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Qué fué del movimiento antimilitarista y otras movidas

Sábado.23 de abril de 2005 3385 visitas Sin comentarios
Tortuga en la Máquina del Tiempo #TITRE

QUÉ FUE DEL MOVIMIENTO ANTIMILITARISTA Y OTRAS MOVIDAS

Breve análisis de la insumisión y el futuro del antimilitarismo

La otra mili

Si alguien nos pregunta qué fue del movimiento pacifista de la década de los ochenta, lo más normal es que les hablemos de la campaña contra la OTAN, si nos preguntan por el movimiento antimilitarista de la década de los noventa, lo más normal es que hablemos de insumisión. Y, a pesar de las apariencias, o tal vez gracias a ellas, el segundo no es más que un digno heredero del primero.

Analizar el movimiento antimilitarista que opta por la desobediencia civil como estrategia, o sea, intentar explicar qué es (o qué fue) la insumisión, es penetrar en un calidoscopio del que sólo sacaremos tonalidades; es difícil encontrar estructuras y colores puros. Las exactitudes las dejamos para quien quiera contar los objetores legales y aburrirse con las excelencias de la PSS.

La insumisión ha sido uno de los movimientos de finales de siglo más interesantes en este país. Viene a ser como el concepto de nuevo movimiento social (NMS) llevado a la practica con un grado de pureza espeluznante. Si se hubiera escrito el guión con anterioridad no hubiera salido mejor. Todos los aciertos y también todos los errores que los teóricos definen en los NMS se han visto plasmados en el antimilitarismo desobediente.

Pero la verdad es que el escenario daba bastante juego. Las interacciones entre el gobierno socialista y el estamento militar tienen algo de historia pasional. En 1981 Tejero entra en las cortes desenfundando sus pistolas, en 1982 los socialistas ganan por mayoría absoluta, en 1984 aprueban una tímida ley de objeción de consciencia (pendiente desde 1978, pues en la Constitución ya se reconoce el derecho a la objeción) y en 1986 nos inyectan en la OTAN para tener a los militares tranquilos.

No es hasta 1988 que, con el mismo servilismo hacia los militares, el PSOE regula la PSS para los objetores, una ley que carecía de las mínimas condiciones para ser aceptada por el movimiento pacifista y las izquierdas dignas de llamarse tales. Tantas concesiones al Estado Mayor y tan poca consideración para con los objetores "históricos" daba margen para liar la de san quintín. Y la liaron. Decía Toqceville que el peor momento de un mal gobierno es cuando intenta rectificar su política. Legislar la objeción y la PSS era de recibo, pero hacerlo tan mal no tenía más explicación que el yugo de las medallas y galones.

A eso le llaman Estructura de Oportunidad Política. Cuando el escenario en las esferas del poder abre algunas grietas, los movimientos sociales tienen chance para aparecer en la arena política y mediática con cierto desparpajo. Y eso es lo que hace el antimilitarismo español, de la mano del MOC, con la estrategia de desobediencia civil noviolenta que será conocida, a partir de entonces, como insumisión.

Ya Cervantes se dio cuenta que, una vez creado el personaje, al autor se le va de las manos. Si en 1989 la insumisión era cosa de cuatro melenudos utópicos (o eso nos querían hacer creer), en el 2000 puede que sea una de las causas más importantes de la desaparición del servicio militar obligatorio en España. Durante diez años, más de 50.000 jóvenes españoles han ejercido el derecho legítimo a la desobediencia, cada uno desde su punto de vista, desde sus compañías o sus soledades. Cada uno ha hecho suyo el personaje "insumiso".

Los resultados

El rendimiento simbólico de la estrategia de la insumisión ha sido, con diferencia, el más notable. Los rendimientos institucionales han sido pocos y tal vez contraproducentes. Los rendimientos internos han sido contradictorios y el tiempo dirá. Dejen que intente explicarme con más claridad.

El rendimiento interno es aquel que repercute en el movimiento en si. Carlos Taibo, en el Congrés Català per la Pau del pasado año, dijo que la única estrategia que había mantenido en la calle el debate que se refiere a lo militar era la insumisión. Sin llegar a este extremo, podemos afirmar que la insumisión ha conservado latentes las redes del movimiento antimilitarista durante la década de los noventa.

Pero esta estrategia ha creado ciertas fisuras dentro del mismo movimiento, como no lo hizo en su momento la movilización contra la OTAN. Algunos han caído en la defensa de la PSS como alternativa "menos mala" al servicio militar. El proceso de cooptación por parte del poder y de los partidos políticos que ha sufrido el movimiento de objetores pro-PSS ha desmovilizado por completo a sus bases y ha reducido su discurso ideológico hasta su mínima expresión.

