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INGRAO, Pietro (1915-2015)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Pietro Ingrao

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Introducción

Francisco Fernández Buey, en "Elogio de Pietro Ingrao", en El País, el 4 de octubre de 2002, escribió:Nacido en [Lenola, provincia de Latina (Italia), el 30 de marzo de] 1915, Pietro Ingrao estudió derecho y letras en la Italia de Mussolini. Fue allí un universitario antifascista. Desde joven se sintió atraído por el cine: colaboró con Luchino Visconti, como guionista y ayudante de dirección, en la película "Ossesione". Después de la liberación, entre 1947 y 1956, dirigió L'Unità, uno de los mejores periódicos comunistas europeos de todos los tiempos, donde se dieron cita diaria algunos de los más serios intelectuales italianos de la época. De ahí, de aquella colaboración en la togliattiana 'batalla de las ideas', nació un periodismo culto, informado, comprometido y combativo que en los años de la guerra fría influyó mucho no sólo en Europa, sino también en América Latina.

En las décadas centrales del siglo XX se decía que Ingrao representaba la izquierda de la izquierda política, la izquierda del partido comunista italiano, el mayor, más culto y mejor organizado de los partidos comunistas de la Europa occidental. En 1966, en el XI Congreso del PCI, Ingrao reivindicó el derecho a la disidencia. En 1968 presidía el grupo parlamentario comunista. En 1976 fue elegido presidente de la Cámara de Diputados. Lo fue durante tres años. Mientras tanto, Ingrao alternó el trabajo político con la presidencia del Centro de Estudios para la Reforma del Estado, una institución que impulsó interesantísimas publicaciones, como la revista Democrazia e diritto. Cuando se hundió el llamado 'mundo socialista' y el PCI abandonó su identidad, Ingrao quedó en medio, fuera del PDS y fuera de Rifondazione Comunista [ingresó en el primero, mayoritario, durante un breve período de tiempo]. En 1993 se quedó sin partido [aunque ingresó en Rifondazione Comunista en las elecciones europeas de 2004], pero no se retiró: se dio a conocer como poeta y siguió pensando en aquellas cosas que muchos políticos llaman 'imposibles' y sin las cuales no se puede pensar de verdad. Eligió entonces frecuentemente la forma dialogada de comunicar y en 1998 fundó para eso, con Rosana Rossanda, Luigi Pintor, Lucio Magri y Fausto Bertinotti la revista de Il Manifesto.

Siempre fue Ingrao, ya desde la época de Togliatti, un comunista incómodo, independiente, con pensamiento propio, brillante en el análisis escrito y brillantísimo en la comunicación oral de las ideas. Le recuerdo, como ejemplo admirado, en los mejores años del PSUC aquí, cuando se acababa de traducir su libro Las masas y el poder (Crítica, 1978). Le recuerdo, aún fascinado yo por su verbo fresco y pleno de matices, en una mesa redonda organizada por los jóvenes comunistas en la fiesta romana de L'Unità cuando el PCI era todavía la principal fuerza político-cultural de Italia: Ingrao tenía ya casi setenta años, pero conectaba como nadie con las preocupaciones de los jóvenes, abierto, como fue siempre, a los retos que había de abordar el socialismo. Le recuerdo, finalmente, ya en las horas bajas del comunismo italiano, en uno de los proyectos del centro para la reforma del Estado, por su agudo diagnóstico de la evolución de la democracia en Europa y por sus ideas innovadoras sobre la relación entre los de abajo y la política. Él fue de los primeros en proponer la ampliación de la democracia representativa en democracia participativa. Como fue también de los primeros en darse cuenta de la importancia de la crisis ecológica y de la necesidad de incorporar el ecologismo al programa comunista. Y de los primeros en impulsar el nuevo pacifismo que estaba rebrotando al calor de las manifestaciones de los años ochenta.

Aunque Ingrao ha sido un símbolo para muchos aquí, se ha traducido poco al catalán y al español. Menos, desde luego, de lo que merecía su obra abierta y crítica, su reflexión aguda sobre lo político y lo social. Ingrao ha sido un político cultísimo con alma de poeta. Pero su poesía -Il dubbio dei vincitori (1986), L'alta febbre del fare (1994), Sul calar della sera (1990)- es casi desconocida entre nosotros. Su libro autobiográfico, Le cose imposibili, publicado en Italia en 1990, no ha pasado de ser aquí un libro de culto para unos pocos. Y la principal recopilación de sus escritos e intervenciones políticas, Interventi sul campo, está también por traducir. [Publicó, en 1995 en colaboración con Rossana Rossanda, el libro Appuntamenti di fine secolo ("Balance en el final de siglo")].





Ensayo





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Nota Dom Oct 30, 2011 3:03 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=676



Entrevista con Pietro Ingrao

"No podemos romper el gobierno de centroizquierda por eso"




La Stampa // 20 de julio de 2006

Traducción para Sin Permiso: Leonor Març





    El nonagenario Pietro Ingrao, legendario dirigente del ala izquierda del PCI y reconocido militante pacifista reflexiona en esta entrevista concedida el pasado jueves al diario turinés La Stampa sobre la política exterior del nuevo gobierno italiano de centroizquierda. Es recomendable, como contrapunto a las opiniones de Ingrao, leer la entrevista del diario Il Manifesto al analista y veterano luchador de la izquierda y el pacifismo italianos Marco Revelli (para verla, pulse aquí).

    La Cámara de Diputados acaba de votar el proyecto de ley que refinancia las misiones militares en el extranjero, incluida la de Afganistán. Un puñado de diputados de la izquierda radical y pacifista ha votado no, contra el gobierno que apoyan, contra Prodi, el centroizquierda y aun su propio partido (Refundación Comunista). A pesar de todas las consideraciones, se han mostrado como pacifistas intransigentes, sin peros ni gobiernos amigos. También Pietro Ingrao es un pacifista intransigente, sin peros, pero esta vez...




Esta vez, si Pietro Ingrao estuviera en el parlamento, ¿qué habría votado?

