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DAVIS, Mike (1946-2022)

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DAVIS, Mike (1946-2022)

Nota Sab Ene 23, 2010 1:36 am
Mike Davis

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

Nacido en Fontana, California (EE.UU.), 1946. Teórico social y urbano. Especialmente reconocido por sus investigaciones sobre poder y clase en su área. A los 16 años dejó los estudios para ganarse la vida como trabajador de los mataderos. En 1967 se afilió al partido comunista, pero denunció la invasión soviética a Checoslovaquia y afirmaba: "mis héroes son los bolcheviques que fueron asesinados por Stalin". En la década de 1970 organizó visitas al underground de Los Ángeles conociendo a los autores que preservan la memoria de la lucha obrera. Tras una huelga en 1973, se inscribió en la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), con una beca en historia y economía del sindicato de los trabajadores del alcantarillado. Formó parte del conocido SDS (Students for a Democratic Society). Después de algunos años en Londres, pasó a enseñar Teoría Urbana en el Southern California Institute of Architecture.

Es profesor del Departamento de Historia de la Universidad de California y editor de la New Left Review. Es articulista habitual del periódico estadounidense The Nation y el británico New Statesman. Las obras de Mike Davis: Más allá de Blade Runner. Control urbano: la ecología del miedo (1992); Prisoners of the American Dream: Politics and Economy in the History of the U.S. Working Class (1986, 1999); Ciudad de Cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles (1990, 2006); Ecology of Fear: Los Angeles and the Imagination of Disaster (2000); Magical Urbanism: Latinos Reinvent the US City (2000); Los holocaustos en la era victoriana tardía (2001); The Grit Beneath the Giltter: Tales from the Real Las Vegas (2002); Ciudades muertas. Ecología, catástrofe y revuelta (2003); Under the Perfect Sun: The San Diego Tourists Never See (2003); El monstruo llama a nuestra puerta: La amenaza global de la gripe aviar (2005); Planeta de ciudades miseria (2006); No one is illegal: Fighting racism and state violence on the U.S.-Mexico Border (2006); Buda’s Wagon: A brief History of the Car Bomb (2007); In Praise of Barbarians: Essays against Empire (2007); Evil Paradises: Dreamworlds of Neoliberalism (2007).





Bibliografía compilada (fuente | fuente | fuente | fuente)





Ensayo





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Nota Sab Ene 23, 2010 1:37 am
fuente: https://www.diagonalperiodico.es/cultur ... trofe.html



Reseña: Ciudades muertas. Ecología, catástrofe y revuelta, de Mike Davis

La ciudad como catástrofe


Imagen



Alberto García-Teresa

Diagonal, número 50, jueves 15 de marzo de 2007




La cultura del miedo y la evolución del espectáculo han originado una histeria descontrolada y una morbosa atracción hacia lo apocalíptico. Vivimos en una película de catástrofes de Hollywood, viene a decir Mike Davis, o al menos aspiran a hacernos creer eso. El autor analiza el “miedo urbano moderno”, objeto principal de toda su obra, y las auténticas catástrofes ecológicas y sociales que se han dado, para concluir que la ciudad capitalista es una crisis económica, social y ecológica. En los artículos que componen el volumen va hilvanando una serie de ejemplos concretos y reflexiones sobre estos aspectos. Desde la “economía del miedo” y el creciente temor racista antimusulmán, enuncia las nuevas formas de control social y apunta los inicios del sistema de criminalización de colectivos sociales.

Repasa detenidamente los “ecocidios” causados por la experimentación militar y nuclear y los diversos medios de experimentación bélica sobre población civil a nivel urbano. Recorre las grandes revueltas metropolitanas de EE UU, de las que expone que la exclusión, las carencias económicas y sociales y la propia frustración generada por el sistema han sido sus causas. Así, Davis señala el camino de autodestrucción por el que parece que las ciudades caminan, sin visos de solución.

Nota Sab Mar 13, 2010 6:45 am
¡¡Muchas gracias!!

PD: Cómo crece la biblio de Rebelde Mule :D

Nota Jue Feb 24, 2011 12:56 am
fuente: DAVIS, Mike. Más allá de Blade Runner. Control Urbano: la ecología del miedo. Virus editorial. Barcelona, 2001.


El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos



Mike Davis

The Nation // 20 de febrero de 1995

Título original: "Hell factories in the field: a prison-industrial complex".




La carretera que viene de Mecca sigue la vía férrea de la Southern Pacific y atraviesa Bombay Beach en dirección a Niland; después tuerce hacia el sur para hundirse en un dédalo de marismas y de cultivos de regadío. El negro futuro de California se perfila de repente, sin avisar, a medio camino entre los raquíticos restos de la última cosecha de algodón y el campo de tiro del ejército del aire en los montes Chocolate. Vistas de lejos, las construcciones gris pizarra recuerdan a las de un almacén o tal vez una fábrica. Un discreto cartel anuncia: Prisión del Estado de Calipatria.

California posee el tercer sistema penitenciario más grande del mundo, detrás de China y de Estados Unidos considerado en su conjunto, con 125.842 presos, según las últimas cifras oficiales. En el curso de los últimos diez años, el estado californiano construyó Calipatria, situada a más de 300 km al sudeste de Los Ángeles, así como quince prisiones más –por un total de diez mil millones de dólares (intereses incluidos). Este programa de construcción creó un verdadero “complejo carcelario-industrial” que mantiene una creciente rivalidad con el agroalimentario por convertirse en la primera fuerza de la California rural, y a la vez compite con los promotores inmobiliarios por ganarse el favor de los legisladores de Sacramento [1]. Este complejo se ha convertido en un monstruo que amenaza con aplastar y devorar a sus propios creadores. Su crecimiento incontrolable debería conmover la conciencia nacional, a partir de ahora familiarizada con la idea de que pueda existir una clase presidiario permanente.

La versión californiana, promulgada el año pasado, de la legislación federal de los “tres golpes” [2] –variante todavía más draconiana que la de Clinton– corre el riesgo de engordar un sistema penitenciario, ya grotescamente superpoblado e hiperviolento, con 300.000 nuevos detenidos. Para mantener los grilletes, aunque sean rudimentarios, de esa inmensa población, el Estado tendrá que sacrificar su presupuesto para enseñanza superior a fin de construir decenas de nuevas cárceles. Además, se ejercerá una presión política irresistible sobre el Estado para que reduzca el coste de ese almacenamiento de seres humanos utilizando toda una panoplia de innovaciones técnicas y comerciales. En este sentido, Calipatria, que empezó a funcionar en 1992, ofrece un ejemplo particularmente elocuente de la manera como la Administración penitenciaria [3] se esfuerza por resolver las contradicciones nacidas del clamoroso éxito de su proyecto.


La cerca de la muerte

Calipatria es una cárcel de alta seguridad de “nivel 4” para hombres que aloja actualmente al 10% (1.200) de los detenidos condenados por asesinato en California. Sin embargo, el puesto de guardia de la entrada principal está vacío, igual que diez de los doce que la rodean. En palabras de Daniel Paramo, el enérgico “director de recursos comunitarios” de la cárcel: “El guardián no confía en el factor error humano de los puestos de observación; prefiere ponerse en manos de la compañía eléctrica”.

