LAICIDAD, ideario del movimiento laico y progresista


FUNDACIÓN FRANCISCO FERRER

    1. Origen de la laicidad.

La laicidad es un movimiento a favor de la libertad del hombre. Nacida con la Ilustración y con el impulso de democratización y reforma de la sociedad originado por la Revolución Francesa, la laicidad no profesa ni una edad de oro del futuro, desde la que deba interpretarse y condenarse nuestro lastimoso presente, ni una edad áurea del pasado, de una época mejor respecto a la que el mundo de hoy sólo sería un oscuro y débil reflejo. La laicidad circunscribe su pretensión de libertad a cada presente concreto, aquí y ahora, e intenta impulsar su realización dentro de este presente. Y esto significa, en el plano político y social, la libertad personal de todos y cada uno de los ciudadanos, en tanto que libertad convertida en realidad material.

    2. ¿Qué es la laicidad?

Hoy, si uno se identifica como partidario de la laicidad es posible sea tachado negativamente, de anticlerical, o, peor, de antirreligioso. Es necesario precisar que laicidad no es sinónimo de negación de religión, desde el punto de vista de la libertad de cada individuo para creer en cualquier religión o ideología. La laicidad defiende apasionadamente la libertad de pensamiento y de conciencia. De hecho, destacados laicistas, como Voltaire, han sido teístas. Las acusaciones y denuncias de personalidades eclesiásticas durante los dos últimos siglos, identificando laicidad con supresión de la libertad religiosa, no se sostienen si se considera que el movimiento laico ha impulsado programas de reconocimiento de la libertad de culto o de la afirmación de la libertad de elección en leyes que regulan situaciones de conciencia. En todos aquellos momentos históricos en que las instituciones eclesiásticas han intentado imponer socialmente su concepción del mundo, han existido voces de protesta que han defendido el libre albedrío del hombre. La creencia en el dogma o la autoridad, en un concepto paternalista y jerárquico de las relaciones humanas y sociales, o el hecho de postular la existencia de una verdad absoluta por revelada, son irreconciliables con los valores seculares que se identifican con la idea de libertad individual.

    3. La laicidad es un método.

En la medida que quiere indicar vías para pensar y opinar de una forma más libre es una actitud, en la medida que reflexiona sobre los recursos y las condiciones que hacen posible la libertad política, civil y social de cada individuo es, en fin, un estado de opinión por el hecho de pretender que existen formas de organización social y política que están racionalmente más fundadas que otras para conseguir el desarrollo de esa libertad. En el mundo contemporáneo, la laicidad continúa ayudando a vertebrar una cultura antiautoritaria y de solidaridad, y replanteando constantemente alternativas para contribuir a la libertad y a la capacidad de decisión y elección de los individuos en cualquier sociedad. A diferencia de otras orientaciones del pensamiento social y político, la laicidad, mediante el libre examen, se cuestiona, también, sus propios puntos de vista y sus conclusiones. La laicidad como praxis se mantiene, gracias al debate pluriforme, en un campo de tensiones permanentemente renovadas, de progresos revolucionarios y de retrocesos escépticos, de adelantos y de equivocaciones, de contradicción entre el conocimiento y el ideal. Lo que distingue a la laicidad como movimiento a favor de la libertad es creer que el progreso y la emancipación del hombre no se derivan automáticamente de ningún credo, sino de la creación de un espacio público, común para todo el mundo, en el cual desaparezcan los lazos coactivos, la enajenación y la ignorancia; un espacio público desde donde "florezcan mil flores" y "compitan ente sí mil escuelas".