Habría votado sí. Creo que este desgarrón producido por algunos compañeros de Refundación [Comunista] no es una cosa buena; francamente, no estoy de acuerdo con este acto de disenso. Y espero ardientemente que en el Senado, en donde la mayoría tiene pocos votos de margen, ese disenso vuelva al redil. Consideraría grave hundir, o aun dañar seriamente al incipiente gobierno de centroizquierda, concediéndole espacio a Berlusconi. Sería un absurdo.


Sin embargo, usted ha librado una batalla de cuarenta años por afirmar el derecho al disenso en el PCI y en la política en general.

Un momento, por favor; yo siempre he defendido, y también hoy, el derecho al disenso, y no creo que los disidentes sean “traidores” a los que haya que dar caza. Pero creo que el suyo es un error político grave. El error, esto es, de ver sólo lo que pasa en Afganistán, de encapsularse allí. Pero hoy la cuestión afgana se plantea en un contexto más amplio: del Iraq a Israel, pasando por el Líbano y Palestina. Yo invitaría a esos compañeros disidentes a defender la substancia y el conjunto de la nueva política exterior italiana.


¿Y qué juicio le merecen a usted estos primeros movimientos de Prodi y D'Alema [el ministro de asuntos exteriores]?

Un buen juicio. Me parece que la posición del gobierno, y del ministro de exteriores en particular, tiene buenas razones. Yo nunca había visto posiciones críticas tan netas como las expresadas por D'Alema en los asuntos atinentes a la política israelí. ¿Cómo no habría de entender que eso es una novedad de todo punto positiva? ¿Cómo puedo pensar en Afganistán, sin considerar Iraq, una guerra de la que, finalmente, nos vamos? ¿Cómo, en suma, se puede ser ciego al hecho de que mientras la situación en Oriente Medio empeora de hora en hora, el gobierno italiano adopta una posición sabia?


¿Nota usted una solución de continuidad con la política exterior del anterior gobierno?

¡Vaya si la noto! Teníamos a Berlusconi, que ató a Italia de pies y manos a la agresión americana al Iraq. Apoyar hoy al gobierno significa apoyar un cambio neto frente a lo anterior, desde el Iraq, en donde el conflicto está siempre presente, hasta la tragedia que ha estallado ahora en Oriente Medio. Mi posición crítica sobre Afganistán la tengo ahora que mesurar a la vista del escenario mundial, si no, pierdo la brújula y dejo de ver el horizonte. Si, en cambio, miro a lo lejos, veo que el gobierno italiano se está moviendo en pos de un equilibrio difícil entre posiciones pugnaces, a fin de contribuir a soluciones de paz. Así pues, el valor de mi voto lo tengo que ponderar considerando todas esas cosas, no sólo Kabul.


Una parte del movimiento pacifista, y obviamente los disidentes mismos, apelan empero a la coherencia: siempre hemos votado no, ¿por qué deberíamos cambiar ahora? ¿Sólo porque se trata de un gobierno amigo?

No es una cuestión de gobiernos amigos o enemigos, sino de cómo intervenimos eficazmente sobre el nuevo incendio que se propaga por toda el área medioriental. Y entonces la coherencia está fuera de lugar, porque cuanto más se restrinja el caso a un solo aspecto (Afganistán), más divisiones se crearán en un campo que, al contrario, necesita mantenerse unido para poder gravitar sobre el nuevo drama que se ha abierto. Si no se opera en este nuevo escenario trágico, a fin de construir una sólida iniciativa de gobierno, sostenida de modo compacto por toda la Unione, fracasaremos en la primera cuestión crucial planteada, arriesgándonos además a darle juego de nuevo al derrotado Berlusconi. Esa es la sal de la política.


En el verano de 1990, cuando el PCI –aún existía— se abstiene respecto de la resolución de la ONU que daba prácticamente vía libre a la primera guerra del Golfo, usted disintió de su partido. Hizo una apasionada intervención en la Cámara, y votó en contra. ¿No son los disidentes de hoy como los de entonces?

Repito que no pongo en discusión su derecho de disentir. Lo que está en cuestión es el problema, y el problema de ahora es muy distinto del problema de entonces. Digámoslo así, un poco brutalmente: yo tenía razón, y ellos andaban equivocados. La razón que yo tenía se ha visto luego, con todo lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo aún en el mundo. Su error, en cambio, es no ver el mundo en su conjunto, sino sólo la cuestión afgana, que me parece secundaria vistas las cosas en su conjunto. Secundaria también para la política exterior italiana: ¿qué clase de gobierno de centroizquierda sería éste, si no ponderara ante todo la situación en función de la nueva tragedia que está desarrollándose ante nuestros ojos?


A propósito, ¿usted es favorable a una fuerza multinacional de la ONU, con cascos azules italianos, en aquellas zonas?

En principio, obviamente, sí. Pero es preciso preguntarse antes si la ONU existe aún, y me parece que existe poco. Aniquilada, cancelada, reducida incluso a una marioneta en manos del presidente de los EEUU. Ojalá se consiga ahora restituir a la ONU aquel papel que le ha sido arrebatado, también con nuestra complicidad. La ONU misma debería pugnar por recuperar su autonomía, su pureza. Empezando por el caso de Iraq, en donde está o debería estar, pero ni se ve ni se siente.

Nota Dom Oct 30, 2011 3:30 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=730



Entrevista con Pietro Ingrao

"Hemos sido derrotados, pero hemos vivido una experiencia extraordinaria. Hoy, a veces, el horizonte de la política me parece que se ha hecho más chico y más angosto"




Gabrielle Polo

Il Manifesto // 9 de septiembre de 2006

Traducción para Sin Permiso: Leonor Març





    Yo quería la luna, ardientes vivencias y atormentados recuerdos que tejen la historia personal con la experiencia colectiva del comunismo italiano. Pietro Ingrao acaba de publicar con ese título sus esperadas memorias. Gabrielle Polo le entrevistó para Il Manifesto el pasado 9 de septiembre.





imagenMirar hacia atrás para reflexionar sobre una vida intensamente política, para contar las virtudes de un mundo, pero sobre todo, y sin piedad, los propios "pecados", los errores. En una confesión pública que no busca absoluciones, sino razones. Pietro Ingrao envía a las librerías Volevo la luna (Einaudi, 376 págs., 18,50 euros): más que una autobiografía, la investigación de un recorrido en el que él mismo figura "como parte de un sujeto que se sentía protagonista del mundo y de su transformación". El sujeto es el movimiento comunista –o mejor, el comunismo italiano—, que es el centro de toda la narración. Con sus problema abiertos.


