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"El Sr. ministro se dirige al pueblo" o la guerrilla de la comunicación explicada a los niños

Domingo.1ro de mayo de 2005 3509 visitas Sin comentarios
Luther Blisset y Sonja Brünzels #TITRE

El Sr. Ministro se dirige al pueblo

Una obra de la
COMISIÓN ELECTORAL DE LA CDU

con arreglos a cargo de
SONJA BRÜNZELS Y LUTHER BLISSET

y representada por el
GRUPO DE TRABAJO DE FORMACIÓN POPULAR DE
LA GUERRILLA DE LA COMUNICACIÓN


ESCENA

Viernes, 18 horas, amplia panorámica, en algún lugar de Alemania, principios de los años noventa. Sala de actos municipal. Una hilera de ventanas a izquierda y derecha. Se han colocado 150 sillas de cara al escenario elevado, dejando libre un pasillo en el medio. En un extremo del escenario, una tribuna de oradores con micrófono y mesa. Tras la mesa, tres sillas. En la mesa, una botella de agua pequeña y un vaso. A un lado del escenario, flores decorativas y más sillas. Al final del pasillo central, un micrófono de pie para el público.

REPARTO DE PAPELES

Protagonistas:

El político, en este caso el Sr. Ministro de Defensa.
Papeles restantes:

El diputado federal de la CDU de la circunscripción electoral. El secretario general de la CDU local.

Los garantes del orden público (algunos señores corpulentos de civil, con cartera, encargados de salvaguardar la integridad personal del Sr. Ministro. Un par de guardianes del orden uniformados -en su versión más agradable, sin casco y sin porra). Un amplio servicio de orden de la agrupación local.

El público:

Miembros de la Joven Unión (Juventudes de la CDU). Rostros pálidos, bien afeitados y de pelo corto, con gabardina, camisa de cuello y corbata. Notables de la CDU del lugar, políticos locales de diferentes facciones trajeados. Sus señoras con vestido de gala. Cuatro soldados profesionales. Algunas ciudadanas y ciudadanos sueltos ávidos de información. El inexcusable y estrambótico fotógrafo de la localidad con un aparato fotográfico enorme (lleva su propio servicio de orden). Una joven mujer atractiva y vestida a la última moda.

Algunos jóvenes, cuyas vestimentas correctas no acaban de cuadrar con sus cortes de pelo más o menos aventurados. Una mujer sensible de media edad, que se harta enseguida de todo.

El matrimonio Schulz: La Sra. Schulz en traje. Tiene toda la apariencia de haber estado buscando ropa convencional del armario de ropa vieja. El Sr. Schulz en traje algo raído y con corbata. Pelo corto, aspecto burdo, con gafas y mirada ligeramente colérica.

El matrimonio Schmidt: La Sra. Schmidt en traje color beige, con un corte de pelo corto y esmerado y maquillaje discreto. El Sr. Schmidt en traje de confirmación algo arrugado, talla 54, y gafas de concha.


LA OBRA ORIGINAL:

Un acto electoral de lo más normal. Se abre la sala. El público entra, se saluda, charla, la sala se va llenando poco a poco. El servicio de orden se pasea dando órdenes, la primera fila está reservada. La sala está Llena. La espera, un murmullo sordo. El Sr. Ministro hace su aparición, acompañado del Sr. Presidente de la agrupación local y la Sra. Diputada. Entre su séquito, los señores con cartera. Los primeros suben a la tribuna y ocupan su sitio en la mesa, los últimos se sientan en las sillas reservadas de la primera fila. Se hace el silencio. Las miradas se dirigen hacia delante. El Sr. Presidente de la agrupación local saluda al público y a los notables presentes así como, agradecido, al Sr. Ministro. Subraya la necesidad del diálogo con los ciudadanos y la importancia de las cuestiones que se van a debatir en este acto. Cede la palabra y el púlpito de oradores al Sr. Ministro y se sienta detrás de la mesa. Un breve aplauso. El Sr. Ministro se dirige al púlpito. Un aplauso más largo. En este momento algunos intrusos pueden, oportunamente, hacer oír sus voces o sacar una pancarta y son expulsados con discreción de la sala. Ahora le toca el turno al Sr. Ministro.

