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V Jornadas Republicanas. De la II a la III República

Ponencia presentada en la V Jornada Republicana de Unidad Cívica por la República en el Ateneo de Madrid el 25 y 26 de Noviembre de 2006

Derechos Humanos, Federalismo, Laicismo

Pedro Santiesteban

Introducción:

 Cualquier intento de construir un imaginario colectivo como es el acto Republicano, debe contar en el futuro con el frontispicio central de los tres enunciados. Condensan los ejes de actuación de un “corpus civitas” conducente, por su cultura de ilustración, al encuentro de la “res publica”, necesario desde un punto de vista societal para superar, como imperativo de futuro, del actual magma indefinitorio resultante de la mal llamada transición política, “modélica” para el no pensamiento democrático instalado en los mecanismos de los fedatarios del régimen anterior y en buena parte del llamado centrismo o reformismo político, que repiten como bobalicones y hasta la saciedad palabras hueras de contenido pero altisonantes en la vaciedad del no “constructo” democrático con alteridad en la ciudadanía.

 Derechos humanos 

Partiendo de que los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad o solidaridad, referentes de la Ilustración y el aporte del tercer estado, tienen un valor subversivo en estos momentos, por el alejamiento entre enunciado democrático y práctica real, circunscrita al peso del mercado sobre las ideas, ahormando el desarrollo de la vida social, cultural, económica y política de una mayoría considerable de la humanidad, en el sentido negativo de la no participación en la toma de decisiones sobre los elementos que afectan al bienestar y a las relaciones humanas en la vida diaria de miles de millones de seres humanos.

 

No es ocioso recordar que para el impulso de ideas conducentes al restablecimiento de un modelo de desarrollo republicano en clave de democracia participativa superadora de lo actual, la segunda República tuvo la virtud, en su accionar social y democrático, de enmarcarlo en la cercanía del modelo europeo que, por su tradición en la construcción de ciudadanía como eje central del sujeto participativo, vehiculaba todos los conocimientos de la Ilustración, a la vez que recogía algunos elementos significativos de las luchas populares y obreras, como es el enunciado de que “...España se constituye en una República de trabajadores...” 

El antagonismo es evidente en el choque de ideas con la visión de Madison, uno de los padres de la Constitución americana, cuando malévolamente se pretende que nos acojamos al desarrollo de la llamada democracia más antigua. No debiéramos, a mi juicio, caer en ese error en la vía de una tercera República. Más bien desarrollar aún más, si cabe, el anterior proyecto constitucional republicano. El choque es significativo por su distanciamiento de los medios y fines: en uno, el hombre debe de ser continuamente reprendido porque significa el mal y debe de caer sobre sus espaldas el “Leviatán” Hobbesiano. El otro modelo es recoger, desde los hermanos Graco en la antigua Roma, todas las experiencias liberadoras del ser humano para, en una filosofía de “justnaturalismo positivo”, crear el hombre ilustrado no renunciando al proceso histórico de transformar la vida colectiva desde la participación en la res pública. 

No cabe duda de que donde se refleja la actitud comprometida de la libertad, y por ende del desarrollo democrático en su faceta más participativa, es en la tarea de creer e impulsar los derechos humanos. Diríamos que, sin ese compromiso, es ficticio hablar de sociedad y república, más allá de buenas intenciones demediadas por la acción de los poderes fácticos que, desde los años 80, han impulsado conscientemente la degradación universal de su existencia en un ritmo acelerado y frenético. El hoy es su retrato y paradigma, en la política de dominación capitalista salvaje de territorios y mercado sin límites en régimen de oligopolios universales, anulando por sí mismos el concepto del “laissez faire”. En esa cosmovisión aparece ya sin careta lo que el sociólogo D. Bonaventura dos Santos denomina “fascismo societal”, libre de ataduras en la existencia de un bloque antagónico, producto de la lucha de los trabajadores y fuerzas progresistas por la emancipación. 