Paramo se mantiene de pie delante de una inquietante cerca electrificada de cuatro metros de altura, metida entre dos cercas metálicas normales. Cada uno de los quince cables que forman la cerca principal vibra bajo el efecto de la corriente que lo recorre, de 5.000 voltios, 200 amperios –alrededor de diez veces la dosis moral generalmente admitida–, suministrada por la presa de Parker. Las instalaciones de la cerca garantizan una muerte instantánea. Un guardián admirado dejado caer en un aparte: “Sí, una auténtica parrilla…”.

La ley que autoriza la cerca “a prueba de evasiones” fue votada por los diputados electos del Estado casi sin un murmullo. Los políticos, tan preocupados por los costes, no pusieron demasiadas objeciones ante una factura de electricidad que permitía ahorrar dos millones de dólares en salarios (treinta tiradores de élite en tres turnos de ocho horas en los puestos de observación). Y cuando uno de los guardianes bajó tranquilamente el interruptor en octubre de 1993, la satisfacción fue general: el sistema penal, al fin dotado de medios tecnológicos, encaraba el futuro. “Pero”, añadió entristecido Paramo, “olvidamos el factor SPA (Sociedad Protectora de Animales) en nuestros cálculos”.

La cárcel está situada al este del mar de Salton –un gran espacio de hibernación para las aves acuáticas. Pero muy pronto pudo comprobarse que el dulce ronroneo de la cerca de alta tensión era una llamada erótica para las aves de paso. Los aficionados locales a la ornitología constataron pronto la magnitud de las pérdidas (una gaviota, dos búhos, un pinzón, un papamoscas…) y alertaron a la sociedad protectora de animales. A partir de enero del año pasado, la “cerca de la muerte” se convirtió en un escándalo ecológico de escala internacional. Cuando la Administración penitenciaria supo que un equipo de la CNN había sido visto en los alrededores de la cárcel, tiró la toalla y contrató a un ornitólogo para revisar la concepción de la cerca.

El resultado fue la puesta a punto de la única cerca de la muerte del mundo completamente ecológica, sin ningún riesgo para los pájaros. Paramo tiene algunas dificultades para mantener la seriedad cuando enumera las innovaciones que se hicieron en ella por el módico precio de 150.000 dólares: “alarma para los roedores demasiado curiosos, deflectores que impiden a las aves posarse y pasajes minúsculos para los búhos excavadores”. Calipatria construyó también un acogedor estanque para las ocas y los patos en celo.

Aunque la Administración está desde entonces en paz con los amigos de los pajarillos, el asunto incitó a la potente CCPDA (la asociación de guardias de prisiones de California) a cuestionar la facilidad con la que la dirección emprendió la “automatización” de los puestos de tiradores de élite. Para dirigir con éxito su proyecto de electrificación de todas las prisiones de media y alta seguridad del Estado (por lo menos veinte recintos) en los próximos años, James Gomez, el director de la Administración penitenciaria de California, tendrá que llegar a un acuerdo para mantener más puestos de trabajo para los “enchufados” de las torres de vigilancia.

No es necesario precisar que los 3.844 detenidos de Calipatria no derramaron ni una lágrima ni por los búhos ni por los tiradores de élite. Su energía está completamente absorbida por la lucha cotidiana que deben mantener para sobrevivir. Como el resto de las prisiones del Estado, Calipatria funciona casi al doble de su capacidad. En las pequeñas cárceles locales y en las instalaciones de seguridad media, los auditorios y las salas de día han sido transformadas para instalar filas estrechas de sórdidos somieres. En las instituciones “de gama alta” como Calipatria han metido a otro detenido en cada celda, en habitaciones exiguas de dos metros por tres.

Este “doblaje” de las celdas, que empezó hace una década, provocó una nueva ola de violencia y de suicidios entre los detenidos. Los defensores de las libertades civiles denunciaron este “castigo cruel y anormal”; pero un tribunal federal consideró la medida constitucional. Desde entonces, los detenidos tienen que hacerse a la idea de ver pasar décadas, incluso toda su vida (el 34% de los detenidos de Calipatria están condenados a cadena perpetua), encerrados con alguien en unas condiciones de promiscuidad a menudo insoportables. La tensión psicológica se agrava todavía por la insuficiencia dramática de trabajo para los presos, que condena a cerca de la mitad de la población carcelaria a purgar su pena en el aburrimiento de una celda mirando la televisión sin parar. Según afirmaron los psicólogos llamados a testificar ante los tribunales, las ratas que son sometidas a condiciones análogas se vuelven agresivas y se devoran entre ellas.


Es la guerra

La supresión radial de cualquier intimidad es uno de los objetivos explícitos en esas cárceles llamadas de nueva generación como Calipatria. Cada una de las veinte unidades de detención está diseñada en forma de herradura de dos niveles encarada hacia un puesto de guardia. Este “plan 270” (así llamado por el campo de visión de que disponen los guardias), una nueva variante del famoso “panóptico” puesto a punto por Jeremy Bentham en el siglo XIX, está concebido para garantizar una vigilancia continua de todos los movimientos de los detenidos. Los textos oficiales elogian este sistema de “encarcelamiento más seguro y más humano” y anuncian el fin del “síndrome miedo-odio”, ligado a las cárceles que toleran zonas de interacción no vigilada entre detenidos.

Aunque eso fuera cierto, ocurre que el sistema de panóptico ha sido modificado por razones económicas y su eficacia se resiente de la falta crónica de personal. A pesar de que los wáteres abiertos llaman la atención en medio del patio de paseo como símbolos de la omnipresencia de la institución, existen aún numerosos ángulos muertos –debajo de las escaleras o en la zona de las cocinas– donde los presos pueden llevar a cambo sus represalias con el personal o con sus compañeros. Por otra parte, advierte Paramo en el momento en que los visitantes firman la lúgubre descarga de responsabilidad por la que aceptan la política del Estado de California de rechazar cualquier negociación en caso de una toma de rehenes: “es la guerra”.

En veinticinco años, las cárceles californianas han institucionalizado la violencia episódica entre las diferentes bandas armadas que se enfrentan allí como verdaderas guerrillas. Actualmente, las bandas son más numerosas –con las facciones ascendentes de asiáticos e inmigrantes centroamericanos–, pero la carnicería proviene de la implacable lucha por el poder entre los negros y la mafia mexicana del este de Los Ángeles, conocida con las siglas EME.

Esta situación refleja parcialmente la transformación de la composición étnica de las cárceles californianas. En el año 1988, el 35% de los recién llegados eran negros y el 30% latinos; cinco años después la proporción era de 41% de latinos y 25% de negros. De ahí que la población penitenciaria del Estado en su conjunto presente una ligera mayoría de latinos (a pesar de que los negros continúan siendo los más numerosos en Calipatria). El EME había aprovechado esa nueva distribución para minar el monopolio negro de la venta de crack tanto dentro como fuera de las cárceles. El responsable de obtener información sobre las bandas de Calipatria afirma que la muerte reciente de Joe Morgan, fundador legendario del EME y durante un tiempo jefe de la cárcel, habría dejado vía libre a jefes más jóvenes y más brutales.

En Calipatria, el último enfrentamiento entre negros y latinos, que tuvo lugar en julio, se saldó con trece heridos de arma blanca. En palabras de uno de los guardianes que asistió a la pelea –que aparentemente empezó en la cocina central antes de extenderse a las galerías– “el EME desbordó a los Crips”. Como consecuencia, la cárcel fue cerrada durante cuatro meses y las salas de día, consideradas demasiado peligrosas a causa de las mezclas de población, fueron suprimidas. Paramo expone en su despacho algunas de las armas confiscadas: entre ellas hay un objeto que se parece a una daga de obsidiana pero que en realidad es una lámina fabricada con bolsas negras de basura fundidas.

