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BASAGLIA, Franco (1924-1980)

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Franco Basaglia

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Introducción

Respsi, en "Franco Basaglia", en Psiquiatría Net, el 13 de mayo de 2008, escribió:(1924-1980) Psiquiatra italiano, n. y m. en Venecia. Estudió medicina en la Universidad de Padua y en 1961 fue nombrado director del hospital psiquiátrico de Gorizia, donde comenzó una serie de reformas para cambiar el tradicional manicomio por una institución de régimen abierto que permitiera a los pacientes insertarse en la sociedad. Esta iniciativa tuvo el apoyo de la Organización Mundial de la Salud, pero también la crítica acerba de los sectores más conservadores de la medicina mental italiana. Su labor le hizo significarse en la defensa del enfermo psiquiátrico, al que consideraba una doble víctima de la sociedad y de las prácticas sanitarias al uso. En este movimiento de opinión que fue en su día denominado como «antipsiquiatría», se vio acompañado por profesionales como Ronald D. Laing y David Cooper, entre otros. Sus teorías quedaron expuestas en L’istituzione negata (1968), Morire di classe (1969) y Maggioranza deviante (1971).

Franco Basaglia fue el iniciador de los movimientos de desinstitucionalización en Italia. Había estado en la cárcel durante la guerra, cuando los fascistas de Mussolini lo detuvieron. Después estudió medicina, se especializó en psiquiatría y fue director de un hospital psiquiátrico. Entraba por segunda vez a una institución cerrada que se llama manicomio: "Estas dos instituciones son diferentes, pero en realidad tienen la misma finalidad. La cárcel protege a la sociedad del delincuente, el manicomio protege a la sociedad de la persona que también se desvía de la norma", decía Basaglia. La psiquiatría es definida como la práctica de una contradicción. Hay una función de encubrimiento que desplaza los problemas sociopolíticos con una solución técnica-científica. El loco diagnosticado psicopatológicamente con la situación social y política de "ser excluido" (y mucho más si vive en condiciones de pobreza y abandono). El encierro es la violencia institucionalizada. El manicomio; el loquero, no responde a las necesidades del enfermo sino de su organización, así como la cárcel no sirve para la rehabilitación del encarcelado. Basaglia define: "El enfermo mental es, pues, la persona que se encuentra internada en estas instituciones de las cuales hablamos, en estos institutos que sirven no al cuidado sino a la custodia del paciente. Estas son las instituciones que los científicos definen como instituciones que sirven para curar a la persona que tiene trastornos mentales, que tiene trastornos que afectan a su relación con los demás. A esta persona se la encierra en un lugar en el que ciertamente sus trastornos no van a ser curados, y en que se le hace un nuevo tipo de terapia que consiste en recuperarlo, no ya mediante una ideología de cura sino mediante una ideología de castigo".

Curación y custodia del enfermo mental son las contradicciones que presenta la lógica del sistema de salud a través de sus leyes. El manicomio no cura, encierra, oprime, despersonaliza, mata. El psiquiatra debería custodiar a los enfermos de los excesos a los que induce la locura, pero esto no sucede. Los excesos en una institución cerrada no son solamente la alienación y el diagnóstico, lo es también la falta de alimentación, la excesiva medicación, los experimentos que se realizan en nombre de la ciencia, las internas del poder expuestas entre las direcciones del hospital, los gremios (de profesionales, empleados), las curatelas sobre los pacientes internados.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





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Nota Jue Jun 17, 2010 12:01 pm
fuente: http://fcgjung.com.es/art_144.html



Entrevista a Franco Basaglia



¿Qué entiende usted por antipsiquiatría? ¿Considera justificado que se engloben bajo esta denominación actitudes distintas a las que adoptan Laing, Cooper y Esterson, los creadores del término?



