Editorial
Recuperar la memoria


Un cuarto de siglo después de que España recuperase la democracia, aún sigue arrumbado en el trastero de la Historia el recuerdo de miles de aragoneses asesinados a partir de 1936 por el único delito de haber tenido opiniones políticas distintas a las de quienes promovían la sublevación militar que dio lugar a la Guerra Civil y luego a la dictadura franquista. La constitución en Teruel de una Fundación encaminada a investigar la identidad de los más de mil republicanos enterrados anónimamente en los Pozos de Caudé es, sin embargo, una muestra de que hay personas interesadas en borrar la exagerada e improcedente amnesia colectiva y hacer que resplandezca la verdad oculta; en esa misma línea trabajan desde hace años algunos historiadores e investigadores universitarios.

Rehabilitar la memoria de quienes fueron injustamente muertos es legítimo y necesario. Nuestra democracia quedará incompleta mientras aquellas gentes que dieron su vida por ella sigan enterradas por las cunetas o en fosas comunes bajo la terrible condición de "desaparecidos". Hora es de mirar cara a cara al pasado y de sacar del olvido el nombre de los fusilados, para que tengan en la Historia de Aragón el lugar que les corresponde.

REPORTAJE DE LOLA ESTER


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MUCHAS FAMILIAS SIGUEN SIN SABER EN QUE BARRANCO O EN QUE CUNETA ESTAN SUS MUERTOS


Ninguno de los fusilados en Teruel en el 36 fue enterrado en su pueblo


Todos los concejales de Calamocha fueron ejecutados en la tapia de una paridera de Singra
"No ponga en mi boca la palabra fusilado, a mi padre lo asesinaron por ser de izquierdas y pobre"
La provincia de Teruel está salpicada de fosas comunes que permanecen ignoradas junto a cunetas y barrancos, y de tapias de cementerio laceradas con plomo. La gran pesadilla de muchas familias de fusilados en la Guerra Civil es no saber aún en qué cuneta ni en qué barranco pueden sentirse más cerca de sus muertos, porque el mayor castigo que se infligió a los fusilados fue el extrañamiento, la negación del descanso eterno cerca de los suyos, la indignidad que en la Edad Media se conocía como ser enterrado como un perro.

Los desaparecidos que ahora busca la Fundación Pozos de Caudé son, en su mayoría, víctimas de los asesinatos en masa que siguieron al 18 de julio del 36, matanzas que nunca se realizaron en el pueblo de las víctimas. De esta forma, un buen número de los 132 desaparecidos en Calamocha fueron fusilados en la tapia de una paridera de Singra, a unos cuantos kilómetros del lugar donde fueron detenidos. "No ponga en mi boca la palabra fusilado. El fusilamiento era un castigo militar para quienes cometían delitos de lesa humanidad, y no es el caso: a mi padre lo asesinaron por ser de izquierdas y por ser pobre", afirma Pablo Marco Sancho, hijo de Pablo Marco Rando, concejal del ayuntamiento de Calamocha por designación del gobernador civil en marzo de 1936.

"Ibamos a cenar una tortilla de patata cuando vino la Guardia Civil y se llevó a mi padre. Mi madre no paraba de lamentarse: le he dicho que en el callejón del Cañizarejo había mujeres llorando y he oído que estaban deteniendo. Mira que le he dicho que se escapara, pero no me ha hecho caso". Aquella noche del 14 de septiembre de 1936, Pablo Marco Sancho tenía cinco años y medio, y recuerda de manera velada la mesa, el lugar que ocupaba su padre y la tortilla de patata. Más nítido es el recuerdo del día siguiente, cuando fue con su abuela al calabozo de Calamocha a llevarle un paquete de comida a su padre. Lo recuerda sentado en una mesa, comiendo con desgana lo que su madre le había preparado con tanto dolor. Esa misma madrugada lo subieron a un camión con 28 calamochinos más, los alinearon junto a la tapia de una paridera que hay a la entrada de Singra y los fusilaron. Todos tenían el imprescindible tiro en la nuca y las manos atadas con alambre, según relató muchos años después un testigo.

