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El petróleo: la línea divisoria de la nueva Guerra fría.

Lunes.17 de enero de 2005 4358 visitas - 1 comentario(s)
Sacado de "A las Barricadas" #TITRE

El petróleo como causa de futuras crisis políticas internacionales y posibles guerras.

(Referencia proporcionada por Virginia Abernethy)

El siguiente es un perspicaz análisis de los asuntos mundiales:

El petróleo: la línea divisoria de la nueva Guerra fría. 7 de diciembre de 2004

De www.prudentbear.com/internationalpe...

¿Recuerdan los “dividendos de la paz”? Eran aquéllos que se anotaron en la cuenta del gobierno de los EE.UU. después del colapso de la Unión Soviética. Para la mayoría, el dividendo ha resultado ser tan real como las aparentes ganancias de Enron. Los EE.UU. gastan hoy en defensa tanto como los siguientes 20 países juntos. De hecho, los EE.UU. están gastando ahora en defensa como gastaron en el momento más álgido de la guerra fría. Y a pesar de ello, muchos de los líderes militares del país siguen diciendo que no tienen suficiente dinero y que el Pentágono necesita comprar armas más modernas y costosas para garantizar la seguridad nacional del país e, igualmente importante, para asegurar el flujo estable de los suministros petrolíferos.

Está surgiendo una opinión militar contra las limitaciones de un presupuesto de “apenas” 500.000 millones de US$ con un telón de fondo del aumento de la actividad militar en Oriente Medio y unos precios del petróleo sustancialmente más elevados.

Desde una perspectiva más alarmante para los EE.UU., el poder militar del país, de que tanto alardea, tiene muy poco control sobre este incremento de actividad. Como principales productores de crudo, los Estados del Golfo y, cada vez más, Rusia, tienen la última palabra. De hecho, en lugar de la tradicional guerra ideológica entre capitalismo y comunismo, el petróleo puede muy bien llegar a convertirse en la base de una nueva guerra fría.

El petróleo y Rusia ¿dos caras de la misma moneda? Los crecientes problemas de los EE.UU. en Irak, están ocultando las señales cada vez más evidentes de un nuevo enfriamiento de las relaciones del país con Rusia. Gran parte de ello se centra en el denominado “gran juego”: el petróleo. De hecho, todas las grandes maquinaciones en la zona, incluyendo no sólo la guerra de Irak, sino también los acontecimientos en Irán y la recientemente disputada elección del presidente de Ucrania, se entienden mucho mejor bajo el prisma de la política de oleoductos. Es cierto que el precio del crudo ha caído recientemente de los niveles récord desde hace muchas décadas, pero es innegable que la demanda energética es todavía sólida, especialmente en el gigante emergente, China. En el lado de la oferta, las inversiones en nuevas capacidades de refino han permanecido estancadas, y cada vez existen más pruebas de que hay limitaciones a la capacidad de refino. Para poner las cosas aún peores a los nerviosos agentes petrolíferos, existe la creciente sospecha de que los grandes campos petrolíferos, especialmente los de Arabia Saudita, pueden estar llegando al cenit (o cercanos al mismo) y que están extrayendo el crudo de forma prematura mediante técnicas de extracción secundarias, como la inyección de agua. Todo ello convierte a Rusia en una variable clave de la oferta en este mercado, mientras China permanece como una gigantesca nueva fuente de demanda exógena. Éstos son nuevos elementos a los que EE.UU. no tenía que enfrentarse hace apenas una década, cuando Rusia se encontraba luchando con la angustia de los bajos precios del petróleo, con una economía en implosión y una cleptocracia rampante, mientras China era todavía un exportador neto.

Las recientes noticias del aparente interés de China por adquirir activos de algunos grandes productores de petróleo en Canadá (junto con el intento de toma de control del gigante metalúrgico canadiense Noranda), han sorprendido a la prensa mundial y han hecho que algunos conjeturen que la política exterior china puede estar a punto de dar un nuevo salto adelante. Una clave de que este pronóstico puede haber subestimado completamente estos hechos, fue la firma, el mes pasado, de un contrato gigante de gas, entre China e Irán por 100.000 millones de US$. Calificado como “el contrato del siglo” por varios comentaristas, este acuerdo puede aumentar en otros 50 ó 100.000 millones de dólares, alcanzando un total cercano a los 200.000 millones, cuando un acuerdo similar sobre el petróleo, que se encuentra en fase de negociación, se firme a no mucho tardar.