Para hacer frente a estallidos de violencia de este tipo, las cárceles de alta seguridad californianas adoptaron medidas extremas. Cada carcelero tiene desde entonces su propio “SERT” –especie de equipo de GEOs interno, capaz de dominar los motines con una potencia de fuego terrible. Estas unidades paramilitares han recibido innumerables elogios, puesto que son consideradas responsables de impedir las matanzas entre detenidos como la terrible carnicería que tuvo lugar en la penitenciaria del Estado de Nuevo México en 1980. De esa forma, California tolera niveles extraordinarios de violencia oficial. En el curso de los últimos diez años, los guardianes de gatillo fácil han matado a treinta y seis detenidos (uno de ellos en Calipatria) –es decir, tres veces más que en las penitenciarias federales más los seis siguientes Estados con más población reclusa juntos.

Cuando la fuerza sola no es suficiente para disuadir a las bandas de las cárceles, la Administración penitenciaria dispone de otro recurso: un gulag donde reinan condiciones extremas, conocido con el nombre de Prisión del Estado de Pelican Bay. A pesar de que su famosa Unidad Penitenciaria de Seguridad (SHU) –bloque de aislamiento total descrito por el historiador de prisiones Eric Cummins como un “lugar de pura destrucción psicológica”– fue recientemente criticada por un juez federal, continúa siendo un modelo apreciado por el resto de Estados así como por el “Alcatraz de alta tecnología” que la Administración penitenciaria federal ha construido en Florence, Colorado. “Las SHU son un mal necesario”, explica Daniel Paramo. “Por primera vez conseguimos realmente aislar a los líderes y a los agitadores del resto de la población penitenciaria”. Sin embargo, admite, meter a los padrinos en el congelador sólo tiene un efecto negligible en el crecimiento de las bandas dentro de las cárceles. En efecto, apunta un vigilante: “Apartar a los viejos jefes sólo permite que los jóvenes más feroces y violentos –que carecen del sentido común de la cultura penitenciaria tradicional– asuman la dirección de las cosas”. Y predice siempre más violencia. “Nunca nos libraremos de las bandas en las cárceles. Forman parte del sistema y, nos guste o no, proliferan con él”.


Las moscas blancas

Margaret Hatfield no se preocupa demasiado por la violencia en la cárcel ni por los miles de delincuentes que viven en la salida del pueblo. La “cerca de la muerte” la tranquiliza. Por lo demás, como empleada municipal del pequeño pueblo de Calipatria (3.356 habitantes), tiene asuntos más graves de que preocuparse, como la invasión de las moscas blancas.

Como una plaga del Antiguo Testamento, las moscas blancas amenazan los mismos cimientos del orden social latifundiario del Imperial Valley. A finales de verano, espesas nubes de insectos minúsculos pueden verse a veces desde los aviones que aterrizan en Los Ángeles. Esos bichos son omnívoros y atacan todos los cultivos de la región. Por culpa de las moscas, en 1993 no se pudieron plantar melones, uno de los principales recursos de la economía local. Los agricultores pierden así cien millones de dólares al año y al valle está al borde de la ruina. Resultado: despidos que han hecho aumentar la tasa de desempleo hasta cerca del 40%.

La señora Hatfield y los demás responsables locales sólo pueden, pues, “dar gracias a Dios por la existencia de la Administración penitenciaria de California”. Además de los 1.100 empleos creados en Calipatria en 1993, ésta abrió otro centro de detención de 4.000 plazas en la ciudad de Seeley, convirtiendo así las cárceles en la principal fuente de empleo de Imperial County (con la consecuencia de que ahora uno de cada doce habitantes del condado es un preso). La Administración penitenciara habla incluso de construir una tercera cárcel, tal vez para mujeres, en las mil hectáreas de tierra que posee en Calipatria.

Calipatria es un fiel miembro de la Asociación de Ciudades de California Asociadas a Cárceles, y la señora Hatfield está orgullosa del pequeño renacimiento que la prisión ha aportado al municipio. Señala con un gesto la nueva tienda de comestibles y la de vídeos en la calle mayor, pues, si no fuera por ellas, parecería un decorado abandonado de la película La última estación. Y se pregunta en voz alta si el pueblo habría podido pagar la iluminación del estadio sin el maná fiscal sustraído de la masa salarial sustanciosa de la prisión. No obstante, admite, “hemos tenido algunos problemas”.

A pesar de que la Administración penitenciaria se comprometió a reclutar localmente el 40% de su personal, la mayor parte de los trabajos bien pagados de guardián y de jefe fueron otorgados a asalariados llegados de fuera. A medida que esas personas se instalaron en la región (58 casas nuevas construidas desde 1993), el precio del suelo aumentó cerca de dos tercios. Ello favoreció a los propietarios de fincas en detrimento de los autóctonos más jóvenes y más pobres que no trabajan en la cárcel. Por otra parte, por causa del crecimiento rápido de la población, las escuelas están superpobladas. Y puesto que las cárceles están exentas de impuestos locales, los recursos fiscales del municipio son insuficientes para financiar el desarrollo de los servicios.

Sin embargo, lo que me molesta a la señora Halfield son las familias de los presos –originarias en su mayor parte de los guetos de Los Ángeles, a cinco horas de carretera de aquí- que caen sobre Calipatria los fines de semana. Al contrario que los maridos y los padres encarcelados, que sólo son abstracciones para los habitantes del terruño, las familias son la encarnación tangible del desorden urbano. Su conducta, ya sea dormir en el coche o fumar hierba en público, alimenta el rumor local de nuevas calamidades. En palabras de la señora Hatfield: “minan nuestra imagen de seguridad”.

Es difícil saber hasta qué punto la señora Hatfield es el fiel reflejo del sentimiento general. Aunque Calipatria esté poblado en un 75% por mexicanos, de resonancias hispánicas el ayuntamiento sólo tiene el nombre. El condado de Imperial, donde cinco administradores anglosajones gestionan una población de aplastante mayoría mexicana, es llamado desde hace mucho tiempo “el Mississipi de California” por su política de exclusión y sus medidas represivas en las empresas. Un desequilibrio electoral análogo aparece en los demás pueblos agrícolas en crisis de los valles a lo largo del río Colorado y de la California central, que han acogido también en el curso de los últimos diez años instalaciones penitenciarias de media y alta seguridad: Avenal, Blythe, Corcoran, Delano y Wasco.

El boom de las cárceles tiene un efecto complejo, y tal vez imprevisible, sobre la sociedad agrícola dividida en castas. Por un lado, las élites anglosajonas locales están implicadas en el sistema de prebendas controlado por la Administración penitenciaria. Hay pruebas, por ejemplo, de acuerdos concernientes a compras de terrenos o a trabajos de construcción cerrados a golpe de talonario. Por otro lado, la creación de empleo en las cárceles provoca el surgimiento de una nueva “burguesía” latina en las ciudades de los valles. A fin de cuentas, para muchos esas fortalezas grises son las primeras grandes fuentes de empleo sindicado que se hayan visto jamás en la California rural.


