Andrés de Francisco (profesor de CC. Políticas y sociología en la UCM y autor de Ciudadanía y Democracia: un enfoque republicano, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2007), en "Homenaje a Gerald A. Cohen, marxista analítico y filósofo de la igualdad", en Rebelión, el 3 de marzo de 2010, escribió:Intervención en el Homenaje a Cohen que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid el 22 de febrero de 2010
En agosto de 2009 falleció Gerald A. Cohen, emblema del marxismo analítico y figura principal del llamado Grupo de Septiembre, justamente conocido por el trabajo de revisión crítica del
corpus doctrinal del marxismo que sus miembros -
E. Olin Wright,
Van Priks,
J. Elster,
J. Roemer o
R. Brenner, por citar a los más destacados- llevaron a cabo sobre todo a lo largo de la década de los años ochenta del pasado siglo. Aunque recientemente se le ha tratado a Cohen con olímpica y desnortada injusticia, creo que el pasado 5 de agosto la izquierda contemporánea perdió a una de sus mejores y más honradas inteligencias. Con la brevedad que me impone este acto, este mi sincero homenaje quiere destacar tres cosas: la novedad de su aportación, su academicismo y la centralidad de la ética en el segundo Cohen.
1.- Novedad: El gran libro de Cohen,
La teoría de la Historia de Karl Marx: una defensa [1] aparece en 1978. Sólo un año antes había muerto
Ernst Bloch, y
Marcuse lo hacía sólo un año después, en 1979.
Adorno y
Horkheimer habían fallecido años atrás, en el 69 y el 73 respectivamente. Por lo tanto, a finales pues de los 70, al tiempo que Cohen publica su gran libro sobre el materialismo histórico, abandonan este mundo los principales representantes de la gran corriente neo
hegeliana del marxismo occidental, cuyo rasgo más destacado es el diálogo con
Freud y el psicoanálisis. Nada que ver Cohen con esta corriente alemana del marxismo, como demuestra el hecho de que en su libro no haya una sola cita de
Habermas, el principal seguidor coetáneo de la escuela de Frankfurt.
Dos años después de la aparición de
La teoría de la Historia de Karl Marx: una defensa, esto es, en 1980 muere
Sartre y, con él, si se quiere, muere otra gran corriente del marxismo, esta vez existencialista y humanista. Tampoco hay una sola referencia a Sartre en el libro de Cohen.
Althusser muere en 1990 y es verdad que Cohen reconoce una cierta deuda para con el filósofo francés. Pero lo cierto es que poco tienen que ver uno y otro.
Para leer El capital es un libro oscuro y en buena medida ininteligible mientras que el de Cohen es cristalino, analíticamente cristalino. Las pocas citas que hay en él de Althusser son críticas; y desde luego no hay en Cohen rastro de la célebre y falsa tesis althusseriana de la ruptura epistemológica. Tal vez la diferencia estribe en que Althusser, como él mismo terminó reconociendo, no se había leído
El Capital, mientras que Cohen hace exégesis fina de la obra de
Marx.
Es verdad que en Inglaterra había una importante tradición historiográfica marxista –desde
Thompson a
Hobsbawm, desde
Christopher Hill a Hilton o
Perry Anderson- y a todos ellos cita y conoce, pero no deja de ser curioso que ignore la gran polémica entre
Thompson y
Althusser en la que terció
P. Anderson. No. Cohen coge de aquí y de allí en la gran escuela historiográfica marxista británica, como también de economistas marxistas célebres –
Dobb,
Sweezy,
Mandel, incluso
Sraffa- pero Cohen ni es economista ni es historiador. Su trabajo es eminentemente teórico, oficia de filósofo y aquí camina eminentemente solo, con su linterna analítica y su tesón.
El libro de Cohen es pues una
rara avis, novedoso e inesperado, sin concesiones a ninguna escuela previa del marxismo occidental, aplica las técnicas aprendidas en Oxford de filosofía analítica y de lógica a la exégesis de una teoría de la historia que sin duda está en
Marx: el materialismo histórico. Y tal vez por ello, por su frescura e independencia escolar y por su rigor analítico, hizo un libro fundamental en el sentido siguiente: quien quiera enterarse de verdad tanto en el plano sustantivo como metodológico sobre la teoría marxiana de la historia, para comprarla o rechazarla, habrá de leer el libro de Cohen. Punto. Nadie antes había hecho un trabajo tan fino, exigente y erudito sobre el particular. No es poca cosa si además tenemos en cuenta que el marxismo occidental andaba bastante extraviado desde la posguerra en cuestiones “light” de estética y filosofía, y parecía haberse olvidado de la historia, la dinámica estructural del capitalismo, y la lucha política, de las estructuras y las acciones.