Tras tres cuartos de hora llega al final de sus elucubraciones. Un largo aplauso. El Sr. Ministro se sienta. El Sr. Presidente de la agrupación local le da las gracias y abre un turno de preguntas. Tras los primeros remilgos, algunos ciudadanos se dirigen al micrófono, superan -en su caso, con ayuda del servicio de orden- algunos problemas técnicos y plantean preguntas cortas. El Sr. Ministro responde de manera detallada y competente. Pasada otra media hora y tras unas cinco preguntas, toma la palabra la Sra. Diputada, lamenta que el tiempo pase tan deprisa y se despide tras dar las gracias a todos los participantes, en especial al Sr. Ministro, y a los invitados. Todos abandonan la sala de manera ordenada y satisfechos.


LA VERSION REVISADA Y DE NUEVO ESCENIFICADA:

Todo transcurre como siempre, la sala se llena, la entrada de los protagonistas. Unas 25 personas mantienen una espera tensa, de lo cual por suerte no se da cuenta ni Dios ni nadie más. Cuando el Sr. Presidente de la agrupación local se dirige al púlpito de oradores y la sala se queda en silencio, una mujer de entre el público se levanta y toma en su lugar la palabra: el aire de la sala estaría viciado, se debería abrir una ventana. Se elevan algunas voces: ¡Dejen de fumar! (nadie está fumando). Un miembro del servicio de orden entreabre algunas ventanas. Aplausos aprobatorios. Una vez que todo se ha solucionado para satisfacción de todo el mundo, el Sr. Presidente saluda a los presentes así como al espíritu de la historia: «¡El comunismo está llegando a su fin!» Aplausos incesantes. Aún más aplausos. Cuando vuelve por fin a tomar la palabra y se la cede al Sr. Ministro, es interceptado antes de volver a la mesa por una mujer, sentada junto a la ventana: ¡Hace corriente! (Murmullos aprobatorios). Un miembro del servicio de orden cierra la ventana. Tras esta interrupción, toma la palabra el Sr. Ministro: «Vuelve a estar, donde le toca estar». Un aplauso largo.

El Sr. Ministro da las gracias. Un aplauso más largo. El Sr. Ministro vuelve a dar las gracias. Un aplauso muy largo. El Sr. Ministro no da más las gracias. No hay aplauso. El Sr. Ministro comienza su intervención. De nuevo un aplauso incesante. El Sr. Ministro, algo molesto porque ha perdido el hilo con tanto aplauso: que, por favor, cesen los aplausos, que le gustaría poder hablar. El aplauso va languideciendo. El Sr. Ministro habla sobre las tropas alemanas. No hay aplausos.

Hay algo que no acaba de concordar con los aplausos. Siempre que alguien intenta expresar su aprobación mediante unas palmas vacilantes, el aplauso crece rápidamente. Cuando la intervención del ministro se hace especialmente prolija, recibe una ruidosa aprobación, lo suficientemente larga como para resultar irritantemente lamentable, pero no tan larga como para ser entendida como una perturbación voluntaria. Aun así, algunos oyentes se quejan y piden que cesen las palmas. No se ha venido a dar palmas, sino a escuchar. Eso opina también el Sr. Ministro, cuya cara comienza a alargarse hacia abajo. Los señores con cartera de la primera fila, en cambio, sonríen. Algunas voces pidiendo ¡silencio! aumentan el barullo. Como a pesar de todo algunos jóvenes siguen aplaudiendo, el colérico Sr. Schulz explota y se dispone a la acción. Su vecino de asiento lo intenta con una táctica de apaciguamiento: ¡Estate quieto, so idiota, si no quieres liarla aún más! El Sr. Schulz prosigue impertérrito, pero su mujer consigue tranquilizarlo. El Sr. Schmidt grita: ¡la culpa de todo la tiene la televisión! El Sr. Ministro tarda unos 60 minutos en poder concluir sus disertaciones. Los aplausos son más bien escasos, ya ha habido suficientes con anterioridad.

