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República Democrática Alemana (1949-1990)

Aquí recopilamos toda clase de material relacionado con un tema o un director de cine concretos.
República Democrática Alemana (RDA)
Deutsche Demokratische Republik (DDR)

Portada
(RDA en wikipedia | RDA en RBM | estudios DEFA en RBM)


Introducción

    [propia] La RDA fue un país de orientación socialista surgido tras la II Guerra Mundial como consecuencia de la división de Alemania en dos partes, la occidental, de influencia norteamericana, conocida como RFA, y la oriental, de influencia soviética. Por esta idiosincrasia geopolítica, concentró en primera línea todas las tensiones de la Guerra Fría, lo que acartonaba su desarrollo institucional. La república despuntó, sobre todo, en una tenaz misión doble que a sí misma se dio: hacia el exterior, compromiso decidido con los pueblos sometidos al tradicional colonialismo, al actual fascismo o al nuevo imperialismo, y hacia el interior, una labor de desfascistización a todos los niveles, pedagógica y ejecutiva, desde lo más cotidiano a los aparatos del estado. Sus carencias son mucho más conocidas.




Producción audiovisual de la RDA (toda la disponible en nuestra plataforma, segmentada por formato y género)





Personalidades de la RDA

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    Biblioteca. (Alemania, 1898-1956)
    Fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del llamado teatro épico. Es hijo del desastre de la primera guerra mundial, del hundimiento de un mundo que apenas unos años atrás del estallido de la gran guerra no ...
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    Monografías. (Alemania, 1898-1956)
    Poeta, dramaturgo y director de cine comunista alemán...
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    Biblioteca. (Alemania, Alemania Oriental, 1923-1995)
    Fue un filósofo, periodista y crítico literario alemán. Tras la Segunda Guerra Mundial, Harich trabajó como periodista y crítico teatral para el Kurier. Afiliado al Partido Socialista Unificado de Alemania, fue nombrado profesor de filosofía...
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    Biblioteca. (Alemania, Alemania Oriental, 1912-1994)
    Político alemán, jefe de estado de la República Democrática Alemana entre 1976 y 1989...
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    Biblioteca. (Alemania Oriental, Alemania, 1923-2006)
    Conocido como el espía Romeo o el espía sin rostro, alto funcionario de la República Democrática de Alemania (RDA), fue jefe de los servicios secretos de la Stasi en el extranjero entre 1953 y 1986...




Directores de la DEFA, los estudios cinematográficos de la RDA

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    Monografías. (Alemania Oriental, 1932-2006)
    Frank Beyer fue uno de los directores más importantes de la DEFA, los estudios cinematográficos de la RDA. El mensaje humano de sus películas conserva plena actualidad...
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    Monografías. (Alemania Oriental, Alemania, 1911-2012)
    nació en Berlín el 25 de enero de 1911, en el seño de una familia burguesa. Su padre era dueño de una fábrica duplicadora de películas y su madre provenía de una adinerada dinastía de comerciantes de té de Hamburgo. Tras completar sus estudios en la...
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    Monografías. (Alemania Oriental, Alemania Occidental, 1906-1984)
    Director de cine alemán que desempeñó parte de su carrera en la RDA...
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    Monografías. (Alemania Oriental, 1925-1982)
    Wolf desarrolló junto a su trabajo como director de cine una intensa actividad política en la RDA...




La mirada euroestadounidense sobre la RDA (bastante variada)

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    One, Two, Three
    Filmoteca de ficción. (EEUU de América, 1961)
    Dirección: Billy Wilder
    C.R. MacNamara, representante de una multinacional de refrescos en Berlín Occidental, hace tiempo que proyecta introducir su marca en la URSS. Sin embargo, lo que su jefe le encarga es cuidar de su hija Scarlett, que está a punto de llegar a Berlín...
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    Filmoteca de ficción. (Reino Unido, Francia, Alemania Occidental, 1986)
    Dirección: Ken Loach
    Año 1985, Berlín Este (RDA). Klaus Drittemann es un cantautor que se ve obligado a trasladarse a la zona occidental. Una vez ahí consigue alojamiento gracias a Lucy Bernstein, quien le ofrece un contrato discográfico para la Taube Records...
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    Die Stille nach dem Schuss
    Filmoteca de ficción. (Alemania, 1999)
    Dirección: Volker Schlöndorff
    El silencio tras el disparo nos devuelve a los tiempos de la guerra fría, donde un grupo armado de la RFA actúa contra el sistema capitalista con la cobertura de los servicios secretos de la RDA. Con la progresiva desmembración del grupo, Schlšndorff...
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    Filmoteca de ficción. (Alemania, 2003)
    Dirección: Wolfgang Becker
    Berlín Este (RDA), 1978. Cuando se entera de que su marido ha migrado a la RFA, abandonándola a ella y sus dos hijos, Mutter se convierte en una fervorosa socialista. Y entrará en cortocircuito cuando vea a su hijo Alex participar en las protestas de 1989...
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    Das Leben der Anderen
    Filmoteca de ficción. (Alemania, 2006)
    Dirección: Florian Henckel von Donnersmarck
    RDA, 1984. El capitán Wiesleres es un competente oficial de la Stasi. Pero una nueva misión, espiar al prestigioso escritor Dreyman y a la actriz Sieland, va a influir en su concepción de la vida y del mundo....
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    Ludoteca. (Reino Unido, 2019)
    Desarrollador: Minskworks
    Un Trabant 601 germano-oriental, aquí rebautizado como Laika 601 Deluxe, recorre la frontera de los países del Pacto de Varsovia, para llevar al tío Lüfti hasta Turquía en los últimos años del socialismo de estado en Europa...
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    A Perfect Crime / Rohwedder. Einigkeit und mord und freiheit
    Filmoteca de no ficción. (Alemania, 2020)
    Dirección: Jan Peter, Georg Tschurtschenthaler
    En 1989 la RDA abandona sus aspiraciones socialistas y es absorbida por la RFA. El resultado son privatizaciones y retroceso de todos los derechos sociales. En represalia, la RAF habría ajusticiado en 1991 a Rohwedder, el responsable político visible...




Recursos de apoyo


el usuario omega-rojo, en este foro, el 6 de mayo de 2007, escribió:1. Imperialismo en Alemania y socialismo en Alemania

¿Desnazificación en la RFA? Nazis importantes en altos cargos. El aparato de Estado germanoccidental es construido por políticos, militares, funcionarios, médicos e intelectuales fascistas.
¡Desnazificación en la la RDA! 1949: En el proceso de Waldheim, la RDA condena a muerte a los fascistas principales. Todas las organizaciones fascistas son prohibidas.

¿Democratización en la RFA? 1951: La policía mata a tiros a Philipp Müller, un antifascista militante de la FDJ. La FDJ y el Partido Comunista son ilegalizados.
¡Democratización en la RDA! 1946: Unidad de la clase obrera: el Partido Comunista (KPD) con Wilhelm Pieck y el Partido Socialdemócrata (SPD) con Otto Grotewohl se unieron.

¿Desmilitarización en la RFA? El nuevo ejército Bundeswehr sigue la tradición del Wehrmacht nazi y del Reichswehr imperial.
¡Antimilitarismo en la RDA! 1952: Se crean milicias en las fábricas como órganos de defensa popular. Los representantes y símbolos del militarismo alemán son eliminados del público.

¿Descartelización en la RFA? El consorcio químico nazi I.G. Farben, después de 1945, estuvo sesenta años "en disolución".
¡Descartelización en la RDA! 1946: En un referéndum, el 77% de la población vota a favor de la expropiación de los industriales y criminales de guerra.


2. El cine de la RDA a cargo de los estudios DEFA (1946-1989)

Los estudios DEFA (Deutsche Film-Aktiengesellschaft) fueron fundados en 1946 en la zona soviética de ocupación en Alemania, siendo la primera compañía fílmica de la Alemania de la post-guerra. En un inicio afincados en Berlín, los estudios se moverían a Potsdam el 14 de julio de 1947. Con la partición definitiva de Alemania en dos, y la fundación en 1949 de la República Democrática Alemana, los estudios DEFA serían nacionalizados. Los principales estudios de filmación fueron DEFA-Studio für Spielfilme en Potsdam-Babelsberg; DEFA-Studio für Trickfilme en Dresde; DEFA-Studio für populärwissenschaftliche Filme en Potsdam; DEFA-Studio für Wochenschau und Dokumentarfilme en Berlín; DEFA-Studio für Synchronisation en Berlín-Johannisthal; DEFA-Kopierwerke en Berlín-Köpenick y Berlín-Johannisthal; DEFA-Außenhandel en Berlín.

En 1990, tras la anexión de la Alemania Democrática por la Alemania Federal, los estudios DEFA fueron disueltos y sus activos adquiridos por el conglomerado francés Vivendi Universal. Las películas producidas en los estudios, que incluían 950 películas, 820 animaciones, 5.800 documentales y noticiarios y 4.000 doblajes al alemán de filmes extranjeros fueron adquiridos por Progress Film-Verleih GmbH.

En sus 44 años de existencia, los estudios DEFA crearon un estilo cinematográfico propio expresado en diversos géneros como las historia de la lucha antifascista, adaptaciones de clásicos literarios, cuentos infantiles e historias populares, ciencia ficción, historias del lejano oeste (indiannerfilm: sobre la resistencia indígena a la colonización estadounidense, contrapunto de las películas de vaqueros), documentales y demás.

La difusión de lo realizado en la RDA no fue más allá de los países del campo socialista, debido al estricto filtro ideológico impuesto por la política anti-comunista de las potencias imperialistas, y también por la actitud dogmática de la izquierda anti-comunista que tachaba de "engendro totalitario" a todo lo hecho y dicho en los países socialistas.

Aunque esta es una lista incompleta, entre los más reconocidos directores del cine de la Alemania Democrática están Frank Beyer, Jürgen Böttcher, Slatan Dudow, Karl Gass, Roland Gräf, Martin Hellberg, Gottfried Kolditz, Kurt Maetzig, Günter Reisch, Wolfgang Staudte, Konrad Wolf.

Desde inicios de esta primera década de 2000, el cine DEFA está viviendo un renacimiento debido al creciente interés en este tanto en Alemania como en Estados Unidos, lo que hace posible encontrar muchos títulos en formato DVD. En octubre de 2005 el Museo de Arte Moderno de Nueva York fue la sede de un festival de películas de la DEFA que duró dos semanas.

Para quienes están en la zona del dólar (¡malditos yankis!) pueden ver información y, en caso de que tengan la posibilidad, adquirir los DVDs de películas de la RDA (todas vienen con subtítulos en inglés) en la siguiente página: http://www.defafilmlibrary.com. Para quienes están en la zona del euro (¡malditos fascistas de la UE!) pueden ver información y también adquirir DVD's, aunque la mayoría sólo están con audio en alemán (uno que otro vienen con subtítulos en inglés), en la siguiente página: http://www.icestorm.de.

eladio1982, en "La República Democrática Alemana. Un país que pudo existir de otra manera", en Historias de la Otra Historia, el 12 de agosto de 2014, escribió:Imagen

El himno de la antigua República Democrática Alemana, “Auferstanden aus ruinen” ("Levantada de las ruinas"), es una de las composiciones más bellas de esta clase, tanto en lo musical como en lo que respecta a la letra. En uno de los comentarios de Youtube que hacía referencia al vídeo del mismo se lee el que mejor podía resumir cuantas opiniones podían hacerse sobre él: “el mejor himno para el peor país”. Por desgracia no sobran países cuyos regímenes soportaban bastante bien la comparación en cuanto a maldad con la dictadura gerontocrática de la Alemania del Este -la España franquista, el Portugal de Salazar, la Rumanía de Ceaucescu o la Uganda de Idi Amin, por poner algunos ejemplos-, pero volviendo al caso alemán: ¿era todo tan malo en la RDA? ¿Merecía la pena salvar algo de aquella parte marginada de la Alemania partida? Si no era así, ¿a qué se debía que la oposición de izquierda democrática del otro lado del Muro quisiera mantener la soberanía de la RDA y profundizar en el carácter democrático que correspondía a la “D” que lucía en su nombre antes de proceder a una unificación con la vecina República Federal, que debería realizarse en igualdad de condiciones, frente a lo que realmente se dio, una rápida anexión del Este al Oeste?


Los comienzos de la RDA

Casi siempre se hace hincapié en que el enfrentamiento entre los aliados vencedores y ocupantes de Alemania, y especialmente entre norteamericanos y soviéticos, llevó a la configuración de dos Estados alemanes, diferentes en cuanto a su modelo socio-económico, cargando las tintas de esta división sobre la política de Stalin, a consecuencia de los sucesos que ocurrieron con posterioridad -intervención de las fuerzas soviéticas en 1953 en la propia RDA y en 1956 en Hungría; cierre de la frontera interalemana en 1952 y construcción del muro de Berlín en 1961. Sin embargo, no fue la división de Alemania culpa única y exclusivamente del líder del Kremlin. Intervinieron otros factores de división sobre los aliados occidentales, que mandaban en las otras tres zonas de ocupación sobre las que se constituiría la República Federal de Alemania en 1948. Norteamericanos y británicos divergían sobre la política a seguir del nuevo Estado alemán, concediendo mayor importancia al Estado social los segundos, con un gobierno laborista al frente, en relación a los primeros, inclinados por el capitalismo liberal clásico. Tanto EE.UU. como Gran Bretaña y asimismo Francia, la tercera potencia ocupante en el lado occidental, rechazaron la nota de Stalin que establecía la unión alemana en un estado no alineado y libre de fuerzas de ocupación.

Algunos pueden pensar que había que ser muy ingenuo para creerse las promesas de alguien tan taimado como el inquilino del Kremlin, pero sin embargo esta solución -no alineamiento, no presencia de fuerzas extranjeras- fue la adoptada en un país precisamente bajo el control del Ejército Rojo y previamente anexionado al Reich alemán de Hitler: Austria. Una Alemania democrática y no alineada podía ser la garantía más firme de la paz en Europa, pero en medio de la política de bloques que se estaba diseñando en Europa, la “guerra de notas” entre los aliados occidentales y la URSS, el destino del país parecía estar destinado a configurarse en dos Estados, cada uno inscrito dentro de las coordenadas de la “guerra fría”.

En 1948, EE.UU., Gran Bretaña y Francia patrocinaban la creación, en la pequeña ciudad bávara de Bonn, de la República Federal. Su constitución, la Ley Fundamental de Bonn, fue elaborada con grandes limitaciones democráticas: no se contó con representantes populares de la zona soviética, a la que se excluyó en la formación del nuevo Estado, y careció de refrendo popular, algo que si bien era una práctica extendida en la historia constitucional de otras épocas -la Constitución de Weimar fue aprobada por el Reichstag sin refrendo- no se entendía en el nuevo contexto, y menos después de una convulsión tan grande como la guerra y la derrota. En su artículo 23, la Ley Fundamental establecía que la nueva RFA podría anexionarse los estados federales del Este que habían quedado excluidos -Turingia, Sajonia-Anhalt, Alta Sajonia, Brandenburgo y Mecklemburgo-Antepomerania-, sin valorar en absoluto entrar en negociaciones con las autoridades orientales.

En el mismo 1948, socialistas y comunistas, unificados en el SED -Sozialistische Einheitspartei Deutschlands o Partido Socialista Unificado de Alemania- junto con otras organizaciones de entidad menor (entre las que se incluía la CDU y los socialdemócratas no unificados en el SED), que habían desarrollado en el Este políticas socializantes al amparo de la presencia soviética -la reforma agraria expropió toda la tierra perteneciente a antiguos nazis y criminales de guerra y más de 30.000 km² fueron distribuidos entre 500.000 campesinos, jornaleros y refugiados alemanes procedentes de los nuevos territorios de Polonia y los Sudetes checos- y procedido a una dura desnazificación (la desnazificación política en la zona soviética fue, sin embargo, mucho más transparente que en la zona occidental, donde el tema pronto fue llevado a un segundo lugar por pragmatismo o incluso privacidad), llevaron a cabo, excluidos de las negociaciones en el Oeste, la construcción de un nuevo Estado alemán que, como sus vecinos, también aspiraba a unificar ambas partes de Alemania. Se ponía así en marcha la República Democrática Alemana, con gobierno en Berlín (en realidad, Berlín Este), base en los cinco “Länder” anteriormente citados -al cabo de unos años sustituidos por distritos, remarcando el carácter centralizado del nuevo país- y realizando un llamamiento similar al de la “nota de Stalin” a sus compatriotas del otro lado. El 7 de octubre de 1949, fecha de constitución final de la nueva república, con las posturas sin visos de encontrar un punto de unión, la RFA y la RDA emprendieron sus propios caminos.

