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COHEN, Gerald A. (1941-2009)

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Gerald Allan Cohen

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Introducción

Montreal (Canadá), 14 de abril de 1941 – Oxford, 5 de agosto de 2009 (Reino Unido). Filósofo político y profesor de teoría social y política en el All Souls College de la Universidad de Oxford y uno de los máximos exponentes del marxismo analítico.

Cohen nació en el seno de una familia judía políticamente implicada en organizaciones comunistas que él mismo frecuentó durante su infancia y juventud. Estudió en la Universidad McGill (Canadá) y en la Universidad de Oxford, donde fue discípulo de Isaiah Berlin y Gilbert Ryle. Tras impartir clase durante veinte años (1963-1984) en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Londres, en 1985 se trasladó a la Universidad de Oxford.

Su ensayo La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa se considera la obra fundacional del marxismo analítico a causa de una frase de su prólogo donde Cohen afirma que pretende estudiar las tesis de Marx "con la claridad y el rigor de la filosofía analítica". Más adelante Cohen fue miembro del Grupo de Septiembre (September Group), en el que participaron algunos de los protagonistas de esta corriente del marxismo occidental. Desde finales de la década de 1980, la atención de Cohen se ha centrado en la teoría de la justicia. Ha propuesto argumentos morales en favor del socialismo opuestos tanto a la tradición contractualista como al utilitarismo.





Ensayo





Sobre Cohen (artículos)





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Nota Dom Jul 18, 2010 10:20 am
Andrés de Francisco (profesor de CC. Políticas y sociología en la UCM y autor de Ciudadanía y Democracia: un enfoque republicano, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2007), en "Homenaje a Gerald A. Cohen, marxista analítico y filósofo de la igualdad", en Rebelión, el 3 de marzo de 2010, escribió:
    Intervención en el Homenaje a Cohen que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid el 22 de febrero de 2010

En agosto de 2009 falleció Gerald A. Cohen, emblema del marxismo analítico y figura principal del llamado Grupo de Septiembre, justamente conocido por el trabajo de revisión crítica del corpus doctrinal del marxismo que sus miembros -E. Olin Wright, Van Priks, J. Elster, J. Roemer o R. Brenner, por citar a los más destacados- llevaron a cabo sobre todo a lo largo de la década de los años ochenta del pasado siglo. Aunque recientemente se le ha tratado a Cohen con olímpica y desnortada injusticia, creo que el pasado 5 de agosto la izquierda contemporánea perdió a una de sus mejores y más honradas inteligencias. Con la brevedad que me impone este acto, este mi sincero homenaje quiere destacar tres cosas: la novedad de su aportación, su academicismo y la centralidad de la ética en el segundo Cohen.

1.- Novedad: El gran libro de Cohen, La teoría de la Historia de Karl Marx: una defensa [1] aparece en 1978. Sólo un año antes había muerto Ernst Bloch, y Marcuse lo hacía sólo un año después, en 1979. Adorno y Horkheimer habían fallecido años atrás, en el 69 y el 73 respectivamente. Por lo tanto, a finales pues de los 70, al tiempo que Cohen publica su gran libro sobre el materialismo histórico, abandonan este mundo los principales representantes de la gran corriente neohegeliana del marxismo occidental, cuyo rasgo más destacado es el diálogo con Freud y el psicoanálisis. Nada que ver Cohen con esta corriente alemana del marxismo, como demuestra el hecho de que en su libro no haya una sola cita de Habermas, el principal seguidor coetáneo de la escuela de Frankfurt.

Dos años después de la aparición de La teoría de la Historia de Karl Marx: una defensa, esto es, en 1980 muere Sartre y, con él, si se quiere, muere otra gran corriente del marxismo, esta vez existencialista y humanista. Tampoco hay una sola referencia a Sartre en el libro de Cohen.

Althusser muere en 1990 y es verdad que Cohen reconoce una cierta deuda para con el filósofo francés. Pero lo cierto es que poco tienen que ver uno y otro. Para leer El capital es un libro oscuro y en buena medida ininteligible mientras que el de Cohen es cristalino, analíticamente cristalino. Las pocas citas que hay en él de Althusser son críticas; y desde luego no hay en Cohen rastro de la célebre y falsa tesis althusseriana de la ruptura epistemológica. Tal vez la diferencia estribe en que Althusser, como él mismo terminó reconociendo, no se había leído El Capital, mientras que Cohen hace exégesis fina de la obra de Marx.