La política del superencarcelamiento

El personal penitenciario de Calipatria habla con admiración contenida de Don Novey, el antiguo guardián de Folsom que, como presidente de la CCPOA, convirtió esta asociación de guardianes en el sindicato más poderoso del Estado. Bajo su batuta, la CCPOA, antes un pequeño sindicato corporativista reivindicativo, se convirtió en uno de los principales actores de la reestructuración del Derecho Penal y, al mismo tiempo, de la evolución futura del sistema penal californiano. El éxito de Novey se basó en parte en su disposición a pagar a buen precio sus alianzas políticas. En 1990, por ejemplo, Novey gastó casi un millón de dólares para la campaña electoral de Pete Wilson al cargo de gobernador. La CCPOA controla desde entonces el segundo lobby oficial más generoso de Sacramento.

Novey utilizó también el peso de su sindicato para sostener el “movimiento a favor de los derechos de las víctimas”. Crime Victims United es un lobby anexo, que recibe el 95% de sus subsidios de la CCPOA. Gracias a organizaciones tan visibles y a su avocación con los grupos de presión favorables a medidas de refuerzo del orden, Novey consiguió instaurar en Sacramento un estado de histeria permanente en cuanto a la seguridad. Los diputados de los partidos se pelean por ver quién inscribe en su activo medidas “antidelincuencia” más innovadoras y duras, sin preocuparse de sus efectos sobre la superpoblación de las prisiones.

Esta cínica y agresiva rivalidad para prometer más que el otro ha tenido consecuencias alarmantes. Joan Petersilia, investigadora de la Rand Corporation, ha inventariado más de mil leyes nuevas que agravan las penas de sanción de crímenes y delitos aprobadas entre 1984 y 1992. En conjunto, constituyen una política judicial totalmente incoherente, pero estimulan muy eficazmente ese “keynesianismo” carcelario que, desde 1980, ha hecho triplicar al mismo tiempo el número de afiliados a la CCPOA y el sueldo medio del personal penitenciario. Desde el boom carcelario, que empezó con el fin del mandato de gobernador Jerry Brown en 1982, numerosas voces se han elevado para intentar que la asamblea del Estado dé marcha atrás en su gulaguismo despiadado. Se ha producido un estudio tras otro demostrando que la superencarcelación tiene muy poco efecto sobre la criminalidad global (que tampoco ha aumentado de manera significativa), y que la mayoría de los nuevos detenidos son o personas acusadas de delitos sin violencia relacionados con los estupefacientes (comprendidas las personas en libertad condicional cuyos análisis de orina obligatorios han dado positivo) o enfermos mentales (que representan la terrible cifra de 28.000 detenidos, según una estimación oficial). Estas críticas, en fin, repiten incansablemente que, cuando llegue el día de hacer cuentas, el Estado se verá obligado a vender a saldo los establecimientos de enseñanza superior, literalmente ladrillo a ladrillo, para poder continuar construyendo cárceles.

Pero ese día ya ha llegado. Al tiempo que las grandes escuelas y universidades de California suprimían 8.000 empleos entre 1984 y 1994, la Administración penitenciaria reclutaba 26.000 empleados para vigiar a los 112.000 nuevos detenidos. Pero en lugar de frenar ese proceso, los legisladores se han lanzado a una huida hacia adelante. La ley de la primavera pasada, que instituía la regla de los “tres golpes”, dobla las penas por reincidencia e impone penas de entre veinticinco años y cadena perpetua para los “perdedores de la tercera falta”. A fin de convertir la ley en constitucionalmente inatacable (a menos que se reuniera la imposible mayoría de dos tercios), fue sometida a referéndum en noviembre bajo la denominación de Proposición 184. Los partidarios de la medida –dirigidos por la CCPOA y por Michel Huffington– gastaron 48 veces más que sus adversarios (principalmente la Asociación de Enseñantes de California) en la campaña electoral (1,2 millones de dólares contra 25.000). Puesto que la mayor parte de los candidatos demócratas, como Kathleen Brown y Diane Feeinstein, apoyaron la proposición o guardaron silencio, los electores no tuvieron demasiadas ocasiones de oír argumentos hostiles ni de evaluar las consecuencias históricas de la ley. La proposición pasó sin dificultad.

Para valorar adecuadamente la complicidad de los demócratas en ese resultado, basta con observar que antes de las elecciones rechazaron llamar la atención del público sobre las alarmantes conclusiones oficiales referentes a los efectos de la Proposición 184 sobre la superpoblación de las cárceles, que había sido publicadas en marzo pasado por la Dirección de Planificación y Construcción de la Administración Penitenciaria. Según estas conclusiones, para albergar simplemente a la población penitenciaria prevista para 1999 con la tasa de ocupación ya intolerable del 185%, el Estado tendría que construir veintitrés cárceles nuevas (además de las doce ya autorizadas). “Ello exigirá la construcción de más de 4,5 cárceles por año en el curso de los cinco próximos ejercicios”, escribían los planificadores, que estimaban que en diez años la población penitenciaria aumentaría un 262% hasta alcanzar los 341.420 reclusos (contra los 22.500 de 1980).

Comentando esas previsiones, un portavoz del gobernador Wilson se contentó con levantar los hombros y declarar: “Si es necesario cubrir esos gastos suplementarios, creo que deberemos reducir otros servicios. Habrá que modificar nuestras prioridades”. La cuestión de cuáles son esas prioridades quedó aclarada en octubre, cuando los investigadores de la RAND publicaron un análisis financiero exhaustivo que llevaba a la conclusión siguiente: “Para asegurar la aplicación de la ley, la totalidad de los gastos destinados a la enanas superior y a otros servicios oficiales deberá disminuir un 40% durante los próximos ocho años […]. Si la regla de los tres golpes se mantiene hasta el 2002, el gobierno del Estado gastará más dinero en mantener a la gente en la cárcel que en mandarla a la universidad”.

Es instructivo, en este sentido, recordar que la Administración penitenciaria de California, con sus veintinueve vastos “campus”, cuesta ya más que el sistema universitario californiano, y que los jóvenes negros de Los Ángeles o de Oackland tienen dos veces más posibilidades de acabar en la cárcel que en la universidad. Además, la Proposición 184 promete un aumento radical de las disparidades raciales. En los seis meses que siguieron a su entrada en vigor, los afroamericanos (10% de la población) representaban el 57% de las diligencias iniciadas en virtud de esa ley en el condado de Los Ángeles. Según algunos abogados, ello representa 17 veces más inculpaciones que para los blancos, a pesar de que otros estudios demostraron que el 60% del conjunto de violaciones, ataques a mano armada y agresiones cometidas en el Estado fueron llevadas a cabo por hombres de raza blanca.

Para el senador californiano Tom Hayden, que se opuso vigorosamente a la Proposición 184, California está cayendo en un “cenagal moral” que recuerda a Vietnam: “La política estatal se ha dejado atar de pies y manos por el lobby de la seguridad. Los electores no tienen realmente una idea clara de lo que les espera. No se les ha dicho la verdad sobre el intercambio que han aceptado –universidades contra prisiones– ni sobre la catástrofe económica que inevitablemente implicará. Deshumanizamos a los delincuentes y a los pobres exactamente de la misma manera que lo hacíamos con los llamados gooks [4] en Vietnam. Los precipitamos al infierno simplemente para seguir alimentado sus llamas”.

