Toni
NEGRI
Nunca como hoy la relación
media-espectador ha estado tan demonizada, y no hace más que empeorar.
Es más, se ha querido dar del mensaje mediático la imagen
de una ráfaga de metralleta incrustrándose en el espectador–
blanco miserable de un poder omnipresente– y aniquilándole. Este
moralismo obtuso y deprimente ha cobrado el porte de un ritual, más
en particular para una izquierda incapaz ya de análisis y propuestas
positivas y que continúa acantonada en inútiles lamentaciones.
Se nos representa una vida cotidiana dominada por el monstruo mediático
como una escena poblada de fantasmas, de zombis prisioneros de un destino
de pasividad, de frustraciones e impotencias. Esta demonización
no es la única componente de la relación media-público-vida
cotidiana. La "ciencia de la comunicación" le es un buen soporte.
Porque, en efecto, la comunicación es abatida permanentemente sobre
la información, y los media se conciben como funciones lineales
que prolongan en la sociedad mensajes de una eficacia completamente pavloviana.
Como ocurre ya en la lingüística, en las ciencias de la comunicación
(o más bien en las "sedicentes" ciencias de la comunicación),
hoy el lenguaje es disecado y su subjetividad evacuada. Todo lo que es
ético, político, poético, interactivo, no inmediatamente
discursivo, en la relación media/público (tal y como lo es
ya en la relación sujeto/lenguaje), es eliminado. En esta reducción
científica (¡si se la puede llamar así!) se apoyan
las concepciones terroristas de los media, las lamentaciones de los moralistas
y sobre todo una visión reificada e intransitiva de la vida política
que se traduce en: "¡no hay nada que hacer! ¡Imposible
escapar a esta esclavitud!" Aquí se confirma la sacralidad del poder,
en toda esta nueva modernidad. La izquierda no propone más que la
teoría de la manipulación y siente lástima por los
desgraciados espectadores a los que se reduce a receptores pasivos. Desde
luego, no es nuestra intención negar los efectos regresivos que
provoca en sus usuarios el mundo actual de los media. No somos insensibles
a la degradación del gusto y del saber colectivo, tampoco a la colonización
de los universos de lo vivido. Además, nos parece absolutamente
evidente que la máquina mediática actual en absoluto produce
esos efectos inocentemente. En el sistema de poder actual produce conscientemente
códigos infectados y epidémicos, destinados a impedir y cortocircuitar
los mecanismos de producción simbólica. Selección
estratégica e instrumental de los contenidos informáticos,
inversión sistemática de los sentidos y los valores, reducción
extrema de la información a mercancía, y de la comunicación
a la enalidad y la futilidad: ¡adelante, con alegría!
Pero, una vez reconocido todo esto, ¿es verdad entonces la teoría
de la manipulación, podemos seguir sosteniéndola? ¿Siguen
de actualidad el catastrofismo y las invocaciones líricas a liberarse
de la dominación de los media productores de mercancías de
las últimas críticas de la Escuela de Frankfurt? No, el ser
humano no es unidimensional, y es preciso rechazar resueltamente las concepciones
de las que hemos hablado hasta ahora, y que la izquierda moralizante y
pesimista ha hecho suyas. En primer lugar, porque son falsas, y a continuación
porque producen como resultado impotencia ética y derrotismo político.
Son falsas, pues. No es este el lugar para retomar las largas discusiones,
siempre interesantes por otra parte, que han acompañado al desarrollo
de las ciencias lingüísticas y la superación de un estructuralismo
mecánico y mezquino que han operado. Basta traer a la memoria cómo
de Bajtín a Hjelmslev, de Benjamin a Deleuze, por no citar más
que a algunos autores esenciales, fue reparada la grave distorsión
objetivista y funcional que había sufrido la lingüística,
al menos en parte. Por tanto, si hoy es posible empezar a hablar de nuevo
de las ciencias de la comunicación, lo es sobre la base de un teoría
que reintroduce dimensiones ontológicas y subjetivistas, elementos
autopoiéticos y creativos en la descripción de los agenciamientos
colectivos que se constituyen en el tejido mediático y comunicativo.
