Crisis militar en Sudamérica:
Los frutos del Plan Colombia
Raúl Zibechi(*), Programa de las Américas. 9 de marzo de 2008

 

El operativo militar ejecutado por militares colombianos en suelo de Ecuador para dar muerte al dirigente de las FARC Raúl Reyes, forma parte de la estrategia de Estados Unidos para modificar el balance militar de la región. En la mira está el petróleo de Venezuela y de Ecuador, pero también el jaque a Brasil como potencia regional emergente.

En las declaraciones, el objetivo son las FARC (Fuerza Armada Revolucionaria de Colombia), o sea el narcoterrorismo. Pero en realidad el operativo militar colombo-estadounidense que vulneró la soberanía de Ecuador, apunta directamente a Hugo Chávez. Estamos viviendo lo que podría ser la primera fase de una vasta ofensiva para desestabilizar el proceso bolivariano y modificar la relación de fuerzas en Sudamérica.

La estrategia se fue implementando en etapas. Primero fue el Plan Colombia para fortalecer la capacidad militar del Estado colombiano y colocarlo entre los más poderosos del continente. Luego comenzó el "derrame" de la guerra interna sobre los países vecinos. La tercera etapa parece ser la "guerra preventiva", que se convirtió en destacada estrategia militar del Pentágono luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Es la primera vez en mucho tiempo que Washington toma la ofensiva en la región y es capaz de poner a una porción importante de los países latinoamericanos detrás de su estrategia. Es también una ostentación de fuerza en momentos en que el gobierno de Hugo Chávez atraviesa serias dificultades internas y no consigue apoyos a su estrategia de responder a la tensión con más tensión.

Lo primero que llama la atención, es la falta de pudor de los actores. Las FARC se presentan como una organización revolucionaria y popular pero son en realidad un grupo armado que viola los derechos humanos, recluta menores a la fuerza, abusa de las mujeres y de los rehenes que mantiene en su poder y se financia gracias al narcotráfico (ver recuadro). Muchos países lo consideran terrorista.

Por otro lado, el presidente Álvaro Uribe Vélez integró el narcotráfico y fue aliado de los paramilitares, como figura en el Archivo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos revelado por la revista Newsweek en 2004. Allí se establece que Uribe formaba, en los año 90, parte del cartel de Medellín, comandado por el narcotraficante Pablo Escobar, de quien era amigo íntimo (1). Este es el tipo de personas que George W. Bush definió el 4 de marzo de este año como "nuestro aliado democrático". Uribe se ha convertido en el principal operador de las políticas de la Casa Blanca en la región.

Nuevo equilibro regional de fuerzas

En 2004 la revista brasileña Military Power Review elaboró un ranking de las fuerzas armadas sudamericanas incluyendo todas las variables: desde la cantidad de efectivos y la calidad del equipo hasta los planes de defensa y la proyección estratégica. El análisis estableció un puntaje a cada nación según su poderío militar. En primer lugar aparecía Brasil con 653 puntos; en una segunda fila figuraban Perú con 423, Argentina con 419 y Chile con 387. Luego venía otro grupo en el que figuraba Colombia con 314, luego Venezuela con 282 y Ecuador con 254 puntos (2). En aquel momento, hace apenas cuatro años, la diferencia a favor de las fuerzas armadas de Brasil era considerable mientras los seguían dos grupos de país relativamente parejos entre sí.

En 2007 la misma revista difundió datos sobre la cantidad de efectivos de las diferentes fuerzas armadas en cada país con cifras del año anterior. Los datos de los ejércitos permiten concluir que Colombia (178,000 soldados) se había situado en el segundo lugar del continente muy cerca de Brasil (190,000 soldados). En muy pocos años, el poderío militar de ese país ha escalado posiciones en forma geométrica. Ese mismo año el ejército de Francia tenía 137,000 efectivos y el de Israel 125,000. Para 2008 ya son 210,000 los efectivos de tierra de Colombia, superando así a Brasil que tiene cuatro veces más población y siete veces su superficie. El gasto militar de Colombia es el mayor del continente: 6,5 % de PIB, muy por encima del de Estados Unidos (4%), de los países de la otan (2%) y del resto de Sudamérica (1,5 al 2%).

