Ciudadanía, Derechos Humanos y Desobediencia Civil - Tortuga
Administración Enlaces Contacto Sobre Tortuga

Ciudadanía, Derechos Humanos y Desobediencia Civil

Lunes.20 de julio de 2009 1619 visitas Sin comentarios
Javier de Lucas, en las IV Jornadas de Noviolencia Activa de Donostia #TITRE

Conferencia celebrada en las IV jornadas sobre Noviolencia Activa, Donostia/San Sebastian octubre de 2005

Javier de Lucas es Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y actualmente está en la Universidad de la Sorbona en París, ha impartido charlas y cursos y escrito artículos en castellano y en catalán, y también es autor de varios libros, entre ellos, “Globalización e identidades, claves políticas y jurídicas”, “Inmigrantes: ¿cómo los tenemos? Algunos desafíos y (malas) respuestas”, “El vínculo social: ciudadanía y cosmopolitismo”, “La multiculturalidad con otros”, “El desplazamiento en el mundo: inmigración y temática de identidad” junto a Sami Naïr, “Europa convivir con la diferencia: racismo, nacionalismo y derechos de las minorías” y “El desafío de las fronteras: Derechos humanos y xenofobia frente a una sociedad plural”.

Javier de Lucas: Egun on eta eskerrik asko. Estoy muy contento de que Javier Sádaba citara mi nombre y me permitiera participar en estas jornadas. Mi experiencia es sobre todo la discusión en grupos, en la universidad, no sólo en la de Valencia, y también de trabajo en cuestiones de noviolencia, de acción noviolenta y de desobediencia civil, fundamentalmente en dos ámbitos: hace mucho tiempo, en relación con la objeción de conciencia vinculada al servicio militar, y, desde el año 90, casi exclusivamente centrado en temas relacionados con inmigración, la situación de los sin papeles, los diferentes procesos que se dan... He colaborado con entidades que trabajan en estos temas y en el Euskal Herria he tenido relación con Harresiak Apurtuz, que me parece que han trabajado mucho y muy bien, y, en menor medida, he tenido relación con SOS Racismo y la red Acoge. También en menor medida, he trabajado con el movimiento ocupa de Valencia, donde ha habido algunas acciones particularmente contestadas con enorme violencia por parte del Estado, incluso con una implicación directa en una imputación de delito de terrorismo que se diluyó después del calvario de cuatro o cinco años para la mayor parte de los implicados. No había, por supuesto, la más mínima relación ni siquiera con un concepto extenso de terrorismo como el que se suele utilizar cuando se instruye de modo policial y no de modo jurídico. Aquí se sabe perfectamente de lo que estoy hablando, más aún cuando está presente en esta sala alguno de los imputados en el proceso 18/98, y se sabe perfectamente lo que supone esa violación elemental de las reglas del juego del estado de derecho cuando se sustituye la instrucción jurídica por una instrucción meramente policial, que arranca de un prejuicio, una instrucción en la que no se permite incluir todos los elementos de defensa... Ésta es la historia de la instrucción realizada desgraciadamente por el juez Garzón y que habrá que ver como se desarrolla en el juicio que se iniciará próximamente en Madrid. Habrá que ver cómo se desarrolla, pero yo pienso que desde un punto de vista jurídico la contaminación de esa instrucción por la instrucción policial constituye un argumento que, desde un punto de vista técnico-jurídico, debilita muchísimo cualquier posibilidad de llevar adelante este juicio. Pero insisto, habrá que esperar...

Tengo que reconocer que me muevo fundamentalmente en el ámbito del estudio y ayuda a las campañas de sensibilización y discusión con grupos sobre la noción de desobediencia civil, la resistencia y la actuación noviolenta, y, por tanto, mi aportación esta mañana no puede ir mucho más allá de eso; esto es, no puedo hablar de experiencias concretas, pero afortunadamente para eso en estas jornadas hay talleres y contáis muchos de vosotros con suficiente experiencia. Lo que es bueno es poder contar durante estos días y en este espacio con intervenciones de todo tipo para discutir.
Lo que yo he pensado hacer y trataré de hacer de la manera menos aburrida y más rápidamente posible, para no cansar, es tocar varios puntos. Puede ser que ninguno de ellos sea mínimamente novedoso o interesante, salvo quizá mi opinión sobre el último, pero voy a comenzar.