Ese verano del 36, en el mundo rural de Teruel hubo una purga tan dramática como desproporcionada. Las ocupaciones ilegales de tierras y el reparto de comunales en muchos pueblos generaron los primeros conflictos que se vieron alimentados con viejos litigios, riñas familiares, odio político y de clase, y sed de venganza, mucha sed de venganza. "Mi padre era rentero", explica Pablo Marco Sancho, "y mantenía unas rencillas con los propietarios de las tierras que exigían a los renteros mayores cuotas de renta. Fueron a juicio y el juez, don Vicente Alhambra, falló a favor de los renteros". Además del litigio por las tierras, Pablo Marco Rando reunía otra condición que le hacía susceptible de denuncia por parte de cualquier enemigo: era concejal del ayuntamiento republicano que presidía Angel Gómez Górriz: "El alcalde fue el único que se salvó porque le avisaron a tiempo y logró escapar, pero todos los concejales recibieron junto a mi padre el tiro de gracia en la paridera de Singra".

Entre los 132 fusilados de Calamocha figura también el juez que había dado la razón a los renteros. Corrió la voz y su hermano, un capitán del Ejército, fue a Calamocha a hacer justicia. "Se presentó en el cuartelillo y le puso la pistola en la sien al capitán de la Guardia Civil. ¿Quién ha matado a mi hermano?, preguntó. El guardia civil dijo que habían venido unos falangistas de fuera pero que le habían denunciado los propietarios de las tierras que habían tenido unos pleitos con los renteros. Pidió los nombres y fue a por ellos: a uno le alcanzó en Fuentes Claras y le pegó dos tiros, al otro, que era cura, lo encontró en Teruel. También lo mató".

Dice Pablo Marco Sancho que la venganza inmediata por parte de ese oficial del Ejército tuvo efectos milagrosos en Calamocha: "La muerte de los dos terratenientes a manos de un oficial del Ejército salvó del pelotón de fusilamiento a los doscientos vecinos que figuraban en una lista, el maestro entre ellos".

A LOS DESAPARECIDOS SE LES APLICO EL CASTIGO POST-MORTEM: NO ESTABAN MUERTOS EN SENTIDO FORMAL
"No podíamos hablar, teníamos el miedo incrustado en la sangre"

"Un año después de morir Franco supe dónde estaban los restos de mi padre"
Hasta el año 78 no se pudo certificar la muerte "se supone que fusilado"



Testigos mudos. En la tapia del cementerio de Villafranca del Campo fusilaron a vecinos de Fuentes. Foto:CHUS MARCHADOR

A la inmensa mayoría de los fusilados en la Guerra Civil cuya memoria ahora reivindica la Fundación Pozos de Caudé, se le aplicó el castigo post-mortem. En el ánimo de los ejecutores no estaba sólo el deseo de acabar con la vida de los detenidos, había que romper también todos los vínculos con quienes les querían, por eso el ritual de la muerte empezaba en la plaza del pueblo y terminaba en un lugar desconocido, oculto, oscuro. María Esteban tenía 8 años cuando detuvieron a su padre en el café que regentaba en Fuentes Claras: "Vino a buscarle la Guardia Civil y mi madre, asustada, le preguntó ¿qué has hecho? Nada, no he hecho nada, dijo mi padre. Se lo llevaron a la plaza y nosotros, mi madre y mis cuatro hermanos fuimos detrás de él. Vimos cómo lo subían al camión con otros cuatro hombres más y ya no supimos de él. Luego nos dijeron que los habían fusilado a todos en la tapia del cementerio de Villafranca del Campo y que los habían arrojado a la fosa común", explica María. El ceremonial se repetía de pueblo a pueblo: los de Calamocha a Singra, los de Fuentes Claras a Villafranca, los de Caminreal a Fuentes Claras...

La mayor tragedia de las familias es que los desaparecidos no estaban muertos en el sentido formal y estricto del término y por lo tanto los herederos han tenido durante muchos años todas las puertas cerradas. "Después de la guerra no se podía hablar. Yo no sabía quiénes eran los hijos de los 28 que fueron fusilados con mi padre. Nadie hablaba y tampoco se podían hacer preguntas, mi madre me mandaba callar porque decía que las paredes oyen". A los 9 años, Pablo Marco Sancho tuvo que dejar la escuela para ayudar a su madre en el campo. "Cuando asesinaron a mi padre yo tenía cinco años y medio y mi madre, Manuela Sancho Rebollo, estaba embarazada del cuarto hijo. Nos dieron el título honorífico de beneficencia, éramos lo más pobre de los pobres".