Los derechos humanos, consecuencia, en primer lugar, de los utopistas en los albores de la edad moderna, reflejados en la carta de los derechos del ciudadano en  la Revolución Francesa, tienen un fuerte impulso después de la segunda Guerra Mundial, significando un importante avance para la humanidad, en el intento de  no crear las condiciones que llevaron a la situación más degradante en el marco de la modernidad consciente, a un conflicto universal larvado en un largo proceso de veinte años, en que el miedo de los sedicentes demócratas a los trabajadores organizados, les hizo transigir con la forma más degradante que el capitalismo puede vehicular socialmente. Hay dos hechos que conviene analizar serenamente: primero, que se pusieron algunas barreras para que la Unión Soviética no firmara el acuerdo final, y segundo, que en la actualidad se han despojado de la careta y ya ni hablar de derechos humanos, salvo para recordárselo a China. La existencia de lugares como Guantánamo echa por tierra cualquier intento de desarrollo de los mismos. 

Pero no hay mucho futuro progresista sin la observancia rigurosa, el respeto más profundo incondicionado de todos los derechos humanos. Es la frontera que define un compromiso ético, político de una democracia, de una República, con el goce felicitante de un desarrollo, sostenible económicamente, cultural, social y de no alienación humana, donde el mercado quede en situación de ser dirigido por la planificación democrática que se den a sí mismos los ciudadanos y ciudadanas, y no en la situación contraria que vivimos, donde la deformidad del pensamiento popperiano llevó a diseñar un mundo globalizado con 2.500 millones de seres humanos, frente a los estudios científicos y sociológicos que nos datan el que 8.000 millones de seres pueden vivir dignamente. A mi juicio, en esa disparidad de criterios radica la enorme diferencia de valores, en tanto que para unos significa volver al concepto de policía social en base a la amenaza terrorista, anulando el desarrollo de la libertad y de los derechos humanos, cuando otros consideramos justamente lo contrario, que su no impulso conlleva a la desesperanza y la miseria. La caridad no es un concepto liberador. Quizá lo importante hoy sea que el asumir este concepto por los sectores más progresistas, vuelva al ser natural de la utopía más la ilustración la permanente reivindicación que en ese marco pueda adquirir todo el compromiso de ciudadanía de cara al futuro. Los derechos humanos son una ruta abierta a un mundo mejor, los de la carta fundacional y los nuevos que se van incorporando, producto de nuevas inquietudes humanas en relación al medio ambiente, a un nuevo concepto de universalidad, etc. No existe posibilidad de derechos humanos si no hay igualdad hombre-mujer, eliminando los factores de posesión y competitividad que hacen ineficaces los desarrollos legislativos, sin cambios culturales profundos, en el camino de eliminar la siniestra acumulación de muerte y agresión psicológica que sufren las mujeres a manos de quienes calificarlos de compañeros sentimentales es un insulto a los sentimientos. 

Ante los datos que en estos días exponen las Naciones Unidas sobre acumulación de riquezas en pocas manos y la brecha de la pobreza aumentando día a día, con continentes como el africano alejados de expectativas de mejorar su situación, ante la creciente mortalidad infantil, de un 28 por mil, la muerte por infección de VIH sin posibilidad de acceso a medicamentos genéricos, no podemos quedarnos indiferentes y ser conscientes de que una aplicación universal de los derechos humanos acortaría los tiempos de sufrimiento en las largas previsiones de salida del actual status, en que las acciones mecánicas de mandatarios indiferentes permiten esta lacra ante los ojos indiferentes e insolidarios de los habitantes de este primer mundo, en que los crecimientos del racismo y la xenofobia alcanzan cotas preocupantes. 

Las posiciones coincidentes sobre el federalismo que mantienen una derecha histórica cerril  pero hipócrita y algunos partidos nacionalistas, con una visión antropológica del territorio, sin analizar los cruces culturales que en todas las nacionalidades y comunidades de nuestro país se han dado en los últimos doscientos años, acrecentados por las migraciones económicas de los setenta años más recientes, por el conflicto propio y el sobrevenido universal, hacen que un debate sereno sobre el federalismo, a la vez que urgente y necesario, se vea enfrentado a una distorsión interesada en su no resolución. 

