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De un pro-falangista a un general de brigada: el Arzobispado de Pamplona es un buen ejemplo del compadreo de la Iglesia Católica con el militarismo

Martes.14 de agosto de 2007 1406 visitas - 2 comentario(s)
Kakitzat #TITRE

Mikel Arizaleta, traductor

Feldpfaffen

Con motivo del nombramiento del arzobispo castrense español Francisco Pérez como nuevo arzobispo de Iruñea y obispo de Tudela, el autor del artículo hace un repaso histórico de la actitud de la Iglesia frente a los ejércitos, a los que extendía rigurosamente la obligación de cumplir el quinto mandamiento y, por tanto, vetaba el acceso a los mismos a sus fieles. Ello, hasta que, con la adopción del Cristianismo por Constantino, los feldpfaffen sustituyeron a los pacifistas eclesiásticos. En esa larga tradición sitúa el autor el reciente nombramiento del arzobispo Francisco Pérez por parte del Papa Benedicto XVI.

No deja de ser curioso. El hoy Papa, Joseph Ratzinger, otrora inquisidor general de la Iglesia católica, acaba de nombrar a Francisco Pérez González, actual arzobispo castrense con rango de general en el Estado español, arzobispo de Iruñea y obispo de Tutera. Monseñor Pérez sucede en el cargo a Fernando Sebastián Aguilar, de 77 años, que presentó a Benedicto XVI su renuncia por razones de edad. ¡Y todavía hoy son muchos los que siguen considerando el cristianismo como una asociación de paz, de amor al prójimo, de amor al enemigo y de buena nueva! Y lo que en los tres primeros siglos de cristianismo era grave pecado en la Iglesia, que portaba excomunión y condena, hoy, en esa misma Iglesia, es título de dignidad y arzobispado ser general del Ejército y bendecir munición, guerra y soldados, y se considera más bien pecado ser insumiso y desertor.

La historia enseña que así comenzó, pero duró poco tiempo. En una orden de la Iglesia del siglo III el obispo romano Hipólito prohíbe el simple ingreso en el Ejército: «Cuando un catecúmeno o un bautizado quiere ser soldado debe ser rechazado, ¡porque menosprecia a Dios!». Y a continuación del soldado alude el obispo romano -situándolo a la misma altura- a la ramera, a los pederastas o a quien se castra o realiza cosas inarticulables. Todos ellos están «manchados» como el soldado. Hasta los cazadores deben dejar de cazar o de lo contrario no pueden ser cristianos. La prohibición de matar es general.

Todavía a inicios del siglo IV aparece el padre de la Iglesia Lactancio en su obra principal, «Divinae Institutiones», escrita antes de 313, como un pacifista decidido que rechaza toda participación en la guerra: «Si Dios prohíbe el matar, no sólo se prohíbe el asesinato de hombres a estilo de los bandoleros; esto prohíbe también la ley estatal, es que además se prohíbe cualquier matanza de personas, también la que estuviera permitida por el derecho civil». Pero en el siglo IV se opera un cambio radical y repentino.

En el año 313 Constantino, a cuyo hijo Crispo más tarde educaría Lactancio, dio entrada a palacio al cristianismo. Los padres de la Iglesia, supercontentos, se amoldaron inmediatamente al nuevo curso, y vemos de la noche a la mañana en el puesto de los antiguos pacifistas cristianos a los curas castrenses, a los feldpfaffen de la Iglesia. Sin duda que a los obispos les resultó más fácil impartir su bendición a las tropas imperiales que prohibirles la guerra.

La investigación teológica acentúa que el cambio trascendental del paganismo al cristianismo se dio primero en el Ejército, que Constantino fue conformando más y más el cristianismo como religión de soldados y de milicia, y Roma cedió en su oposición contra el oficio de soldado probablemente antes que otras comunidades cristianas. La guerra de Constantino contra Licinio se desarrolló, en cualquier caso, como una guerra de religión. El emperador marchó a la guerra con su tienda-capilla en la que antes de cada combate rezaba. Luego salía y mandaba atacar y en donde los soldados, como Eusebio cuenta, «noqueaban hombre a hombre». Pronto al Ejército acompañaron obispos, y el lábaro creado en el 317, el estandarte con las iniciales de Cristo en la punta de la bandera, guiaba a los soldados del primer emperador cristiano.

