Por Luis César Bou
Observatorio de Conflictos,
Argentina
“No en balde se dice que una revolución es un motín triunfante y
un motín es una revolución fracasada.” V. I. Lenin (1)
I
Durante el ario 1969 se produjeron en Rosario
dos movilizaciones de masas de gran magnitud. En ambos casos, el 21 de mayo y
el 16-17 de septiembre, las fuerzas represivas fueron desbordadas: el Ejército
debió intervenir directamente en el restablecimiento del orden, previa
declaración de Rosario como “zona de emergencia” (2 ).
La génesis de estos dos acontecimientos
presenta, aparentemente, características dispares: en el primer caso, el
asesinato de un estudiante durante una demostración pacífica lleva a
movilizaciones de protesta también pacíficas que, al ser reprimidas, se
transforman en una lucha callejera contra la policía (3). El segundo
movimiento, conocido como el “Rosariazo”, tiene su origen fáctico en la
negativa de un delegado gremial del Ferrocarril Mitre a firmar un
apercibimiento de la empresa por haber participado en las huelgas del 23 y del
30 de mayo (4). Esta negativa lleva a la suspensión de dicho delegado y a su
gremio a la huelga. La CGT Unificada de Rosario (5) declara un paro en
solidaridad con los ferroviarios el cual, en forma bastante parecida al caso
del 29 y 30 de mayo en Córdoba, se transforma en una jornada de lucha (6 ).
El estudio de estos conflictos tiene, a nuestro
juicio, varios elementos de interés: en primer lugar, nos lleva a reconstruir y
denunciar situaciones injustas y crímenes que es necesario no olvidar: Como
bien señala Marcuse (7), olvidar es también, a veces, perdonar lo que no debe
ser perdonado, ya que tal perdón reproduce las condiciones que produjeron la injusticia.
Olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron, sin
derrotar a esas fuerzas.
En segundo lugar, la reconstrucción de estos
hechos nos permite escapar a una tendencia reduccionista que consideramos hoy
vigente. Esta tendencia pretende resumir en el “Cordobazo” (y, en cierta forma,
“tapar” con él) a todo un periodo en el que las luchas de masas tuvieron su
apogeo en nuestro país.
En tercer y último término, hay quienes
plantean que, dentro del materialismo histórico, las polémicas más encarnizadas
sólo pueden llegar a resolverse mediante el estudio de la historia de las
luchas que, de alguna manera, han intentado transformar el mundo (8). Si esto
es así, movimientos de masas del tipo de los que tratamos pueden aportar las “condiciones
experimentales” que nos permitan apreciar la adecuación o no a la realidad de
determinados planteos teóricos. Si nuestro criterio de verdad debe ser la.
practica, y si esa practica es el lugar donde el hombre debe demostrar la
realidad de un pensamiento determinado (9), el “campo experimental” de los
movimientos de masas que estudiamos nos ha de servir para refutar, afirmar o
enriquecer la teoría respectiva a ellos.
La cuestión de las huelgas y movimientos de
masas fue estudiada y polemizada, dentro del socialismo en forma intensa: en
este debate intervinieron figuras como Parvus, Frolich, Rosa Luxemburgo,
Kautski, Lenin, Pannekoek, Trotski, Gramsci, etc. (l0). El debate y el estudio
de estas cuestiones se desarrolla a lo largo del período que va desde fines del
siglo pasado (ultima década), hasta 1925 o 1930 aproximadamente. O sea hasta
la afirmación del estalinismo en Rusia y en la III Internacional. Hecho este
sintomático y revelador de la desconfianza y el miedo (característico de toda
burocracia) de los estalinistas a toda acción de masas que escape a su control.
Salvo alguna excepción aislada, a partir de allí y durante todo el periodo
estalinista, lo que tenemos son algunos manuales publicados por la III
Internacional (bastante ingenuos y aburridos) que pretendían capacitar a quien
los leyera para producir, no ya una mera huelga de masas, sino lisa y ha
flamante, la toma del poder (11).
