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¿Por qué nadie me escucha?

Martes.30 de noviembre de 2004 4309 visitas Sin comentarios
Recuperamos un texto clásico... ¡viva la guerrilla de la comunicación! #TITRE

[Subvertir la normalidad de las situaciones cotidianas en las que se expresa
y se reproduce la lógica del dominio y la sumisión, creando situaciones
abiertas que puedan dan lugar a interpretaciones disidentes de la realidad.
Renovar la práctica política de izquierdas con una buena dosis de guasa.
Jugar «tácticamente», en el terreno del «adversario», apropiándose de los
símbolos dominantes, alterándolos y tergiversándolos a conveniencia para
devolverlos de nuevo al proceso comunicativo. Todo esto y mucho más propone
el grupo A.F.R.I.K.A., Sonja Brünzels y Luther Blisset en el «Manual de
Guerrilla de la Comunicación» (Virus Ed., 2000), eso sí, avisan, sin
disponer de una verdad «tal que se podría inscribir en sus banderas y con la
cual podrían machacar a las demás gentes de izquierda o a los no creyentes».
Un libro que, además de ofrecer un enorme recetario para la acción y
explorar las bases teóricas de la «guerrilla de la comunicación», traza una
trayectoria histórica con los grupos o movimientos que han optado por esta
forma de hacer política emancipatoria: dadaístas, situacionistas, provos,
yippies, adbusters, spassguerrilla, y movimientos sociales como el de
ocupación y el de insumisión. Ejemplos recientes son las campañas «Guerra
Mítica», «Mundos soñados», o «Yomango», por citar solamente tres. El
siguiente texto es un resumen del capítulo con el mismo nombre que puede
encontrarse en el libro.]

«La comunicación es imposible.» (constructivistas radicales)
«No se puede comunicar.» (Paul Watzlawick)

Quién no conoce la siguiente situación: Vas y sacas una octavilla en la que
llamas a participar contra una de las guarradas habituales. Has discutido su
contenido de manera consensuada, el análisis político es de una lógica
irrefutable, las consecuencias están claras como el agua y las exigencias
están formuladas de manera concisa, pero nadie te hace ni caso: por la mani
sólo aparece la peña de izquierdas de siempre. La próxima vez lo haces
mejor: no te limitas a repartir octavillas en los lugares habituales, sino
que sacas todo un diario de barrio, que haces llegar a todas las vecinas,
haces un programa en la radio local y metes, además, todo el material en
alguna homepage de Internet, pero una vez más no reacciona ni cristo. Has
formulado tu mensaje lo más claramente posible, has empleado para su
difusión todos los medios a tu alcance y tampoco crees que los receptores
simplemente no hayan entendido tu mensaje. ¿A qué se debe, entonces, que
nadie te escuche? Tal vez ni al mensaje ni al hecho de que los grupos de
izquierda no tengan acceso al noticiario de las 9 de la noche. Tal vez el
problema estribe ya en la suposición de que la gente me ha de escuchar sólo
por decir las cosas adecuadas y en la idea de comunicación que se esconde
tras esta suposición. Aunque echemos una ojeada a los diferentes modelos de
comunicación, seguro que no podremos desarrollar una estrategia que nos
permita evitar de manera segura vivencias frustrantes como la antes
mencionada; pero la confrontación con este tipo de teorías no sólo nos
ayudará a hacernos una idea clara de por qué nadie me escucha sino a un
enriquecimiento de la práctica política.

La política tradicional de izquierdas confía sobre todo en la fuerza de los
contenidos. La confianza en que la simple transmisión de estos contenidos
representa ya una forma efectiva de actividad política es difícil de
rebatir. Los contenidos de izquierda deberían y deben romper la red de
mensajes manipuladores, con los que los medios de comunicación manipulan la
conciencia de las masas. La crítica elaborada por la Escuela de Frankfurt a
la industria de la cultura como industria de la conciencia se convirtió en
los años 60 en el lugar común de las posibilidades de la manipulación
mediática. Por otro lado, surgió asimismo la idea de que estas
posibilidades, en todo caso, también podían ser reversibles en el sentido de
servir para el esclarecimiento. Como lo formuló en su día hábilmente H. M.
Enzensberger: «La cuestión no es si los medios de comunicación están
manipulados, sino quién los manipula».

La consecuencia fue que el apoyo a la campaña «Expropiemos a Springen»
derivó en querer crear un Bild-Zeitung de izquierdas. El problema principal
de una idea así es el modelo reducido de comunicación que se esconde tras la
suposición de que quien posea los emisores podrá controlar las mentes de las
personas. La implosión del socialismo burocrático ha convertido en un cuento
chino esta idea: a pesar de que los burócratas controlaban los media de una
manera prácticamente total, no pudieron impedir que las personas
desarrollaran pensamientos propios o formas divergentes de leer las noticias
transmitidas.

