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Fragmentos Literarios Violentos

Lunes.30 de enero de 2006 8799 visitas Sin comentarios
David San José #TITRE

Introducción

Hay un dicho que reza: «piedras y palos romperán mis huesos, pero las
palabras no». Cierto. Las palabras no rompen huesos. Aunque pueden
causar un dolor más profundo.

De entre lo poco que he leído, se encuentran muchas sentencias
desagradables. Extrapolando a todo escrito público: deben circular un sinfín de
pequeñas barbaridades por nuestras bibliotecas, hemerotecas, librerías, etc.
Por ejemplo, Aristóteles escribe en su Política: «Los hombres no son
naturalmente iguales, sino que unos nacen para la esclavitud y otros para
dominar.»i Desafortunado comentario, e hiriente cuando hoy en día se tiene que
leer.

Otro personaje relevante del pasado, Paracelso, al temer que su doctrina
zozobrara porque se habían descubierto seres humanos en América, razonó así:
«los [indios] americanos, como los gigantes, los gnomos, las ninfas, son
semejantes a los hombres en todo, excepto en el alma. Son como las abejas que
tienen su rey; como los patos salvajes, que tienen su jefe; y no viven según el
orden de las leyes humanas, sino según las leyes de la naturaleza innata.»ii
Por supuesto, estos textos están sacados fuera de su contexto histórico.
Pero las citas las he extraído de libros publicados no hace más de diez años. Al
leerlas en este entorno, violentan.

Incluso sin necesidad de viajar al pasado, se pueden encontrar pequeñas
barbaridades por doquier. Como ejemplo baste el titulo de un reciente libro
escrito por Teresa Viejo: Hombres. Modo de empleo.iii
¿Insulta o no?
Todas estas barbaridades hieren, aunque se olvidan rápido, y se disculpan
con facilidad porque son cortas, irónicas, no constituyen una obra entera sino un
breve comentario de pasada. No obstante, también hay grandes barbaridades
literarias. A continuación vienen unas cuantas.

(La muestra de fragmentos literarios violentos que siguen, están
comentados un tanto satíricamente, para atenuar el daño moral que pueden
causar. No obstante, cabe decir que la ridiculización de los autores por un lado, y
por otro, el haber escogido sólo la parte más violenta de sus obras, les hace un
deshonor injusto. Espero, lector, que tengas en consideración esto cuando leas
los fragmentos.)

(¿Qué me ha llevado a hacer esta escabrosa recopilación? No estoy seguro.
Quizá quiera mostrar una forma de violencia poco reconocida. De este modo, el
lector tenderá a no pensarla como ‘agresión física’ únicamente. Porque, más aún,
la violencia es antes pasión que agresión.)

Heródoto

Historiador griego de la Edad Antigua, Heródoto escribió nueve libros de
Historia Antigua que se recopilan en uno sólo bajo el título Historia.

En su obra, narra con un mismo sentimiento, desde los crímenes
más crueles, hasta los aspectos más insignificantes de su entorno histórico,
como por ejemplo la geografía de algunos pueblos de aquella época. La
atrocidad de los asesinatos y mutilaciones cometidos con total impunidad por los
personajes de la obra del historiador impactan. Es difícil explicar el porqué de
tanta barbarie. Pero lo que interesa aquí es la indiferencia absoluta del narrador
ante la fiereza y la bestialidad de su época.

Cuenta Heródoto que cuando el ejército de Jerjes, en su avance hacia
Grecia, pasó por el Estrimón, teniendo costumbre los persas de ofrecer
sacrificios a los ríos, decidió el rey enterrar vivos a nueve parejas de muchachos
que vivían en aquel lugar por donde el ejército cruzó el río, ¡simplemente
porque el lugar se llamaba Nueve Caminos!iv

Tras contar esto, aclara el historiador: «El enterrar a personas vivas es
una costumbre persa, puesto que también he oído contar que, en su vejez,
Amastris, la esposa de Jerjes, mandó enterrar en honor de la divinidad [...] a
siete parejas de muchachos persas pertenecientes a destacadas familias.»v
Parece que ni la aristocracia persa se libraba del feo hábito que tenían “los
Jerjes”.