La RDA no nació en principio como un estado socialista. El Frente Nacional de la Alemania Democrática, que finalmente controlaría políticamente el país bajo la férula del SED, era una coalición democrática-antifascista, que incluía al KPD comunista, al SPD socialista, a la recién creada Unión Demócrata Cristiana (CDU) y al Partido Liberal Democrático de Alemania (LDPD). Fue formado en julio de 1945 con objeto de presentarse a las elecciones a los parlamentos de los estados de la zona soviética del año siguiente. El recién creado SED -recordemos: la unión de los dos primeros partidos- acordó dar representación política a las organizaciones de masas, como la Federación Alemana de Sindicatos Libres (FDGB) o la Juventud Libre Alemana (FDJ).Los partidos burgueses CDU y LDPD se debilitaron ante la creación de dos nuevos partidos, el Partido Nacional Democrático de Alemania (NDPD) y el Partido Democrático Campesino de Alemania (DBD).

Sin embargo, la evolución política del bloque oriental -con la creación de gobiernos comunistas progresivamente en las diferentes naciones del este europeo ocupadas tras la guerra por el Ejército Rojo-, y los acontecimientos de otras latitudes, como la guerra civil griega y la de Corea, primeros acontecimientos -sobre todo el segundo- de desarrollo de la “guerra fría” llevaron a que la República Democrática se inclinase cada vez más por la pertenencia al modelo socio-económico soviético, con la asunción del control del Frente Nacional por el SED y la conversión de la inicialmente república democrática y federal del Este por una república socialista. La RDA se adscribió al Pacto de Varsovia y a la comunidad económica del CAME (Consejo de Asistencia Mutua Económica). La RFA, por su parte, se inscribió en las coordenadas del denominado mundo libre, perteneciendo a la OTAN, siendo uno de los fundadores de la Comunidad Económica Europea y surgiendo como el milagro económico del continente, que en una década pasó de la miseria de posguerra a ofrecer un esperanzador y floreciente panorama que se convirtió en escaparate para quienes deseaban escapar de las estrecheces y la opresiva vigilancia que se daban en el otro lado.

La RFA mantuvo siempre su pretensión de ser la Alemania “de verdad”. La otra, la RDA, la oriental, no existía, sólo para anexionársela -como así sucedió finalmente- recurriendo al artículo 23 de la ley fundamental de Bonn.

Su moneda fue el Deutsche Mark, o marco alemán, mientras que el marco de la RDA era… el marco de la RDA (DDR Mark); su himno, el de preguerra, el “Deutschland über alles” ("Alemania sobre todo"), en contraste con el nuevo himno adoptado por el Este; en el contexto internacional la RFA era conocida popularmente como Alemania y el gobierno federal rompía relaciones con los gobiernos que reconociesen a la RDA, cosa que sólo cambió a partir de la Ostpolitik de Willy Brandt a principios de los setenta. Cuando la RDA negoció y ratificó con Polonia las fronteras que los aliados -incluyendo a los tres en cuyas zonas de ocupación surgió la RFA- ya habían definido, quedando para este último país Pomerania, Silesia y Prusia Oriental y dibujándose la frontera en los ríos Óder y Neisse, la RFA mostró una indignación que, desde luego, no hubiera cabido en su mente durante si hubiera ocurrido al revés durante los años en que Francia ejerció como potencia protectora de la región de Saarbrücken. Una muestra más de que la RFA, hasta la elección del socialdemócrata Brandt como canciller y el mutuo reconocimiento de las dos Alemanias, mantenía su voluntad hegemónica de representar a Alemania en su totalidad.


El país del Muro, la Stasi y la burocracia

Claro que, en esta voluntad, la RDA le facilitaba las cosas a su vecina República Federal. La vigilancia del Ministerio para la Seguridad del Estado (conocido popularmente como Stasi), surgida a raíz de las protestas populares de 1953 contra el plan quinquenal, que establecía un aumento de las horas de trabajo sin contrapartidas salariales ni otro tipo de beneficios, fue uno de los factores que contribuyó a hacer más odioso para los ciudadanos de la República Democrática al régimen que les gobernaba. La Stasi, dirigida por Erich Mielke, un veterano comunista que había formado parte de los voluntarios alemanes que habían luchado en España en las Brigadas Internaciones del lado de la República -y que no dudaba tampoco en fastidiar a sus antiguos compañeros del Batallón Ernst Thaellmann residentes en la RDA si servía para sus intereses personales- tejió una red de agentes y de “chivatos” repartida por todo el territorio de la República del Este con objeto de conocer hasta las mayores intimidades de sus vigilados. Esta vigilancia hasta en los más mínimos detalles se refleja en el oscarizado filme “La vida de los otros”, cuando en la conversación mantenida por el viejo ministro de Cultura y el escritor Georg Dreimann, el primero comenta a su interlocutor: “lo sabíamos todo de usted. Incluso que no era capaz de satisfacer a Christa [su novia, papel interpretado por Martina Gedeck] como es debido”.

En esa misma película se observa, asimismo, al prototipo de burócrata arribista, de escasos escrúpulos y también escasos principios e identificación con los ideales socialistas, que aunque sólo sea formalmente defiende la RDA y por extensión el conjunto de países del bloque soviético. Es el del teniente Anton Grubisch, magistralmente interpretado por Ulrich Tukur, una especie de Erich Mielke de los escalafones inferiores de la Stasi, y que asimismo se podía extrapolar a cualquier otro estamento del aparato estatal. La burocracia gerontocrática -instalada por muchos años en el poder- de la RDA, representada por sus figuras más representativas, el presidente Willi Stoph y los secretarios generales -primeros ministros a la sazón- del SED, Walter Ulbricht primero y Erich Honecker después fueron a lo largo de la vida de la República un obstáculo para el desarrollo socio-económico del país; para el desarrollo de reformas democráticas, siquiera fracasadas, como las que tuvieron lugar con la revuelta húngara de 1956 o con la “Primavera de Praga” de 1968, encabezada por el secretario general del partido, Alexander Dubček; y para que se diera una sociedad socialista y no meramente una sociedad estatal-burocrática al modo en que, desde 1918, se había desarrollado el comunismo soviético desde la revolución bolchevique y había sido paulatinamente exportado al resto del mundo socialista tras la S.G.M. La denuncia del burócrata fue puesta ya sobre la mesa por una de las intelectuales más brillantes de la República Democrática, la escritora y crítico literario Christa Wolf, en novelas como El cielo partido -en la que resalta el papel de los trabajadores comprometidos con la reconstrucción y el desarrollo de su parte de Alemania, frente a ese prototipo del burócrata de las consignas- y Casandra, mucho más dura en su papel de denuncia y más crítica en cuanto al desarrollo del modelo social impuesto a lo largo de los años en la Alemania del Este.

La vigilancia opresiva de la Stasi, el desarrollo burocrático de la sociedad y la economía y la diferencia de desarrollo económico, amén de la falta de libertades públicas, influyeron y de qué modo en la ciudadanía de una RDA que empezó a mirar a su hermana de Occidente como el paraíso realmente existente frente al paraíso socialista prometido por los líderes del SED. Hasta la construcción del Muro, unos tres millones de ciudadanos germano-orientales emigraron, primero por la frontera interalemana, cerrada en 1952, y en los nueve años siguientes hasta 1961 por la antigua y dividida capital del Reich alemán. La construcción del muro de Berlín, en palabras del profesor Ignacio Sotelo, fue una medida defensiva de la RDA y del bloque del Este en su conjunto para evitar la pérdida de un capital humano que, al otro lado, en la RFA, contribuyó sobremanera al “milagro” económico de los años cincuenta en Alemania Occidental, pues recibía a trabajadores cualificados que hablaban su misma lengua y tenían su misma cultura. Al mismo tiempo, era una medida que trataba de proteger el modelo socialista, evitando que el fracaso económico se diera precisamente por esa pérdida de trabajadores e intelectuales que emigraban en masa al otro lado, pudiéndose abrir en cuanto el Este socialista superara en bienestar al Oeste capitalista. Pero, a su vez, la construcción del muro era la plasmación en la realidad de que el modelo de socialismo soviético, que tal y como había sido planteado era incompatible con una democracia popular, con la toma de decisiones de los trabajadores sobre una propiedad que formalmente era suya pero que, en realidad, era de un Estado que al mismo tiempo que decía actuar en su nombre les oprimía igual que podían hacerlo los capitalistas de Occidente, había fracasado en su concepción. El que todavía, hasta 1989, cerca de ochocientas personas se jugaran y perdieran la vida intentando atravesar el muro berlinés evidencia el fracaso de un modelo que la disidencia y la oposición de la RDA condenaban por dictatorial, no por socialista.


La otra cara de la otra Alemania

La República Democrática, sin embargo, no fue solo el país en el que uno podía recibir un disparo de la Volkspolizei (Policía Popular, los famosos “Vopos”) por acercarse peligrosamente al perímetro del muro o hacer una visita nada agradable a la cárcel de la Schonhaussenstrasse berlinesa por hablar de lo que no se debía en voz demasiado alta. En los años sesenta y principios de los setenta, la RDA conoció también una época dorada en la que el esfuerzo de los trabajadores y los valores de solidaridad, compañerismo, esfuerzo y compromiso predicados por el mundo socialista, tan opuestos al individualismo y afán de lucro occidentales, llevaron a un desarrollo económico que fue acompañado también de un desarrollo del Estado social que ha sido una de las características de la “Ostalgie” que tuvo lugar tras la unificación de las dos Alemanias en el Este. Muchos ciudadanos de la extinta RDA echaron o echan de menos la seguridad, el modesto bienestar, la sociedad de pleno empleo, la camaradería en el trabajo y los servicios públicos que el régimen germano-oriental promocionó y estimuló, y guardan con especial cariño recuerdos como el cuaderno de la brigada de trabajo a la que pertenecían en su fábrica o empresa, la chapa con las siglas DDR (Deutsche Democratischke Republik) que llevaban en sus viejos automóviles y otros objetos, sean tipo “souvenirs” para turistas o electrodomésticos que imitaban la línea “felices años 50” estadounidenses, que pueden encontrarse en tiendas abiertas por avispados comerciantes del Este. La República Democrática nacionalizó la propiedad industrial y agraria con el segundo Plan Quinquenal (1956-1960), pero, con posterioridad, el desarrollo de una política económica más enfocada a la industria de consumo, la innovación tecnológica y la delegación en la toma de decisiones hacia las Asociaciones de Empresas del Pueblo en lugar de hacia los organismos oficiales de planificación contribuyeron a que la Alemania del Este viviera su particular “milagro económico”, del mismo modo a como lo había vivido la vecina Alemania Occidental en los años cincuenta. La Unión Soviética recomendó a sus socios de la RDA aplicar las reformas del economista soviético Evsei Liberman, que defendía el principio de obtención de beneficios y otros principios del mercado para las economías planificadas. En 1963, Ulbricht adaptó las teorías de Liberman e introdujo el Nuevo Sistema Económico (NES), una reforma económica que introdujo un grado de descentralización en las decisiones y criterios de mercado. El NES intentó crear un sistema económico eficiente y contribuyó a que la RDA proclamara ser la octava potencia industrial del mundo. La continuidad en esta política vino de la mano del nuevo líder Erich Honecker en los años setenta, que con la “Tarea Principal” hizo un esfuerzo en centrarse en el abastecimiento de bienes de consumo para los trabajadores, la rehabilitación y construcción de viviendas y los servicios públicos. En conjunto, el NES trató de ofrecer una mejor asignación de bienes y servicios al estipular que que los precios respondieran al abastecimiento y la demanda; se dio lugar a un aumento de salarios reales y pensiones, así como del abastecimiento de bienes de consumo; y se profundizó y facilitó en la incorporación de la mujer al mundo del trabajo (las mujeres representaban cerca del 50% de la fuerza laboral de la RDA) con guarderías, clínicas y subsidios de maternidad que duraban entre seis y doce meses. La RDA trató de imitar, en la medida de sus modestas posibilidades, el desarrollo de su vecina RFA, y no le faltaban buenas trazas para conseguirlo. A pesar de poseer un modelo burocrático y de que una de las riquezas en recursos del Este de Alemania, la región minera de Silesia, había pasado a manos polacas tras la S.G.M., la República Democrática había heredado algunas empresas ya famosas en la preguerra que mantuvieron su fama de buenos productos, a veces no sólo en el bloque soviético, sino también en el oeste. La RDA era competitiva internacionalmente en algunos sectores como la ingeniería mecánica y la tecnología de impresión. En Jena, pequeña ciudad universitaria situada en el SO de la República, se encontraba la industria óptica Carl Zeiss. Sus lentes para cámaras fotográficas eran muy apreciadas antes de la guerra, y ya en los años de la RDA consiguió mantener esa buena fama. Si la RFA distribuía al mundo occidental las películas AGFA, la RDA hacía lo propio en el bloque soviético con la parte oriental de la empresa (que era el sitio original donde se había fundado AGFA), rebautizada como ORWO. La motocicleta que pilota Alex Kerner (Daniel Brühl) en “Good Bye, Lenin!” es también de fabricación local: las Simson fueron a lo largo de los años de vida de la RDA el sueño de libertad juvenil que representaban en Occidente vehículos de dos ruedas como las Vespa, las Lambretta o las Harley Davidson. Problema más grave representaba comprar un típico Trabant de la industria Motor Zwickau de esta última ciudad: si bien al principio el tiempo de espera era bastante homologable al de Occidente -cinco años para un “Trabbi”, mismo tiempo de espera que el de un comprador español para un Seat 600-, poco después ese tiempo se disparó, hasta los diez años, y las autoridades de la RDA no tuvieron más remedio que tolerar el mercado negro de estos vehículos.

Los Trabant posibilitaron, como lo hizo el Volkswagen “Escarabajo” al otro lado de la frontera, la motorización de la otra Alemania, si bien a un nivel bastante más bajo. Mientras que en la RFA lo más común era que las familias tuvieran uno o más vehículos, en la RDA había que esperar para obtener un pequeño Trabbi…

Cuando llegó la hora de unir la RDA a la RFA, los empresarios y consumidores occidentales -y también los orientales- pensaron o se vieron inducidos a pensar (en el caso de los segundos) que sus industrias no valían nada y que todo el Este tenía que ser sustituido por productos del Oeste. No era una realidad válida. Si bien había numerosos ejemplos de industrias contaminantes y de alta toxicidad, lo que hizo que la presencia del movimiento verde en la oposición de la RDA cobrara una especial relevancia, en otros casos resaltaban por su eficiencia energética. Por desgracia, también se los llevaron por delante. En la RDA se fabricaron por vez primera frigoríficos sin gases de efecto invernadero. Las neveras Privileg se adelantaban en varios años a una tecnología que hoy se desarrolla en todo el mundo. Tras varios años de reducción de la vida útil de las bombillas, entre las que había colaborado la empresa germano-occiental OSRAM, ingenieros de Alemania del Este habían desarrollado una bombilla de larga duración que presentaron en la RFA, en Hannover. Los ingenieros industriales de la RFA, acostumbrados a acortar la vida útil de los productos de consumo en aras de la “obsolescencia programada”, no salían de su asombro ante aquel desafío a las concepciones del mundo capitalista. Nueve años después de aquella feria de Hannover de 1981, en 1990 la fábrica del Este que fabricaba aquellas bombillas se desmanteló. OSRAM, como muchas otras industrias del Oeste de Alemania, no quería competidores de la extinta RDA.