El primer punto es plantear por qué me parece que desde el mundo académico-universitario no se entiende bien en que consiste en este momento la estrategia de la desobediencia civil y de la resistencia noviolenta. Cuando hablo con compañeros, con colegas, me parece que hay una incomunicación enorme, con las lógicas excepciones, respecto a la realidad de hoy de los movimientos que llevan a cabo actuaciones y estrategias de desobediencia civil, de resistencia y acción directa noviolenta. Creo que es bueno que quienes están intentando pensar sobre estas cosas y organizar estrategias desde la universidad puedan saltar ese foso que yo, insisto, desde mi experiencia personal, constato. Intentaré explicar por qué pasa esto.

En segundo lugar, quisiera discutir o tratar de dar algún argumento sobre lo que me parece que es el problema fundamental de la incomprensión por buena parte de la opinión pública bien intencionada. No me refiero, claro está, a la que no está bien intencionada o a la que permanece pasiva ante la manipulación que en este momento hay de la desobediencia civil; cuando hablo de esa manipulación, me centraré en el ámbito estatal, pues en otras charlas ya se hablará de la situación internacional. Y a ese respecto, propongo discutir dos o tres referencias de la dimensión civil de la desobediencia civil, que creo que es donde radica un poco la falta de comprensión, la incomunicación y una cierta dificultad en llegar a la opinión pública. Insisto, a la opinión publica bien pensante, no a los protagonistas y movimientos de desobediencia civil, que a pesar de las dificultades tenemos muy claro lo que queremos. En el fondo, es a esa opinión pública a quien se trata de interpelar.

De esta manera, lo que quería era abundar sobre aspectos que me parece no están suficientemente argumentados para contestar un tópico que parece irrebasable: la creencia de que la estrategia de desobediencia civil que utilizan en este momento buena parte de los movimientos sociales es una estrategia que directamente supone exceder la noción de legitimidad. También hablaré de cómo esta creencia contribuye a lo que podríamos llamar “Estado Común de Criminalización”, asociando las acciones y los protagonistas de la desobediencia civil a una respuesta única del Código Penal, una respuesta que considera a los sujetos de la desobediencia civil como delincuentes o como un tipo particularmente peligroso de delincuente.

Otro de los puntos que incluiré en mi charla es el riesgo de dispersión entre los movimientos que trabajan la desobediencia civil. Aunque la situación cambia según el contexto, creo que en casi todas partes se ha vivido en la historia reciente momentos parecidos: un momento inicial de coordinación de la estrategia de la desobediencia civil, y un posterior momento de extensión y atomización, donde la estrategia de la desobediencia civil, en función de los problemas e intereses concretos, se dispersa en iniciativas y movimientos de tamaño más pequeño. Actualmente, supongo que también en Euskadi, creo que se vive otra vez una estrategia de coordinación.

Sobre la relación entre el mundo académico-universitario y los movimientos que utilizan la estrategia de la desobediencia civil, creo que el problema fundamental estriba en que, salvando las excepciones y generalizando, desde las revistas de pensamiento, desde la universidad... en términos generales hay una incomprensión respecto a lo que pasa hoy con la desobediencia civil. La incomprensión radica que en que esa parte sigue plantada en la dimensión clásica de la desobediencia civil; es decir, siguiendo las fuentes de pensamiento doctrinales, sea la línea de Tolstoi y la de Gandhi, la de Einstein, la del movimiento de derechos civiles de Luther King... Desde ese ámbito se sigue pensando en una estrategia de desobediencia a mandatos normativos, una desobediencia de carácter público, pacífico y noviolento, y que es puntual en relación con una ley o una decisión que se impugna y que, por tanto, no puede no ser extraordinariamente minoritario. Por lo tanto, aunque se reconoce la dimensión política de la desobediencia civil (sobre todo, en la vieja raíz del pacifismo, el antimilitarismo...) no se reconoce que la desobediencia civil en los últimos 10 años (o desde hace como mucho, 15 años) se ha transformado.