Una vez narrada en un párrafo corto la infeliz e injustificada muerte de
treinta y dos personas, el historiador prosigue su relato como si no hubiera
ocurrido nada relevante: «Tras reanudar la marcha desde el Estrimón, el
ejército, en dirección oeste, pasó acto seguido por las proximidades de Argilo,
una ciudad griega emplazada en...»vi bla, bla, bla.

A lo largo de su obra aparecen muchísimos crímenes, de todo tipo.
Probablemente, para los habitantes de aquella época y aquel lugar no eran tan
graves como parecen desde nuestra perspectiva.

Aunque así fuera, seguramente los muertos todavía se revuelven en sus
tumbas cada vez que alguien lee la Historia de Heródoto: si por lo menos
hubiera dedicado unas breves palabras de consuelo para los asesinados... Pero
no, nada de eso hay en los libros de ese historiador; sólo indiferencia.
Algunos comentarios de los asesinatos llegan al ridículo extremo. Como
ejemplo, véase la narración del asesinato de Candules, rey de los lidios:

«Después de haber tramado la conspiración [por parte de la mujer del rey, para
que Giges, el mejor amigo del monarca, le apuñalara], al llegar la noche, Giges
[obligado por la reina] siguió a la mujer al dormitorio. Ella, después de entregarle
un puñal, lo ocultó detrás mismo de la puerta. Y, mientras Candules descansaba,
Giges salió con sigilo, le dio muerte, y se hizo con la mujer y con el reino de los
lidios.»vii

Una vez narrado el múltiple crimen -asesinato, traición de la esposa,
traición del amigo, usrpación del trono- Heródoto continúa así: «Precisamente
Arquíloco de Paros [-un poeta-], que vivió por esa misma época, mencionó a
Giges en un trímetro yámbico.»viii ¡Mencionó a Giges -al asesinado no lo
mencionó- en un trímetro yámbico! ¿Cómo da más importancia a la ridícula
fuente de información de un suceso así, que al suceso mismo?
Utilizando hoy el estilo de Heródoto, una noticia de actualidad podría
expresarse más o menos así: «Un enfermo mental entra en un hospital y degüella
a cincuenta recién nacidos. Álex De la Iglesia prepara la película, que contará
con Santiago Segura como protagonista principal».

Santo Tomás de Aquino

Los hombres se quejan de la mujeres, y las mujeres de los hombres. Tal
vez, en la producción literaria actual hay más críticas por parte del sexo
femenino. Lo que sí es seguro es que en la literatura del pasado las
críticas que los hombres hacen de las mujeres superan en número y
gravedad a los escritos críticos de su sexo opuesto.

Llegó a mis manos el libro El miedo en Occidente de Jean Delumeau, en
el que destaca el capítulo X, (titulado Los agentes de satán III: La mujer), al
respecto de las críticas sexistas de los escritores y pensadores europeos de la
Antigüedad, y sobre todo de la Edad Media y Moderna.

Cuesta mucho trabajo escoger el más bárbaro de entre tantos y tan graves
insultos que en ese libro histórico se recopilan. Como muestra del
androcentrismo de aquella época, léanse las palabras que San Agustín escribió
para conciliar la misoginia feroz de su entorno con las enseñanzas evangélicas
sobre la igual dignidad de hombre y mujer: «todo ser humano posee un alma
espiritual asexuada y cuerpo sexuado. En el individuo masculino, el cuerpo
refleja el alma, pero no es éste el caso de la mujer. El hombre es, por tanto,
plenamente imagen de Dios, pero no la mujer, que sólo lo es por su alma, y
cuyo cuerpo constituye un obstáculo permanente al ejercicio de su razón...»ix
Éste es el comentario más “favorable” a la mujer, de entre los que se encuentran
en el capítulo. Así que ya puede imaginarse el lector el resto de los
comentarios.

