La laicidad como principio fundamental 

 

de libertad espiritual y de igualdad.

Henri Peña Ruiz

Introducción.

Unos hombres creen en Dios. Otros no. La libertad supone el carácter facultativo de la religión o del ateismo. Por eso se empleara aquí él termino genérico de " opción espiritual ", que no favorece una versión u otra de la espiritualidad. La igualdad supone la neutralidad confesional del Estado, y de las instituciones publicas, para que todos, creyentes y no creyentes, puedan ser tratados sin privilegio ni estigmatización. Así se alcanza la mayor justicia en el tratamiento de las diversas opciones espirituales. La separación del Estado y de toda iglesia no significa lucha contra la religión, sino simplemente, vocación a la universalidad, y a lo que es común a todos los hombres mas allá de sus diferencias. Las diferencias no resultan negadas, sino que pueden vivirse y asumirse libremente en la esfera privada, que se exprese esta al nivel individual o al nivel colectivo (la confusión entre dimensión colectiva y carácter jurídicamente publico es un sofisma, pues asimila lo que es común a ciertos hombres y lo que es de todos).
Libertad, igualdad, universalidad, y por fin autonomía de juicio de cada ciudadano, fundamentada en la instrucción laica : tales son los valores y principios esenciales de la laicidad. Así se contesta claramente a las preguntas básicas de la filosofía política. ¿Cómo unir a los diversos creyentes y a los ateos sin que ninguno sea favorecido ni despreciado por su opción espiritual? Y ¿qué consecuencia para el sistema escolar? Estas dos preguntas servirán de hilo conductor para recordar el sentido y el valor del ideal de laicidad, tratando de rechazar algunos malentendidos que enturbian su comprensión.
Antes de todo han de precisarse aquí cuestiones de terminología, pues las palabras no son inocentes. Se trata de saber si es preferible hablar de libertad religiosa o de libertad espiritual. ¿Cuál es el concepto más adecuado? El de libertad religiosa parece ambiguo. Diríamos mas bien libertad de tener o no una religión, y de expresar libremente esta opción espiritual. Pues la libertad no es en sí misma religiosa o atea: es facultad de elegir sin obligación una versión determinada de la espiritualidad. Por eso parece mas adecuado el concepto de libertad espiritual. Esta libertad espiritual forma parte de la esfera privada, o sea jurídicamente independiente y libre de toda intervención del poder temporal. Privado no se confunde con individual, ya que incluye la dimensión colectiva de asociaciones religiosas o filosóficas formadas por personas que eligen una misma opción espiritual. Entonces no se puede admitir el sofisma antilaico de los que reclaman un reconocimiento público, en el plano jurídico, de las religiones, con pretexto de su carácter colectivo.
La libertad consiste en la posibilidad de elegir las referencias espirituales, lo que implica disponer de ellas, y no de ser, en principio, totalmente condicionado por ellas. Desde este punto de vista, la escuela laica ha de diversificar las referencias al mismo tiempo que las estudia con distancia: no se trata entonces de destruir un ambiente espiritual familiar, sino de abrir el horizonte.

Principios: el ideal de laicidad.