A mí me parece claro que como consecuencia de un montón de circunstancias que tienen que ver obviamente con la caída del muro y la nueva fase imperial en el orden internacional, con la ampliación del número formal de democracias nominalmente representativas..., hoy en día los movimientos que hacen desobediencia civil hablan mas bien de acciones de carácter socio-político mucho más diversas y muy relacionadas con diferentes movimientos de resistencia. Enumerarlos es muy difícil, pero las gentes que participan en estas jornadas están vinculadas a ese abanico de movimientos, no sólo al antimilitarista-pacifista, que fue el más fuerte originalmente en Euskadi y también en el Estado Español, sino también al ecologista, y, por supuesto, también desde el feminismo y las dimensiones de la lucha de género... Esto se ve bastante claro en las últimas ediciones del Foro Social de Porto Alegre, donde se plantea que la tesis de la verdadera alternativa a la globalización no es la sociedad civil, sino la desobediencia civil. Eso lo sostiene Naomi Klein, alguien con quien no estoy totalmente de acuerdo en casi nada de lo que dice, excepto en ese punto. Alguien con quien estoy mucho bastante más de acuerdo y que muchos de vosotros conocéis, mi colega y amigo Arcadi Oliveres, ha dicho y lo ha repetido muchas veces, que la desobediencia civil estaba llamada a ser la estrategia del movimiento altermundialista.

En buena parte del lenguaje del movimiento social critico y alternativo, se ha adoptado una definición de desobediencia civil y una consiguiente línea de actuación que tiene ya poco que ver con la definición que se establece en la ya famosa carta de Luther King escrita desde la cárcel de Birmingham. Precisamente, al extenderse, al ampliarse, la desobediencia civil gana efectividad y gancho social pero propicia que haya polémicas y malentendidos entre quienes sostienen una perspectiva clásica y formal de la desobediencia civil y sus objetivos.

Como decía antes, el punto en el que yo quiero fijarme ahora es la dimensión de lo civil, en el carácter civil de la desobediencia. Para explicar eso y tener una idea clara de los argumentos que yo querría exponer (y más allá de que yo me explique hoy mejor o peor), quiero hacer referencia directa a Paco Fernández Buey, que es alguien a quien muchos de vosotros conoceréis, y que ha escrito sobre desobediencia civil en el contexto del movimiento antiglobalización. Los textos más fáciles de encontrar están en una revista publicada en Internet que se llama La Insignia, en el apartado “Diálogos”. Me permito recomendar un libro recientemente publicado y que está francamente bien titulado “Einstein creador y rebelde”, de la colección “Retratos” de El Viejo Topo, donde creo que Paco explica muy bien esa contradicción, que no es de únicamente de Einstein, sino de una parte del movimiento antimilitarista y pacifista, de la militancia y la evolución de Einstein sobre la famosa cuestión de la guerra.

Según Francisco Fernández Buey, hay una forma tradicional de entender la dimensión civil de la desobediencia, que plantea la necesidad de cumplir 2 o 3 requisitos.
El primero, su carácter pacífico en el sentido de la noviolencia activa. Hay que señalar que ésa es una discusión nada sencilla, como sabéis todos bien, porque, a mi entender, ese modo literal y a veces dogmático de definir esa expresión es uno de los problemas que tenemos delante; sobre todo, en la medida en que la noviolencia es una estrategia para hacer frente a la violencia, y no sólo a la física, sino también a la estructural.
El segundo requisito, su carácter publico, tiene dos sentidos. El sentido meramente literal del término supone ser conocida, abierta, trasparente, no clandestina, pues es difícil hacer desobediencia civil si uno la hace de manera que nadie se entere. Y, en su segundo sentido, pública, porque el objetivo e interlocutor de esas acciones no es el inmediato, ni son las autoridades, ni siquiera las autoridades que están detrás de los mecanismos de respuesta a la impugnación que uno realiza con los actos de desobediencia, sino que el interlocutor es, en realidad, el resto de la gente que constituye el pueblo con el que uno vive; es decir, lo que se llama el soberano, aunque casi nunca es considerado el soberano. En definitiva, los demás, y, si queréis, lo llamamos sociedad civil, o, si queréis, lo llamamos el pueblo. Esta cuestión me parece importante porque tiene que ver bastante con unas afecciones de civil, de civilidad, que creo que sin embargo la concepción clásica de la desobediencia civil no tiene en cuenta; porque desobediencia civil quiere decir también otra cosa y ése es el punto donde quizás surge la diferencia por la falta de comprensión.

