CRISIS SIRIO-TURCA

ÚLTIMAS TENDENCIAS DEL ‘NUEVO ORDEN MUNDIAL

escríbenos

Art. de Ignacio Gutiérrez de Terán, Tomado de Nación Árabe, nº 37, otoño 1998

Introducción

El argumento kurdo

Colaboración militar turco-israelí

El problema del agua

La situación política en Turquía

Plasmaciones del ‘Nuevo Orden’

Un peón estratégico

Documento: ‘TRATADO ANTITERRORISTA SIRIO-TURCO’ (20 de octubre, 1998)

 

Introducción

El compromiso de los militares turcos con EEUU e Israel compromete gravemente la inserción regional de Turquía en Oriente Medio

Mientras EEUU amenazaba con un nuevo ataque a Iraq (amenazas que serían cumplidas a mediados de diciembre pasado) e Israel continuaba con su política de inflexibilidad agresiva en Palestina y el habitual tira y afloja militar en el sur libanés, Turquía provocaba una sorprendente crisis con Siria que elevó el grado de tensión entre ambos países a niveles desconocidos desde el conflicto de 1957, también en un mes de octubre, cuando Ankara mandó sus tropas a la frontera en lo que parecía el preludio de una invasión inminente. Si aquella vez Turquía se amparó en los ‘coqueteos’ de Damasco con el bloque comunista y su progresivo acercamiento a Abdel Nasser, en esta ocasión el pretexto ha sido otro bien distinto: el supuesto apoyo de Damasco al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Partiya Karkeren Kurdistan, PKK) y su líder Abdulá Ocalán. Pero a nadie se le escapa que en ambos casos la maniobra turca viene dictada por una serie de coordenadas externas, léanse los intereses de Estados Unidos y su fiel escudero Israel, por mucho que las autoridades de Ankara hablen de ‘seguridad nacional’ e ‘intereseses exclusivos’. Y si algo de novedoso hay en el exabrupto turco de ahora con respecto al de hace 41 años, ello se debe al contexto que presidía un momento y otro: la Guerra Fría entonces, el Nuevo Orden Internacional en la actualidad.

Turquía se venía quejando desde hacía años de lo que consideraba flagrante condescendencia de Damasco con los líderes del PKK. En realidad, no era inusual encontrarse con miembros del partido en las zonas del Kurdistán sirio, muchos de ellos a caballo entre ambas fronteras. Tampoco podía decirse que el gobierno sirio se esforzase al máximo por detener el flujo de activistas kurdos de un lado a otro. Más aún, se suponía desde hacía tiempo que Ocalán visitaba Siria con cierta periodicidad y que mantenía contactos con algunas esferas del poder civil y militar en Damasco. También se sabía que Damasco veía en las acciones del PKK y la adopción de una postura de moderada simpatía hacia la causa de Ocalán una vía válida para contrarrestar los últimos movimientos de Ankara en asuntos tan sensibles para aquélla como la distribución de los recursos acuíferos agua y la alianza militar turco-israelí. En fin, todo esto y las declaraciones esporádicas de apoyo al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (declaraciones que, hasta que el gobierno turco demuestre fehacientemente lo contrario, no se han traducido en ayuda logística o militar) eran algo familiar para la mayoría desde hacía tiempo. Por ende, las fricciones entre ambos Estados por este asunto venían de lejos. Por otro lado, la situación en el Kurdistán turco atravesaba una etapa de calma tensa tras la tregua unilateral decretada por el PKK, lo que, al menos, constituía un avance respecto de períodos anteriores presididos por un estado de cruenta confrontación. Es en este contexto donde, a primeros de octubre, Ankara lanza un fulminante ataque mediático, político y diplomático contra Siria a través de sus más destacadas personalidades políticas.

La causa era, según Ankara, el expediente PKK; no obstante, muchos, principalmente en Siria, se hacían la pregunta siguiente: ¿cuáles son las razones ocultas de una crisis que ha puesto a ambos países a las puertas de un conflicto armado innecesario? ¿Qué ha movido a Ankara a utilizar ese tono de cantina militar tan agresivo como hostil hacia su vecino del sur, a considerarse en "estado de guerra no declarado", a enviar a diez mil soldados a la frontera y anunciar unas maniobras extraordinarias con cincuenta mil efectivos provistos con armas y munición de combate? Porque lo que sí parece evidente a todas luces es que el sorpresivo ultimátum turco (o nos dais a Ocalán y reprimís al PKK o tomaremos las medidas pertinentes) no sólo persigue una serie de objetivos que van más allá del problema kurdo sino que también certifica la plena incorporación de Turquía, ya veremos por cuánto tiempo, a la versión "hard metal" del Nuevo Orden Mundial diseñado por EEUU para Oriente Medio. Un análisis mínimamente meticuloso permite vislumbrar las cuatro vertientes de la crisis (cuestión kurda, colaboración militar turco-israelí, problema del agua y situación política interna turca) así como las características de este guión político-geoestratégico que amenaza con convertirse en práctica habitual en algunas partes del mundo.

El argumento kurdo

Ya hemos dicho antes que el enfrentamiento entre el gobierno turco y el PKK de Ocalán constituye el detonante aparente de la crisis. De hecho, la animosidad tanto de los responsables políticos y militares como de la prensa hacia Siria remitió tras el acuerdo de seguridad firmado entre ambos países el veinte de octubre y la aparición de Ocalán en Italia. No obstante, las cosas siguen prácticamente igual que antes ya que los problemas de fondo no han sido ni mucho menos resueltos. A decir verdad, ni siquiera han sido abordados. Es decir, que la crisis ha venido a representar un punto y seguido, sin que la algarabía desatada durante todo el mes de octubre haya servido para otra cosa que para satisfacer las ínfulas de la jerarquía militar turca e incitar los más elementales ardores patrióticos entre su pueblo. No se quiere decir, por supuesto, que la cuestión kurda -ya sea en el ámbito nacional turcosirio, ya sea en toda la región- no tenga protagonismo alguno, sino que, a nuestro entender, está lejos de ser el ingrediente fundamental.