El acuerdo del gas supone la exportación anual de unos 10 millones de toneladas de gas natural licuado (GNL) iraní durante un periodo de 25 años, así como la participación de la compañía estatal china de petróleo en proyectos tales como la exploración y perforación, industrias petroquímicas y de gas, oleoductos y gasoductos, servicios y demás. La exportación de GNL exige, no obstante, barcos especiales de transporte e Irán está invirtiendo varios miles de millones de dólares para aumentar su pequeña flota equipada para el GNL.

Algunos funcionarios iraníes confían en que el acuerdo con China conduzca a que los países europeos y especialmente Rusia, se replanteen completamente los riesgos de hacer negocios con Irán. Es de resaltar que el gobierno de Putin haya guardado un mutismo absoluto en relación con las discusiones sobre temas nucleares en las que se ha visto envuelto Irán.

Aún sin una nueva alianza formal sobre energía, se pueden entrever, motivados por su mutua percepción de amenaza, algunos rasgos de un eje China-Rusia-Irán, como una nueva forma de alianza energética. China alberga todavía graves sospechas por el continuo apoyo estadounidense militar a Taiwán y su calculada ambigüedad en apoyar la política de la República Popular de “una sola China”. Irán es un conocido miembro del “eje del mal” del presidente Bush. Rusia sigue intranquila por las incursiones estadounidenses posteriores al 11-S en su tradicional “zona de influencia” del Cáucaso y Asia Central.

En relación con esto último, Washington lleva una década apoyando los esfuerzos de los gobiernos de Turquía y Azerbaiján de dirigir la exportación del crudo del Caspio al margen de Rusia, mientras aumenta continuamente su presencia militar en algunas de las antiguas naciones de la antigua Unión Soviética, como medio de proteger las posibles rutas del futuro oleoducto. El gobierno ruso ha entendido desde el principio que este oleoducto formaba parte de una estrategia más amplia de los EE.UU. para romper todos los lazos entre Moscú y los antiguos Estados soviéticos del Cáucaso, construyendo una nueva infraestructura económica que disuadiese a los grupos del Cáucaso de volver a renovar jamás dichos lazos.

Las recientes tensiones geopolíticas en Ucrania tienen que ser vistas también en este contexto. Un oleoducto ucraniano patrocinado por los EE.UU., diseñado para atraer el petróleo del Caspio al puerto de Odessa en el Mar Negro, que después sería bombeado hacia el norte a Brody y de ahí a Polonia y otros destinos centroeuropeos, ha permanecido parado durante casi un año. Seguramente se convertirá en una proposición políticamente viable, si el candidato presidencial preferido por Occidente, Víktor Yuschenko, triunfa finalmente en las disputadas elecciones. Por el contrario, el gobierno ruso, junto con los exportadores de petróleo rusos, ha contraatacado con una propuesta al gobierno ucraniano para revertir el flujo de petróleo en el oleoducto y transportar el crudo ruso hacia el sur, a Odessa, para llevarlo después en buques cisterna fuera del Mar Negro. Esta acción sería mejor recibida por Ucrania, si el candidato preferido del presidente Putin, Víctor Yanukovich, triunfase inesperadamente en la repetición propuesta de las elecciones del pasado mes. (Como nota marginal, las disputas en torno a las elecciones ucranianas ilustran la clásica reanudación de la guerra fría sigilosa y su correspondiente propaganda en la prensa: aunque el candidato preferido de Rusia, el Sr. Yanukovich, obtuvo el 90% en dos regiones, el Sr. Yushchenko obtuvo más del 90% en tres. Pero de alguna forma, el resultado del Sr. Yanukovich ha sido tachado de corruptos por la prensa occidental, mientras que el del Sr. Yushchenko es limpio. Los medios que cubrieron las recientes elecciones tampoco mencionaron que los EE.UU. han inyectado millones de dólares en la campaña de Yushchenko y que las encuestas a pie de urna y otros observadores fueron financiados al 100% por el NED; esto es, por el mismísimo Estado norteamericano. Esto podría explicar por qué las manifestaciones de la oposición han podido levantar cientos de tiendas de campaña, realizar espectáculos de luz con láser, pantallas de plasma, sistemas de sonido y por qué tantas personas se han movido en autobuses con tanta velocidad: se requiere mucho dinero para organizar una revolución “espontánea”, como puede imaginarse.