A partir de la década del 60’ la polémica se
reactualiza, al calor de los hechos del famoso “Mayo” francés del 68. Tenemos
allí interesantes trabajos de Sartre, Mandel, Gortz, Guerin, etc. (12). El eje
de la cuestión en debate es, en este momento, mucho más explícitamente que
antes, la cuestión del espontaneísmo. Lamentablemente, si bien intensa, esta
polémica no tiene demasiada continuidad temporal. Casi diríamos que es tan
efímera como el hecho mismo que le dio origen, o como las repercusiones de ese
hecho.
Así llegamos a la actualidad con la impresión
de que hay una importante cuestión teórica que esté siendo descuidada por el
materialismo histórico (13). Este descuido no es compartido de ninguna manera
por otras corrientes de pensamiento: la sicología social yanqui, así como las
corrientes de cuño “conductista”, han estudiado y estudian constantemente los
hechos de masas (4). Lo hacen sin la pretensión de explicarlos: no interesa la
explicación del hecho, sino la forma de prevenirlo y dominarlo.
Lamentablemente, se ha avanzado bastante en lo que hace a este tipo de
“diagnóstico preventivo” que permite, a través de la aplicación oportuna de
políticas gatopardistas, evitar estallidos incontrolables que pongan en peligro
la supervivencia del sistema (15).
La tarea a realizar hoy en día es la de
remontar ese descuido que, en definitiva, es provechoso únicamente para el
mantenimiento del régimen social imperante. Ahora bien, por lo que a nuestro
caso se refiere, el descuido también puede tener alguna justificación si
tenemos en cuenta las dificultades que, inmediatamente, surgen a un estudio de
estas características.
En principio, es muy difícil la obtención de
fuentes verificables sobre las cuales basar la investigación. Más allá de los
datos que nos puede proporcionar la prensa “seria” de la época, es muy difícil
acercar otro tipo de materiales a un trabajo de las características del
nuestro. Buena parte de las publicaciones que en 1969 eran legales hoy son
inhallables, al menos en nuestro ámbito (16). Las colecciones privadas fueron,
generalmente, objeto de destrucción sistemática, por razones de seguridad
personal, durante el último gobierno militar. Así, mucho más raramente han
sobrevivido otro tipo de documentos que no estaban legalmente permitidos,
tales como volantes, folletos y revistas, editados por agrupaciones políticas,
gremiales y estudiantiles de la época. Lo poco de que disponemos, en este
aspecto, es aun más fragmentario y no nos puede permitir, de ninguna manera,
lograr una visión panorámica del curso de los acontecimientos tal y como eran
vividos por sus actores políticos y, además, limita bastante el estudio de las
organizaciones que intervienen en las movilizaciones (17).
A pesar de estas dificultades, creemos que es
posible intentar el tratamiento de algunos aspectos referidos al tema del
“espontaneísmo” en estos movimientos de masas. Es lo que pretendemos hacer en
este trabajo, donde nos ocupamos de esta cuestión en lo que hace al inicio de
las acciones de masas. Las razones que explicamos anteriormente nos impiden
explayamos debidamente sobre el tema en toda su amplitud, por lo que debemos
dejar de lado el muy importante punto referido al espontaneísmo en relación a
la organización de las masas y todo lo vinculado a este punto, que es
bastante. Hemos preferido tratar aquí, más bien, aquel aspecto ligado a las
condiciones de surgimiento de estos movimientos. Lo hacemos en forma incompleta
y parcial: no es nuestra intención primaria el describir puntualmente lo
ocurrido, sino ensayar algunas verificaciones de la teoría respectiva.
Pero, antes de esto, creemos pertinentes
algunas reflexiones en torno al período previo al de las movilizaciones que son
objeto de nuestro estudio.