Es muy difícil que una persona que se interesa por los problemas de la transformación de la psiquiatría pueda entender lo que quiere decir la asistencia al enfermo al margen de los esquemas tradicionales. El término “antipsiquiatría” ha sido objeto, últimamente, de muchas controversias. David Cooper, a quien se debe su creación, lo analiza en su libro La gramática de la vida, uno de cuyos capítulos se centra precisamente en el término “antipsiquiatría”. He leído el libro y me parece muy interesante constatar cómo el propio autor se maravilla de la suerte que ha tenido dicho término. Se maravilla de cómo y por qué esa palabra ha conseguido transformarse, de por sí, en un nuevo tipo de etiqueta para la psiquiatría. O sea, actualmente pueden distinguirse dos bandos: uno, amplio, de psquiatras, y otro, reducido, de antipsiquiatras.

Un hecho grave es que de la antipsiquiatría -o de lo que ha representado el movimiento generado por la antipsiquiatría- se intente rescatar tan sólo la faceta ideológica, olvidando el aspecto práctico. Es decir, muchas personas que no han tenido ninguna intervención en los problemas prácticos de la transformación psiquiátrica escriben libros sobre la antipsiquiatría con el fin de crear una nueva ideología de repuesto. En este sentido, rechazo de manera categórica la calificación de “antipsiquiatra”. No me interesa este esquema. Yo soy un psiquiatra porque soy consciente de mis deberes; de no ser así, debería cambiar de profesión. Si sigo ejerciendo en el sector público, o sea en la esfera estatal, es porque acepto mi estatus de psiquiatra, status que nada tiene que ver con el conformismo del intelectual integrado, del intelectual y del técnico que obran con el consentimiento del poder público y de la organización social, y que actúan falsamente desde un punto de vista democrático. Pienso que, como técnico, debo simplemente usar mi estatus para ayudar a superar las necesidades del público y del internado.

El hecho de que el término “antipsiquiatría” haya tenido tanto éxito se debe a la sed de nuevas ideologías por parte del poder establecido, el cual debe crear “nuevas ideologías” de repuesto para conseguir ese consenso que cada vez le resulta más difícil. Efectivamente, hoy en día, el único “consentimiento” que puede conseguir el poder es el que deriva de la violencia y de la represión. Y esto se verifica no sólo en la violencia y en la represión en sentido general y pública, sino, y sobre todo, a nivel de las instituciones destinadas a resolver las necesidades del ciudadano.

Antes he citado a Cooper por cuanto es a él a quien se remonta el término “antipsiquiatría”. Ronald D. Laing y A. Esterson también han sido incluidos en el campo de la antipsiquiatría, pero el mismo Laing rechaza el concepto que, para él, no quiere decir nada y no es más que una expresión de recambio.


- A veces, se ha comparado el manicomio con la cárcel. ¿Qué opina usted de ello?

Quien entra en un manicomio, aunque sea calificado como una institución hospitalaria, no es considerado como un enfermo, sino como un internado que va a expiar una culpa, de la que no conoce ni las causas ni la condena; es decir, desconoce la duración de esa expiación. Por otra parte, allí también hay médicos, batas blancas, enfermos y enfermerías, como si se tratara de un hospital, aunque, en realidad, no es más que un instituto de vigilancia donde la ideología médica constituye una coartada para legitimar una violencia que ningún órgano puede controlar, ya que el mandato confiado al psiquiatra es total, en el sentido que él representa concretamente la ciencia, la moral y los valores del grupo social del cual es su legítimo representante dentro de la institución. A pesar de ello, se afirma que en el último siglo se han dado pasos gigantescos hacia la conquista de la libertad y del destino humanos. La ciencia, en todos los campos, declara ir a la búsqueda de elementos siempre nuevos para poder liberar al hombre de sus propias contradicciones y de las contradicciones con la Naturaleza. Pero, si se analiza -y sobre todo si se actúa- el interior de una cualquiera de las numerosas instituciones creadas por nuestra ciencia y por nuestra civilización, constataremos lo poco que se ha hecho y cómo las innovaciones técnicas no han hecho más que dar un nuevo orden formal a determinadas condiciones, en las cuales la Naturaleza y el significado permanecían invariables.

