La justicia de los vencedores
Hace
justo diez años, el 27 de junio de 1991, se empezaba a morir en
Yugoslavia. Se sigue muriendo pero, por lo menos, los "vengadores humanitarios",
la OTAN, harán que Slobodan Milosevic, el único malo de la
película balcánica, pague sus culpas en el Tribunal Penal
Internacional de La Haya.
Slobodan Milosevic, acusado
de homicidio, deportación, persecución por motivos políticos,
raciales y religiosos, crímenes de guerra, y por la eliminación
de 730 ciudadanos kosovares, es presuntamente culpable. Aunque pueda pensarse
que el primer jefe de Estado en sentarse como acusado ante un tribunal
internacional no sea inocente, hubiese sido oportuno que fuera juzgado
en Belgrado.
En términos teóricos,
es un gran logro que exista un tribunal internacional contra los crímenes
de guerra. Pero el juicio que empezó en La Haya, el martes 3, contra
el expresidente yugoslavo obliga a toda una serie de consideraciones que
-lamentablemente- oscurecen las presuntas responsabilidades de Slobodan
Milosevic.
La primera refiere a la naturaleza
misma del Tribunal Penal Internacional para los crímenes en la ex
Yugoslavia, instituido por las Naciones Unidas en 1993. La aspiración
de que se aplique el principio básico de que la ley sea igual para
todos, ha sido frustrado hasta ahora porque Estados Unidos pretende ejercer
el derecho de veto sobre quién puede ser juzgado en ese tribunal,
excluyendo a los ciudadanos de ese país. Por consiguiente, mientras
los Henry Kissinger y los Ariel Sharon sean inmunes, un tribunal como el
de La Haya pierde cualquier credibilidad política internacional
y se perfila como un organismo ilegítimo. Mientras tanto el carnicero
serbo-bosnio Radovan Karadzic, sigue tranquilamente en su casa en Pale.
Y así el juicio a Milosevic
lleva la misma distorsión óptica que la comunicación
televisiva. Procesando un hombre solo -y sustrayéndolo a la justicia
de su país que había sabido detenerlo- se lavan las culpas
colectivas de una generación entera de ex yugoslavos. Como en la
Alemania nazi, fueron decenas de miles los que cumplieron y cientos de
miles los que compartieron. Además -y no es novedad- el juicio de
La Haya limpia de las responsabilidades directas a los actores internacionales,
políticos y económicos y también religiosos.
TRES PODERES
En esto es fácil leer
el cumplimiento de un proyecto nacido con la caída del muro de Berlín,
en el que los intereses de los grupos en el poder, los dirigentes de las
grandes potencias y las fuerzas económicas que representan, se hacen
primero ideología y después interpretación única
de la realidad. Con el g-8, el FMI, el Banco Mundial y la OMC, los grandes
ya detentan el "poder legislativo" sobre el mundo. Con la transformación
de la OTAN de alianza defensiva en ofensiva, los grandes se atribuyeron
una suerte de "poder ejecutivo", brazo armado del gobierno del mundo. Ahora,
con el tribunal internacional, se dotan también del "poder judicial".
Pero es un poder judicial que, como en el antiguo régimen, sólo
juzga al tercer estado. Nobleza y clero -la pretensión estadounidense
de excluir a los suyos- son inmunes.
Mientras tanto, las consecuencias
de la entrega de Milosevic sobre la República Federal Yugoslava
son devastadoras. El primer ministro serbio Zoran Djindjic ha dado el paso
desautorizando por completo a los órganos federales. No podía
haber otra consecuencia que la dimisión del jefe del gobierno federal,
el montenegrino Zoran Zizic. Será difícil que Kostunica consiga
formar otro gobierno.
La violación de la Constitución
yugoslava que se plasmó con la entrega de Milosevic a un tribunal
de dudosa legitimidad internacional, tiene un precio. El día siguiente
a la deportación, la hoy república bananera serbia ingresó
un cheque de 1.280 millones de dólares prometido por el Banco Mundial
para la reconstrucción del país. Es una gota en el mar de
la crisis serbia, un país que sigue viviendo con el 30 por ciento
de la energía que necesitaría, un desempleo que llega al
40 por ciento, sueldos de 70 dólares mensuales y jubilaciones de
40.