Por fin comienza la tanda de preguntas. Tras el micrófono se forma una larga cola. Un miembro de la Joven Unión plantea una breve pregunta acerca de las responsabilidades del Ejército Federal. El Sr. Ministro responde de manera detallada y competente. Una mujer se refiere a las manifestaciones del Sr. Ministro acerca del tema «crisis». También ella tiene una teoría acerca de las crisis: las crisis matrimoniales acontecerían sobre todo en primavera. Tal vez el Sr. Ministro, en tanto que experto en crisis, tenga algo que decir al respecto. El Sr. Ministro intenta mostrar su lado más humorístico, lo que no acaba de salirle bien. La joven mujer, perfectamente estilizada, se muestra preocupada por el futuro del Ejército Federal. Propone que los diputados federales solteros deberían donar su esperma sobrante a bancos de esperma, para reunir reservas para generaciones de soldados venideras. Un encargado del orden aparta bruscamente a la joven mujer del micrófono, y eso a pesar de que la pobre lleva un brazo enyesado. A una señora de aspecto grave este trato le parece demasiado y toma a la chica bajo su protección.

El Sr. S chmidt salta de su asiento y grita con el rostro enrojecido: ¡esto es culpa de la televisión! Un encargado del orden le ruega, temeroso y muy educadamente, que abandone la sala. La Sra. Schmidt se pone histérica: ¡Sin violencia! ¡Al fin y al cabo vivimos en democracia! El encargado del orden se resigna y vuelve a su sitio. Una persona intenta abrir una ventana. El público intenta restablecer la tranquilidad. El tumulto va en aumento. A la mujer sensible de mediana edad se le pasa su turno de simular un desmayo, pero nadie se da cuenta. Los soldados profesionales discuten la situación desde perspectivas estratégico-militares. ¿Quién pertenece a qué bando y quién es mejor?

Al Sr. Ministro se le sube la sangre a la cabeza y se queja: «¡Como mínimo se podrían atener a la discusión!» Declara que sólo responderá a preguntas serias. Un hombre joven de aspecto serio, a pesar de sus cabellos largos, plantea una larga pregunta sumamente complicada. Consiste en una sola frase, un minuto de larga, que comienza con «ampliación hacia el Este de la OTAN», menciona como mínimo 17 ex Estados soviéticos, de los cuales nunca nadie ha oído hablar, y termina con «Rusia». El Sr. Ministro cree tener que contestar de manera detallada y competente. Por eso recurre a reflexiones importantes y serias que pretenden ser muy razonadas. Nadie ha entendido nada. Un rostro paliducho con traje y corbata pregunta de manera fatigosa y escabrosa por la intervención de tropas alemanas en Somalia. El Sr. Ministro grita: «¡Basta ya de estúpidas preguntas insidiosas!», y le corta en seco. La Joven Unión acaba de perder a uno de sus afiliados.

Tras una hora, toma la palabra la Sra. Diputada y lamenta que los perturbadores y alborotadores de afuera hayan echado a perder la tarde a los amigables parroquianos. El Sr. Ministro abandona de manera ordenada la sala, acompañado de coros y cánticos: ¡Nosotros somos el pueblo, y tú, no! ¡Lavabo de gatos, lavabo de gatos, alégrale la vida a tu gato un rato! A continuación, todos se reúnen ante la localidad para una cita con el fotógrafo conocido de la localidad.


Durante los días siguientes aparecen noticias de prensa, llenas de indignación, en las que se da cuenta de los daños provocados a la localidad y también al partido por los jóvenes perturbadores. Las fotos impresas ilustran de manera gráfica la expresión del Sr. Ministro, y los pies de foto no pueden disimular cierta alegría contenida por lo lamentable de la situación. La Sra. Diputada de la CDU se queja ante el candidato del SPD del comportamiento indigno de los Jusos, las juventudes socialdemócratas (¿quién si no iba a hacer algo así?), puesto que ésta no sería una manera democrática de hacer campaña electoral.

