Alameda, 5. 2º Izda. Madrid 28014 Teléfono: 91 420 13 88 Fax: 91 420 20 04 Correo
No consiento que se hable mal de Franco en mi presencia. Juan Carlos «El Rey»
Federalismo
y Laicidad
Eduardo
Calvo *
UCR,
Septiembre de 2005
¿Será
posible una Republica en España? ¿Será posible que los españoles se den
una Organización política libre, estable, pacífica y duradera? ¿Será
posible que los españoles se otorguen ellos mismos como seres individuales
o Ente colectivo un sistema político democrático consolidado? ¿Será
posible que los españoles algún día dejen de esperar a un Mesías que les
libere de sus problemas? ¿Será posible que los españoles rechacen a los
Mesías? Ardua Labor.
Todo será
posible, si la voluntad de una amplia mayoría de la sociedad española así
lo desea y decide. Pero el problema con que nos encontramos es que esa mayoría
no existe, y no existe ya, porque nos hayamos inmersos en una situación que
claramente lo evidencia; durante décadas; muchas décadas; bastantes más
de las deseadas a los españoles muy pocas personas les han explicado que es
una República. Desde UCR lo estamos haciendo en el único sentido
que nos pueda conducir a la consecución de esa necesaria mayoría social
republicana que pueda y quiera proclamar la III República Española. La que
pretendemos en UCR es la República federal y laica y en ello vamos a
poner todo nuestro empeño. Pero esta pretensión que en UCR es mucho
más que un deseo, nos va llevar a tener que hacerlo con una claridad tan
meridiana, que nos va a conducir a creamos enemigos, no solamente en el
campo monárquico católico, también en el sector de los que se denominan
republicanos; sí, el de esos que llevan décadas sin conseguir conciencias
republicanas porque ellos mismos no la tienen, porque no saben lo que es una
República. Dicen ser anti franquistas, ateos, cristianos, agnósticos, ácratas,
laicos, azañistas, socialistas, comunistas, anarquistas, federalistas,
unitarios, liberales y un largo etc. Los hay hasta que dicen ser de
izquierdas sin saber que lo que verdaderamente son es de derechas. Con estas
filiaciones ciertamente válidas en una República van por el mundo
propagando su republicanismo, pero a su manera cada uno por su lado
pretendiendo por separado una República a su medida. Cada palo que aguante
su vela.
En UCR
todas las filiaciones mencionadas anteriormente nos parecen tan dignas
que las vemos a todas sin exclusión como ideales sublimes para la
democracia y la República en si misma. Hemos hecho algún escarceo para
tratar de cohesionar, no las ideas, a los individuos supuestamente
portadores de ellas; hemos desistido después de algunas conversaciones
porque con la muestra de dos o tres personajes autodenominados republicanos
ha sido suficiente. Viendo la analítica de los mencionados no nos ha
gustado nada la orina de los enfermos, no sabemos si tienen cáncer o un
tumor benigno pero si sabemos que están muy malitos, quedándonos al
respecto una pequeña esperanza en sus recuperaciones si ellos solos ponen
algo de su parte. Si se tienen que operar que se operen, pero lo van a tener
que hacer voluntariamente si se quieren apuntar como músicos a la gran
orquesta sinfónica que deben ser los redactores del proyecto de Constitución
republicana; pero ojo, en una orquesta sinfónica donde cada músico toque
su instrumento armoniosamente cuando la partitura se lo indique. Lo que no
es posible, es que todos los músicos quieran ser solistas y cuando no
directores de la orquesta. El proyecto de Constitución republicana, tiene
que ser comparándolo con la música, el arte de bien combinar los sonidos
con el tiempo; los sonidos los producen los instrumentos por medio de su
ejecutores y los tiempos los marca el director de acuerdo con la partitura.