Yo creo que hoy en día, en los movimientos sociales que utilizan la desobediencia civil, el concepto de civil es una acepción de proyecto civil, lo que quiere decir compromiso social y compromiso político, y aquí no estoy subrayando el término compromiso, sino el de social y político. Es decir, que la desobediencia civil trae sobre todo su razón de ser de la existencia de un análisis y de un proyecto que al mismo tiempo supone un arraigo en una alternativa social, que por serlo no puede no ser política.

Por ejemplo, los movimientos sociales que acuden a la estrategia de desobediencia civil en relación con proyectos de reconstrucción o liberación nacional, lo que practican es esto: son civiles en el sentido de que quieren construir otra civilidad, otra forma de organizar relaciones sociales, desarrollar una visión del mundo que es en la mayor parte de los casos la de una cultura que no encuentra su espacio. Y eso no puede ser alojado simplemente en la categoría “acciones de tipo cultural” o “reivindicación de la identidad cultural”, porque precisamente por serlo no pueden no tener una dimensión política. Naturalmente, algunos de esos movimientos de desobediencia civil no se ocupan sólo de reivindicar la normalidad para sus señas de vida, su lengua, su modo de organización social..., sino que quieren también la dimensión política en el sentido habitual; esto es, la construcción de una comunidad política, que ése es naturalmente otro paso que puede ser coetáneo o simultáneo a lo anterior, o puede ser el único paso que se da. Pero sobre lo que quería llamar la atención es que para tener ese objetivo político no hace falta tener como objetivo la construcción de un proyecto de comunidad política, se llame Estado o se llame como se quiera llamar; porque uno de los problemas es naturalmente el intentar repetir un modelo de comunidad política estatal-nacional, que no sirve a ninguno y que además es la razón fundamental del desasosiego, de la insatisfacción y de la necesidad de impugnar que una parte de los movimientos de desobediencia civil en el sentido global tenemos o tienen. No nos vale la alternativa bonista de un estado nacional que es insuficiente e inadecuado, tanto en sus actuaciones en el orden de lo inmediato y cotidiano, como en las actuaciones que nos interesan a todos en el orden global. Hay unos ejemplos clarísimos de esto; por ejemplo, en la ecología (que no sólo es el medio ambiente) y en la inmigración. En ambos casos, las estrategias de los estados nacionales están evidentemente destinadas al fracaso, y por eso necesitamos otro tipo de sujeto político, ahora en el sentido en el que habitualmente se utiliza en la noción política, que desgraciadamente no asoma.

Entonces, yo creo que quienes no tienen en cuenta esta segunda acepción de civil de la desobediencia civil sufren desasosiego. Eso les causa incomprensión, e, inmediatamente, como no saben cómo considerarnos o considerar a quienes apostamos por esa dimensión de lo civil, nos dicen: “No, tú no eres un desobediente civil, porque tú no te estás sentando para impugnar esta ley o esta actuación concreta de creación de esta central química o de este pantano... Tú lo que eres es otra cosa y estás en la idea de la rebelión, de la resistencia”. Estoy hablando siempre de los bien intencionados; por supuesto, no hablo de los que quieren criminalizar a toda costa, pero esto contribuye a que efectivamente, quienes quieren criminalizar a toda costa la disidencia puedan sentirse reforzados en su única respuesta, en la única respuesta que conjugan, que es la del miedo y represión.