No sólo era la capacidad industrial del Este lo que en 1989 llevaría a la oposición de la RDA a considerar que había que mantener la soberanía y el modelo socialista de su República al menos durante algún tiempo, bien que corregido para que fuera un socialismo auténtico y democrático. La RDA mantenía estructuras de servicios sociales universales, como asistencia sanitaria, educación pública, seguridad social, beneficios para los trabajadores, igualdad real entre sexos, y de valores que si bien no se reflejaban en la cúpula de la organización del SED sí que suponían un potente atractivo para la unión del pueblo germano-oriental: solidaridad, afán de cultura y respeto por la misma, compañerismo… La sociedad de la RDA presentaba ciertas características peculiares con respecto a la de otras de su entorno: estaba menos podrida por los males de corrupción, burocracia y cinismo de las élites que asolaba en el resto de países del bloque; era la que más había desarrollado un modelo socializante; reflejaba y se creía heredera en cierto modo de las viejas aspiraciones de los revolucionarios alemanes del siglo XX que se habían opuesto las fuerzas conservadoras de la República de Weimar y al nazismo: Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Ernst Thälmann, los brigadistas internacionales alemanes, y de ella eran o habían sido ciudadanos algunos de los intelectuales socialistas y comunistas más relevantes de la Alemania de preguerra y de posguerra: Bertolt Brecht, Anna Sieger, Christa Wolf, cuyo prestigio intelectual les dejaba cierto margen de maniobra para la crítica al sistema; y se veía obligada, al mismo tiempo que forzaba la represión, pero por los mismos motivos, a realizar concesiones a un modelo socialista más puro para construir la tierra del socialismo real, el paraíso socialista, en contraste con su vecina capitalista, la RFA.

Estos ingredientes explican por qué, en 1989, mientras los intelectuales de Checoslovaquia como Václav Havel o de la URSS como Yavlinski o Sájarov proponían salidas al sistema por la vía de la adopción del capitalismo, en la RDA tanto los disidentes verdes, socialdemócratas y protestantes como los reformistas del SED -Hans Modrow, hoy eurodiputado de Die Linke (La Izquierda)- proponían el desarrollo de un socialismo democrático y autogestionario.


“Nada cambiará si nos vamos todos”

Esta frase pertenece a Christiane Kerner, el personaje de la maestra de convicciones socialistas que interpreta Katrin Sass, actriz precisamente del Este, en el filme “Good Bye, Lenin!”. Como a muchos ciudadanos de la RDA que creían o creyeron algún día en la República socialista alemana, la crisis que afectó en los años setenta y ochenta a su país le hizo sentir una crisis personal entre lo que sentían internamente y el panorama que se dibujaba, o que dibujaban en realidad los miembros del Politburó del SED, cada vez más ancianos y con miedo a los vientos de cambio, que paradójicamente iban a venir de Moscú, de la mano primero de Konstantín Chernenko y luego, con más fuerza, de Mijaíl Gorbachov. Erich Mielke, el poderoso jefe de la Stasi; Willi Stoph; el propio Erich Honecker se negaban a aceptar cambios profundos en lo político que afectasen a su posición de poder. Como mucho -que era la vía que Honecker llevaba aplicando desde el comienzo de su etapa en el gobierno, como primer secretario del comité central del partido-, estaban dispuestos a ceder en una liberalización social que no supusiese la apertura de la liberalización política. Pero la primera llevó, inevitablemente, a la segunda, aunque tal efecto no fuera del agrado de los líderes del partido. Una de las consecuencias de la “Ostpolitik” de Willy Brandt (y la política de mismo cuño de Honecker) y el reconocimiento mutuo de las dos Alemanias -incluyendo el reconocimiento por la RFA de la frontera Oder-Neisse entre Polonia y la República Democrática- fue el aumento de los intercambios culturales y económicos entre las dos repúblicas alemanas. Esta distensión fortaleció los lazos entre las dos Alemanias. Entre 5 y 7 millones de alemanes occidentales y berlineses del Oeste visitaron la RDA cada año a partir de entonces. Las comunicaciones postales y telefónicas entre los dos países fueron significativamente ampliadas. Los lazos personales entre familias y amistades de ambos países se comenzaron a restituir, y los ciudadanos alemanes orientales tuvieron más contacto directo con la influencia política y material occidental, particularmente a través de la radio y la televisión. La RDA recibía la señal de televisión de la República Federal en buena parte de su territorio, mientras que la TFF der DDR -la televisión pública germano-oriental- tuvo que renunciar, de este modo, no sólo a su pretensión de ser la televisión panalemana, sino que perdió una importante batalla informativa e ideológica con respecto a la televisión del país vecino, pese a que sus programas de entretenimiento -en especial el infantil “Sandmännchen”- eran muy apreciados por los ciudadanos de ambas Alemanias. Los intelectuales germano-orientales participaron en conferencias en el Oeste, especialmente en Berlín Occidental, y los visados por esta causa aumentaron las posibilidades de permear la frontera de la ciudad dividida, para escapar o establecer valiosos contactos. Gustos y modas occidentales -el nudismo, el movimiento “hooligan” futbolístico o la música rock, unos de cuyos cultivadores más populares en la Alemania Oriental con un notable éxito a un lado y otro del Muro y un gusto por la experimentación fueron Die Puhdys-, y asimismo reivindicaciones políticas del otro lado -como el ecologismo, un motivo de preocupación latente en todo el movimiento opositor del bloque soviético y relevante en la RDA por el uso masivo de combustibles fósiles en sus industrias- llegaron a calar en una juventud y en una disidencia que, a lo largo de los años ochenta, comenzaron a cobrar un protagonismo que saldría plenamente a la luz con la “perestroika”. En una interesante y satírica novela sobre la juventud de la RDA de aquellos años, La avenida del Sol (llevada al cine en 1999), se observa el gusto de sus jóvenes protagonistas por las promesas de modernidad de Occidente, el comportamiento pacato de los burócratas y un cierto regusto nostálgico por un sitio en el que, a pesar de todo, uno podía buscarse las vueltas para pasarlo bien y ser mediana, o modestamente, feliz.

El descontento, sin embargo, seguía filtrándose en muchos casos en las ganas de salir de la RDA. En los inicios de 1989, y especialmente en el verano, época en la que muchos ciudadanos germano-orientales pasaban sus vacaciones en Hungría, aprovecharon la apertura política en este país y la de la frontera magiar con Austria para abandonar la Alemania del Este. Otros decidieron refugiarse en las embajadas de otros destinos de viajes cercanos, como Praga y Varsovia, e incluso la misión diplomática de la República Federal en Berlín Oriental. Sin embargo, otros pensaron, al hilo de la frase con la que comenzábamos este texto, que no cabía mayor desafío al régimen que quedarse y combatirlo. Fueron los protagonistas de las “manifestaciones de los Lunes” de Leipzig, que pronto se irían extendiendo por toda la RDA.


Las propuestas de la oposición

La oposición de mayor peso en la RDA estaba representada, entre otros, por antiguos miembros del SED y socialistas de pro decepcionados con la marcha que había llevado la construcción del socialismo en la República. Un ejemplo de este tipo lo encontramos, de nuevo, en un personaje de ficción, pero de los que sin duda no debieron escasear: el escritor Georg Dreimann de la cinta “La vida de los otros”, el hombre que cree en el socialismo hasta el punto de que los cínicos burócratas como el teniente de la Stasi Anton Grubisch comentan de él que “cree que la RDA es el mejor país del mundo”, pero que, por defender un socialismo distinto, no duda en escribir para el occidental Der Spiegel un artículo sobre los suicidios en su país y reprochar, una vez caído el muro, al ex ministro de Cultura que gentes como él gobernaran el país. Personas como él aparecen también descritas en la novela Miedo a los espejos, del paquistaní afincado en Alemania Tariq Ali, en el que se puede leer un interesante “Manifiesto por una RDA verdaderamente democrática”, que podríamos presumir verdadero y firmado por jóvenes miembros del SED.

Un sector intelectual desde un punto de vista marxista dentro del SED renovó las peticiones de reforma democrática. Entre ellos estaba el poeta y cantautor Wolf Biermann, que junto a Robert Havemann había liderado un círculo de intelectuales defensores de la democratización; fue expulsado de la RDA en noviembre de 1976. Tras la expulsión de Biermann, la dirección del SED expedientó a más de 100 intelectuales disidentes.

A pesar de estas acciones del gobierno, escritores alemanes orientales comenzaron a publicar declaraciones en la prensa occidental y crear literatura fuera del control oficial periódicamente. El ejemplo más importante fue el libro Die Alternative (La alternativa), de Rudolf Bahro, que fue publicado en la RFA en agosto de 1977. La publicación llevó al arresto del autor, su encarcelamiento y posterior deportación a Alemania Occidental. A finales de 1977, apareció el manifiesto de la Liga de Comunistas Democráticos de Alemania en Der Spiegel. La Liga, que decía agrupar a funcionarios medios y altos del SED, demandaba una reforma democrática de cara a una posible reunificación alemana.

A ellos hay que unir jóvenes teólogos de la Iglesia protestante descontentos con el acomodamiento de la jerarquía de la misma con el régimen, intelectuales herederos del pensamiento de Brecht y personas organizadas en movimientos civiles que imitan a los organizados en la RFA, como ecologistas, pacifistas y movimientos alternativos que configurarían, con posterioridad, parte del conglomerado ideológico del heredero del SED, el PDS (Partei fur Demokratische Soziallismus o Partido del Socialismo Democrático) y más tarde de Die Linke.

La característica común de todos ellos es que, en principio, sus demandas se centran en la liberalización de la RDA y no en la unificación con la República Federal. Se centran en un futuro democrático para la Alemania del Este y no ponen sobre la mesa propuestas de unión con la Alemania Federal. De hecho, la mayor parte de ellos rechazan el modelo socio-económico vigente en la RFA y proponen una RDA en la que democracia y socialismo avancen de la mano, con respeto a las libertades públicas, apertura de fronteras, prensa libre, pero también con diversas iniciativas que garanticen la propiedad social, popular, de las industrias y empresas del país en lugar de la forma estatal y burocrática.

Ignacio Sotelo cuenta la siguiente anécdota: el embajador de España en Berlín Oriental por entonces, Alonso Álvarez de Toledo, tenía la brillante idea de invitar una vez al mes a un plato típico español –una fabada, unas lentejas o un cocido madrileño– a intelectuales de prestigio, acompañados siempre de los correspondientes funcionarios del partido para evitar cualquier sospecha de conspiración. En estas reuniones iba en aumento la tensión entre escritores y artistas, por un lado, y el aparato político, por otro. Los intelectuales elogiaban las libertades que poco a poco se conquistaban en la Unión Soviética de Gorbachov, mientras que los funcionarios permanecían con la boca sellada, al no poder manifestarse de acuerdo, pero tampoco dispuestos a romper el tabú de no criticar a la URSS. Los intelectuales, la disidencia política y los ciudadanos de la RDA que deseaban la reforma política miraban con esperanza los acontecimientos de Moscú y coreaban como un grito subversivo -como sucedería en la celebración del 40º aniversario de la República, el 7 de octubre de 1989- el mote popular del líder soviético: “Gorbi!, Gorbi!”. Uno de los líderes opositores lo comentaba de esta gráfica forma antes de los acontecimientos del ochenta y nueve: lo que pase aquí depende de cómo vayan las cosas en Moscú.

El Neues Forum -la organización más importante de todas ellas- abogaba por una “fuerte participación de los trabajadores” en la gestión y control de la industria y la propiedad. La Initiative für Frieden und Menschenrechte (Iniciativa para la Libertad y el Humanismo) quería “estructuras descentralizadas y autogestionadas”, la Vereinigte Linke y los socialdemócratas germano-orientales proponían un “control colectivo de los trabajadores sobre las empresas y la sociedad” y hablaban de una “socialización de verdad” en lugar de la “socialización formal-estatista”.

Cuando, tras la retirada de la Volkspolizei tras unas jornadas de represión en Leipzig y Berlín, negándose a cargar contra los “manifestantes del lunes” en la ciudad sajona y la dimisión de Honecker llevó a que el secretariado general del SED y el poder del Estado fuera asumido por el nada imaginativo Egon Krenz, un millón de ciudadanos desfilaron por Berlín convocados por actores, disidentes y reformistas del partido (algunos de los cuales fueron abucheados) en una manifestación televisada por la propia cadena pública TFF der DDR, quedaba ya poco para que Günter Schabowski, miembro del Politburó y uno de los silbados aquel día levantara las restricciones a los viajes y el muro, perdida su razón de ser, fuera simbólicamente derribado por ciudadanos de uno y otro lado de la dividida Berlín. Aquella alegría, merecida, de los berlineses no podía sin embargo dejar de tomarse con cautela. Neues Forum lo advertía en un comunicado: detrás de aquellos hombres y mujeres que se abrazaban pese a no conocerse y que entregaban flores a unos aturdidos soldados del Nationale Volksarmee (Ejército Nacional Popular) de la RDA que custodiaban la ya inútil frontera de cemento, llegarían los financieros y especuladores dispuestos a hacerse con el patrimonio nacional y las empresas públicas y colectivas del Este: “Hemos esperado este día durante casi treinta años, es un día de fiesta”. Pero, con más alarma que fiesta, continuaba: “quienes vivieron antes de 1961 (el año de la construcción del muro) conocen los peligros que nos amenazan: venta de nuestros valores y bienes a empresarios occidentales, mercado negro y contrabando de divisas… No queremos hacer cundir el pánico, ni nos oponemos a la urgente y necesaria cooperación económica con el Oeste, pero llamamos a no contribuir a las amenazantes consecuencias de la crisis”. La declaración subrayaba una emancipada ciudadanía germano-oriental desmarcada de la RFA: “Seguiremos siendo pobres aún mucho tiempo, pero no queremos una sociedad en la que especuladores y competidores nos saquen el jugo. Sois los héroes de una revolución política, no os dejéis inmovilizar por viajes e inyecciones consumistas… Habéis destituido al Politburó y derribado el muro, exigid elecciones libres para una verdadera representación popular sin dirigentes impuestos. No se os preguntó ni por la construcción del muro ni por su apertura; no dejéis ahora que os impongan un concepto de saneamiento económico que nos convierta en el patio trasero y reserva de mano de obra barata de Occidente”. Gerd Poppe, líder de la Initiative für Frieden und Menschenrechte, lo expresaba resumidamente en estas pocas palabras: “No queremos convertirnos en el último estado federal de la RFA”. Algo que, sin embargo, sería lo que sucedería.

Helmut Kohl, el canciller federal, tenía sin embargo otros planes. Unos planes que servirían para acercarle a renovar su mandato al frente de la jefatura del gobierno de la Alemania Occiental y que servirían para que las empresas y multinacionales germano-occidentales obtuvieran unos pingües beneficios pescando en el río de la propiedad de la RDA. A finales de los años ochenta el gobierno conservador del Canciller Helmut Kohl estaba desgastado y el SPD iba a desplazarle del poder en las próximas elecciones. El reto de la derecha conservadora de Bonn y sus aliados del “establishment” económico y financiero era cómo instrumentalizar la nueva situación creada en el Este para mantenerse políticamente en el poder unos cuantos años más. La cultura política de la oposición de la RDA, que con la quiebra del régimen pasó en cuatro días de un estatuto marginal a una posición dirigente, era un problema para aquel propósito. La solución pasaba por los “Paisajes floridos”.


[continúa...]

[continuación]

Los "paisajes floridos" y el expolio del patrimonio de la RDA

“Algunos llevamos la fama, pero el latrocinio en la privatización supera con mucho lo que cabía esperar de una sociedad tan civilizada, como dicen que es la alemana”, comentaba el embajador argentino en Berlín Este al observar el proceso de privatización -y venta- del patrimonio empresarial de la RDA a los empresarios de la Alemania Federal, directores por otro lado de todo el proceso.

El estancamiento económico a lo largo de los años setenta y ochenta condujo a la economía de la RDA a una grave situación. La deuda sumaba a finales de la última década una cifra superior a los 40 billones de marcos, una suma no astronómica en términos absolutos (el PIB de la RDA era de unos 250 billones de marcos) pero mucho mayor en relación a la capacidad del país para exportar suficientes bienes al Oeste como para conseguir la divisa fuerte que pagase la deuda. La mayor parte de la deuda se originó por los intentos de la RDA de hacer frente a sus problemas financieros internacionales, así como los intentos por mantener los niveles de vida a través de las importaciones de bienes de consumo. Casi todas las economías del bloque soviético adquirieron una serie de deudas con los países occidentales a principios de la década de los setenta con objeto de mejorar su capacidad tecnológica y competitiva. A cambio, la deuda sería pagada con las divisas obtenidas con las importaciones de bienes, sustancialmente mayores gracias a esa mayor competitividad. Pero la crisis del petróleo de 1973 acabó con esa premisa, debido a que la mayor parte de los países del área se quedaron con la deuda y sin mercado. A esto había que unir que en algunos países las inversiones fueron muy mal realizadas, como en Polonia, donde la financiación obtenida se empleó no en tecnología sino en el mantenimiento de subsidios al consumo con objeto de mantener los precios bajos y congraciarse con una población que empezaba a mostrar su descontento y a unirse a los movimientos de oposición.