La respuesta del Sr. Putin, en su propia versión de la política de oleoductos, ha sido la de aliar a las industrias del petróleo rusa e iraní y abrir la más corta, barata y la más lucrativa de las rutas del petróleo, desde el Caspio hacia el sur hasta Irán. China se ha convertido en otro componente de esta estrategia. De hecho, los recientes acuerdos de China, tanto con Kazajstán (sobre a la energía del Caspio), como con Irán (sobre los recursos del golfo Pérsico), significa que los expertos se habían equivocado hasta ahora: el alcance del nuevo gran juego no se limita a la cuenca de Asia Central y del Mar Caspio, sino que más bien tiene un alcance más amplio e integrado e involucra cada vez más incluso al golfo Pérsico. Entre los pensadores de la política exterior rusa y china va adquiriendo cada vez más importancia la figura de una República Islámica de Irán, que representa una especie de estado de primera línea del frente global posterior a la guerra fría contra la hegemonía estadounidense.

Hasta que Vladimir Putin llegó a la presidencia en el 2000, la política petrolera rusa estaba dictada por una nada santa alianza entre productores petrolíferos rusos (y sus corruptos oligarcas) y el gobierno de los EE.UU. La posición económica del país fue extremadamente débil durante ese periodo y florecía el reino del Rey Dólar. Por entonces, bajo la apariencia de la “reforma económica”, Rusia había experimentado una depresión económica y social mucho peor que la de la Gran Depresión y las cosas siguieron peor los dos años siguientes, hasta el colapso financiero de agosto de 1998. Occidente respaldaba con vehemencia a Boris Yeltsin, apoyándole aunque se robaban enormes cantidades de dinero a una población cada vez más empobrecida. Le vitorearon cuando bombardeó el parlamento ruso en 1993 (murieron cientos en las luchas posteriores) y realizó una campaña oculta de destrucción de Chechenia. En los últimos días del régimen de Yeltsin, el FMI controlado por los EE.UU. inyectó otros 4.000 millones de dólares a Rusia, la mayor parte de los cuales, según ahora se sabe, fueron simplemente robados y colocados en cuentas bancarias privadas.

La presidencia de Putin ha terminado con esto. Aunque su campaña contra Yukos ha sido ampliamente condenada por la prensa occidental como “un asalto a la libre empresa”, sus actos parecen menos arbitrarios cuando se ven en el contexto de lo que fue la administración anterior. Los barones petrolíferos del país, incluyendo al presidente de Yukos, Mikhail Khodorkovski y el ahora exiliado Boris Berezovski, fueron figuras clave en el régimen de Yeltsin y concretamente en su estrategia de crear esa clase de los llamados oligarcas, quienes habiendo robado enormes cantidades de dinero del Estado ruso que controlaban, a cambio apoyaban a Yeltsin. Bajo la apariencia de la “reforma” apoyada activamente por la Administración Clinton y el FMI, se vendieron a los “cleptócratas” las mejores partes de la economía rusa a precios verdaderamente ridículos en subastas manipuladas, y esos barones rusos del latrocinio utilizaron a menudo para este propósito créditos blandos del Banco Central.

Sólo después de que este latrocinio masivo se consumó, estos mismos personajes comenzaron a hacer mucho ruido sobre la necesidad de establecer un adecuado “imperio de la ley” en Rusia, una estrategia que les servía para salvaguardar las ganancias obtenidas de tan sucia manera. La propia complicidad occidental es un episodio vergonzoso que pocas veces se ha comentado, a pesar de ser crucial para entender la “inexplicable” línea dura del presidente Putin contra Yukos, occidente en general y los EE.UU. en particular.