Al igual que hasta ahora los dioses paganos eran los ayudantes en las batallas, en adelante se combatiría también bajo la invocación del Dios cristiano todo lo que no se adecuaba al concepto político o eclesial de nuevo signo. Desde Constantino un generalísimo del ejército podía ser, como la cosa más normal del mundo, un cristiano. Cristo, María y algunos santos como Menas, Víctor, Jorge, Martín de Tours... se convirtieron en «dioses militares», asumiendo la función de los dioses militares paganos. Y pronto conoce la historiografía que Dios incluso sugiere planes de batalla. Con Constantino la Iglesia abandonó de la noche a la mañana un ideal que había proclamado durante tres siglos basándose en Jesús. En el 313 Constantino garantizó a los cristianos la libertad de religión y en el 314 el sínodo de Arles determinó la excomunión de los soldados que desertaban. Ahora quien arrojaba las armas era expulsado; antes en cambio era expulsado quien no las arrojaba.

La Iglesia se mostró tan voluble que ahora, como se ha comprobado de múltiples formas, los nombres de todos aquellos que sufrieron el martirio por no querer ser soldados fueron borrados del calendario cristiano para evitar efectos desagradables en el Ejército cristiano. Piénsese que en los primeros tiempos se exigía a un soldado romano converso la baja inmediata del servicio militar; y la Iglesia preconstantiniana buscaba en general mantener a todos los creyentes de manera enérgica alejados de él. A pesar de la limpia por parte de la Iglesia, se conoce un gran número de insumisos cristianos al servicio militar. Varios sufrieron el martirio. Ahora la Iglesia, de pronto amiga de lo militar, tachó sus nombres de los calendarios y sustituyó a estos mártires insumisos por otros, encontrados y aliñados de tal manera que pudieran resultar en esta nueva situación edificantes para los soldados cristianos.
El hacer la guerra con la ayuda del amantísimo Dios, al igual que en la antigüedad con ayuda de los dioses, ha sido algo corriente en el Occidente cristiano hasta el día de hoy. Incluso los jefes no cristianos más convencidos apelaban a él para así asegurarse el seguimiento de su prosélitos creyentes. Las guerras de cruzada son ejemplo preclaro. El mismo Hitler pronunció su discurso al inicio del asalto a Rusia salpicado de una invocación al todopoderoso y concluyendo con una cita literal de la Biblia. Franco y el levantamiento militar del 18 de julio son ejemplo de casamiento Dios-Iglesia católica-guerra. Y muchos lectores habrán conocido al capellán castrense en su época de mili hablarles con lenguaje militar y exigirles trato «de estrella a estrella».

No es de extrañar, por tanto, que el inquisidor de la Iglesia, el Papa Ratzinger, elija como sucesor de Fernando Sebastián, con sabor a guerrero feudal, a un arzobispo con rango de general del Ejército español. Es todo un signo de la Iglesia constantiniana, de la Iglesia de casi siempre.

Diario Gara


La llegada de Pérez a Pamplona agranda la brecha entre la Iglesia vasca y la navarra

La identificación del arzobispo castrense con el Ejército y las fuerzas policiales suscita rechazo en sectores nacionalistas y recelos en el ámbito eclesial vasco .

PEDRO ONTOSO

En plena polémica por la resolución del Gobierno vasco contra la intervención del Ejército en Euskadi en situaciones de emergencia -como lo acaba de hacer para sofocar un incendio en Gran Canaria o para paliar en Barcelona las consecuencias del apagón eléctrico-, el Vaticano ha nombrado al arzobispo castrense, Francisco Pérez, de 60 años, como sustituto de Fernando Sebastián en Pamplona. La prudencia vaticana, que había dilatado el anuncio del relevo -estaba previsto para el comienzo del verano- ante la falta de acuerdo entre las formaciones políticas para constituir un nuevo Gobierno foral, ha topado con la realidad vasco navarra, fértil en episodios de crispación.

La llegada de monseñor Pérez al viejo reino ha despertado ya los primeros rechazos, sobre todo en la comunidad nacionalista, que ve en su persona a un hombre con guerrera-ostenta el rango simbólico de general de división- más que con sotana. El hecho de que se haya pasado casi cuatro años de cuartel en cuartel, visitando destacamentos, y que haya recorrido miles de kilómetros para apoyar la presencia de militares españoles en zonas como Afganistán o Kosovo, ha levantado sarpullidos en los sectores más radicales. Lo mismo que los elogios que ha brindado al Ejército y las Fuerzas de Seguridad como «guardianes de la paz». Sin conocerle, ya tiene en contra a una parte de la población.


Relevos orientados

Pero su nombramiento también ha sembrado una cierta inquietud en el ámbito eclesiástico vasco. Sobre todo, por sus primeras palabras, en las que se ha referido a su servicio en los acuartelamientos como una diócesis (canónicamente es un episcopado personal). «Concebir la misión de un obispo en esos términos resulta muy chocante», señala un analista. «Hay una necesidad de desvincular lo que es Iglesia y Ejército, y de lo que es la misión eclesial en ese ámbito. Porque implica cierta unión entre confesión y nación y una sana laicidad exige una separación», añade la misma fuente. En realidad, pesa el hecho de que venga de un cargo que en amplios círculos eclesiales se considera anacrónico. «No es el mejor entrenamiento para una sociedad laica».