En el campo específico de la reclusión -y en este término se pueden incluir tanto el manicomio como la cárcel-, desde la época del barco de los locos -que erraba por los mares con su cargamento de “anormales” e “indeseables”-, la ciencia y la civilización parecen no haber sido capaces de ofrecer nada más que un anclaje en las islas de la marginación y la reclusión, en las cuales “desviación enferma” y “desviación sana”, “culpable” y “responsable” -y, por tanto, “delincuente”- encuentran su justa ubicación. Para el hombre descarriado moralmente, la cárcel; para el hombre con el espíritu enfermo, el manicomio; para el hombre criminal y reconocido enfermo, el manicomio criminal. Esta ha sido la gran “conquista” de la ciencia hasta ahora.

A lo largo de siglos, locos, criminales, prostitutas, alcoholizados, ladrones y extravagantes de todo tipo han convivido en el mismo lugar donde las distintas facetas de su anormalidad resultaban niveladas por un elemento en común -el salirse de la norma y de sus cánones- debido a la necesidad de aislar al anormal del contexto social. Las paredes del hospicio limitaban, contenían y ocultaban al “endemoniado”, al “loco”, como expresión del mal involuntario e irresponsable del espíritu, junto al criminal, expresión del mal intencionado y responsable. Locura y criminalidad representaban esa parte del hombre que debía ser eliminada, erradicada y ocultada, hasta tanto que la ciencia no ratificase su neta separación mediante una individualización de los distintos caracteres específicos de los fenómenos.

Según el racionalismo iluminista, la cárcel tenía que ser la institución punitiva para quien violase la norma representada por la ley -la ley que protege la propiedad, que define los comportamientos públicos correctos, las jerarquías de la autoridad, la estratificación del poder, la amplitud y la profundidad de la explotación-. El loco, el enfermo de espíritu, quien se apropia de un bien habitualmente atribuido a la razón dominante - el extravagante que vive según las normas creadas por su misma razón o por su locura - , empezaron a ser clasificados como enfermos, para los cuales hacía falta una institución que marcara y definiese claramente los límites entre razón y locura, y en la cual se pudiera encerrar y aislar a quien atentara contra el orden público en cuanto a criterios de peligrosidad o escándalo públicos. Cárcel y manicomio -cuando ya estuvieron separados- siguieron conservando todavía la misma función de tutela y defensa de la “norma”, donde el anormal -por enfermedad o criminalidad- se transformaba en normal en el mismo momento en que quedaba circunscrito por esos muros que establecían una diferencia y un distanciamiento. Por tanto, la ciencia ha conseguido separar la criminalidad de la locura, reconociendo a esta última, por una parte, una nueva dignidad: la de la abstracción, o sea, su definición en términos de enfermedad; y por otra parte, a la criminalidad le ha reconocido un elemento humano, desde el momento que llega a ser objeto de búsqueda por parte de criminalistas y científicos que incluso “detectan” factores biológicos genéricos como base del comportamiento subnormal. A pesar de la separación científica de las dos entidades abstractas -criminalidad y enfermedad-, cada cual con su típica institución, prácticamente queda inalterada la estrecha relación de la una con la otra en cuanto al orden público, lo cual determina que las funciones de ambas instituciones, respecto a la defensa y la tutela de ese orden, permanezcan inalteradas.

Además, a pesar del reconocimiento abstracto de esta nueva dignidad, ni el criminal que tiene que expiar la ofensa hecha a la sociedad, ni el loco que debe pagar por su comportamiento incorrecto e impropio, han tenido nunca dignidad de hombres y las instituciones que han sido construidas para ellos -para su reeducación y redención por una parte, y para su cura y rehabilitación por otra-, no han visto modificar ni su función ni su naturaleza, continuando en su evolución sobre vías paralelas.