A medida que ha aumentado el precio del petróleo, el superávit de la balanza de pagos de Rusia y sus reservas en divisas han crecido espectacularmente. Su creciente fortaleza es el espejo de la creciente debilidad económica estadounidense. Al mismo tiempo, se está viendo que el presidente Bush no puede sacar el petróleo iraquí y que se ha empantanado en una guerra de guerrillas de cuarta generación, lo que ha acentuado aún más la debilidad económica (y militar) actual del país. Consecuentemente, el Sr. Putin está comenzando a jugar la carta del petróleo de forma más agresiva.

Recientemente se ha citado al presidente ruso en el Moscow Times, sugiriendo que Rusia podría cambiar su comercio petrolífero, actualmente en dólares, al euro (lo mismo que hizo Sadam Husein al comienzo de la segunda guerra del Golfo). Esto se indicó en términos intencionalmente vagos, pero la amenaza implícita no pasó inadvertida para los organismos estratégicos de le energía, incluso aunque no fue apenas registrada en los mercados financieros estadounidenses: “No descartamos que esto sea posible. Sería interesante para nuestros socios europeos. Pero no depende sólo de nosotros. No deseamos dañar los precios de mercado”. Este movimiento podría tener repercusiones de largo alcance para el sistema monetario internacional y su equilibrio de poder, especialmente a la vista de la acelerada caída del dólar en los mercados mundiales de divisas.

Los rusos no son los únicos en contemplar este cambio. A pesar de las afirmaciones de lealtad a Washington, los países miembros de la OPEP han reducido la proporción de sus reservas en dólares en más de 13 puntos porcentuales en los últimos tres años, fundamentalmente a favor del euro, según el último informe trimestral del Bank for International Settlements. El informe dijo que las reservas denominadas en dólares cayeron al 61,5% del total de las reservas de los miembros de la OPEP en el segundo trimestre del 2004, desde el 75% en el tercer trimestre de 2001. La proporción de las reservas denominadas en euros subió un 20% desde el 12% anterior, durante el mismo periodo.

Por tanto, el Sr. Putin está atrayendo a un grupo potencialmente amplio y poderoso. Esto no debería sorprender: los objetivos económicos de Rusia están cada vez más entrelazados con el bloque del euro y con los de los países productores de la OPEP. El corolario de la debilidad del dólar ha sido la aguda apreciación del euro, dejando en efecto a los fabricantes europeos fuera de los mercados de exportación vitales, sin que la eurozona reciba ningún beneficio significativo por ello. Por la misma razón, al tener los precios en dólares, los miembros de la OPEP se arriesgan a cambiar un bien valioso y en rápida disminución (el petróleo) por una divisa cuestionada, para mantener un sistema de reservas de divisas, de dudoso beneficio para los que están fuera de los EE.UU.

Capitular ante la hegemonía del dólar sirve para perpetuar un sistema monetario que sirve claramente a los intereses de Washington. Pero ¿sirve a los intereses de Rusia, de la eurozona, de la OPEP y de los grandes poseedores de activos en dólares de Asia? Cuanto más se comerciase en euros, más reservas habría en eurobonos y esto no haría sino reforzar los pilares del euro a largo plazo, como una alternativa viable de reserva de divisas, mientras que reduciría la preeminencia del sistema de reservas de divisas en dólares. Como un productor marginal clave, tanto de petróleo como de gas natural, Rusia se encuentra ahora en una envidiable posición para catalizar este movimiento.

Será muy poco probable que estas alianzas del tipo de la Guerra fría, se puedan llevar a cabo en su totalidad en un contexto en el que el actual sistema de reserva de divisas en dólares se está rompiendo, sin que exista una alternativa evidente que pueda llenar el vacío. Pero está claro que la dinámica de cambios en el mercado petrolífero está creando nuevas fisuras globales, como las que había entre Washington y Moscú en la época de la guerra fría. La subida del petróleo con el telón de fondo de la creciente tensión en Oriente Medio sólo añade otro gran sumando a la gigantesca deuda estadounidense con el resto del mundo y presagia la aceleración de su debilidad política y económica, que Rusia, China y los demás explotarán cada vez más.