Músicos sí hay lo que no hay es director y hasta que este no aparezca la
orquesta tiene que tocar y salirle una sinfonía impecable. El director
aparecerá cuando escuche a la orquesta y esta suene como deben sonar los
buenos grupos musicales; armoniosamente. Todos los que estén fuera de la
orquesta armoniosa que deben ser los redactores del proyecto de Constitución
republicana, estarán haciendo ruidos inconexos en
una charanga pueblerina, una murga de carnaval, una rondalla de parroquia o
en una tuna en las que la mayoría de sus componentes, solo sabe tocar de oído.
Si lo primero, entonaremos el Aleluya. Si lo segundo, lo que sonará será
Paquito el Chocolatero. Hay que elegir queridos amigos.
Nosotros
desde UCR vamos a seguir llamando a la puerta de los que se dicen
republicanos con nuestra propuesta republicana y la mano tendida para
aquellos que la quieran analizar y discutir, siempre que los que lo deseen
hacer nos presenten la suya. Si se diera el caso de tener que analizar
dichas propuestas, la nuestra y las ajenas, los nombres de las personas que
tengan que hacerlo a nosotros nos tiene sin cuidado, lo que si exigimos es
que estén cualificadas para hablar de política, pero de política
republicana de futuro, concretamente de la III República española, federal
y laica. Consideraremos que si no se nos ofrece alguna propuesta republicana
por parte de los llamados republicanos será porque no la tienen.
República
Federal.
Nuestra
propuesta republicana está perfectamente explicitada en el documento que
les adjuntamos. Lo relacionado con el federalismo y la laicidad lo vamos
hacer en el presente documento significándoles claramente que lo hacemos
también a manera de propuesta.
Glosario
Reverendo
Abad Mitrado de Montserrat, Dom A. M. Escarré:
(... )Es
diu que els catalans són separatistes. Una gran mayoría deIs catalans no són
separatistes. Catalunya és una nació entre les nacionalitats espanyoles.
Nosaltres tenim un dret com qualsevol altra minoria, a la nostra cultura, a
la nostra historia, als nostres costums, els quals tenen personalitat própia
al si d'Espanya. Nosaltres som espanyols, i no pas castellans.
Don
Miguel de Unamuno:
(.
.. )España es una nación de naciones, una renación. Si no estuviera tan
desacreditada la palabra diríamos que un imperio. Conformémonos con
llamarla una República o una Federación.
Proudhon
y Pí y Margall:
(...)Hay,
señores, en el mundo, dos principios que se contradicen mutuamente, que están
en perpetua lucha y, precisamente por estarlo, engendran el movimiento político.
Estos dos principios son la autoridad y la libertad. La monarquía ha sido
la más viva encarnación del principio de autoridad. Y en las monarquías,
la natural tendencia de la autoridad a absorber todas las funciones del
cuerpo social, va socavando y destruyendo, ya la autonomía de la provincia,
ya la del municipio, ya la del ciudadano, hasta dejar en lo posible la
libertad anulada y la autoridad omnipotente.,
(. .
.)La República federal, en los estados unitarios, ya constituidos y
centralizados, supone rehacer el proceso histórico y reformar la estructura
interna de la comunidad política, restaurando la libertad y la autonomía
de sus elementos: hombres, ciudades, comarcas y países o naciones. La
federación sin autonomía es el unitarismo. La autonomía sin federación
es el secesionismo.
Don
Joaquín Costa:
(..
. )España no es una unidad homogénea ni menos abstracta, sino diferenciada
en miembros que son unidades vivas a su vez. Y cuando queremos dar realidad
legal a esos miembros en que está diferenciada la vida española, se nos
dice: vais a desmembrar la patria. Yo contesto que desmembrar la patria es
cercenar sus miembros. Si hacéis un Estado tan absoluto que todo es tronco,
desprovisto de miembros, entonces habréis desmembrado la patria; pero si
hacéis un Estado libre en cuyo tronco robusto se enlacen armónicamente,
con vida y movimiento propios, esos órganos y miembros que constituyen la
comunidad española, y que son sus regiones, entonces lo que habréis hecho
será enmembrar el Estado y remembrar la patria.
Don
Fernando Valera Aparicio (.)