II
En 1964, Milcíades Peña escribió un artículo que sale de lo que podemos considerar como los lugares comunes de nuestra historiografía. El tema de su trabajo es el “conservadorismo y quietismo en la clase obrera argentina” (18). Allí considera que, desde 1945 en adelante, la clase obrera argentina tiene una conducta eminentemente pasiva, resultado directo de la influencia sobre ella del “bonapartismo peronista”. Así, Peña expresa que:
“...la clase obrera argentina ha exhibido un
reposado quietismo y, en general, ha marchado disciplinadamente ‘de casa al
trabajo y del trabajo a casa’ como le aconsejaba Perón, excepto durante los
intervalos en que por razones de huelga permanece quietamente en la casa o, más
recientemente, en las fábricas ‘ocupadas por el personal’. Es típico lo sucedido
en marzo de 1962, en ocasión de las elecciones para gobernador de Buenos Aires.
Con absoluta unanimidad la clase obrera había votado para gobernador a un
dirigente sindical, y el dirigente sindical resultó electo gobernador. En 24
horas el gobierno nacional anulaba la elección y despojaba a la clase obrera de
su triunfo. No se registraron manifestaciones ni intentos de manifestaciones
en ningún barrio obrero, y no hubo tampoco huelgas, paros, abandono del trabajo
ni reacción alguna a nivel de conducta.” (19)
Consideramos discutible esta presunta pasividad
que, en la visión de Milcíades Peña, parece referirse, sobre todo, al ámbito de
la lucha política; incluso para el caso de las huelgas a que hace referencia.
Pensamos que, por lo que hace al período posterior a 1955, bien podría,
con argumentos parecidos, sostenerse la tesis contraria, de una creciente
combatividad de la clase obrera. E, incluso en el período peronista, habría que
tener en cuenta la importancia (mayor de lo que habitualmente se cree) de las
huelgas y conflictos; si bien se trataba siempre, desde el poder, de
circunscribirlos al ámbito específicamente económico.
De cualquier forma, si bien discutible, el
artículo de Peña no es desdeñable: “algo de razón tiene”, sobre todo en lo que
hace al hecho de que los conflictos, hasta la época en que él escribe, no
llegaron a un nivel de enfrentamiento y lucha violenta, al menos en forma
generalizada.
Ahora bien, es indudable que, si Milcíades Peña
hubiera decidido seguir viviendo unos años más, sus juicios habrían cambiado.
En 1969 ya no es posible hablar de “quietismo”, y ese fin de la pasividad de la
clase obrera no puede atribuirse a un fin de la influencia peronista sobre la
misma.
Si bien no es esto lo que afirma Peña, debemos
señalar que, en nuestra opinión, la lucha de clases nunca se detiene ni
“congela”. Pero no en todos los casos el antagonismo básico, en una sociedad
determinada, tiene una manifestación clara y contundente en el conflicto
violento sobre un escenario político bien delimitado.
No hace mucho, hemos escuchado la opinión de
que la principal dificultad para la comprensión de la historia argentina de los
últimos cincuenta años estriba en la imposibilidad de discriminar, en ella, las
“variables” políticas de las económicas. Como si fuera recién desde hace
cincuenta años que ambas “variables” se encuentran relacionadas (23). Esta
postura antidialéctica, asentada sobre una presunta “rotura de los paradigmas”
(que más bien rompe otra cosa), retrotrae a la investigación histórica a una
etapa precientífica.
En realidad, en lo que a lucha de clases se
refiere, lo político y lo económico no pueden nunca aparecer desgajados. La
vieja afirmación marxista de que toda lucha de clases es una lucha política
toma cuerpo en cada momento cuando analizamos la realidad concreta. La historia
nos muestra innumerables ejemplos de luchas “económicas” que se transforman en
“políticas”; e, inversamente, de movimientos políticos que se continúan en un
sin fin de luchas económicas parciales. En determinadas condiciones
históricas, este paso de lo económico a lo político se ve acelerado por obra
de la represión al movimiento obrero. Como bien señala Rosa Luxemburgo:
“En un estado en que toda forma de expresión
del movimiento obrero está prohibida, en que la huelga más simple es un crimen
político, toda lucha económica se transforma lógicamente en lucha política.”