La solución que los empresarios y políticos de Bonn buscaron para la crisis en la RDA fue la de ofrecer una serie de promesas a los ciudadanos del Este que no se desviaban mucho en las formas de las hechas por el Politburó, pero como no se encontraban desgastados por el descrédito al que había sucumbido la nomenklatura y sonaban muy atractivas, los pobres germano-orientales se las creyeron. Resultaba mucho más ilusionante creer en el sueño de los paisajes floridos que en la realidad sobre la que Neues Forum advertía: los ciudadanos de la RDA tendrían que seguir siendo aún pobres durante algún tiempo, pero con una República Democrática que hiciera honor a su nombre y que tuviera una economía social, dirigida por y para el pueblo alemán oriental, por lo menos mantendrían su soberanía política y económica frente a una RFA que les consideraba unos “paletos” -“Ossi” es de hecho sinónimo de pueblerino e ignorante- poco competitivos y necesitados de subsidios. El programa disidente de los opositores de la RDA era crítico y escéptico hacia la posibilidad de una súbita unificación. Y desde luego, de darse ésta, tendría que hacerse entre estados igualmente soberanos.

Helmut Kohl prometió a los alemanes del Este que poco más o menos de un día para otro obtendrían el nivel de vida del que sus vecinos occidentales disfrutaban. Con esa ilusión -ilusión óptica dibujada a través de Mercedes Benz, televisión por satélite, veraneos en España y demás mensajes de espiral consumista que venía básicamente a decir que lo del Oeste era siempre mejor- la CDU se impuso en las primeras elecciones libres de la RDA. El PDS (el antiguo SED), liderado por el jefe del partido en Dresde, Hans Modrow, cuya fama de reformista le aupó al cargo de primer ministro y al emprendimiento de reformas que llevarían a la disolución de la Stasi y al procesamiento de antiguos líderes como Stoph, Mielke o el propio Honecker, obtuvo unos buenos porcentajes de votos. Sin embargo, pese a los buenos resultados, la izquierda reformista y alternativa de Neues Forum y los otros grupos de la oposición (agrupada en Alianza 90) no consiguió contrarrestar el impulso de la filial democristiana del Este, sus promesas de prosperidad capitalista y el éxodo de medio millón de personas que se produjo desde que se abrieron de nuevo las fronteras entre ambas Alemanias.

Llegaba el momento de convertir las promesas en hechos, y Kohl, dispuesto a ganar las elecciones también en el Oeste, no tuvo tapujos en introducir una medida estrella: la paridad 1:1 entre el Deutsche Mark y el marco de la RDA para ahorros de 6.000 marcos (una fortuna en la RDA, y dos meses de sueldo de un periodista de la RFA de entonces) y de 1-2 para patrimonios más altos. Los alemanes del Este sintieron como si les hubiera tocado la lotería. Kohl les prometió convertir sus regiones en paisajes floridos y lo realizó en un primer momento, por lo menos en la imaginación, con la mencionada paridad. En aquella euforia cargada de promesas de abundancia, los discursos y voluntades mayoritariamente verdes y socializantes de escritores, intelectuales y disidentes se disolvieron como un bloque de hielo al sol entre las luces e impactos psicológicos de las experiencias directas de la gente común con la prosperidad del Oeste. La paridad real entre las dos divisas era de cinco marcos orientales por uno occidental. Esta diferencia, que hacía que un trabajador de la RDA que cobrara mil marcos de la RDA al mes pasara a cobrar esa misma cantidad de marcos occidentales, se sintiera como niño con zapatos nuevos, hundió a miles de empresas del Este, incapaces de poder asumir de la noche a la mañana una deuda exhorbitada con la nueva moneda y viendo desaparecer la capacidad competitiva que les daba el menor valor de su moneda.

Esta estrategia era en cierto modo la estrategia de los empresarios de la RFA, deseosos de poder comprar a bajo precio las empresas orientales y quitarse competidores. Vendieron la premisa de que todas las empresas de la RDA eran pura chatarra, pero sabían que esa aseveración no era del todo cierta. La unión monetaria supondría el que quebrasen todas las empresas orientales. La unificación por la vía rápida empezó por cambiar un marco oriental por uno occidental para alegría inmediata de la población del Este que veía salvados sus pequeños ahorros, pero con la consecuencia querida de desmantelar de un plumazo toda la economía de la antigua RDA. Una buena parte de la población -alrededor de dos millones y medio de trabajadores, sobre una población total de 16 -pierde el puesto de trabajo, con el mensaje repetido de que la “economía de mercado” pronto los iría creando. Enormes inversiones públicas en mejorar las infraestructuras no han servido para hacer realidad las falsas expectativas de entonces, y ello porque, en un mundo ya globalizado, los nuevos Estados federados han tenido que competir con una Alemania occidental, cuya capacidad productiva basta para abastecer a las dos Alemanias, y estar además entre los primeros exportadores del mundo.

Una persona nada sospechosa de alinearse con las posiciones, ni ortodoxas ni heterodoxas que defendían la continuidad de la RDA en lo político y lo económico, el actual ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, comenta el tremendo error que supuso la introducción del marco occidental en la República Democrática. Schäuble, negociador clave en aquel entonces, lo expresa de este modo en su libro de memorias de 1991: “Para mí estaba claro que la introducción de la moneda occidental destruiría las empresas de la RDA, pero Kohl decía que con la unidad íbamos a ganar las elecciones”. Otras personas que vivieron el proceso niegan que el sistema económico de la RDA se estuviese desmoronando, como afirmaban desde el Oeste. Es el caso del director del Banco Central de la RDA, Edgar Most, quien afirma, frente al argumento oficial, que la relación causa efecto entre paridad y destrucción del patrimonio industrial vino precisamente en ese orden y no al revés: “fue la paridad la que hundió definitivamente la economía de la RDA”.

El nuevo gobierno democristiano del Este se embarca entonces en la privatización de la economía, un paso más en la anexión de la RDA a Alemania Federal. Un proceso acelerado que destruyó cualquier ilusión de crear una Alemania Oriental asentada sobre un modelo de socialismo democrático y de unificar las dos Alemanias bajo postulados de neutralidad y con la adopción de una nueva Constitución que sustituyese a la Ley Fundamental de Bonn, que ha seguido sin ser ratificada ni por los ciudadanos del Oeste ni por los del Este. Estos aspectos serán examinados más adelante. Por ahora, nos centraremos en el papel que la sociedad fiduciaria del “Treuhandanstalt” tuvo en el desmantelamiento del tejido empresarial público de la República Democrática.

El nuevo primer ministro de la RDA, Lothar de Maizière, y los ejecutivos occidentales que le asesoraban crearon este organismo bajo unas premisas muy distintas a las que se manejaban desde la izquierda alternativa germano-oriental.

Ignacio Sotelo afirma que en el meollo de la transición política de la RDA se encontraba “el dificilísimo tema de la privatización de la industria, el comercio, los bancos, las compañías de seguros, los bienes inmuebles, el suelo edificable, la tierra de labor. Absolutamente todo. Una riqueza que superaba los dos millones de millones de marcos”. La denominación oficial de las empresas estatales era la de Volkseigene Betribe o empresas del pueblo, aunque en realidad la propiedad fuera estatal. Si durante la época del régimen del SED esto implicó la burocratización, aunque con rasgos particulares -hubo una descentralización y una participación de los trabajadores mucho más evidente que en el resto de países del bloque-, en la toma de decisiones, la “Treuhandanstalt” de la época de transición se acogió a esta propiedad formal del Estado para que el gobierno democristiano hiciera con ellas prácticamente lo que le apeteció.

Ignacio Sotelo afirma que en el meollo de la transición política de la RDA se encontraba “el dificilísimo tema de la privatización de la industria, el comercio, los bancos, las compañías de seguros, los bienes inmuebles, el suelo edificable, la tierra de labor. Absolutamente todo. Una riqueza que superaba los dos millones de millones de marcos”. La denominación oficial de las empresas estatales era la de “Volkseigener Betrieb” o empresas del pueblo, aunque en realidad la propiedad fuera estatal. Si durante la época del régimen del SED esto implicó la burocratización, aunque con rasgos particulares -hubo una descentralización y una participación de los trabajadores mucho más evidente que en el resto de países del bloque-, en la toma de decisiones, la “Treuhandanstalt” de la época de transición se acogió a esta propiedad formal del Estado para que el gobierno democristiano hiciera con ellas prácticamente lo que le apeteció.

Mientras los grupos de izquierda mantenían que la propiedad, que formalmente era del pueblo, debía ser devuelta a él, creándose mecanismos para distribuirla entre la gente, tanto con repartos individuales, como creando sociedades anónimas, cooperativas y otras formas de asociación económica (las “estructuras descentralizadas y autogestionadas” de la Initiative fur Freiden y la “fuerte participación de los trabajadores” propugnada por Neues Forum), los democristianos en el poder y los empresarios de la RFA deseosos de pillar su parte en el botín impidieron esta solución. Consideraban propietario al Estado y éste sería el encargado de deshacerse de los bienes públicos vendiéndolos a personas y sociedades privadas. Para llevar adelante esta política la dificultad radicaba en que los ciudadanos de la RDA no tenían capital, ni existían sociedades privadas para comprar esta enorme riqueza que había que privatizar. ¿Quién podía hacer frente a los desembolsos? Los empresarios de Occiente.

Para 1994, 8000 empresas del Este ya estaban en manos de “inversores privados” del Oeste, habían sido cerradas o adquiridas a precio de ganga, y el paro, desconocido en la antigua RDA, se había cebado sobre una sociedad germano oriental que veía como el tejido industrial de su antiguo país había desaparecido. Las joyas de la corona se repartieron entre los grandes consorcios alemanes occidentales: Allianz se quedó con la compañía estatal de seguros; Lufthansa con Interflug, Thyssen con la Metallurgiehandel (MH), las grandes cadenas de supermercados con la HO, la organización de comercio estatal que formaba ya un consorcio único, con la consecuencia que desapareciera hasta el pequeño comercio que aún permanecía, después de cuarenta años, en manos de particulares. Las empresas fueron vendidas en su mayor parte a empresas alemanas, una política que se justificó diciendo que había que evitar que cayesen en manos extrajeras, principalmente japonesas.

¿Eran las empresas de la RDA morralla oxidada? Algunos ejemplos lo desmienten de manera clara y ponen el acento en la enorme corrupción que se desató al amparo de una “Treuhandanstalt” que ha sido calificada como “una gigantesca expropiación” y “la mayor estafa de nuestra historia económica”, según Werner Schulz, ex miembro de la comisión de investigación del Bundestag. Así, la empresa WWB era valorada en 160 millones de marcos. El Treuhandanstalt la valoró en cero. Su patrimonio inmobiliario fue vendido y el dinero transferido a los paraísos fiscales de Suiza y el principado de Liechtenstein. La empresa de neveras DKK fabricaba las neveras Privileg, que ya mencionamos anteriormente por adelantarse varios años a las occidentales en la fabricación de frigoríficos sin gases de efecto invernadero. Todos sus competidores occidentales le hicieron una campaña de desprestigio diciendo que sus neveras eran “inflamables”. Tuvo que cerrar. Las empresas occidentales querían ampliar mercado, no estaban interesadas en competidores y solo querían filiales en el Este, dice Schulz. El DG Bank de Alemania Occidental compró por 106 millones el Banco Cooperativo de la RDA. Con ello adquirió reclamaciones de deuda por valor de 15.500 millones, que el gobierno de Bonn garantizó. Según el Tribunal, “la compra debería haber tenido en cuanta las ventajas derivadas de la adquisición de esas deudas”. Lo mismo ocurrió con el Berliner Bank, que compro el Berliner Stadtbank del Este por 49 millones, sin contar los 11.500 millones, ahora respaldados por Bonn, que se le debían al banco, y con otras instituciones. Dos tercios de la deuda del Treuhandanstalt, 85 mil millones de euros, aún no había sido reembolsada para 2009, fecha del vigésimo aniversario de la caída del muro. “Si en Occidente hubo unas mil privatizaciones en diez años, aquí hubo ocho mil en cuatro años”, explica Schulz, sugiriendo que la rapidez camufló muchos delitos. En teoría, la “Treuhandanstalt” debía encargarse de mantener la propiedad para el pueblo de la RDA. Viendo los resultados, su cometido no fue en absoluto cumplido.

Citamos de nuevo a Ignacio Sotelo: “La privatización fue un negocio tan bueno que no ha de extrañar que cundiese la corrupción. Te vendo a ti la empresa por este precio y estas condiciones, y ya te diré donde me pagas la comisión. Los muchos procesos de fraude y estafa que han emergido en estos años –seguro la punta del iceberg– confirman la que ha sido experiencia universal: la privatización de los bienes públicos constituye el mayor negocio para los amigos de los gobernantes, pero cuando lo que está en venta es un país entero, la corrupción sobrepasa con mucho los contactos personales”. Qué razón lleva el refranero castellano al decir aquello de “cuando las barbas del vecino -y especialmente en el caso de los bancos, cuyas deudas fueron garantizadas por el gobierno de Bonn- veas pelar…”.


¿Una Alemania unida nueva o un simple "Anschluss"?

El término “Anschluss” fue la denominación que se utilizó para calificar la conquista y anexión de Austria al III Reich de Hitler (Austria había sido el país natal del dictador nazi alemán) en 1938. En 1990, pese a que se ha hablado mucho de reunificación -para diferenciarla de la unificación de los estados alemanes de 1871, hecha bajo la batuta de Prusia-, las circunstancias y el desarrollo de los acontecimientos sugieren que el proceso del “Anschluss” volvió a repetirse.

La cultura política de la oposición de la RDA, los que habían encabezado el proceso hasta la apertura del muro, los que se habían enfrentado al régimen a lo largo de 1989 con la consigna “Vir sin die Volk!” (¡Nosotros somos el pueblo!) suponía un problema para el modelo de unificación que se deseaba: una unificación con el menor número posible de mudanzas en la RFA y el mantenimiento de Alemania en el campo de la OTAN y la Comunidad Europea. Al fin y al cabo, el comunismo había caído derrotado, pensaban los analistas occidentales, nada dispuestos a hacer concesiones -ni siquiera en lo económico: Kohl había dicho que no estaba dispuesto “a invertir dinero bueno (sic) en un sistema malo”-. Pero quienes habían derrotado a aquella forma de comunismo lo habían hecho elaborando alternativas socialistas democráticas y de tercera vía, como mínimo asumiendo lo mejor de ambos sistemas, que estaban siendo dejadas de lado de forma consciente y que, ya en aquellos primeros momentos, estaban generando un panorama de emigración, paro y expolio patrimonial en el Este de Alemania. Los ojos de los analistas occidentales estaban ciegos a esa realidad.

Esa cultura política vaticinaba una perspectiva de reunificación compleja entre los dos Estados, que en síntesis se resumía en lo siguiente: en primer lugar, la reunificación tendría que ser un proceso a largo plazo en lugar del que realmente se dio, menos de un año (el muro se abrió el 9 de noviembre de 1989 y las dos Alemanias se unieron el 4 de octubre de 1990). En segundo lugar, se incidía en el carácter democrático y social del nuevo país: una nueva Alemania con una nueva constitución que aboliera la vigente prohibición de huelga política, o la existencia de una policía política -no sólo la célebre Stasi del Este, sino su homónima menos conocida del Oeste, el BfV-. Una Alemania que asumiera la igualdad como valor constitucional central, con determinadas concesiones del capital a un orden más social en la nación y más respetuoso con el medio ambiente a cambio de la reunificación. Y en tercer lugar, una Alemania cuya política exterior no estuviera dirigida por la política de bloques caracterísitica del pasado, menos aún cuando la “perestroika” gorbachoviana y la rápida desintegración del bloque soviético hacía menos necesaria que nunca la presencia de organismos occidentales como la OTAN que se opusieran a los del bloque del Este. Un país no solo sin tropas soviéticas, sino también sin tropas americanas, sin bases extranjeras ni armas nucleares y sin pertenencia a la OTAN, lo que habría acabado definitivamente con esta organización y con la subordinación a EE. UU. por parte europea en materia de política exterior y de defensa.

