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CLAUDÍN, Fernando (1915-1990)

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Fernando Claudín

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Introducción

En Filosofía en Español se escribió:Político e ideólogo comunista y socialista español, nacido en Madrid en 1915. Estudiante de Arquitectura, ingresó en 1933 en las Juventudes Comunistas. Intervino activamente en el proceso de unificación de las Juventudes Socialistas con las Juventudes Comunistas, el 1º de abril de 1936. Miembro del Partido Comunista de España durante la guerra civil, tras la derrota de 1939, y en el exilio de México, formó parte, junto con Santiago Carrillo, Joan Comorera, Pedro Checa y Antonio Mije, del secretariado del PCE que dirigía Vicente Uribe. En noviembre de 1947, Claudín y Uribe fueron los jueces del proceso interno de depuración que, en Moscú, se efectuó en el Partido. En 1954, tras el V Congreso del PCE, los jóvenes (Carrillo y Claudín) mantienen un combate político y de sucesión con los más veteranos (Dolores Ibárruri y Uribe). En febrero de 1956 asiste en Moscú al XX Congreso del PCUS. Dolores le ha invitado con la intención de conocer y poner coto al creciente protagonismo que iba adquiriendo Santiago Carrillo en París. En el Pleno del Buró Político del PCE que se celebra en Bucarest en abril y mayo de 1956 (los nueve miembros del Pleno eran: Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo, Antonio Mije, Ignacio Gallego, Manuel Delicado, Cristóbal Errandonea, Vicente Uribe, Enrique Líster y Fernando Claudín), se intentarán resolver las diferencias. Dolores pacta con los jóvenes, determinando la caída de Vicente Uribe, y produciéndose el ascenso de Santiago Carrillo a la Secretaría General del PCE, convirtiéndose Fernando Claudín en el dirigente más importante tras Carrillo.

Tras el VI Congreso del Partido Comunista de España (1960), Claudín formaba parte del Comité Central del Partido y de sus dos órganos más importantes, el Comité Ejecutivo y el Secretariado (Santiago Carrillo, Fernando Claudín, Ignacio Gallego, Antonio Mije y Eduardo García). Pero las divergencias de análisis, sobre todo acerca de la situación real de España a principios de los años sesenta, fueron colocando a Fernando Claudín en posiciones entonces enfrentadas a las de Santiago Carrillo. «Durante una discusión dentro del C.E., que se ha prolongado desde enero hasta abril [de 1964], F. C. ha expuesto y defendido posiciones que están en contradicción radical con los acuerdos y el programa del VI Congreso, con la línea general del Partido. A pesar de los esfuerzos realizados por el C.E. ha sido imposible llegar a un acuerdo. Además, F.C. ha declarado no estar dispuesto a defender una línea con la que discrepa y ha pedido se sometan a consideración y decisión del C.C. sus divergencias.» Claudín expuso ante el Comité Ejecutivo sus posiciones el día 27 de marzo de 1964. El Comité Central condenó las posiciones de Claudín, y como Claudín habría difundido su escrito «en algunos círculos del interior y de la emigración, acompañado con una carta dirigida a los militantes del Partido; este documento ha llegado incluso a conocimiento de corresponsales de la prensa burguesa internacional», el Partido consideró que Fernando Claudín se había convertido en adalid de una Plataforma de oposición, que organizaba reuniones fraccionales y trataba de ganar adeptos, y fue expulsado del Partido en noviembre de 1964, junto con Federico Sánchez (nombre de batalla de Jorge Semprún Maura) y otros militantes revisionistas. Incluso se dedicó todo un número de Nuestra Bandera, revista teórica y política del partido comunista de españa (el nº 40, enero de 1965) a publicar el «Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín, acompañado de las notas críticas de la redacción de Nuestra bandera».

En noviembre de 1964 se produce el desenlace del aireado «caso Claudín», importante fisura en la principal organización de oposición al franquismo, convenientemente amenizada por la prensa burguesa francesa y tantos otros interesados y, al mes siguiente, en diciembre de 1964, la Editorial Ruedo Ibérico, que mantenía en París el anarquista José Martínez Guerricabeitia, y que atravesaba una importante crisis económica, lanza una suscripción de acciones que fue muy bien acogida y les permite abordar nuevos proyectos. Fue precisamente Fernando Claudín el que puso nombre, Cuadernos de Ruedo Ibérico, a una nueva revista de oposición al franquismo que venían proyectando en París, una vez que, en marzo de 1965, se integraron formalmente Jorge Semprún y Claudín al proyecto. En el primer número de Cuadernos de Ruedo Ibérico (junio-julio 1965) figuran precisamente como redactores jefe el anarquista José Martínez y el comunista expulso Jorge Semprún Maura.