Es difícil tratar de explicar eso en foros que no son como éste (Jornadas sobre Noviolencia Activa, donde la mayoría vivís mejor de lo que yo pueda explicar la desobediencia civil). Cuando voy a una reunión de sensibilización o cuando trataba de explicar en mis clases o en una facultad de derecho a los estudiantes de que va esto de la desobediencia civil, es difícil, porque se supone que la gente se está educando para lo contrario, y entonces tratar de explicar la desobediencia civil a esta gente puede provocar que haya gente que escriba en el periódico que “estoy envenenando las conciencias y malformado a los estudiantes de derecho, que no podrán ser buenos juristas”. Pero yo creo que si no se explica esto, esa gente jamás podrá llegar a entender el derecho, sólo entenderán las leyes que funcionan y serán buenos mecanismos para aplicar las leyes que funcionan. Porque un problema fundamental de la estrategia de la desobediencia civil es cuál es la calidad del sistema judicial y no sólo del legislativo cuando existe un sistema judicial viciado, en el que no se forma, porque el sistema no es el sistema, sino la gente que transmite y encarna ese sistema; es decir, los jueces. Cuando en las escuelas judiciales, centros de formación continuada..., no hay ninguna cabida para una perspectiva en la que se explique, por ejemplo, la razón de ser de los movimientos de desobediencia civil, nos encontramos una respuesta completamente ciega, de tipo frontón, que, a lo más, llega a decir lo siguiente: “Bueno, le voy a exigir las dimensiones de lo civil como pacífico, noviolento..., y ahí me quedo”. Y en la medida en que inmediatamente se pueda, ese resquicio que se va a abrir permitirá la criminalización y contaminación con cualquier movimiento de carácter ilegítimo al que se pueda asociar.

De los jueces, se puede decir aquello que Einstein decía de sí mismo; sobre todo, en la fase en la que participaba del proyecto Manhattan y vivía en un estado de contradicción. Él solía mencionar un argumento de un viejo diplomático llamado Sixtierna, que en una carta famosa a su hijo le explicaba su trabajo y le decía que no se podía imaginar, su hijo, con cuanta inconsciencia, ignorancia y mala fe se manejan los asuntos fundamentales que nos afectan a todos, y, por tanto, cuanta fragilidad hay entre aquellos que se supone deben darnos las respuestas. Y parafraseando eso, Einstein, en una carta a un amigo suyo italiano, Miquele Basso, decía que él se sentía como el guardián del manicomio, pero perteneciendo al manicomio, a la propia institución; es decir, que él como científico implicado en eso, desempeñaba el papel de ser uno de los asistentes a una institución loca, mucho más loca que los locos a quien se trataba de custodiar.

Por eso, a mí me interesa ir a la Escuela de Jueces de Barcelona o a cursos de formación de jueces, pues me parece muy importante trabajar con ellos, aunque puede sonar a una empresa no ya paradójica sino absurda. Es un viejo argumento, pero me parece que la calidad de un sistema democrático se mide siempre por su visión y su trato a la desobediencia civil, y eso, en la práctica, depende en gran medida no ya de los legisladores, que eso ya sabemos como está, sino del comportamiento de ese, teóricamente, poder independiente que son los jueces.