Tampoco toda la gente que optó por la insumisión se ha librado de debates internos, a veces insalvables. El discurso de la insumisión total o los diferentes quehaceres de los pequeños núcleos de insumisos en los barrios y ciudades, han creado imágenes contradictorias del movimiento. Pero esta variedad no sabemos si es una virtud o un defecto. Si alguien me pide la opinión, creo que la heterogeneidad es inherente a cualquier movimiento social desestructurado, y también es parte de su capacidad de movilización, por lo que más vale verle su lado positivo.

Una consecuencia positiva: el movimiento no ha creado líderes fuertes, ello ha permitido focalizar la movilización en lugares y personas variopintas y cercanas a diferentes ámbitos sociales. ¿Quién es "tu insumiso"? Seguro que le conoces y no es nadie conocido. Son personas cercanas de la calle, es aquel chaval, tan representativo de la insumisión como cualquier otro. Eso sólo le molesta a la prensa y al poder; al resto de los mortales nos gusta.

Cuando hablamos de rendimientos institucionales, nos referimos a las reacciones de las instituciones públicas ante el movimiento. Pasemos revista: en 1989 surgen 57 jóvenes que se niegan a incorporarse a filas, en 1991 (con la guerra del Golfo como telón de fondo), los insumisos a la mili dejan de ser juzgados por tribunales penales y pasan a tribunales civiles. En 1995 se aprueba un Nuevo Código Penal que mantiene la penas de prisión para los insumisos, cosa que casi nadie entiende ni comparte. En 1998 se rebajan estas penas de nuevo y unos meses más tarde se aprueba una nueva ley de regulación de la PSS. Pero el poder legislativo nunca reconoció la influencia de la insumisión en estas decisiones.

Por lo que se refiere al poder judicial, las reacciones de jueces y fiscales han sido de un caótico digno de psicoanálisis. Por parte de los jueces podemos decir que la independencia judicial nunca había llegado a tal grado de explicitación y puesta en práctica; si alguna sentencia de insumisión se parece debe ser pura coincidencia. Pero el caso más grave es el de la fiscalía, un cuerpo teóricamente regido por la jerarquía, en el que las decisiones del Fiscal General van a misa. Para muestra un botón: Eligio Hernández ordenó a toda la fiscalía hacer peticiones de cárcel para todos los casos de insumisión, el proceso de la insubordinación no viene al caso, pero los fiscales catalanes se negaron en redondo a llevar esa orden a cabo.

Pero tal vez, lo que nos queremos preguntar es el grado de culpabilidad de la insumisión en una de las decisiones más importantes de la política de defensa en este país, la suspensión del servicio militar obligatorio. Es cierto que la profesionalización del ejército viene que ni pintada a la política internacional de la OTAN y la UEO, es cierto que la tecnificación de la guerra necesita de personas bien formadas y es cierto que el aumento de objetores legales empezaba a ser escandaloso. Pero también es cierto que la insumisión tiene más responsabilidad en esta decisión de la que nunca reconocerán sus responsables.

A pesar de ello, el ejército profesional es una mala noticia para el antimilitarismo, y ahí está la contradicción que antes se anunciaba. El crecimiento de los presupuestos de defensa quedan explicados pedagógicamente de la mejor manera posible, y combatir este argumento es el futuro del movimiento por la paz.

Sólo nos queda analizar lo que llamamos rendimientos simbólicos. El poso que deja la insumisión en la consciencia colectiva, en la opinión pública o en el tejido social. Según mi modo de ver ese es el mayor triunfo del movimiento durante la década de los noventa. No es fácil sacar cuentas de este tipo de rendimientos, pero nadie negará el amplio apoyo que ha despertado la insumisión en muchos espacios públicos de diferentes ámbitos sociales. Preguntarnos cuantos y cuantas artistas, intelectuales, políticos, sindicalistas, ONG’s... han dado su brazo a torcer por la insumisión nos mostrará una larga lista, en la que siempre faltará algún nombre ("enumera y olvidarás").