Varios factores permiten llegar a esta conclusión. En primer lugar tenemos la posición oficial siria respecto de la cuestión kurda. A pesar de que las autoridades de Damasco han permitido durante épocas un mayor margen a su población kurda (un 8% aproximadamente) en comparación con sus vecinos Turquía (20% aproximadamente) e Iraq (entre 20% y 25% aproximadamente), en los que se vive o se vivía hasta épocas recientes una abierta confrontación entre el Estado y organizaciones armadas kurdas, no se puede afirmar que el Estado sirio apoye abiertamente las aspiraciones del movimiento nacional kurdo ni en su país ni en ningún otro, por la sencilla razón de que la cristalización de un proyecto independentista o simplemente autonomista en cualquiera de las regiones del Kurdistán (repartido entre Turquía, Siria, Iraq e Irán) sentaría un serio precedente frente a sus propios kurdos. Las repetidas llamadas de Irán, Turquía y Siria (uno de los pocos asuntos en que Damasco y Ankara han mostrado puntos de vista coincidentes) en aras de conservar la unidad territorial en Iraq y evitar un Estado independiente en el norte kurdo dan fe de esto que decimos. Por lo tanto, si Damasco ha mostrado cierta afinidad con el PKK (o en el pasado con las facciones kurdas iraquíes enfrentadas con Bagdad) no ha sido por solidaridad con la cuestión kurda en general sino con el ánimo de explotar una baza política de presión controlada frente a los asuntos de verdadera importancia.

Además, Ankara no ha presentado pruebas concluyentes que demuestren la veracidad de sus acusaciones. Damasco sigue sosteniendo que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán está prohibido en su territorio, que no hay nadie que se llame Abdulá Ocalán residiendo en Siria (y que si lo hace, utiliza una identidad falsa) ni tampoco campos de entrenamiento dependientes del partido, así como que sus cárceles albergan a cientos de simpatizantes del partido y que ella también sufre del trágala de refugiados y combatientes kurdos que se infiltran en el país desde el Kurdistán turco. Por el contrario, Ankara se ha limitado a insistir en que Siria está en una guerra con Turquía por su apoyo a los terroristas kurdos y que el vaso de la paciencia se ha agotado. Tampoco se ha preocupado mayormente por aparentar la exclusividad de la justificación kurda, puesto que el memorándum que entregara el presidente Demirel el 6-10 a su colega egipcio Husni Mubarak, en funciones de intermediario entre ambas partes, incluía las conocidas demandas turcas pero, también, una explícita referencia a los tres grandes problemas bilaterales en la actualidad: la provincia turca de Hatay (Iskandarún) reclamada por Siria, las aguas del Éufrates y el acuerdo turco-israelí. Cuesta, en consecuencia, creer que el asunto kurdo constituya el capítulo único en este azaroso guión. De hecho, Damasco se apresuró a acusar a Ankara de "actuar según los dictados de Israel" y "exportar sus problemas internos a los países vecinos".

Por otra parte, Ankara sabe perfectamente que el fin del supuesto apoyo militar y logístico sirio al PKK no va a rebajar la intensidad de la cuestión kurda en su propio territorio. El centro neurálgico del problema kurdo se encuentra en el sudoeste de Turquía, donde 300 mil soldados y unos gastos aproximados de ocho mil millones de dólares no han sido suficientes para poner coto a las acciones de los guerrilleros. Tampoco las medidas de coerción y hostigamiento políticas han bastado para aminorar la influencia del Hadep, el principal partido político kurdo, cuyo dirigente, Murat Bozlak, fue arrestado el 19 de noviembre por "connivencia con el grupo separatista de Ocalán". Cuesta comprender la obstinación gubernamental a valorar una solución política y entablar negociaciones con los representantes kurdos, habida cuenta de que la guerra continuada desde 1984 ha dejado en evidencia al "segundo ejército de la OTAN" y supuesto una sangría para el país, no sólo en vidas humanas y recursos económicos sino también en imagen exterior y credibilidad ante el mundo. En consecuencia, la reacción de Ankara frente a Damasco parece más una huida hacia delante que un intento serio y ponderado de afrontar el verdadero quid de la cuestión, máxime cuando Ocalán había anunciado una tregua unilateral el uno de septiembre y mostrado su disposición a negociar con el gobierno. Posteriormente, ya en Italia, reclamó "el reconocimiento de la identidad institucional kurda a través de la implementación de normas verdaderamente democráticas" y "un acuerdo basado en una estructura federal que respete las fronteras actuales de Turquía". Mas a pesar de la renuncia explícita a los dos rasgos que según Ankara definían al PKK, "el terrorismo y el separatismo", el gobierno rechazó prescindir de su rígida política.

Por si fuera poco, los cambios significativos acaecidos antes del mes de octubre parecían indicar que la cuestión kurda amenazaba con tomar derroteros peligrosos para Turquía sin que Siria tuviera nada que ver en el asunto. En efecto, tras el pacto entre Masud Barzani y Yalal Talabani (líderes de las dos principales formaciones kurdas en Iraq, el PDK y UPK) el 17 de septiembre en EEUU, el gobierno de Yelmaz comenzó a temer que el acuerdo significase el prolegómeno de una entidad kurda independiente en Iraq, lo que constituiría un acicate más para las corrientes separatistas en el país. A esto se le añade que la unión de las dos fuerzas, que se enzarzaron en cruento combate en el 96, podría dar al traste con el espacioso corredor dentro de Iraq que tan alegremente utiliza Ankara para lanzar campañas militares contra los campamentos del PKK. Y a pesar de que tanto Barzani como Talabani han recalcado su intención de seguir colaborando con Ankara para impedir los movimientos del PKK en el norte de Iraq, aquélla teme que los tres grupos acaben llegando a un entendimiento. Tal acuerdo podría significar el fin de sus puestos militares permanentes en el norte de Iraq, a la par que quién sabe si la zona no acabaría convirtiéndose en refugio del nacionalismo kurdo regional. Así las cosas, ejercer presión sobre la banda occidental del ámbito PKK, Siria, y obligarla no sólo a cortar cualquier vínculo con el PKK sino también a colaborar en su represión, podría empujar a la organización de Ocalán a hacer todo lo posible por mejorar sus relaciones con Barzani y Talabani y fortalecer el frente oriental, que es el que verdaderamente constituye un quebradero de cabeza para los militares turcos.