La respuesta de Kohl y de Washington fue una rotunda negativa a asumir compromisos de esta naturaleza. Nada que no fuera cambiar el modelo socio-económico y político de la RDA por la Ley Fundamental de Bonn y el modelo de la RFA. Nada de terceras vías: anexión de los “länder” del Este por la vía del artículo 23 de la Ley de Bonn. Y, para ello, la paridad y los paisajes floridos fueron una parte de su estrategia. La idea, que caló entre la gente común del Este, de que lo occidental era mejor -“Test the West”, que era el eslogan de una marca de cigarrillos y se acabó convirtiendo en un atractivo publicitario de todo lo que significaba la RFA- se llevó por delante cualquier posibilidad de sintetizar, en un escenario de reunificación a largo plazo, lo mejor del capitalismo y del socialismo para la nueva Alemania unida. Gorbachov, por su parte, acuciado por problemas internos -independentismo en las repúblicas bálticas, crisis económica, auge de las figuras otrora disidentes y hoy dirigentes de asociaciones y partidos legales con presencia en el nuevo Soviet Supremo- no se opuso realmente con muchas ganas a la política de la RFA y de EE.UU., deseoso que acabara bien el asunto alemán para que su popularidad exterior se reflejara en el interior.

No hubo, por tanto, disposición alguna a modificar lo más mínimo las estructuras económicas, sociales y políticas existentes en Alemania Federal, aunque ello implicase forzar a que la antigua RDA encajase en el modelo occidental sin la menor concesión a sus peculiaridades. Se esfumaba el modelo de unificación que durante decenios se había manejado en la Alemania occidental, una refundación con una nueva Constitución, junto con el sueño de la izquierda en ambos Estados que apostaba por esa “tercera vía” de síntesis capitalismo-socialismo, convergente de los dos sistemas. Y, más aún, se daba por zanjada cualquier cuestión acerca de la legitimidad de la Ley Fundamental y la necesidad de que los alemanes, unidos de nuevo en un solo Estado, se otorgasen una nueva Constitución con todas las letras. La Constitución alemana, “de facto”, carece de legitimidad en el sentido más estricto, pero soportar estas deficiencias era imprescindible para garantizar que nada cambiase, aunque la situación era muy diferente a la de posguerra, en la que las tiranteces entre los viejos aliados que vencieron en la SGM, que dieron origen a la “guerra fría”, no eran desde luego tan insalvables como entonces.

Una pequeña anécdota deportiva posiblemente ilustrará como se dejó en el tintero mucho del legado de la República Democrática y la nueva Alemania se levantó como una continuidad de la República Federal. En la temporada 1990/91 se jugó el último campeonato de la liga de fútbol de la RDA, denominada Oberliga (Liga Superior).

Sólo dos equipos, el campeón y el subcampeón de la competición de ese año, tendrían derecho a jugar la primera Bundesliga del país unificado. El resto, se distribuiría según su clasificación por el resto de categorías inferiores. Dejar en manos de una sola temporada -como así ocurrió- la suerte de clubes que habían cosechado más éxitos en Europa que muchos de la anterior Bundesliga (Liga Federal) de la RFA, como los campeones y finalistas de la Recopa Magdeburgo, Carl Zeiss Jena y Lokomotive de Leipzig (éste apenas tres años antes) o habituados a poner las cosas difíciles a grandes de Europa, caso del FC Karl Marx Stadt, mientras sobrevivían en la nueva categoría superior equipos de escasa entidad y menor nivel que los anteriores, pero todos ellos del Oeste -Karlsruhe, 1860 Munich, Wolfsburgo, Bochum o Friburgo- es una muestra de que “lo del Oeste es siempre mejor”, aunque la realidad demostrara que este axioma era una falacia. El resultado: sólo un equipo histórico del Este, el Dynamo de Dresde, junto con un pequeño equipo que hasta entonces no había destacado ni siquiera en la RDA, el Hansa Rostock, alcanzaría esa temporada la Bundesliga. Los viejos equipos históricos, incluyendo el mencionado Dynamo, han ido poco a poco hundiéndose como la economía y las expectativas del Este.

Para Estados Unidos, lo más importante de la reunificación alemana era que Alemania siguiera en la OTAN porque de esa forma la influencia norteamericana en Europa quedaba garantizada. Condoleezza Rice, tristemente famosa por su papel como secretaria de Estado del presidente George W. Bush durante la invasión de Irak, y por aquel entonces consejera de la Casa Blanca para el tema alemán, repitió hasta seis veces ese punto en una entrevista con Der Spiegel publicada en septiembre de 2009, casi veinte años después de la caída del muro: “Lo que no fuera eso, habría equivalido a una capitulación de América”. La mayoría de los alemanes, del Este y del Oeste, –y esto lo reconoce el propio Kohl en sus memorias– preferían, sin embargo, una Alemania fuera de la OTAN. Las encuestas de febrero de 1990 otorgaban un apoyo del 60% a ese escenario. Las negociaciones, sin embargo, para la unión entre la RFA y la RDA se llevaron a cabo entre las autoridades de ambos países (Kohl por parte occidental y De Maizeirie por parte oriental eran del mismo partido; más aún si cabe: la CDU occidental era la matriz de la CDU del Este, así que entre bomberos, y menos entre el jefe de los bomberos y su segundo, no iban a pisarse la manguera) y las de las antiguas potencias ocupantes de 1945-1949 (Francia, Gran Bretaña, EE.UU. y la URSS). Fueron las famosas reuniones 4+2=1, en las que el pueblo alemán, de uno y otro lado, no fue actor principal, pese a que al menos el de la RDA había protagonizado una revolución política que planteaba -o precisamente por eso era necesario mantener a la ciudadanía al margen- alternativas sociales y políticas muy distintas a las que luego se implantarían en la realidad.

La URSS, los soviéticos, no tenían una política para sacarle partido a su histórica retirada de Europa central y oriental, de la que Alemania era el centro. Desde Moscú se propició una “quiebra optimista del orden europeo” (Poch-de-Feliu) cuyo resultado fue desaprovechar la oportunidad para crear un nuevo sistema de seguridad, unificado y sin bloques, que fuera de Lisboa a Vladivostok y sustituyera la “guerra fría” por acuerdos bi o multilaterales de amistad y cooperación que sirvieran para garantizar un horizonte de paz. Este horizonte, descrito con una ampulosidad digna de mejores teatros cuando se vio descender la bandera roja del Kremlin y alzarse la antigua tricolor del Imperio Ruso -rescatada por Yeltsin para la Federación Rusa- en diciembre de 1991, o al perderse de vista el muro de Berlín, se tornó en poco tiempo una utopía irrealizable gracias a la labor de aquellos que propiciaron la permanencia de una OTAN que había nacido para combatir al bloque soviético y que, con el desmoronamiento de éste, había perdido su razón de ser, en detrimento del respeto y acatamiento de las normas de Derecho Internacional y las resoluciones de una ONU en la que tenía que haberse abordado una necesaria democratización de sus organismos. La OTAN creó o intervino en nuevos conflictos, sustrayendo funciones que correspondían a Naciones Unidas, para garantizar su existencia y mantener, por decirlo de algún modo, su “negocio”. Primero, y más inmediato, la guerra en Yugoslavia (una Yugoslavia que formaba parte del grupo de países no alineados, lo que explica mucho por qué se promocionó desde fuera, por parte de la nueva Alemania incluida, una desintegración nacional -que, desde luego, también tenía claros factores internos-, frente a proyectos de confederación de estados libres o gobiernos multiétnicos como el de Bosnia que fueron desechados por las potencias occidentales). Luego, las intervenciones sangrientas y de éxito cuestionable de EE.UU. y sus socios en Somalia, el conflicto entre el gobierno serbio y la provincia de Kosovo, Afganistán o Irak.

La unificación de los dos estados alemanes supuso para Kohl y Gorbachov ganar el premio Nobel de la Paz en 1991, pero las repercusiones internas fueron muy distintas para ambos. El canciller federal vio como las encuestas electorales cambiaban a su favor; el líder soviético, sin embargo, no vio reflejada la popularidad que su política exterior -los acuerdos sobre limitación de armas estratégicas, la “doctrina Sinatra” respecto a los países del bloque oriental, la unificación alemana- le otorgaba en clave interna. Muy al contrario, los soviéticos y especialmente en Rusia dejaron de lado al presidente de la URSS y apoyaron a líderes nacionalistas y a nuevas personalidades como Boris Yeltsin, pronto el caballo ganador de Occidente, que representaba la asunción del capitalismo neoliberal en su vertiente más salvaje y mafiosa frente a la postura reformista y socialdemócrata -tal y como lo define Noam Chomsky- aunque errática del primero. Unas políticas que se extendieron por la antigua Europa situada tras el “telón de acero” y cuyos resultados fueron más que cuestionables, al mismo tiempo que una socialdemocracia sin referencias ideológicas y una derecha neoliberal que podía explotar el triunfo del capitalismo comenzaban el desmontaje del “Estado del bienestar” propiciado tras la SGM en el Occidente europeo. Como escribe Poch-de-Feliu, “por un lado las sociedades se liberaron y normalizaron en muchos aspectos, un bien indiscutible, pero el precio fue una hegemonía de las fuerzas conservadoras y una continuidad del orden subordinado posterior a 1945, ahora con una sola potencia. Todo ello dio alas a la “Gran Desigualdad” en los últimos baluartes de la Europa social”.


Conclusiones: ¿el verdadero rostro de la RDA?

En una escena de la película “La vida de los otros”, un redactor de Der Spiegel visita a los escritores Georg Dreiman y Paul Hauser en la casa del primero en Berlín Este. Propone un brindis con champán francés -“es mejor que el ruso” sentencia al probarlo- porque con su artículo sobre los suicidios en Alemania Oriental “muestren a toda Alemania el verdadero rostro de la RDA”. Apenas un poco antes, Hauser había introducido un borrador del mismo en Berlín Occidental, atravesando ilegalmente la frontera oculto bajo el asiento trasero del Mercedes Benz de su tío, un alemán occidental. Sin embargo, para sorpresa del capitán de la Stasi Gerd Wiesler, el hombre que espía la casa de Dreiman y que ha decidido hacer la vista gorda con el viaje de Hauser y el manuscrito al Oeste (un papel soberbiamente interpretado por el recientemente fallecido Ulrich Mühe, uno de los mejores actores alemanes procedentes de la antigua RDA e interviniente en la decisiva manifestación de la Alexanderplatz de octubre de 1989), Hauser no se queda en Occidente, sino que regresa, de nuevo de tapadillo, a la República Democrática, en un impulso romántico y posiblemente suicida por transformar su país y hacer de él el sitio en el que el socialismo, por más humano, derrote al capitalismo.

¿Cuál fue el verdadero rostro de la RDA? Resulta difícil sustraerse a la imagen más penosa y negativa, la del “Estado carcelario” que levantó el muro de Berlín en 1961 y poseyó una policía política que levantó cientos de miles de expedientes correspondientes a otras tantas investigaciones a sus ciudadanos, convertidos en enemigos del Estado según la definición que podía escucharse en el filme antes mencionado. A ello cabe añadir, en la mente del occidental típico, la idea de una economía ruinosa -más por efecto de la propaganda negativa de las empresas occidentales a lo largo de la transición política de 1989-1990 y la horrible gestión de la “Treuhandanstalt”, como hemos visto, que por lo que era la realidad- o el uso y abuso de elementos de dopaje en el deporte -cosa que, sin embargo, a) no ha impedido que récords obtenidos por la RDA continuaran vigentes, por lo que cabe preguntarse si las autoridades del COI eran cómplices de esto o ese dopaje y su imagen en nuestra retina no impedía que su deporte también consiguiera éxitos con limpieza ; b) no nos debe hacer olvidar que mientras unos tienen la fama, otros cardan la lana y que la RFA consiguió un Mundial de fútbol bajo sospecha, el de 1954 ante una Hungría que en la primera fase les goleó por 7-3 o que en nuestra España que se indigna por las parodias de los guiñoles franceses han desaparecido “misteriosamente” las pruebas de la “operación Puerto” en la que están implicados médicos, administradores de nuestro deporte y atletas otrora de renombre como Marta Domínguez-.

Pero, sin embargo, el panorama creado tras la unificación-anexión en los “länder” que formaban la RDA ha dejado un poso en la gente que vivió la época de la República socialista de reconsiderar aquellos años. Lo negativo, desde luego, no va a dejar de serlo, pero la estrategia de los políticos y empresarios de la República Federal de “vender” que lo del Oeste era mejor ha fracasado de tal forma que los antiguos ciudadanos de la RDA, e incluso los que no la vivieron, naciendo después de 1989, están cuestionándose si el socialismo fue o ha sido realmente un sistema desechable, viendo el sarcasmo en que se han convertido los “paisajes floridos” de Kohl, el elevado desempleo creado tras la asunción de la economía de mercado en el Este o los cuatro millones y medio de emigrantes internos que han pasado del Este al Oeste desde la caída del muro y que superan con creces los tres millones que se produjeron entre la dos Alemanias antes de la construcción del mismo.

La “Östalgie” o nostalgia del Este ha sido un fenómeno cultural que ha rescatado para los antiguos habitantes de la RDA una identidad que había quedado en entredicho por su pertenencia a un nuevo país en el que eran tratados con una mezcla de conmiseración y burla por sus compatriotas del Oeste. Considerados como alemanes de segunda clase, poco competitivos, vagos e ignorantes, los “Össis” han tratado de reafirmarse, en un contexto de crisis, desempleo y ciudades de escaso dinamismo por la emigración, la enorme presencia de jubilados y las factorías cerradas desde hace años en los valores de antaño y en las cosas buenas que la RDA les ofreció durante los años en que fueron ciudadanos de la misma: la seguridad; la camaradería; la protección social y los servicios públicos que, por modestos que fuesen, tenían garantizados por el Estado; la satisfacción por el éxito colectivo frente al individualismo; la vida comunitaria; la igualdad real entre hombres y mujeres; la promoción de la alta cultura y las artes entre los trabajadores o el reparto más equitativo de la riqueza. Incluso, aunque fuera siquiera de forma retórica, los valores transmitidos por el socialismo -igualdad, justicia, cooperación, solidaridad, paz- resultaban y resultan mucho más atractivos que los valores materiales propios de los sistemas de mercado. No es por ello extraño que en los cinco “länder” que formaban la antigua RDA sea donde más implantación y éxito tenga Die Linke, el partido formado por el antiguo PDS-SED, los movimientos alternativos y antiguos líderes socialdemócratas de izquierda como Oskar Lafontaine que abandonaron decepcionados el SPD por su giro derechista.

En el fondo, la República Democrática no llegó a ser el “país de obreros y campesinos” que aspiraba a ser porque un partido único y de lista también única no podía alcanzar una representatividad y legitimidad tales que el pueblo trabajador y los ciudadanos de la RDA pudieran confiar en él. El contrato social, como en otras partes del bloque soviético, estaba falto de base y quebrado por la falta de asunción de críticas externas y la limitación con la que se podían realizar críticas internas, aunque estas no faltaran, para el caso de la RDA, en el seno del propio SED a lo largo de los cuarenta años de existencia de la República -un ejemplo lo tenemos en una mujer que ya hemos mencionado aquí en varias ocasiones, Christa Wolf-. Como en otros países del bloque, la forma de calmar las aguas fue la de buscar un acomodo mediante el aumento del nivel de vida y el desarrollo de políticas públicas y servicios al ciudadano inherentes a todo régimen político que representase al pueblo como nunca antes ninguno lo había hecho e iniciar una liberalización social que no conllevase un cuestionamiento del liderazgo del Partido.