(22)
A nuestro juicio, esto ocurre, con los matices
del caso, en la Argentina de 1969: tenemos el paso de una lucha sorda a otra
manifiesta. El despertar de ese “quietismo” es evidente a partir de mayo de ese
año. Se trata del momento en que se manifiesta una inflexión en el tipo de
lucha que lleva adelante la clase obrera argentina. No es nuestro propósito
estudiar aquí, detenidamente, el proceso previo que lleva a este cambio, pero
algo podemos comprender al respecto si vemos algunas características generales
de la situación durante los primeros momentos de la autodenominada “Revolución
Argentina”, que en ese entonces encabezaba el Gral. Juan Carlos Onganía.
III
Ante el golpe de estado del 28 de junio de
1966, John William Cooke manifestaba:
“No es verdad que las FF. AA., intervinieron en
última instancia, ante una situación anárquica. Ellas eran el factor principal
de esa anarquía, pues no solamente constituían una amenaza permanente para el
gobierno, sino que toda la política estaba condicionada por esa circunstancia.
Los partidos y grupos opositores predicaban el golpe y actuaban en una forma
que trataba de aumentar las apariencias caóticas de la situación nacional
porque sabían, como todo el mundo, que se podía jugar a esa carta con muchas
probabilidades de acertar.”( 23)
La intervención militar, que en última
instancia podía ser considerada como un intento más de aventar el fantasma de
un peronismo electoralmente triunfante, aparece revestida desde el primer
momento como una reacción contra el caos y la anarquía reinante. Los golpistas
se mostraban a sí mismos como la encarnación del Orden (así, con mayúscula) y
ese orden, para las estrechas mentes cuarteleras, era un fin en sí mismo. La
torpe brutalidad aparecía además revestida por un cierto mesianismo, tomado a préstamo
de la España franquista o del Portugal salazarista. También de estos modelos se
tomaban los plazos que habría de necesitar el gobierno para alcanzar sus
gloriosos objetivos: diez años cuanto menos (24).
Según Gregorio Selser:
“La espada será uno de sus símbolos aunque su
expresión material sean los garrotazos y gases lacrimógenos policiales; el
otro símbolo, el del hisopo sacerdotal, siempre estará presente con
connotaciones conservadoras, integristas o, para indicarlo con una palabra hoy
comprensible en todos los niveles, preconciliares. Porque a despecho de las.
voces disidentes de algunos obispos y muchísimos sacerdotes, la jerarquía
eclesiástica se adosará al régimen, hará algo más que sugerir nombres para
ocupar funciones públicas y será de hecho uno de sus pilares.” (25)
De estos sectores de filiación católica saldrá
el hombre que ocupará el Ministerio de Economía en un primer momento: el
empresario Néstor Salimei. Su programa para la gestión económica no aparece
demasiado claro, lo cual no importa demasiado ya que no tuvo tiempo de aplicarlo:
duró seis meses en el cargo. Pero, en este corto lapso, se realizó gran parte
del trabajo más sucio de “ordenamiento” económico, inscripto en las banderas de
la dictadura: se racionalizó el puerto de Buenos Aires, tras haber aplastado
una huelga de estibadores y encarcelado a sus dirigentes; se cerraron los ingenios
“antieconómicos” en Tucumán, expulsando de ellos a 150.000 trabajadores; y se
“racionalizaron” los ferrocarriles, hecho este que, como veremos, tiene mucho
que ver con nuestra historia.
Al mismo tiempo, el gobierno también imponía su
Orden en otros ámbitos. Las universidades argentinas, presuntos bastiones de la
“infiltración comunista” son intervenidas (26). También son disueltos por decreto
los partidos políticos. Medidas estas que se enmarcan en una estrategia
tendiente a “despolitizar” las instituciones y la sociedad en general. Por
supuesto que el modelo de “apoliticismo” eran, en la óptica golpista, los
mismos militares que asaltaban el poder, como si su neofalangismo trasnochado
no fuera una manifestación ideológica que requería una acción política
determinada. Lo lamentable es que, salvo algunas protestas estudiantiles (27),
estos hechos no sólo no ocasionaron un repudio masivo sino que, por el
contrario, tuvieron un alto grado de consenso dentro de la sociedad en general.