Colaboración militar turco-israelí

En marzo de 1996 se firma el acuerdo de cooperación militar entre Turquía e Israel. A nuestro entender, este hecho y el asunto del agua, estrechamente ligado con él, son el motor principal de las tensiones sirioturcas a lo largo de los últimos años. 1996 viene a representar el colofón de casi cinco décadas de colaboración más o menos abierta entre las dos grandes potencias militares de la región. Y es que desde el primer momento de la aparición de Israel Turquía demostró clara simpatía hacia el nuevo Estado, hasta el punto de que los países árabes de la zona llegaron a ver en ella un instrumento, como Israel, al servicio de los intereses occidentales, impresión que hoy sigue vigente y que los sucesos de octubre han vigorizado. No en balde la nomenclatura turca ha visto siempre en Israel un oasis de modernidad y occidentalidad en un territorio atenazado por el fanatismo y el oscurantismo. O sea, la visión idílica que tienen los dirigentes militares y civiles turcos de su propio país.

Empero, la situación va a alterarse durante los sesenta. El conflicto desatado entre Turquía y Grecia a propósito de la Enosis (unión de Chipre con Grecia) provoca honda decepción entre los dirigentes turcos, quienes se sienten abandonados por un Occidente que les pagaba con desdén sus esfuerzos en aras de contener el comunismo en Oriente Medio y promover las tesis norteamericanas y británicas en la región. A partir de ese momento modifica sus planteamientos oficiales frente a Israel y adopta una política más crítica ante el movimiento sionista, con el objeto de ganarse el apoyo árabe en la cuestión chipriota. Durante la guerra de 1967 condenó la ocupación israelí del Golán, el Sinaí, Gaza y Cisjordania, mientras que en la de 1973 permitió el paso por su espacio aéreo de transportes de armas soviéticos hacia Siria. Ya en 1979 reconoce diplomáticamente a la OLP y en el 80 protesta contra la proclamación en el Kneset de Jerusalén como "capital indivisible del Estado israelí". No obstante su alineamiento oficial con las reivindicaciones palestinas, nunca llegó a tomar medidas realmente hostiles contra Israel, como, por ejemplo, replantearse el reconocimiento del Estado israelí de 1949 o incitar, promover o efectuar un tipo de boicot contra él.

De hecho, la tónica oficial aparente de Ankara respecto de Israel volvió sin mayores traumas a sus pautas anteriores a mediados de los ochenta, en los que se produce un desarrollo notable de las relaciones económicas y se estrecha el ámbito de colaboración entre ambos en el campo agrícola y de técnicas de irrigación. Durante esta etapa, Turquía se convierte en uno de los principales destinos de los turistas israelíes (160 mil en 1990 según estimaciones turcas) y los intercambios comerciales, insignificantes en décadas posteriores, aumentan de forma perceptible. En diciembre de 1991, ambos países establecen relaciones diplomáticas plenas al intercambiarse embajadores y asentar las bases de una colaboración a gran escala que desemboca en el momento actual.

En definitiva, los momentos de desencuentro entre uno y otro nunca han llegado a ser tan significativos e intensos como los de "encuentro". Y cuando en épocas recientes, durante el gobierno islamista de Necmettin Erbakan por ejemplo, se ha intentado reorientar la política exterior turca hacia el mundo árabe y musulmán, allí estaba el ejército, principal apoyo de la causa proisraelí, para poner las cosas en su sitio y aderezar un gobierno menos fanático.

Siria, por su parte, criticó desde el primer momento el acuerdo militar, con la fundada sospecha de que tras el entramado de maniobras militares, intercambio de tecnología armamentística y socorro mutuo en caso de necesidad, se escondía el ánimo no declarado de debilitar a Damasco en todos los frentes e imponerle la reanudación del tramo siriolibanés/israelí en el proceso de paz según el tempo y las condiciones dictadas por Tel Aviv, tal y como ha ocurrido en el tramo palestino. Precisamente en las semanas anteriores a la crisis, Damasco había conseguido el apoyo explícito de numerosos países árabes e incluso una condena del Consejo de Ministros de la Liga Árabe, que exhortaba a Ankara a revisar el contenido del acuerdo y renunciar a la política de ejes y alianzas que "ponen en peligro la estabilidad de la región". A partir de ese momento, las posturas oficiales turcas subieron progresivamente de tono, al tiempo que los responsables turcos acusaban al gobierno sirio de haber orqestado toda la polémica con el ánimo de desprestigiar a Turquía y conseguir que el mundo araboislámico ejerciese la presión necesaria para hacerle revisar los principios del acuerdo.

Ankara, desde la firma del tratado con Israel, ha tratado sin demasiado éxito, ante los países de la región, minimizar la importancia de aquél. A pesar de que el presidente israelí, Benjamin Netanyahu, ha hablado abiertamente de un eje o alianza turco-israelí, los responsables turcos suelen afirmar que se trata en primera instancia de un mecanismo para modernizar sus fuerzas armadas. En cuanto a las maniobras conjuntas, que han provocado la preocupación no sólo de Siria sino también de Grecia e Irán entre otros, estamos, dicen estos responsables, ante maniobras cuyo primer y único objetivo reside en afianzamiento de la seguridad regional y que, por lo tanto, no van dirigidas contra nadie. Sin embargo, no debe de tratarse de un acuerdo intrascendente cuando Ankara ha conminado a Damasco a no criticar los proyectos de colaboración turco-israelíes e incluso le ha exigido, en un documento previo al acuerdo de seguridad de Ádana del 20 de octubre de 1998, abstenerse de concentrar tropas en la frontera cada vez que se produzca un movimiento inusual de efectivos militares turcos en la zona; ni tampoco tan inicuo cuando, según fuentes norteamericanas, el régimen de Tel Aviv prometió ayuda militar a Ankara en el caso de que "considerase necesario declarar la guerra a Siria". Más aún, el gobierno israelí calibraba la posibilidad de "lanzar ataques" contra objetivos militares sirios en un hipotético conflicto sirioturco. A pesar de los temores sirios, Washington, verdadero artífice del acuerdo militar y guionista principal de la tragedia de Oriente Medio, ha expresado su satisfacción por el acuerdo, sobre todo porque "beneficiará el proceso de paz". Cabe preguntarse si EEUU reaccionaría de forma tan positiva en el caso de que, por ejemplo, Siria e Irán firmaran un acuerdo de cooperación militar en idénticos términos.