La operatividad colectiva, ético-política, emotiva y creativa
que actúa en el mundo de la comunicación es un elemento irreductible,
una resistencia que se abre a otros caminos: está esencialmente
en la base de nuevas constituciones de los sujetos y nuevas interrelaciones
que no dejan de producirse. El conjunto "maquínico" de la comunicación
mediática es un mundo de transformación y constitución,
como el resto de los mundos "maquínicos" en los que se ve inserta
la vida del ser humano. Marx había mostrado cómo la acumulación
capitalista, al transformar progresivamente al ser humano, es decir, al
trabajador, desarrolla al máximo su productividad, haciendo de esta
una fuerza productiva capaz de autovalorizarse y por tanto de ser una fuerza
revolucionaria. Mediante la acumulación de la comunicación,
la consciencia del ser humano se transforma y se vuelve apta para un reconocimiento
colectivo de esa ampliación de las posibilidades de saber y de las
capacidades de transformación que, sólo ellas, pueden asegurarle
más libertad. Entonces, aquí estamos en el corazón
del problema, es decir, que hay que considerar el mundo de la comunicación
como el lugar en el que las grandes fuerzas sociales del saber y la comunicación
se colocan como las únicas fuerzas productivas. El trabajo colectivo
de la humanidad toma consistencia en la comunicación y el paradigma
comunicativo se identifica poco a poco, pero con una evidencia cada vez
mayor, con el del trabajo social, con el de la productividad social. La
comunicación se vuelve la forma en la que se organiza el mundo de
la vida con toda su riqueza. La nueva subjetividad se constituye en el
interior de este contexto de máquinas y trabajo, de instrumentos
cognitivos y autoconsciencia poiética, de nuevo medio ambiente y
nueva cooperación. El trabajo humano de producción de una
nueva subjetividad cobra toda su consistencia en el horizonte virtual que
abren cada vez más las tecnologías de la comunicación.
Nos es preciso volver una vez más al análisis y la crítica
marxianas del trabajo para encontrar en este proceso el mecanismo de la
explotación y las razones de la revolución. Volvemos en el
caso presente: es decir, en el estadio en el que, de ahora en adelante,
la comunicación nos aparece como la máquina que domina a
toda la sociedad, pero en cuyo interior la cooperación de las consciencias
y las prácticas individuales alcanza su nivel de productividad más
elevado– productividad del sujeto, cooperación de los sujetos, producción
de un nuevo horizonte de riquezas y al mismo tiempo de liberación.
En el seno mismo de este trabajo comunicativo, las resistencias últimas
de un mundo capitalista reificado, apresado en las determinaciones fetichistas
del horizonte de la mercancía, se debilitan: la realidad, la naturaleza,
la sociedad se ven apresadas en la consistencia del flujo de los acontecimientos;
entonces la actividad comunicativa de la fuerza de trabajo, de las consciencias
comunicantes, de los sujetos cooperantes se vuelve capaz de poner en acción,
radicalmente, la transformación social, sin otro límite que
la finitud de nuestro deseo. Una finitud que tiene como único obstáculo
lo infinito de la tarea. Entramos en una era posmediática. La segunda
crítica que podemos hacer a las teorías de la comunicación
que hoy nos ofrece el poder se apoya en esta constatación. A partir
de ahí podemos desmistificar la perspectiva de una esclavitud política
ineluctable (y de la prosecución de la explotación del trabajo).
Es decir, conscientemente, que el triunfo del paradigma comunicativo y
la consolidación del horizonte mediático, por su virtualidad,
su productividad, la extensión de sus efectos, lejos de determinar
un mundo apresado en la necesidad y la reificación, abren espacios
de lucha por la transformación social y la democracia radical. Es
preciso llevar el combate al interior de este nuevo campo. Combate para
reducir a todos los elementos y los agentes que repiten, en el nuevo modo
de producción de la subjetividad, las viejas normas, los códigos
y los paradigmas miserables del antiguo arte de reinar: lucha de reapropiación
de los media y de todas las articulaciones de la comunicación. Las
destrucciones que hay que operar en este campo son innumerables: ¿cómo
destruir el sistema privado y/o estatal, el monopolio capitalista de la
comunicación? ¿Cómo anular la intervención
de los profesionales de la comunicación y de todo el sistema de
códigos de poder que vehiculan? ¿Cómo minar el
terreno en el que descansa ese centro de producción de los aparatos
ideológicos? Pero si las destrucciones que hay que operar son amplias
y arduas, mucho más importantes aún y más acaparantes
son las operaciones positivas que hay que pensar. Se trata de imaginar
y construir un sistema colectivo de comunicación en el que estarían
excluidos lo privado y lo estatal. Se trata de construir un sistema de
comunicación público basado en la interrelación activa
y cooperante de los sujetos. Se trata de unir comunicación/producción/vida
social en formas de proximidad y cooperación cada vez más
intensas. En fin, se trata de contemplar una democracia radical tanto en
la sociedad como en la producción, que ha de cobrar forma en las
condiciones del horizonte posmediático.