En sectores vasquistas ha llamado la atención la «normalidad» con la que ha hablado de su servicio pastoral en el Ejército. «Se aprecia que vive su identidad española con fuerza. Se abre una incógnita sobre lo que puede significar para su relación con los obispos del País Vasco, pero seguramente va a profundizar en ese alejamiento que ya existía. La colaboración estaba bajo mínimos», admite un observador. «Desde luego -añade- no tendrá nada que ver con la etapa anterior a Sebastián, la época de Cirarda. Más bien lo contrario», vaticina.

Quien ha tomado la decisión no desconoce los vínculos que mantienen la comunidad foral y Euskadi, un contencioso que viene de largo y que alimenta una confrontación permanente, como se ha visto ahora con la formación del nuevo Gobierno navarro. En cualquier caso, es un notable obstáculo para las pretensiones de la Iglesia vasca de crear una provincia eclesiástica que englobe a Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y Navarra, y que la Santa Sede siempre ha paralizado por las connotaciones políticas que conlleva. Si no lo ha resuelto la sociedad política y civil, no lo va a hacer la eclesiástica, que siempre ha sido más lenta y más prudente.

Los analistas hacen cábalas estos días para identificar «la mano» que orienta los relevos episcopales. Muchos ven el brazo alargado de Antonio Rouco Varela, arzobispo de Madrid y miembro del dicasterio romano que bendice los nombramientos. En el caso de Francisco Pérez, hay un dato que le une al cardenal gallego: ha sido formador en el seminario de la diócesis madrileña y dirige la cátedra de Misionología en la Facultad de Teología de San Dámaso, en la que Rouco es gran canciller.

Los más benévolos asocian el nombramiento con el hecho de que sea el responsable nacional de Obras Misionales Pontificias. Y Navarra es tierra de evangelización desde la impronta de San Francisco Javier, patrono de las misiones. Pero los más vasquistas están convencidos de que el traslado de Francisco Pérez a Pamplona es una «maniobra» de Rouco, que pretendería colocar una «cuña española» en el himterland vasconavarro y extender su manto de influencia en todo el territorio. Para este sector más politizado de la Iglesia, el movimiento de Francisco Pérez, castellano recio, es un «error» de la Nunciatura Apostólica del Vaticano, «que carece de una visión realista».


«No es un ultra»

Esta interpretación es considerada, sin embargo, «muy retorcida» en otros ambientes eclesiales, en los que también se admite que la cantera de obispables «no da más de sí», y se da por bueno que Francisco Pérez no haya descollado con cartas pastorales «incendiarias», como gusta al sector «más duro y beligerante» del Episcopado. «No es un ultra», conceden. Monseñor Pérez tiene fama de prudente y no parece que su preocupación más inmediata sea el catolicismo político.

Quienes han tratado de cerca a Francisco Pérez González, ’Paco’ para sus amigos, el arzobispo es una persona de buen talante, afable y tranquila, a la que no le gusta «meterse en líos». A renglón seguido, creen, sin embargo, que carece de la brillantez intelectual de Fernando Sebastián. «No es una cabeza pensante», describen. «No está cocido» para el cargo que se le ha asignado, critican otros.

En efecto, el propio Pérez ha reconocido que carece de «la profundidad y el magisterio» de Sebastián. Y ya en sus primeras declaraciones al ’Diario de Navarra’, ha anticipado que lo suyo no es hacer política, sino extender el Evangelio. Eso no quita para que exponga de manera pública sus opiniones contra el relativismo, el tema favorito de Benedicto XVI, la idolatría de las ideologías como abono de la violencia, o en favor de la unidad como bien moral, en sintonía con la doctrina del Episcopado.

Diario El Correo

  • HERR RATZINGER

    14 de agosto de 2007 02:50, por Pitanga

    La Nueva IgleSSia del Pontífice Herr Ratzinger, no hace más que continuar con la antigua tarea represora del oscuro organismo del Vaticano.
    Recordemos en la España franquista la tarea de "inteligencia" llevada a cabo por los curas en las aldeas y ciudades, lo cual permitió la detención y posterior fusilamiento de miles y miles de españoles.
    Hoy más que nunca, debemos denunciar y combatir la nefasta influencia que sobre la opinión pública tienen los curas, obispos y otros sátrapas de la más diversa laya.-

  • Habéis hecho un buen trabajo con la presentación de esta página. Creo que todo lo que dice desde el principio hasta el final es correcto y es un buen trabajo de investigación. Es cierto todo lo que se dice sobre los primeros cristianos. Y también son muy acertados y precisos los comentarios que se hacen sobre Paco.

    SOlo cabe esperar que el contacto con la realidad social le incline un poquito del lado de las necesidades populares.