(... )No
nos engañemos: autonomía es self- govemment, capacidad de gobernarse a si
misma. Nomos significa en griego más bien norma o ley que autoridad. El que
no puede darse la ley, en la esfera de su propia competencia, no es autónomo,
ni libre, sino súbdito.
(.
. . )La federación, lo repito, no es el mero proceso histórico de
integración de las pequeñas comarcas para formar dilatados imperios,
reinos o repúblicas; no es un fenómeno de devenir, en el tiempo, de lo
vario a lo simple; sino una nueva forma de coexistencia con arreglo a la
cual las distintas esferas de acción de los elementos federados se ínter
penetran sin anularse, se agrupan sin destruirse, se afirman como un todo
sin que se nieguen como partes. La federación tal como la expuso Don
Eduardo Benot, no es una cosa del pasado, sino una proyección hacia el
porvenir; es la rectificación del proceso político que, partiendo del
principio de autoridad en que se fundó la monarquía, se orienta hacia el
ideal de libertad, que es a la vez método y meta del federalismo.
(. ..
)Pero es que además del plebiscito de la sangre hay el plebiscito de los
votos. Mucha gente olvida, cuando hablan con injustificado menosprecio del
sistema de Estatutos regionales, que la gestación y promulgación de los
mismos constituyó un plebiscito en que los pueblos catalán y vasco, únicos
que tuvieron la ocasión de hacerlo, se autodeterminaron, y que ese
plebiscito expresó la casi unánime voluntad de los pueblos autónomos de
seguir enmenbrados a España, bajo el amparo y mediante el acatamiento de la
Constitución de la República.
(...)Tengo a la vista el texto del Estatuto de Autonomía de Cataluña cuyo artículo 1° dice: Catalunya es connstitueix en regió autónoma dintre de l’Estat espanyol de conformitat amb la Constitución de la República i el present Estatut. He ahí la última voluntad expresa de la nación catalana. Los que hablen de independencia en el sentido secesionista de la palabra, podrán manifestar una opinión personal, pero evidentemente no tienen derecho a asumir la representación del pueblo soberano de Cataluña. Este se ha autodeterminado en el plebiscito de las urnas, y en el de la sangre, y en ambos afinnó su voluntad de constituirse como país autónomo sí, pero dentro del Estado español y de conformidad con la ley republicana.
(. . . )La idea federal, no se funda sólo en la tradición, sino en la realidad presente y en la tensión creadora hacia el futuro de los países o pueblos que aspiran a la autonomía. Bien está que nos ocupemos de estudiar las libertades, fueros y estructuras sociales de nuestros pueblos en épocas pretéritas; pero mi federalismo no es arqueológico ni tradicionalista, sino viviente, y no se funda en lo que Castilla, Cataluña o Aragón fueron en la Edad Media que pasó para no volver sino en lo que cada pueblo es hoy, en la conciencia viva que posea de su personalidad política y en el vigor con que la proyecte hacia la forja de su porvenir.
(...)¡La disolución de la patria! ¿Son, pues, tan débiles los lazos que nos unen que baste a romperlos o desatarlos un simple cambio de base en la organización del Estado? Si las naciones no tuviesen otra fuerza de cohesión que la política, después de los graves sacudimientos porque han pasado en lo que va del siglo, estarían ya todas deshechas. Resisten y viven porque las sujetan vínculos cien veces más fuertes: la comunidad de historia y de sentimientos, las relaciones civiles y los interese económicos. Por fortuna para todos, la política apenas hace más que agitar la superficie de las sociedades. Si la agitación llegase al fondo, ¿qué no sería de los pueblos?
(.. . )Otra objeción, igualmente inane, que se opone a la idea de la República federal es la de la mayor eficacia del gobierno unitario y centralizado. Si el principio fuera cierto, habría que volver a la monarquía absoluta y electiva, que -esto y no otra cosa son en la práctica las republicas en que todos los poderes se concentran en una sola persona, sin estar debidamente equilibrados y compénsados por otras instituciones. Si creyera yo que la más excelente cualidad de un gobierno es su estabilidad y continuidad, entonces optaría por la monarquía absoluta y hereditaria, aunque no ignore la sentencia de Rousseau según la cual el destino de los pueblos que la padecen es llegar a ser gobernados un día por niños, por monstruos o por imbeciles. La historia de España nos brinda una triste confirmación del tríptico rousseauniano, a veces concentrado en la persona de un mismo Rey. Con los gobiernos acaece lo que el Arcipreste de Hita decía en elogio de las mujeres pequeñas: que siendo necesariamente la mujer un pecado la más chica es la mejor.
