Por: Maria Celeste Forconi, Irene Rodríguez y Daniela Foglia
Observatorio de Conflictos,
Argentina
Introducción:
El recrudecimiento de las
hostilidades entre árabes e israelitas vuelve a poner en acto un conflicto
nunca resuelto y, a juzgar por las posiciones irreconciliables de los sectores
en pugna, con pocas probabilidades de resolución. Desde Occidente se tiene una
visión distorsionada de lo que sucede en Medio Oriente lo cual lleva al común
de la gente a desentenderse de un problema que no alcanza a comprender. Una
incomprensión que no tiene su raíz en la lejanía espacial y cultural sino,
fundamentalmente, en la desinformación y la deformación de los orígenes mismos
de este conflicto.
Por otro lado, el carácter mismo de las argumentaciones que ambos
pueblos esgrimen para hacer valer sus derechos, nos remite inevitablemente a la
manera en que puede gestarse en el imaginario social una determinada forma de
aprehender la realidad. Creer que esta guerra es producto de un enfrentamiento
por la mera posesión de un “pedazo” de tierra es no comprender el conflicto en
su verdadera dimensión. Otra vez le toca a la historia bucear en el pasado para
encontrar una clave que permita abordar, con mayor rigurosidad, acontecimientos
que tienen lugar en el presente.
La complejidad del material con el que trabaja el historiador no admite
explicaciones unívocas, sin embargo sería imposible siquiera esbozar un intento
de comprensión sin revisar los antecedentes históricos que dan origen al
conflicto. Un trabajo de estas características deberá trascender la mera
enumeración cronológica de los acontecimientos para incluir la lectura que de
los mismos hace el historiador desde el presente así como la percepción que los
propios actores históricos tienen de su realidad y de su tiempo, expresada en
producciones de sentido que, ideológicamente, sustentan sus acciones.
Historia y
mito
La inmigración judía a territorio Palestino impulsada por el sionismo
buscó su legitimación en la tradición bíblica, según la cual primero, llegaron
los canaanitas y más tarde, en el siglo XII antes de Cristo, los hebreos, como
producto del éxodo desde Egipto. Dos mil años antes de Cristo, Saúl fundó su
reino que posteriormente se partiría en dos: el reino de Israel al norte y el
reino de Judea al sur. 700 años pasaron, aproximadamente, hasta que Israel
fuera abatido por los Asirios y algunos años más tarde los judíos eran
derrotados por los Babilonios. La invasión Persa que se originó en el año 538
antes de Cristo permitió el regreso de los exiliados judíos desde Babilonia. En
el año 70 de nuestra era Jerusalén era destruido por los romanos.
Con la destrucción de Jerusalén, se dio inicio a la diáspora judía. Sólo
a fines del siglo XIX se comenzó a plantear la idea del retorno que asume su
forma política e ideológica en el sionismo y que se cristalizó en la
Organización Mundial Sionista que, de la mano de su líder, el periodista de
Budapest, Theodoro Herzl, alentó la emigración masiva de los judíos diseminados
por el mundo a Palestina. Ya Moses Hess en 1862 asentaba los pilares sobre la
que se construiría la idea sionista pero es en 1897 que el sionismo se lanza
como un movimiento político e ideológico para dar respuesta al surgimiento de
un antisemitismo “moderno” que se desarrolla en Occidente, en el seno de las
sociedades democráticas y el creciente antisemitismo de tipo “tradicional” en
Rusia. Este sionismo que nacía se oponía a la asimilación progresiva de los
judíos en sus países de residencia y a la tradición religiosa ortodoxa que
rechazaba cualquier confusión entre lo profano y lo sagrado, es decir, entre el
retorno espiritual a Jerusalén y el proyecto político de construir un
Estado-Nación judío.
En el Congreso de Basilea, durante el año 1897, el sionismo abandonó sus
primeras fantasías: la que consistía en un refugio para los perseguidos en
cualquier parte del mundo, para designar a Palestina como la patria natural del
judaísmo.
Las primeras migraciones de 1883 no provocaron la desconfianza de los
árabes, sin embargo, ocho años después, desde Jerusalén pidieron al Imperio
Otomano que gobernaba Palestina que prohibiera la inmigración Judía. Sin
embargo, la corrupción de los funcionarios turcos y los terratenientes árabes
provocó que, para 1907, se estableciera el primer Kibutz: granja
colectiva que desde el principio excluyó al trabajador árabe.