A través de la historia se denota cierta relación entre desarrollo económico y asistencia psiquiátrica. ¿Cuál es su opinión?

Estructura económica y función institucional coinciden siempre, a cualquier nivel de desarrollo; por tanto, no es casual que los manicomios comenzaran a estructurarse, en su sentido técnico y social, con el inicio de la Revolución Industrial, a principios del siglo XIX.

Todas las formas de asistencia pública alcanzan su más amplia configuración institucionalizada en el momento en que se separa lo “productivo” de lo “no productivo”. Efectivamente, la relación ya no se da entre el hombre y la sociedad, sino entre el hombre y la producción, lo que acarrea un nuevo uso discriminante de cada elemento -anormalidad, enfermedad, desviación, etcétera- que pueda constituir un estorbo para el desarrollo productivo.

Tan pronto como se ha reconocido que la verdadera finalidad de las instituciones -que en teoría han sido delegadas para la recuperación- es la eliminación, mediante distintas justificaciones científicas, no se puede ignorar cuáles son los grupos o los individuos que caen en sus redes: el proletariado y el subproletariado, para los cuales la posibilidad de rehabilitación o de recuperación no existe.

Para los grupos dominantes es muy fácil librarse de las instituciones represivas y de castigo que han sido creadas en defensa de las normas sociales establecidas por ellos. Y esto, no porque entre sus miembros no haya enfermos, locos o criminales, sino porque su estar enfermo, ser loco o ser criminal puede quedar englobado en el ciclo productivo. Si enfermedad y delito son acontecimientos y contradicciones naturales, es muy explicativa la casi total ausencia de quienes pertenecen a las clases dominantes en las instituciones de la enfermedad y de la delincuencia.


En algunos ambientes, existe la convicción de que debe pensarse en nuevas estructuras que respondan a los nuevos planteamientos acerca de las instituciones que prestan asistencia psiquiátrica. Según usted, ¿qué directrices deben presidir este cambio?

Actualmente, nadie pueden mantener que las instituciones cerradas no sean indignas de un país “civilizado”. Nadie desconoce las condiciones en que viven los internados y nadie puede rechazar la responsabilidad y esquivar la lucha para que las cosas, de alguna manera, puedan cambiar. Sin embargo, la transformación de las instituciones lleva inevitablemente de nuevo al punto de partida. La transformación, promovida por la necesidad de una adecuación institucional al desarrollo económico, no puede tener más significado ni distinta naturaleza que la anterior transformación, que ha hecho que las instituciones sean lo que son, con referencia a lo que eran. Dentro de la misma lógica, transformación, racionalización y control son las tres etapas de un proceso que se perpetúa continuamente a través del constante cambio formal de las cosas, sin que nunca incidan en la estructura, porque la transformación se da siempre como una respuesta técnica a una demanda económica y, por tanto, es siempre la ley económica la que exige la nueva racionalización técnica que sirve de control a la situación transformada.

Las ciencias humanas -y entre éstas la criminología y la psiquiatría- están preparadas para ofrecer nuevas instituciones como respuesta práctica a las nuevas ideologías con que se intenta fabricar el nuevo hombre. Pero este nuevo humanismo, que siempre reaparece en los momentos de crisis, es un fracaso, ya que las relaciones sociales permanecen invariables, y seguirán determinando las vejaciones del hombre sobre el hombre. La institución que puede nacer en defensa y custodia de la humanidad oprimida acabará transformándose en una nueva forma de opresión, para esa misma franja de humanidad.

Debemos ser conscientes de estos procesos para emprender una lucha a favor del hombre, la cual llegue a ser realmente una lucha para liberar a todos los hombres sin que sea una forma de reafirmar esa división innatural, determinada históricamente y que es aceptada e impuesta como cosa natural: la división de clases.