La reflexión autocrítica es el hilo conductor de tu libro. ¿Qué has querido transmitir con este trabajo?

La sensación, muy nítida, de una derrota de la que me convenzo a finales de los años 70, junto con la necesidad de reflexionar a fondo sobre nuestra historia y sobre la realidad, a fin de repensar nuestras categorías y reflexionar sobre el sujeto político. Tenemos que rediseñar nuestros "mapas".


¿Quieres decir que sólo en la derrota se puede llegar a averiguar la verdad y a poder declararla?

Es una afirmación un poco tajante, aunque puede que para algunos sea así. Para mí se trataba de abrir camino a partir de la convicción nítida de una derrota concreta y dramática. Piensa qué golpe fue para nosotros la ocupación soviética de Praga en 1968, que ponía fin a un intento –apoyado por nosotros— de renovación democrática del socialismo. Todo nuestro mundo estaba en ebullición desde hacía tiempo y nosotros estábamos un tanto paralizados en la elaboración. Con el 68-69, sobre todo en Italia, se pone en discusión el concepto de representación –en lo que hace al sindicato, en los metalúrgicos el proceso llegó a ser arrollador—, y de ahí surge en mí una pregunta sobre la acción política en general. No sólo qué hace el Partido Comunista italiano, o qué es la Unión Soviética, sino qué es propiamente la política, y más profundamente, la convicción de que el sujeto revolucionario es, como escribo en el libro, "algo que se hace a partir de lo múltiple, el encuentro fluctuante de una pluralidad oprimida que construye y verifica su rostro en la lucha". Es algo más que una crítica de izquierda del estalinismo.


El 68-69, sin embargo, parecía ofrecer una ocasión que no anunciaba derrota alguna. ¿Por qué no aprovechó el PCI esa "ocasión", por qué, por ejemplo, no te impidió a ti –las palabras son tuyas— cometer un error grave como fue la expulsión del grupo de Il Manifesto? ¿Por qué prevaleció el principio de la fidelidad a la organización

Porque yo no creo en el minoritarismo. Con los compañeros del manifesto siempre hubo y hay una gran relación de solidaridad y amistad, pero no me pareció que fuera válida su propuesta de entonces sobre el asunto del sujeto político. Recuerdo las discusiones con ellos. Yo conocía bien el PCI, y les había dicho: "Os echarán". Pero entrando más en harina, a mí no me resultaba clara su propuesta sobre el sujeto que había que poner por obra. Por lo demás, en lo que a mí hace, cometí el error grave y absurdo de votar a favor de su expulsión. Ese límite en la construcción del sujeto político lo he hallado luego en vosotros, los del manifesto, incluida la experiencia que vivido con vosotros en la Revista de los años 90. Un minoritarismo testimonial, que no me ha persuadido.


Entonces, tu autocrítica es esencialmente ética, como frente al pecado.

No, no hago valoraciones morales. Fue un doble error, el mío. El primero, sin duda, humano: abandonaba a mis amigos. Sobre todo la expulsión fue una decisión políticamente estúpida, no abría una discusión positiva, no hacía avanzar la consciencia común, valorando y comprendiendo las razones del desacuerdo en el propio campo.


Pero hubo una gran discusión en el Partido Comunista, en todas las federaciones, las actas fueron publicadas...

Pero todo estaba fijado desde el comienzo, aquella discusión fue sólo una formalización de una decisión tomada de antemano. En cambio, habría que haber usado aquella fractura para hacer frente a la crisis del leninismo. Ése era el nudo que precisaba atención.


A propósito del leninismo, y seguimos en los párrafos dedicados al Manifesto, tu hablas de ajustar cuentas con su "doloroso traspaso". Eso "doloroso" parece casi un lamento, que como si dijeras que hay que admitir aquella defunción, pero estamos en presencia de una ausencia de alternativas, ante un vacío.

Decir que no había alternativa es demasiado pobre, y a fin de cuentas, inútil: pero, sin duda, el filón del que nos habíamos nutrido había dejado de ser utilizable. Todos sabíamos que en la URSS no había ya interlocutores. Pero el vacío de que hablas es incluso más fuerte a falta de una reflexión sobre la necesidad de crear un nuevo sujeto que sea el fruto de la "multiplicidad" de que antes hablábamos.


Lo "múltiple" da un gran sentido a la democracia, no sólo como una serie de reglas a respetar, sino sobre todo como práctica, a partir del respeto del disenso. ¿Tan imposible era, antes de los 70, permitir la manifestación del desacuerdo fuera de los reducidos grupos dirigentes?

De hecho ha sido así. Quien disentía, lo pagaba duramente, con métodos policiales, incluso, sobre todo en la vieja guardia. Como escribo en mi libro, eran tiempos difíciles...


Tiempos difíciles, pero de gran "plenitud". Hoy tal vez sean más fáciles, pero tal vez te resulten más "vacíos".

La pregunta es provocativa, porque se podría acusar a un viejo como yo de nostalgia por la juventud perdida. Mas yo no quiero ocultar un gran hecho que ha marcado a Italia: nosotros hemos sido derrotados, pero hemos vivido una etapa extraordinaria de la que ha brotado una experiencia de millones de personas que han hecho política cambiando el país, democratizándolo. Y además, nuestro horizonte no se limitaba a Italia: éramos parte de una "mundo" y de una práctica colectiva encumbrada y vital en tantas partes del planeta. Cuando fui a Vietnam y bajé a las ciudades subterráneas construidas como refugio contra los bombardeos americanos, yo, en aquellas galerías obscuras, divididas por muros de fango, me sentía en un espacio abierto e iluminado por una lucha creativa. Hoy, a veces, el horizonte de la política me parece que se hecho más chico y más angosto.