En 1917 el ministro británico Balfour, declaró que el gobierno británico
encontraba favorable el establecimiento de un hogar nacional para el
pueblo Judío en Palestina. Palestina permaneció bajo mandato británico desde
1922 hasta 1947, año en que la ONU aprobó la formación del Estado de Israel al
norte y el Palestino al sur. En 1948 se concretó la división. Al día siguiente
el sionismo lanzó todo el peso del terror para despojar a los árabes del
territorio que le había otorgado el Plan de Partición; esta guerra desatada por
la organización terrorista Haganah, acompañada por las otras dos fuerzas el
Irgun y Stern culminó con la ocupación de Haifa, Jaffa, Beisan, Acre (un barrio
residencial de Jerusalén) y otras poblaciones menores, dejando como resultado
un Estado palestino inexistente. Esto provocó que casi 900 000 Palestinos se amontonaran en los
campamentos de refugiados en Jordania, Siria, Líbano, Gaza, alimentándose con
el socorro de la ONU. En 1956, estos desterrados vieron cómo los tanques
israelíes se lanzaban sobre el Sinaí, mientras los británicos y franceses
ocupaban el canal de Suez. En 1967, la guerra volvió a sentirse en los
escuálidos campamentos de Pueblo de las Tiendas.
La creación
de una “verdad”
Es indudable que, como señala Foucault:
“Las relaciones de poder no
pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación,
una circulación, un funcionamiento del discurso. (...) estamos sometidos
a la producción de la verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder más
que a través de la producción de verdad.”(1)
El sionismo no escatimó
esfuerzos para “construir su verdad” y para ello contó, desde el comienzo, con
dispositivos propagandísticos con los que no podía soñar el pueblo árabe.
Israel, como parte de Occidente tuvo acceso a los medios periodísticos
internacionales para contar su versión de la “historia”, por lo que no es de
extrañar el importante grado de efectividad alcanzado por su discurso, sobre
todo si consideramos que ha logrado, cuando no el apoyo, al menos la pasividad
de la comunidad internacional ante acciones que, consumadas por cualquier otro país
del planeta, hubieran merecido no sólo el más amplio repudio sino, y sobre
todo, medidas concretas para detener definitivamente los atropellos perpetrados
contra los palestinos en su propia tierra.
Dentro de estas representaciones
simbólicas -cuya incidencia en el desarrollo mismo de las estructuras
materiales de una sociedad de la que a su vez son producto es innegable- ocupa
un lugar preponderante la construcción de un otro a partir del cual
oponer una identidad. La realidad israelí ofrece, en este sentido, una
interesante peculiaridad. La inmigración masiva y la posterior ocupación
apelaron para su justificación a la negación de ese otro, en un principio, y la
conversión, después, de aquel ser “inexistente” en un enemigo: “el terrorista
árabe”.
Como señala Rodolfo Walsh:
“Desde hace un cuarto de
siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en simular que los
palestinos son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se han vuelto locos y
dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las tierras de las que
se fueron “voluntariamente’ en 1948 o que les fueron quitadas no tan
voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967. Como no pueden, se vuelcan al
terrorismo. Son en definitiva, “terroristas árabes”. (2)
Aunque en Oriente Próximo estas afirmaciones carezcan de credibilidad
por su incongruencia y falta de rigor, en Occidente la penetración de la
propaganda israelí permitió que la mentira circulara como verdad. No fue
suficiente para Israel ejercer su dominio a través del terror y la violencia.
De algún modo necesitaba obtener el grado de consenso necesario como para
llevar adelante primero, la inmigración masiva, después la partición de
Palestina y finalmente, la expansión y dominio de todo el territorio palestino.
Para ello debió construir un discurso de "verdad” que legitimara sus
pretensiones alegando derechos ancestrales que negaban, lisa y llanamente, la
existencia misma de quienes habitaban la tierra reclamada. En este sentido
nadie expresó esta inexistencia tan elocuentemente como en alguna oportunidad
lo hizo la ex Primer Ministro de Israel, Golda Meir: “¿Palestinos? No sé lo
que es eso”.