¿Por qué expongo derecha cerril e hipócrita? Sólo explicitan la ruptura del suelo patrio por la acción de la autodeterminación, cuando aceptan y bendicen que los ejércitos se dirijan desde Bruselas, que la economía se dirija desde el FMI, a la par que los desarrollos culturales estén en manos de cuatro grandes grupos trasnacionales. ¿Dónde radica, pues, el mantener posiciones tan obscurantistas? A mi modo de ver, en la forma en que se inicia el periodo de modernidad en nuestro país, y con su personaje central: Isabel la Católica. Su acceso al poder es un claro ejemplo de golpismo: encierra a su sobrina la Beltraneja, al cardenal Mendoza le permite su vida disipada, haciendo tabla rasa de los avances que su hermano inició en las artes y en una incipiente industria, comienza una etapa de intolerancia y retroceso, que aún vivimos y que sólo logró cambiar fugazmente el interregno de dos Repúblicas. 

Nuestro país, que había conocido culturas avanzadas en el comercio, ciencia, agricultura y tolerancia, con una rica presencia en los reinos andalusíes formas ciudadanas que consideraríamos por su convivencia de integradoras y avanzadas, se encontró, al final trágico del Reino nazarí, en una larga noche de poder despótico, despilfarrador e incapaz de un mínimo progreso, si no era huyendo a la Nueva España. No es, pues, un modelo de centralismo jacobinista, sino la instalación de un sistema de beneficios en concesiones territoriales a los sectores que han sido el sustento de las campañas militares de la mal llamada reconquista. Sistema que se identifica por el mal uso de la agricultura en formas tan dispares como el minifundio esquilmador por el sobreuso de la tierra, teniendo como antagonismo las grandes extensiones improductivas para disfrute de la caza o de la herencia dejada por los árabes, cual son los toros. Este sistema necesita de un ejército con la visión de la coerción interna, así como de una administración clientelar permanentemente ociosa, y que genera una casta de inmovilismo por su incapacidad de un desarrollo armónico con la expansión territorial, debida a los descubrimientos de nuevas tierras. Este modelo ahoga en sangre el intento de las juntas o comuneros de Castilla, que supone acabar con el modelo de Estado impuesto desde el exterior, aún cuando mantenía pequeños reductos de autonomía, cual fue el modelo de Aragón, finiquitado tras acogerse Antonio Pérez a dicho modelo. 

Por eso no es admisible que los nacionalistas consideren a los republicanos indiferentes o jacobinos en su modelo de Estado. No es coincidente el modelo federal con la independencia, se aleja claramente de ese objetivo, pero sí es cierto que el federalismo progresista español, desde Pí y Margall, tenía un concepto más avanzado que el alemán o el norteamericano, aunque su desarrollo fuera incapaz, debido al escaso peso de la burguesía en romper el centralismo asfixiante. Más bien, el federalismo progresista bebía de las fuentes del abate Sieyes que, junto al tercer estado, son los perdedores claros  de la Revolución Francesa. Incluso diríamos que la facción más centralista del jacobinismo es la más derechista y que comparte modelo social con los partidos nacionalistas de derechas, dado que el sector intelectual encabezado por Robespierre y St. Just acaban siendo los aniquilados del proceso revolucionario. 

Federalismo.

 Hoy  en nuestro país es importante su desarrollo ante la ciudadanía por el devenir insolidario de los procesos autonómicos. El reformismo proveniente del pasado franquista intentó obviar las justas reivindicaciones de las nacionalidades históricas con el que se denominó “café para todos”. Hubiera sido otro el desarrollo en el caso de que la  ruptura democrática reorientara el proceso abierto a la muerte del dictador. Partiendo de recuperar todas las instituciones de la etapa Republicana en su contenido más avanzado, hasta situarlo en la comprensión de la ciudadanía más proclive a la absorción en el imaginario colectivo de lo que ha supuesto el posterior devenir autonómico de solape entre administraciones, rivalidades insolidarias de huero contenido, enfrentamientos ficticios que esconden intereses económicos, recuperación del concierto económico vasco, de claro contenido insolidario y derechista, y así un largo etcétera..., amén de un largo camino de irresolución terrorista, como en un teatro ensayado de amagar y no dar, cumpliendo a la perfección el papel de incidir sobre toda la ciudadanía el peso del reforzamiento del aparato del Estado en su función coercitiva neta.

