Entrevista con Gerry Adams (Presidente del Sinn Fein)
(El Pais. 20-09-98)

"Hace falta alguien que tienda puentes"

JOHN CARLIN

A sus 49 años, el líder del Sinn Fein se ha convertido en una referencia
para algunos grupos nacionalistas europeos. En esta entrevista concedida
a EL PAÍS en el castillo de Stormont reconoce que varios miembros de su
partido han participado en discusiones minuciosas con dirigentes de Herri
Batasuna durante los últimos días.

Si existe un hombre que ha servido de inspiración para la iniciativa de paz que
dieron a conocer los partidos nacionalistas vascos el pasado fin de semana,
y que parece reforzarse con el anuncio de alto el fuego hecho por ETA el
miércoles, ese hombre es Gerry Adams.

El presidente del Sinn Fein, el ala política del Ejército Republicano
Irlandés (IRA), ha desempeñado un papel crucial en el proceso de paz en Irlanda del Norte, y ha
llevado la lucha nacionalista a la mesa de negociaciones después de tres décadas
de violentos enfrentamientos con el Gobierno británico.

Todas las partes del conflicto irlandés están de acuerdo en que la génesis del
proceso de paz actual se produjo en 1985, cuando Adams inició conversaciones
secretas con John Hume, el líder del Partido Socialdemócrata y Laborista de
Irlanda del Norte, una organización que comparte el empeño del Sinn Fein en
lograr una Irlanda unida pero a la que da legitimidad, ante el Gobierno
británico, su enérgica oposición a la violencia del IRA.

Las 23 organizaciones que firmaron la Declaración de Lizarra el fin de semana
pasado destacaron que el proceso irlandés de paz es el modelo que deben seguir
todas las partes que aspiran a una solución negociada del conflicto vasco. Herri
Batasuna, ala política de ETA y principal impulsora de la propuesta de paz
contenida en la declaración, mantiene cálidas relaciones fraternales con el Sinn
Fein desde hace muchos años.

Adams ha hablado con EL PAÍS esta semana en el castillo de Stormont, el lugar
en el que la asamblea recién elegida en Irlanda del Norte, un órgano legislativo
creado tras largas y arduas negociaciones y en el que intervienen todos los
partidos, celebró su primera reunión el lunes pasado.

Aunque confiesa estar poco informado sobre los nuevos y espectaculares
acontecimientos en el País Vasco, reconoce que varios miembros del Sinn Fein
han participado en discusiones minuciosas con dirigentes de HB durante los
últimos días. Tampoco quiere abordar personalmente las cuestiones concretas que
suscita la Declaración de Lizarra. Pero, cuando habla, comprende que sus
comentarios sobre el carácter y la evolución del proceso de paz irlandés van a
interpretarse en el contexto de los intentos de emprender negociaciones
entre los nacionalistas vascos y el Gobierno español.

¿Qué enseñanzas puede extraer el País Vasco de la experiencia
irlandesa?

Me parecería muy presuntuoso por nuestra parte creer que podemos
enseñar nada a nadie. Al mismo tiempo, es cierto que pensamos que los conflictos
deben resolverse mediante el diálogo, y también creemos que es preciso contar
con la participación de los gobiernos y las fuerzas de oposición. El gobierno tiene
la responsabilidad de demostrar su capacidad de dirección, y ésa es -con toda
modestia- la observación que puedo aportar, en la medida en que la experiencia
de lo que aquí ha ocurrido pueda ser reproducible en otro lugar.

Pero el presidente Clinton ha afirmado que hay que considerar a Irlanda
como un ejemplo para todos los países encerrados en conflictos violentos.
¿No cree usted que su modestia es un poco excesiva?

La verdad es que ninguno de estos procesos ocurre por arte de magia. Se
producen gracias a una voluntad política. Si se piensa en Irlanda hace unos
años y se observa el camino lento y doloroso que hemos debido recorrer para llegar a lo
que tenemos, puede verse que existen numerosas dificultades, y todavía no nos
hemos librado de ellas. Hay que empezar por preguntarse ¿qué es la paz? ¿Cómo
se consigue? ¿Es cuestión de justicia? ¿Es libertad? ¿En qué consiste
exactamente? Así es como se desarrolló el diálogo entre John Hume y yo. Hace
tres años hablé con Karmelo Landa, dirigente de Herri Batasuna y antiguo
miembro del Parlamento Europeo en representación del País Vasco. Me dijo que
el problema no era conseguir a un Gerry Adams, sino a un John Hume. Fue una
observación general que hizo. Espero que se hayan hecho progresos desde
entonces, y confiemos en que sea posible lograr la misma configuración de
fuerzas que hemos construido aquí durante años en aquel conflicto, y que permita llegar
también a una solución democrática.