El sistemático ocultamiento de hechos, la tergiversación de la historia,
los sofisticados artilugios propagandísticos no pueden negar la contundente
realidad que significan los intentos de institucionalización de las violaciones
a los derechos del pueblo árabe de Palestina por parte del Estado de Israel y
cuya particularidad claramente señala Eiten Felner:
“Lo más alarmante —y lo que
confiere a los abusos que se cometen en Israel su carácter único- son los
incesantes esfuerzos que hace el Estado para legitimar abiertamente unos actos
ilegales, para justificar lo que no se puede justificar".(3)
Israel es el único país donde la tortura está reglamentada según normas
y procedimientos escritos y el Tribunal superior de Justicia la ha legalizado
de hecho al aprobar su uso en casos particulares. * Por otro lado, existen
violaciones directas a normas fundamentales del derecho internacional con la
toma de rehenes y el mantenimiento en prisión de ciudadanos libaneses dentro
del territorio de Israel, sin juicio previo o después de haber cumplido sus
condenas, así como ejecuciones extrajudiciales tanto en territorios ocupados
como en cualquier lugar del mundo donde los agentes de los servicios de
seguridad israelíes han asesinado a supuestos terroristas.
Esta política de legalización de aberrantes violaciones a los derechos
humanos se le suman los esfuerzos colonialistas de Israel que, desatendiendo a todos
los principios de derecho internacional, traslada asentamientos civiles
permanentes en los territorios ocupados, apelando a recursos legales que van
desde la expropiación a particulares hasta la proclamación de las tierras
palestinas como “tierras del Estado”. De esta manera Israel se ha apropiado de
alrededor del 20% de la franja de Gaza y ha expropiado más de una tercera parte
de Cisjordania a sus propietarios palestinos, en provecho de los colonos
judíos.
Algo similar ocurre con las viviendas. Amparados en una ley que permite
la construcción de viviendas sólo con un permiso otorgado por el gobierno
israelí que los palestinos nunca obtienen y por lo tanto los obliga a construir
sin dichos permisos, el gobierno de Israel ha demolido más de 2.200 viviendas
palestinas desde 1988. En cambio, ha concedido permisos a miles de edificios
construidos sin autorización en los asentamientos judíos. Características
similares presentan las políticas de expulsión silenciosa de los palestinos de
Jerusalén a través de interminables trámites burocráticos, sentencias
judiciales y normas legales que les niegan el derecho de vivir en la ciudad
donde nacieron.
La pregunta que surge es por qué, a pesar del récord de violaciones a
las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, a las
flagrantes violaciones a los derechos políticos, sociales y humanos de los
palestinos, Israel no se detiene en sus pretensiones expansionistas y persiste
en defender, a partir de los más aberrantes hechos de violencia, derechos inexistentes
sobre una tierra habitada desde siempre por pueblos árabes. Cada pregunta
admite una multiplicidad de respuestas que proponemos abordar, atendiendo a la
complejidad de la situación en Oriente Próximo, desde distintos niveles de
análisis con el fin de intentar arrojar algo de luz a la comprensión de un
conflicto que no parece encontrar solución.
En primer lugar, y en el marco de las estrategias desplegadas por las
organizaciones sionistas, cabría mencionar la eficacia de la penetración de sus
ideas y la influencia que logró generar dentro de la opinión pública
occidental, y sobre todo norteamericana, para obtener el apoyo a la inmigración
masiva a Palestina. Para ello apelaron a los horrores perpetuados por el
nazismo en Alemania, antes y durante la segunda guerra mundial, para, según
Henry Cattan, provocar...
“...una profunda simpatía por
los judíos desplazados de Europa (que) hizo nacer un "complejo de
culpa" masivo, en especial entre los norteamericanos. Este “complejo de
culpa" fue impulsado por el sentimiento de que la negativa norteamericana
de abrir las puertas de Estados Unidos a la inmigración judía antes de 1939
había contribuido a las vastas dimensiones de la tragedia y los norteamericanos
sentían entonces una obligación de otorgar una recompensa por los horrores que
los judíos de Europa sufrieron a manos de los nazis.”(4)
Esta reparación, que significó la expropiación de media Palestina en
beneficio del pueblo judío, tuvo como consecuencia última la pérdida de la casi
totalidad de los territorios en manos de las organizaciones terroristas de
ultraderecha israelíes que llevaron a cabo acciones armadas de expropiación
total del territorio en beneficio del Estado Judío. No deja de ser una
angustiante ironía de la historia que la compasión despertada por las
atrocidades cometidas contra los judíos contribuyera a la justificación de
nuevas atrocidades cometidas ahora contra el pueblo árabe de Palestina.