Si observamos la progresión de las fuerzas armadas de Colombia, su crecimiento es asombroso. En 1948, cuando sucedió el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán que dio inicio a La Violencia , había 10,000 militares. En 1974 ya eran 50,675 para subir hasta 85,900 en 1984, en el período que comenzaron las negociaciones de paz para la desmovilización de varias organizaciones armadas. Para 1994 había 120,000 efectivos que se elevaron a 160,000 en las primeras fases del Plan Colombia. En estos momentos, las tres ramas de las fuerzas armadas tienen 270,000 uniformados a los que deben sumarse 142,000 policías. En total, más de 400,000 personas en armas en siete divisiones, con una Fuerza de Despliegue Rápido y una Agrupación de Fuerzas Especiales Antiterroristas (3).

Sólo en 2007 el ejército creó 52 nuevas unidades. Recibe donaciones de helicópteros Black Hawk de Estados Unidos, compró 13 aviones caza a Israel y 25 aviones de combate Super Tucano a Brasil en 2006. Las fuerzas armadas de Colombia son muy superiores a las de sus vecinos: la relación de efectivos es de seis a uno con Venezuela y de 11 a uno con Ecuador. Pero la principal diferencia es que se trata de tropas entrenadas en el combate en la selva y que cuentan con el respaldo logístico de Washington (4).

En muy pocos años, en Sudamérica se ha producido un espectacular vuelco del poderío militar. Es resultado del Plan Colombia. Con la excusa del combate a las FARC y al narcotráfico, desde agosto de 2000, cuando el Congreso de Estados Unidos aprueba el Plan Colombia, este país ha recibido US$ 5,225 millones en ayuda militar. A ello debe sumarse la aplicación por el gobierno de Uribe de impuestos especiales a los sectores de mayores ingresos para equipar a las fuerzas armadas. Helicópteros de transporte y ataque, armamento liviano, visores infrarrojos, protección de oleoductos, lanchas rápidas, aviones turbohélice de ataque a tierra, aviones de inteligencia y control y radares para seguir vuelos ilegales, son las principales adquisiciones (5).

Involucrar a los vecinos

En 2003, el sociólogo James Petras apuntaba que la verdadera preocupación del Comando Sur de Estados Unidos, quien realmente diseña la política regional, es que "los países vecinos de Colombia (Ecuador, Venezuela, Panamá, Brasil), que están sufriendo los mismos efectos adversos de las políticas neoliberales, se movilicen políticamente contra la dominación militar y los intereses económicos de los Estados Unidos" (6).

Por eso la estrategia contemplada por el Plan Colombia no consiste tanto en ganar la guerra interna como en derramarla hacia los países limítrofes como forma de neutralizar su creciente autonomía de Washington. Militarizar las relaciones interestatales siempre es buen negocio para quien apoya su hegemonía en la superioridad militar. En este sentido, la existencia de las FARC es funcional a los planes belicistas de Washington.

Rafael Correa mencionó que el costo de controlar la frontera con Colombia, donde tenía destacados unos 10,000 efectivos antes de la incursión del 1 de marzo, supera los cien millones de dólares anuales. Colombia no controla esa frontera y empuja a la guerrilla hacia suelo ecuatoriano, como forma de producir desestabilización. En los últimos años, Ecuador desmanteló unos 40 campamentos de las FARC en su frontera y presentó decenas de quejas por la fumigación de supuestos cultivos de coca que terminan afectando a la población ecuatoriana fronteriza.

Brasil decidió impermeabilizar su frontera ya en tiempos de Fernando Hernique Cardoso. En respuesta al intento de la administración Clinton de implicarlo en los objetivos del Plan Colombia, ya en 2000 puso en marcha el Plan Cobra (de las iniciales de Colombia y Brasil) para evitar que la guerra en ese país se desborde sobre la Amazonia brasileña, y el Plan Calha Norte para evitar que guerrilleros y narcotraficantes crucen la frontera (7).

El control de la región andina es considerada clave para la hegemonía estadunidense en el continente, tanto por razones políticas como por las riquezas minerales que contiene. Permite que las multinacionales estadounidenses recuperen el terreno perdido desde que en la década de 1990 fueron parcialmente desplazadas por las europeas; aseguraría por otros medios lo que se pretendía a través del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas ; impide que otras potencias emergentes (Brasil pero también China e India) se posicionen en la región.

