¿Más respeto por mi parte a la dialéctica? Yo a la dialéctica le tengo mucho respeto y creo que se la he manifestado porque, como decía Platón,
es la ciencia más sublime. Pero no tengo inconveniente en tenerle mucho más respeto. Hasta aquí de acuerdo.
Lo que no acepto es que existan los defensores de la verdad, por un lado, y los "lissenkistas", por el otro.
Los lissenkistas también defendían la verdad y tenían –y tienen- mejores argumentos que sus oponentes místicos, teólogos y racistas.
Los lissenkistas no son unos falsarios oscurantistas, como dice Perestroiko. En 1947 el británico
E.Ashby publicó un conjunto de biografías de científicos soviéticos de renombre internacional, entre ellos la de Lissenko (“Scientis in Russia”) después de entrevistarse personalmente con él. Le describe como un hombre nervioso y tímido, pero –según Ashby- en ningún caso ambicioso, añadiendo además: “No es ningún charlatán de feria”. Sólo faltaba un año para la campaña internacional en su contra que cambiaría ese criterio.
Lissenko fue el máximo defensor de que el hombre puede dirigir conscientemente la evolución de las especies en su propio beneficio, como la
clonación ha demostrado contundentemente.
Perestroiko dice que yo reduzco la dialéctica al debate entre científicos. Eso es sólo una parte de la dialéctica, pero no es toda la dialéctica. La genética y la biología han demostrado las siguientes leyes de la dialéctica:
1. La unidad y la contradicción entre
la teoría y la práctica, de manera que antes de que surgiera la genética, los agricultores y ganaderos ya tenían una amplia experiencia milenaria en la crianza y selección de especies vegetales y animales, basada en técnicas como la vernalización que no inventó Lissenko pero que contribuyó a difundir.
2. La unidad y la contradicción entre
el medio y los seres vivos que lo habitan, de modo que los organismos vivos no son sistemas cerrados y autosuficientes, sino sistemas abiertos dependientes del entorno que los rodea y en interacción dialéctica con él.
3. La unidad y la contradicción de los
procesos metábólicos (anabolismo y catabolismo) que son procesos que se dan entre el ser vivo y su medio ambiente paralelos a los
trofismos (alimentación para entendernos), cuyas modalidades más importantes son el heterotrofismo y el autotrofismo esenciales para explicar el origen de la vida sobre este planeta como demostró el soviético
Oparin.
4. La unidad y la contradicción entre
herencia genética y adaptación ambiental, en donde si bien la herencia se puede considerar el lado positivo y conservador, y la adaptación el lado negativo que destruye lo heredado, también hay que considerar a la adaptación como la actividad creadora, activa y positiva, y la herencia como la actividad resistente, pasiva, negativa.
5. La ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cambios cualitativos en la evolución de las especies y en su diversificación, la unidad de la continuidad y la discontinuidad: las especies
no sólo evolucionan, se multiplican y crecen sino que también mutan diversificándose y creando nuevas especies distintas. Sin embargo, las tesis genetistas opuestas dicen que no hay saltos cualitativos, que no aparecen nuevos genes sino que éstos sólo se reproducen y multiplican. La manifestación más clara de este error es el propio
surgimiento de la vida sobre el planeta, ¿o es que tenemos que aceptar la creación de la vida por dios a partir de la nada?
6. La unidad y la contradicción entre
la necesidad y el azar en donde a pesar de que Morgan, Monod y compañía digan que las mutaciones son aleatorias, éstas son provocadas en última instancia por el medio y seleccionadas posteriormente por él, que de esta forma, dirige el desarrollo de los seres vivos, originando el proceso evolutivo. El medio es, así, el principal agente de la selección natural.
7. La unidad y la contradicción entre el
genotipo (plasma germinal o sustancia hereditaria) y el
fenotipo (trofoplasma o sustancia nutritiva), que no son independientes entre sí sino que interaccionan mutuamente y, por tanto, el genotipo no es ni rígido, ni estable, ni estático, como nos lo quisieron presentar Weissman y la biología molecular hasta hace bien pocos años.
A medida que
Darwin fue ganando la batalla, los metafísicos se fueron refugiando en los cromosomas y los genes. Las especies cambian pero los genes no, dijeron. Los genes (el
ADN) son eternos e independientes entre sí. Cuando a regañadientes tuvieron que reconocer las mutaciones genéticas, dijeron que éstas se producían al azar. Con el descubrimiento de los cromosomas, Morgan corrigió a Mendel: los genes se encuentran asociados en hileras, luego no son independientes unos de otros.
Pero luego se demostró, a su vez, que tampoco las tesis de Morgan eran exactas porque no solamente hay genes en el cromosoma sino en el
citoplasma, tales como el centríolo, los cloroplastos y las mitocondrias. En 1970 se descubrió la transcriptasa inversa. Con nuevos ropajes, había vuelto Lamarck y con él Lissenko: el factor fundamental de la evolución de las especies es el medio.
A pesar de Darwin, hoy como ayer la batalla acerca de la evolución de las especies y la genética no es sólo científica sino política, ideológica y religiosa (atea). Las tesis de Darwin se siguen aceptando –cuando se aceptan- a regañadientes. No somos, pues, los comunistas los que “politizamos” un debate que es –o debería ser- exclusivamente científico para “salvar” de un supuesto “naufragio” nuestro querido materialismo dialéctico sino que son los teólogos, los racistas y sus secuaces reaccionarios en el campo de la biología y la genética los que están empeñados en falsificar hasta los más elementales datos científicos para defender las palabras del Génesis sobre el dios que creó al hombre a partir del barro, a la mujer de una costilla del anterior y la existencia de una raza humana superior compuesta por rubios de ojos azules.