Es verdad que en Inglaterra había una importante tradición historiográfica marxista –desde Thompson a Hobsbawm, desde Christopher Hill a Hilton o Perry Anderson- y a todos ellos cita y conoce, pero no deja de ser curioso que ignore la gran polémica entre Thompson y Althusser en la que terció P. Anderson. No. Cohen coge de aquí y de allí en la gran escuela historiográfica marxista británica, como también de economistas marxistas célebres –Dobb, Sweezy, Mandel, incluso Sraffa- pero Cohen ni es economista ni es historiador. Su trabajo es eminentemente teórico, oficia de filósofo y aquí camina eminentemente solo, con su linterna analítica y su tesón.

El libro de Cohen es pues una rara avis, novedoso e inesperado, sin concesiones a ninguna escuela previa del marxismo occidental, aplica las técnicas aprendidas en Oxford de filosofía analítica y de lógica a la exégesis de una teoría de la historia que sin duda está en Marx: el materialismo histórico. Y tal vez por ello, por su frescura e independencia escolar y por su rigor analítico, hizo un libro fundamental en el sentido siguiente: quien quiera enterarse de verdad tanto en el plano sustantivo como metodológico sobre la teoría marxiana de la historia, para comprarla o rechazarla, habrá de leer el libro de Cohen. Punto. Nadie antes había hecho un trabajo tan fino, exigente y erudito sobre el particular. No es poca cosa si además tenemos en cuenta que el marxismo occidental andaba bastante extraviado desde la posguerra en cuestiones “light” de estética y filosofía, y parecía haberse olvidado de la historia, la dinámica estructural del capitalismo, y la lucha política, de las estructuras y las acciones.

2.- Academicismo. A diferencia de otros muchos marxistas, Cohen y el marxismo analítico fueron -pensador y movimiento- principalmente académicos. Es verdad que Cohen, como él mismo ha contado, tiene una infancia y una juventud comunistas deudoras de la comunidad judía de clase obrera a la que pertenece su familia emigrada a Canadá. Pero ese comunismo era el comunismo dogmático impuesto por Stalin a los partidos comunistas de la época. Por supuesto que Cohen reniega del estalinismo ya desde la sangrienta represión soviética de la revolución en Hungría en 1956. Pero eso no le convierte en un activista de la Nueva Izquierda, como un Thompson o un Perry Anderson o un Miliband. Cohen se mantiene básicamente dentro de los seguros confines de la Academia. Cohen parece vivir sine ira et studio una vida más contemplativa que activa, dedicado a la filosofía y a la docencia antes que a la acción y la agitación.

Bien, todos sabemos que el marxismo siempre ha defendido la síntesis entre la teoría y la praxis, que Marx se mofaba de los socialistas de cátedra y que la lucha política revolucionaria del marxismo es cuando menos una tradición gloriosa, no sólo seguramente por sus logros políticos como, tal vez sobre todo, por su capacidad para reflexionar sobre la propia praxis y sacar sus consecuencias teóricas. El mejor marxismo ha pensado desde dentro de la acción política. Esto es verdad. Sin embargo, creo que no es menos cierto que de no haber sido por la Academia, por la Academia en su mejor versión como esta que representa Cohen, el marxismo se habría perdido. Hace mucho tiempo, en efecto, que los partidos políticos que se dicen de izquierdas abandonaron el marxismo como así lo hizo el movimiento obrero en general y sus representantes sindicales, o los nuevos movimientos sociales posmodernos, que nunca fueron marxistas o lo fueron muy minoritariamente. Así que, como creo que la tradición del pensamiento marxista debe ser preservada y discutida y renovada, quiero romper aquí una lanza también en favor del marxismo académico y en favor del profesor Cohen.