Los modelos de comunicación son imágenes siempre reducidas y con frecuencia
muy tecnicistas de un proceso complejo. Aun así pueden ser útiles para
formular de manera más clara los requisitos de las diferentes ideas con
relación a la comunicación y a la comunicación de masas. La tesis de la
manipulación antes mencionada corresponde a un modelo de comunicación muy
sencillo que sólo tiene en consideración al «emisor» -en el caso de la
comunicación de masas, organizado de manera central e industrial-, el
«canal», en el que es transportada la información, y sus «receptores» es
decir, una cadena de comunicación lineal (emisor / fuente >- canal -<
receptor). Este modelo da por probado que las informaciones transmitidas por
un emisor no sólo llegan vía canal hasta el receptor, sino que además son
interpretadas en el sentido pretendido por el emisor. En consecuencia, se
conseguiría cambiar la conciencia con sólo cambiar los programas de
televisión, el contenido verídico de la publicidad o el grado de exactitud
de las noticias de los diarios. Pero incluso quien controla completamente la
forma y el contenido de un mensaje no necesariamente puede influenciar la
conciencia de su receptor en una dirección determinada, Al fin y al cabo, el
receptor posee un grado (restante) de libertad suficiente como para poder
leer un mensaje de manera diferente a la prevista por el emisor. Y está bien
que esto sea así.

Umberto Eco describe este estado de cosas como el principio de la
variabilidad de interpretación: el mundo de la comunicación (de masas) está
lleno de interpretaciones opuestas y divergentes. Tomemos, por ejemplo, un
reportaje sobre enfrentamientos militantes durante una manifestación:
imágenes de policías golpeando a manifestantes y a paseantes reflejadas en
la pantalla. Aun cuando dichas imágenes sean comentadas en un sentido
esclarecedor y crítico con la policía, no necesariamente le sugieren al
espectador la asociación «mierda de policía», Resulta igualmente posible una
lectura divergente: «se lo tienen bien merecido esa pandilla de vagos». La
lectura que se elija, favorable o desfavorable, depende de diferentes
factores en el receptor. El emisor puede, como mucho, intentar sugerir una
determinada lectura preferida de las informaciones transmitidas, pero en
última instancia (por suerte) no tiene posibilidades de imponerla de manera
segura. Y éste es un problema que se le plantea a todos los emisores por
igual. Si la izquierda quiere propagar contenidos emancipatorios por vía de
los medios de comunicación (de masas), se tendrá que enfrentar también a las
mismas dificultades que cualquier otro emisor en el sistema de la
comunicación de masas.

El mensaje transmitido siempre se ve (co)determinado por la manera en que
son interpretadas las informaciones. Esta ambivalencia afecta en menor
medida a la comunicación directa y recíproca porque resulta posible realizar
preguntas: el receptor de las informaciones puede comprobar si las entiende
tal como quiere el emisor. Pero ni siquiera esto es un remedio contra todo
tipo de malentendidos, como todo el mundo sabe por su experiencia cotidiana.
En la comunicación de masas la ambivalencia es omnipresente: Eco llega
incluso a calificar el fenómeno de la variabilidad de interpretación como su
principio fundamental. Aun cuando las informaciones son enviadas por una
fuente central, lo cierto es que son recibidas por personas que se
encuentran en situaciones muy diferentes y que interpretan las informaciones
transmitidas de maneras muy diferentes. La forma en que se atribuyen
significados a las informaciones transmitidas es lo que nosotros denominamos
«código» (semiológico). Es la interacción entre el receptor de un mensaje,
la situación y el código correspondiente la que determina cómo será leído el
mensaje. La variabilidad de interpretación es el resultado del hecho que
siempre se pueden emplear diferentes códigos para interpretar un mensaje
determinado. Eco ilustra este proceso complejo por medio del ejemplo de un
empleado de banca milanés al que el anuncio de una nevera le puede provocar
el deseo de comprarla. A un campesino calabrés en paro este anuncio le puede
hacer ver hasta qué punto está excluido del mundo del bienestar e
inspirarle, por lo tanto, una crítica a su situación social. Es por eso que
la publicidad televisiva, en determinadas constelaciones sociales, puede
tener el efecto de un mensaje revolucionario. Lo decisivo para la elección
del código es el marco en el que tiene lugar la interpretación. Una misma
información, en dos contextos diferentes (empleado de banca milanés o
campesino calabrés en paro), puede ser interpretada según códigos diferentes
y recibir significados muy dispares.

