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Loa de la Guerrilla de la Comunicación

Lunes.27 de diciembre de 2004 5366 visitas Sin comentarios
Grupo Autónomo A.F.R.I.K.A. #TITRE

[Texto extraído de «Manual de Guerrilla de la Comunicación», Grupo autónomo A.F.R.I.K.A., Virus editorial (2000). Ver reseña en Boletín Electrónico Antimilitarista nº16. (http://www.uv.es/ alminyan/bea.html)]

Para la guerrilla de la comunicación son de importancia crucial los contextos y situaciones en los que se actúa; el conocimiento preciso de las circunstancias locales respectivas es imprescindible para el buen resultado de las acciones. No es más que con su realización que las técnicas aquí descritas pueden devenir elementos de una guerrilla de la comunicación. Cuando las psicólogas utilizan la técnica de la intervención paradójica» (o afirmación subversiva) o cuando los estrategas de la publicidad intentan llamar la atención sobre un producto, las técnicas empleadas pueden ser formalmente las mismas que las aquí descritas. Sin embargo, las situaciones, contextos y objetivos son completamente diferentes.

La guerrilla de la comunicación no funciona como estrategia, sino sólo como táctica. No puede tener lugar en un espacio «estratégico» fijo (por ejemplo, en los locales, periódicos, radios, etc., «propios»). Esto explica también por qué, por ejemplo, las radios libres o los periódicos alternativos son tan poco apropiados para acciones de guerrilla de comunicación. No obstante, sí que pueden ser la base para actividades semejantes, en tanto que sus colaboradores abandonen los lugares estratégicos y actúen siguiendo roles o identidades distintas (es decir, no como radio o revista tal y cual).

La efectividad de la guerrilla de la comunicación, además de por las condiciones locales, también se ve influenciada por el clima político respectivo y por las circunstancias sociales globales. Éstas determinan las condiciones generales de comunicación, bajo las cuales desarrolla su efecto y es recibida una acción concreta. A las autoras este concepto no les parece transferible. Aun cuando se hayan dejado inspirar por ejemplos de países muy diferentes y por sistemas sociales distintos, las reflexiones presentadas en este libro se fundamentan, sobre todo, en experiencias propias en las metrópolis de los países del capitalismo tardío. Aquí la cuestión de la represión tiene unas connotaciones muy diferentes que en dictaduras fascistas, sociedades de tipo soviético o Estados de la Periferia.

Durante el nazi-fascismo, el distanciamiento o modificación de mensajes, el comportamiento insubordinado en lugares públicos o la guarnición de monumentos no fue, desde luego, un simple juego con símbolos y significados. Los nazis ejecutaron abiertamente su cosmovisión racista y antisemita. No intentaron disimular el poder y la jerarquía, sino que los impusieron con violencia y terror. Incluso las pequeñas desviaciones respecto al lenguaje oficial podían ser valorados y castigados como una agresión directa contra el sistema. Cuando, por ejemplo, una pintada de las SA como «Los judíos son nuestra desgracia», se convertía al sobrepintarla en «Los judíos son nuestra gracia», esto no era visto sólo como la expresión de una opinión discrepante, sino que podía ser perseguido como un claro acto de resistencia. En vista de la rotundidad del domino impuesto mediante el terror, hasta la más mínima manifestación de vida disidente, subcultural o independiente significaba una crítica al orden establecido y significaba, por lo tanto, un acto de resistencia (no siempre intencionado).

Diferente fue la situación en sociedades del tipo soviético tardío como la RDA, cuyas estructuras de poder se mantenían en pie y se legitimaban mediante una ideología de igualdad y concordia. También allí se consideraba crítica al sistema pequeños cambios en la gramática cultural dominante. Sin embargo, a diferencia que durante el nazi-fascismo, no fueron tratadas automáticamente como un ataque abierto. En el socialismo de Estado paternalista, los detentadores del poder no podían responder represivamente a las enormes diferencias entre ellos y las ciudadanas. Esto hubiera implicado reconocer que algunas premisas centrales del sistema, como la supuesta lealtad de las masas, no eran más que apariencia. Las discrepancias fueron obviadas en silencio o respondidas desde una posición de tutela paternalista, siempre que pudieran ser declaradas «apolíticas». Las actas sobre punks, por ejemplo, fueron archivadas en las sedes locales del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania) en la carpeta de «asuntos especiales», junto con averías, incendios, epidemias y desgracias climáticas. Eran considerados una catástrofe, que en realidad no debería haber pasado y para la cual no había explicación alguna.