 

Un nuevo contenido se abre para una solución federal, no ya en el marco del Estado, sino a nivel continental. Aquí es un problema de carácter eminentemente social y que afecta a los trabajadores, cual es la deslocalización de empresas. Su resolución solidaria traspasa las fronteras, para lo cual la respuesta debe de ser continental, y como tal liga con los ámbitos del desarrollo comunitario, en lo cual añadiríamos que el vaciamiento de propuestas sociales ha supuesto un serio frenazo a la constitución de un marco europeo avanzado y progresista que no podemos alejar en nuestra perspectiva de que sea un modelo federal continental con todas sus consecuencias, en la coherencia del sueño de algunos utopistas cargados de razón en nuestros días. Pero como el desarrollo federal es la unión libre y solidaria, necesita de una acción reflexiva y serena, de hondo calado en nuestra sociedad, no en el marco en crisis de un modelo llamado “monarquía constitucional”, que el engendro no da más de sí, y con el agravante de una crisis política y social enraizada en todo el proceso transitorio, explicitada en la alta abstención en las últimas elecciones catalanas. Huyendo del concepto denominado antropología territorial, vehículo de independencia, entraríamos en que federalismo y autodeterminación, bajo el prisma colectivo de los trabajadores, significa abanderar por éstos y por las fuerzas progresistas y republicanas, un marco de Estado Federal solidario, que autodetermina también al ciudadano en el plano de la colectividad por libre decisión, y que no es posible en el hoy monárquico. Sólo el acto de establecer en el imaginario colectivo una República con plena recuperación de la memoria histórica, puede ser el inicio de superar males endémicos, amén de acabar con lo que hoy es categoría de esperpento nacional. El centralismo asfixiante debe ser asaltado, pero no por nacionalismos entrópicos que no ven más allá del ombligo.

 Laicismo 

Una reflexión que hizo J.L. Pitarch en la fiesta del PCE, en su intervención sobre el laicismo y la República, ha estado presente en mi mente durante una largo tiempo. Por lo atinado de la misma, la reitero aquí, y es la siguiente: “debemos ser laicos hasta en la economía”. Qué razón tan poderosa en un país donde los sectores retrógrados ligados a un concepto religioso, han ocupado la centralidad del desarrollo social, jurídico y político durante más de cinco siglos. Es un hecho constatado que la deforme visión vehiculada por la Iglesia Católica al hecho de la Reconquista, ligándola a cuestión divina, ha tenido un peso decisivo en el tejido social, deformando su desarrollo e impidiendo que nuevos aires de un cierto progresismo y revolucionarismo burgués, aunque limitado al campo de económico, tuviese una presencia notable de contrapeso en el raquítico panorama que se abría en nuestro país, una vez expulsados los judíos y los moriscos. El odio extremo al antagónico, que fue la forma política del cardenal Cisneros, inundó todas las capas de la administración pública, suplantando incluso a los propios tribunales de derecho ordinario por el de la Inquisición. Lo cual creó una administración ineficaz y pesada, en la que tradición, conservadurismo y miedo fueron una constante que dificultó incluso a Carlos III en su proyecto de tímidas reformas, bastantes menos de lo que hagiógrafos interesados han publicitado, poniendo toda suerte de dificultades para que la Ilustración fuese una realidad en nuestro país. El peso asfixiante de la Religión Católica llega hasta nuestros días, donde tiene una etapa actual de energías renovadas en su cúpula y en sectores de clara definición preconstitucional, a la vez que una indiferencia ciudadana, que no entiende lo religioso, pero sí lo tradicional porque está ahí. 

Cualquier intento progresista o Republicano ha tropezado con el clima de intolerancia religiosa, incluso sectores revolucionarios exaltados tenían una base más cercana a la intransigencia de estas características o estaban fuertemente influenciados por ellas. Buena parte del fracaso Republicano se encontraba en dos parámetros de mediación social-religiosa.