Por otro lado, la implicación política de este Grupo de Septiembre, aunque tibia, tampoco se puede decir que sea inexistente o que carezca de importancia. E. Olin Wright dirige desde hace dos décadas el Proyecto de Utopías Reales, sin duda, un importante espacio para el debate del pensamiento alternativo contemporáneo. Fue también el marxismo analítico –de la mano de Van Parijs y Van der Veen- el que lanzó la brillante propuesta de una renta básica universal como medio para superar la alienación en el capitalismo, amén de la pobreza. Esta propuesta, huelga decirlo, ha ido cuajando hasta convertirse en la bandera de una suerte de movimiento político multipolar, con el BIEN (Basic Income European Network) como uno de sus ejes organizativos. Volviendo a Cohen, y reconociendo que no es desde luego el activista que de hecho es Robert Brenner, a él se debe sin embargo uno de los textos políticamente más influyentes en los círculos de la izquierda europea de los últimos años. Me refiero a su “Vuelta a los principios socialistas” [2], en el que, dirigiéndose al laborismo británico, recordaba que la izquierda tenía que aprender una lección de la derecha: ser fiel a sí misma y a su propia tradición. De serlo, la izquierda socialista contemporánea descubriría fácilmente que sus señas de identidad siguen siendo las mismas de siempre, las que se enraízan en los principios de la comunidad y la igualdad. Cohen no fue un hombre de acción, pero sus pocas aportaciones prácticas fueron lúcidas, incisivas e influyentes.

3.- Ética. Tras el libro de 78, Cohen da un giro hacia la filosofía política y la ética. Ataca el corazón de la filosofía de Nozick, paladín del libertarismo reaccionario, y lo hace en su propio terrero: la teoría de la “justa” apropiación y la interpretación del célebre principio lockeano [3]. Es cierto que Nozick nunca contestó a esta crítica devastadora de Cohen, pero ello en todo caso sólo desluce al propio Nozick. Todavía recuerdo el encogimiento de hombros de Cohen cuando una vez en Oxford le saqué el tema, y ahorro al lector el giro idiomático que lo acompañó. Luego estudió a fondo la teoría de la justicia de John Rawls, con el que lógicamente tenía mayor afinidad electiva e ideológica, y también aquí puso el dedo en una llaga del sistema rawlsiano: la incompatibilidad entre los principios de justicia, las motivaciones de los sujetos y los incentivos con los que se ve obligada a trabajar la teoría [4]. Más allá de sus incursiones críticas en otras teorías, Cohen se mete de lleno en el debate angloamericano sobre igualdad, propone su propia métrica y llega a reclamar un ethos del compromiso personal que, como él mismo reconoce, tiene influencias cristianas. La reflexión ético-normativa, que empieza en los años 80, es desde entonces el principal quehacer intelectual de Cohen hasta su muerte. Al respecto, y voy concluyendo, observaré lo siguiente.

    a) Hay todavía quien piensa que Marx despreciaba la ética en beneficio de una concepción científico-positiva de política y de la historia. Yo, por el contrario, creo que a Marx no se le puede entender sin una postura ética previa y sin el pensamiento puesto en la justicia social. Todo en Marx es crítica social que apunta a una sociedad mejor, a una sociedad emancipada. Como todos nosotros, Marx también era un sujeto moral que se indignaba ante la dominación y la explotación, y soñaba con una sociedad libre de miseria y alienación. Nada pues debería impedir que una marxista indague en los principios de justicia y entre en el debate sobre teorías de la igualdad.

    b) Cohen, ya lo he dicho, ha defendido los valores de la comunidad y la igualdad como los valores propios de la izquierda. Son valores sin duda fundamentales de “nuestra moral”. Al respecto, dos cosas. 1.- extraña en Cohen el olvido de la libertad. Él juega con la oposición comunidad/mercado y parece que la libertad queda reducida a libertad de mercado. La oposición es importante en el orden del valor. Lo que viene a decir Cohen es que un modelo de sociedad se acercará tanto más al ideal socialista cuanto más se regule por el principio de la reciprocidad no mercantil o, lo que es lo mismo, cuanto más se aleje del principio egoísta del intercambio de mercado. Cohen sabe y reconoce que sabemos cómo organizar una sociedad sobre la base del egoísmo generalizado y el mercado, pero que todavía no sabemos cómo se organizaría una sociedad compleja sobre la base de la reciprocidad general. Pero ello no quita para que el ideal comunitario siga siendo válido. Sin embargo, considero que la libertad no puede ni debe reducirse a mera libertad de mercado y creo además que el marxismo se ubica en la gran tradición republicano-democrática del pensamiento occidental; y aquí la libertad –la libertad en un sentido fuerte- es central. En definitiva, Marx luchó por una sociedad emancipada, de hombres y mujeres libres, libres de la opresión y la privación, libres para autorrealizarse plenamente y desarrollar su potencial creativo y su riqueza. 2.- Una comunidad igualitaria, en ausencia de libertad, puede ser una comunidad cerrada, asfixiante, totalitaria. No creo que Marx tomara como modelos la Esparta de Licurgo o la Ginebra de Rousseau. 3.- Por otro lado, es fácil cohonestar comunidad e igualdad, pues se retroalimentan mutuamente. Lo difícil, tanto en la teoría como en la práctica, es armonizar los tres: libertad, igualdad y fraternidad. Pero ésta es la tarea y el sempiterno reto de de la izquierda moderna: lograr una comunidad de ciudadanos igualmente libres.