    4. Libre examen.

En este contexto se afirma una primera dimensión de la laicidad entendida como método, es decir, como un sistema de indagación sobre el mundo a fin de permitir la solución de los problemas y hacer avanzar el conocimiento humano. El método laico se basa en una profunda desconfianza ante toda interpretación de la existencia personal y de la convivencia humana que pretenda imponerse a los individuos y a las sociedades en nombre de una ideología política unitaria o de una determinada creencia religiosa o filosófica. Y su punto de partida es el libre examen, aquella actitud personal que se traduce en una disciplina de vida y de acción que se orienta a cuestionar cualquier saber establecido y cualquier doctrina o idea que quieran restringir o prohibir la libertad de elegir, de vivir, de hacer o de pensar de acuerdo con las propias convicciones. El libre examen implica la asunción de la duda y la posibilidad de error como consubstanciales al pensamiento del hombre crítico y la razón contra todas las visiones unívocas de la realidad humana y social. Reivindica el derecho para todo individuo de cuestionarlo todo, en cualquier momento, comprendidos él mismo y su entorno. El libre examen es, en este contexto, un método para la libre búsqueda de verdades relativas, mediante la aproximación crítica a la realidad, el diálogo y la discusión, y un método para la afirmación de la libertad de pensamiento, de conciencia y de opinión, que hace posible la comprensión entre las diferentes búsquedas individuales.

    5. Conceptos básicos de la laicidad.

Los conceptos clave a través de los cuales se articula el pensamiento laico son: el libre examen, la tolerancia, los derechos humanos, la ciudadanía, la crítica del poder y el desarrollo social y cultural. Su elección no depende de ningún dogma, sino que forman parte de una red de nociones y criterios surgida a partir del propio nacimiento de la laicidad en los siglos XVII y XVIII, la discusión sobre los cuales se han ido extendiendo y completando hasta hoy. Estos conceptos no son un corpus perfectamente organizado, están sometidos a diferencias de criterio y opinión, no tienen la pretensión de encontrar ningún sentido último a la existencia humana y, por su naturaleza, no pertenecen al universo de aquello que es científicamente demostrable. No obstante, forman parte del intento de encontrar un marco de convivencia y referencia aceptable para la mayoría de seres humanos, que esté basado en la argumentación racional y en la aceptación de la necesidad que tiene el hombre de autogobernar su propia vida. Y parecería innegable que el debate y el diálogo sobre los mismos ha contribuido a modificar positivamente las relaciones sociales e interpersonales de aquellas sociedades en las que se ha primado la discusión sobre tales conceptos y no se ha querido fundamentar la convivencia en imposiciones o en tiranías.

    6. Antidogmatismo.

El movimiento laico no se dirige contra las convicciones individuales, sino contra aquellas instituciones y movimientos que, allí donde ejercen su poder, son una amenaza para el debate, la crítica libre y la propia condición humana. Esta actitud intolerante es lo que uno llama clericalismo. El clericalismo es la apropiación exclusiva y organizada de una parte del saber o del poder de la colectividad para el provecho de una minoría. No sólo hay clericalismo en el renacimiento del fundamentalismo religioso en los últimos años, en el ascenso del Opus Dei, de las sectas protestantes ultra conservadoras norteamericanas o del islamismo radical. Hay clericalismo también en los que defienden la razón de Estado como única motivación política legítima, que sólo entienden los que ejercen el poder; en los que promueven actitudes intolerantes contra los derechos y libertades de los que son diferentes o no piensan como ellos; en las ideologías que impulsan recetas autoritarias para solucionar los conflictos; en los que se erigen como salvadores de pueblos o de naciones, o en los poderes que hacen peligrar la salvaguarda de la dignidad humana en todo el mundo. La tecnocracia es el poder de la técnica en manos de unos pocos privilegiados, que provoca la falta de control democrático sobre las decisiones. Los ciudadanos dejan en manos de "expertos" estas decisiones, cuando se sabe que fuentes de energía (centrales nucleares) y del control de las tecnologías punta, cada vez más presentes en la vida cotidiana, es un peligro y una amenaza permanente para el libre albedrío de la persona. Los medios de comunicación, la propiedad de los cuales se sitúa cada vez en menos manos, y el difícil acceso del ciudadano a las fuentes de información (mientras es invadido por un alud indescifrable de información), nos hace más vulnerables y menos libres. Detrás de cada situación individual de falta de libertad está la institución o el grupo que ha querido justificar por razones ideológicas, tecnológicas o paracientíficas esta carencia. Son las instituciones y grupos que quisieran que la sociedad se articulara a su alrededor. Bajo la capa de cualquier razón superior a la voluntad individual, se esconden intereses políticos, sociales y económicos que sólo se pueden mantener mediante la coerción o la manipulación.

