¿Se acuerdan de Remedios?
Ricardo Rodríguez
, Rebelión. Noviembre de 2008

 

Es posible que ustedes ya no se acuerden; los medios de comunicación nos relatan los acontecimientos del mundo y de nuestro país a ritmo tan vertiginoso que tres o cuatro meses pueden llegar a convertirse en la memoria en un abismo inabarcable. Encendemos la televisión y nos familiarizamos con rostros que olvidaremos a los pocos días, nos laceran el corazón desgracias que mañana no nos arrancarán ni un suspiro, nos encolerizamos por infamias que pronto nos dejarán indiferentes. La representación fugaz de la vida es en gran parte una astuta estrategia del poder. Se trata de no dejar que la ira se sedimente en los ciudadanos, no vaya a ser que con el tiempo empiecen a preguntar por las razones del enfado, sumar un estupor a otro y empezar a explicarse las causas de las cosas y hasta a pedir cuentas por ellas. Pero en la realidad que la televisión nos fragmenta para volverla incomprensible permanecen las injusticias, subsisten los seres humanos heridos y las razones para indignarse. Y, a pesar de todo, si uno se esfuerza, puede llegar a recordar.

Si se esfuerzan, podrán ustedes acordarse de que en este país vive una mujer que se llama Remedios García Albert. En pleno verano, allá por el mes de julio –fíjense qué poco hace- su nombre y su rostro ocuparon los telediarios de todas las cadenas, las primeras páginas de todos los periódicos y las alocuciones de todos los tertulianos ávidos por encontrar nuevos monstruos sobre los que descargar su bilis en los programas de radio. Se anunció a los cuatro vientos que se había hallado y se había detenido nada más y nada menos que a la responsable de la guerrilla colombiana de las FARC en España y en Europa.

Y nadie pareció albergar duda alguna de que realmente Remedios era una terrorista peligrosa a la que había que poner a buen recaudo y juzgar con severidad. Nadie se preguntó por la consistencia de las pruebas que la acusaban; todo el mundo creyó cuanto se le contaba y se comportó como si conociera a fondo la biografía de Remedios, al menos lo suficiente como para condenarla antes de ser procesada. O no todo el mundo. Algunas organizaciones pacifistas, grupos políticos minoritarios, asociaciones y ciertos intelectuales de esos que aún osan dudar de los dictados de la mayoría denunciaron que se estaba linchando a una persona sin siquiera darle la oportunidad de defenderse. No fueron pocos los que se salieron de la oleada inquisitorial desatada esta vez, pero los grandes medios por lo común se negaron a abrirles ni un hueco y su protesta tuvo ocasión de llegar a muy poca gente.

Hubiera debido avergonzar hasta a las piedras la bestialidad con la que periódicos respetables se saltaron a la torera la presunción de inocencia para la que en otros casos son tan exquisitos. «Detienen a la dirigente de las FARC en España» fue el titular del diario PÚBLICO; «La representante de las FARC en España, en libertad bajo fianza», el ABC; «Detenida en Madrid la máxima responsable de las FARC en Europa», el diario EL PAÍS. Y así todos. Ni la discreta precaución de anteponer «presunta» que hoy en día se concede hasta a un acusado de violar y matar a un niño. Alguno de los periódicos mencionados se permitió la inaudita indecencia de publicar la dirección completa de la acusada y de airear rumores sobre sus relaciones sentimentales que los periodistas habían escuchado interrogando a sus vecinos como si recopilaran material para un programa rosa.

A profesionales en apariencia competentes no les inquietó que la totalidad de la acusación se fundamentara en unos correos descubiertos en el ordenador del guerrillero Raúl Reyes, ni que ése ordenador hubiese estado en poder del ejército colombiano el tiempo suficiente para manipularlo a placer. Se concedió crédito sin más a un ejército acusado por multitud de organizaciones humanitarias de complicidad con escuadrones de la muerte. Se tuvo fe ciega en el gobierno de Álvaro Uribe, cuyo partido político tiene a decenas de diputados procesados por corrupción; cuyo hermano es sospechoso de complicidad con torturas y asesinatos de sindicalistas, campesinos y líderes de movimientos civiles pacíficos, y cuyo delirio le ha llevado a acusar de colaborar con grupos terroristas a mediadores que el propio gobierno había designado, dentro de una estrategia enloquecida de dinamitar la menor esperanza de que el conflicto de Colombia se resuelva de manera pacífica. Nadie quiso rememorar el pasado inmediato de Colombia: miles de asesinatos políticos, una organización política entera –la Unión Patriótica- literalmente exterminada por los paramilitares, decenas de miles de encarcelados, torturados y desplazados.

Se exhibieron como pruebas incontestables de la culpabilidad de Remedios García su participación –siendo como era y es cooperante especializada en la resolución pacífica de conflictos- en unas conversaciones de paz promovidas por el mismo gobierno colombiano, correos dirigidos a personas que nada tenían que ver con las FARC o, ya en el extremo de la perversión, que realizara gestiones para sacar del país a los hijos del guerrillero Raúl Reyes, con lo que se limitaba a cumplir con elementales principios reconocidos por las convenciones internacionales de derechos humanos. Diarios tenidos por muy progresistas hacían resucitar el ancestral y cruel hábito de castigar a los hijos por lo que hacen los padres.

Y ha transcurrido el tiempo –no mucho, apenas tres meses y medio- y los periódicos –y probablemente ustedes- se han olvidado de Remedios García; ha dejado de aparecer en los noticiarios de la tele. En estos tres meses y medio, investigaciones llevadas a cabo por la policía ecuatoriana han desvelado sólidos indicios de que el ordenador de Raúl Reyes fue en efecto manipulado por el ejército colombiano, como hubiera sido de esperar para cualquier persona sensata. Amnistía Internacional ha reprochado al gobierno español que no presione al de Colombia para que garantice el respeto de los derechos humanos. Las que parecían pruebas incontrovertibles de culpabilidad se disipan como humo.

Remedios García es una mujer modesta, cariñosa y extraordinariamente inteligente. Ha entregado su vida a la paz en cuantos rincones del mundo pueda alcanzar su corazón inmenso, porque la sostienen en pie el desprecio de la violencia y la convicción indestructible de que la convivencia pacífica entre los seres humanos es posible, así como que la verdadera paz se conquista luchando por la justicia y la libertad. Se vio repentinamente envuelta en un torbellino que jamás hubiese imaginado. Perdió su trabajo, tuvo que escabullirse de la persecución insidiosa y ha padecido horas y días de amargura, perplejidad, impotencia y desengaño. Sigue siendo, no obstante, una mujer tan digna y valiente como siempre.

Pero aquellos que la condenaron e hicieron todo lo posible por destrozarle la vida no volverán a ella para pedirle perdón. Ningún periódico revisará las atrocidades que publicó, ninguna emisora de radio se esforzará por limpiar su nombre, ni por resarcirla de tan salvaje ensañamiento. Nadie reconocerá haberse equivocado. El pasado 25 de octubre se llevó a cabo en Madrid un acto público respaldado por más de treinta organizaciones sociales para reivindicar la inocencia de Remedios. Ningún medio de los que dedicaron páginas y horas a difamarla creyó necesario informar de ello.

El olvido basta, y no importa la hondura del daño que se haga. El olvido lava las vergüenzas y enjuaga la jeta de los canallas. Pero, si uno se esfuerza, puede recordar. Y, cuando se conmueva usted de nuevo viendo la estremecedora película de Jim Sheridan «En el nombre del padre», quizá pueda pensar que la historia que cuenta tiene más que ver con el presente y con nosotros de lo que sospechábamos.