Mientras tanto en Calipatria la Administración empieza ya a saltarse todas las alarmas. Daniel Paramo reconoce contento que, ante la expansión de la población penitenciaria causada por la Proposición 184, la Administración penitenciaria proyecta meter a un tercer preso en cada una de sus celdas para ratas fustigadas. “Meteremos a tantos detenidos como nos ordene el Estado. Y si los tribunales acaban por imponer un límite, me imagino que se construirán algunas cárceles más, eso será todo”.





Notas:

    [1] Capital administrativa de California.

    [2] Three strikes and you’re out (tres golpes y estás eliminado): expresión sacada del béisbol y que refleja la idea de que la ley –como en el béisbol– te da tres oportunidades y, en consecuencia, una tercera condena, independientemente de la gravedad del delito, supone la expulsión de la sociedad, es decir, la aplicación directa de cadena perpetua.

    [3] Department of Corrections.

    [4] Calificativo despreciativo aplicado a los soldados asiáticos, ya sean japoneses, coreanos o vietnamitas.



:arrow: Tema relacionado: [filmoteca de no ficción] El negocio de las cárceles (Myriam Elhadad, 2006)

Nota Jue Feb 24, 2011 1:12 am
fuente: http://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2 ... esena.html



Reseña de Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles

Los restos del mañana



Manuel Delgado

Archipiélago, nº 62, 2004



    Reseña del libro Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles, de Mike Davis, con motivo de su publicación por la editorial Lengua de Trapo, de Toledo, en 2003, traducido por Rafael Reig.



Portada



Si es una feliz noticia la aparición en castellano –tardía, pero aún pertinente– de Ciudad de cuarzo, de Mike Davis, es, en primer lugar, porque nos brinda una pieza básica de esa teoría urbana radical –todavía del todo vigente– que se desarrolló en el Southern California Institute of Architecture y que tuvo en New Left Review su principal medio de expresión. Injusta e injustificadamente inédita hasta ahora aquí, la obra de Mike Davis resulta indispensable para entender la historia del pensamiento crítico en temas urbanos. Además, la novedad nos hace más accesibles las fuentes no ficcionales del sistema de representación cyberpunk y nos informa de hasta qué punto el mundo de "Matrix" es menos fantástico de lo que se supone. A otro nivel, nos sirve para contrastar distintas perspectivas que han hecho de Los Ángeles una ciudad buena para pensar el mundo urbano contemporáneo.

A este último respecto, hay algo que puede llegar a exasperar cuando uno percibe –especialmente en América– los estragos de la popularización en el ámbito de los saberes urbanos de los dialectos derivados tanto del postmodernismo intelectual como de los llamados estudios culturales. Vayas donde vayas, recibes idéntica impresión de que basta con manipular adecuadamente una determinada jerga –idéntica en todos sitios– para producir espesas conclusiones acerca del estado actual de las ciudades propias y extrañas. Tómense valores teóricos abstractos como simulacro, sobremodernidad, ciudad fractal, post-metrópolis, digitalización, sociedad-red, no-lugar...; mézclense con cierta habilidad y sazónese el producto con invocaciones distribuidas aleatoriamente a Baudrillard, Adorno, Deleuze, Foucault, Certeau, Derrida, etc. El precipitado resultante será rápidamente acogido como una aportación más a los análisis estándar sobre la nueva ciudad tardocapitalista, aplicable a cualquier contexto social, político o cultural que se preste.

Un par de los referentes mayores a los que suele remitirse este tipo de perspectivas –vulgarizadas ya hasta lo insoportable– son los textos clásicos de Fredric Jameson o de Edward Soja sobre Los Ángeles, ciudad presentada como una especie de laboratorio en que contemplar –como si fuera una bola de cristal– ciertas tendencias de los macroprocesos de metropolización actualmente en marcha: des y reindustrialización, externalización de la mano de obra, tematización, desarticulación de la dialéctica centro-periferia, etc. Esas son las ideas divulgadas en Cultural Logic of Late Capitalism, de Jameson, o en Post-modern Geographies, de Soja, que convierten Los Ángeles en paradigma del desarrollo urbano del cambio de siglo, basado en la interdependencia y la mundialización. Esas visiones globalizadoras sobre la globalización acaban produciendo una especie de sensación contradictoria. Por un lado, despiertan rechazo ante el despotismo y la injusticia que rigen las nuevas relaciones sociales en esa supuesta metrópolis planetaria de la que el modelo es la ciudad californiana; pero, al tiempo, cuesta evitar una cierta fascinación por el averno urbano futuro que Los Ángeles concreta ya ahora.

En las antípodas de semejantes pretensiones generalizadoras, Ciudad de cuarzo se caracteriza por una voluntad muy distinta a la de los teóricos de la escuela de Los Ángeles, a los que Mike Davis se ocupa de criticar en un sentido parecido. Lejos de levantar una teoría general sobre los efectos del liberalismo mundial en los contextos urbanos, sin concesiones al folklore discursivo post-moderno o a la pasión banal por lo banal de los estudios culturales, en este libro hay un esfuerzo minucioso por encontrar en Los Ángeles los restos semienterrados de su propio futuro. Ciudad de cuarzo es una inhumación de lo que estando por llegar, ya está aquí, es decir allí, en Los Ángeles.

El objetivo de la indagación de Davis es dar a comprener cómo se produce el proceso que llevó a la ciudad californiana a ser lo que era a finales de los 80 y lo que ha contiuado siendo después, en una dinámica de la que el episodio inmediato –ya presagiado de algún modo en el libro– fue la gran explosión de violencia que sacudió la ciudad en 1992, como consecuencia del caso Rodney King, y que ha culminado hace poco con el nombramiento como gobernador de California de Arnold Schwarzenegger, encarnación literal de la brutalidad como forma de gobierno y retórica de poder. Las claves que resumen el sentido del trabajo de Davis están explicitadas en los ejemplos que lo encabezan y lo cierran. En la apertura, Davis nos describe las ruinas de lo que fuera el reducto utopista de Llano del Río, comunidad socialista levantada en el cercano desierto de Mojave en 1914 por cientos de ciudadanos de Los Ángeles, que intentaron realizar unas razonables expectativas de democracia radical en California. El último capítulo, cuyo elocuente título es “El vertedero de sueños”, describe la historia y el presente de Fontana, un suburbio hoy supercontaminado, violento y desapacible, que un día fuera el escenario de paulatinos ensayos por realizar topográficamente el sueño californiano, primero en clave agrícola-rural, luego, en la década de los 40, industrial. Ahora, Fontana es un estercolero donde se amontona el fracaso y la chatarra social, los restos arruinados de lo que fueron las visiones que Jefferson y de Roosevelt tuvieron para Estados Unidos y que se pensó que podían encontrar en Los Ángeles su epifanía.