    7. Relativismo.

Una de las características iniciales de la laicidad es su relativismo: no existe ninguna verdad absoluta, revelada o definitiva. Este relativismo de la laicidad no se debe de confundir con el individualismo, por el cual el relativismo se asocia con la ausencia de cualquier concepción ética o moral de la naturaleza del hombre. Este último postula implícitamente que el conocimiento se basa siempre en la experiencia subjetiva y que, por tanto, no hay acumulación de conocimiento en la medida que su subjetividad lo hace incomunicable; es posible, así, que las tesis más contradictorias sean a la vez ciertas porque no existe posibilidad de contrastación externa. El subjetivismo extremo contemporáneo tiene, por tanto, una fuerte carga antiteórica y antidiscursiva. El relativismo propio de la laicidad se limita a considerar que las verdades son provisionales, en la medida que su validación o contrastación depende de las condiciones o circunstancias en que son formuladas. En este sentido, tal relativismo postula que es posible llegar a una convención sobre estas verdades provisionales, basada en el sentido común y la argumentación racional. El progreso del conocimiento humano depende de la crítica y la discusión de estas verdades provisionales, basada en el sentido común y la argumentación racional. El progreso del conocimiento humano depende de la crítica y la discusión de estas verdades anteriores; y se puede decir, así que el relativismo de la laicidad combinaría una actitud antidogmática, para no aceptar que ningún conocimiento o verdad represente una realidad absoluta, y una actitud optimista y racionalista, al creer que la calidad y cantidad de conocimiento, y de verdades provisionales aumenta gracias a la aplicación de metodologías del saber cada vez más complejas. En otras palabras, se progresa gracias a la expresión y desarrollo del pensamiento independiente, libre de la imposición doctrina, de la manipulación y de la autoridad externa.

    8. Tolerancia.

La afirmación del libre examen y el libre pensamiento trascienden el nivel de la autorreferencia personal al traducirse socialmente en tolerancia, es decir, en reconocimiento de la diversidad y pluralidad de opiniones e ideas entre los hombres, y en respeto a esta diversidad y pluralidad; y en competencia, es decir, en pugna y debate abierto y libre entre esta diversidad y pluralidad de opiniones e ideas. Con dos premisas restrictivas: intolerancia contra la intolerancia de principio, a fin de impedir que se establezca una contradicción entre tolerancia y libertad, y rechazo a todo enfrentamiento que se fundamente en pretendidas verdades de validez universal, porque haría inviable la función específica de la competencia, a saber, la posibilidad de admitir que las propias convicciones pueden ser erróneas y de resolver el conflicto entre verdades relativas contrapuestas mediante un acuerdo que permita someterlas a contraste.

    9. Tolerancia versus neutralidad.

Es necesario subrayar que la contradicción entre tolerancia y libertad debe resolverse siempre a favor de la segunda. No se puede confundir tolerancia con neutralidad benevolente: la tolerancia, como demuestran las experiencias históricas del nacismo y del fascismo, no debe ser manipulada por aquellos que quieren suprimir la libertad y, en este sentido, no todas las formas de pensar e ideologías son iguales, ya que una forma de pensar o ideología que tenga entre sus premisas la supresión de la opinión o de la acción de los que no la comparten queda excluida de la relación de tolerancia, de acuerdo con el criterio lógico de que la aplicación de tal ideología significaría la propia supresión de la tolerancia. La tolerancia está asociada al relativismo como una de las condiciones, en el plano social, que permiten la resolución racional y no violenta de los conflictos entre criterios divergentes y, por tanto, el ejercicio de la libertad individual, y está subordinada al criterio de continuidad de las reglas democráticas.