Y algunas compañeras de izquierda, que no estuvieron presentes, se quejan ante un par de personas de las que sospechan que están tras la historia: no habéis argumentado, no habéis sostenido una discusión con contenido. Habéis desperdiciado la oportunidad de criticar la política del Gobierno. Habéis sido simplemente destructivos y, además, completamente apolíticos. Y otras compañeras de izquierda que sí que estuvieron lo encuentran todo simplemente estupendo.

¿QUÉ HA PASADO?

Si se toma como base un modelo de comunicación sencillo (o ¿Por qué nadie me escucha?), un acto político informativo resulta satisfactorio cuando un político o experto ha podido presentar su programa o sus pareceres y ha podido saciar las necesidades de información de Los ciudadanos. Conforme a este punto de vista, el «Diálogo con la ciudadanía» ha resultado exitoso, cuando se ha logrado realizar la transmisión de información, cuando las esperanzas de información existentes se han visto correspondidas en el transcurso del acto. Pero si consideramos las dos versiones de la «obra de teatro», se puede ver que no se diferencian esencialmente desde el punto de vista de la transmisión de información. El Sr. Ministro pudo comunicar sus informaciones en ambos casos, aun cuando en la versión «revisada» los sonidos de fondo, las «interferencias», eran mucho más intensos. No obstante, las dos versiones sí que se diferencian de manera clara y notable para todos los participantes. Para entender en qué consiste esta diferencia se tiene que traer a colación una noción más amplia de comunicación, que no tiene sólo la «información» por único criterio, sino que se fija en toda la situación de comunicación.

La situación de comunicación de un acto público puede ser mejor comprendida si se recurre a la o gramática cultural, que es la que determina la coreografía del acto y los roles de los participantes. El sentido de un acto ritualizado no se ha de buscar, principalmente, en la palabra hablada y en los argumentos intercambiados, sino ante todo en quién y cuándo puede tomar la palabra, quién tiene derecho a hablar y ser oído. La gramática cultural no regula esto mediante una coacción ejercida de manera abierta, sino fijando un orden de figuración, un reparto-de espacios y unos transcursos, o sea, escenificando y ordenando el espacio, los cuerpos y la palabra. En este sentido, un acto electoral (al igual, por ejemplo, que una misa), independientemente de aquello que se diga concretamente, constituye una contribución a la normalización de la relación de poder entre expertos/políticos/sacerdotes, por un Lado, y ciudadanas/legos/fieles, por otro. Al igual que en misa, también en los actos electorales hay una liturgia fijada hasta et último diálogo. Quien la acepte, no se da cuenta de que sólo se puede expresar en una medida extremadamente limitada. La gramática cultural, la liturgia, resulta especialmente efectiva justo porque permanece invisible en tanto instrumento del poder. Todo intento de plantear una discusión de contenidos significa amoldarse al escenario predispuesto y desempeñar el papel reservado en uno de los rituales del Estado democrático de derecho. Resulta, por supuesto, absolutamente ingenuo pensar que el político se va a dejar influenciar por posibles contraargumentos. En este marco como mucho le sirven para asentar de manera más clara su posición y demostrar, al mismo tiempo, una disposición al diálogo tolerante-democrática-plural. Incluso la critica de contenido más dura que pueda ser expuesta en el marco de un «diálogo con los ciudadanos» contra las posiciones del poder retuerza, a su vez, la jerarquía inscrita en la gramática cultural.

