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Granada Digital 6 de Agosto de 2007
Más allá del debate que –voluntario o involuntario- ha desatado la revista
“ El Jueves”, es muy necesario que la cuestión monárquica se perfile como
un tema de la agenda política, o al menos, - y sé que no es igual -, como una
cuestión que ocupe espacio en el meollo mediático.
Para ello sería muy necesario que la Monarquía española dejara, durante algún
tiempo al menos, de ser protegida por la inmensa mayoría de los medios de
comunicación del Estado, haciendo las lógicas excepciones de los medios
nativos de los lugares en los que el Estado comienza a hacer aguas. De esa forma
podríamos, a modo de observatorio sociológico, comprobar cómo se desenvuelve
la institución real, sin los andamiajes sólidos de ese apoyo, en ocasiones
cursi y rosáceo. Sería entonces cuando comenzaríamos sosegadamente a elaborar
un debate sobre la necesidad de la continuidad de la Corona.
La Casa Borbón, en mi opinión, y por lo leído en los manuales y libros de
historia, no ha sido casi nunca un dechado de virtudes. Plagada de gobernantes
mediocres, esta Casa ha visto en dos ocasiones la puerta de salida para luego
volver por unas causas u por otras, España se levantó un día republicana en
abril de 1931 y una guerra ilegal y fraticida borró los sueños republicanos
para instaurar un régimen dictatorial. Ese régimen, es decir, su dueño y señor,
nombró al que sigue siendo el Jefe del Estado de un país democrático y lo
suficientemente maduro, tras casi 30 años de Constitución democrática y a
decir verdad la imagen actual de la Corona española, lejos de ser ya la
institución mediadora que le atribuyeron, hoy día no es más que pasto de
portadas de revistas del corazón, prensa sensacionalista y lectura favorita de
personas desocupadas o desinformadas, produciendo un vasto rechazo esa imagen a
mitad de camino de glamour y comedieta familiar que ofrecen cuando veranean o
esquían, algo que no casa demasiado bien con una España que naufraga ante una
inestabilidad económica con mucho contenido mileurista.
Estando ya como estamos en pleno siglo XXI, el debate más tarde o más temprano
tendrá que llegar, pero no ya provisto de un intercambio monarquía/república
sino como un debate basado en la razón y en la necesidad de que cualquier
ciudadano pueda tener la constancia y la seguridad de que la cosa pública es
cuestión de todos y todos en igualdad objetiva hemos de ser corresponsables de
la representatividad de las instituciones sin que existan privilegios por
motivos de cuna o de tradición. Es razonable comenzar a debatir sobre todo eso