En un proceso de comunicación siempre se transportan mensajes a diferentes
niveles. Marshall McLuhan ha dado la vuelta a la idea de que sólo el
contenido clarificador de las informaciones comunicadas mediáticamente
determina el mensaje, para afirmar: «The medium is the message» (el medio es
el mensaje). Tomada literalmente, esta afirmación significa que da lo mismo
lo que se trasmita. Pero aunque así tomada pueda ser objeto de crítica, lo
que no se puede poner en duda es que el medio resulta esencial como parte de
la situación de comunicación. Consideremos, por ejemplo, la cuestión de en
qué sentido un medio como la televisión actúa como garantía de dominio, y
veremos que resulta evidente que, en este caso, la forma del medio (todos
sentados ante la caja tonta consumiendo pasivamente imágenes e
informaciones) puede ser tan importante como los contenidos transmitidos.
El concepto de guerrilla de la comunicación no tiene por finalidad
«empaquetar» mejor los mensajes que queremos hacer llegar a las personas, en
el sentido de una estrategia de publicidad, para así ser escuchados de una
vez. A lo que se pretende llegar es a que, por principio, haya muchas
posibilidades de interpretación a disposición de todos los sujetos. Las
interpretaciones críticas y disidentes de acontecimientos y hechos surgen
del «entendimiento cotidiano» (Gramsci) y no necesitan ser enseñadas. En
muchas situaciones (por un interés propio bien entendido, para evitarse
jaleos o por lo que sea), sin embargo, sólo se emplean aquellos modelos de
interpretación «normales», casi naturalizados. Estos modelos de
interpretación «normales» son aquellos que reproducen y afirman las
estructuras de poder y, por lo tanto, de dominio. Una posible estrategia de
comunicación podría consistir en crear situaciones localmente limitadas que
ayudasen a activar perspectivas discrepantes. En este sentido, ya resulta
subversivo perturbar los modelos de interpretación «normales». Para ello no
se necesita ninguna teoría abstracta de lo que sucede en una situación de
comunicación. Es suficiente con una «teoría ordinaria» es decir,
conocimientos sobre lo que es «normal» y lo que no. Y esto está a
disposición de todo el mundo.

Para nosotros hay dos propósitos de la política emancipatoria que continúan
siendo preponderantes: la deconstrucción de los códigos dominantes y la
difusión de códigos alternativos o emancipatorios propios. Para lo primero,
lo que hacemos es apropiarnos de los códigos de la «gramática cultural»
hegemónica, con el propósito de perturbarla, confundirla y desplazarla. Lo
que está claro, naturalmente, es que este tipo de «perturbaciones» no pueden
actuar en el sentido de una estrategia manipuladora, sino que sólo crean
situaciones abiertas. Lo que resultará de éstas, lo que hagan los
participantes con esta situación no puede ser predeterminado con precisión.
Que nos gusten o no las lecturas que entonces puedan desarrollar las
personas es algo que debe quedar abierto. Al mismo tiempo, deberíamos tener
siempre presente que sólo estaremos en condiciones de hacer resplandecer,
como mínimo, la utopía de otra vida, si no malentendemos la lucha política y
social como la imposición de una ideología mejor.
Sería necesario encontrar formas lingüísticas que fueran más allá de un
concepto de lengua en tanto que representación esperable y que pudieran
contribuir a su socavación. Una tesis, sobre la base de las ideas de Radio
Alice y A/Traverso podría venir a ser: los códigos alternativos,
emancipadores ya no pueden ser cerrados y unívocos ni contribuir a un
sentido reconocido. En la confrontación con los códigos cerrados de la
normalidad social, estos códigos abiertos pueden provocar trastornos que
conduzcan a que, por un breve instante, se produzca un vacío de contenido.
Este instante de vacío ofrece la posibilidad de interpretar en un contexto
nuevo lo hasta ahora no cuestionado.

El «mensaje», el contenido comunicado por semejantes acciones subversivas,
consiste en el propio ataque a las formas estético-culturales aparentemente
evidentes. Transportan una crítica a las evidencias y, como mínimo, ayudan a
aguzar la vista para reconocer que un evento aparentemente objetivo,
puramente verbal y, a veces, presentado apolíticamente, siempre representa
también un acontecimiento político. Y un ataque así no debe ser menos
valorado que la intervención mediante un discurso de contenido clarificador.
Aun cuando resulta más fácil identificar claramente el mensaje de una
crítica argumentativa -puesto que da la seguridad a quienes lo pronuncian de
exponer sus posiciones de manera clara e inconfundible-, dado que esta forma
de crítica se fundamenta en modos de comunicación socialmente hegemónicos,
de esta manera reconoce, indirectamente, la legitimidad de los discursos
hegemónicos y contribuye también a una estabilización de la situación
dominante.

Lo que no se puede formular, desde luego, con los códigos abiertos es una
utopía vinculante. Pero la comunicación de utopías propias resulta posible,
en todo caso, sólo a través de una práctica social propia. De lo que se
trata es de hacer aparecer, al menos por breves instantes, «otra realidad»
en medio del aburrimiento de la normalidad social, «que nos permita vivir y
sentir entre nosotros aquello por lo que vale la pena seguir luchando
mañana» (Umberto Eco: Über Gott und Die Welt; Munich, 1985). Somos
conscientes de lo difícil que resulta esto bajo una presión continua que no
procede sólo de afuera, sino también del propio anhelo de integración en
justamente esa normalidad.