¿El trastorno mental es siempre una enfermedad, lo es sólo a veces, o no lo es nunca?

Las alteraciones de la personalidad, los trastornos mentales, responden a una situación humana y esto es válido siempre; en un segundo momento, esta situación humana se cataloga, y es ahí donde aparecen las etiquetas de enfermedad. La enfermedad es la burocratización de la necesidad que esa situación humana representa. El equívoco es que nosotros, como psiquiatras, tomamos el aspecto burocrático de la enfermedad y no la necesidad que ésta expresa. El médico -y esto que voy a decir puede ser también válido para otros especialistas- va en búsqueda de las enfermedades más sofisticadas, más complejas, más prolíficas de síntomas, para determinar después si se está más o menos enfermo: cantidades, gradaciones, matices... Entonces nos hallamos frente al problema del lenguaje técnico, un vocabulario eufemístico, un conjunto de palabras que complejifican el fenómeno, pero que dejan intacta la necesidad. No interesa ni sirve decir que los manicomios encierran “gente que rechaza su propia vida”. Eso no es teoría. La teoría sólo es posible cuando surge como reflexión sobre la propia práctica transformadora. Si no se teoriza sobre estas bases, lo único que se consigue es reformular una nueva ideología que coloca palabras para explicar la enfermedad, pero que no descubre las necesidades de la persona enferma.

Estamos viviendo un momento en que se tiende a complefijicar permanentemente la explicación de los hechos. Se producen análisis complicadísimos -destinados a grupos selectos- sobre situaciones simples, porque la complicación está al servicio de la confusión y ésta, a su vez, es un arma del dominio.

Un nuevo libro de Basaglia para la biblioteca electrónica: Basaglia.Franco.-.La.mayoría.marginada.[Laia.1977].[ensayo.antipsiquiatría].[eBook.-#018.by.Halleryana].pdf

[Editado por el comité de RBM para incluir el enlace en el primer mensaje. Muchas gracias, compañero Haller.]

Salud.

Franco Basaglia, en "La antipsiquiatría y las nuevas técnicas, en Zona Erógena, nº 3, 1991, escribió:De vez en cuando se confirma un cierto equívoco sobre la antipsiquiatría al entenderla como una nueva técnica especializada" de la ciencia psiquiátrica. La antipsiquiatría (me gustaría aclarar mi criterio sobre esta cuestión ya que el movimiento que yo represento en Italia se puede definir como anti-institutional o antipsiquiátrico) no es una técnica, ni una nueva metodología a incluir dentro del campo psiquiátrico, sino un movimiento de negación y de transformación que tiende a poner en discusión los esquemas y parámetros que se consideran como valores absolutos. Es pues, un movimiento crítico que va más lejos del simple problema especializado enfrentándose a una ciencia que ha pasado a ser metafísica, dogmática, y que no responde a nivel práctico al enfermo y a su enfermedad, sino que se limita a la separación del sano y del enfermo y, por consiguiente, a la codificación de la enfermedad siguiendo unos esquemas establecidos como inmutables.

En este movimiento podemos encontrar el proceso a través del cual las técnicas del pasado y las actuales, psiquiátricas y psicoterapéuticas, han vivido su momento antipsiquiátrico -la nueva hipótesis crítica frente a la regla codificada- antes de perder su carácter dinámico y antes de transformarse, a través de la racionalización de sus métodos, en una nueva forma de control.