El presidente Chirac de Francia, entre otros, insistido machaconamente en el deseo de un nuevo mundo multipolar. Un aspecto de ello, soslayado durante mucho tiempo, ha sido el establecimiento del euro como una reserva de divisas viable y alternativa al dólar. El petróleo también se está convirtiendo en una importante variable en esta estrategia. Pero esta dispersión de poder político y económico que está teniendo lugar, va a suponer probablemente un inestable e incluso peligroso periodo, dado el indudable interés por desarrollar el arma del petróleo para acelerar el fin del dominio mundial estadounidense. En cualquier caso la recapitulación estadounidense tendrá también consecuencias para el resto del mundo y no es de esperar que Washington se rinda sin luchar. La nueva guerra fría puede tener, por tanto, unas consecuencias muy estremecedoras para los mercados financieros mundiales.

  • > El petróleo: la línea divisoria de la nueva Guerra fría.

    17 de enero de 2005 21:28, por Crates

    Sobre todo lo que está haciendo pensar este tema a los USA, lease lo siguiente en Crisis Energética

    "El think tank estadounidense IAGS (Institute for the Analysis of Global Security) ha presentado un plan destinado a reducir la dependencia de los EE.UU. de fuentes energéticas extranjeras. El plan, que se encuentra en las antípodas de la praxis actual de la administración Bush, ha sido llamado "Set America free: a blueprint for U.S.. energy security" (fichero PDF, 75,3KB), y se suma a otras iniciativas similares que han aparecido en los últimos meses, como el informe del Rocky Mountain Institute "Winning The Oil Endgame". En este caso, las soluciones propuestas incluyen la diversificación de los combustibles, la utilización de tecnologías disponibles hoy, la utilización de los recursos domésticos (se propone el carbón a través de tecnologías de ciclo combinado y gasificación integrada), la renovación de la tecnología de los vehículos (materiales ligeros, motores híbridos, biocombustibles), e incentivos a constructores de vehículos e investigadores.

    Redacción CE: la estadounidense National Commission on Energy Policy (participada por expertos en energía de los dos grandes partidos estadounidenses) ha hecho público un comunicado anunciando un estudio, resultado de dos años de trabajo, que pretende afrontar los desafíos energéticos a largo plazo de los EE.UU. El informe, titulado "Ending the Energy Stalemate: A Bipartisan Strategy to Address America’s Energy Challenges" (fichero PDF, 2,29MB), viene acompañado de los siguientes documentos: "Summary of Recommendations" (627KB), Economic Analysis of Commission Proposals" (1MB) y "Compendium of Commission Research: Technical Appendix"."

    En la página en cuestión podeís encontrar los enlaces a todos esos documentos, el que tenga tiempo y ganas.

    También aparece una razón de tanta preocupación, nada "ecológica": Como informa el New York Times en su artículo U.S. Trade Deficit Rises to New High; More Risk to Dollar, el déficit comercial de los EE.UU. no para de crecer. El pasado mes de noviembre superó los 60 mil millones de dólares y en el 2004 seguramente superará los 600 mil millones de dólares, un 6% del PIB. La mitad del incremento del déficit del mes de noviembre ha sido debido al incremento de los precios del petróleo que han aumentado la factura energética de los EE.UU. en más de 2 mil millones
    mensuales. Este déficit "obliga" al resto del mundo a financiar a los EE.UU. a razón de más de 2 mil millones
    de dólares al día. Es evidente que un incremento continuado del precio del petróleo hará cada vez más difícil el
    mecanismo que mantiene la economía mundial lejos de la recesión: un déficit galopante de los EE.UU. que
    absorbe los excedentes de producción mundial y que de momento lo financian China y los demás países con
    superávit comercial. Las importaciones de petróleo suponen alrededor del 25% de este déficit y no pueden hacer más que crecer, en cantidad y en importe, en los próximos años.

    Por eso es legítimo preguntarse: ¿cómo pagarán los EE.UU. el petróleo que consumen? Hoy la deuda que tienen supone ya unos pagos en intereses de 333$ al año por cada estadounidense, y eso sin amortizar ni un céntimo de los casi 2,5 billones del principal de la deuda.

    Ver en línea : Liberando a Estados Unidos de su dependencia energética