Al final de una vida dedicada al estudio y el pensamiento, lo que queda es la obra propia. Yo creo que Cohen deja una obra seria, rigurosa y honesta. Pero también viva, a menudo vibrante y no pocas veces entrañable. Se le seguirá leyendo con provecho, y los que llegamos a conocerlo lo recordaremos con cariño.





Notas al pie de página

    [1] Madrid: SigloXXI/Pablo Iglesias, 1986.

    [2] En R. Gargarella y Félix Ovejero, comps. (2001) Razones para el socialismo, Barcelona: Paidós, pp. 153-170.

    [3] “Self-ownership, World-Ownership, and Equality”, en Lucash, comp. (1986), Justice and Equality Here and Now, N.Y: Ithaca, 1986.

    [4]
    Véase Cohen, 2001, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Barcelona: Paidós, esp. caps. 8 y 9.

Nota Lun Ago 16, 2010 3:33 pm
Ellen Meiksins Wood, en "Acampadores dichosos: sobre el socialismo del último Gerald Cohen", en London Review of Books, el 28 de enero de 2010, escribió:
    La reconocida filósofa e historiadora marxista Ellen Meiksins Wood reseña con la perspicacia y profundidad que le son habituales el libro póstumo de Gerald A. Cohen Why Not Socialism?

"El socialismo", dejó dicho Albert Einstein, es el intento de la humanidad de "superar y rebasar la fase predatoria de la evolución humana", y para G. A. Cohen, "todo mercado […] es un sistema predatorio". Tal es la esencia de su último libro, breve pero incisivo y elegantemente escrito (Cohen murió el pasado agosto). Su propósito es sentar lo que él llama las bases "preliminares" –una tentativa que, al final, bien podría llegar a ser derrotada por realidades inexorables— de una alternativa socialista. ¿Es deseable, se pregunta, y si deseable, factible, construir una sociedad movida por algo que no sea la predación, que no responda a las motivaciones "mezquinas", "bajas", repugnantes" del mercado, sino que esté guiada antes bien por un compromiso moral con la comunidad y la igualdad?

En su estilo característicamente lúcido, comprometido y delicadamente humorístico, Cohen empieza imaginando un grupo de personas en una excursión de acampada. En esas circunstancias, sugiere, el grueso de la gente estaría "vigorosamente a favor de una forma socialista de vida, prefiriéndola a otras alternativas factibles", comportándose, así pues, conforme a principios de igualdad y de comunidad, muy distintos de los que gobiernan el comportamiento normal en el mercado. La cuestión es si esos principios de acampada podrían o deberían ponerse por obra en el conjunto de la sociedad. En su opinión, eso sería deseable para evitar los resultados inexorablemente injustos de los mecanismos de mercado y las desigualdades que van con ellos. ¿Pero es factible? Sobre eso, el veredicto está por pronunciarse. Es importante, insiste Cohen, distinguir entre dos tipos harto diferentes de obstáculos, los dimanantes de las limitaciones de la naturaleza humana y los procedentes de las limitaciones de la tecnología social; y concluye que nuestro principal problema no es el egoísmo humano, sino "la carencia en que nos hallamos de una tecnología organizativa adecuada". Se trata, en otras palabras, de un problema de diseño. Pero el que no sepamos cómo diseñar la maquinaria social que haría funcionar al socialismo no significa que nunca podremos o que nunca querremos.