¿Puede definir a qué se refiere cuando dice «un John Hume»?

A lo que me refiero -y no sé exactamente qué significa en el contexto de Euskadi
y el Estado español- es a alguien que esté dispuesto a apartarse de la línea
oficial, y la línea oficial, cuando empecé mis contactos con John Hume, consistía en
que el conflicto de Irlanda era consecuencia de una conspiración criminal; que la lucha
por la independencia carecía de apoyos. Él y yo llevábamos varios años
entrevistándonos en privado cuando, por casualidad, un periodista reveló
nuestros encuentros, y Mr. Hume salió a la palestra para afirmar en público que la
forma de resolver la situación era el diálogo. Habló porque la política del Gobierno, por
aquel entonces, no sólo consistía en criminalizar la lucha, sino en marginarla,
inmunizar todo, hacer que no pudieran oírse sus voces en los medios de
comunicación. Se había menoscabado el derecho del pueblo a elegir sus
representantes. Se habían instaurado una serie de leyes y se habían creado otras
condiciones que resultaban perniciosas, y los principales partidos de las islas
apoyaban esas medidas. De modo que a quien se necesita es a alguien, sea de la
iglesia, del Estado o de algún otro partido político, que esté dispuesto a
alzarse y decir: «Nosotros también somos responsables de las circunstancias del conflicto,
tenemos la responsabilidad de impulsar la prioridad de la política y de intentar
averiguar si esta gente es seria».

Si se considera que ese «alguien» debe surgir de dentro del sistema
político, ¿cuál debe ser su actitud política?

Lo que se necesita es una persona que, por lo menos, intente tender puentes,
alguien que no tiene por qué estar de acuerdo con mis ideas políticas, pero que
necesita aceptar que lo político es prioritario y el diálogo es esencial
como medio de resolver el conflicto. He dicho en alguna ocasión que hay dos formas de
resolver conflictos. Un bando derrota al otro, o hay un acuerdo negociado. El
inconveniente de un acuerdo negociado es que la gente emprende esas
negociaciones sin que ninguna de las partes haya cedido en sus posiciones. De
modo que la salida de que un bando derrote al otro resulta, al menos a primera
vista, bastante más sencilla. Nosotros ganamos y vosotros perdeis. Tal vez no
solucione el problema, pero al menos lo aparta de la atención del público
durante cierto tiempo. La cuestión del acuerdo negociado -como puede verse con
claridad en el proceso irlandés de paz- es muy complicada. Por ejemplo, todo el
esfuerzo que está dedicándose ahora a la entrega de las armas por parte del IRA.
A mi juicio, lo que se necesita es que, en algún momento del proceso, algo salga
bien de repente. Hay un momento en el que todo encaja, la gente se da cuenta de
que no van a conseguir que yo deje de ser partidario de la República de
Irlanda y yo no voy a conseguir que ellos dejen de ser unionistas, así que no tenemos más
remedio que hacernos sitio unos a otros; eso, por lo menos, facilita la
negociación democrática del conflicto y permite que todos avancen hacia la obtención de un
acuerdo democrático global.

Habla usted de la criminalización del movimiento republicano. ¿Podría
definir, basándose en su propia experiencia, la diferencia entre un
problema policial y un problema político?

Es que, para mí, la respuesta es tan obvia...

Sí, pero ha sido un problema fundamental en Irlanda del Norte, y da la
impresión de que ahora el Gobierno británico se ha convencido de que en
Irlanda del Norte no se enfrentan a un problema policial, ¿no es así?

