Una vida sobre el sillín

Se levanta temprano para darse una vuelta en bici. Es la rutina desde hace un par de años. Son 58 inviernos y ya pesan. Un par de años más y se jubila. Ser profesor de informática en estos tiempos de tablets, i-phones y empollones de la red no es fácil. Deja la cama sin hacer. Se pone el casco, enciende la luz y el piloto y recorre el Parque de las Cruces. Sale a la Avenida de los Poblados y allí acaba todo. Son las 7:40h de un viernes cualquiera en la capital de España. Será una cifra más, una mancha en la estadística de la DGT, un suma y sigue en un país en el que no se respeta casi nada y menos la vida del ciclista. Podría ser una cifra pero es mi tío, mi tío Manolo. Mi padre recoge la bici mientras el conductor del coche está en la furgoneta de atestados.

Era recurrente la conversación: me preguntaba si seguía saliendo sólo con la bici. Es arriesgado, abundaba siempre. Y sí, continúo saliendo muchos días solo. Y no me da miedo, si no me quedaría en casa. Y sí, angustia ver por las carreteras a tanto hijo de puta. No hay una asignatura de Educación Vial en las escuelas, no se habla en las autoescuelas ni en los manuales de coche=máquina de matar, de qué supone una masa de más de una tonelada chocando contra una bici de 15kg, del dolor que provoca una muerte tan evitable, tan estúpida.

Ahora queda pasar por el tanatorio que si algo tiene de reconfortante es estar rodeado de calor humano. Saber que fue un hombre generoso y que habrá decenas de amigas y amigos que vendrán a acompañarnos, a acompañarle, lo hará más soportable. También lo es el hecho de haber donado sus órganos. Hoy habrá un contrapunto a nuestra desgracia en otro rincón del país.

Dice el tópico que se van los mejores. Este es uno de esos casos. No deja ni esposas ni hijos pero sí un vacío irremplazable.

Tío, espéranos muchos años. Y sigue pedaleando.

Y tú, que sigues aquí, respétame. No soy un tractor, ni una barredora, no soy un estorbo. Soy vida, soy igual que tú. No lo olvides.