Una vez fallecido el general Franco en 1975 y restaurada la monarquía borbónica, volvió Fernando Claudín a España, donde formalizó su vinculación con el PSOE, que le nombró director de la Fundación Pablo Iglesias. Como es natural, también fue colaborador del diario El País. [En 1988 el socialista Felipe González nombraba Ministro de Cultura a Jorge Semprún Maura; poco más tarde Santiago Carrillo también abandonaba el PCE para irse acercando a la socialdemocracia y de nuevo al PSOE, en cuyas Juventudes había iniciado su carrera política.] Falleció Fernando Claudín en Madrid, el 16 de mayo de 1990.


Bibliografía cronológica de Fernando Claudín

* Los intelectuales con la juventud [Informe pronunciado el día 17, en la séptima sesión de la Conferencia Nacional de Juventudes, enero 1937], 3ª ed., Edit. Guerri, Valencia [s.a.] 16 págs.
* Nosaltres defensem la cultura [Discurs pronunciat en la Conferència Nacional de la Joventut a Valencia], Joventut, Barcelona ? 1937?, 16 págs.
* Dos concepciones de la vía española al socialismo, 1966
* La crisis del movimiento comunista. De la Komintern al Kominform, Prefacio de Jorge Semprún, Ruedo Ibérico, París 1970, 680 págs.
* Marx, Engels y la revolución de 1848, Siglo Veintiuno de España (Biblioteca del Pensamiento Socialista), Madrid 1975, 457 págs.; 2ª ed.: 1976, 3ª ed.: 1981. 4ª ed.: 1985.
* Eurocomunismo y socialismo, Siglo Veintiuno (Biblioteca del Pensamiento Socialista), Madrid 1977, 181 págs.
* Documentos de una divergencia comunista, Iniciativas Editoriales (El viejo topo), Barcelona 1978, 315 págs.
* Interrogantes ante la izquierda (junto con Manuel Azcárate), Ediciones 2001, Barcelona 1980, 155 págs.
* ¿Crisis de los partidos políticos? [et al.], Dédalo, Madrid 1980, 206 págs.
* La oposición en el «socialismo real»: Unión Soviética, Hungría, Checoslovaquia, Polonia: 1953-1980, Siglo Veintiuno de España, Madrid 1981, 30 págs.
* Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general, Planeta (Colección Documento 112), Barcelona 1983, 394 págs.
* La Era de Gorbachov: la perestroika [por Fernando Claudín, Konstatin Mozel, Manuel Azcárate], Centro de Estudios Constitucionales (Cuadernos y debates, 8), Madrid 1988, 135 págs.





Bibliografía compilada (fuente | fuente)





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Nota Jue Mar 25, 2010 4:37 am
Fernando Claudín, en "Introducción" a La crisis del movimiento comunista. I. De la Komintern a la Kominform, ed. Ruedo Ibérico, colección ‘Biblioteca de cultura socialista’, París, 1970, escribió:El año 56 fue para mí, como para tantos otros comunistas, el comienzo de la ruptura con una confortable y optimista representación del estado y las perspectivas de nuestro movimiento. Hasta entonces su pasado y presente -e incluso su futuro- no eran problema. Marx y Engels, Lenin y Stalin, los supergenios de la humanidad, habían despejado todas las incógnitas fundamentales. Cierto, el camino de la revolución resultaba más largo y espinoso de lo que supusimos en nuestra juventud, describía una gran curva -por los países atrasados- no prevista por Marx, pero seguía pareciéndonos diáfano y seguro. Instaurado definitivamente en la sexta parte del globo habitado, el socialismo empezaba a ser construido con el mismo éxito en nuevos países, mientras que el capitalismo se debatía agónicamente en la “segunda etapa” de su “crisis general”. La victoria de la gran revolución china anunciaba el derrumbamiento de la “retaguardia colonial” del imperialismo. En el resto del planeta nosotros, los comunistas, gentes de un “temple especial”, constituíamos la única fuerza revolucionaria consciente y organizada. Dotados de una teoría científica, archicomprobada en la práctica, y respaldados por la formidable superpotencia que había aplastado a los ejércitos hitlerianos, el porvenir nos pertenecía indiscutiblemente. Las derrotas pasadas se explicaban por las “condiciones objetivas” y las “traiciones de la socialdemocracia”: nuestra política siempre había sido justa en lo esencial. Desaparecida la Internacional Comunista, seguíamos contando con un guía tan sabio y experto como el partido de Lenin y Stalin, cuya ayuda en todos los órdenes compensaba las insuficiencias de los otros partidos comunistas, sus discípulos. En una palabra, el triunfo final, a escala planetaria, estaba asegurado. Era cuestión de tiempo, perseverancia y esfuerzo.