Pero, entonces, el que te sigas llamando comunista todavía hoy, a pesar de la derrota, de los errores y de las autocríticas, ¿va más ligado a ese pasado que al hoy?

Nosotros, los de mi generación, no hemos salido a buscar la respuesta a la crisis indiscutible el leninismo-estalinismo. Y, sobre todo por eso, somos unos derrotados. Pero, por un lado, en este país ha habido millones de personas que han crecido, también culturalmente, en la lucha política, y que han sido una parte decisiva de la experiencia democrática italiana; por otro lado, hoy, vemos la reaparición apologética de la guerra como realidad acuciante y destructiva que se expande por el mundo, mientras que ha desaparecido del léxico la palabra desarme: ya no hay quien la pronuncie, ni siquiera vosotros en el manifesto. ¿No te parecen buenos motivos para seguir llamándose comunista y para trabajar por la reconstrucción de un sujeto político a escala necesariamente internacional?


Perdona la digresión: tú has admitido en tu libro los errores cometidos respecto al grupo del Manifesto. ¿Qué errores comete hoy Il Manifesto en lo tocante a sus lectores y a la izquierda?

Pero ¿por qué me haces esta pregunta?


Porque aquí tiene interés la opinión de un lector importante que ha sido, a su vez, director de un diario político.

Está bien. Digamos entonces que, a veces –perdona la impertinencia—, parecéis una secta aristocrática. Y lo digo con todo el afecto posible y el interés por lo que escribís.


Volvamos al libro, a su título, Yo quería la luna. ¿La ves más lejos o más cerca ahora esa luna, metáfora de inmundo distinto?

Te repito que este es un libro que cuenta una derrota...


Pero no crees que esta indagación tuya de toda una vida ha sido de uno u otro modo útil y fértil?

En lo que toca a los demás, no es a mí a quién compete decirlo. Para mí ha sido seguramente útil y fértil. La pasión política me ha hecho entender el mundo, y se convirtió en un pan necesario. La luna" me parece ahora un poco más lejos: no respecto del inicio de mi travesía, sino que en los últimos años me parece haberse alejado un tantito. Yo llegué a la política por el impulso de una necesidad. Como tantos otros de mi generación y de mi extracción social, habría querido hacer otras cosas: dedicarme al cine, por ejemplo. Luego me vi empujado por los acontecimientos, a puntapiés; y la Guerra Civil española fue el momento clave que me llevó al compromiso con la lucha política. Allí empecé un camino que me ha llenado de cosas extraordinarias, que me hizo salir de la cáscara del individualismo y entrar en comunicación con millones de seres humanos. Esa ha sido la experiencia de los comunistas italianos. Pero ha entrado en crisis la forma históricamente recibida del sujeto político. Eso me resulta hoy grave, doloroso incluso, porque no veo una respuesta a la altura de los acontecimientos que han ido entretanto madurando. Mi generación ha pagado el precio de una forma restrictiva de multiplicidad (¿te acuerdas de lo que te decía hace un rato?) del actor político. Aquí está el enorme, extraordinario campo de la innovación. El sentido de mi libro, en resolución, se reduce por entero a proporcionar mi pequeño razonamiento a favor de esa gran y nueva investigación.

Nota Dom Oct 30, 2011 4:07 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=823



Siglo XX: grácil, amargo, áspero




Rossana Rossanda

Il Manifesto, 25 de octubre de 2006

Traducción para Sin Permiso: Leonor Març





Cuando Pietro Ingrao publicó en 1986 su primer libro de poesía (La duda de los vencedores, Ed. Mondadori) más de uno quedó confundido: cómo podía ser aquello; era el dirigente comunista más querido, el más firme, el seguro punto de referencia en la crisis del partido, y de repente revelaba una dimensión personal propia tumultuosa e inquietante, que pugnaba por encontrar un espacio en la forma; era como si dijese: no os pertenezco por entero a vosotros, mi comunidad política. Hoy, al volver sobre su vida (Quería la luna, Einaudi, pp. 376, 18,75 €), aparta de sí nuevamente el icono de líder del pueblo y padre de la patria, de una pieza, el que en la sobrecubierta habla a las masas, de rostro aseverativo y mano levantada en ademán de exhortación. El icono –según dicen sus páginas- es la cristalización forzosa de una trayectoria, interior y pública, de la cual, en el momento de hacer cuentas, se reordenan prioridades y pesos, y corre un gran riesgo de parecer vanidad. Ingrao sabe que es un hombre público, y se atiene a ello, incluso si acepta ceder algo al halago, pero sopesa sus logros y admite sus errores. Es una vida auténtica. El propio título abre un interrogante. ¿Quería lo inalcanzable o simplemente aquello que quería se ha quedado lejos? La respuesta queda en el aire. Pienso en los versos de Éluard: "Et s’il était à refaire, je referais ce chemin" ("Sí, si hubiera que volver a hacerlo, volvería a recorrer este camino"). Con algo menos de ilusión o de arrogancia comunista. ¿Y con qué resultado? Su actual camarada de partido, Fausto Bertinotti, no cesa de citar los versos de Kavafis en Ítaca: lo importante no es el destino, sino el viaje. Pero el destino da sentido al viaje. El destino de Ingrao es que la revolución de los oprimidos contra la opresión, que está por realizarse, será distinta de como él la imaginó durante su anterior militancia y el sujeto de la misma será múltiple. Como camino, permanece, con todos sus escombros, el leninismo–estalinismo, pareja de sustantivos a los que todavía no se había enfrentado. Y la violencia.