(. . . )Son evidentes los plebiscitos de sangre acaecidos en España durante la guerra de independencia cuyo exponente máximo fueron las Juntas municipales en un Estado disuelto y con el Rey y su corte a merced de Napoleón en tierra extranjera. El ejemplo se repite sobretodo en 1936. Una vez más el Estado central se desmorona al producirse la guerra civil y la revolución social; una vez más, de la entraña popular, brotan espontáneamente los Comités y las Juntas que llenan a su manera el vacío producido por el derrumbamiento del Gobierno, y una vez más vemos a los comités de Levante enviando afanosos a Extremadura y Madrid víveres y soldados, y a las milicias de Cataluña precipitándose hacia Aragón, como si un infalible instinto de la historia les revelara la unidad de destino de todos los pueblos de España que juntos habrían de conquistar la libertad y el honor de todos, o juntos habrían de padecer un cuarto de siglo (1962) de vilipendio y tiranía.¿Cómo después de estos plebiscitos de sangre, puede nadie dudar de la vocación de los pueblos de España a constituir una comunidad política, cualesquiera que sean las reivindicaciones de cada uno de ellos para afirmar su propia personalidad histórica? Madariaga ha dicho que para poder darse a Europa, España necesita poseerse a sí misma; pues de igual manera, cada uno de los pueblos o naciones hispánicos quiere ser él mismo, para enmembrarse con plena dignidad en la renación española.
(..
. )Anticipo que yo no rindo culto a la fuerza ni padezco la superstición
del poder. Ya he dicho anteriormente que antepongo en el orden de mis
preferencias la libertad a la autoridad, el hombre y el pueblo al Estado, y
que no identifico sociedad y Estado. Un Estado fuerte y rico puede medrar
sobre un pueblo miserable, hambriento y esclavizado. y a la inversa, un
Estado débil y modesto puede presidir los destinos de una sociedad libre,
rica y venturosa.
(...
)Las regiones no pueden hoy federarse de una manera espontánea, como
imaginaba Rousseau y sostenía Pí y Margall, con la misma soltura con que
pactan los hombres de negocios cuando han de constituir una sociedad
mercantil, por la sencilla razón de que están vitalmente federadas por la
historia. España no es sólo una realidad voluntaria y consciente, que
quiere seguir siendo una comunidad política por acuerdo expreso de las
regiones integrantes; no, España es, además, una realidad vital trabada
por los siglos de historia, por tradiciones seculares, por recíprocas
dependencias económicas, por afinidades del alma, que, al calor del
convivir, fueron creando un como espíritu colectivo de cuyas virtudes y
defectos todos los españoles por igual participamos. Los lazos que nos unen
son superiores a la voluntad disgregativa, si la hubiera, porque el alma
social de cada español está entrelazada por la vida y por la historia, aun
sin tener clara conciencia de ello, el ser colectivo que se llama España.
(..
. )Los particularismos, sean centrípetos, sean centrífugos, son atalayas
demasiado a ras de tierra para que permitan contemplar con amplias
perspectivas problemas que sólo pueden ser oteados desde las altas
almenaras de la fraternidad universal. Pero es que hay particularismo s y
particularidades, y el centrípeto o centralista, disfrazado impropiamente
de castellanismo, no es ciertamente el más apto cuando se trata de
interpretar y resolver el problema de la indiscutible diversidad e
ineluctable unidad de las nacionalidades ibéricas.