La obligación de imaginar una comunidad homogénea, leal y solidaria transformó rápidamente en auténticas acciones de guerrilla de la comunicación acciones habituales incluso en el marco predeterminado de una manifestación del19 de Mayo. Quien en los años 70 llevara la pancarta con el lema: «Aprender de la Unión Soviética significa aprender a triunfar» enseguida era identificado como simpatizante del partido. Pero quien la llevara tras la perestroika, después de 1985, privaba de sus propias frases a la doctrina oficial del partido. Las pequeñas desviaciones en el marco de la gramática cultural dominante eran una posibilidad efectiva, bajo estas condiciones, de expresar disidencia y deslegitimar el poder sin tener que temer sanciones graves.

Muy diferente es la situación bajo el dominio de regímenes autoritarios y represivos en las sociedades de la Periferia con sus inmensas desigualdades sociales. Como demuestra el «teatro de los oprimidos» de Augusto Boal, aun cuando los métodos de la guerrilla de la comunicación pueden ser aquí una parte fundamental de la práctica política, los objetivos y puntos de partida de estas acciones serán diferentes que en las metrópolis imperialistas. Así, por ejemplo, determinadas formas de crítica del consumo no tienen sentido o resultarían incluso cínicas, cuando una parte mayoritaria de la sociedad se ve obligada a vivir por debajo del mínimo de existencia.

Ópera metropolitana

El sistema de sociedad del capitalismo tardío, siempre modernizándose permanentemente a sí mismo, no necesita por lo general de la coacción directa o terrorista para mantener su dominio. El análisis crítico de las sociedades del capitalismo tardío realizado por Herbert Marcuse (La tolerancia represiva, 1977) subraya que entre los fundamentos de las democracias burguesas representativas figura el de saber aguantar y re-integrar las opiniones discrepantes y las desviaciones culturales hasta un cierto grado de radicalidad. La crítica radical puede contribuir, bajo unas condiciones semejantes, a mantener una ficción liberal de diversidad plural, que no deja ver las estructuras institucionales jerárquicas y económicas desiguales. La guerrilla de la comunicación reacciona ante este peligro mediante un movimiento de esquivamiento. No formula posiciones propias, sino que critica las reglas de juego aparentemente evidentes, normales y naturales, que determinan sin una represión abierta lo que está permitido y lo que no. Identifica estas reglas al nivel de la gramática cultural, de las convenciones y de las normas convertidas en vinculantes de manera no verbal, y las ataca mediante intervenciones momentáneas, inesperadas y, en consecuencia, difícilmente reintegrables.

En lo que a esto se refiere, hay un concepto político básico en la actuación de la guerrilla de la comunicación que podría ser definido como «sobreafirmación» (o sobreidentificación) de la ideología reinante. Toma más en serio que el propio sistema la idea de un ciudadano que piensa con independencia. Las acciones de la guerrilla de la comunicación persiguen, por lo tanto, la deslegitimación de las normalidades aparentes. Allá donde las convenciones habituales aparecen como naturales y definitivas, nos remiten a su construcción social y nos muestran así también su carácter modificable. El mercado aparentemente libre de las opiniones funciona, entre otras cosas, porque apenas si se cuestionan las normas y reglas que lo fundamentan. Atacarlas y formular reglas de juego propias significa acercar la chispa a la mecha de la subversión.

La sociedad capitalista sabía y sabe cómo absorber desarrollos contrarios. En la actualidad su fuerza se basa más en la integración de desarrollos subculturales o disidentes que en su opresión. Esta capacidad de adaptación, sin embargo, también significa que la guerrilla de la comunicación sólo puede funcionar si se cuestiona continuamente y analiza las condiciones sociales de cada momento para encontrar siempre nuevas posibilidades de intervención.

Crítica de la crítica de la guerrilla de la comunicación y reflexiones sobre una resignación precipitada