2.- Academicismo. A diferencia de otros muchos marxistas, Cohen y el marxismo analítico fueron -pensador y movimiento- principalmente académicos. Es verdad que Cohen, como él mismo ha contado, tiene una infancia y una juventud comunistas deudoras de la comunidad judía de clase obrera a la que pertenece su familia emigrada a Canadá. Pero ese comunismo era el comunismo dogmático impuesto por Stalin a los partidos comunistas de la época. Por supuesto que Cohen reniega del estalinismo ya desde la sangrienta represión soviética de la revolución en Hungría en 1956. Pero eso no le convierte en un activista de la
Nueva Izquierda, como un
Thompson o un
Perry Anderson o un
Miliband. Cohen se mantiene básicamente dentro de los seguros confines de la Academia. Cohen parece vivir
sine ira et studio una vida más contemplativa que activa, dedicado a la filosofía y a la docencia antes que a la acción y la agitación.
Bien, todos sabemos que el marxismo siempre ha defendido la síntesis entre la teoría y la praxis, que
Marx se mofaba de los socialistas de cátedra y que la lucha política revolucionaria del marxismo es cuando menos una tradición gloriosa, no sólo seguramente por sus logros políticos como, tal vez sobre todo, por su capacidad para reflexionar sobre la propia praxis y sacar sus consecuencias teóricas. El mejor marxismo ha pensado desde dentro de la acción política. Esto es verdad. Sin embargo, creo que no es menos cierto que de no haber sido por la Academia, por la Academia en su mejor versión como esta que representa Cohen, el marxismo se habría perdido. Hace mucho tiempo, en efecto, que los partidos políticos que se dicen de izquierdas abandonaron el marxismo como así lo hizo el movimiento obrero en general y sus representantes sindicales, o los nuevos movimientos sociales posmodernos, que nunca fueron marxistas o lo fueron muy minoritariamente. Así que, como creo que la tradición del pensamiento marxista debe ser preservada y discutida y renovada, quiero romper aquí una lanza también en favor del marxismo académico y en favor del profesor Cohen.
Por otro lado, la implicación política de este Grupo de Septiembre, aunque tibia, tampoco se puede decir que sea inexistente o que carezca de importancia.
E. Olin Wright dirige desde hace dos décadas
el Proyecto de Utopías Reales, sin duda, un importante espacio para el debate del pensamiento alternativo contemporáneo. Fue también el marxismo analítico –de la mano de
Van Parijs y
Van der Veen- el que lanzó la brillante propuesta de una renta básica universal como medio para superar la alienación en el capitalismo, amén de la pobreza. Esta propuesta, huelga decirlo, ha ido cuajando hasta convertirse en la bandera de una suerte de movimiento político multipolar, con el
BIEN (Basic Income European Network) como uno de sus ejes organizativos. Volviendo a Cohen, y reconociendo que no es desde luego el activista que de hecho es
Robert Brenner, a él se debe sin embargo uno de los textos políticamente más influyentes en los círculos de la izquierda europea de los últimos años. Me refiero a su “Vuelta a los principios socialistas”
[2], en el que, dirigiéndose al laborismo británico, recordaba que la izquierda tenía que aprender una lección de la derecha: ser fiel a sí misma y a su propia tradición. De serlo, la izquierda socialista contemporánea descubriría fácilmente que sus señas de identidad siguen siendo las mismas de siempre, las que se enraízan en los principios de la
comunidad y la
igualdad. Cohen no fue un hombre de acción, pero sus pocas aportaciones prácticas fueron lúcidas, incisivas e influyentes.