El problema del agua

Desde hace algún tiempo se habla con insistencia de la posibilidad de que Oriente Medio se convierta en plazo no lejano en escenario de graves conflictos bélicos por el agua. Mas no se suele, especialmente en Occidente, valorar las pautas reales de este conflicto y determinar los verdaderos culpables del mismo. Décadas de alabanza, loa y temor a Israel y su "peso específico" regional e internacional han permitido que muchos no vean o, mejor dicho, no quieran ver que la política de ocupación militar israelí llevada a cabo tan minuciosamente desde 1948 no responde sólo a necesidades de seguridad nacional sino también a una estrategia minuciosa encaminada a dominar los recursos acuíferos más importantes de la región. Ya controla parcial o totalmente la ribera occidental del Jordán, el lago Tiberíades, los altos del Golán (ricos en manantiales), el Yarmuk y los ríos Litani y Hasbani en Líbano, disponiendo el algunos casos de plena potestad para decidir las cuotas de racionamiento a países vecinos, como Jordania, obligada a regatear los cupos en las conversaciones de paz. O también puede utilizar el agua como soga gruesa con la que atenazar los territorios autónomos palestinos que, en este aspecto y en casi todos los demás, no tienen plena autonomía sobre sus propios recursos hídricos. Si las aguas ya bajaban turbias para Siria y los países árabes de la región entre el aluvión israelí y las últimas obras hidráulicas turcas en los ríos Éufrates y Tigris (que afectan especialmente a Siria e Iraq), el acuerdo militar de 1996 ha encendido todas las luces de alarma. Y es que tras el tratado firmado por Israel y Turquía, que mantienen desde hace años diversos programas de colaboración hidráulica y de técnicas de regadío, el eje Tel Aviv-Ankara se convierte no sólo en una formidable tenaza militar sino también en el aguador de Oriente Medio.

Las polémicas sirioturcas a propósito del Éufrates han cobrado especial virulencia a partir de 1990. Ese mismo año, Turquía detuvo el curso del río durante un mes entero para llenar la nueva presa de Atatürk, la cuarta del mundo cuando su inauguración en 1992. Esta construcción formaba parte del "Proyecto del Sureste Anatolio" (GAP) que preveía 17 presas en el Éufrates y cuatro más en el Tigris, lo que cubriría las necesidades de riego en buena parte de Anatolia. Pero estas perspectivas halagüeñas para Turquía contrastaban con los temores sirios e iraquíes, que sostenían en el caso de los primeros que más de dos tercios de las tierras regadas por el Éufrates se verían afectadas mientras que los segundos estimaban que este mismo río perdería un 40% de su potencial de riego a su paso por el país. A pesar del protocolo sirioturco del 87 que permitía a Siria 500 metros cúbicos por segundo del Éufrates en espera de que se finalizase la presa Atatürk (los sirios habían comunicado su intención de solicitar 700 metros cúbicos por segundo tras la inauguración de la presa), el desarrollo del ambicioso plan hídrico turco reduciría el caudal del Éufrates a su llegada a las fronteras árabes de veintiocho mil millones de metros cúbicos a sólo 13 mil. Es decir, que el porvenir agrícola de ambos países pasaba a depender en buena medida de Turquía.

Durante la crisis de octubre, Siria solicitó repetidamente a Turquía tratar en conjunto todos los asuntos candentes en el ámbito bilateral. Uno de ellos era, por supuesto, el agua, en estado de máxima tensión desde que terminasen las negociaciones de 1992 entre Siria, Iraq y Turquía sin que esta última accediese a aumentar la cuota de agua ni discutir sobre las presas. En concreto, Damasco solicitaba que se reanudasen las tareas de las comisiones bilaterales relativas al agua y la celebración de conversaciones tripartitas (con Iraq) sobre el mismo asunto, sin injerencias externas, para llegar a un acuerdo definitivo. Pero Ankara seguía negándose a tratar el asunto en negociaciones de alto nivel, si bien propuso el llamado "Acueducto de la Paz", que contempla el desvío de los ríos Ceyhan y Seyhan (cuenca mediterránea) y la construcción de dos canales para vender agua a Siria, Jordania y la Península Arábiga. El plan hídrico GAP deparó otro punto de fricción al anunciar el PKK acciones de sabotaje contra las obras por considerar el proyecto en su conjunto perjudicial para los kurdos de Anatolia en tanto en cuanto escondía una maniobra para desplazar parte de la población autóctona y reemplazarla con colonos ex soviéticos y búlgaros. Turquía de nuevo previno a Siria de su supuesto apoyo al PKK y la amenazó con cortarle el agua si se producían actos de sabotaje en las instalaciones hidráulicas. En definitiva, no es descartable que Ankara haya deslizado en la algarabía de octubre una nueva advertencia respecto de lo que podría ocurrir si Siria continúa con sus reclamaciones sobre el agua.

La situación política en Turquía

Algunos analistas turcos apuntaron que el furibundo ataque del gobierno contra Siria perseguía en parte conceder al primer ministro Mesut Yilmaz un pretexto válido para aplazar las elecciones legislativas anticipadas previstas para abril próximo, en el contexto de una posible guerra con el país vecino o, en su defecto, un período razonablemente prolongado de "máxima tensión" bilateral. En otros círculos se comentaba que Yelmaz pretendía ganar puntos en vistas a esas mismas elecciones y mejorar de paso su deteriorada imagen política tras varios escándalos de corrupción (especialmente el caso de las grabaciones en las que se describen las relaciones de miembros del gobierno con el jefe de la mafia turca, confinado en una cárcel francesa). Fuere lo que fuere, el caso es que Yelmaz ya no está en el gobierno a resultas de una moción de censura aprobada por el Parlamento el 25 de octubre de 1998, decisión en la que quizás haya influido la desastrosa imagen ofrecida por el gobierno turco ante Europa durante el segundo acto del drama Ocalán. Esta vez, con el gobierno italiano como coprotagonista, no han servido de nada ni las amenazas de boicot, ni las burdas campañas de prensa ni las llamadas a la movilización de los turcos residentes en Europa. Evidentemente, Italia, y detrás de ella la Unión Europea, no es Siria ni cualquier otro de los países anatemizados por el Nuevo Orden y por lo tanto, atacables. El hecho de que las autoridades turcas hayan entrado en disputa tan desaforada con su principal valedor dentro de la Unión Europea revela en primer lugar la gravedad de la crisis política interna en la que vive sumida el país desde hace meses y, en segundo lugar, que Ankara ha acabado por echarse en brazos del polo EEUU-Israel, desencantada como está con una Unión Europea que le niega la condición de miembro.