¿Cómo se puede reconocer si la guerrilla de la comunicación ha golpeado con éxito o no? Tomando como trasfondo el desarrollo social presente, se formulan diferentes objeciones en cuanto a sus posibilidades de efectividad; con frecuencia sus acciones son descritas como política simbólica y se le piden éxitos mensurables. La guerrilla de la comunicación no es ninguna estrategia con el objetivo de desvencijar el sistema y tomar el poder. Es importante tener en cuenta este límite, y por esta razón no tiene evidentemente sentido exigir capacidad hegemónica a las tácticas de la guerrilla de la comunicación. El pensamiento de izquierdas, tanto en su versión de juego socialdemócrata como en la marxista-leninista, siempre ha medido la política siguiendo criterios de conquista del poder y capacidad hegemónica; ¿pero acaso puede ser el objetivo de una política emancipadora conquistar el poder y la hegemonía o participar uno mismo de alguna manera en los manejos de un bloque hegemónico? No hay ningún ámbito social que consiga escapar por sí mismo a las estructuras del poder: ni el arte, ni el mundo subcultural de la música pop, ni la escena autónoma. Puesto que el poder se produce y reproduce en todas partes, también la destrucción de la legitimación y del funcionamiento del poder y de las estructuras de dominación tiene que acometerse desde un «micronivel». Esto no es «la» revolución, pero posiblemente su condición previa. La guerrilla de la comunicación puede hacer tambalearse, atacar y deslegitimar la naturalidad de las pretensiones de dominio y el supuesto orden natural del poder en la actual fase de restauración social. Puede contribuir a abrir de nuevo el espacio en el que se articulen ideas discrepantes sobre las relaciones sociales e intervenir en procesos de discusión relevantes. No es, sin embargo, un remedio seguro contra la incapacidad de hegemonía de la izquierda. Esto se debe a los contenidos, es un problema doméstico no superable de manera tecnicista.

No es casualidad que este manual haya surgido en un momento en el que ni se puede distinguir una base social amplia para un proyecto emancipador (algunas llaman a esto la base de las masas) ni se prevé una revolución de ningún tipo. De momento nos conformamos con lograr habitar zonas temporalmente autónomas. Y si la CSU empieza a hacer campaña electoral con prospectos electorales «fakeados», si la industria de la moda se come la tecnocultura o el punk o si se le ofrece un empleo de ministro a Eulenspiegel, entonces nosotros continuamos nuestro camino -al menos en el plano político- bajo una de nuestras múltiples identidades.

Una cuestión elemental es la de cuál es el «enemigo» contra el que actúa la guerrilla de la comunicación. ¿Acaso sigue existiendo algo así como «los que mandan», y su ideología? ¿Acaso se puede discernir aún un discurso hegemónico delimitado, o es que no existen más bien un número indeterminado de posiciones y cosmovisiones paralelas de manera que a nadie le extraña si se añade alguna más o si se cuestiona alguna de estas posiciones?

Hay una tesis en este contexto que viene a decir que las formas sociales dominantes entretanto se han diferenciado de tal manera que ya no se puede distinguir una gramática cultural de contornos definidos. Las situaciones sociales, según esta tesis, ya sólo son percibidas como una rápida relación de imágenes, conforme a una estética televisiva, y ya no son clasificadas atendiendo a puntos de vista y modelos de interpretación trascendentales. ¿Es que la guerrilla de la comunicación no es más que otro jueguecito postmoderno, recogida ecléctica y reunión aleatoria de formas, el final de la política, la disolución definitiva en el gran simulacro multicolor?

Una premisa de la guerrilla de la comunicación es que la confusión que introduce en la normalidad de una situación concreta conduzca más allá de ésta y pueda articular una crítica fundamental. Ésta resultaría inútil si las situaciones e imágenes permanecieran juntas sin relación alguna y sin ningún vínculo pensable. En todo caso, ésta es una visión futurista apocalíptica más que la realidad de la sociedad de las metrópolis. Justo en el momento en que se habla de tal fragmentación desde diferentes partes, vuelven a resurgir los modelos herméticos de nacionalismo, ya sea en la ex Yugoslavia, donde se etnifican los conflictos, o en la propia Alemania, en donde sobre la base del discurso de la fortaleza asediada se lanzan consignas de resistencia nacionalista que pretenden transmitir una imagen cerrada de Alemania. En este contexto se sitúan también las orientaciones religiosas como el fundamentalismo protestante occidental y el islamismo, cuyas cosmovisiones cerradas se pueden interpretar según los contextos políticos.

Tampoco allí donde se observa una fragmentación real de los discursos políticos se encuentran huellas de azar. En vez del gran discurso hegemónico único aparecen muchos discursos pequeños de carácter local y similares en su estructura; la estructura de los discursos del poder y de la opresión no ha cambiado esencialmente. La guerrilla de la comunicación actúa, bajo las circunstancias reinantes, con frecuencia «sólo» al nivel de la micropolítica local. De esta manera intenta hacer aparecer una crítica fundamental al poder y a la opresión, aun cuando ésta no sea formulada explícitamente. La guerrilla de la comunicación, por lo tanto, no es una despedida de la crítica (ideológica) a fondo para apostar por el azar. Sí que intenta, no obstante, ser consciente de sus posibilidades limitadas, en vez de considerar la actuación propia, en plan fanfarrón, como la «verdadera» política (correcta), y «revolucionaria».