A pesar de que han sido silenciadas en la historia y más desde que los acontecimientos de noviembre de 1989 y las elecciones de marzo de 1990 arrinconaron cualquier otra lectura, entre ellas la posibilidad de una RDA soberana durante al menos un tiempo, en Alemania del Este no faltaron las propuestas para abrir el partido a la sociedad y la República a una democracia socialista, a un “socialismo de rostro humano” que conjugara en lo político la representación popular, libre y soberana, con la propiedad colectiva, no estatal y burocrática, y la toma descentralizada de decisiones en lo económico. Le restó visibilidad a este hecho el que en la RDA no hubo revueltas promovidas o apoyadas desde la élite, como las ocurridas en Hungría en 1956 con el apoyo del Partido Obrero Húngaro liderado por Imre Nagy, o en Checoslovaquia en 1968 alentadas por el primer ministro Alexander Dubček. Las purgas en el seno del Partido Socialista Unificado de Alemania acabaron con la posibilidad de que la RDA constituyera una alternativa de “socialismo de rostro humano” visible como las de Budapest y Praga, pero su desconocimiento global no implica su inexistencia. Los elementos socialistas del partido, primero, y quienes al calor de la desestalinización de Kruschev, después, proponían reformas democráticas no tuvieron oportunidad de formular su alternativa. Cuando por fin, en 1989, los movimientos de oposición lo hicieron, su oportunidad les había llegado demasiado tarde.

A pesar de su fracaso, los movimientos de oposición que en el ochenta y nueve hicieron posible la revolución política en la RDA demostraban que la teoría marxista y los valores del socialismo y la izquierda estaban lo suficientemente arraigados como para proponer una alternativa al socialismo estatal-burocrático y al capitalismo de la RFA. Esa “tercera vía” nos obliga a pensar que, pese a lo que realmente existió, la consideración sobre la RDA obliga a matizar lo suficiente como para considerar los aspectos positivos que se dieron a lo largo de la historia del país. Maria Simon, la actriz que encarna a Arianne en “Good Bye, Lenin!”, la hermana seducida por las promesas y el consumismo del Oeste, declaraba haberse emocionado al ver las imágenes que recreaban el tren de los jóvenes pioneros: “Me alegra saber que tuvimos todo aquello… ahora rastreo mi infancia y no la encuentro”. Otra actriz, también del Este y también de la misma película, la que encarna el papel de Christiane Kerner, la madre idealista y de convicciones profundamente socialistas, Katrin Sass, afirma que la noche en que cayó el muro estaba horrorizada, sin poder creérselo. Muy probablemente envuelta por los mismos temores que envolvían a Gerd Poppe y a los miembros de Neues Forum: una súbita y nada halagüeña invasión de los productos y forma de vida del Oeste.

Till Lindemann, cantante del grupo Rammstein y en su juventud nadador olímpico de la República Democrática, sentencia que “cuando era adolescente soñaba con tener muchas cosas materiales, autos, ropas, estupideces. Ahora que tengo todo eso, entiendo que las cosas superficiales pueden convertirte en un tipo muy estúpido. En la RDA había muy pocas cosas, pero también había un sentimiento de solidaridad que hoy hecho de menos. Ahora estamos hasta el cuello de consumismo, egoísmo, individualismo. Ahora el consumo se antepone a la amistad”. En un contexto de crisis-estafa como el de hoy, conocedores de la “obsolescencia programada”, deberíamos rescatar a aquellos que representaban lo mejor y más humano de una República Democrática Alemana que pudo existir de otra manera a como ha sido conocida, por lo peor y más abyecto. Los Bertolt Brecht, Christa Wolf, Gerd Poppe, herederos de una tradición que quiso emular y no pudo o no supo hacer el SED: la de revolucionarios alemanes que han quedado en el imaginario colectivo de la izquierda, los Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Ernst Thälmann. Los espartaquistas de Berlín de 1918 y los brigadistas alemanes que acudieron a la llamada de la solidaridad antifascista en Madrid en 1936.

Quizá no sea sencillo que sobresalga un legado amable de la RDA, pero un ejemplo sencillo de que conviene rescatarlo lo tenemos en su himno. Lothar de Maizière, que debemos recordar era homólogo y correligionario de Helmut Kohl en el Este, quiso rescatar el “Auferstanden aus ruinen” para incorporarlo al himno “Deutschland über alles” y que los dos formasen un canto nacional para la nueva Alemania unida. Kohl lo rechazó, pero este gesto debe hacernos pensar en que no todo fue miseria y decrepitud en aquel Este de Alemania y que, como dice Alex al final de “Good Bye, Lenin!”, pudo existir este país de otra manera.

    Levantada de las ruinas
    y con la vista puesta en el futuro
    déjanos servirte para el bien
    Alemania, patria unida.

    Hay que superar la antigua miseria
    y la superaremos unidos,
    pues tenemos que conseguir que el sol
    hermoso como nunca antes
    brille sobre Alemania,
    brille sobre Alemania.




Fuentes


Sergio Carrasco, en "Los juicios de Nüremberg y la «desnazificación» de Alemania Occidental", en DisparaMag, el 21 de noviembre de 2016, escribió:Imagen

Cierto es que hoy en día el nazismo en la sociedad alemana es un tema tabú, una especie de “vergüenza nacional”. La exhibición de símbolos nacionalsocialistas está penada por la ley. Aunque igualmente es un período histórico de Alemania al que se le presta una muy sólida atención dentro del sistema educativo germano a tenor de la máxima “el que olvida su pasado está condenado a repetirlo”. Pero, ¿realmente hubo una desnazificación efectiva en Alemania? ¿Todo rastro de los oscuros años de Hitler fue borrado de golpe? Para comprobar si así fue hay que remontarse a dos acontecimientos que marcaron la historia de los alemanes durante la Guerra Fría: los juicios de Nuremberg y la partición del país en dos Estados (RDA y RFA).


La partición de Alemania

Ya desde la II Guerra Mundial la URSS y Estados Unidos comenzaron a tener discrepancias en torno a lo que serían los futuros acuerdos de paz y la situación en la que quedaría Alemania tras su derrota, cada vez más cercana. Stalin pensaba que Alemania no tardaría mucho en recuperarse del conflicto y que pronto volvería a ser potencia hegemónica en Europa occidental, por tanto un peligro para la Unión Soviética. Ante esta convicción, los rusos planteaban unas condiciones de paz para Alemania bastante severas. Lo primero era la reducción de sus fronteras, luego una indemnización que sirviera a la URSS para reconstruirse y el veto absoluto a poseer fuerza militar. Roosevelt, sin embargo, no se mostraba del todo de acuerdo con lo que proponía Stalin. Era partidario de la desmembración de Alemania y de no permitir su reconstrucción territorial. La pretensión del mandatario norteamericano era que Alemania jugase un papel importante en la reconstrucción de Europa. Su política pasaba por no mantener con los alemanes una actitud de extrema venganza como ocurrió tras el Tratado de Versalles tras la I Guerra Mundial, pretendiendo evitar así el origen de un nuevo conflicto europeo. Por otro lado, Estados Unidos temía que una Alemania en ruinas que arrastrase al resto de países europeos a una crisis económica, política y social pudiera ser el caldo de cultivo perfecto para que triunfara el socialismo, más cuando medio Ejército Rojo y la URSS se hallaban al otro lado del telón de acero.

Los aliados occidentales concluyeron que la URSS debería tener su propia esfera de influencia en los países adyacentes, los de Europa del Este. Lo que no estaba claro es cuál era el límite de esa influencia. En todo el Este comenzaron a ascender distintos gobiernos socialistas al calor de la lucha antifascista llevada a cabo durante la guerra.

Stalin insistió en que Alemania debía darle a la URSS en concepto de reparaciones de guerra unos 10.000 millones de $. Pero Estados Unidos quería una Alemania fuerte y que no se resintiera demasiado económicamente. En la Conferencia de Potsdam se llegó a un acuerdo definitivo al respecto: Alemania quedaba dividida en cuatro partes; soviética, francesa, británica y estadounidense.

Ya en 1947, los aliados occidentales deciden unificar sus zonas de ocupación alemanas, creando así la Bizona. Alemania queda así reorganizada en dos zonas: la soviética y la occidental. En junio de 1948, Francia, Inglaterra y Estados Unidos establecen el marco como moneda oficial en la zona occidental de Alemania. La URSS reacciona bloqueando Berlín (la mitad de Berlín estaba ocupada por Estados Unidos y sus aliados), aunque es roto poco después con el famoso “puente aéreo” (envío de suministros a Berlín oeste por aire). El 12 de mayo de 1949 la URSS levanta el bloqueo. Para el 23 del mismo mes nace de manera oficial la República Federal Alemana, mientras en la zona de ocupación soviética nace la República Democrática Alemana.

Desde el principio, el nacimiento y desarrollo de la RFA va a estar tutelado por Estados Unidos. Alemania occidental es incluida en el Plan Marshall y posteriormente adherida a la OTAN. A mediados de los 50, los diplomáticos y estrategas norteamericanos y soviéticos coincidirán en la idea de que la partición de Alemania sería la solución idónea al conflicto, pues una Alemania unificada y fuerte que se pusiera del lado de una de las dos superpotencias supondría una catástrofe para la otra. Al principio la RFA y sus aliados no reconocieron a la RDA. Las relaciones entre ambas Alemanias fueron inexistentes hasta la década de 1970, donde existió cierto acercamiento promovido por Willy Brandt y Erich Honecker. La propia Constitución de la RFA, la Ley Fundamental para la República Federal Alemana, fue redactada por un Consejo Parlamentario de 65 miembros nombrados por los 11 Estados federados de la RFA pero con la venia del consejo militar de la ocupación aliada. Dicha Constitución fue aprobada por el propio Consejo Parlamentario el 8 de mayo de 1949. El día 12 de mayo fue ratificada por los gobernadores militares. En las siguientes semanas se sometería a la aprobación de las distintas cámaras de los Estados federados. En ningún momento fue ratificada por el pueblo germano-occidental vía referéndum. La Ley Fundamental para la RFA sigue rigiendo la Alemania reunificada actual; sólo fue sometida a una ligera reforma en 1994.


Los controvertidos Procesos de Núremberg y la impunidad

Los juicios llevados a cabo en la ciudad alemana de Núremberg entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946 tenían como objetivo depurar responsabilidades y dictar sentencias y condenas par todos los funcionarios, dirigentes y colaboradores del régimen nazi para los delitos y crímenes de guerra cometidos entre el 1 de septiembre de 1939 y mayo de 1945. Los juicios fueron dirigidos por el Tribunal Militar Internacional nacido de la Carta de Londres, que se ocuparon de 24 dirigentes nazis. Luego Estados Unidos llevó por su cuenta más tarde otros 12 procesos. El responsable directo del Holocausto, Adolf Eichmann, que consiguió escapar a Argentina, no fue juzgado hasta 1961, cuando fue encontrado y capturado por el Mossad; fue sentenciado a muerte en 1962.

De todos los procesados, 11 fueron condenados a la horca. Hubo organizaciones, empresas y colaboradores del Tercer Reich que quedaron impunes. Muchos consiguieron huir a Latinoamérica gracias a algunas maniobras del Vaticano y la colaboración del régimen franquista (operación ODESSA). Sin embargo, algunos dirigentes nazis no huyeron, pero tampoco recibieron condena alguna.

Uno de los casos más llamativos es el de Reinhard Gehlen, que ocupó el cargo de mayor general de la Wehrmacht durante la II Guerra Mundial con diversas funciones en materia de contrainteligencia. Gehlen fue captado por Estados Unidos debido a sus vastos conocimientos del campo soviético en materia de espionaje. Fue liberado a cambio de información y archivos clasificados. A partir de ese momento comenzó a trabajar para los norteamericanos. Poco después se reintegró en el cuerpo de servicios secretos alemanes reestructurado por las potencias ocupantes. Fundó la llamada Organización Gehlen, un grupo de 350 espías formado por ex-agentes secretos nazis; los efectivos ascendieron a unos 4000 al paso de los años. Operación Gehlen fue la sucursal de la CIA en la RFA. Su ámbito de actuación fue el Bloque del Este y la propia RFA, donde se ocupaba de la persecución y vigilancia de disidentes. Operación Gehlen consiguió infiltrar en Europa del Este unos 5000 agentes anticomunistas cuyo objetivo era realizar maniobras de desestabilización en dicha región. Este servicio secreto estaba capitaneado por Estados Unidos en parte, con Gehlen como cabecilla. En 1956, cuando Adenauer aprobó la creación oficial de la BND (inteligencia de la RFA), nombró a Gehlen su primer presidente. Permanecería en el cargo hasta 1968. La Organización Gehlen antes mencionada fue el embrión de la Operación Gladio, red terrorista clandestina anticomunista promovida por la OTAN que operaba en Europa durante la Guerra Fría, principalmente en Italia.

Otro caso realmente sorprendente fue el de Adolf Heusinger que pasó de ser el Jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht a Inspector General de la Bundeswehr (ejército regular de la RFA) y terminó presidiendo el Comité Militar de la OTAN.

La impunidad también alcanzó a Gerhard Mertins, antiguo dirigente de las SS. Participó en la operación donde fue liberado Mussolini, arrestado en 1943 por Víctor Manuel III tras la invasión aliada de Italia. Fue dueño de una empresa armamentística en la RFA cuyo mercado principal era Latinoamérica. Mantuvo estrechas relaciones con el Chile de Pinochet.

Uno de los casos más siniestros fue el de Paul Schäfer, ex militante de Juventudes Hitlerianas. Sirvió en el servicio médico de la Wehrmacht. Consiguió escapar a Chile cuando se le acusó en la RFA de haber cometido delitos de pederastia. Allí fundó una secta conocida como Colonia Dignidad, una especie de asentamiento-comuna manejado por el y otros inmigrantes alemanes. En Colonia Dignidad se cometieron innumerables abusos de menores y fue usado como centro de tortura por el régimen de Pinochet. Allí también se fabricaron armas con la colaboración del anteriormente citado Gerhard Mertins.

De los distintos oligarcas que colaboraron con el régimen nazi, uno de los más destacados era Gustav Krupp, dueño de la compañía de industria pesada Krupp AG, gran proveedor de armas del régimen nazi. Krupp fue llevado a juicio por prácticas esclavistas, pero no se le procesó por ser demasiado mayor y estar delicado de salud.

Otro oligarca que se libró de las condenas de Núremberg pero cuya vida tuvo un trágico final fue Hanns Martin Schleyer, ex-militante del NSDAP, presidente de la Patronal alemana y de la Federación Alemana de Industriales en la RFA. Fue secuestrado y asesinado por la Baader-Meinhof en 1977.

Entre los numerosos antiguos militantes del NSDAP que acabaron ocupando cargos institucionales en la RFA, destacan Kurt Georg Kiesinger, se recicló afiliándose a los democristianos (CDU) y fue canciller de la RFA desde 1966 hasta 1969. También es digno de mención el caso de Hans Globke, que colaboró en la redacción de las leyes nazis de segregación racial, y que fue nombrado por Konrad Adenauer Secretario de Estado de la RFA, cargo que ocupó desde 1953 hasta 1963.

Estos son sólo unos pocos ejemplos, los más destacados, pero no fueron los únicos. Prácticamente todo el aparato judicial de la RFA estaba plagado de antiguos militantes del NSDAP y colaboradores del régimen nazi. Lo mismo ocurrió con los cuerpos y fuerzas de seguridad y con gran parte del funcionariado. Los comunistas sí fueron completamente depurados de las instituciones germanooccidentales, e incluso hoy día, producto de aquella época, es indispensable para ejercer de profesor en el sistema educativo público de Alemania una “validación ideológica” por parte de los servicios secretos. Donde sí se produjo una desnazificación de facto fue al otro lado del muro. La RDA expropió las industrias y tierras de los antiguos oligarcas nazis, ilegalizó el NSDAP y encarceló a los colaboradores de Hitler. A priori la relativa desnazificación de la RFA podría asemejarse de algún modo a lo ocurrido con los franquistas en España durante la Transición, que siguieron ostentando el poder político y económico y se cubrieron de un leve maquillaje para adaptarse a los nuevos tiempos. Sin embargo, en Alemania no fue tan evidente, pues en el caso de España todo ello estuvo amparado por una ley de amnistía (la del 77) que dejó impunes todos los delitos de la Guerra Civil y la dictadura franquista. En Alemania, al menos, hubo juicios y algunos condenados, aunque como se ha demostrado de un tiempo a esta parte no fue suficiente.