Está claro que si Yelmaz pretendía "exportar sus problemas internos a los países vecinos" como le acusara Damasco, los ha exportado muy mal. Y si quería disimular los males de un país azotado por la corrupción y la crisis económica (la inflación ronda el ochenta por ciento y el número de parados los seis millones) tampoco lo ha logrado. Ahora bien, pudiera ser que todo el asunto de octubre hubiese supuesto, además de un aviso a los países árabes hostiles y una autoreivindicación en el panorama regional e internacional, un aviso a aquellos navegantes nacionales que no parecen muy convencidos con el sistema laico y prooccidental ideado por Atatürk y salvaguardado por los militares. Nos referimos a los islamistas, quienes durante su breve experiencia de gobierno intentaron dar un vuelco a la tradicional política prooccidental del país, poniendo especial énfasis en mejorar las relaciones con el mundo islámico, sobre todo con los países árabes e Irán.

Tras la decisión del Tribunal Constitucional de declarar ilegal al Refah Partisi (Partido del Bienestar) en enero del 98 por sus "actividades contrarias al laicismo del Estado" y la inhabilitación a su líder y ex presidente de gobierno Necmettin Erbakan, los islamistas fundaron el Fadilet Partisi (Partido de la Virtud). Esta formación aparece como principal favorito electoral según los sondeos de opinión a pesar de que los alcaldes islamistas de las dos principales ciudades turcas han sido apartados de su cargo por decisiones judiciales y el propio presidente del partido está pendiente de juicio por racismo. Tras esta campaña de acoso y derribo contra los islamistas puede verse la sombra alargada del ejército, que obliga al resto de partidos políticos a obviar la presencia de los islamistas, hasta el punto de convertir el Partido del Bienestar en el convidado de piedra molesto con el que nunca se ha de contar para formar coaliciones por mucho que lo respalden millones de votos. Resultaba un tanto curioso ver a Bulent Ecevit, presidente de Izquierda Democrática y antiguo aliado de Yelmaz, buscando socios para formar nuevo gobierno en todas las formaciones menos la islamista. Y teniendo en cuenta que el mapa electoral turco está bastante repartido entre varias formaciones, no resulta extraño encontrarse con gobiernos de coalición minoritarios y harto precarios, compuestos por partidos de derecha e izquierda que no tardan en saltar por los aires, máxime si hay escándalos de corrupción de por medio. Éste en concreto fue el caso de Yelmaz.

Los militares no están dispuestos a consentir que los islamistas vuelvan al poder; o si lo hacen, que el ejército esté capacitado para acabar con ellos sin llegar a una medida de fuerza que afearía su aspecto democrático. Y bien pudiera ser una de esas vías recordar a la población la hostilidad de la vecina Siria y los países árabes hacia Turquía, además de cerrar en la medida de lo posible el camino a un entendimiento entre el sector araboasiático y un hipotético gobierno islamista.

Plasmaciones del ‘Nuevo Orden’

Dejando a un lado las interpretaciones y lecturas diversas a las que acabamos de hacer referencia, la crisis sirioturca han puesto de manifiesto la adhesión turca al modus operandi instaurado por EEUU a la sombra de su "Nuevo Orden Mundial", según el cual unas naciones –las que custodian los intereses occidentales y representan las valores de la modernidad y el bien social- tienen patente de corso para comportarse con una libertad y desparpajo prohibidos a los demás. A éstos, en contraste, se les impone un código de conducta harto estricto cuyo incumplimiento puede acarrear consecuencias funestas. O en otras palabras: unos pueden hacer y deshacer a su antojo puesto que la maquinaria propagandística se encargará de hallarles una justificación a sus actos o simplemente silenciarlos, mientras que los otros tienen que soportar que se les demonice por no acatar la voluntad dictada por el Orden.

Durante esta crisis hemos asistido a una serie de circunstancias que permiten sustentar esta tesis. En primer lugar, Turquía ha esgrimido el argumento de la extraterritorialidad y el derecho a luchar contra cualquier circunstancia que ponga en peligro su estabilidad. Cuántas veces no habremos oído en los últimos meses, sobre todo tras la detención de Ocalán en Italia, que el líder del PKK es el responsable de más de 30 mil muertes en Turquía desde el inicio del conflicto armado, lo que da pleno derecho al poder para perseguirlo a él y a quienes lo apoyan allá donde quiera que sea. Este razonamiento recuerda a la "seguridad nacional" enarbolada por Israel cada vez que decide una acción punitiva contra el sur de Líbano (acciones que en ocasiones llegan hasta los aledaños mismos de Beirut) o cerrar los territorios autónomos palestinos. El primer ministro Mesut Yelamz declaró al comienzo de la crisis que su país tenía derecho legítimo a defenderse ante cualquier amenaza exterior de acuerdo con el artículo 51 del documento de Naciones Unidas. Sin embargo, no aportó una sola evidencia explícita y concluyente que demostrase que Siria constituía, efectivamente, un peligro para su estabilidad interna. Mas eso no importa: ¿han presentado hasta ahora los norteamericanos alguna prueba sólida que demuestre la implicación libia en el atentado de Lockerbey? Sin embargo, Libia sufre un embargo inclemente desde hace años por un delito que la maquinaria propagandística del Orden ha dado por supuesto. Lo mismo puede decirse de Israel, que amparada en las citadas razones de "seguridad nacional" sigue ocupando el sur de Líbano a pesar de las resoluciones y llamadas internacionales para que salga de él.