Por lo que hace al ámbito gremial, cabe señalar
que todas estas hazañas fueron avaladas por las cúpulas sindicales. Según
Alejandro Horowicz:
“Vandor había permitido que la huelga portuaria
fuera derrotada en medio del aislamiento general; el cierre de los ingenios
tucumanos, silenciado; la lucha ferroviaria, salvaje mente reprimida, acallada
y ocultada. A su juicio, esto era parte del acuerdo, parte del programa que el
movimiento obrero, a través de sus dirigentes, había pactado con el gobierno.”
(28)
En efecto, este contubernio había existido
desde un primer momento: la asunción al mando de Onganía había contado, entre
el público presente, con la engalanada presencia de los máximos jerarcas
sindicales, Vandor a la cabeza. Pero la luna de miel entre sindicalistas burócratas
y militares golpistas. duró pocos meses; más concretamente, hasta que Adalbert
Krieger Vasena se hizo cargo de la gestión económica. Esto se debió a la
sencilla razón de que:
“...el programa de Krieger requería la derrota
sindical. El motivo es sencillo: una de las patas del proyecto pasaba por el
congelamiento salarial y nadie ignora que si la clase obrera no está derrotada
resiste, hasta donde le da el cuero, semejante tipo de programas. El doctor K
tenía, entonces, un enemigo preciso: los trabajadores.” (29)
Si bien es cierto que Vandor & Cia. hacía
tiempo que ya no eran trabajadores, tampoco podían impunemente, plegarse a un
proyecto notoriamente antiobrero sin pagar un costo político demasiado elevado.
Así es que la CGT elabora un “Plan de Acción” a realizarse del 8 de febrero al
30 de marzo de 1967. Esta lucha fue fácilmente desbaratada por el
gobierno mediante intervenciones a los gremios más combativos y también por
medio del arresto de algunos centenares de activistas sindicales. La amenaza de
intervenir la CGT terminó de amilanar a los dirigentes cegetistas: el “Plan de
Acción” es levantado sin llegar, en lo básico, a cumplirse. (30)
A partir de esta derrota sindical, el gobierno impuso su “pax” durante los dos años siguientes. El número de días laborales destinados al paro disminuyó abruptamente. (31). La supresión de la protesta obrera permitió la aplicación del plan económico de Krieger Vasena que, como todo plan de “ajuste”, implicaba un deterioro en los ingresos de la clase obrera (32). Las protestas obreras fueron en este lapso sistemáticamente aplastadas en forma prepotente por las patronales y el gobierno. El éxito obtenido con esta metodología, como veremos, no podía ser permanente. Pero así pareció serlo para quienes la empleaban. La actitud de los timoratos dirigentes cegetistas parecía afirmar el acierto de esta política de intimidación.
En marzo de 1968 la CGT se escinde (33). El
avance, si bien bastante efímero, de los sectores combativos en el movimiento
obrero nos señala el principio de la reversión de la desmovilización en el
campo gremial. El apoyo que la nueva CGT de los Argentinos da a listas
antiburocráticas en sindicatos vandoristas y participacionistas lleva a estos
sectores a endurecer sus posturas con respecto al gobierno, como forma de
mantener una base de sustentación dentro de sus gremios, ahora en disputa (34).
De cualquier forma, hasta principios de 1969,
la situación general de la clase obrera era de desmovilización. Ante esto, los
movimientos de masas de los meses subsiguientes son a veces considerados como
producto de algún tipo de “generación espontánea”. Veamos si esto puede ser
posible.