El problema fundamental es que al no comprender eso se da más pábulo al argumento del miedo, que también comentaban varios ponentes antes que yo. ¿Qué hago yo, cuando hablo con gente que no sabe nada de desobediencia civil? Otro de los aspectos que yo trabajo y no se ha incluido en mi generosa presentación es que me dedico a explicar derecho con el cine, porque me parece un lenguaje y un discurso común para casi todo el mundo, y me parece que el cine ofrece muchos mejores argumentos que los códigos y la mayor parte de los manuales de derecho, y que mediante algunas películas de pueden explicar y entender mucho mejor las contradicciones del aparato jurídico, los recursos que ofrece y también las dificultades existentes. En esa red de los que tenemos de enseñar derecho mediante el cine y de escribir libros sobre cine y derecho, una de las cosas que nos ha funcionado bien cuando se trata el tema del miedo es, por ejemplo, utilizar la película “El bosque” de M. Night Shyamalan, el mismo director de “Sexto sentido”. Se trata de una película que ha tenido muy poco éxito, aunque a mí me parece la mejor. No es la más publicitada, y se estrenó con el título completamente equivocado, lo que pudo ser parte de su fracaso, pues su título original es “The village”, que es en la película lo contrario al bosque, el pueblo.

Toda la película es un discurso sobre una comunidad cuyo jefe encarna William Hurt y al final de la película nos daremos cuenta de que es una comunidad contemporánea y no una comunidad fundada por movimientos puristas o minoritarios. Trata de un pueblo que mantiene un extraño pacto de no agresión con las criaturas del bosque que rodea a la comunidad. De manera que toda la vida está marcada por ese pacto que mantiene la seguridad de todo el pueblo, a costa de no traspasar jamás los límites del bosque. En la comunidad hay dos figuras que simbólicamente son muy interesantes: una chica ciega —es decir, que no ve—, y Joaquín Fénix, una persona marcada por una historia de dolor y de frustración, que ponen en cuestión la regla de juego básica de no impugnar la regla del miedo y se atreverán en primer lugar a hablar y en segundo lugar a hacer, a romper el tabú, la regla básica, jurídica y elemental de la comunidad, que es no traspasar esa frontera. En muchos sentidos (dejando a parte las cuestiones relacionadas con la eficacia del director, de los actores y actrices), me parece una parábola que permite explicar el carácter genuinamente democrático y constitutivo de la ciudadanía que tiene las acciones de desobediencia civil. Explicando “El bosque” a personas que no conocen la desobediencia civil y que creían que esta película sería de miedo, de marcianos (como “Señales”, otra película frustrada de este director, seguramente porque el dinero lo ponía Mel Gibson y él pretendía darle un carácter más reaccionario), tenemos la posibilidad de explicar en estos momentos particularmente duros (aunque yo creo que nunca se ha vivido un buen momento) que no hay ciudadanía sin desobediencia civil, sin atreverse a decir todos los “noes” que hay que decir. Esto no quiere decir que todos debamos de decir todos los “noes”; cada uno elegirá su “no” y luego eso traerá el problema de la dispersión que antes he citado. La democracia no es democracia sin resistencia, no puede sobrevivir sin resistencia: la democracia no es otra cosa sino la manera de organizar la resistencia.

Ya sé que se pueden dar muchas definiciones de democracia, desde canónicas y muy complicadas hasta las bien articuladas, pero en el fondo yo creo que de la democracia no se puede esperar mucho. Aunque Javier Sádaba me podría pegar un capón en este momento, creo que desde el punto de vista de lo que los clásicos llamaban “la construcción de la vida buena” —esto es, a lo que aspiramos en el orden social y político: no a ser buenas personas cada uno, sino a organizar una vida buena—, lo poco que puede proporcionar la democracia es imprescindible, y eso que puede proporcionar es lo que Einstein decía: “El freno al poder desnudo” —ya sabemos que el poder tiene diferentes trajes, y este concepto no supone dar la clave del poder al partido político que en cada momento está en el gobierno, ya se sabe que hay diferentes escenarios del poder—. La democracia nos debe permitir esa limitada pero imprescindible respuesta que es la resistencia, no de la manera en la que el crío caprichoso dice “no” porque lo que quiere es afirmar su voluntad, sino decir “no” porque uno no quiere aceptar algo que no es razonable, algo que no tiene que ver con aquello que uno quiere encontrar y aportar como “forma de vida buena”.

