larga tradición de ideologías de la historia de la humanidad, que nada tiene que ver con el conocimiento científico y cuya diseminación pública se ha visto favorecida en los últimos años gracias al fundamental y fundamentalista apoyo presidencial de Bush. Expertos indiscutibles como el profesor Dominique Lecourt, profesor de Filosofía de la Ciencia de la Universidad París-VII y autor de L'Amérique entre la Bible et Darwin, lo han dejado bien claro: “Las bases teológicas del diseño inteligente chocan ineluctablemente con la historia de la biología y son equiparables a quienes pudieran pregonar todavía hoy que la Tierra no gira en torno al Sol. El movimiento de la Tierra no admite ni opiniones ni ideologías”.

Es evidente que algunos pretenden mezclar el agua con el aceite para anteponer e imponer criterios religiosos fundamentalistas a cualquier racionalidad humana con unos objetivos aparentemente lícitos de defensa de la Biblia, pero en los que se adivina que persiguen unos fines bien precisos vinculados a la manipulación de conductas, valores e ideologías. En este momento histórico en que hay una fuerte pugna entre religiones por defender las respectivas parroquias de fieles, y si es posible aumentarlas con conversos de las otras, la contaminación creacionista ha llegado a Europa. Parece claro que deberíamos dejar para el ámbito de la religión lo que sea de la religión y para el de la ciencia lo que sea de la ciencia. Ambas han demostrado que son compatibles siempre y cuando una no quiera imponerse a la otra.

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