Las revelaciones del “informe secreto” de Jruschev y las sublevaciones de los proletarios e intelectuales húngaros y polacos contra el sistema estaliniano destruyeron de golpe esa representación confortable y optimista. Y sobre sus ruinas se alzaron inquietantes signos de interrogación. Entre ellos, uno que englobaba todos los demás: ¿Qué marxismo era el nuestro -en su doble vertiente teórica y práctica- que en lugar de servirnos para descifrar la realidad nos la ocultaba y mistificaba? En mi caso, la respuesta a este interrogante capital fue abriéndose paso a través de un largo y penoso ajuste de cuentas con veinticinco años de educación estaliniana, y de sucesivos conflictos en el seno de la dirección del Partido Comunista de España (a la cual pertenecía desde 1947). Junto con Federico Sánchez [Jorge Semprún] -el más joven de la dirección, cuya evolución había sido similar a la mía- fui expulsado del partido en 1965. Como según la sabiduría popular no hay mal que por bien no venga, este inevitable acontecimiento me dejó tiempo libre y libertad de espíritu para darme hasta el fin, en el límite de mis conocimientos y experiencias, la respuesta que buscaba al interrogante más arriba formulado. Tal es el origen de este libro.

En el curso de la investigación emprendida llegué a una conclusión que inicialmente no era evidente para mí: el movimiento comunista -el partido estaliniano, tanto en sus dimensiones nacionales como internacionales, lo mismo en el ejercicio del poder que como instrumento de lucha por el poder- había entrado en los años cincuenta en una crisis general, irreversible. Y por su propia naturaleza no tiene posibilidad de autotransformarse, de “negarse” en el sentido hegeliano. Lo que no excluye, naturalmente, que fracciones más o menos importantes de ese movimiento contribuyan a crear la nueva vanguardia revolucionaria marxista, cuya necesidad en los tiempos que corren ofrece pocas dudas. Es preciso distinguir entre la subjetividad revolucionaria de innumerables comunistas y el sistema ideológico-organizacional que la esteriliza.

Digo nueva vanguardia revolucionaria marxista, porque a mi juicio -el trabajo sobre el tema de este libro disipó las dudas que me habían asaltado al respecto- lo que ha fracasado históricamente no es el marxismo, sino determinada dogmatización y perversión del pensamiento marxiano. Su esencia crítica-revolucionaria, no pocas de sus principales concepciones y tesis, siguen vivas, actuales. A condición, claro está, de que nos decidamos resueltamente a situar Marx en su tiempo histórico, y a continuarlo de acuerdo con el nuestro. O en otros términos: a considerar y utilizar el marxismo de manera marxista. Lo que implica, entre otras cosas, no perder de vista que en la propia función que desempeña de ideología del movimiento revolucionario existen las premisas de su dogmatización y perversión. Por algo la estaliniana no ha sido la primera, y quién sabe si será la última, de esas deformaciones. Mi investigación de la crisis del movimiento comunista es un intento de utilizar el marxismo, así concebido, para la crítica del marxismo mismo, tanto en sus formas muertas como vivas.

El problema que abordo es tan vasto y complejo que su esclarecimiento sólo puede resultar de múltiples contribuciones en todas las ramas de las ciencias sociales. No pocas existen ya, pero el grueso de la tarea está por delante. La mía es una contribución más, circunscrita en lo esencial a la esfera política. No es una historia del movimiento, sino un análisis de los principales factores y procesos que han determinado su crisis. Lo que acentúa, indudablemente, su aspecto “negativo”. Pero si esta negatividad ayuda en algo a desbrozar el camino hacia nuevas formas del movimiento revolucionario, liberadas en la medida de lo posible de los mitos, las ataduras y los errores del pasado, será -como es mi intención- una negatividad dialéctica, marxista.

No hace falta decir que este libro no es sólo una crítica del movimiento comunista sino una autocrítica del autor. Pero este último aspecto no tiene la más mínima importancia.



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