Pero lo más importante para un movimiento social es la masa anónima. Explicar la desobediencia civil no violenta no es nada sencillo, pero es imprescindible para su legitimidad. No usar los canales formales de participación democrática exige ser reconocido por la sociedad. Los primeros pasos de la insumisión fueron realmente complicados, poca gente entendió de entrada el mensaje, poquísima gente pensó que tantos jóvenes ejercitarían la desobediencia y nadie en su sano juicio podía pensar que la mítica mili sólo tardaría diez años en caducar. El trabajo pedagógico de la desobediencia ha sido uno de los resultados más interesantes de todo el proceso.

Es importante resaltar que el mensaje de fondo que quería lanzar la insumisión ha sido poco escuchado. En una encuesta realizada a 70 personas vinculadas al movimiento antimilitarista por la insumisión en Catalunya durante 1998, la pregunta por los objetivos del movimiento dejaba claro que el objetivo de este movimiento no era acabar con la mili. Los objetivos explicitados mayoritariamente eran "acabar con los ejércitos" y "trabajar por una sociedad más justa y solidaria". La insumisión lleva detrás un planteamiento político amplio que ha sido imposible difundir, tal vez por falta de acuerdo en el mismo movimiento.

Futuros inciertos

Los NMS tienen esas cosas, la heterogeneidad ideológica y la desestructuración organizativa obligan a poner un discurso escaparate que, por un lado, unifica al movimiento, pero por otro lado impide ir más allá en las propuestas alternativas, si las hay. Tal vez los NMS son el ejemplo de una ideología post-doctrinal, en la que el sistema alternativo a aquello que se critica no está explicitado (ni falta que hace).

Suspendieron la mili. Se acabó, pues, el escaparate principal del antimilitarismo. Habrá que preguntarse qué queda por hacer ahora. Sinceramente, queda todo por hacer. La paz se trabaja día a día, la paz no es la ausencia de guerra, es la lucha contra las causas que la originan. Entre esas causas están las desigualdades sociales, está el orden internacional injusto, están las industrias de armamento y el comercio de armas y está la vigencia unos valores humanos que a menudo quedan lejos de poder calificarse como tales.

Y también están los ejércitos. Es curiosa la situación en la que nos encontramos los antimilitaristas. A menudo debemos convencer de la fatalidad que supone la existencia de los ejércitos a gentes que consideramos de izquierdas. Supongo que la tradición francesa o soviética ayudan a mantener esos recelos ante la desaparición de los ejércitos, porque a esas alturas me cuesta entender que la gente se crea que los ejércitos de la ONU resuelvan efectivamente conflictos armados, o que hagan alguna tarea humanitaria. Las tristes noticias que todavía llegan de los Balcanes o de África no ayudan a convencer de ello.

Esos pueden ser, en líneas generales, los caballos de batalla del antimilitarismo que viene, si es que éste va a alguna parte. Hay dos cosas que parecen claras en este incierto futuro: por un lado debemos seguir buscando o provocando oportunidades políticas que den margen a entrar en las agendas de actualidad mediática y política. Por otro lado es necesario entroncar el discurso antimilitarista con la izquierda de carácter movimentista. Sólo así se puede conseguir penetrar en los espacios de decisión y mantener cierto grado de incidencia política.

El caso del desfile militar en Barcelona

La actualidad nos muestra un ejemplo interesante. El mes pasado se celebró el Día de las Fuerzas Armadas en Barcelona. La movilización contra el desfile, promovida por el pacifismo y el antimilitarismo, logró coordinar una plataforma unitaria en la que participaron más de ciento cincuenta organizaciones; desde partidos de izquierda con representación institucional o sindicatos mayoritarios, hasta asociaciones de vecinos y movimientos radicales alternativos. Todos bajo un mismo manifiesto. El debate estuvo presente durante más de un mes en la calle, en las instituciones y en los medios de comunicación.

La gestión de la oportunidad de la celebración de un desfile militar y la apertura del discurso por la paz más allá de las organizaciones propiamente pacifistas han permitido tener al Ministro de Defensa, al Rey y al President de la Generalitat pendientes de qué se hacía desde la sociedad civil, desde la participación no institucional de la gente de la calle. Tal vez ello haya obligado a rebajar planteamientos ideológicos, pero el antimilitarismo llevaba mucho tiempo sin aparecer en las primeras páginas de los periódicos.

Lo más seguro es que la plataforma unitaria contra el desfile deje de funcionar después del 27 de mayo, pero queda una red latente que se puede activar ante nuevas oportunidades. Y por descontado quedan los cuatro utópicos de siempre trabajando la paz día a día desde una visión radical y unas estrategias de base, con los que habrá que seguir contando.

Lluc Pelàez

Assemblea Antimilitarista de Catalunya