Un retiro sin aspavientos

A diferencia de su último trabajo de investigación, Anotaciones finiseculares (publicado en Manifestolibri), en el que se interrogaba en primer lugar sobre la precarización del trabajo, Quería la luna, recorre, a partir de su propia experiencia personal, cincuenta años de historia del siglo XX. Desde su infancia en el seno de una familia meridional de señores pobres, contradicción relevante, a su formación intelectual y política, ya de joven, en la (grácil) resistencia romana, y a la larga militancia en la cúpula del PCI, que se convierte en la posguerra en enfrentamiento (áspero) con la arrogancia del estamento dominante y con los campos en los que el mundo quedó dividido. Después vendrá la (amarga) división en el partido, preludio de una derrota mucho mayor, hasta la muerte de Moro. ¿Por qué la muerte de Moro? Ingrao no había sido un incondicional del compromiso histórico, conocía suficientemente a la Democracia Cristiana como para dudar del mismo, se lo había dicho a Berlinguer, no había sido escuchado y se había mantenido al margen. La razón es interior: desde aquel año no volverá a aceptar cargo alguno en el PCI, comenzando por la presidencia de la cámara que el partido quería encomendarle por segunda vez, después de habérsela encargado anteriormente para quitárselo de encima en la sede Botteghe Oscure. Siente "la necesidad de reflexionar sobre el fracaso de la estrategia del PCI en Italia", sobre Europa, sobre el mundo que cambia. Quiere estudiar, investigar, comprender. Se trata de hacer política, pero ya no "hacer de político". Ingrao siempre ha abrigado dudas sobre la "febrilidad del hacer", y no se ha hecho nunca ilusiones sobre lo que sea o deje de ser hacer de político. Se retira sin aspavientos. En el libro se trata esto en tan solo unos pocos, secos, renglones, antes de concluir con la figura solitaria y emblemática de Il Disperso di Marburg, según el relato de Nuto Revelli [1]. No abandonaba la militancia activa a causa de la edad; tiene en esa época alrededor de sesenta años y, por otra parte, aún no hace un par de años se incorporaba a una manifestación atravesando una Roma atascada en el sillín posterior de una moto. La dejaba a consecuencia de sus dudas, sobre las que había meditado largamente, respecto de la capacidad del partido para entender la evolución de los acontecimientos y de hacerles frente. En aquel momento se mantuvo en silencio al respecto, y en la actualidad no le achaca la responsabilidad de ello a éste o aquél. Y, a mi juicio, no porque haya llegado a la conclusión de que, desde el comienzo, el intento comunista estaba llamado a fracasar, porque su fruto estaba agusanado. En el crepúsculo de la izquierda que también fue la suya, siempre estuvo atento al despuntar de aquéllos que él ha sido el primero en llamar "los nuevos sujetos". Pero en buena medida debe haber dejado de creer que el PCI lo comprendiese, y tampoco cree que ninguno otro lo haya entendido mejor. Vano, cuando no peligroso, debe haberle parecido el tormento padecido durante los años setenta. El adjetivo que más frecuentemente surge de su pluma ahora es "amargo". Pero sin resentimientos. También él ha fallado, se ha equivocado. ¿En qué? En la supeditación al modo de ser del partido. Ésta le pesa mucho más que los errores de análisis y de previsión, de los cuales aquél es una causa. Si en la actualidad no propone una lectura diferente del cambio en las relaciones de fuerza, acaecido de los años sesenta en adelante, es por la complejidad del envite, no se le escapa la envergadura de la misma, y es una firme convicción suya que tan sólo un gran partido –no un totum revolutum de opiniones, sino un "intelectual colectivo"- hubiera podido hacerle frente. Pero, ni siquiera él mismo, recalca, ha podido apuntar preguntas y respuestas. Es demasiado severo consigo mismo. Muchos de nosotros sabemos que estaba mucho más atento que los otros dirigentes al cambio de las cosas, y que sobre ello ha pensado y escrito mucho. Aunque nunca se resolviera a extraer las consecuencias de ello cuando el partido no las extraía, Ingrao estuvo siempre un poco fuera y más allá de la línea del partido, pero estaba convencido de que no se hace política en solitario. Como si dentro de él resonase el brechtiano: "Camarada, no existe razón al margen de nosotros".

Tanto más cuanto existe una íntima consonancia entre su formación y la de la cúpula comunista italiana, la propia de su generación: una fuerte impronta moral antifascista, nacional–popular más que marxista, una aguda sensibilidad en favor de los oprimidos más que por los explotados, más por los vejámenes infligidos por los patrones o por el aparato represivo del estado que por el mecanismo capitalista de producción, que se le antoja abstracto, e incluso casi no humano. Humanismo contra "economicismo" es la "vía italiana", y siempre me ha reprochado ser economicista. Este talante moral al que se ha plegado (porque se plegaba también) incluso Gramsci, y que en el debate interno ha sido convertido inadecuadamente en la disputa entre meridionalistas nacional–populares y septentrionales–cosmopolitas, ha sido dentro del PCI mucho más decisivo que la obediencia a la vulgata marxista-leninista de la URSS. En Ingrao se encuentra reforzado por aquel "historicismo absoluto", que es lo contrario del determinismo (los poperianos jamás lo entendieron) y que procede del poshegelianismo filtrado a través del tamiz de Labriola y Gramsci. El descubrimiento cálido del abuelo garibaldino confluye con una Weltanschauung caracterizada por el entrelazamiento entre Risorgimento, antifascismo, democracia y opresiones del presente.


El cuerpo y la sangre del partido

En la experiencia subjetiva, las relaciones con el partido son más determinantes que las opciones adoptadas por el partido. La suya es una pertenencia cálida, directa, imponente. Tanto respecto de la base, como respecto del grupo dirigente, que no son lo mismo. La base está emparentada con el pueblo, con las masas que la cúpula interpreta y dirige, interpela y frena; de entre aquéllas la memoria aísla y recobra individualidades, hombres y mujeres con nombre y apellidos, con los cuales ha compartido días y esperanzas, alegrías o angustias, acciones y reflexiones inolvidables. En los comienzos, con el grupo romano, a medias entre generacional, amistoso y político, y después –durante la insensata inflexión de la primera clandestinidad— con Salvatore di Benedetto, que lo oculta en Milán, o con el viejo pastor que lo encubre en Sila. Luego vendrán los cientos de personas, camaradas individuales, encontrados a lo largo de decenios de trabajo en l'Unità, o en la secretaría, o en el Congreso (en el cual Ingrao se ha movido como nadie: recuerdo un encuentro de trabajo colectivo con la asamblea de Montedison de Castellanza). La base es la pluralidad del país real, que se coagula en torno a las instituciones locales, en las comunas, terminales precisamente plurales de tradición secular y modernidad. Son, éstas, el cuerpo, la sangre del partido. Otra cosa es el grupo dirigente, al que Ingrao fue elevado casi de inmediato. Es una cúpula imbuida de su propia responsabilidad, a la cual se es cooptado y en la cual se experimenta la solidaridad del trabajo colectivo, un cierto sentido de misión histórica y la discusión cotidiana sobre el qué hacer. Y ésta, si bien a menudo es convergente, otras veces produce confrontación, convertida en acontecimiento dramático por la jerarquía y por un centralismo para el cual tan sólo la momentánea ocurrencia de una divergencia sería la catástrofe, lo destruiría todo.