Por lo tanto, parece que uno de los grandes avances del Nuevo Orden Mundial se resume en el hecho de que en determinados contextos los argumentos, evidencias y demostraciones son innecesarias, ya que algunos gozan de una legitimidad implícita para observar ciertos comportamientos. En otras palabras, EEUU, Israel (y ahora parece que también Turquía) están eximidas de demostrar y justificar acción extraterritorial alguna en tanto en cuanto representan una grandeza de civilización y refinamiento ante entidades hostiles y dañinas. En realidad no defienden sólo sus propios intereses sino los intereses de toda una civilización e incluso la Humanidad en pleno. Todavía están recientes los ataques norteamericanos contra Sudán y Afganistán, cuyos objetivos no han sido suficientemente aclarados pero contra los que nadie, excepto las voces disonantes de siempre, han osado rechistar. Tampoco antes, hace lustros, se prestó mayor atención a las incursiones aéreas israelíes contra objetivos en Iraq (central nuclear) y Túnez (sede de la OLP). Todo quedó en alboroto de protestas. Aún están recientes las insinuaciones provenientes de Israel sobre la posibilidad de medidas contra Irán en caso de que Teherán decidiese reforzar sus estructuras nucleares. Sin duda alguna, estos ejemplos de extraterritorialidad han servido de precedente para Turquía, que utilizando casi los mismos argumentos, ha amenazado con ataques selectivos contra objetivos sirios, dispuesta a hacer cualquier cosa por asegurar su "estabilidad interna". Diríase que Israel, y ahora Turquía, en su condición de únicas democracias modernas y plurales en un mar de fanatismo y gobierno despótico, gozan de una facultad ilimitada para actuar en defensa de sus intereses vitales. Otra cosa es que efectivamente nos hallemos ante democracias reales que respetan los derechos humanos. El Nuevo Orden Internacional ya se encarga de hacer creer a todos sus excelencias democráticas al tiempo que se las niega a los demás países de la región. ¿Qué ocurriría si Siria lanzase un ataque contra el Golán ocupado para no sólo apuntalar su seguridad nacional sino también recuperar un territorio que legítimamente le pertenece? ¿Por qué Israel, que ocupa tres países y supone un peligro real para toda la zona, sí puede desarrollar su propio programa nuclear sin dar cuentas a nadie y no se le permite lo propio a los vecinos?

Pero hay más ventajas inherentes al sistema: así como Israel se ha creado sus patios traseros particulares (sur de Líbano y Autoridad Nacional Palestina), Turquía goza en el ámbito del Nuevo Orden Mundial de su lugar de desahogo particular en el norte de Iraq. (El radio de acción de EEUU es mucho más amplio, todo hay que decirlo: abarca desde Sudán a Libia, Afganistán, Irán, Centroamérica y sobre todo, Iraq). Allí, en el norte de Iraq, entran y salen los militares turcos cuando quieren, otra vez en aras de su seguridad nacional, utilizándolo como una espita inmejorable para ora dar rienda suelta a sus planes militares, ora camuflar los problemas internos, apelando siempre, claro está, a la dichosa seguridad nacional. Quién sabe: a lo mejor en el futuro, si el conflicto kurdo adquiere dimensiones insostenibles, se acaba creando un ente autónomo a la palestina en el Kurdistán turco con los mismos condicionantes que permiten hoy en día a Israel mantener bajo cuerda su dominio sobre Palestina.

Pero no se acaban ahí los beneficios del Nuevo Orden. A lo largo de la crisis, el gobierno de Ankara ha conminado en repetidas ocasiones a los sirios a no mentar siquiera los conflictos bilaterales entre uno y otro. Más aún, en las conversaciones confidenciales que antecedieron el acuerdo de Ádana se pedía a Damasco que renunciase a sus reivindicaciones sobre Alejandreta (Iskandarún en árabe, Hatay en turco) el agua y la colaboración militar con Israel, como si dialogar consistiese en imponer al otro lo que debe decir y lo que no. Esto recuerda a las moderadas y eclécticas posturas israelíes en sus peculiares negociaciones con los árabes, arrogándose el derecho a decidir los temas a debatir y el tono a emplear en ellos, negándose en redondo a entrar en cualquier discusión que no les parezca conveniente. Porque nadie, en definitiva, les ha de pedir cuentas. Todo se les permite pues no en vano sirven al gran imperio y gozan de un sistema democrático y parlamentario que debería ser ejemplo a seguir para todas las dictaduras arcaicas en derredor, cuyos militares deberían aprender de sus colegas turcos e israelíes a arreglárselas para tener las riendas bien cogidas sin que lo parezca (bueno, los militares turcos no es que se estén luciendo en este aspecto) y confeccionarse una democracia a la medida donde la segregación y la manipulación queden justificadas por la misma misión civilizadora intrínseca de esa democracia.

Un peón estratégico

Si Turquía, tras años de servicio a la causa occidental, se ha acabado inscribiendo con todas las consecuencias en el núcleo duro del Nuevo Orden debería tener en cuenta unos cuantos detalles. En primer lugar, la irrupción de Turquía en el tablero activo de Oriente Medio como peón caminero al que se le han encomendado una serie de tareas precisas como crear un eje militar con Israel y aumentar la tensión con Siria, lejos de sanear su imagen exterior, puede convertirla en el segundo repelente niño Vicente de Oriente tras Israel. De este modo, Ankara compartiría con Tel Aviv el papel de malo regional, exponiéndose incluso a que le caiga alguno de los golpes que deberían ir dirigidos en exclusiva a Israel. Y Turquía debería calibrar con atención los pasos a dar en este campo.