Lecturas recomendadas

    - Historia de Alemania. Mary Fulbrook
    - Los ejércitos secretos de la OTAN. Danielle Ganser.
    - 1989, el año en que cambio el mundo. Ricardo Martín de la Guardia.
    - El desequilibrio como orden. Francisco Veiga.
    - Operación Paperclip. Annie Jacobsen.

Salvador López Arnal, en entrevista con Miguel Candel, para Rebelión, el 9 de noviembre de 2009, escribió:
    Filósofo de una pieza, profesor expulsado de la Universidad el año de la muerte del dictador golpista, catedrático de griego, traductor de Aristóteles, Marx, Gramsci y Searle, ensayista lúcido, autor de dos magníficos libros injustamente olvidados (El nacimiento de la eternidad, Idea Bokks, Barcelona, 2002, y Metafísica de cercanías, Montesinos, Barcelona), actual profesor en la Facultad de Filosofía de la UB, Miguel Candel es, en opinión de alguien que se considera amigo y discípulo suyo, uno de los más grandes luchadores y pensadores que ha generado el movimiento comunista catalán en estos últimos cuarenta años.


Miguel Candel: Finalizada la segunda guerra mundial, derrotada la Alemania nazi por las fuerzas aliadas, con la destacada participación del Ejército Rojo y la resistencia comunista, ¿cómo se organizó la estructura política de Alemania bajo la ocupación?

Salvador López Arnal: No soy historiador y no conozco los detalles, pero sabemos que el país fue dividido en cuatro zonas de ocupación, controladas respectivamente por la URSS, los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. La capital, Berlín, fue sometida a una división semejante. No existía gobierno alemán, sino únicamente una administración militar cuatripartita formada por los aliados vencedores. Recuerdo una película de la época, titulada en castellano "Cuatro en un jeep", en referencia a unas patrullas mixtas formadas por cuatro soldados, uno de cada país ocupante, que circulaban por Berlín; la película, si no recuerdo mal, apuntaba ya a la guerra fría, contraponiendo la “libertad” de que supuestamente gozaban los soldados occidentales con el régimen dictatorial al que estaba sometido su camarada soviético.

En referencia a la resistencia interna comunista, aunque parece que la represión nazi consiguió reducirla a la mínima expresión, existió, pero su papel ha sido minimizado o ignorado por la historiografía occidental.


M.C.: Poco tiempo después, Alemania quedaba dividida en dos Estados, la RFA y la RDA. ¿Por qué? ¿Cómo surgió la división?

S.L.A.: Fue fruto de la guerra fría. Occidente decidió establecer una punta de lanza frente al bloque socialista y apadrinó la constitución de la República Federal de Alemania (RFA) en las zonas de ocupación occidentales. En respuesta, y sólo en respuesta a eso, que era una violación de los acuerdos de Yalta y Potsdam, la URSS apadrinó la creación de la República Democrática Alemana (RDA) en su propia zona de ocupación. La inclusión de Berlín occidental en la RFA motivó el bloqueo terrestre de la capital alemana por los soviéticos, a lo que los aliados occidentales respondieron con el célebre “puente aéreo” que abasteció a Berlín occidental por aire durante unas semanas de gran tensión en que el conflicto armado abierto se mascaba en el ambiente. Se sabe que Occidente esperaba (de hecho, deseaba) que los soviéticos derribaran algún avión del puente aéreo para servirse de ello como pretexto para desencadenar un ataque militar sobre la zona soviética que podría haber desembocado en un ataque nuclear contra la Unión Soviética misma.

Hay que decir, de pasada, que la idea de dividir Alemania en zonas de ocupación (y, por supuesto, la de dividirla luego en dos estados) no partió de los soviéticos, sino de Occidente. Stalin había propuesto, inútilmente, en Yalta que Alemania se mantuviera unida aunque, eso sí, totalmente desmilitarizada, como un estado tampón entre Europa occidental y Europa oriental.


M.C.: El muro fue construido posteriormente. ¿Por qué se planificó su construcción? ¿Qué se quería conseguir con su levantamiento?

S.L.A.: No fue una solución políticamente muy hábil, que digamos, pero respondía a la necesidad de poner freno, entre otras cosas, a la sangría constante de cuadros profesionales que sufría la RDA como efecto de la política de captación sistemática realizada por la RFA. La RDA formaba, por ejemplo, con cargo a su erario, médicos de gran preparación profesional que luego pasaban a engrosar los cuadros médicos de la RFA sin que ésta hubiera tenido que invertir un céntimo en su formación. El argumento oficial de la RDA de que era una medida defensiva para evitar una agresión occidental no es más que un pretexto, bastante ridículo en la era de la aviación y de las armas balísticas. Incluso en caso de ataque terrestre, el muro de poco hubiera servido contra una columna blindada y unos cuantos bulldozers…


M.C.: Durante sus años de existencia, ¿fueron muchos los ciudadanos alemanes represaliados y perseguidos, incluso muertos, al intentar saltar el muro? ¿Por qué los ciudadanos alemanes no podían pasar libremente a la otra Alemania?

S.L.A.: No conozco cifras, pero tengo entendido que las víctimas mortales en la RDA no fueron muy numerosas. Represaliados, en general, sí parece evidente que los hubo en gran número. El hecho de no poder salir del país ya era, en sí mismo, una forma de represión, que obedecía básicamente al fenómeno que menciono en respuesta a la pregunta anterior. En lugar de la prohibición indiscriminada se podría haber optado por una fórmula que sí se adoptó más tarde en algunos países del bloque socialista: condicionar el permiso de salida de las personas con estudios superiores o profesionales especializados al depósito de una fianza por el importe aproximado de la formación recibida.


M.C.: Durante sus más de 40 años de existencia, ¿cómo valoras la organización política de la RDA? ¿Era ese estado oscuro, opresor, policial que se nos ha contado, que se nos cuenta con insistencia nada inocente e ideológicamente muy marcada?

S.L.A.: Me da la impresión, por lo que he leído y lo que vi en mi visita a la RDA en 1983, que la verdad se encuentra a medio camino entre los cuentos de terror occidentales y los cuentos de hadas orientales. Lo cierto es que no son pocos, aunque seguramente no mayoría, quienes hoy añoran aquellos tiempos en el territorio de la antigua RDA. Creo que la película "Good Bye, Lenin!" da una imagen bastante fiel de aquella realidad, con todas sus luces y sus sombras.


M.C.: ¿Cómo se produjo la caída del muro? ¿Había un fuerte apoyo popular para su destrucción?

S.L.A.: Yo diría que sí. Pero no hay que olvidar que las protestas que iniciaron el proceso tenían un carácter más bien de crítica dentro del sistema (invocando la “perestroika” gorbachoviana, por ejemplo) y que luego, gracias, probablemente, a las “ayuditas” del otro lado, se convirtieron en una revuelta contra el sistema. Pero la destrucción del muro fue en realidad fruto de una decisión bastante alocada tomada por el gobierno de la RDA de aquel momento con la esperanza de apaciguar los ánimos y sin prever que Helmut Kohl, el canciller de la RFA, jugaría con tanta habilidad la carta de la reunificación. Ahora bien, lo que propició realmente el consenso en torno a la reunificación no fue la caída del muro en sí, sino la “compra” de las conciencias de los ciudadanos de la RDA con la famosa medida del cambio de marcos orientales por marcos occidentales a razón de uno por uno (con la consiguiente inflación, que está en la raíz de todas las dificultades económicas que viene arrastrando desde entonces la RFA unificada).


M.C.: ¿Por qué las autoridades alemanas de la RDA no resistieron más y no hicieron casi nada para evitar la digamos unificación, con clara dominación occidental, de los dos estados?

S.L.A.: Porque eran mucho menos perversas y mucho más estúpidas de lo que se decía en Occidente. Aunque tampoco hay que olvidar la real perversión de aquellos que ya no creían en los ideales que decían defender y que vieron una ocasión de oro (nunca mejor dicho) para medrar vendiéndose al enemigo.


M.C.: En tu opinión, ¿la caída del Muro de Berlín significa la derrota del comunismo? ¿Surge con su caída, como también se afirma y se ha afirmado con insistencia, el reino de la Libertad?

S.L.A.: Significa, indudablemente, la derrota de una forma degenerada de socialismo autoritario que no es deseable que vuelva jamás. Pero también la muerte prematura de unas esperanzas de reforma democrática del socialismo que latían en aquellas sociedades y que la torpeza, tanto de la vieja guardia como de los aperturistas a la Gorbachov, frustraron para mucho tiempo.


M.C.: ¿Sabes qué opiniones tiene actualmente la ciudadanía alemana del Este sobre ese período de su Historia reciente?

S.L.A.: No conozco encuestas al respecto, pero hay indicios de que la visión retrospectiva que albergan amplias capas no es tan negativa como se nos quiere hacer creer. El comportamiento electoral de los Länder orientales es uno de esos indicios.


M.C.: ¿Por qué crees que hubo tantas críticas al levantamiento del muro en Berlín y, en cambio, apenas las hay sobre el muro levantado por el Estado racista de Israel?

S.L.A.: Respondo con otra pregunta: ¿quiénes controlan los medios de comunicación de alcance planetario y de qué color son los gobiernos de más de medio mundo?

Àngel Ferrero, en entrevista con Stephen Wechsler, en El Diario.es, el 7 de noviembre de 2014, escribió:

No todos cruzaron el Muro de Berlín en la misma dirección. Victor Grossman (Nueva York, 1928) fue uno de los que lo hizo en dirección contraria. Stephen Wechsler llegó a Baviera como soldado del ejército estadounidense a comienzos de los cincuenta, en el momento álgido del maccarthismo. Cuando el ejército descubrió su pasado como militante del Partido Comunista de EEUU, Wechsler decidió desertar. Lo hizo por Austria, cruzando el Danubio a nado. En la otra orilla, Stephen Wechsler cambió su nombre por el de Victor Grossman, y comenzó a trabajar como periodista. Como estadounidense en la primera línea de frente de la Guerra Fría, Grossman fue testigo de privilegio tanto de la construcción como de la desaparición de la RDA.


Àngel Ferrero: ¿Cómo debo llamarle? ¿Victor Grossman o Stephen Wechsler?

Stephen Wechsler: [Risas] Grossman es el nombre que uso. En EE UU, para mis familiares y mis amigos soy Steve, pero aquí soy Victor Grossman. ¿Cómo me llegué a acostumbrar al nombre? Buena pregunta. No me gustaba el nombre de Victor Grossman, no lo elegí yo, pero no me quedó otro remedio que acostumbrarme a él y me acostumbré a él.


À.F.: ¿Por qué decidió cruzar…

S.W.: … en la dirección equivocada? En EE.UU. militaba en varias organizaciones izquierdistas, especialmente mientras estudiaba en la Universidad de Harvard. Después de la universidad trabajé en dos fábricas. Entonces estalló la Guerra de Corea y me llamaron a filas. Todos los reclutas tenían que firmar una declaración afirmando que no eran ni habían sido miembros de una de las 120 organizaciones de una lista, casi todas ellas de izquierdas, y yo había estado en una docena. Aún militaba en algunas de ellas. ¿Debía firmar o debía negarme a hacerlo? No sabía qué hacer. Los años del maccarthismo fueron muy difíciles. Entonces había una ley que obligaba a los miembros de aquellas organizaciones a inscribirse en la policía como "agentes extranjeros". Si no lo hacían podían ser castigados con hasta 10.000 dólares y 5 años de prisión por cada día que no informasen a la policía. Una semana hubieran sido 35 años. Y yo no lo había hecho desde al menos seis meses... Tenía miedo a admitir que había formado parte de aquellas organizaciones. Y firmé. Lo hice con la esperanza de que durante los dos años de servicio militar el ejército no me investigaría. Tuve suerte y no me enviaron a Corea, sino a Baviera. Las cosas parecían ir bien, pero entonces me investigaron. Puede que lo hicieran por un curso de operador de radio que realicé. Guardo una copia del informe del FBI sobre mí, 11.000 páginas. Una de esas páginas es una denuncia de un compañero de estudios en Harvard, acusándome de "rojo" y "radical". Quizá fuera eso el detonante. En cualquier caso, recibí una carta del Pentágono, pidiéndome que me presentase ante un tribunal al lunes siguiente. Una condena de varios años en una prisión militar era casi una condena a muerte. Por eso decidí desertar.


À.F.: Lo hizo cruzando el Danubio.

S.W.: No sabía cómo hacerlo. No podía preguntárselo a nadie. Intenté pedir información a los comunistas alemanes, pero no confiaron en mí: un estadounidense en uniforme militar, que no hablaba bien alemán... Claro que no podían confiar en mí. En Baviera no estábamos lejos de la frontera, pero si intentaba cruzarla por el bosque sin tener un mapa, esperando dar con la frontera, me arriesgaba a perderme y ser detenido, lo que hubiera sido mucho peor... Busqué el mejor lugar para cruzar sin ser visto. Recordé una visita que había hecho a Austria, donde la zona de ocupación aliada y soviética estaba dividida por el río Danubio. Viajé en tren hasta Linz, tratando de encontrar el río, a la madrugada del día siguiente lo encontré y lo crucé a nado.


À.F.: ¿Dónde pensaba que le trasladarían?

S.W.: No lo sabía. Pensaba que me llevarían a la Unión Soviética o a Checoslovaquia. La verdad es que no quería vivir en Alemania oriental. Había estado estacionado en Alemania occidental y no me gustaba la atmósfera. Francamente, había demasiados nazis. Te lo decían abiertamente. La verdad es que no me importaba. En lo único que pensaba es en que no quería terminar en prisión. Los soviéticos ni siquiera me dijeron dónde me llevaban. Estuve dos semanas en Austria, luego me anunciaron que me marchaba, pero no me dijeron dónde. Durante el viaje, viendo las carreteras, lo adiviné. Pero la verdad es que no me importaba.

La mayoría de desertores de los ejércitos occidentales terminaban en Bautzen. De todas las ciudades, ésta es la que quedaba más lejos de cualquier frontera con Occidente. Además, había varias fábricas en las que los desertores podían trabajar. A pesar de tener sólo cuatro mil habitantes, la ciudad era grande, lo suficiente como para alojarnos. La mayoría de desertores eran estadounidenses, pero también había británicos, franceses, un grupo de africanos del ejército francés que no quería ir a combatir en Indochina, unos cuantos holandeses, un español -nadie supo cómo llegó allí; terminó en un psiquiátrico, era un excelente jugador de ajedrez, por cierto- y un mexicano. Algunos no estaban contentos. Sobre todo los que no fueron capaces de establecerse y encontrar esposa, fundar una familia. Nunca se adaptaron. Algunos de los que vinieron tenían una esposa alemana y se adaptaron sin problemas. Entonces no estaba el Muro, así que los que no se adaptaron simplemente se marcharon a Berlín Este y cruzaron la frontera. Unos iban, pero otros venían.


À.F.: Es interesante, porque las historias que leemos son casi siempre sobre quienes desertaron a Occidente.

S.W.: Entre los alemanes se trataba a menudo de motivos políticos, porque eran izquierdistas o esperaban vivir mejor en una economía socialista. Pero la mayoría de estos hombres, en mi opinión, no lo hicieron por motivos políticos. Era gente que había tenido problemas con el ejército, especialmente los estadounidenses. Desde problemas con la bebida hasta delitos menores. Algunos tenían novias o esposas de Berlín oriental, lo que no era bien visto por el ejército. En un par de casos se trataba de soldados negros que tenían esposas alemanas y huían del racismo y la discriminación. Dos estadounidenses vinieron porque no querían combatir en Corea. Entre los estadounidenses había al menos seis afroamericanos, algo muy poco habitual en aquella época en aquel rincón de Alemania. La mayoría de ellos seguramente no había visto a una persona negra en su vida.

La RDA, a la vista de que aquellos hombres no contaban con una buena formación, decidió ofrecerles cursos especializados que incluían clases de alemán o matemáticas. También algo de política, pero no mucho. Piense que había dos marroquís y un argelino que habían desertado del ejército francés que eran analfabetos. Después de aquello algunos se marcharon. Todos los afroamericanos, en cambio, se quedaron en la RDA.