IV
Al tratar el tema de los movimientos de masas
que ocurrieron en el período de fines de la década del 60’ y principios de la
del 70’, algunos autores hacen referencia a su carácter espontáneo (35). Si
bien esta caracterización puede ser correcta, debemos marcarle sus límites: Ya
Gramsci sostuvo la inexistencia de un puro espontaneísmo en las acciones de
masas:
“..es necesario señalar que no existe en la
historia espontaneidad ‘pura’: coincidiría con la mecanicídad ‘pura’. En el
movimiento ’más espontáneo’ los elementos de ‘dirección consciente’ son
simplemente incontrolables...” (36)
Al decir
“incontrolables” Gramsci se refiere a que es de difícil verificación su
existencia y el papel que desempeñan en cada caso. De cualquier forma, para él,
siempre existe algún tipo, por más primitivo que sea, de dirección consciente,
así:
“Que en todo movimiento ‘espontáneo’ hay un
elemento primitivo de dirección consciente, de disciplina, esta demostrado
indirectamente por el hecho de que existen corrientes y grupos que sostienen la
espontaneidad como método.” (37)
Por su parte, Ernest Mandel también se
pronuncia en el mismo sentido, y nos señala que:
“...la espontaneidad ‘pura’ existe sólo en los
libros de cuentos de hadas acerca del movimiento obrero, mas no en su verdadera
historia. Lo que se entiende por ‘espontaneidad de las masas’ son los
movimientos que no han sido previamente planeados en detalle por alguna
dirección central. Lo que no debemos entender por ‘espontaneidad de las
masas’ son los movimientos que se llevan a cabo sin una ‘influencia política
externa’. Sólo es necesario rascar la costra de un ‘movimiento espontáneo’ y
encontraremos los rasgos inconfundibles de un hilo rojo vivo que lo cruza.”
(38)
Por
nuestra parte, señalaríamos que esa “costra” suele ser difícil de “rascar” para
el historiador. Según Gramsci, esto puede deberse a que los protagonistas del
movimiento “espontáneo”:
“... ni siquiera sospechan que su historia
puede tener importancia alguna ni que tenga ningún valor dejar rastros documentales.”
(39)
Nuestras
dificultades en la adquisición de documentos verificables para nuestra
historia, según esto, no son casuales, sino que responden a una característica
general de este tipo de movimientos, valga como disculpa.
Retomando el problema: ¿Es factible hablar de
espontaneísmo? Pensamos que sí, pero previamente es necesario explicitar qué
entendemos con eso. La definición puede ser obtenida por contraposición: Hemos
visto que en toda acción espontánea, según Gramsci, hay un cierto elemento de
acción consciente (40); o, según Mandel, alguna forma de vanguardia: ¿qué es
entonces lo que diferencia a una acción espontánea de otra que no lo es? Para
Gramsci se trata de que:
“Existe (...) una ‘multiplicidad’ de elementos
de ‘dirección consciente’ en estos movimientos, pero ninguno de ellos es
predominante, ni sobrepasa el nivel de la ‘ciencia popular’ de un determinado
estrato social, del ‘sentido común’ o sea de la concepción tradicional del
mundo de aquel determinado estrato.” (41)
O sea, el
“elemento consciente” no está conformado por un solo grupo hegemónico que sea a
su vez portador de un conocimiento científico.
Para Mandel se trata de que:
“...en las acciones ‘espontáneas’ la
intervención de la vanguardia es de índole improvisada.
desorganizada, intermitente y sin planeación alguna.” (42)
Según
esto, la acción espontánea no puede ser otra cosa que el fruto ya sea de la
inmadurez o de las deficiencias de organización.
Llegados a este punto, nos encontramos con dos
problemas que presentan gran interés: 1) ¿Cuál puede ser la causa que dé inicio
a un movimiento de este tipo?; ya que la intervención tanto de la “vanguardia”
como del “elemento consciente” es, en este sentido, relativa. (43). 2) El viejo
y tan debatido problema de la necesidad o no de una organización de las masas,
y del grado de organización necesario.
Ambas cuestiones fueron tratadas y polemizadas
desde principios de siglo en el seno del socialismo. Aun lo son hoy en día, a
pesar de que la experiencia de muchas revoluciones, exitosas o no, debería haber
aportado el campo experimental suficiente para su esclarecimiento definitivo.