 Dos elementos para situar mejor el debate sobre el laicismo: nuevas corrientes progresistas en la Iglesia, como Teología de la liberación, cristianos por el socialismo, comunidades de base, etc. El otro es el debate sobre multiculturalismo, presencia de otras culturas religiosas y corrientes migratorias portadoras de nuevos valores.

A la vez de impulsar el laicismo de forma irrenunciable, debemos observar el desarrollo de contradicciones en la Iglesia Católica. Pues, junto a una seria crisis en la presencia de nuevos adeptos en los seminarios y conventos, por un imparable proceso de secularización, existen corrientes progresistas que no sería justo abandonar en manos de la intransigencia de las cúpulas tipo Conferencia Episcopal, o más peligrosas aún, testigos de Jehová, episcopalianos, etc. Una labor ciudadana debe atraer hacia el respeto a las formas laicas y republicanas de dichos sectores, a la vez que discutir con ellos serenamente que su acción debe quedar circunscrita al ámbito en que, en libertad, los ciudadanos deseen participar en dichas prácticas, que son de carácter íntimo. 

Debe de ser un hecho corriente y común que los denominados prelados, arzobispos, obispos y demás, lo son a título de asamblea religiosa, no a nivel administrativo ni de ciudadanía, que deben guardar y respetar las leyes del común sin privilegios. 

Es obsceno e intolerable el peso de la Iglesia en el Estado actual, a más de degradante. Por la alegría que manifiestan en la nueva ley de aportación financiera del Estado parecen banqueros o aves de rapiña alejados de Dios. Una República futura debe mantener un exquisito respeto a las formas religiosas, a todas. Deberemos huir de declaraciones estentóreas y agresivas, por el bien ciudadano y republicano. El derecho a crítica se circunscribe a derecho de ciudadanía, no a formas de abstracción histórica, máxime cuando son ciudadanos más cercanos a nosotros los migrantes con diversas concepciones religiosas o filosóficas. 

La República laica debe ser garante del desarrollo laico, en el sentido de alejar prácticas de subvenciones, obispos castrenses, fuerzas del Ejército y orden público en actos y procesiones religiosas. El hecho de que un condenado sea indultado por un paso de Semana Santa y exhibido públicamente es inhumano y degradante, responde al concepto cultural de la inexistencia de un imaginario colectivo justo, honesto y trabajador. 

La presencia de obispos en contra de las relaciones íntimas, afectivas o sexuales, entre ciudadanos, da buena cuenta del fanatismo fundamentalista que se achaca a otras formas religiosas, pero pervive en las cercanas. No es tolerable la bendición religiosa de máquinas de muerte, es contraria a un espíritu de paz, a un concepto filosófico implícito en la acción republicana y, aún más allá, en la memoria humana condensada en Heráclito en el río de la vida - todo fluye, nada es -. 

La acción laica debe desmontar el discurso del fundamentalismo en la llamada desde el Pentágono guerra de civilizaciones. Huntington y otros halcones han diseñado un proyecto falaz de encubrir la acción terrorista del Estado-guía en el nebuloso choque de los fundamentalismos. El único fundamentalismo es la miseria creada por los sectores más poderosos económicamente en detrimento de continentes enteros en la mayor pobreza. Huir de este discurso para apoyar el de la alianza de civilizaciones, bien intencionado pero carente de realidad, porque los gobiernos se deslegitiman en su ausencia de alteridad con la ciudadanía. 

No podemos visionar una República sin el hecho laico sereno y profundo; la existencia del mismo es el garante del respeto hacia el individuo, hacia el colectivo, despojar de fantasmas pegados a las telarañas de la historia para que no sobrevuelen la ilustración positivista intentando que naufrague aquello que los ciudadanos se den a si mismos, su forma de convivencia de vida y de gobierno, trabajar sin descanso por un nuevo siglo de las luces que impida, bajo la acción republicana, que nuevos caudillos paseen en la cobertura de los palios su ensañamiento con la propia historia. El que Radio Nacional de España suspenda un programa científico matinal los domingos para oír la misa, ya define con claridad aquello que no deseamos en el futuro.

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