Cohen presta atención a la idea del "socialismo de mercado": un sistema que aún se fundaría en el mecanismo de los precios, pero que evitaría la concentración de capital que genera el grueso de las desigualdades del mercado capitalista. Todo considerado, eso, para él, sería mejor que nada. Es "el genio del mercado, que recluta motivaciones de baja estopa para fines deseables", pero lo que olvidan los socialistas de mercado es que también tiene efectos indeseables y que aun su tipo de mercado se orienta conforme a esos motivos "mezquinos". Así, pues, él preferiría seguir buscando un medio para lograr efectos económicos productivos fundado en otras motivaciones.

Las preocupaciones morales de la filosofía de Cohen y –en su análisis de los mercados— su énfasis en la moralidad de las motivaciones podrían parecer, por lo pronto, muy distantes, incluso diametralmente opuestos, a la obra que empezó a darle un nombre: Karl Marx's Theory of History: A Defence (1978). La necrológica de Cohen publicada por The Guardian, en la que se le describía como "argüiblemente, el principal filósofo político de la izquierda", habló de este libro como de una "reinterpretación revolucionaria de la teoría marxista". En realidad, lo que Cohen produjo fue algo aún más avilantado. Era menos una reinterpretación de Marx, que una defensa cerrada de la interpretación más ortodoxa.

Es verdad, como se observaba en el Guardian, que lo que Cohen y sus colegas "marxistas analíticos" gustaban de llamar el no-bullshit Marxism o "marxismo no charlatán" [1] arrastraron la teoría marxista hacia "la ciencia social burguesa de la corriente principal", aplicándole las técnicas lingüísticas y lógicas de la filosofía analítica; y ya eso sólo era una hazaña. La teoría que él defendía, la substancia de la cual era un determinismo tecnológico, debía menos a Marx que a intérpretes posteriores, como Georgi Plejánov; pero terminó siendo la esencia del materialismo histórico, según lo entendían tanto los ideólogos de los partidos comunistas como los más furibundos antimarxistas. Lo que hizo aún más notorio el proyecto de Cohen fue que, por la época en que su defensa se publicó, esa ortodoxia había sido vigorosamente desafiada por historiadores que trabajaban en la tradición marxista, desde E. P. Thompson hasta Robert Brenner; y el viejo determinismo tecnológico había dado ya paso a interpretaciones de Marx muy diferentes.

Es verdad que, una vez descubierto, no es probable que ningún progreso llegue a desaparecer por completo. Pero la primordial compulsión a mejorar constantemente las fuerzas técnicas de producción no es una ley general de la historia. Es, para bien o para mal, una característica específica de una forma social, el capitalismo. Su particular modo de explotación, a diferencia de cualesquiera otros, genera, como condición misma de su supervivencia, una inexorable compulsión a mejorar la productividad, y así, a rebajar los costes del trabajo, a fin de colmar y maximizar el beneficio.

Aunque las inevitabilidades históricas del determinismo tecnológico de Cohen fueron traducidas por otros marxistas analíticos al lenguaje de la "elección racional", parecía haber en ese determinismo poco margen para la elección moral o para las motivaciones morales como fuerzas históricas dinámicas. Sin embargo, su carrera intelectual subsiguiente se consagró a la cuestión de la justicia y la igualdad socialistas, que están en el núcleo de su último libro. Pareciera un largo camino desde su peculiar variedad de marxismo; y puesto que terminó describiéndose a sí propio como un "ex-marxista", podríamos vernos tentados a dejar las cosas en este punto, y limitarnos a concluir que, habiendo repudiado el marxismo, y con él, cualesquiera ilusiones sobre el curso necesario de la historia, quedó libre para pensar sobre el socialismo, no en términos de algo históricamente inevitable, sino como una opción moral.