Se ha comentado en las últimas fechas que los dirigentes turcos, tras el último rechazo de la Unión Europea en 1996 y el progreso de las tesis griegas sobre Chipre, han decidido inclinarse por completo a EEUU y el sionismo, con la esperanza de que los primeros les permitan hacerse un sitio más amplio en su contexto regional, y de que el segundo les ayude a mejorar su imagen internacional, sobre todo en el asunto kurdo, gracias al loby sionista en el congreso norteamericano y el formidable aparato propagandístico y publicitario que se yergue tras Israel. Pero han de tener en cuenta que el talón de Aquiles de la imagen exterior turca se halla en Europa, donde los movimientos kurdos despliegan una labor de zapa y deterioro constante contra Ankara, a lo que se ha de unir la displicencia sino hostilidad apreciable en algunos países europeos hacia lo turco y los inmigrantes turcos. Y no parece evidente que la maquinaria mediática filosionista vaya a poner todo su empeño en mejorar el haber público de un Estado que además de musulmán mantiene una pugna abierta con una minoría dentro de su población, sobre todo si tenemos en cuenta que a los fundadores de Israel, e incluso a sus dirigentes actuales, les gusta verse como minoría perseguida que brega, en lucha brava pero desigual, contra una mayoría musulmana que le niega su derecho a sobrevivir. Los principales apoyos a la causa kurda se encuentran en algunos Estados europeos como Bélgica, sede del canal de televisión del PKK y el parlamento kurdo en el exilio, o Alemania, donde viven unos 500 mil kurdos agrupados en diversas organizaciones de influencia social notable. Y no parece que una campaña de maquillaje ni mucho menos las amenazas y las invectivas como las desatadas en noviembre y diciembre contra Italia logren convencer a nadie de las tesis turcas sobre el conflicto kurdo.

En este contexto, ¿qué impele a Turquía a pensar que la adopción sin condiciones de la estrategia norteamericana-israelí para Oriente Medio le ha de reportar beneficios? Los últimos movimientos de Washington no parecen ir en la dirección deseada por Ankara. Tenemos en primer lugar el acuerdo entre los kurdos de Iraq de septiembre, en el que el gobierno turco no ha desempeñado función alguna al contrario de lo que ocurriera en tratados anteriores. Ya hemos señalado antes las consecuencias de este acuerdo, mas hay otra de gran significación para Turquía: la posibilidad de que los norteamericanos estén diseñando su propio borrador para la cuestión kurda sin contar con los criterios turcos. A esto se le une la rígida postura estadounidense respecto a Iraq que no augura un pronto levantamiento del embargo tal y como pretende Turquía, deseosa de resarcirse de las pérdidas económicas ocasionadas por la interrupción de los intercambios comerciales con el país vecino y el cierre del oleoducto iraquí que llegaba a las costas turcas. Ankara no ha obtenido todavía los réditos económicos esperados de su apoyo al ejército norteamericano en la Guerra del Golfo. Únicamente ha visto reforzado su rango privilegiado en el Nuevo Orden como brazo ejecutor de designios ajenos.

Tampoco en el aspecto kurdo se ha asegurado el apoyo de Washington: a pesar de que éste sustenta las tesis turcas sobre la impronta terrorista del PKK y su derecho a defenderse ante el terrorismo en general, la Administración norteamericana, en su habitual política de palo y zanahoria, no se abstiene de lamentar e incluso condenar las violaciones de derechos humanos en los territorios kurdos, así como la deplorable situación de sus cárceles. Más aún, tras la negativa de la UE al ingreso turco, desde Washington se llegó a comprender la decisión europea a la vista del nefasto registro turco en cuanto a los derechos humanos. Pero los desplantes norteamericanos no acaban aquí: hace poco, el Congreso aprobaba una resolución que condenaba las matanzas de armenios en 1915 a manos del ejército turco, a pesar de las peticiones de Ankara, que sufre en gran medida de la erosión causada por las reivindicativas organizaciones armenias en todo el mundo y sobre todo en EEUU, donde se puede hablar de un respetable loby armenio antiturco. Entonces, ¿qué está obteniendo Turquía a cambio de su entusiasta colaboración más allá del asesoramiento militar israelí? Da la impresión de que Washington sólo desea de ella que cumpla con un cometido policial-castrense restringido, no sólo al servicio directo de los intereses norteamericanos sino también sujeto a las coordenadas israelíes.

En resumen, los resultados de la crisis sirioturca arrojan todavía más dudas sobre la validez de la política exterior turca. Lejos de obtener beneficios políticos o militares sustanciosos, Ankara ha visto de nuevo resentida su ya maltrecha popularidad en el ámbito mundial. Puede ser que ante su opinión pública haya podido doblegar a la correosa Siria y obligarla a firmar un tratado de colaboración que no va a suponer, por otra parte, un cambio esencial en el conflicto armado con el PKK. Pero cara al exterior, la cosa cambia. Los países islámicos y árabes la han condenado con fuerza por su agresión verbal a Siria, y la UE ha rechazado en bloque las amenazas vertidas contra Italia, cerrando todavía más la puerta a su incorporación. Los norteamericanos han aprobado la incorporación de Ankara a la cantinela de la seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo en cualquier lugar pero al mismo tiempo han descalificado una posible escalada militar contra Siria por considerarla contraproducente para sus intereses en un momento en que se disponían a reorganizar el llamado proceso de paz. Si acaso les convenía que alguien presionase a Siria, no que la agrediese. En el resto del mundo, en definitiva, no se ha terminado de comprender la convulsión turca, sobre todo frente a Italia. Parece que sólo le queda el apoyo de una Israel que nunca ocultó su adhesión a la escalada bélica turca contra Siria. Pero Ankara no debería confiar en un Estado que únicamente pretende utilizarla como infantería de leva contra sus enemigos árabes y beneficiarse de paso de sus recursos hídricos.

En realidad, Turquía no acaba de encontrar su sitio en el tablero regional e internacional desde el fin de la Guerra Fría. No ha conseguido erigirse en líder o siquiera portavoz de los Estados islámicos turanios surgidos de la extinta Unión Soviéticas, con lo que el sueño de una confederación de repúblicas turcas con centro en Ankara sigue quedando a trasmano. Su progresión hacia Europa se ha visto bruscamente frenada por el rechazo de la Unión que no sólo le ha dado con la puerta en las narices (con la excusa aparente de los derechos humanos y la debilidad económica bajo la que subyace además el miedo a un Estado musulmán con sesenta millones de habitantes) sino que además acoge con simpatía la candidatura de... Chipre. Turquía, deben pensar en Bruselas, quiere ingresar en Europa sólo para jugar al fútbol y cantar en Eurovisión.