Lo que, sin embargo, parece caracterizar al movimiento antipsiquiátrico y, más aún, al movimiento anti-institucional y que ha provocado las reacciones del círculo psiquiátrico es, quizá, la negativa a convertirse en un modelo técnico definido (es decir, la negativa a racionalizar su propio método para poder continuar en la tentativa de respuesta a la realidad) y la toma de conciencia de la función de todas las ciencias humanas (incluida la psiquiatría) como instrumentos de conservación de los valores dominantes. En definitiva, la agresividad manifestada respecto del movimiento antipsiquiátrico y anti-institucional se explica en tanto que, con dicho movimiento, el problema de la asistencia psiquiátrica sale del coto cerrado de los especialistas y pasa a ser un debate público cuya significación y naturaleza deben comprender los propios usuarios del servicio (el debate no puede ya resolverse sólo a un nivel científico, sino que deberá ser verificado con el objeto de la psiquiatría -el internado de nuestros manicomios- como resultado del derecho que le da su quiebra).

Respecto a la acusación de la excesiva politización de un campo que debería guardar la neutralidad típica de una intervención científica, se puede decir que lo que caracteriza al movimiento anti-institucional es precisamente la toma de conciencia de la función del control (al servicio del poder) implícita en el papel de los psiquiatras como protectores del orden público.

La diferencia cualitativa entre la "Flichiatrie" (psiquiatría represiva) y la "politichatrie" (la politización de la psiquiatría, en el lenguaje de mis colegas franceses) es, precisamente, el hecho de que esta última ha tornado conciencia de ser una "flichiatrie" e intenta oponerse a este papel y denunciar prácticamente su función.

La acusación de excesiva politización vale, pues, si uno se contenta con creer en la neutralidad de la ciencia, aunque esto es difícilmente sostenible si se time en cuenta lo que ocurre en aquellas clases sociales a las que pertenecen los que reciben todas las sanciones de nuestras instituciones represivo-punitivo-terapéuticas.

La definición de la enfermedad asume, de hecho, significaciones y evoluciones diversas según la condición social de los pacientes y es un poco problemático -o un mucho descarado- continuar sosteniendo ese principio de neutralidad.

Así, la experiencia anti-institucional o antipsiquiátrica no puede ser entendida como una técnica sino como un movimiento global que incluye el mundo existencial, social y político tanto del enfermo como del que trabaja en el campo social. Sólo bajo esta dimensión global se pueden comprender el tratamiento, la terapia, la curación, como lo que son, esto es una ocasión y un instrumento de discriminación para eliminar el mayor número de elementos posibles de perturbación social. Orden público y enfermedad mental están siempre estrechamente asociados ya que la enfermedad no es nunca tratada como problema técnico específico sino como manifestación anormal del comportamiento que sobrepasa el límite que la sociedad ha establecido.

En este sentido el psiquiatra debe, en primer lugar, comprender que no puede limitarse a establecer los cánones del grupo social al que representa determinando cuál es el enfermo que debe aceptar y restablecer y cuál es el que ha de eliminar sino que, más bien, lo que determina en realidad es su propia adhesión a los valores dominantes y su capacidad de adaptación a los mismos.

Los manicomios, la "naturaleza" de los internados y la práctica del psiquiatra en los mismos son una demostración permanente de lo dicho.

Hablar de tratamiento durante el largo período de los estados psicóticos significa, por consiguiente, según el planteamiento antipsiquiátrico, hablar de tratamiento durante el largo período de las instituciones-manicomio en las que es la vida institucional misma la que cronifica y psicotiza cada tipo de problemas, imponiéndoles el aspecto de enfermedad-manicomio. Pero una vez lograda la transformación de las instituciones psiquiátricas, mediante las nuevas técnicas de manipulación y de control, la comunidad externa comprende que puede utilizarlas en las instalaciones denominadas libres -familia, escuela, fábrica, ejército...- como amplificación y dilatación del poder. En el futuro, según esta lógica, no habrá ya más tratamientos durante los largos períodos de los estados psicóticos sino que estaremos todos englobados en un largo tratamiento en el mundo de la psicoterapia, de la ergoterapia, de las técnicas de rehabilitación de acuerdo con un centro de poder cada vez más restringido que delegará en los técnicos la función de crear continuamente nuevas ideologías para utilizarlas como instrumentos de discriminación y de división.


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