Este masivo “complejo de culpa”, además de contribuir a acelerar el
proceso, fundamentalmente contribuyó al éxito y permanencia de una acción que,
de otra manera, hubiera debido descansar únicamente en el terror y la
violencia. Como señala Bronislaw Baczko,
“...todo poder debe imponerse
no sólo como poderío sino también como legítimo. (..) en la legitimación
de un poder. las circunstancias y los acontecimientos que están en su origen
cuentan tanto como lo imaginario que da vida y alrededor del cual se rodea el
poder establecido. A las relaciones de fuerza y de poderío se le agregan, de
este modo, relaciones de sentido de grado variable.”(5)
La legitimidad de los reclamos israelíes se basa fundamentalmente en los
relatos bíblicos y son los únicos títulos de propiedad que Israel puede
esgrimir sobre Palestina, sin embargo, por frágiles que parezcan estos
argumentos, lo cierto es que la prédica sionista, literalmente, arrastró a
millones de personas a la “tierra prometida”. Es indudable que el discurso
sionista movilizó deseos, aspiraciones e intereses inmediatos a la vez que
logró codificar expectativas y esperanzas en la fusión de los recuerdos y
representaciones del pasado cercano o lejano. Como señala Braczko,
“...la potencia unificadora
de los imaginarios sociales está asegurada por la fusión entre verdad y
normatividad, informaciones y valores, que se opera por y en el simbolismo”(6)
La construcción de un
discurso “verdadero” puede provocar adhesión a un sistema de valores, moldea
conductas, cautiva energía y puede llegar a conducir a los individuos a una
acción común sobre la base de intereses y expectativas, tanto individuales como
colectivas, de los actores sociales.
Pero, retomando a este autor, las relaciones de sentido en absoluto
niegan o minimizan las reales relaciones de fuerza y de poder a las cuales las
primeras se suman. En la base de toda lucha existen intereses materiales
concretos y esta no es una excepción. Difícilmente alguien pueda negar la
importancia del emplazamiento de un bastión occidental en el centro mismo de
Oriente Próximo, como significa la implantación del Estado de Israel en
Palestina; ni tampoco se puede obviar la permanente búsqueda de alianzas, por
parte del movimiento sionista, con las potencias occidentales. La alianza del
movimiento con Estados Unidos significó para este último poseer un socio eficaz
en todo el territorio y en otras zonas del tercer mundo. Para Israel la
viabilidad de la alianza se vio reflejada en el desarrollo y crecimiento de la
economía, la adquisición de una superioridad militar y el apoyo de Estados
Unidos por medio de su oposición a las tentativas de los organismos
internacionales de impugnar o abolir la legitimidad del Estado israelí. A
cambio de esto Israel ha dado pruebas de ser un socio y un puntal estratégico
perfectamente útiles en Oriente Próximo y más allá de él. En la práctica esto
se manifestó en el cambio de política que Israel asumió en 1950, al
involucrarse en la guerra fría del lado del “mundo libre”. Por otro lado,
pretendió entrar en la OTAN o negociar un pacto de defensa con Estados Unidos.
Ambos Estados han colaborado en forma muy estrecha en el terreno de la
estrategia global; en 1981, por ejemplo, firmaron un documento donde acordaban
una cooperación estratégica tendiente a neutralizar la amenaza a la paz y
seguridad regionales procedente de la Unión Soviética. Israel no ha titubeado
en implicarse en la defensa de los intereses estadounidenses en el mundo
entero, tales como intervenciones en Centroamérica, Sudáfrica y Extremo
Oriente. Actualmente la hegemonía de Estados Unidos no es casi desafiada lo que
pone en riesgo los servicios que el Estado israelí le estuvo brindando. Sin
embargo, lo que esta en juego es la lucha por la supervivencia, y en este caso
supervivencia significa la existencia del Estado-Nación israelí que es
resultado de decisiones estratégicas y de una política a largo plazo que se
manifiesta por medio de alianzas.