Pero no hay nada en Ciudad de cuarzo que legitime una teoría general sobre cómo se domina hoy a las ciudades y a sus habitantes. Hay elementos del paisaje que describe Davis que nos podrán resultar casi exóticos, como la proliferación de corrientes científico-esotéricas con un ascendente sobre las clases hegemónicas más que notable o el papel central que asume una Iglesia católica cada vez más servil con los poderes, por mucho que en su seno se registren los mismos conflictos geopolíticos que comprometen el sur californiano. Más complicado es encontrar paralelismos a otras derrotas mucho más locales, por mucho que el imaginario cultivado las haya hecho universales: la izquierda hollywodiense perseguida por McCarthy, dos o tres generaciones de novela negra o la presencia de exiliados gloriosos como Brecht, Adorno, Horkheimer, Stravinsky, Mann, Schoenberg, Döblin... Todo ello ha acabado siendo tan popular casi como Chinatown o las imágenes de "Blade Runner" o "LA Confidential", pero es, sin discusión, un producto local. Como lo fueron los pioneros del izquierdismo californiano, los debunkers de principios de siglo, con la obra de uno de los cuales –Louis Adamic– mantiene Davis una indisimulada deuda. Como lo es la guerra civil de baja intensidad contra y entre las bandas, que ha convertido Los Ángeles en una ciudad en estado de excepción, en la que la policía goza de poderes desmesurados que usa para imponer un auténtico régimen de terror, un asunto al que el propio Davis dedicará más tarde su Ecología del miedo (Virus). Por muchas analogías que se quiera encontrar, la conversión de ciertos barrios o propiedades en baluartes fortificados que Davis nos describe, y que se generalizan cada vez más en todo el continente americano, es difícil que lleguen a vencer las ideologías republicanas sobre el espacio público que resisten en Europa. En otros casos podemos reconocer expresiones locales o puntos de partida de corrientes de espectro mundial, como los communards, expresión losangelina de la contracultura de los 60, o su caricaturización posterior bajo la forma de new age.

En otros casos, más allá de su cualidad como inventario de los agravios y naufragios que han dado forma al Los Ángeles de finales del siglo XX, hay mucho en la obra de Davis que sí que nos da una idea de por dónde han ido las cosas en la organización de las grandes ciudades a nivel planetario. No tenemos que cambiar de país para ver los resultados de la especulación del suelo a gran escala, cómo se hostiga a cualquiera que se niegue a colaborar, la declaración del estado de sitio para los inmigrantes, los movimientos masivos de gentrificación, la escenificación de los discursos hegemónicos en forma de grandes proyectos-espectáculo, etc. En cada sitio, los nuevos modelos de desarrollo regional y la manera de intervenir en arquitectura y urbanismo al servicio de la economía postindustrial son distintos, lo que no impide que reconozcamos ciertos rasgos descritos en Ciudad de cuarzo en Barcelona o en Singapur: la fiscalización policial de la calle, la violencia de clase como instrumento al servicio de la construcción de la ciudad, la depredación irresponsable de la naturaleza, el acoso contra la disidencia, el aumento de las polarizaciones sociales, el inmenso poder de los promotores inmobiliarios, el desmantelamiento de la atención pública, el despliegue de grandes maquinarias discursivas al servicio de la legitimación de proyectos de control y explotación, la criminalización de la miseria...

Pero todos esos rasgos no son una mutación asociable a una ulterior fase del capitalismo: son la agudización de la propia apropiación capitalista de la ciudad, de cualquier ciudad y desde que el capitalismo existe. Estamos ante la prueba de la recurrencia de las técnicas que le han servido al capitalismo durante casi dos siglos para depredar las ciudades y mantener a raya la amenaza que para sus intereses y su tranquilidad siempre supuso el despliegue no controlado de lo urbano. Nada que no estuviera ya en la descripción que Engels hace del Londres de 1840 en La situación de la clase obrera en Inglaterra, una obra de la que Ciudad de cuarzo no deja de ser un equivalente próximo. Nada que no sean las nuevas versiones de la brutalidad urbanístico-militar que ya conocieran las ciudades europeas a lo largo del siglo XIX. Decididamente, Haussmann vive. Por lo demás, que se sepa, el capitalismo nunca ha dejado de ser salvaje.

Así pues, el trabajo de Davis es lo que quiere ser: no una contribución a la pirotecnia postmodernista ni al mejunge mal digerido de los cultural studies, sino la narración –o la contranarración, si se prefiere; explicativamente eficaz, literariamente bella– de cómo se ha llegado a una situación de síntesis entre terrorismo de Estado –¿existe otro?–, explotación económica, embrutecimiento creciente de las relaciones de clase y culto espectacularizado a todo tipo de dioses estúpidos. No hay en la obra ninguna concesión a la esperanza. La aspereza del relato no queda aliviada por ningún dato que, en Ciudad de cuarzo, nos permita aguardar una recuperación de Los Ángeles para las clases subalternas o para el ejercicio de la libertad y la crítica. Habrá que esperar a Magical Urbanism (Verso, 2000) para que Mike Davis nos advierta de cómo la inmigración relee Los Ángeles en sus propios términos, es decir como se reproduce –ahora y allí– la vieja capacidad de la cultura popular de adaptarse y adaptar creativamente sus propios entornos, contra o al margen de los sistemas de control y poder hegemónicos en cada momento. Pero Ciudad de cuarzo es puro desenmascaramiento. No hay propuestas, ni alternativas, ni expectativas. Ni siquiera podemos decir de la obra que sea un trabajo propiamente ensayístico. No hay nada que no sea un relato meticuloso de cómo el abuso de poder político, económico y policial puede tener virtudes estructurantes para el desarrollo urbano.

He aquí, pues, un libro de historia local que tiene que ver con Gramsci y con Benjamin, por supuesto; también con las arquelogías foucaultianas o, mejor, con las semánticas de los tiempos históricos y los consecuentes futuros anteriores de Koselleck; pero, sobre todo, que no puede dejar de recordarnos al universo moral y formal de la literatura y el cine negros, del que Ciudad de cuarzo toma un tono narrativo al tiempo ácido, distanciado, descorazonado y escéptico. Se ha querido ver en la imagen de Morfeo proponiéndole a Neo tomar la pastilla roja la traslación ficcional de la mirada lúcida de Mike Davis. Es posible, pero, si uno se pone a jugar a ello, lo que le resulta fácil imaginarse, leyendo Ciudad de cuarzo, es la voz en off de Bogart haciendo del insobornable cínico Philip Marlowe en "El sueño eterno". La ciudad es la misma: Los Ángeles. Davis es a Chandler lo que Engels fue a Dickens.

Re: DAVIS, Mike

Nota Vie Abr 15, 2016 6:09 pm
Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article11153

Original en inglés: http://blogs.lse.ac.uk/researchingsocio ... mike-davis



Entrevista a Mike Davis

“Luchar con esperanza, o sin ella, pero en todo caso, luchar”



Maria Christina Vogkli y George Souvlis

Viento Sur // 4 de abril de 2016




    [Cuando a finales de abril del año pasado Bernie Sanders anunció que se postularía en las primarias del Partido Demócrata, el senador independiente de Vermont, un socialista demócrata, pero no un demócrata en el sentido del nombre del partido, nadie podía imaginarse el gran apoyo popular que concitaría su campaña. Si Bernie Sanders consigue la aprobación de los demócratas, el resultado será el más sorprendente e inesperado de la era moderna de las primarias. Puesto que el conservadurismo blanco sintoniza mucho más con la actual política estadounidense que cualquier versión del socialismo democrático, hasta la nominación de Trump sería menos sorprendente. En sus trabajos, Mike Davis, escritor marxista estadounidense, activista político, teórico del urbanismo e historiador, ha estudiado, entre otros muchos temas, la política de EE.UU. del último siglo, prestando especial atención a la formación (o mejor dicho, la deformación) de la clase trabajadora norteamericana.