Concebir un Estado laico, es fundamentar la ley sobre lo que es común a todos los hombres, o sea el interés común. El laos, en griego, es el pueblo en su unidad, sin privilegio de algunos sobre los demás. Lo que excluye toda dominación fundada en un credo impuesto a todos por parte de algunos. Se puede llamar clericalismo la tendencia a establecer un poder temporal, con dominación de la esfera publica, con pretexto de la dimensión colectiva de la religión. El " anticlericalismo " atribuido a la laicidad no permite definirla, pues sólo es una consecuencia negativa del principio positivo que constituye su esencia: unir a todos por lo que alza a cada uno: la libertad y la autonomía de juicio que la fortalece. Si un clero se opone concretamente a tal exigencia, el anticlericalismo sólo es la respuesta a tal oposición. En ningún caso se ha de confundir la laicidad con la hostilidad a la religión.
La laicidad es la devolución de la potencia pública a todos, sin distinción. Descansa en dos principios esenciales: libertad radical de conciencia, e igualdad desde todos los puntos de vista de los ciudadanos; jurídica, política, simbólica, y espiritual. La república laica es de todos, y no sólo de los creyentes o de los ateos. Por eso ha de ser confesionalmente neutral. Por eso también no se afirma en el mismo plano que las diversas opciones espirituales, pues permite fundamentar su coexistencia justa. Desde este aspecto, la laicidad trasciende las diversas opciones espirituales, recordando a los hombres que la humanidad es una, antes de especificarse en creencias. Así que es también un principio de fraternidad.
Se ha de notar que esta neutralidad no significa que el Estado laico está vacío de valores, pues descansa en una elección ético-filosófica de principios. Fundados en los derechos más universales del ser humano, libertad e igualdad, permiten una unión verdadera que no impide las diferencias, sino que organiza la convivencia fraternal de los hombres, capaces de vivirlas con distancia suficiente para no estar alienados por ellas. La laicidad pone de relieve lo que une a los hombres antes de valorar lo que los divide.
Este tipo de fundamentación ya no privilegia un particularismo, y por eso mismo permite que convivan en un cuadro jurídico común los particularismos, proporcionando un espacio de diálogo, pero también unos valores y un lenguaje comunes para inscribir todo debate en un ambiente y un horizonte de autentica intercomprensión. El peligro no es la expresión de las diferencias, sino la alineación a la diferencia, pues esta puede resultar un calabozo donde se olvida la humanidad de los demás.
Tampoco se puede reducir el Estado laico a un mero cuadro jurídico, pues ha de promover lo que fortalece en cada futuro ciudadano la libertad de conciencia. Esta no sólo es independencia hacia todo tipo de tutela, sino más radicalmente y positivamente es autonomía, o sea facultad de darse a sí mismo sus pensamientos y sus leyes, (recordemos el texto de Kant: "¿Qué son las luces?)". Tal facultad corresponde al nivel individual a la soberanía democrática del nivel colectivo.
La autonomía se construye en una escuela laica, lo que no significa antirreligiosa, pero, sencillamente, libre de todo grupo de presión(" lobby ") que sea religioso, ideológico o económico. Los fines de esta escuela, lo veremos, son de cultivar el gusto por la verdad y la justicia, y un racionalismo crítico irreductible a un cientifismo ciego al sentido. Lucidez hacia toda captación ideológica, usando de la sospecha critica, pero no relativismo ciego, que quita a los hombres los motivos de resistir o de admirar.
Laicidad no significa relativismo que con pretexto de tolerancia todo lo admite y lo considera igual. Entre el racismo y el reconocimiento de la dignidad igual de todos los pueblos, no hay tolerancia que valga: hay que escoger su campo. Lo que se ha llamado mas arriba por "elección ético-filosófica ". Se podría decir que la neutralidad del Estado laico al nivel de las opciones espirituales tiene como base esta elección.


República laïca y religiones.

La laicidad no es la hostilidad a la religión como opción espiritual particular, sino la afirmación de un Estado de carácter universal, en el que todos puedan reconocerse (en Francia, la alegoría de la republica, Marianne). Es incompatible con todo privilegio temporal o espiritual dado a una opción espiritual particular, que sea religiosa o atea. La polémica de los partidarios de un privilegio público de las religiones contra el laicismo descansa a menudo en la mala fe. Se refiere a la confusión entre hostilidad a la religión como postura espiritual y rechazo del clericalismo como voluntad de dominación temporal. Atribuye al ideal laico lo que no es de él. Este ideal es positivo, y no reactivo: cuida y pone de relieve lo que es común a todos los hombres, mas allá de sus diferencias. Y por esto conduce a rechazar el clericalismo, no la religión.
En Francia, marcada por las guerras de religión y una dominación clerical muy fuerte de una religión, la ley del año 1905 de separación del Estado y de las iglesias fue acogida como una verdadera libración, y un progreso autentico de la igualdad, tanto por las religiones dominadas como por los librepensadores. Algunos políticos que llevaron a cabo esta separación eran ellos mismos creyentes, pero no confundían la dominación temporal y la postura espiritual. Se ha de notar que en los países anglo-sajones, los católicos, dominados por los protestantes, son favorables a la laicidad y los protestantes no: situación inversa de los países bajo dominación católica, donde muchos protestantes están a favor de ella… Esta observación se puede meditar.
Finalmente, no es paradójico el hecho evidente de que es en los países laicos donde las religiones son las más libres, disfrutando a la vez de la igualdad de estatuto y de la libertad de desarrollo con la única condición que respeten, como lo han de hacer también las espiritualidades de inspiración atea, la neutralidad confesional de la esfera publica, garantía para que desempeñe su papel propio de cuidar el bien común, o sea lo que une a todos, y no sólo a algunos.

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