Además de a la pobreza, las familias de los desaparecidos también fueron condenadas al silencio. "Hasta los 18 años no supe quiénes eran los hijos de los que asesinaron con mi padre. Tuve que averiguarlo casi a escondidas porque no nos decían nada, en mi casa el miedo estaba incrustado en la sangre y la consigna era callar, callar, callar..."

Un año después de la muerte de Franco, Pablo Marco Sancho se empeñó en conocer el paradero de los restos de su padre y recorrió todos los pueblos de la zona es busca del enterramiento anónimo. "Hablé con el sacerdote de Singra y me dijo que había un señor en el pueblo, el señor Corona, que sabía donde estaba mi padre porque los falangistas les habían obligado a trasladar los cadáveres con un carretillo hasta el cementerio. Me indicó el lugar donde cavaron una fosa para echar a los asesinados de Calamocha". Ese mismo año, en septiembre de 1976, un comandante de la Guardia Civil certificaba en Calamocha la muerte de Pablo Marco Rando: "De las gestiones practicadas y los informes obrantes en este puesto, resulta que desapareció en la primera quincena del mes de septiembre de 1936 y se supone fuese fusilado en el pueblo de Singra (Teruel), desde cuya fecha no se han tenido noticias del desaparecido", consta en el certificado.

"He ido varias veces a Singra a pedir a los distintos curas que no consientan que se hagan sepulturas encima de la fosa común, en la que no hay ningún distintivo. Ahora querría sacar los restos de la fosa, llevarlos a Calamocha y devolver a mi padre la dignidad que le arrebataron con 32 años y cuatro hijos".

Entre el gobernador franquista y un maestro republicano, un joven pastor
No le falta razón a Pablo Marco cuando dice que la venganza del hermano del juez Alhambra tuvo efectos milagrosos, porque en la lista de los 200 que se libraron de la ejecución figuraba Ricardo Martín, el maestro. Aunque Pablo Marco tuvo que dejar la escuela a los 9 años, el maestro creó una escuela para adultos, a la que Pablo siguió acudiendo cada noche hasta los 14 años. Para entonces ya trabajaba de pastor y se llevaba al monte libros de álgebra. A punto de cumplir los 18 años, el jefe de la Falange de Calamocha fue a buscarlo a casa, ante el espanto de su madre. "Dijo que el gobernador civil de Teruel, el general Pizarro, había creado una escuela de formación para los hijos de las familias más necesitadas y que yo entraba en el capítulo de pobres. No me hice muchas ilusiones porque había dos inconvenientes: uno, que tenía más de los 16 años que se requerían como edad máxima, y dos, que yo no tenía la formación adecuada para superar el examen de ingreso". El segundo inconveniente fue un reto para el maestro, que durante quince días preparó al joven pastor a conciencia y logró que superara el examen.

Pablo Marco Sancho fue uno de los alumnos más destacados de la escuela y mereció una beca de la Diputación Provincial para estudiar Ingeniería Técnica en Zaragoza. "Me daban 5.000 pesetas al año, pero me pasaba el verano segando y trabajando en el campo para conseguir unos ingresos extra. Nunca, mientras estudié la carrera y mientras hice las milicias universitarias en Reus, le pedí dinero a mi madre, ni un céntimo. Una vez me mandó ella cien pesetas en una carta, pero como las abrían alguien las despistó". Habla de su buena estrella, dice que la tiene a pesar de todos sus padecimientos, gracias al maestro don Ricardo y al general Pizarro: "Un día pedí prestadas 500 pesetas para pagar la pensión, pues el dinero de la beca llegaba tarde a veces. Me las negaron, pero ese mismo día me encontré en la plaza de Santa Engracia 616 pesetas". Todo lo que vive y lo que siente lo refleja en sus libros. Ha publicado ya unos cuantos. El último, Historia de la donación de órganos, lo presenta en el Ambito Cultural de El Corte Inglés el día 27.

Fuente: El Periódico de Aragón (11/11/2002)