Todo intento de romper con esta situación tendrá que comenzar por las formas con las que se produce y articula aquí el poder. En el marco del acto electoral, los asistentes sólo pudieron tomar la palabra para fines y momentos fijados exactamente con antelación. Pueden plantear preguntas, e incluso se pueden preocupar de su bienestar (nadie debe pasar frío o sufrir por el humo), puesto que como ciudadanos mayores de edad son también responsables de que la tarde transcurra bien para todos. Por eso tienen derecho a reclamar o a contribuir a que los perturbadores sean localizados o expulsados. Pero todos estos ámbitos están sólo previstos en tanto que escenarios secundarios; el centro de atención lo debe acaparar el político/el experto. Esta estructura del acto se manifiesta ya en el orden en que se toma asiento, que se fija tomando como referencia al orador destacado. Si, por lo que sea, se llegara a una situación de comunicación entre los «oyentes», ésta chocaría con la estructura de comunicación prevista y tendría automáticamente un efecto perturbador.

El acto empieza a venirse abajo cuando los escenarios secundarios acaban por acaparar la atención, cuando los asistentes, incitados por algunos iniciadores bien vestidos (o happening y teatro invisible), estén más preocupados por conformar las condiciones del entorno o por expresar su crítica al comportamiento de otros participantes que por escuchar a la estrella invitada. Todos los intentos del público verdaderamente interesado en restablecer activamente el orden se convierten a su vez en perturbaciones adicionales. Cualquier manifestación antagonista reconocible como tal no podría servir para reescribir la «obra» (a no ser bajo condiciones muy favorables), puesto que el papel de los que protestan está en la pieza original tan previsto como las correspondientes medidas contrarias. Por el contrario, en la obra original no está previsto el papel del ciudadano comprometido que, involuntariamente, se convierte en perturbador o le hace el juego al adversario político. El caos se hace tanto más grande, cuanto menos puede el poder, personificado por las fuerzas del orden o la estrella invitada, distinguir los perturbadores «auténticos» de los «falsos». También los asistentes realmente interesados se encuentran en una situación en la que se tienen que comportar de alguna manera, aun cuando las alternativas posibles parecen todas poco oportunas: pueden involucrarse, por ejemplo, como personas «civilizadas» en la discusión aparente sobre ventanas abiertas o cerradas, etc., y contribuir así a embrollar más el acto; o pueden adoptar en la misma situación una actitud autoritaria y exigir la expulsión de los perturbadores. El modelo legítimo de protección autoritario-furiosa de la sala prevé que es legítimo proteger lo de adentro respecto a lo de afuera, el Nosotros respecto a los alborotadores. Esto se hace difícil, no obstante, cuando no se puede separar claramente el «adentro» de los realmente interesados en el buen transcurso del acto y el «afuera» de los perturbadores subversivos.

El juego de desviar la atención desde el podio a la sala persigue dos objetivos: impide de manera efectiva el transcurso ordenado del acto y hace presente una disensión en cuanto al contenido; pero no al nivel de los temas predispuestos por los organizadores, sino al nivel de la gramática cultural. Al perturbar el orden de los oradores, hacerse con la palabra y desfigurar hasta el absurdo la palabra legítimamente dada o perturbarla mediante ruidos, hacen visible este orden (hay algo que «no cuadra») y formulan de paso una crítica sólida al mismo. En vez de organizar un acto propio en el que criticar la gramática cultural como medio de (re)producción de las estructuras del poder, las guerrilleras de la comunicación utilizan un contexto existente como escenario para presentar sus inquietudes de manera ilustrativa y concreta (o tergiversación/reinterpretación). De la misma manera que la gramática cultural funciona por su invisibilidad, también los éxitos de una táctica semejante -suponiendo que exista algo así- pasan desapercibidos. Aun cuando es evidente que algo no ha cuadrado/no ha funcionado normal, este hecho no es discutido a fondo y con la amplitud que merecería. El desplazamiento se nota sobre todo en la situación y para los participantes. No repercute sobre un nivel teórico, sino sobre un nivel más bien sensitivo y no articulado.

Esto es de aplicación tanto para las guerrilleras de la comunicación como para los espectadores del acto. Este tipo de intervención no trabaja con los medios de la argumentación. Es justo por eso que puede tener un efecto muy persistente: posibilita a los participantes tener una visión momentáneamente modificada del acontecimiento «acto electoral», a la que podrán recurrir en otras ocasiones, independientemente de que el correspondiente punto de vista haya sido formulado teóricamente o no.