    10. Pluralismo.

Es necesario subrayar, también, que la aproximación laica a la competencia no tiene nada que ver con el concepto de competencia en uso en las sociedades industriales occidentales, donde competencia se identifica con la voluntad de establecer una división social entre mejores y peores, sino con la necesidad de que la pluralidad y la diversidad no sean un impedimento para conseguir un cierto grado de cohesión social y comunitaria. La aproximación laica a la competencia se basa, precisamente, en razones que se entienden como positivas: primero, que los individuos y los grupos de cualquier sociedad tienen intereses y opiniones que muchas veces están en conflicto; segundo, que la existencia de un orden social que no degenere en tiranía, individual o de grupo, depende de la capacidad de cooperación y de establecer acuerdos; y tercero, que estos acuerdos deben ser contrastables, es decir, deben basarse en criterios racionales, de acuerdo con algún principio, como podría ser por ejemplo, el del bien común o el de la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas.

    11. Espíritu de rebelión.

No obstante, en esta discusión posiblemente lo relevante sea retener que aunque la tolerancia está más o menos garantizada en el orden constitucional de nuestras sociedades, ello no constituye un obstáculo suficiente para la manipulación de la "tolerancia" desde aquellas instituciones y grupos de presión que queden marcar límites en lo que se refiere a los efectos de esta tolerancia según a quién cobije. En esta dirección, el ideal laico de tolerancia se parece más al que Marcusse ha llamando provocativamente "tolerancia liberadora", es decir, aquel tipo de tolerancia que está al servicio del progreso político y social mediante la rebelión permanentemente contra todas las formas de opresión y explotación del hombre, que no a la "tolerancia" bienpensante de aquellas instituciones y grupos que, a causa de la secularización resultante de los cambios sociales y culturales de los últimos doscientos años, se han visto obligados a reconocer una cierta autonomía social y civil a los ciudadanos.

    12. El derecho a la diferencia.

Es la reflexión sobre la tolerancia como instrumento liberador lo que conduce a considerar la diferencia, es decir, las diversas formas de concebir los valores sociales, las relaciones personales o comunitarias, o las alternativas deseables, como una de las partes esenciales de la laicidad como método. La diferencia es enriquecedora en la medida que nos permite acumular, comparar y seleccionar información en cualquier proceso social de toma de decisiones, y es un derecho inalienable en la medida que es el que hace distinguir a un individuo o a un grupo de otro y es, además, característico de la sociedad. Ante aquellas concepciones que tienen la pretensión de uniformar las conductas individuales y sociales, la laicidad se consolida en su convicción de que la diversidad humana forma parte de la necesaria multiplicidad de opiniones y criterios que contribuyen al saber colectivo.

    13. Los nuevos retos de la libertad y del cambio social.

Este enfoque de la tolerancia, la competencia y la diferencia tiene importantes consecuencias prácticas. El compromiso del movimiento laico de actuar contra todas las formas de totalitarismo, contra el racismo y la xenofobia, contra el sexismo, contra el militarismo, o contra el fundamentalismo nacional o religioso, no es fruto de una determinada interpretación unilateral de la realidad o del mundo, sino que se deriva del propio método de la laicidad: todas las variantes de autoridad, imposición y opresión que limitan el espacio de la libertad individual e impiden la autorrealización personal son, en sí mismas, restricciones inaceptables de la capacidad humana de libre examen y libre pensamiento.

    14. Racionalismo.

Finalmente, la laicidad entendida como método enlaza con la corriente amplia que en la historia del pensamiento se ha convenido en llamar genéricamente como racionalismo. Desde la Ilustración hasta pensadores contemporáneos tan diversos como Horkheimer o Popper, el racionalismo se ha caracterizado por su rechazo a criterios de orden metafísico para interpretar la condición humana y la realidad social, y ha reivindicado la importancia de la facultad de razonar y de actuar según los resultados de la deliberación como única vía de conocimiento y de acción. Y, en muchos aspectos, se puede afirmar que el movimiento laico no ha sido históricamente otra cosa que el resultado, en el terreno de la acción política y social práctica, del conjunto de filosofías y teorías formuladas desde la perspectiva del racionalismo.