Pero está también la vertiente petróleo. En 1973, Estados Unidos importó el 36% de sus necesidades petroleras. Hoy en día, Estados Unidos importa 56% del petróleo crudo que consume. Venezuela es el cuarto proveedor, que abastece el 15% de sus necesidades, y Colombia el quinto (8). Asegurar el flujo del recurso energético requiere un control territorial de enclave con presencia militar sobre el terreno.

La desestabilización de Venezuela

Desde la derrota del gobierno de Chávez en el referendo para la reforma de la Constitución, el 4 de diciembre de 2007, la tensión interna y regional dio varios pasos al frente. Como lo pronosticaron varios analistas, la crisis económica parece fuera de control y está generando problemas en las relaciones entre el gobierno y la población (9). Parece ser una buena ocasión para intentar la desestabilización.

En efecto, todo indica que Raúl Reyes, la cara más visible de las FARC por su carácter de negociador, había sido localizado en ocasiones anteriores pero nunca se decidió atacarlo. La decisión de desencadenar una acción de ese tipo en este momento tendría varias lecturas. Por un lado, aprovechar la situación interna de Venezuela, pero también socavar la gobernabilidad de Rafael Correa que está en el comienzo de un programa de cambios que tienen en el control estatal del petróleo uno de sus ejes, y en una sólida alianza con Brasil un punto de apoyo esencial.

Pero una desestabilización de la región también tendría efectos muy nocivos sobre Brasil, la potencia regional emergente que está saliendo fortalecida de la crisis económica mundial en curso. En 2007 Brasil tuvo un aumento del 84% de las inversiones extranjeras directas respecto a 2006 y en enero de 2008 fue el doble que el mismo mes del año anterior. Con razón, la revista Exame publica un informe que señala que "el país vive el mejor momento económico en tres décadas" y que tiene la oportunidad de "ingresar en la elite del capitalismo mundial" (10).

Ocupar ese lugar supone desplazar a otros. O sea, Brasil está llenando el vacío que deja la creciente debilidad de Washington en la región. Por eso su cancillería se juega por la paz: para promover los negocios y para acotar el militarismo que siempre es el mejor "negocio" para una superpotencia en declive. Clóvis Brigagao, director del Centro de Estudios Americanos de la Universidad Cándidos Mendes de Rio de Janeiro, señaló que la actual es "una oportunidad única" para establecer una mediación colectiva similar al Grupo de Contadora que en los 80 promovió la pacificación de Centroamérica (11).

Por último, Venezuela está sufriendo un tipo de desestabilización que puede ser un modelo para aplicarse en otros países. Julio García Jarpa, diputado del estado de Táchira, fronterizo con Colombia, observa la extensión en Venezuela del fenómeno paramilitar. "Ante el plan de desmovilización del paramilitarismo en Colombia, algunos grupos se concentraron en la frontera con los estados venezolanos Apure, Zulia, Mérida, Táchira y Trujillo" (12). Desde allí contrabandean gasolina, acaparan alimentos y contribuyen a crear inseguridad, corrompiendo funcionarios y generando un clima de violencia.

Esos estados conforman un tercio del país y son los que cuentan con los recursos de hidrocarburos más importantes y están incluidos, según denuncia el diputado venezolano, en un plan de secesión como la que promueven los departamentos de Santa Cruz y Tarija en Bolivia. Luego de los sucesos en Kosovo, donde la independencia promovida por Occidente aparece ligada al negocio petrolero, la tesis de que la derecha venezolana, apoyada por intereses estadounidenses, promuevan la secesión de la región occidental no parece un disparate.

En paralelo, los datos que van saliendo a la luz permiten concluir que buena parte de las denuncias de Chávez sobre una conspiración contra su gobierno no son fruto de su imaginación. El asunto es cómo contener las tendencias a la guerra y cómo atajar la polarización. En este sentido, la diplomacia brasileña sigue dando muestras de sentido común y de saber hacer. No dejó de tomar partido por el agredido, pero puso el norte en construir una paz estable en la región, asentada en la integración regional. Para eso, la construcción de la Comunidad Sudamericana de Naciones es más urgente que nunca.

 

(*) Raúl Zibechi es miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales. Es colaborador mensual con el Programa de las Américas (www.ircamericas.org).


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