Veremos aquí, como ya indicamos, algo sobre la primera cuestión, o sea las
causas del inicio de un movimiento de masas. Al respecto, un primer análisis
que se impone es el de las condiciones económicas en el momento en que el hecho
de masas se produce.
V
Hubo y hay quienes asocian mecánicamente los
estallidos populares a las condiciones económicas imperantes en el momento
(44). La realidad es una refutación de este tipo de tesis y, para nuestro caso,
esto sería más que evidente ya que, en 1969, la situación de los sectores de
medios y bajos ingresos no era en Argentina tan desesperante como lo es hoy en
día. Por el contrario, de acuerdo a las estadísticas oficiales, el salario real
era mucho más alto. Si bien no creemos que se haya tratado de una época de gran
prosperidad, como sostienen algunos (45), la situación no era
insostenible, a pesar del notorio deterioro de los salarios en el sector
público. Al menos no lo era comparativamente a épocas posteriores.
De cualquier forma, la coyuntura económica en
el momento del primer hecho de masas, en el mes de mayo, tiene bastante de
irritativo: Es el momento preciso en que el plan “estabilizador” de Krieger
Vasena comienza a hacer agua: El día 10 se anuncian aumentos en las tarifas de
los servicios públicos y combustibles, así como en los precios de artículos de
primera necesidad (46). Esta “brecha” que, según “La Nación” (47), se abre en
el plan económico iniciado el 13 de marzo de 1967, genera suficiente
resistencia como para que se rumoree que el ministro de Economía está por pedir
su relevo (48). Para los sectores populares, el impacto de estos aumentos fue
más que evidente, ya que la política oficial en cuanto a salarios preveía el
congelamiento de los mismos por todo el año. El último incremento salarial, del
11%, databa de diciembre de 1963, incremento al cual habría que restarle, al
menos, un 5% por inflación (49).
En cuanto a la coyuntura de septiembre del
mismo año, podemos decir que presentaba aspectos bastante distintos. El
impacto de los movimientos de masas de mayo había llevado al gobierno de
Onganía a dejar atrás la “ortodoxia” de Adalbert Krieger Vasena. Se buscaba
detener el avance de las luchas populares dando inicio a un “Tiempo Social”
definido por el gobierno como:
“...aquel durante el cual preferentemente se
atenderá a la organización de las estructuras sociales que permitan una justa
distribución de la riqueza...” (50)
En este
sentido, el día 8 de septiembre inician su labor las comisiones paritarias, que
deben discutir un bloque de 128 convenios laborales en el lapso de 30 días
(51). Estas paritarias operan sin topes oficiales para los aumentos de
salarios.
Ahora bien, en cuanto profundizamos el análisis
no tardan en aparecer, también en este caso, aspectos irritativos: La Unión
Ferroviaria, que es el gremio que da inicio a la movilización previa al
“Rosariazo”, se encuentra intervenida desde 1967 (52). La representación
gremial en la discusión de los convenios está a cargo del interventor, coronel
Carlos J. Miranda Naón, de quien no se puede esperar demasiada preocupación
por la defensa de un gremio que no es el suyo (53). En tanto, los sueldos
ferroviarios son los más bajos del sector público (54), debido a la política de
“reestructuración ferroviaria”, llevada adelante por el gobierno militar (55).