    15. Humanismo.

Pero la laicidad no se agota en su concepción como método, sino que adquiere su plena fisonomía política y social mediante el desarrollo de un cuerpo teórico sobre la libertad y los derechos de los que debe disponer cualquier ciudadano. Para el movimiento laico, la función primordial de la política y de la acción cívica es la salvaguarda de la dignidad humana y de la autodeterminación del individuo contra cualquier limitación o presión injusta de las instituciones políticas, sociales o económicas. El hombre no está al servicio del Estado, del derecho o de la economía, sino que son estas instituciones las que deben estar al servicio del hombre y de sus necesidades concretas. Por tanto, las instituciones son medios, no fines, y deben tener el único objetivo de facilitar el mantenimiento y despliegue de la personalidad humana en toda la plenitud de sus capacidades naturales. El reconocimiento y la ampliación sin excepciones de los derechos humanos es, para el movimiento laico, el requisito mínimo para esa "salvaguarda de la dignidad humana".

    16. Fundamentos de los derechos humanos.

Uno de los puntos más complejos en este sentido es el propio fundamento del concepto de derechos humanos y su traducción en aquellos derechos concretos que se pueden considerar como tales. En general, el movimiento laico tendió, durante el siglo XIX, a considerar los derechos humanos como derechos naturales y, por tanto, anteriores a la existencia de cualquier forma de organización política (lo que comportaba que el Estado podía y debía instrumentar su reconocimiento, hecho que fijaba un límite preestablecido a su soberanía) o, alternativamente, a considerar que se derivaban de un contrato, expresado en la constitución, que acotaba y definía los derechos humanos como determinación del contenido de la libertad individual en una sociedad democrática.

    17. Los derechos humanos.

Actualmente, la discusión sobre los derechos humanos en el ámbito del pensamiento racionalista y laico ha sufrido un notable avance: recogiendo conceptos de la filosofía moral de Kant, se tiende a derivar los derechos humanos de la idea de respeto a la acción humana y al autogobierno individual, según el cual los derechos no pueden ser considerados como los principios fundamentales de nuestro sistema moral, sino como las condiciones necesarias para el juicio y la acción moral. Cualquier individuo consideraría fácil ejercer de una manera responsable su capacidad de deliberación, de elección y de acción moral si, por ejemplo, su vida estuviera amenazada, sus opciones limitadas más allá de un cierto punto o sometidas a una presión irresistible, o si estuviera preocupado por necesidades materiales acuciantes. Los derechos humanos son una condición para la libertad individual de elección y de acción de acuerdo con las propias convicciones, capacidad y talento. Se puede decir que los derechos humanos, que corresponden a tal definición, se concretan en el derecho general a la vida, es decir, a no ser privado de ella; el derecho a la decisión personal, es decir, a no ser forzados a ejecutar la voluntad de otros individuos; el derecho a un buen trato, es decir, a no sufrir gratuitamente; el derecho a la satisfacción de las necesidades básicas, es decir, a la satisfacción de condiciones tales como la alimentación, la vivienda, la educación o la salud, sin las cuales los demás derechos están amenazados; y, en fin, el derecho a ser tratado con el mismo interés y respeto por un gobierno las medidas del cual estén justificadas. Así, es obvio que esta definición cubre y fundamenta racionalmente todos los derechos civiles, sociales, económicos y culturales de las modernas declaraciones de derechos, desde la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) proclamada por la Revolución Francesa hasta las actuales Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y los Pactos sobre Derechos Civiles y Políticos y sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) proclamados por las Naciones Unidas, que se reflejan en la actual Constitución Española (1978).

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