Tan solo una vez lo desafía Ingrao, en el XI congreso, donde presenta una hipótesis de modelo de desarrollo y de alianzas opuesta a la de Amendola (aunque en el libro apenas la recuerda), y una innovación de método, la legitimación del disenso (en el libro este recuerdo está muy vivo). Que sea acogido por un estruendoso aplauso por parte de los delegados cuenta poco frente a la gelidez del grupo dirigente. Quiere decir que ha perdido; aquel es el verdadero alcance de la confrontación. No intentará en modo alguno sublevar o dividir a la asamblea y soportará sin reaccionar la granizada de castigos que cae sobre él y los suyos. No protesta porque aún hoy cree haber violado una prohibición: es verdad que constituíamos una fracción, escribe. ¿Fracción por haber hablado con cuatro o cinco de nosotros y por haber discutido con Lucio Magri el discurso que iba a pronunciar en el Xl congreso? A pesar de que nos tratasen como fracción, no lo habíamos sido. No habíamos tratado de reunir ni una sola vez a los camaradas que sentíamos más próximos. Los conocíamos a todos y nos conocían todos, hubiera sido un enfrentamiento duro, pero no existió. Este fue el único desafío. Cada "ingraiano" se movía aisladamente, con más o menos acierto, por respeto a un líder que parecía querer todo el partido o nada.

Será así incluso más tarde, después de la caída del Muro de Berlín, a la que estas memorias no llegan. Ingrao rechaza el cambio de nombre del partido, sabe que significa cambio de identidad y de posición. Pero cuando se coagulan en torno a él las esperanzas de una ruptura y una vuelta a empezar –una Refundación dirigida por él, en lugar de por Armando Cossutta— no se le oye. El camarada Ingrao no es un escisionista. La pasión entra en contradicción con el método, ambos introyectados. Pondrá en juego, por última vez, todo su peso contra la guerra del Golfo. Después, saldrá del partido, solo, sin consultar a nadie.


La férrea pertenencia

Hoy siente esa inmovilidad como una culpa, pero más por ciertas consideraciones de carácter ético que en virtud de este o estotro análisis, de los que, sin embargo dependían el presente y el futuro del PCI. Su juicio sobre los camaradas de la dirección es generoso, incluso indulgente con quien le había hecho la guerra, como Amendola, de quien recuerda una sucia amenaza sin dar el nombre. Tan sólo de uno de ellos se siente lejano, de Togliatti, a quien no llama "el camarada Togliatti". Lo llama "aquel jefe". Aquel jefe ha mentido callando o hablando, aquel jefe ha brindado por la invasión de Budapest, aquel jefe ha impedido la discusión sobre 1956 definiéndola como un atraco contra uno mismo, y haciendo callar con eso a todos. El Ingrao de hoy no se perdona haber callado, peor, de haber escrito a favor de la invasión de Hungría –sin embargo no callaba por vileza, sino por compartir fanáticamente (áspero, amargo) el método interno, por una contradicción entre dos principios de lucha. Muchos años después fue el único comunista de relieve que intervino en el segundo congreso sobre el Este, de Il Manifesto, en donde no se usaban en absoluto perífrasis. Pero era 1981 y él estaba fuera del grupo dirigente.

Y esta es la prioridad de las relaciones. En un partido o en un grupo, ésta significa pertenencia. En otro tiempo, nosotros la llamábamos más fríamente adhesión. Pertenencia es una ligazón más profunda, implica vínculos que la mera racionalidad no sospecha. Ingrao se acusa de traición por haber votado en 1969 la exclusión del grupo de Il Manifesto del Comité Central. ¿Pero qué traición? Era evidente que no hubiera participado en nuestra empresa. No lo había aprobado y pocos de nosotros nos habíamos atrevido a hablar desde la tribuna en el Xll congreso. Cuando le hablamos de la revista nos advirtió que, a pesar de la garantía dada por Berlinguer, seguramente seríamos sancionados. Nos separamos del modo más limpio y amistoso. Si alguno se sintió abandonado fue mucho más tarde, después del 89, en Arco, cuando con alguna razón se esperaba de él el lanzamiento de un nuevo inicio.

Para este último Ingrao, que parte de sí, la relación con cualquier otro ser viviente, persona o grupo, es la relación esencial, a través de la cual filtra la verdad de la experiencia pública y privada. Y esto es lo que hace que queden desteñidos en sus páginas los rasgos de la apuesta sobre la que una y otra vez se ha puesto en juego nuestro destino, y el del país, y además de eso: cuál era la alternativa que se perfilaba tras la muerte de Togliatti, qué era verdaderamente, el partido de Berlinguer, que consistencia tenía, más allá de las negociaciones en la cumbre, el encuentro entre DC y PCI, católicos y comunistas, cómo se fue diseñando la crisis de los socialismos reales y la respuesta del neoliberalismo al llegar a los últimos años 60 y los 70 –cómo madura, en resumidas cuentas, a través de qué pasos, la crisis que hace época del comunismo-. Sus páginas recuerdan el estruendo del mundo como se oye el estrépito de una marejada, esbozan los grandes motivos del sufrimiento humano y de la redención; no lo analizan en absoluto. El tiempo de optar ha pasado.