Pero no es tan sencillo. Si contrastamos el marxismo de Cohen con otras versiones disponibles, lo que salta a la vista es la congruencia entre su temprano determinismo tecnológico y su filosofía moral de los últimos años. No sólo en el sentido de que siguió apasionadamente comprometido, como ex-marxista no menos que como marxista ortodoxo, con los valores socialistas y particularmente con la igualdad. Lo cierto es que su teoría de la historia está también conectada con su filosofía moral en el sentido de que ambas son, a fin de cuentas, a-históricas. Eso resulta suficientemente obvio referido a las abstracciones de la filosofía analítica, pero parece algo extraño predicado de una teoría de la historia. El caso es que resulta extremadamente difícil sostener este tipo de determinismo transhistórico, sin desentenderse de los procesos históricos: no sólo de las particularidades y de las contingencias de tiempo y lugar, sino de los principios diferencialmente operantes en cada modo específico de organizar la vida social.





Notas al pie de página

    [1] Bullshit es una palabra expletiva del inglés americano popular que el filósofo Harry Frankfurt incorporó al léxico filosófico para referirse a productos intelectuales que no son exactamente falsarios o mentirosos, sino algo acaso peor: porque el falsario y el mentiroso aún son capaces de distinguir la verdad de la falsedad; en cambio, el bullshiter ha perdido incluso esa capacidad.


Nota Jue Sep 02, 2010 1:37 pm
Jorge Espinoso, en "Lo que ellos buscaron (III). Gerald Cohen", en La Casa Roja, el 31 de diciembre de 2009, escribió:Gerald Cohen encaminó su reflexión en otras direcciones, más cercanas a las alturas de la abstracción filosófica. Su libro La teoría de la historia de Marx: una defensa (Siglo XXI), publicado en 1978, supuso todo un hito en la interpretación de Marx y dio el pistoletazo de salida a lo que más tarde se conocería como “marxismo analítico”. Lo más sorprendente es que el libro estaba dedicado a defender una tesis difícilmente sostenible. Se trataba, más o menos, de una lectura funcionalista de Marx basada en las dos páginas del famoso "Prefacio" de 1859, según la cual el cambio histórico en la superestructura ideológica de una sociedad se explica por resultar funcional a las relaciones de producción, y la evolución de éstas por ser funcional al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero eso no impidió que la obra se convirtiera en todo un ejemplo de rigor y originalidad en la interpretación de Marx desde la filosofía analítica, aplaudido a izquierda y derecha del arco político-académico (recuérdese que en esos años estaba en boga Louis Althusser, quien más tarde reconocería que no conocía muy bien la obra de Marx).

Tras mantener, a raíz de ese libro, una apasionante polémica metodológica con Jon Elster (que no es precisamente un buen regalo para los Reyes Magos, pero que tiene bastante interés para reconocer algunas trampas en las que suelen caer las teorías críticas en ciencias sociales), Gerald Cohen cambió de tercio y empezó a interesarse por la filosofía política. Como explica en esta entrevista, no es que Elster le convenciera totalmente de que su interpretación era errónea, sino que empezó a pensar que al fin y al cabo ese tema no tenía tanta importancia para una política socialista, al contrario que las cuestiones normativas.

El giro de Cohen coincide, de algún modo, con un fenómeno más amplio de renovado interés por la filosofía política dentro del marxismo, que anteriormente había considerado cosas como la “justicia” como algo bastante secundario, perteneciente al superestructural mundo de las ideas. La historia de este desencuentro dio lugar a una famosa disputa, un tanto escolástica, sobre si Marx estaba interesado en la justicia o no, que Norman Geras saldó con una curiosa conclusión: “Marx pensaba, efectivamente, que el capitalismo era injusto, pero no pensaba que pensara eso”.

La indiferencia (cuando no la hostilidad) hacia estos asuntos se extendía más allá de Marx y los marxólogos, como muestra una anécdota contada por el propio Cohen, que relata cómo en un viaje familiar a Praga, al preguntar a su tío por la relación entre los principios morales y la práctica política comunista, obtuvo esta desairada respuesta: “No me hables de moralidad, no me interesa la moral [...] la moralidad es puro cuento ideológico; no tiene nada que ver con la lucha entre capitalismo y socialismo [Mi lucha] no tiene nada que con la moral, ¡estoy luchando por mi clase!”. Aunque todo esto pueda resultar sorprendente o extraño, no es algo superado ni mucho menos, como puede comprobarse al dar una vuelta por este foro de debate militante. Así explicaba Cohen las razones para volver sobre estos temas:

    No podemos confiar en que la tecnología vaya a arreglar las cosas por nosotros; si pueden arreglarse, entonces nosotros tenemos que arreglarlas, por medio del duro trabajo político y teórico. El marxismo pensaba que la igualdad se nos concedería como resultado de la abundancia, pero tenemos que buscar la igualdad en un contexto de escasez y, en consecuencia, tenemos que tener muchos más claro de lo que lo teníamos aquéllo que estamos buscando, qué razones tenemos para buscarlo y por qué medios institucionales puede realizarse. Ese reconocimiento debe dirigir los esfuerzos futuros de los economistas y filósofos socialistas.