(.. .) A
su vez el particularismo centrífugo, que a veces se enmascara de
catalanismo, insiste solamente en el "hecho diferencial" de que
hablara Cambó, y es una desmesurada inclinación a contemplar las cosas de
España desde sus diferencias, desde su periferia, olvidando el "hecho
federal "que ha entrelazado a las diversas nacionalidades históricas
de la Península en una comunidad trabada por lazos indisolubles de ideales,
sentimientos e intereses.
(...)Somos
españoles libres y por eso pedimos una Cataluña, una Andalucía, una
Castilla, una Euskadi libres; Cataluña, Andalucía, Castilla, Euskadi y los
demás pueblos ibéricos, eso y no otra cosa es España. Haya mi juicio en
ese criterio un error mayúsculo de falta de perspectiva. España es algo más
que la mera suma de los pueblos ibéricos, de la misma suerte que el mosaico
es más que el simple amontonamiento de sus piedras, es una armonía y
distribución ordenada de ellas, por razón de la cual, del montón de
piedras, surge el arte maravilloso de su conjunto.
(... )He dicho que existe otra forma de particularismo centralista y absorbente que impropiamente se identifica al castellanismo, no menos desconocedor de la realidad española: es el particularismo de los que "aborrecen todo lo que ignoran", las variedades geográficas, históricas, tradicionales, económicas, idiomáticas y hasta religiosas de las regiones, nacionalidades o pueblos ibéricos. Es el particularismo de los que imaginan que no hay otro modo de ser español que el suyo, uniforme, egoísta, simple. Un solo idioma: -el suyo. Una sola religión: la suya, por lo general además absurdamente interpretada e insuficientemente conocida. Una sola ley: la de ellos. Es el particularismo absolutista, implacable y uniforme que expulsó a moros y judíos de la tierra espaftola, abrió entre Portugal y el resto de la Península el abismo de una incomprensión perdurable, provocó la pérdida de las provincias de ultramar y desmembraría definitivamente, si prevaleciera, los jirones que aún sobreviven de la gran España, a fuerza de querer amarrarlos al poste de su egoísta cerrilidad.
Es el egoísmo cerril e incomprensivo de los5eparadores. Porque hay separatistas y separadores. Unos que quieren que todos sean, a la fuerza, como ellos son: zoquetes, simples, autoritarios, y éstos, por intolerantes e incomprensivos, separan a los demás. Y hay otros que desean separarse de los que no les comprenden, cansados de intentar darse a conocer sin conseguirlo, tal vez porque no supieron presentarse a sí mismos como realmente son. Separadores y separatistas, por igual, desconocen la comunidad española; pero más peligrosos me parecen, por más cerrados y cerriles, los primeros.
Proclamar el carácter dogmático del centralismo unitario como única manera legítima de españolidad vale tanto como separar del corazón de España a quienes no por ser de otro modo dejan de poseer una naturaleza tan española como la nuestra. Así se ha llegado al absurdo de que ciertas minorías exaltadas de patriotas lleven la superstición nacionalista hasta el extremo de proclamar tabú el uso de la palabra España, porque se consideran conquistados y dominados por ella. Llamo superstición absurda, en primer lugar porque geográfica "e históricamente no existe otro vocablo que España o las Españas para designar el conjunto de pueblos que se extienden allende el Pirineo hasta la linde de los mares.
(. . . )Cada uno de nosotros, hombres o pueblos, no es toda la patria. Es preciso que nos acostumbremos a elevar el punto de mira más allá de los particularismos, si es que de veras queremos conocer, interpretar y enmembrar a España. Puede contemplársela desde el centro o desde la periferia; pero, para conocerla como ella es, hay que aprender a contemplarla también desde ella misma, que ni es toda centro ni toda periferia; sino ambas cosas, más el círculo dilatadísimo de civilización que trazó, al girar en los ámbitos de la historia humana, el radio espiritual que los ha unido. Hay que contemplar a España desde España misma.
(*)Don
Fernando Valera Aparicio, fue Diputado en las Cortes constituyentes de la II
República, Diputado en 1936, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro
de la II República española en el exilio en diferentes épocas.
