LA FOBIE D’ ÉTAT


    MICHEL FOUCAULT (1926-1984), UNO DE LOS FILOSOFOS FRANCESES MAS RESONANTES Y POLEMICOS DEL SIGLO XX, HA ESCRITO OBRAS DE GRAN TRASCENDENCIA EN EL PENSAMIENTO MODERNO, COMO "LAS PALABRAS Y LAS COSAS", "HISTORIA DE LA LOCURA EN LA EPOCA CLASICA", "HISTORIA DE LA SEXUALIDAD", "LA ARQUEOLOGIA DEL SABER" Y "VIGILAR Y CASTIGAR" ENTRE OTRAS.
    "LA FOBIE D’ ÉTAT", ES UN RESUMEN DEL CURSO PRONUNCIADO EN EL COLEGIO DE FRANCIA EL 31 DE ENERO DE 1979 Y PUBLICADO EN LIBERATION, EL 30 DE JUNIO-JULIO DE 1884, p.21. TRADUCCION CORRESPONDIENTE A LA EDICION DE "LA VIDA DE LOS HOMBRES INFAMES", COL. CARONTE-ENSAYOS, ED. ALTAMIRA/NORDAM COMUNIDAD.

    La fobia al estado atraviesa numerosos planteamientos contemporáneos y se ha nutrido desde hace mucho tiempo de numerosas fuentes, que van desde la experiencia soviética de los años veinte, y la experiencia del nazismo, hasta la planificación orquestada tras la Segunda Guerra Mundial. Los agentes portadores de esta fobia al Estado han sido muy numerosos puesto que entre ellos podemos encontrar desde profesores de economía política, inspirados en el neo-marginalismo austríaco, hasta los exiliados políticos que, a partir de 1920-25, han desempeñado sin duda un papel considerable en la formación de la conciencia política del mundo contemporáneo, pese a que sus contribuciones no hayan sido posiblemente estudiadas posteriormente con la suficiente atención. Aún está por hacer toda una historia política del exilio o si se prefiere una historia del exilio político con sus efectos idelógicos, teóricos y prácticos. El exilio político de finales del siglo XIX ha sido innegablemente uno de los grandes agentes de difusión del socialismo. Me parece que el exilio, la disidencia política del siglo XX ha sido, por su parte, un agente de considerable difusión de lo que podría denominarse el anti-estatalismo o la fobia al Estado.
    El año pasado les hablaba de cómo toda esa inmensa difícil y confusa crítica del despotismo, de la tiranía, de lo arbitrario, ponía de manifiesto una crisis de gubernamentalidad en la segunda mitad del siglo XVIII. Pues bien, existe en la actualidad una fobia en relación al Estado tan ambigua posiblemente como entonces. Me gustaría retomar este problema del Estado –o de la cuestión del Estado- o de la fobia al Estado a partir del análisis de esa gubernamentalidad de la que he hablado en otro momento. Estoy seguro de que alguien podría plantearme la siguiente objeción: "bueno, una vez más usted se escabulle a la hora de elaborar una teoría del Estado". Pues bien a esto yo respondería: sí, hago, quiero y debo hacer la economía de una teoría del Estado del mismo modo que se puede y se debe hacer la economía de una comida indigesta.
    ¿Qué significa "hacer la economía de una teoría del Estado"? Si se me dice que en realidad yo desdibujo en los análisis que hago la presencia y el efecto de los mecanismos de Estado, entonces podría responder que eso no es cierto, que se trata de un error y de una equivocación pues a decir verdad yo no he hecho otra cosa que luchar contra esa imprecisión. Cuando me he ocupado de la locura, cuando he investigado la constitución de esa categoría, de ese cuasi-objeto natural que es la enfermedad mental, cuando he estudiado la organización de una medicina clínica así como la integración de mecanismos, técnicas y tecnologías disciplinarias en el interior del sistema penal, en todos esos análisis he planteado siempre el problema de la estatalización progresiva, fragmentada, sin duda, pero a la vez continua. Me he ocupado de la estatalización de un determinado número de prácticas, de formas de actuar y, si ustedes quieren, de la gubernamentalidad. Así pues el problema de la estatalización está en el corazón mismo de las cuestiones que he intentado abordar.