Al margen de lo que sus contemporáneos dijeran, los escritos
antifeministas de Santo Tomás de Aquino, pecan además de otras dos faltas
más: provienen de un hombre religioso, y a la vez muy inteligente. Resulta
inconcebible que el formulador de las Cinco Vías de “ascenso racional a Dios”,
dijera tantas tonterías sobre el tema de la igualdad sexual.

Además de convenir con sus antecesores que la mujer fue creada más
imperfecta que el hombre, incluso en cuanto al alma, y que ha de obedecerle (al
hombre) «porque en el hombre abundan más el discernimiento y la razón»x,
Santo Tomás añade de su propia cosecha: «Sólo el hombre juega un papel
positivo en la generación [-en la reproducción de la especie-], no siendo
su compañera más que receptáculo. No hay realmente más que un solo sexo, el
masculino. La mujer es un macho deficiente. No es, pues, sorprendente que,
como ser débil, marcado por la imbecillitas de su naturaleza, la mujer haya
cedido a las seducciones del tentador. Por eso debe permanecer bajo tutela. La
mujer necesita del varón no sólo para engendrar, como ocurre con los demás
animales, sino incluso para gobernarse: porque el varón es más perfecto por su
razón y más fuerte en virtud.»xi

Muy probablemente, Santo Tomás cumplió a rajatabla con su voto de
castidad; ya se puede ver que no lo llevó muy bien.
Recomiendo a las mujeres especialmente dolidas por estas palabras, la lectura de las
Redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz.

Arthur Schopenhauer

Más allá del sexismo, de la xenofobia, y de cualquier aversión hacia
cualquier grupo de gente o tipo de persona, surge la figura de
Schopenhauer, filósofo alemán del siglo diecinueve. Schopenhauer
tenía en la misma consideración a todas las personas, ya fueran hombres,
mujeres o ancianos, blancos, negros o amarillos: a todos los despreciaba con la
misma vehemencia, pues sentía por todos los seres humanos en general y en
particular idéntica sensación de asco.

Puede comprobarse esto con facilidad, pues escribió bastantes artículos,
ensayos y tratados, teñidos de ese asco hacia la humanidad.
Por ejemplo, en un artículo titulado La sociedad describe a «ese ser que
se llama hombre [...] como un ser compuesto de fealdad, trivialidad, vulgaridad,
perversidad, necedad, malignidad.»xii

Y dos párrafos más abajo, en “triunfante” salida a su artículo, termina
así: «Debo confesarlo sinceramente. La vista de cualquier animal me regocija al
punto y me ensancha el corazón, sobre todo la de los perros, y luego la de todos
los animales en libertad, aves, insectos, etc. Por el contrario, la vista de los
hombres excita casi siempre en mí una aversión muy señalada, porque con
cortas excepciones, me ofrecen el espectáculo de las deformidades más
horrorosas y variadas: fealdad física, expresión moral de bajas pasiones y de
ambición despreciable, síntomas de locura y perversidades de todas clases y
tamaños; en fin, una corrupción sórdida, fruto y resultado de hábitos
degradantes. Por eso me aparto de ellos y huyo a refugiarme en la naturaleza,
feliz al encontrar allí a los brutos.»xiii

Ahora bien, la cosa no acaba aquí, porque Schopenhauer entendía que,
además de insultar a las personas en general, también tenía que hacerlo con
grupos concretos.

Tal vez tuviera algún amigo. Si así hubiera sido, dudo que europeo o
norteamericano. Digo esto porque en un artículo titulado El nacionalismo,
muestra una crítica severa a unas cuantas culturas de esas latitudes.
Según Schopenhauer «el rasgo dominante en el carácter nacional de los
italianos es una desvergüenza absoluta. [...] El carácter propio del
norteamericano es la vulgaridad bajo todas sus formas: moral, intelectual,
estética y social. Y no sólo en la vida privada, sino también en la vida pública;
haga lo que quiera no deja de ser yanqui.»xiv