Laicidad
El más grande obstáculo con que los republicanos españoles nos vamos a encontrar es sin ninguna duda la Iglesia católica apostólica y romana. Pero no debemos perder de vista al Islam al que el Gobierno del PSOE ha incluido en los presupuestos generales del Estado en lo referente a la enseñanza de dicha religión en la escuela pública. Tampoco es conveniente olvidar que las demás religiones se querrán apuntar al rebufo benefactor que los dineros públicos proporcionan.
Los
Partidos dinásticos españoles, no tienen más remedio que tragarse el sapo
de la religión, ya que respecto a ella y sus privilegios, firmaron un
cheque en blanco al aceptar la Constitución de 1978.
En este
sentido a la hora de redactar el proyecto de Constitución de la lII República
española no se debería actuar con cautela, se deberá ejercitar al
explicitarlo la condición laica del Estado republicano con una claridad tan
meridiana que no exista el mínimo atisbo de duda para la aplicación de la
misma.
La
laicidad es incuestionable en una sociedad republicana al encuadrarse en
esta todos los aspectos políticos, sociales y económicos de un Estado como
tal radicalmente democrático. La laicidad no puede ser parcelada, ella debe
ser aplicada en su totalidad sobre los mencionados campos de la sociedad
descritos sin ningún consentimiento porque en ello va su propia existencia,
la de la democracia y la de la misma República.
Metafóricamente
a la Iglesia católica apostólica y romana hay que compararla con una
bestia; con un rinoceronte; fiera tan grande, poderosa, furibunda e
inteligente que es imposible dominarla haciéndole cosquillas. Hay que caer
sobre el potente mastodonte cubriéndole en su totalidad con la gran red
democrática que significa la laicidad. Si se la deja un resquicio por el
que pueda zafarse, se revolverá contra la laicidad, la democracia y contra
la República misma.
No
se puede ser ni simple ni simplista dejando de reconocer que el asunto tiene
demasiadas implicaciones en la política y sociedad españolas. Pero hay que
reconocer, aceptar y asumir que ha llegado el momento de coger al toro por
los cuernos y empezar a trabajar para emancipar a los españoles del
vilipendio clerical. Las gazmoñerías en este terreno no sirven; los tibios
y timoratos tampoco.
En
primer término se debe alejar de nuestras mentes la vana pretensión de
afrontar el problema religioso, el más complejo y trascendente de todos los
de la humanidad. El tema sería tan extenso y profundo que resultaría
inacabable e inútil su simple consideración; sobre todo si de lo que
estamos hablando es de política. Los políticos de inclinación laica, en público,
jamás discuten de religión; hablan de política. La fe es solo una cuestión
de creyentes y de herejes.
¿Porqué separar la religión de la política; la Iglesia y el Estado? ¿Qué inconvenientes hay para oponerse a que aparezcan unidas ambas instituciones? Inagotable sería la relación de los prejuicios que la confusión de ambas esferas de actividad humana ha irrogado a la humanidad, a la fe y a las naciones. Para advertir el absurdo que entraña semejante unión basta reparar en la naturaleza misma del Estado y de la Iglesia.
El
Estado es una institución necesaria, porque al nacer el hombre se encuentra
necesariamente sujeto a una sociedad política, de la cual sólo puede
liberarse si se extraña de su patria, para someterse a otro Estado en
tierra extranjera. El hombre no puede eludir la sumisión al Estado como no
sea convirtiéndose a la vida eremita, lejos de todo contacto con la
sociedad humana. Por otra parte, el Estado es una institución temporal cuya
característica es el Poder, la soberanía, el imperio. Es obligatoria para
todos la voluntad del Estado, la ley, lo mismo si nos agrada que si nos
disgusta, bajo la coacción de las penas aflictivas que siguen a la
desobediencia. El Estado tiene, además del Poder, la fuerza material para
imponerlo, porque su autoridad es exterior.