    Ahora bien si cuando se dice "hacer la economía de una teoría del Estado" se quiere decir que no se comienza a analizar en sí misma y por sí misma la naturaleza, la estructura y las funciones del Estado, si "hacer la economía de una teoría del Estado" quiere decir no pretender deducir a partir de lo que es el Estado, entendido como una especie de universal político, y, por inferencias sucesivas, lo que ha podido ser el estatuto de los locos, de los enfermos, de los niños, de los delincuentes, etc, en una sociedad como la nuestra, entonces respondo: sí, por supuesto, he decidido muy conscientemente abstenerme de hacer esta forma de análisis. La cuestión no estriba en deducir todo ese conjunto de prácticas de una entidad que sería algo así como la esencia del Estado en sí misma. Es preciso abstenerse de llevar a cabo este tipo de análisis, en primer lugar, porque la historia no es una ciencia deductible y, en segundo lugar, por otra razón todavía más importante y de mayor peso: el Estado no tiene esencia.
    El Estado no es universal; el Estado no es en sí mismo una fuente autónoma de poder; el Estado no es otra cosa que los hechos; el perfil, el desglosamiento móvil de una perpetua estatalización o de perpetuas estatalizaciones, de transacciones incesantes que modifican, desplazan, conmocionan o hacen decantarse insidiosamente, poco importa, las finanzas, las modalidades de inversión, los centros de decisión, las formas y los tipos de control, las relaciones entre los poderes locales y la autoridad central.
    Como muy bien sabemos el Estado no tiene entrañas, y no simplemente en el sentido de que no tenga sentimientos, ni buenos ni malos, sino que no tiene entrañas en el sentido de que no tiene interior. El Estado no es otra cosa más que el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidad múltiple. De ahí que esta angustia ante el Estado, esta fobia al Estado, que me parece uno de los rasgos más caracterísiticos de los planteamientos habituales de nuestra época, deba ser a mi juicio analizada, o mejor, retomada para intentar no tanto arrancar al estado el secreto de lo que es –del mismo modo que Marx extrajo de la mercancía su secreto- cuanto de pasar al exterior y plantear el problema del Estado, de investigar el problema del Estado a partir de las prácticas de gubernamentalidad.
    Dicho esto me gustaría, siguiendo esta perspectiva y desarrollando el hilo del análisis de la gubernamentalidad liberal, ver cómo esta gubernamentalidad se presenta, cómo se pone en práctica y a la vez se analiza a sí misma, en suma, cómo se programa en la actualidad. Ya he indicado en otra ocasión algunas de las que podrían ser las características más relevantes de la gubernamentalidad liberal, tal y cómo ésta se constituyó a mediados del siglo XVIII. Voy pues ahora a dar un salto de dos siglos pues tengo la pretensión, por supuesto, de mostrarles la historia global, general y continua del liberalismo desde el siglo XVIII hasta el siglo XX. Simplemente quisiera detectar, a partir de las formas que adopta el programa actualmente en marcha de la gubernamentalidad liberal, e intentar aclarar algunos problemas que han estado presentes desde el siglo XVIII hasta la actualidad de forma recurrente. Planteo este proyecto con cierta reserva ya que, como ustedes saben, soy un poco como los cangrejos y me desplazo lateralmente. Pienso, pues, espero, es probable que estudie sucesivamente el problema de la ley y el orden, el problema del Estado en su oposición a la sociedad civil, o mejor, el modo cómo se instrumentaliza esta oposición. Y, en fin, si la suerte me sonríe, plantearé el problema de la biopolítica y el problema de la vida. Ley y orden, Estado y sociedad civil y, por último, política y vida, tal es el programa a seguir.

Revista Diógenes, edición de mayo de 1994, Mendoza, Argentina.


volver