A estos intentos de respuesta habría que sumar la planteada en el
articulo de Rodolfo Walsh donde habla de cómo León Abraham, un prisionero del
campo de concentración nazi de Auschwitz, intentó a los 26 años y desde su
ideología marxista, dar una explicación al surgimiento del sionismo:
“El sionismo que pretende
extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad el producto
de la última fase del capitalismo"(7)
Se refiere a la fase en que los nacionalismos europeos ya han construido
sus Estados y que por lo tanto no necesitan a la burguesía judía que en su
momento había ayudado a construirlos. Sus antiguos aliados ahora se habían
convertido en competencia para las burguesías de esos estados. Y, más adelante,
agrega:
“Repentinamente surge en esos
países el chovinismo antisemita y se convierten en extranjeros indeseables, judíos
integrados durante siglos a la vida de los mismos que tenían tan poco interés
en volver a Palestina como el millonario norteamericano de hoy"(8)
A modo de
conclusión:
Estos esbozos de respuesta, por demás de incompletos e insuficientes, se
proponen trazar algunas líneas de análisis desde las cuales se podría abordar
un problema cuyo tratamiento requiere de estudios más exhaustivos y profundos,
objetivo que excede el marco del presente trabajo. Sin embargo, a partir de la
bibliografía y las fuentes consultadas nos permitimos tomar una posición con
respecto al problema tratado.
Es indudable que el pueblo judío fundamenta su posición de crear su
propio Estado en el antisemitismo del que son victimas y cuyo recuerdo es tan
próximo. Paradójicamente es ese mismo pueblo arrasado, exterminado, mutilado,
el que se sitúa en el lugar del enemigo, es decir, invirtiendo su papel como
actores, transformándose de victimas en verdugos.
Los judíos fueron el chivo expiatorio en muchos momentos de la historia;
en Alemania fueron deportados, exterminados, expropiados. Lamentablemente, por
estos días parecieran venir a cobrarse las deudas del pasado que aún no
entierran y que por la marca que la crueldad misma del holocausto ha dejado en
su memoria seria iluso pretender que la olvidaran. Esta misma realidad llevó a
un colaborador del primer ministro israelí a justificar la violencia llevada a
cabo contra el Pueblo de las Tiendas, diciendo:
“Hemos tenido nuestro
holocausto y no se repetirá. Tenemos el derecho a la autodefensa, a defendernos
nosotros mismos, a defender nuestro país. Este es un pequeño país cercado por
veintidós hostiles países árabes y nosotros tenemos los derechos... bajo
la ley internacional a defendernos “(9)
Si tomamos la acepción actual de la palabra holocausto, ésta se
utiliza para denominar cualquier desastre humano de gran magnitud. Por lo que
cabría preguntarse si Israel enfrentando su poderío militar a niños armados con
piedras y bombas incendiarias, deportando palestinos a los campos de
refugiados, expropiándole sus pertenencias, legitimando la tortura, no estaría
perpetuando un nuevo holocausto contra las victimas palestinas.
En las palabras de un escritor religioso judío, Moshe Menuhin, esta
aseveración adquiere una mayor contundencia:
“.. .el hecho trágico es que
los nacionalistas ‘judíos’ se apoderaron por la fuerza de las armas, del terror
y las atrocidades, de los hogares, la tierra y la patria de los campesinos,
trabajadores y comerciantes árabes en la vieja Palestina (...) por medio
de masacres, despojos, terrorismo (...) expulsando a los árabes de
ciudades típicamente árabes. Los nacionalistas ‘judíos’ son nazis ‘judíos’ y yo
siento vergüenza de que me identifiquen con ellos y con sus causas herejes”(10)
1 Foucault. Michel “Curso del 14 de enero de 1976” en, La microfísica
del poder, Ed La Piqueta. BsAs. 1986. p.l39.
2 Walsh, Rodolfo, La Revolución Palestina, en el Diario Noticias.
Bs.As, 1974
3 Felner, Eiten. “Israel y los derechos humanos: el uso de la
ley para justificar actos ilegales” en Papeles, N° 68, Otoño
1999. pág. 42.
4 Cattan, Henry. Palestina, los árabes e Israel. Ed. Siglo XXI.
México. 1989. pág. 41.
5 Baczko. Bronislaw. Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas
colectivas, Ed. Nueva Visión. BsAs. 1991
6 Idem
7 Abraham León. citado por Walsh, Rodolfo en “La Revolución Palestina”.
Diario Noticias. BsAs. 1974.
8 Idem
9 Diario La Capital, jueves 2 de noviembre de 2000. Rosario.
2000. Pág. 34.
10 Menuhin, Moshe. Citado por Walsh, Rodolfo en una nota titulada
“Respuesta” en Diario Noticias. BsAs. 1974
*El 6 de setiembre de 1999 el Tribunal Supremo de Israel declaró ilegal
la tortura.