Como algo absoluto y dulce permanece la familia, raíz y lugar al que retornar. Laura, la compañera de su vida, Laura a menudo más fuerte y avisada que él (no por ello lo dice claro, siempre macho italiano él), Laura que resuelve, Laura madre que se las tiene que apañar con sus cinco retoños, Laura que es la pasión, y el ojo indulgente. Y las hijas, intermediarias físicas del 68 romano, conocido tan sólo a través de ellas, el hijo al que ha dado su nombre en la resistencia (y ni siquiera esto había comprendido Togliatti), la gran tribu de los Ingrao en la vieja casona de Lenola. Y después los lapsos de tiempo de follaje y sol y mar que irrumpen en los años y en el recuerdo, la felicidad física. Es el primado de la persona en una experiencia que no habría podido ser más pública.

Esto es Pietro Ingrao visto por sí mismo. No está, además, el otro, semejante y diferente, aquel que ha atravesado por dentro la prueba política de muchos de nosotros. La serie de retratos que le hizo en los años ochenta Alberto Olivetti, y que han sido brevemente expuestos en el Auditorium de Roma con ocasión de sus noventa años, dicen de él más que los millares de fotografías que acompañan el itinerario como una estela.






Notas a pie de página:

    [1] (N. del T.) Nuto Revelli, comunista y antiguo partisano, escritor que narra historias dando voz a los desheredados y a los perdedores, oyó diversas narraciones populares, según las cuales, durante la segunda guerra mundial, en la provincia de Cuneo, hubo un oficial alemán bondadoso, que fue capturado y ejecutado por la resistencia en 1944. Nuto Revelli emprendió una obstinada y rigurosa investigación histórica a través de la que reconstruyó la historia transmitida de forma oral y la publicó bajo ese título. Las memorias de Ingrao se cierran con un capítulo dedicado a este libro.

Nota Dom Oct 30, 2011 5:34 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=1774



Entrevista con Pietro Ingrao

"Yo acuso la lentitud y la fragilidad con la que afrontamos la cuestión de la guerra"




Tommaso Di Francesco

Il Manifesto, 31 de marzo de 2008

Traducción para Sin Permiso: Anna Garriga Tarrés





    Nuestro país se ha visto envuelto en conflictos ofensivos. Silencio de los guardianes de la Constitución, y el pueblo no se rebela. La paz parece imposible o inútil. Sin embargo, es el bien primordial. Tommaso Di Francesco entrevistó al anciano exdirigente comunista italiano Pietro Ingrao para Il Manifesto.




"Toque de queda en Bagdag". El título de la noticia podría llevar fecha de abril de hace cinco años, en las horas sangrientas de la agresión angloamericana a un Iraq ya devastado por diez años de embargo. Pero no, son los días y las horas en que transcurre nuestra presente cotidianidad. La guerra es una coacción repetitiva, el eje ahora de una política bipartidista que la convierte en prueba constitutiva de la capacidad de gobernar el mundo. Nos queda encima la herencia de la guerra, casi un acto generacional. Puede que Barack Obama y los demócratas ganen las elecciones norteamericanas. Pero ¿cambiará algo en la política internacional y en el tema del "intervencionismo humanitario", visto que George W. Bush deja como herencia un balance de defensa de más de 600.000 millones de dólares que supera incluso el de la Guerra fría? Y a cada confirmación de la guerra, el movimiento por la paz, que ya es una sorprendente "potencia mundial", entra en el cono de sombra de su impotencia y de sus excesivos límites. Resulta igualmente evidente el límite representado por el intento, en gran parte fallido, de condicionar y trasladar el contenido de la guerra y de la paz a la actuación del gobierno Prodi. Que se ha disuelto, y luego hemos descubierto a través de las palabras impulsivas del PD de Walter Veltroni que el intento de la izquierda era "sólo un lastre". En tanto crece el riesgo, concreto, del abstencionismo de izquierda, en parte debido a los nudos no deshechos de la guerra y de la paz, ¿cómo no hablar de todo ello con el hombre que considera la lucha contra la guerra como el deber principal y necesario para un nuevo arraigo de la izquierda? Entrevistamos a Pietro Ingrao en su casa de vía Balzani, donde vive desde hace ya más de cincuenta años con la excepción de los suaves veranos que pasa en su pueblo natal. Precisamente hoy Pietro cumple 93 años: ¡muchas felicidades! Nos recibe en la estancia donde acostumbra a hablar con familiares, amigos y compañeros.

Es una estancia luminosa, las paredes recubiertas de libros e imágenes en las que destaca un retrato de Laura y el amigo quizás más querido de Pietro, Luigi Nono, a quien tan tempranamente sustrajo la muerte a sus extraordinarias invenciones musicales. Además, pinturas y obras de Guttuso y Turcato. Hay también un pequeño retrato de época: en una tribuna se ve a un jovenzuelo (un pischelletto, dirían en Roma) flaco como un clavo; y a su lado, esperando tomar la palabra, Togliatti. Pero nosotros queremos hablar con él no de la guerra que incendió al mundo en la primera mitad del siglo pasado, sino de la que luego volvió y que todavía continúa: que casi parece eterna. Y avanzamos la amarga pregunta que más nos agobia.


Existe un hecho que dura desde siempre y que parece imposible que desaparezca del camino de los hombres: la guerra, el conflicto armado. Hay un pequeño libro, que nos ha gustado mucho incluso a los que hemos venido detrás de ti, Las cartas de los condenados a muerte de la Resistencia. Se lee como una extraordinaria esperanza. Prometía salir de una catástrofe y evocaba un cambio radical para los supervivientes. Sin embargo, la paz fue breve: como de un solo instante. Y todavía hoy perduran las matanzas en masa: y no en un rincón perdido de la tierra, sino en zonas cruciales del globo. Y los agentes del conflicto son las mayores potencias mundiales. ¿Por qué? ¿Y por qué tan pocos en el mundo se hacen esta pregunta?

Porque incluso después del hundimiento de Hitler y Mussolini y la desarticulación de los espantosos aparatos de muerte que habían preparado los dos dictadores, el conflicto armado no ha cesado nunca en el globo: ya sea como guerra en acto en un gran continente como Asia, ya como construcción de enormes aparatos militares en tierra, mar y aire.