De los ingleses dice que «se esfuerzan siempre por ser nobles en todas
las cosas [...]. Son, propiamente hablando, los plebeyos del mundo entero. Eso
puede en parte depender de la constitución republicana de su estado y en parte
de que tienen su origen en una colonia penitenciaria, o porque descienden de
ciertas gentes que tenían razones para huir de Europa.»xv

Los judíos tampoco se salvan de las críticas del filósofo alemán: «Los
judíos son, según dicen ellos, el pueblo elegido de Dios. Es muy posible, pero
se difieren los gustos, pues no son mi pueblo elegido. [...] Dios misericordioso,
previendo en su omnisciencia que su pueblo elegido sería disperso por el
mundo entero, dio a todos sus miembros un olor especial que les permite
reconocerse y encontrarse en todas partes: es el fæetus judaicus.»xvi

A los franceses les deja el siguiente mensaje: «Las otras partes del
mundo tienen monos. Europa tiene franceses. Esto nos compensa.»xvii

Por último, su ataque más violento lo dirige contra su propia patria,
Alemania: «El verdadero carácter nacional de los alemanes es la pesadez.xviii

[...] En previsión de mi muerte, hago esta confesión: desprecio a la nación
alemana a causa de su necedad infinita y me avergüenzo de pertenecer a
ella.»xix

En cierta ocasión oí comentar que cuando Hitler, siendo soldado, fue a
combatir con el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, llevó consigo un
libro de Schopenhauer. No sé si lo leyó, pero imagino que sí lo hizo.

Ray Loriga

Nietzsche, heredero del pesimismo filosófico de Schopenhauer,
promulgó la irreverente sentencia: «Dios ha muerto»xx. Por supuesto
no buscaba la blasfemia fácil: esa frase pretende resumir en forma
literaria graciosa el ocaso de las creencias religiosas en detrimento del auge de
los impulsos naturales de la especie humana.

Viene muy al caso la frase de Nietzsche porque engloba a la par un
hábito actual (aunque minoritario): como salida a los impulsos se busca la
irreverencia.

Llevando al extremo esta máxima, Ray Loriga narra en su libro Héroes
la conducta de un rebelde irrespetuoso e impulsivo, muy probablemente un
joven. Sin embargo lleva esta conducta hasta un punto demasiado alto: tal vez
refleje el propio punto de vista que tiene el escritor ante el mundo actual.
Puede que me equivoque en lo anterior, así que juzga tú lector, si la
conversación de un (joven) rebelde de hoy en día con el psicólogo, llega al
extremo de chabacanería que Ray Loriga dibuja:

«-¿Por qué no me hablas de las mujeres que has conocido?
- Porque no me da la gana.

- Las mujeres no van a hacerte daño.

- Visto desde el barco nada parece muy peligroso, pero aquí en el
agua todo está oscuro debajo de los pies y hay que ser muy bueno para
no hundirse.

- ¿Cuándo hablarás de mujeres de verdad, de sus tetas y sus coños, de
follar con ellas y de metérsela por el culo?

- Supongo que es un tratamiento de choque.

- Quiero saber si eres capaz de acercarte a una mujer real.

- Quiere saber si se me pone dura.

- Eso también.

- Se me pone dura, y si eso es lo que le interesa le contaré que la meto
por todos los agujeros y que le doy con ganas hasta que me corro.
Normalmente mientras me corro siempre las llamo putas.

- En tus sueños, ¿la chica rubia te la chupa?

- En mis sueños Dios me la chupa.

- ¿Cuándo vas a ser capaz de afrontar las cosas?

- Cuando dejen de disparar.»xxi

Sin duda, el confesor de Loriga tiene mucho trabajo por delante.

Def con dos

Puestos a hacer el guarro con las palabras, el grupo de música “Def con
dos” se lleva la medalla de oro cuando canta en su disco Alzheimer una
canción titulada Coprofagia, de cuya letra se muestran a continuación
unos fragmentos.