À.F.: Siendo estadounidense, ¿cómo se sintió durante todos aquellos años de Guerra Fría?

S.W.: Son muchos años, treinta y siete años... Tenía sentimientos encontrados. Siempre me consideré estadounidense. Algunos adoptaron la nacionalidad germano-oriental, yo nunca lo hice. Aunqué había desertado del ejército, siempre me consideré un patriota estadounidense, pero no en el sentido habitual del término, sino en el de aquellos que lucharon y luchan por un país mejor, desde John Brown hasta Angela Davis, pasando por Martin Luther King, Malcolm X o Pete Seeger. Ésa era mi América.


À.F.: ¿En qué trabajó en la RDA?

S.W.: En Leipzig estudié periodismo. De hecho, como he dicho en alguna ocasión, soy la única persona en el mundo que tiene un diploma de Harvard y otro de la Universidad Karl Marx. Y seguiré siéndolo, porque esa universidad ya no existe. [Risas] Mi trabajo en la RDA era básicamente informar de la vida en EE.UU. No de la manera simplista y negativa que aparecía en los libros de texto o en los medios de comunicación, pero tampoco de la manera igualmente simplista, pero positiva, que aparecía en la televisión occidental, que mucha gente se creía. Traté de ofrecer una imagen de EE UU como un país lleno de conflictos y contrastes, con estándares de vida relativamente mejores que los de la RDA, pero también en el que vivía mucha gente con unos estándares de vida muy inferiores a los de la RDA.


À.F.: ¿Nunca pensó en regresar a EE.UU.?

S.W.: Todo el tiempo. Pero era muy difícil. En los años setenta EE.UU. abrió una embajada en Berlín Este. Me invitaron a acudir para aclarar mi estatus y el de mis dos hijos. ¿Son estadounidenses, son alemanes? Fui con mucho miedo a hablar con el cónsul. La gente del consulado intentó convencerme de que volviese a EE.UU., asegurándome que no habría ningún problema. No me fié de ellos e hice bien. En 1989, Harvard me invitó a una reunión de antiguos licenciados. Volví a visitar al cónsul. En esta ocasión la cónsul -esta vez era una mujer- fue sincera. Me aconsejó que no fuese. “El ejército tiene buena memoria”, me dijo. Así que desistí. En 1994 volví a ir al consulado. La situación era otra y pude resolverlo todo.

Mi madre me visitó varias veces en Berlín Este. La última vez me dijo que mi familia había estado informándose de cómo podía volver sin ingresar en prisión. Le dijeron que podía volver, con la condición de decir públicamente lo mal que había vivido en la RDA, mi decepción con el país, etcétera. Años después, cuando mi madre ya había muerto, hablé con mi hermano, y me dijo que, además, había otra condición: que antes de regresar tenía que pasar algún tiempo en la RDA y espiar para la CIA. No conocía esta oferta, pero nunca la hubiera aceptado.


À.F.: ¿Cómo ve el 25 aniversario de la caída del Muro?

S.W.: Viví en la RDA casi desde su fundación hasta el final. Viajé por todo el país. Vi todos los aspectos negativos, y habían muchos. Algunos eran simplemente estúpidos, otros trágicos –como toda la gente que murió intentando cruzar el Muro–, otros podrían haberse evitado, otros no podían haberse evitado. La RDA era más débil que Alemania occidental y tenía que estar a la defensiva. Vi todos esos aspectos negativos y no tengo ninguna necesidad de embellecerlos. Pero al mismo tiempo, siempre vi a la RDA como la Alemania moral. Por cuatro motivos: el primero, la RDA era la Alemania antifascista. En Alemania occidental, la cúpula del partido nazi había muerto o desaparecido, pero el resto ocuparon sectores importantes de la sociedad en el ejército, la diplomacia, los servicios secretos, la universidad o el periodismo. La mayoría de ellos ni siquiera se arrepentían, simplemente guardaron silencio. Durante los primeros años de posguerra, la opinión mayoritaria en EE.UU. era antifascista. Pero en 1947, y especialmente a partir de 1950, el Gobierno estadounidense decidió que Alemania occidental era demasiado importante y que había que transformarla en un bastión contra el comunismo. Aceptaron a todos los nazis por su experiencia y permitieron que Alemania occidental estuviese gobernada por gente que o bien habían sido nazis o bien no habían hecho nada para combatirlos. La RDA, en cambio, los expulsó a todos. A veces se descubría a alguno, pero la inmensa mayoría fueron expulsados de todas las posiciones de responsabilidad, hasta los profesores de escuela.

El segundo motivo es que la RDA creía en la solidaridad internacional. Ya fuese con Vietnam o España. La RDA apoyaba los movimientos de liberación nacional en África. Alemania occidental estaba en contra de Mandela, la RDA estaba con Mandela.

El tercer motivo es que la RDA comenzó siendo más pobre que Alemania occidental. Tuvo que pagar todas las reparaciones de guerra a Polonia y la URSS. Alemania occidental sólo pagó un 5%, más o menos. El Este de Alemania era la zona más rural y pobre del país. Y no recibió el Plan Marshall. Pero construyó una economía que logró ofrecer una sanidad y educación hasta la universidad universal y gratuita. El aborto era libre y gratuito. Los alquileres eran bajos. Había seguridad laboral, nadie tenía miedo de perder su trabajo. Y nadie podía ser desahuciado de su casa, como ocurre ahora en EE.UU. o en España. Estaba prohibido. Para que llegase a suceder algo así, tenían que acumularse varios años de impago, y los inquilinos no podían ser expulsados hasta que se les encontraba otra vivienda. No había gente viviendo en la calle.

El cuarto motivo es más personal. Como antifascista y judío estadounidense odiaba a los nazis. MIentras las grandes compañías que habían colaborado con el Tercer Reich, como Siemens, Thyssen, Krupp o IG-Farben (ahora BASF) seguían haciendo negocios en Alemania occidental, en la RDA fueron desmanteladas por completo. Eso hacía a la RDA más moral.


À.F.: ¿Está la gente cansada de los retratos en blanco y negro de la RDA?

S.W.: Algunos lo están. El establishment alemán tiene miedo de que la gente comience a pensar que la RDA no era buena en muchos sentidos, que hizo muchas cosas malas y estúpidas, pero que, a pesar de eso, tenía todo lo que he mencionado antes. Por eso constantemente nos repiten lo terrible que era todo en la RDA, especialmente antes de cada aniversario: la insurrección de julio de 1953 en Berlín, la construcción del Muro en 1961, la caída del Muro en 1989. Creo que no sólo los antiguos alemanes del Este, sino también los del Oeste comienzan a estar cansados y piensan: "Bueno, otra vez más, hasta la siguiente".


À.F.: ¿Por qué tanta gente quería cruzar el Muro?

S.W.: Muchos habían visto Berlín occidental en televisión y querían verlo por sí mismos. Muchos tenían familiares y amigos. La mayoría tenía la sensación de estar atrapada en la RDA. Era comprensible. También había a quien, simplemente, no le gustaba la RDA por motivos políticos o religiosos. Y estaba la seducción occidental. La RDA estuvo bajo presión constante, tanto del lado soviético como del lado occidental. Para un país tan pequeño, era una presión muy fuerte. Fíjese en la presión de la cultura de masas estadounidense, un problema para culturas como la india, la china o la italiana. McDonald's, Disney... Esta presión también existía en la RDA. Había burócratas estúpidos, gente dogmática, carreristas que usaron su poder para presionar a la gente. Los medios de comunicación eran partidistas, aburridos y sin interés. La televisión occidental también era partidista, pero era interesante. Y estaba hecha con inteligencia, una combinación muy efectiva. Los burócratas de la RDA, que se habían educado en una cultura estalinista, no entendían los medios de comunicación modernos. La gente soñaba con poder adquirir las mercancías que veía en la televisión occidental. La RDA tuvo una mentalidad de asedio. Y en una ciudad asediada es difícil que se alcen torres. No sé si se me entiende...

Mire, en general, la gente no vivía mal en la RDA, pero no podía adquirir las mercancías que podía ver en la televisión occidental. La distinción, los automóviles último modelo, las frutas exóticas. En la RDA sólo podían comprar un Trabant o un Wartburg, y había que esperar años en una lista para conseguirlos. Alemania occidental invirtió miles de millones en Berlín occidental. Berlín occidental tenía ventajas fiscales frente a otros Estados federados. Eso lo hizo más atractivo, al menos la mayor parte. La RDA no podía mantenerse a ese nivel. No tenía los recursos. Especialmente en los últimos años, cuando desvió dinero a Berlín, generando los recelos del resto de Estados, especialmente de Sajonia.


À.F.: Se habla poco de lo que ocurrió después del Muro.

S.W.: En cuestión de años la economía fue destruida, miles de personas perdieron el trabajo. Durante años se dijo que las fábricas de la RDA no eran modernas ni productivas, que el equipo era decrépito... Y sí, esto era cierto en muchos casos, o en algunos de ellos, pero no en todos. Las acererías y astilleros, por ejemplo, eran modernos. Se fabricaban electrodomésticos. Después de la reunificación estas compañías eran vistas como rivales. Las empresas germano-occidentales las compraron sólo para cerrarlas. En muchas ciudades y pueblos, especialmente en el sur, los jóvenes emigraron, dejando sólo a los jubilados atrás. La economía sigue yendo mal, el Este sigue siendo la parte más pobre de Alemania. Es verdad que algunas empresas se han vuelto a establecer en determinados centros en Berlín, Dresde y otros lugares, pero en muchas zonas es como un desierto. Las mujeres, y las mujeres más jóvenes, se marcharon a Alemania occidental, Suiza, Holanda o aún más lejos a buscar trabajo. Los hombres también, pero muchos se quedaron. Quizá no eran tan independientes, o no estaban tan preparados. Estos jóvenes no tenían esperanzas y se convirtieron en una presa fácil para los neonazis, que han echado raíces en muchas zonas de Alemania oriental.


À.F.: ¿Todos estos movimientos de extrema derecha llegaron de Alemania occidental?

S.W.: Incluso antes de la caída del Muro, muchos alemanes occidentales podían venir a la RDA. Algunos de ellos eran neonazis, vinieron e introdujeron sus ideas. En la RDA había grupos de neonazis, pero eran muy pequeños y estaban bajo presión constante. Después de 1989, desembarcaron a lo grande. Vieron a muchos jóvenes sin empleo y desorientados, porque todo lo que habían aprendido en la escuela de repente les decían que era falso. Les era difícil encontrar lo que era correcto. No creo que Alemania occidental los trajese a propósito, pero lo toleraron. La extrema derecha funcionó como contrapeso a la izquierda.


À.F.: La caída del Muro tuvo que ser un shock para mucha gente en la RDA.

S.W.: Antes de la Reunificación, durante la primavera de 1990 las tiendas se llenaron de artículos occidentales y la publicidad se multiplicó. A mí me llamó sobre todo la atención la publicidad de tabaco: en la RDA estaba prohibida. Apenas había publicidad en la RDA, ni en la televisión de la RDA. De repente nos vimos rodeados de luces de neón y la publicidad en televisión, que es una plaga. Hoy en Internet es lo mismo: anuncios, pop ups... no creo que eso le guste a la gente, ni que la gente sea feliz con eso. Yo crecí en EE UU, entonces había ya mucha publicidad y aun así fue un shock. El verano pasado estuve en Nueva York. En el centro de la ciudad la publicidad es omnipresente. Fue un shock. Había visto publicidad de joven, pero nunca tanta...

A mucha gente le gustó el cambio. A mucha gente quizá incluso todavía le gusta. Todas las mercancías que se pueden comprar ahora, por ejemplo. La gente a la que le gustaba la RDA fue bastante infeliz, especialmente quienes perdieron el trabajo o cuyos hijos no podían encontrar trabajo. Esta mañana estaba con un amigo mío que tiene 58 años. Su empresa fue adquirida por otra germano-occidental, que redujo la plantilla. Hace 15 años que está en el paro. Sabe alemán, inglés, español y ruso y no encuentra trabajo. Incluso quienes tienen trabajo tienen miedo a perderlo. Ese miedo les lleva a aceptar peores condiciones de trabajo, a trabajar los fines de semana... En Alemania oriental los trabajadores decían que no podías decir nada contra Erich Honecker en tu puesto de trabajo, pero podías decirle todo lo que querías a tu jefe. Ahora lo que ocurre es lo contrario.


À.F.: ¿Y qué reflexión hace de aquella experiencia, del 9 de noviembre de 1989, de la Reunificación?

S.W.: Por una parte, me alegró que la gente pudiese reunirse después de tantos años. Es comprensible. Mi mujer y mis dos hijos cruzaron la frontera. Pero creo que el experimento de la RDA, a pesar de sus errores y dificultades, fue en el fondo noble, y que por desgracia fracasó. Y fracasó no sólo por sus errores, sino por los errores y fracasos de los soviéticos, y la enorme presión de EE.UU. y Alemania occidental, a la que no pudo sobrevivir.

Yo siempre he sido un optimista. Cuando vino la Reunificación, que muchos vieron como una anexión o colonización, me dije que había un aspecto positivo en todo aquello: en lugar de llegar sólo a la gente de un país pequeño como la RDA, ahora tenemos la oportunidad de llegar a gente de toda Alemania, y hacerla pensar de otro modo. El partido de La Izquierda, por ejemplo, era hasta hace poco un partido de Alemania oriental. Al fusionarse con los socialdemócratas descontentos del Oeste se convirtió en un partido a nivel federal. Creo que es una esperanza.


À.F.: Algunos amigos míos del Este temen que, tras la Reunificación, pueda resurgir una Alemania dominante, ¿comparte este temor?

S.W.: Sí, yo también lo temo. Las de hoy son básicamente son las mismas fuerzas que estuvieron detrás de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Algunas desaparacieron, otras aparecieron, pero el Deutsche Bank o ThyssenKrupp siguen ahí, y sus objetivos siguen siendo en buena medida los mismos: expandirse y consolidarse. En parte se ven como socios de EE.UU., que es más fuerte que ellos. Pero Alemania logró convertirse en el Estado más fuerte de Europa occidental y, no satisfecha con eso, buscó convertirse en el Estado más fuerte de Europa oriental y, así, de toda Europa. También buscan ampliar su influencia a África y Asia. Eso es lo que piden la ministra de Defensa o el presidente. Con intervenciones militares si es necesario. Siempre, por supuesto, por "razones humanitarias".


À.F.: ¿Cómo vio EE UU a su regreso después de tantos años viviendo en la RDA?

S.W.: El ejército me licenció después de más de cuarenta años de servicio, que no es poco. [Risas] Unas semanas después obtuve el pasaporte. Intento viajar allí cada dos o tres años, para visitar amigos o asistir a conferencias. He podido ver aspectos de la vida estadounidense que no conocía, y conocer mi país mejor. Lo más emotivo fue volver a estar en un país donde la gente hablaba mi idioma, dejar de ser el extranjero que habla con acento. Fue como si me quitase un peso de encima. Además, siempre me interesaron los pájaros y las especies de allí son diferentes. Emocionalmente fue muy importante. Pude ver a mis viejos amigos. Gente a la que no veía desde hacía décadas.

Algunas cosas fueron una experiencia completamente nueva. Visitar un supermercado, por ejemplo. Aunque en 1994 ya teníamos supermercados aquí, los de allí son excesivos. No creo que nadie necesite 50 marcas de cereales, todas ellas igualmente perjudiciales para la salud. Hay ciudades donde no hay aceras porque todo el mundo va en coche y no hay transporte público. Hay millones de personas viviendo en la pobreza, gente viviendo en automóviles, que son casi invisibles. Hay aspectos positivos y otros negativos. EE.UU. es un país muy hermoso, pero hay cosas realmente tristes. La situación en Alemania occidental no es tan mala como en otros países, piense que en EE.UU. la gente sin cobertura sanitaria tiene que pagar por todo y que eso puede arruinarles. Gente expulsada de hospitales porque no puede pagar las facturas, madres que están un día o dos en el hospital tras un parto, estudiantes que tienen que pedir préstamos de 25.000 dólares que no pueden devolver, porque no encuentran buenos trabajos... Todo lo que vi me convenció de que tengo que seguir luchando, mientras pueda seguir luchando.



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