No
consiento que se hable mal de Franco en mi presencia.
Juan Carlos
«El Rey»
Rovira,
Maragall y los clavos de Cristo
Jesús Nieto Jurado
DIARIOSIGLOXXI.COM
31 de
Mayo de 2005
La virulencia de la
actualidad, en las últimas semanas de este cálido y seco mes de Mayo, por la
inercia de la brújula de los titulares, dirigidos hacia las Cortes y Euskadi,
me habían impedido retomar el aliento cansado y crítico, para, con la
suficiente reflexión escribir mi enésima columna, dedicada en cuerpo
pecaminoso y alma laica, a criticar a esa sombría, añeja y antidemocrática
institución que es la Iglesia Católica.
Vuelven los curillas patrios, martillo de herejes homosexuales, y luz del
Trento ratzingeriano a criticar con total impunidad las acciones y decisiones
del gobierno constitucional, a llamar a la sedición y a promover la oscuridad
y el fascismo en los parlamentos en los que la crispación ha omitido el
debate, y a ensalzar por medio de cierta publicación dictada a renglón
derecho por Torquemada, la rebelión ciudadana ante la necesaria transformación
laica del estado español.
Sin embargo, si en mis anteriores artículos referentes a los obispos
hispanos, la crítica provenía de alguna decisión eclesial con gran
trascendencia, en la presente columna, y aleccionado por Machado de la
importancia de las cosas sencillas, mis palabras referirán con cierto punto
guasón, la reprimenda que los religiosos patrios han remitido a los líderes
de la incierta Cataluña, que en pleno énfasis de un viaje místico –
religioso a Tierra Santa, tuvieron la sana ocurrencia de fotografiarse con una
corona de espinas en uno de los innumerables puestos de recuerdos que jalonan
la vía dolorosa, con tal mala suerte, que la estampa simpática y jovial de
dos dirigentes que creíamos serios y atrabiliarios, fue a parar a las
redacciones de ciertos medios y más de una sacristía. De tal modo que se
originó en nuestra cada vez menos católica, por fortuna, nación, un revuelo
en el que los alzacuellos mostraron su malestar por la imagen en la que un
comunista se retrata con una corona de espinas como “rey de los
tripartitos”.
Sorprende, que pese a lo anecdótico del incidente, la Iglesia patria lanzara
envenenadas soflamas contra los virreyes catalanes, puesto que en la imagen no
se aprecia ninguna iniquidad de los políticos para con la corona de espinas,
cuando, muy al contrario, la religión romana coloca cientos y miles de ellas
en las almas y los genitales de aquellos que no comparten la errónea visión
de la sexualidad que nos quieren imponer.
Y es que, como afirmaba el malogrado maestro Vázquez Montalbán, siempre que
en este país gobierna alguien incómodo para los púlpitos, los españoles
acabamos a tiros, y ellos, paseándose bajo palio.
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