Y aquí insertaré la única incursión que como profesor haré mañana, citando lo que Herodoto y Olivio consideraban las tres igualdades constitutivas de la democracia, sin las cuales no hay democracia. La verdad es que actualmente no se dan, nos acercamos a un modelo de democracia pero las democracias reales están lejos de ese modelo. Estas tres igualdades de las que hablaron hace tanto tiempo son la Isocracia, igual acceso al ejercicio del poder (al menos, en el sentido de tomar las decisiones); en segundo lugar, la Isonomia, igual trato por parte de las leyes; y, en tercer lugar, la Isegoria, igual derecho a hablar y escribir en público, a hacer circular las ideas. Por eso, la necesidad de las acciones de resistencia que empiezan por tratar de hacer visible (por tanto la Isegoria) lo que quieren aportar como modelo de civilidad (en el sentido que he señalado antes del carácter civil y social de la desobediencia civil), frente al miedo, el silencio, la ignorancia y la pasividad.

El problema, entonces, es que son tan visibles las deficiencias de esas condiciones que no nos permiten aceptar como democracia lo que existe realmente —sin dejar de reconocer el avance que hay, ya que es un paso, pero no os pueden decir que es el horizonte intraspasable—. Son tan visibles las diferentes razones por las que el vigente proyecto de civilidad es insostenible, que cuando tenemos que luchar por la civilidad se produce una dispersión de argumentos y de luchas.

Por ejemplo, es insostenible que podamos hablar de civilidad con un derecho, unas leyes, unas instituciones, un sistema productivo que fija la desigualdad de género. Y, también, hay que reconocer, aunque se diga que plantear esto es una demagogia y una irresponsabilidad, que es insostenible que podamos hablar de civilidad con un derecho, unas leyes, unas instituciones, un sistema de mercado global... que excluyen a los seres humanos de la libertad y del derecho a ser inmigrante. Ese derecho no existe, el artículo 13 de la Declaración de los Derechos Humanos del 48 no crea el derecho a ser inmigrante, fija el derecho a salir del propio país, porque en el contexto del 48 lo que importaba era darle en las narices al Bloque del Este y decirle: “Vosotros no dejáis salir a la gente de vuestro país”. De esta manera, reivindica el derecho a salir, pero el derecho a instalarse, a asentarse y a vivir como inmigrante no está reconocido, y, de hecho, no ha habido reconocimiento posterior. Se niega la condición de sujeto a quien no ha tenido la suerte de nacer en el lado geográfico bueno, y, en realidad, sólo hay derecho estar en órbita, a ponerse en el punto de salida y a que a uno le toque la suerte de que la lanzadera vaya a por él, esperando cumplir las condiciones del inmigrante bueno y deseable que es aceptable. Entre el resto están los que se quedan en las vallas de Melilla, que son una pequeña parte de los que inician el viaje. Otro motivo de incivilidad sería la situación ecológica, donde también encontramos numerosas razones para la resistencia.

En relación con el Sumario 18/98, yo creo que nos encontramos ante “La prueba del 9”, como les gusta decir a algunos, de la incomprensión intencionada y, en este caso, no de buena fe, de lo que supone el movimiento de desobediencia civil. Yo creo que la realidad de este sumario lo que muestra es la incapacidad de reconocimiento de la dimensión civil de los movimientos de estrategia civil. Este sumario muestra la incapacidad de conocer la legitimidad de que todo aquél que forma parte de la ciudad, de la civilidad, de la sociedad, del pueblo... tenga derecho a decir cómo quiere organizarse y el derecho a luchar para que eso pueda llevarse a cabo.

El Estado, las decisiones de los partidos políticos, de los jueces, de todo lo que constituye la base del ordenamiento político y jurídico hacen eso: desarrollar un proyecto, pero no hay democracia si sólo ellos tienen el derecho a hablar y a luchar; si a los demás se les niega el derecho a hablar y a luchar, en los límites de la desobediencia civil, esto es en la noviolencia y el respeto de los derechos. Lo que desnuda este sumario es la voluntad de no conocer ni ampliar aquello que constituye la raíz misma de la democracia, y, por eso, es necesario que lo que vaya a ocurrir en el juicio obtuviera la máxima publicidad. Si el sumario sigue con la lógica de la parte de instrucción que conocemos, lo que se muestra es su obsolescencia o caducidad, una radical incongruencia incluso con el modo de organizar los principios de legitimidad que la propia Constitución del 78 —que se supone inspira esas actuaciones— ofrece.