¿Te refieres al conflicto que se desató en Vietnam…?

Sí. Y pienso en la extraordinaria obra "suplementaria" que desarrollaron los Estados Unidos interviniendo bélicamente en Vietnam, pero también en la guerra de Corea y en el enfrentamiento entre soviéticos y chinos por el Ussuri. En resumen, en el desarrollo fatal que ha llevado de las guerras napoleónicas al incendio de un continente asiático de fronteras arrasadas. Por lo que respecta a nuestro país, se han cancelado arbitrariamente vínculos constituyentes: a pesar del art. 11 de la Constitución, Italia se ha visto envuelta en conflictos que no tenían ningún carácter defensivo. Y los guardianes de la Constitución se han callado. Y ni siquiera ha habido ninguna rebelión popular. La paz parece imposible o inútil. Y sin embargo, ¿no debería ser el principal bien?


También están los aspectos de política interna: aumento de los gastos militares en el presupuesto 2007; nuevas y peligrosas servidumbres militares; adhesiones al escudo de Bush; presencia militar en Afganistán en zonas ahora de guerra pero "no en guerra", insertos desgraciadamente en los comandos internacionales que determinan la guerra de las incursiones aéreas y sus objetivos en un territorio lacerado en el que la mezcla de intervención civil y militar es una amalgama explosiva. Por codicioso que resulte, lo cierto es que reina un orden de facto del mundo: en el centro de este sistema regulador está el acto armado, desarrollado por vía de dominación imperativa: por tierra, mar y aire.

Es una actuación que se sirve de un medio extraordinario: el asesinato en masa. Esta forma de actuación específica –después de la derrota de la Unión Soviética– tiene hoy un centro focal que son los Estados Unidos de América. Es tal el papel regulador y dominante que los EEUU atribuyen a este poder armado, que han llegado a conferirle una elevada y fatal obligación de prevención: de forma que de la guerra motivada siempre (o casi) en términos de defensa, se ha pasado, por parte de la gran potencia americana, a la invocación de la guerra preventiva (Bush). Pero prevenir la guerra de otros comporta desencadenar anticipadamente la propia, o sea, llevar a cabo el asesinato en masa en tierra ajena. Como ha hecho Bush en Iraq, y también Italia durante un período, violando precisamente el artículo 11 de la Constitución republicana.


Tú te estás refiriendo a los trágicos acontecimientos del Medio Oriente. Pero es cierto que en aquel pedazo del mundo se han entrelazado –de forma que parece inextricable– historias y conflictos de fe y de pueblos: desde la cuestión hebraica a las luchas interárabes y a la potencia laica turca. Y sobre todo, se han disparado los reflejos obligados de la enorme cuestión asiática. La incidencia sobre tales acontecimientos de las asambleas internacionales –de Naciones Unidas al Parlamento Europeo– ha sido casi nula. Este es el mundo en el que se ha abierto paso el imperio americano. En el fondo, Italia ha sido un breve satélite.

Tanto tú como yo conocemos las pesadas dependencias que –incluso después del fin del nazismo– han señalado el camino de nuestro país, y cuánto influencia han temido también las grandes potencias espirituales. Sin embargo, ha habido una infravaloración, una grave carencia también por parte del mundo italiano: y no se trata de la desdichada participación en la guerra de Iraq. Se trata de la lentitud y fragilidad con que hemos afrontado la cuestión en sí de la guerra: del asesinato en masa. Cierto: se trataba de repensar la sustancia y el conjunto de la actuación política y, en consecuencia, también del sujeto proletario: de los procesos de su liberación. Y en cambio, todavía pesaba y actuaba en nuestro interior la herencia del leninismo.


Pero tú sabes que amplios segmentos del electorado de izquierdas piensan: debo ayudar a Veltroni; si no, vence Berlusconi. Pero Veltroni es claramente un "moderado". Por lo tanto: evitar lo peor. ¿Cómo responder?

Creo que si se debilita el tema de clase, el tema proletario, no hay Walter Veltroni que se sostenga. Se elude la gran cuestión por la que durante un siglo millones de trabajadores han entrado en política: la liberación del trabajo. Pero por lo menos hasta este tardío momento de mi larga vida no renuncio a esta gran esperanza. No soporto la hipocresía de derramar lágrimas por los obreros asesinados por la Thyssen y no involucrarse luego luchando contra sus asesinos. Estos caídos no pueden ser olvidados en el momento en que el pueblo italiano es llamado a expresar con el voto su voluntad política: y a elegir a los miembros de la futura asamblea parlamentaria: por lo tanto a elegir poderes decisivos en la vida de nuestro país.


Existe actualmente una discusión también fuerte sobre quién debe afrontar estos problemas y asumir la guía del país. Y hay italianos que aceptan la opción de Veltroni porqué piensan que está en mejores condiciones para impedir una victoria de Berlusconi.

Respeto a Veltroni, pero lo considero declaradamente moderado. Sin embargo, pienso que incluso para luchar contra Berlusconi es esencial la fuerza de una izquierda de clase. Por eso apoyo a los candidatos de la Izquierda e invito a hacer esta elección. A la hora de votar, recuerdo que es de ésta, más que de cualquier otra forma, que se determinan una parte esencial de los poderes.

El proletariado italiano tiene aliados potenciales en nuestro país y en el mundo, mucho más de lo que pueda pensar un Berlusconi. Las organizaciones políticas de clase –si se unieran– podrían ampliar fuertemente su capacidad de influencia. Pero nosotros padecemos un grave defecto: estamos divididos y utilizamos vocabularios resquebrajados. Unir a esta izquierda de clase: en las esperanzas y en los programas. Este es mi deseo ardiente. Esta es una forma elevada de prestar la voz, en nuestra forma de sentir y de actuar, a los asesinados de la Thyssen y a los dos niños precipitados en el fondo de un pozo sin ni siquiera voz para elevar un grito.

Nota Lun Oct 31, 2011 8:15 pm
Actualizado.


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