Y mientras tanto, crece su aislamiento en el mundo araboislámico y Rusia la mira con recelo. Todas estas circunstancias, unidas a sus propias convulsiones internas, parecen constituir motivo suficiente, en opinión de los militares, para lanzar su apuesta radical por el Orden diseñado por Washington para Israel en Oriente Medio. Pero Turquía debería saber que la incorporación con armas y bagajes al nuevo-sempiterno sistema no le será rentable ni a mediano ni a largo plazo. Cuando ya no sirva, cuando no tenga sentido utilizarla, quién sabe si no pasará a ser ella también objeto de ataque y escarnio. Al fin y al cabo, Israel, y Turquía si se aviene al juego, no son más que peones en la estrategia diseñada por un demiurgo maquiavélico.

Pero Turquía no puede pretender interpretar una reedición del papel israelí por una sencilla razón: Turquía, ya sea como cabeza del Imperio otomano, ya como Estado moderno, tiene su sitio en la región desde hace siglos, es una nación forjada a sí misma, asentada sobre fundamentos humanos, históricos, sociales y políticos sólidos. Turquía no es un injerto transgénico: no se sustenta del latrocinio, la deportación, la usurpación, la fábula sangrante. La legitimidad de Turquía como nación, como Estado, como país, no nace de mitos ni leyendas ni de libros terribles que consagran la irracionalidad divina del bien y el mal, de los elegidos y los indeseados. Con sus virtudes y sus defectos, con su actuación triste y deplorable en los asuntos kurdo y armenio, con su genio para erigirse en nación tras el derrumbe del Imperio otomano, Turquía pertenece a un contexto humano y geográfico con el que no se le pide que esté de acuerdo ni en plena connivencia. Sólo que decida según sus propios intereses, que no tienen por qué ser ni los de los sirios ni los iraquíes ni los de nadie; pero que sean los que les dicta su propia conveniencia, sin regirse por los dictados de los demás, ya los de la megápolis del imperio, ya los de esa criatura abominable engendrada por el imperio que, por sus propias características, no sabe ni puede ni quiere crear la paz ni la estabilidad ni la confraternidad si no es según sus propias condiciones. Y no sabe ni puede ni quiere porque ha nacido del antagonismo, el crimen, la injusticia y el desprecio hacia una tierra y unas gentes que no habían hecho nada. No, Turquía no puede ser Israel.

 

Documento

‘TRATADO ANTITERRORISTA SIRIO-TURCO’ (20 de octubre, 1998)

"Tras los mensajes enviados en nombre de Siria por el Presidente de la República Árabe de Egipto, el Sr. Husni Mubarak, y el Ministro de Exteriores iraní, Remal Jarrazi, en representación del Presidente iraní, Seyid Mohammed Jatemi, así como por el Ministro de Exteriores egipcio, Amr Musa, las delegaciones turca y siria se han reunido en Ádana del 19 al 20 de octubre de 1998 para tratar el asunto de la cooperación antiterrorista.

Durante la reunión, Turquía repitió las propuestas comunicadas al Presidente egipcio con el objeto de eliminar la tensión actual en las relaciones de ambos países. Después, la parte turca expuso a la atención de la parte siria la respuesta que recibiera con anterioridad de Siria a través de la República Árabe de Egipto, que incluía las siguientes afirmaciones:

  1. Ocalán no se encuentra en Siria y no se le permitirá bajo ningún concepto entrar en Siria.
  2. No se permitirá la entrada en el país de los elementos del PKK en el extranjero.
  3. Los campos del PKK ya no son operacionales y no volverán a serlo bajo ningún concepto.
  4. Se ha arrestado a numerosos miembros del PKK y se les ha sometido a juicio. La lista de detenidos está disponible y Siria ya se la ha entregado a la parte turca.

La parte siria ha confirmado los puntos arriba mencionados. A continuación, las partes han llegado a un acuerdo en los puntos siguientes:

  1. Siria, de acuerdo con el principio de reciprocidad, no permitirá cualquier acción proveniente de su territorio que trate de atentar contra la seguridad y estabilidad de Turquía. Siria no permitirá que el PKK obtenga armas, material logístico y apoyo financiero en su territorio ni tampoco le permitirá actividades propagandísticas.
  2. Siria ha reconocido que el PKK es una organización terrorista. Siria ha prohibido en su territorio, al igual que ha hecho con otras organizaciones terroristas, todas las actividades del PKK y las organizaciones afiliadas a él.
  3. Siria no permitirá ni dará facilidades al PKK para establecer campos que le sirvan de entrenamiento o refugio, ni tampoco desarrollar actividades comerciales en su territorio.
  4. Siria no permitirá a los miembros del PKK utilizar Siria para pasar a terceros países.
  5. Siria tomará todas las medidas necesarias para impedir que la dirección de la organización terrorista del PKK penetre en territorio sirio, y a tal efecto dará instrucciones a sus autoridades fronterizas.

Ambas partes han acordado establecer un mecanismo para asegurar la implementación efectiva de las medidas anteriormente citadas.

En este contexto:

  1. Se establecerá de inmediato una línea telefónica directa entre los máximos órganos de seguridad de los dos países.
  2. Las partes aportarán dos representantes especiales a sus misiones diplomáticas, que serán presentados a las autoridades del país anfitrión por los responsables de la misión.
  3. La parte turca, en el marco de la lucha antiterrorista, ha propuesto a la parte siria el establecimiento de un sistema que permita cerciorarse del cumplimiento y efectividad del acuerdo de seguridad. La parte siria ha afirmado que presentará esta propuesta a sus superiores para su conformidad y que informará a Turquía del resultado lo antes posible.
  4. Las partes turca y siria han acordado, a condición de obtener el consentimiento de Líbano, llevar a cabo la tarea de combatir al terrorismo del PKK dentro de un marco tripartito.
  5. La parte siria se ha comprometido a tomar las medidas necesarias para la implementación de los puntos anteriormente citados y la consecución de resultados concretos.

Adana, 20 de octubre de 1998

Por la delegación turca, embajador Ugur Ziyal, Ministerio de Exteriores, Segundo Subsecretari

Por la delegación siria, General de Brigada Adnán Badr al-Hasan, responsable de Seguridad Política

 

mano.gif (915 bytes)  Ignacio Gutiérrez de Terán es arabista, profesor en la Universidad de Alicante

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