No, no. El Gobierno británico siempre ha sabido que era una cuestión
política. No cometamos la equivocación de creer que el Gobierno británico no se entera. Hace
mucho tiempo que lo que rige la política británica es la conveniencia. El
Gobierno británico estuvo informado en todo momento de la denegación de derechos
cívicos, humanos y democráticos que se producía aquí. Ésa es la razón de que
nosotros, el movimiento republicano, llevemos 25 años de conversaciones con
ellos. Los encuentros se iniciaron en 1972. Empezamos a participar en ellos
pocos meses después de que las tropas británicas mataran a 13 personas en el Domingo
Sangriento. Y siempre, desde entonces, han existido contactos con los
británicos, siempre a instancias de ellos, rara vez de nosotros. Es decir, que cuando los
británicos afirman que esto es un crimen o que es terrorismo están haciendo
propaganda. Cuando les ha convenido -durante las huelgas de hambre, durante la
fase que ha desembocado en este episodio que vivimos en la actualidad-, los
británicos siempre han mantenido el contacto, las líneas de comunicación,
con las mismas personas con las que aseguraban que no iban a hablar, incluso durante la
época de Thatcher. Thatcher autorizó los contactos con nosotros. En mi opinión,
por tanto, la política británica en Irlanda ha sido muy, muy oportunista. Han
calificado el problema de terrorismo y, por consiguiente, se necesitaba una
respuesta en materia de seguridad, cuando es evidente que se trata de un
problema político. ¿Y qué requieren los problemas políticos? Requieren
respuestas políticas. Ha quedado comprobado, a mi juicio, que la opción de la
seguridad ha sido un fracaso total. Hace años, hace una década, afirmé que no
había solución militar para esta situación y que tenía que buscarse una solución
política. Este nuevo periodo, más razonable, ha sido posible gracias a que
emprendimos la iniciativa, porque nos interesaba obtener un acuerdo de paz,
tender la mano a la gente y decirle: «No os limitéis a condenar, construid una
alternativa. No permanezcáis al margen, mostrad a la gente que hay una opción
mejor. Hallad alguna forma de construir una solución, un acuerdo, una
negociación». Por eso nos encontramos en esta nueva situación.

Todas las partes consideran que el mediador norteamericano en las
conversaciones de paz para Irlanda, el senador George Mitchell,
desempeñó un papel indispensable en el acuerdo de paz de Viernes Santo.
¿Cómo calificaría la importancia de la dimensión internacional en la
resolución de conflictos como el de Irlanda?

Desde luego es preciso aprender de la experiencia que posee el resto del mundo.
Hay que recordar que, en nuestro caso, durante el periodo de gestación de todo
esto, Suráfrica estaba atravesando su propio proceso de paz. Aprendimos mucho
de ellos. Hace mucho tiempo que mantenemos relaciones con el Congreso
Nacional Africano. Estudiamos con avidez todo lo que ha ocurrido allí. Y hay que
recordar, asimismo, que mientras se producía el contacto Hume-Adams, el mundo
estaba cambiando en su conjunto. La URSS acababa de desintegrarse. Y la
división era, al menos, un asunto abordable. Había una cosa que estaba muy clara
y que, para nosotros, resultaba muy importante, que era posible cambiar cosas
que parecían esculpidas en piedra. Así llegamos a la conclusión de que no había
nada que no fuera negociable. Al mismo tiempo, comprendimos que era necesario
buscar una función para la comunidad internacional. Centramos nuestra atención
en Estados Unidos porque es allí donde tenemos nuestro público natural. Todos
aquellos que, por motivos políticos, económicos o de cualquier tipo, se han
exiliado a Estados Unidos desde hace cien años. Salimos de nuestras
organizaciones habituales de solidaridad y ampliamos esa red hacia las empresas,
los sindicatos, la política, y de ahí surgió el compromiso del presidente
norteamericano, que fue tan importante porque suponía tener a alguien de fuera
involucrado en el proceso de paz, y acabamos con un personaje tan
extraordinario como George Mitchell metido en la foto. En resumen, creo que es
preciso tener un contexto más amplio que permita sacar partido de la experiencia
internacional en materia de resolución de conflictos; y que es necesario buscar
aliados en la comunidad internacional para que medien en la negociación de la
paz.

¿Cuál es el papel de Europa en el proceso de paz en Irlanda? ¿Cree que
en el futuro, a medida que se consolide la Unión Europea, ésta ayudará a
diluir algunos de los factores de división en Irlanda?

Debería ser así. Gran parte de la magnífica legislación social que tenemos
en este país procede de la experiencia europea. Además, creo que no se puede tener una
Europa unida con una Irlanda desunida. No resulta lógico que haya dos Estados
miembros en disputa por un territorio nacional o por los intereses opuestos que
produce dicha situación. Por consiguiente, la UE puede tener una función
impulsora, y ha apoyado el proceso de forma muy tangible y concreta. Incluso
puede uno plantear una pregunta retórica: si no son capaces de ayudar a resolver
este conflicto, ¿cómo demonios pueden creer que van lograr resolver otros como
los que hemos visto en Europa del Este en épocas recientes?