La canción comienza con una repugnante descripción de la conducta
coprófaga: «Comer de lo comido / beber de lo bebido / abriendo esa despensa /
que es el intestino. / Tu esfinter dosifica / la ración diaria / y cuando llega el
rancho / te avisa la almorrana. [...] De primero / caldito de tu cuerpo, / y luego
todo / lo que sale por el recto. / Guiso de heces / en forma de melena / y de
postre / sorbete de esmecma.»

Tras ello, intenta infundir la tendencia a comer excrementos, destacando
algunas razones positivas para ello, a la vez que animando con imperativos: «El
reciclaje voluntario / de alimentos / sólo es nocivo / para el aliento. / Por lo
demás / todo son ventajas. / Contra la crisis: / ¡comamos caca! [...] Bebamos
infusiones / en aguas fecales. / Comamos la boñiga / de nuestros animales. /
Seguro que el vecino / te tacha de marrano / porque envidia lo que ahorras / no
yendo al mercado. / Nuevos horizontes / de gastronomía. / Nuevas esperanzas /
a la hambruna colectiva. / La familia permanece / mucho más unida /
compartiendo los frutos / de su letrina.»

Y una vez que la canción, posiblemente, haya motivado la firme
intención del oyente de no volver a escuchar la radio a la hora de la comida,
mientras se lava los dientes, todavía desde la cocina llega el sonido de las
últimas frases de la canción: «Lávate el ojete / después de comer / y enjuaga tu
cepillo / en el bidé. / Prepara ya / la lavativa / o mañana / no habrá comida.»
Decididamente asqueroso. La Gioconda con bigotes y demás arte dadá,
ya no puede competir ni en su propio terreno.

Final

“Yo he visto garras fieras en las pulidas manos; / conozco grajos
mélicos y líricos marranos... / El más truhán se lleva la mano al
corazón, / y el bruto más espeso se carga de razón.» (A. Machado.
Proverbios y cantares)

«De lo poco de vida que me resta / diera con gusto los mejores años, / por
saber lo que a otros / de mí has hablado. / Y en esta vida mortal y de la eterna /
lo que me toque, si me toca algo/ por saber lo que a solas / de mí has pensado». (G.A. Becquer. Rimas)

Termino con unos poemas idóneos para satisfacer los dos fines que me
restan. El primero, rebajar la sensación de asco que pudiera haberse acumulado
en el lector. El segundo, dirigir su reflexión acerca de lo antes escrito, hacia el
problema de la comunicación: ¿Habitamos una sociedad en la que las palabras
priman sobre los pensamientos? es decir, ¿importa más en este mundo lo que se
dice que lo que se piensa? ¿Es deseable disimular a veces gustos y
pensamientos por mor de conseguir una vida social más feliz? ¿o por el
contrario, es más acertado creer, que permitir la falsedad conduce
inevitablemente a un crecimiento sin freno de la misma, y que llegará un punto
en el que la comunicación morirá por inútil? ¿Hay término medio?

Notas

i J.J.Rousseau. Contrato social. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2000. p.39

ii P. Rossi. El nacimiento de la ciencia moderna en Europa. Ed. Crítica,
Barcelona, 1997. p.65

iii Ed. Martínez Roca, Barcelona, 2001

iv Heródoto. Historia, Libro VII. Ed. Gredos, Madrid, 2000. p.152

v Ibid. pp.152,153

vi Ibid. p.153

vii Heródoto. Historia. Libro I. Ed. Gredos, Madrid, 2000. p.25

viii Ibid.

ix J. Delumeau. El miedo en Occidente. Ed. Taurus, Barcelona, 1989. p.481

x Ibid. p.482

xi Ibid.

xii A. Schopenhauer. El amor y otras pasiones. La libertad. Ed. Libsa, Madrid,
2001. p.133

xiii Ibid. p.134

xiv Ibid. p.135

xv Ibid. p.136

xvi Ibid.

xvii Ibid.

xviii Ibid. p.137

xix Ibid. p.138

xx F. Nietzsche. Así habló Zaratustra. Ed. RBA, Barcelona, 2002, p.5

xxi R. Loriga. Héroes. Ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1993. pp.84,85