A pensar filosóficamente qué estamos buscando y qué razones tenemos para buscarlo dedicó varios libros, donde se proponía defender la vigencia de los principios socialistas ante dos de las figuras centrales de la filosofía política contemporánea: el liberal de izquierdas John Rawls y el neoliberal Robert Nozick. Es posible que en ese itinerario intelectual se perdiera por vericuetos excesivamente académicos o cayera preso de un cierto provincianismo oxoniense (como parece sugerir, con bastante severidad, Toni Domènech). Pero eso no debe empañar el mérito de atreverse a discutir de un modo riguroso con los referentes básicos del mainstream filosófico, en lugar de recluirse cómodamente en alguno de los muchos conventículos marxistas.

A finales de los 90 impartió una serie de conferencias que luego vieron la luz bajo el título ¿Si eres igualitarista cómo es que eres tan rico? (Paidós), un entretenidísimo librito donde combina el ensayo autobiográfico (desde su infancia en los círculos comunistas y judíos de Montreal a sus desengaños y rectificaciones en la academia inglesa, pasando por la emotiva historia de su padre) con el debate filosófico sobre dilemas políticos y cuestiones cotidianas.

Aunque en los últimos años confesaba sentirse más insatisfecho y alejado del marxismo, jamás cedió en su compromiso con el socialismo, como atestigua su último libro, un breve ensayo de cien páginas titulado Why not socialism?, donde recurre a un sencillo argumento en favor de este ideal. Si cuando nos vamos de excursión al campo -viene a decir Cohen- dividimos el trabajo y nos coordinamos de un modo igualitario y comunitario, en el que a nadie se le ocurriría pedir dinero por ir a pescar, cobrar por fregar los platos o imponerse a los demás de un modo arbitrario, ¿por qué no sería esta forma (basada en el principio de igualdad y comunidad, y no el principio de mercado) la mejor forma de organizar la sociedad? El socialismo, en fin, es algo bastante sensato y lo que resulta verdaderamente radical es -como decía Brecht- el propio capitalismo.

Alex Callinicos, otro filósofo marxista maś combativo y dirigente del SWP británico, terminaba su obituario con estas palabras:

    Puedo recordarme debatiendo con Jerry en el festival anual de 'Marxism' del Socialist Workers Party en los años 90. Para ilustrar un argumento, él cantó la vieja canción sindicalista americana “Solidarity Forever”. No hay muchos filósofos, de Oxford o de cualquier lugar, que hubieran o pudieran haber hecho eso. Recordaré a Jerry Cohen por su combinación única de brillantez analítica y socialismo instintivo.

Que ninguno de estos tres autores -por orden: Cohen, Arrighi y Gowan- fueran muy conocidos (ni leídos) fuera de la izquierda académica es una expresión más de la distancia entre los intelectuales marxistas y los movimientos políticos; una separación diagnosticada hace tiempo por Perry Anderson, pero que no conocieron los viejos revolucionarios y que no tiene por qué ser inevitable; lo que debería hacernos pensar (sobre todo a quienes habitamos -como estudiantes, investigadores o profesores- las torres de marfil académicas).

Los tres autores, cada uno a su manera, mantuvieron encendida la llama del pensamiento marxista. Sin aspavientos, ni dogmatismos. Se midieron con los problemas de su tiempo sin pedir permiso al barbudo de Tréveris; y, a diferencia de quienes se esconden tras la oportuna cita de Marx o los que confían en hallar en sus manuscritos todas las respuestas, los tres -Peter Gowan, Giovanni Arrighi y Gerald Cohen- hicieron caso al consejo del haiku:

    No sigas los pasos
    de tus maestros, busca
    lo que ellos buscaron.


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