    En esta entrevista, Maria Christina Vogkli, graduada por la London School of Economics, y George Souvlis, doctorando en historia en la Universidad Europea de Florencia y escritor freelance en varios blogs y revistas progresistas (Jacobin, ROAR, Enthemata Avgis), conversan con Mike Davis, que explica cómo se formó su identidad política y expone sus opiniones sobre la política del “extremo centro” estadounidense y sobre el potencialidades y limitaciones de la candidatura de Bernie Sanders.]


Pregunta: ¿Podría hablarnos de su entorno familiar?

Respuesta: El único rasgo particular de mi historia familiar es el de ser absolutamente normal. Mi padre venía de una familia protestante de Ohio y era un demócrata ferviente admirador del New Deal. Mi madre era irlandesa católica, afiliada al Partido Republicano, aunque en dos ocasiones votó al candidato socialista Norman Thomas. También adoraba al presidente Eisenhower y a Liberace. Ambos habían acabado el bachillerato. Aparte de la Biblia, en casa no había ningún otro libro, pero mi padre era un gran lector de periódicos (deportivos y de política) y mi madre devoraba cada número del Reader’s Digest. Mi padre trabajaba en la venta de carne al por mayor, en un puesto híbrido entre oficinista y obrero. Su jornada se repartía entre llamadas, preparación de pedidos y el transporte y la entrega de la carne. Los ingresos de mi familia, la hipoteca de la casa, el coche, las horas frente a la televisión y toda esa serie de cosas, coincidían con el promedio nacional durante los años cincuenta (he investigado sobre esto). Crecí en una casa entre huertas de naranjos y aguacates al este del condado de San Diego.


Pregunta: ¿Cómo cree que influyó el contexto familiar en su formación política?

Respuesta: Ahora mismo estoy escribiendo un libro sobre los años sesenta, centrado sobre todo en los activistas de ámbitos “corrientes”, como el mío propio, sin heroicas historias de la izquierda. En mi caso, había tres predisposiciones a disentir en mi genealogía: una, la gran dedicación de mi padre al sindicato de cortadores de carne (de cuya agrupación local fue miembro fundador); otra, tener primos negros y de origen asiático a través de mi mujer; y la última, la conciencia de clase de irlandés de chabola de mi madre oficialmente republicana (despreciaba a los Kennedy como católicos cursis de castillo). Hasta que en los años setenta no rebusqué en el origen de mi familia en el corazón de Ohio, la pequeña población de Venedocia (actualmente 140 habitantes), no entendí el asombroso antirracismo de mi padre y mi hermano. Provenía sin duda de los antepasados de mi padre, fundadores del pueblo, en el que el galés fue el idioma predominante hasta bien entrado el siglo XX. Me di cuenta cuando pasé una tarde en el pequeño cementerio del pueblo, observando las lápidas de los Jones, Davis, Evans, Howell, etc. Estos antepasados galeses, que figuraban entre los pioneros en Ohio, eran feroces abolicionistas. Todo este ADN se me activó a los 16 años, en 1962, alcohólico y delincuente, cuando mi prima, que se había casado con un hombre que sería más tarde uno de los fundadores de Black Studies en San Diego, me invitó a una manifestación organizada por CORE (Congreso por la Igualdad Racial). Este fue el momento crucial que recondujo mi vida. Como muchos otros atrapados por la fuerza y la belleza del movimiento por los derechos civiles, viví la transición, paso a paso, de CORE a SDS (Estudiantes por una Sociedad Democrática, donde milité a tiempo completo durante tres años), y luego hacia la izquierda marxista (en mi caso, la sección herética pro-Dubcek del Partido Comunista en el sur de California). Si mi mente tiende a lo heterodoxo y excéntrico, y mi temperamento a la melancolía celta, mis valores en cambio se mantienen incondicionalmente socialistas.


Pregunta: ¿Cómo describiría el contexto amplio del sur de California durante ese periodo?

Respuesta: Como muchos de nuestros vecinos, mis padres eran refugiados de la depresión, que emigraron al sur de California desde Ohio en 1938. La “etnicidad” dominante en todas nuestras ciudades blancas era del sudoeste (Oklahoma y Texas), y los grupos religiosos más numerosos eran los baptistas, pentecostales, mormones y metodistas, por ese orden. Main Street [la calle principal] dividía la ciudad entre la clase popular y los ricos. Nuestro lado era más pobre, y fuertemente sureño, con un rodeo y un popular salón de baile. El otro lado, al sur, era más de clase media, metodista y de cultura playera. Nos encantaba considerarnos “westeners” (del oeste) y sentíamos gran antipatía por los surferos. En la zona cundían el racismo y el anticomunismo, pero debido al gran número de trabajadores sindicados de la industria aeronáutica y de la construcción que vivían por allí, nuestro barrio elegía a representantes demócratas. El sindicato de obreros de la industria aeronáutica era el más influyente.


Pregunta: Un tema que usted introduce en su estudio sobre la clase trabajadora estadounidense es que el Partido Demócrata jamás será la organización política que traiga un cambio social significativo para los intereses de las clases subalternas. ¿Sigue pensando así? ¿Fue Obama realmente diferente de otros líderes del partido, o simplemente uno más?

Respuesta: El mal del neoliberalismo al estilo de Clinton resuena en todos los mítines de Trump. Las emocionantes campañas de Jesse Jackson en los años ochenta probaron que era plenamente posible aliar las antiguas zonas industriales con el gueto, pero sus oponentes de centro derecha en el partido demócrata –el comité por la elección de Bill Clinton a la dirección del partido– hizo saltar todos los puentes de unidad progresista entre los trabajadores blancos empobrecidos del sector industrial y la clase trabajadora pobre de los barrios y guetos. Defendiendo firmemente el libre comercio internacional, las élites de la información y la financiarización de la producción, los Clinton, y después los Obama, han presidido la muerte de las industrias y los sindicatos industriales, que habían sido la columna vertebral del New Deal. Obama ha continuado los ataques y recortes de las políticas de Bush, haciendo que los sindicatos del sector público se encuentren ahora en un declive similar.

Tal vez lo más sorprendente ha sido la pasividad de la administración y de la dirección demócrata frente a la ofensiva lanzada y financiada por los hermanos Koch para destruir los sindicatos y recortar los presupuestos públicos de Wisconsin, Michigan y Ohio. Menos dramática, pero no con menos consecuencias, ha sido la ausencia de iniciativas para hacer frente a la grave pérdida de empleos y la desintegración de los cinturones industriales del sur, incluyendo el otrora bastión demócrata de West Virginia. (En cierto modo, se trata de la “Alemania del este” de EE UU.) El programa religioso conservador ha ganado tanta relevancia electoral en estas regiones precisamente porque los demócratas no ofrecen ningún contrapeso serio en forma de política económica alternativa.


Pregunta: ¿Qué piensa del fenómeno Trump?

Respuesta: Teniendo en cuenta lo que he dicho anteriormente, el fenómeno Trump no debería sorprendernos. Durante años, el ex demagogo nixoniano Pat Buchanan ha abogado por una política económica nacionalista combinada con una política exterior de primacía de EE UU. Como candidato a la presidencia, Buchanan consiguió algunas victorias, pero sin el apoyo de las grandes iglesias y de los multimillonarios, su brillo se apagó rápidamente. Trump, con una gran fortuna personal y un astuto uso del escándalo mediático para estar en lo más destacado de todas las portadas, se mantiene independiente del establishment de la derecha y de sus postulados ideológicos tradicionales. Su éxito responde en parte a la famosa pregunta que se planteaba en el libro de Tom Frank de 2004: “¿Qué pasa con Kansas?”: ¿por qué los trabajadores blancos apoyan causas conservadoras cuya política económica se opone diametralmente a sus intereses de clase? La campaña de Trump, con su énfasis demagógico en el empleo, demuestra claramente que la falsa conciencia tiene sus límites y que los trabajadores blancos ya no son automáticamente seguidores de la Fundación por la herencia de la izquierda cristiana. Si Trump, como el satánico George Wallace, moviliza el lado oscuro, se expone a cierto grado de enemistad entre los antiguos “Demócratas de Reagan”, y eso podría destruir el Partido Republicano post-Reagan, que llegó al poder con Newt Gingrich en 1994.