En la discusión en torno a la «política simbólica» se manifiesta muchas veces la crítica de que las prácticas que sirven de referencia a la guerrilla de la comunicación llevaron a cabo una estetización inaceptable de la política. A esto le sigue el reproche de «jugar la carta del fascismo», puesto que también el nazifascismo estetizó a fondo su política. Dejando de lado que los nazis se apoderaron de prácticamente todo lo que les pareció útil para su éxito, y que llevaron a cabo su estetización recurriendo a todos los medios de poder e infraestructuras pensables, con esta crítica se realiza una distinción que contrapone una política simbólica a una política «substancial», auténtica que resulta absurda en sí misma. La política es siempre simbólica. También los conflictos sociales que, por ejemplo, se expresan en huelgas necesitan buscar una representación cultural de sus contenidos.

La guerrilla de la comunicación no lleva a cabo una estetización de la política, sino que se toma en serio los momentos estéticos de la política e intenta volverlos en contra de sus creadores. La guerrilla de la comunicación no describe ningún movimiento, sino una actitud esencial respecto a la acción política. Los grupos y movimientos presentados en este manual tienen sus prácticas e historia(s) propias y su propio presente. No han escrito siempre páginas de gloria, desde luego, y tenemos que preguntarnos a fondo hasta qué punto sus interpretaciones erróneas y sus equivocaciones tienen que ver también con sus formas de representación y acción. No es objetivo de este libro estilizar en iconos adorables a los grupos presentados para revivir y dar continuidad acrítica a sus prácticas.

Aun cuando el final de estos grupos se vio marcado, en parte, por una represión estatal masiva, como en el caso de los Indiani Metropolitani o también de la Autonomía Operaia —se realizaron más de 700 detenciones, queda la pregunta de por qué los que quedaron desaparecieron en su mayoría de la arena política o se engancharon y fueron a desaparecer, como muchos provos, en el mundo de la droga. Probablemente aquí se muestra un problema especial de los grupos que ponen la «diversión» en el centro de su práctica política. Cuando se pierde la posición política y el contexto colectivo de actuación, estos postulados se estrellan en algún punto intermedio entre la miseria individual, la psicoterapia y la familia nuclear. Numerosos grupos se pelean o se dividen -tan habitual en la izquierda- hasta tal punto que se hace imposible cualquier práctica política común. Esto no fue siempre un gran mal. Los movimientos sociales que se han entendido como cultura juvenil se acabaron, forzosamente, con la juventud de sus protagonistas; éste es un problema general de los movimientos subculturales.

Sin embargo, también dejaron tras de sí huellas y mitos. Dejaron su marca en una cultura política que puede servir a grupos venideros como fundamento de posibilidades de resistencia política y, en última instancia, puede hacer posible cierta continuidad en la práctica subversiva, aun cuando cambien las condiciones, los lugares y las personas.

¡Ninguna revolución sin juerga, ni juerga sin revolución!

La guerrilla de la comunicación es una forma defensiva de práctica política, y hoy en día se deciden por ella pequeñas agrupaciones temporales que no pueden movilizar una «base masiva» y que, por lo tanto, no tienen más remedio que desarrollar formas visibles de intervención pública con un esfuerzo mínimo. Las acciones aquí reunidas bajo la etiqueta de guerrilla de la comunicación tampoco necesitan de masas para su realización, sino de grupos pequeños que actúan con gana y conocimiento en un contexto social. El reverso de la medalla es que muchos de estos grupos, precisamente por no haber tenido que luchar por una masa amplia de seguidores, tienen un cierto toque elitista incomodo (los situacionistas, desde luego los dadaístas, también los pranksters).

En resumidas cuentas, todavía nos sigue pareciendo casi imposible definir exactamente el concepto de «guerrilla de la comunicación». Nuestra experiencia nos dice que de todas maneras cada una acaba interpretándola como quiere. La palabra clave «comunicación» es un lugar común que, al igual que «información» se convirtió en palabra de moda para describir la realidad social. El concepto de «guerrilla» está tan poseído por fantasías políticas que toda la izquierda radical lo quiere hacer suyo para su práctica (y algunos no nos perdonan que lo hayamos sacado de sus contexto social-romántico).

Lo que es de verdad la guerrilla de la comunicación -una flipada, una nueva práctica antigua, un canto de cisne de la izquierda, la aurora de la revolución- es algo que tendrán que determinar las lectoras del libro por sí mismas. Haciendo una interpretación libre de Bertolt Brecht, acabamos nuestras reflexiones con una arenga de despedida patética: Apreciado público, vamos, búscate tú mismo el final, tiene que haber uno bueno, ¡tiene que haber uno!, ¡tiene que haber uno!