3.- Ética. Tras el libro de 78, Cohen da un giro hacia la filosofía política y la ética. Ataca el corazón de la filosofía de
Nozick, paladín del libertarismo reaccionario, y lo hace en su propio terrero: la teoría de la “justa” apropiación y la interpretación del célebre principio
lockeano
[3]. Es cierto que Nozick nunca contestó a esta crítica devastadora de Cohen, pero ello en todo caso sólo desluce al propio Nozick. Todavía recuerdo el encogimiento de hombros de Cohen cuando una vez en Oxford le saqué el tema, y ahorro al lector el giro idiomático que lo acompañó. Luego estudió a fondo la teoría de la justicia de
John Rawls, con el que lógicamente tenía mayor afinidad electiva e ideológica, y también aquí puso el dedo en una llaga del sistema rawlsiano: la incompatibilidad entre los principios de justicia, las motivaciones de los sujetos y los incentivos con los que se ve obligada a trabajar la teoría
[4]. Más allá de sus incursiones críticas en otras teorías, Cohen se mete de lleno en el debate angloamericano sobre igualdad, propone su propia métrica y llega a reclamar un
ethos del compromiso personal que, como él mismo reconoce, tiene influencias cristianas. La reflexión ético-normativa, que empieza en los años 80, es desde entonces el principal quehacer intelectual de Cohen hasta su muerte. Al respecto, y voy concluyendo, observaré lo siguiente.
a) Hay todavía quien piensa que Marx despreciaba la ética en beneficio de una concepción científico-positiva de política y de la historia. Yo, por el contrario, creo que a Marx no se le puede entender sin una postura ética previa y sin el pensamiento puesto en la justicia social. Todo en Marx es crítica social que apunta a una sociedad mejor, a una sociedad emancipada. Como todos nosotros, Marx también era un sujeto moral que se indignaba ante la dominación y la explotación, y soñaba con una sociedad libre de miseria y alienación. Nada pues debería impedir que una marxista indague en los principios de justicia y entre en el debate sobre teorías de la igualdad.
b) Cohen, ya lo he dicho, ha defendido los valores de la comunidad y la igualdad como los valores propios de la izquierda. Son valores sin duda fundamentales de “nuestra moral”. Al respecto, dos cosas. 1.- extraña en Cohen el olvido de la libertad. Él juega con la oposición comunidad/mercado y parece que la libertad queda reducida a libertad de mercado. La oposición es importante en el orden del valor. Lo que viene a decir Cohen es que un modelo de sociedad se acercará tanto más al ideal socialista cuanto más se regule por el principio de la reciprocidad no mercantil o, lo que es lo mismo, cuanto más se aleje del principio egoísta del intercambio de mercado. Cohen sabe y reconoce que sabemos cómo organizar una sociedad sobre la base del egoísmo generalizado y el mercado, pero que todavía no sabemos cómo se organizaría una sociedad compleja sobre la base de la reciprocidad general. Pero ello no quita para que el ideal comunitario siga siendo válido. Sin embargo, considero que la libertad no puede ni debe reducirse a mera libertad de mercado y creo además que el marxismo se ubica en la gran tradición republicano-democrática del pensamiento occidental; y aquí la libertad –la libertad en un sentido fuerte- es central. En definitiva, Marx luchó por una sociedad emancipada, de hombres y mujeres libres, libres de la opresión y la privación, libres para autorrealizarse plenamente y desarrollar su potencial creativo y su riqueza. 2.- Una comunidad igualitaria, en ausencia de libertad, puede ser una comunidad cerrada, asfixiante, totalitaria. No creo que Marx tomara como modelos la Esparta de Licurgo o la Ginebra de Rousseau. 3.- Por otro lado, es fácil cohonestar comunidad e igualdad, pues se retroalimentan mutuamente. Lo difícil, tanto en la teoría como en la práctica, es armonizar los tres: libertad, igualdad y fraternidad. Pero ésta es la tarea y el sempiterno reto de de la izquierda moderna: lograr una comunidad de ciudadanos igualmente libres.
Al final de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, lo que queda es la obra propia. Yo creo que Cohen deja una obra seria, rigurosa y honesta. Pero también viva, a menudo vibrante y no pocas veces entrañable. Se le seguirá leyendo con provecho, y los que llegamos a conocerlo lo recordaremos con cariño.
Notas al pie de página[1] Madrid: SigloXXI/Pablo Iglesias, 1986.
[2] En R. Gargarella y Félix Ovejero, comps. (2001) Razones para el socialismo, Barcelona: Paidós, pp. 153-170.
[3] “Self-ownership, World-Ownership, and Equality”, en Lucash, comp. (1986), Justice and Equality Here and Now, N.Y: Ithaca, 1986.
[4] Véase Cohen, 2001, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Barcelona: Paidós, esp. caps. 8 y 9.