Pregunta: ¿Cree que la campaña de Bernie Sanders tiene potencial para marcar la diferencia?

Respuesta: Sanders, o su base, son sin duda el fenómeno más inesperado de los últimos tiempos. Como alguien que fue escéptico ante el movimiento Occupy (demasiado liderado por niños de la élite y el seudoanarquismo), creo que la actual revuelta generacional es increíble, por su escala, pasión y nivel de inclusividad. A pesar de que los cien campus de más prestigio aportan casi todos los cuadros que trabajan a tiempo completo en la campaña, el alma del movimiento de Sanders está en otro sitio: institutos agrícolas, escuelas de secundaria, raperos y las innumerables categorías diferentes de jóvenes precarios con estudios. También los hijos de los nuevos inmigrantes se están haciendo especialmente visibles en la campaña, según se desplaza al oeste y a las grandes ciudades. Aunque cualquier comparación personal entre Al Smith y Bernie Sanders sería absurda, las primarias de 2016 evocan fuertemente recuerdos de las elecciones presidenciales de 1928. Aunque el demócrata conservador Smith (el primer católico que llegó a la Casa Blanca) perdió frente a Herbert Hoover, las elecciones abrieron la era Roosevelt, puesto que los chicos de Ellis Island, católicos urbanos y judíos, fueron por primera vez en masa a las urnas. Del mismo modo, la campaña de Sanders, incluso más que el milagro de Obama en 2008, es la prueba de un realineamiento fundamental conducido por un nuevo electorado y una nueva mayoría con un programa propio.


Pregunta: ¿Podría desarrollar un poco más eso del “realineamiento político” que está teniendo lugar en el Partido Demócrata?

Respuesta: “Realinamiento” en teoría política moderna estadounidense es un concepto controvertido, y menos popular de lo que fue en su auge interpretativo de finales de los sesenta a finales de los ochenta. Son demasiados pequeños terremotos los que han sido calificados de “gran terremoto”, pero sea como fuere, no puedo pensar en otro término mejor para definir lo que está pasando en el Partido Demócrata. A diferencia de los republicanos, que experimentan una auténtica implosión, los demócratas se encuentran en los estertores de una transición generacional que apunta hacia una coherente dirección de izquierdas. ¿Una afirmación hiperbólica? No parece, según lo que se desprende de los datos de las votaciones, en las que el apoyo a Sanders entre votantes de menos de treinta no tiene precedentes (equiparable a la falta de apoyo de Hillary Clinton en la misma franja de edad). Igual de llamativa es la “moda” del socialismo entre los millenials. Las encuestas nacionales desde 2011 han demostrado que muchos menores de treinta eligen socialismo frente a capitalismo, un increíble cambio de opinión, aunque los respectivos niveles de estudios no estén bien definidos.

Sanders puede ser caricaturizado por su supuesto deseo de convertir Estados Unidos en Dinamarca, pero el referente real de su campaña, como él mismo se ha encargado de destacar, es la propuesta de Franklin D. Roosevelt de una Carta de Derechos Económicos y Sociales, el programa de su campaña de 1944 y el punto culminante del liberalismo moderno. En nuestro sistema postliberal, el derecho a la atención sanitaria y a la formación universitaria gratuita, se podría considerar hoy demandas “socialistas” (o demandas de transición, en palabras de Trotsky).


Pregunta: ¿Cuáles son las principales limitaciones que observa en la campaña de Sanders?

Respuesta: La campaña de Sanders ha sido tachada a menudo de unidimensional: sus posiciones sobre política internacional, por ejemplo, son decepcionantes por difusas, y en muchos aspectos no muy diferentes de las de Clinton. Sus reformas económicas son también menos radicales de lo que parecen. Romper con los grandes bancos, por ejemplo, es parte del “progresivismo” de La Follette y George Norris (dos importantes republicanos liberales de los años treinta); los socialistas propondrían por su parte nacionalizarlos para convertirlos en un servicio público. Propone, por ejemplo, crear impuestos sobre las grandes fortunas de la misma cuantía que en la época de Lyndon B. Johnson, pero menos que en la de Eisenhower. Por otra parte, ha eludido cuidadosamente algunas de las demandas tradicionales de la izquierda en cuestiones como la reducción del gasto militar y la abolición del estado de vigilancia generalizado. Su estrategia para combatir el desempleo (el derecho a un empleo decente era la piedra angular del programa de Roosevelt) es vaga y poco original: todos los demócratas de los últimos tiempos han propuesto sin mucha convicción la creación de empleo a través de la inversión en infraestructuras. Ni siquiera un parco remedio para la estanflación imperante.

A pesar de todo esto, Sanders ofrece un modelo parcial, en parte inspirado en las políticas de la era del New Deal, para una nueva política que se ajuste tanto a los valores de la igualdad de oportunidades como a las necesidades económicas mínimas para la nueva mayoría. El eslabón perdido es, aparte de una política exterior claramente crítica, su reticencia a reconocer la persistencia estructural del racismo tras la catástrofe del encarcelamiento masivo. La resegregación en la educación pública y la descomposición de las ciudades de mayoría no blanca son dos temas sobre los que hay que hablar.

La gente joven confía en que Sanders defenderá a los “Dreamers” [1] y a sus padres, pero no parece probable que su campaña lleve a una política ni remotamente tan radical como la petición del Papa Francisco de dar prioridad los derechos humanos sobre la soberanía nacional. En cualquier caso, la vieja cara de granito ha conseguido mucho más de lo que nadie hubiera considerado posible, y ha iniciado un movimiento embrionario que puede empezar la gran labor de organizar campañas en el mundo del trabajo, campañas por los derechos e insurgencia electoral.


Pregunta: Una vez, el crítico cultural socialista Raymond Williams dijo que “ser genuinamente radical es hacer la esperanza posible, en lugar de hacer convincente la desesperanza”. ¿Qué opina de esto?

Respuesta: La “esperanza” no es una categoría científica. Ni es una obligación en la escritura crítica. Por otra parte, la honestidad intelectual lo es, y yo al menos trato de aplicarla en mis análisis, por muy errados que estos puedan ser. Creo firmemente que nos encontramos ante un “conflicto final” que decidirá la supervivencia de gran parte de la humanidad a lo largo de la próxima mitad del siglo. Contra este futuro debemos luchar como el Ejército Rojo en las ruinas de Stalingrado. Luchar con esperanza, o sin ella, pero en todo caso, luchar.





Nota a pie de página

    [1] “Dreamers” son los jóvenes inmigrantes que, de conformidad con el proyecto de ley DREAM (acrónimo de Development, Relief and Education for Alien Minors), podrían obtener un permiso de residencia temporal en EE UU y después, si cumplen determinados requisitos, un permiso de residencia permanente.


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