La naturaleza de la Iglesia es -exactamente todo lo contrario. La Iglesia -es (debería ser) una sociedad de voluntad. No se nace obligatoriamente en ella, toda vez que para ingresar se necesita una condición previa: tener fe. Así como el Estado puede imponer la ley, porque la ley se refiere a relaciones externas entre los ciudadanos, la Iglesia no puede imponer el dogma, puesto que su aceptación depende de la luz inmaterial de la fe. Las armas propias de la Iglesia son (deberían ser) la palabra, el adoctrinamiento y la catequesis. Nada tan voluntario como la religión (dijo san Pablo).
La
laicidad vino a producirse para discernir los innumerables inconvenientes de
la unión de ambas esferas, naturalmente, incongruentes: la del imperio de
la ley externa entre los seres humanos y la de las creencias basadas en la
fe ciega en lo desconocido, en lo arcano; concretamente, en los dogmas.
Pero la laicidad aunque se inhibe, en el sentido religioso, de todo pensamiento dogmático nunca ha caído ni va a caer en el error de perseguir o querer desarraigar la religión del alma humana porque se lo impide su propia naturaleza igual que no acepta el error de imponer una religión a quien no la quiera aceptar.
Laicidad no quiere decir libertad de culto; laicidad no significa libertad religiosa. La laicidad permite el derecho a creer o no creer en Dios. Dentro de un Estado republicano laico la esfera pública está perfectamente diferenciada del ámbito privado. Ningún grupo, secta o confesión podrán ser favorecidos en ningún aspecto y menos económicamente por ninguna institución, Ayuntamiento, Estado federado o Estado federal Los pilares de la laicidad son la absoluta libertad de conciencia y la separación de de las Iglesias y el Estado.
La laicidadcomo pensamiento emancipador incide principalmente -en la Escuela de la cual tienen que salir los ciudadanos libres de todo pensamiento dogmático, ya religioso, ya político o económico. La Instrucción en una República democrática debe ser esencialmente pública, obligatoria, laica y a cargo del Tesoro Público.
y
se dice esencialmente pública porque en una sociedad democrática el Estado
no debería tener, por lo delicado del asunto, la exclusividad de la Instrucción.
Cualquiera persona o grupo puede establecer una escuela, pero ajustándose
estrictamente en lo referente a las cuestiones científicas y humanísticas
que marquen las leyes republicanas. Los títulos, licenciaturas, diplomas y
honores, siempre serán otorgados, previo examen oficial, por el Presidente de
la República en nombre del Pueblo. Ninguna escuela que esté fuera del
circuito de la Instrucción Pública, como particular, podrá ser
subvencionada por las Instituciones republicanas del Estado. Yendo más allá
en esta cuestión de la instrucción particular, se deberá explicitar con
toda nitidez en las leyes republicanas relativas a la Instrucción, ya sea pública
o privada, que ningún clérigo, monja o cualquier otro individuo, sobre todo
componente de la Iglesia católica apostólica romana, no están habilitados
para ejercer la labor de enseñantes porque voluntariamente han perdido la
condición de hombres y mujeres libres al haber ejercido de motu propio, los
tres Juramentos Canónicos de Pobreza, Obediencia y Castidad, incapacitándoles
éticamente para instruir a futuros ciudadanos españoles libres. Los hombres
y mujeres libres no quieren ser pobres; quieren y deben soñar; respetan las
leyes de su Estado porque ellos mismos se las han dado, y desean practicar el
amor carnal para gozar y mantener la especie humana. La III República española
debería admitir en este aspecto y sin más trabas la apostasía
exquisitamente contrastada.
Pero todo lo expuesto anteriormente no se puede conseguir con simples leyes apriorísticas. Para disfrutar de un Estado laico lo primero que hay que crear son conciencias laicas y estas sólo se pueden conseguir mayoritariamente hablando desde las escuelas laicas y después de por lo menos dos generaciones. Minoritariamente y como embrión de la laicidad en España, nos tendremos que valer con los laicos que ya existimos. Tendremos en primer término que promover la idea fuerte de que hay que fundar las Escuelas Normales de donde tendrán que salir los enseñantes laicos, no solo enseñantes de niños, también de funcionarios civiles, militares y policiales.
----
*
Eduardo Calvo es Vicepresidente de UCR