Para muchos de nosotros, la Constitución del 78, o la del 31, o cualquier otra expresión histórica concreta, no es ningún horizonte intraspasable de legitimidad. No hay ninguna buena razón para aceptar esa falacia de que todo aquel que se coloca fuera de la Constitución desde el punto de vista de sus propuestas se coloca al mismo tiempo fuera del juego político democrático. Sin pretender ridiculizar el principio de igualdad, más allá de las cuestiones en torno al sexo del sucesor a la corona real, el problema real es si cada uno de nosotros tenemos derecho a decidir y a luchar por el modo de organizar bien nuestra vida. Y eso, naturalmente, no tiene porque limitarse al marco histórico que la Constitución del 78 propuso; con eso no me coloco fuera de la legalidad constitucional, los que se colocan fuera son los que dicen que decirlo te coloca fuera de esa legalidad. La Constitución es un elemento que si estamos en democracia no puede no cambiarse.

Algunos creen aún que todavía existe el derecho natural y lo defienden. También lo creían los que en los campos de concentración decían “el trabajo os hará libres” o “a cada uno lo suyo”, también los que hoy han creado el derecho penal del enemigo, que es lo que se está aplicando en el sumario 18/98. El derecho penal del enemigo que se aplica en este sumario es un modo de construcción hitleriano construido por juristas nazis y que consideran y justifican que hay gente que por sus ideas, por sus proyectos o por sus rasgos de identidad no pueden ser juzgados por el derecho común. En consecuencia, no valen sus garantías, no vale la lógica ni las reglas del juego del derecho común, y para esas personas debe existir un orden excepcional. Este orden excepcional se está aplicando hoy en día en el ámbito de la inmigración, donde se da una laguna jurídica brutal, donde no valen las reglas comunes del Estado de Derecho, empezando por el principio básico de que el silencio administrativo es positivo. En democracia, la razón la tiene siempre el ciudadano, no la administración; por lo tanto, si la administración no contesta, la razón la tiene siempre el ciudadano. Eso es el silencio administrativo positivo, pero no vale para los inmigrantes.

Un profesor de lo que en mis tiempos de estudiante en la universidad se llamaba Derecho Natural, nos explicaba que el derecho sirve muy poco como instrumento de emancipación social. El derecho es más bien lo contrario, es un instrumento de mantenimiento del “status quo”. Como decía el viejo poeta griego, “a los juristas hay que enseñarles a funcionar entre las mallas de la red del derecho”, porque el derecho cae sobre la mayoría de la gente como una red que aprisiona en vez de como una red que libera. Como por aquel entonces todavía no se había filmado la tercera parte de “El padrino”, mi maestro de lo que actualmente se llama Teoría del Derecho no conocía esa escena que yo utilizo con mis estudiantes el primer día de mis clases para parafrasear esa vieja lección. En esa escena, Andy García va a conocer a Al Pacino, que está reunido con sus tenientes, y uno de los tenientes de la vieja guardia le dice al Padrino: “Tenemos que reclutar más gente”. Lo que le responde Al Pacino es: “Lo que necesito no son gangsters, son abogados”. De esta manera, pretende navegar entre las mallas de la red y burlar el derecho, y lo hace tan bien, que como su principal problema es lavar el dinero, lo que hace es invertir en el Vaticano, porque es quien lava más blanco. De esa manera se legaliza, y la malla del derecho en vez de aprisionarle le sirve como trampolín. Por eso, quiero que mis estudiantes entiendan que lo importante no es el derecho, sino que lo importante es como utilizar eso para construir o ayudar a construir vida buena, y que para eso no es tan importante lo que el derecho diga, sino que pueda ser utilizado para proponer, trabajar y luchar por esas alternativas.