En un proceso de paz como el de Irlanda del Norte, o como en la
República Surafricana, parece haber siempre un factor de esquizofrenia.
En el sentido de que, cuando uno participa en dicho proceso, por un lado
está comprometido con los objetivos de su propio partido político, su
propia causa; pero está llevando a cabo una labor de equipo con personas
que tienen ideas completamente distintas, que son rivales, pero con
quienes, por otro lado, comparte el deseo de alcanzar un mismo objetivo.
¿Cómo se resuelve semejante dilema?

Es muy complejo, sin duda. Lo que intentamos alcanzar ahora es una amplia
coalición basada en el acuerdo del Viernes Santo, que agrupe a todas las
partes y permita avanzar, de forma que nosotros podamos mantener nuestras posiciones
republicanas radicales -porque, evidentemente, no vamos a pretender que los
unionistas las adopten- mientras todos aceptamos los demás principios y
conceptos que se han negociado. Puede resultar muy difícil, porque -tiene usted
razón- se encuentra uno en un proceso de negociaciones continuas. Creo que
ocurre en todas las resoluciones de conflictos, porque nos pasamos todo el
tiempo negociando: con nuestras propias bases, con nuestros miembros, con
nuestros enemigos, con nuestros rivales, con los gobiernos. En un momento dado,
estábamos negociando al mismo tiempo -sigo haciéndolo- con la Casa Blanca,
Dublín y el SDLP. En otro momento negociábamos además con el IRA para
obtener el alto el fuego en primer lugar, y todo el tiempo hemos tenido que
negociar con nuestros propios miembros.

Parece como si este proceso de «negociación continua» estuviera
recogiendo sus frutos. Durante los diez últimos días han sido liberados los
primeros presos políticos en virtud del acuerdo firmado el Viernes Santo;
el ejército británico ha dejado de patrullar las calles; la asamblea ha
empezado a trabajar. Todos estos hechos históricos se han producido en el
ambiente ensombrecido de la bomba de Omagh. ¿Es posible que Omagh,
donde murieron 29 personas hace apenas un mes, no sólo no tuviera el
efecto de retardar el proceso de paz, como habría ocurrido en el pasado,
sino que lo ha acelerado?

La bomba mató a personas que eran de la propia ciudad de Omagh, a otras que
estaban allí pero eran de otras partes del Condado de Tyrone y a varios
niños que procedían del Condado de Donegal, además de los niños españoles, por
supuesto. Creo que, en gran medida, la dimensión internacional que tuvo el
impacto de la bomba y el sufrimiento de la gente, el sufrimiento de las
familias de los niños españoles que murieron, han hecho -ojalá- que sea aún mayor la
necesidad de garantizar que algo así no vuelva a ocurrir jamás.

El tren de la paz ha aguantado el impacto de Omagh. ¿No hay ya nada que
pueda detenerlo?

En mi opinión, el destino al que nos encaminamos es el de un acuerdo
democrático. No obstante, aún hay que vencer grandes diferencias. Existen
intentos de volver a negociar el acuerdo de Viernes Santo. Se están poniendo
obstáculos al derecho del Sinn Fein a ocupar puestos en el nuevo gobierno. Si
conseguimos superar todas estas barreras, podremos avanzar con rapidez hacia
donde queremos. La mayoría de los miembros de la asamblea creen que Omagh
marcó un punto decisivo, y me gustaría pensar que así fue. Martin McGuinness
(segundo de Gerry Adams en el Sinn Fein) estaba en Omagh a las dos horas de la
explosión y presenció toda la conmoción. Hoy ha relatado en la asamblea lo que
vio allí. He estado observando la reacción de los unionistas y me parece que se
han tomado en serio lo que decía. Y lo que decía él era: «No confiáis en
nosotros, ni nosotros en vosotros. Nos tenéis miedo, y nosotros a vosotros también.
Sospecháis de nosotros, y nosotros de vosotros. ¡Pero esto va a salir bien!» He
estado observando los gestos de la gente en la asamblea mientras hablaba
McGuinness y me ha animado pensar que, si los dirigentes políticos, los
partidos y los gobiernos, si todos nosotros podemos imitar la prudencia y la generosidad de
las familias destrozadas en Omagh, seremos capaces de construir una Irlanda
en la que esto no vuelva a ocurrir nunca más.