De cualquier manera, aun cuando el gremio
ferroviario tenga una mala situación salarial, no es este el caso de todos los
gremios que participan en la movilización del 16 y 17 de septiembre. En este
sentido, podemos suscribir la afirmación de Gerchunoff y Llach de que:
“No da la impresión de que los levantamientos
populares de 1969 y 1970 —al margen de la influencia de aspectos económicos
parciales— hayan sido rebeliones contra el hambre.”(567
En
efecto, los problemas gremiales no tienen, necesariamente, que tener un origen
salarial. Delich, con referencia al “Cordobazo” nos habla del papel que en
esta protesta social cumplieron gremios que estaban entre los mejor pagados del
país. Según este autor, esto se explicaría por una resistencia ante el
despotismo de la nueva organización del trabajo que, en esos momentos, se
pretendía imponer en las grandes empresas de Córdoba. Cabe señalar que no
coincidimos con el autor en cuanto a la determinancia que él da a este factor;
pero, como veremos en el punto siguiente, también en nuestro caso está en
juego una nueva organización del trabajo en el gremio ferroviario. (57)
En todo caso, con respecto al problema de las
condiciones económicas, bien podemos coincidir con Kautski, cuando señala que:
“...no se puede suponer que en épocas de
prosperidad los trabajadores estén tan satisfechos que no pueda surgir en ellos
el resentimiento por la falta de derechos y los malos tratos. También se podría
decir, en forma inversa, que en épocas de crisis los trabajadores serán
miedosos e incapaces de luchar, especialmente en una huelga, y por lo tanto
menos todavía en una huelga de masas política, pues cada uno de ellos estaría
bien contento con encontrar o mantener su trabajo.(58).
Resumiendo, podemos decir que, por lo que a
nuestro caso se refiere, hay sin duda una situación difícil, en cuanto a
ingresos, para la clase obrera. Pero esta situación no es nueva, se remonta al
menos a un año antes. No puede tampoco considerarse como desesperada: los
ingresos no están para nada cerca de su mínimo histórico. Además, sobre todo
por lo que se refiere al movimiento de mayo, al analizar los comunicados y
solicitadas de los gremios y de la CGT (59) vemos que allí lo económico pasa a
un notorio segundo plano: la protesta aparece como una respuesta a los
atropellos del gobierno. Veamos entonces qué incidencia puede tener este
factor en el inicio de las movilizaciones.
VI
Siguiendo con Kautski, vemos que, para él, los
levantamientos y huelgas de masas son “hechos elementales”, imprevisibles (más
adelante veremos este punto), y que este tipo de sucesos:
“...sólo es posible bajo la presión de
acontecimientos brutales, que bruscamente exasperen en lo más profundo a todo
el proletariado, imponiéndole el derrocamiento del régimen imperante como una
necesidad vital.” (60)
En nuestro caso, en el origen del movimiento de
mayo encontramos, ciertamente, hechos brutales; el asesinato de los estudiantes
Cabral, en Corrientes, y Bello en Rosario se enlaza directamente con la protesta
desatada el día 21. Además, fue evidente la parte que en estas muertes cupo a
las fuerzas represivas. Hasta la prensa más reaccionaria no pudo evitar el
relato de los hechos, y relatarlos significaba estigmatizar a sus autores. La
tarea de los militantes estudiantiles se vio facilitada, en lo que a la
movilización se refiere, por la evidencia de los asesinatos, Como bien señala
Lenin:
“Sorprender a alguien con las manos en la masa
y estigmatizarlo en el acto ante todo el mundo y por todas partes, produce
mayor efecto que cualquier ‘llamamiento’; y las consecuencias suelen ser de
tal magnitud que más tarde ni siquiera es posible determinar con precisión
quién ‘llamó’ a la muchedumbre, quién lanzó tal o cual plan de manifestación,
etc.” (61)
Está
clara, entonces, la parte que los “hechos brutales” tuvieron en este movimiento
de masas.
No ocurre lo mismo para el. caso del
“Rosariazo”. Allí no hay asesinatos a la vista., lo cual no quita que haya
brutalidades; pero estas no son del tipo de las que Kautski tiene en cuenta en
la cita anterior: Para buscarlas debemos ingresar en el ámbito de trabajo de
los protagonistas.
Para el caso del gremio ferroviario tenemos una
sumatoria del problema salarial con continuos malos tratos por parte de la
gerencia. Sabemos que, durante el gobierno de Onganía, las empresas públicas
estuvieron a cargo de civiles o de militares en retiro. La Empresa Ferrocarriles
Argentinos (EPA) fue la única excepción, el único caso en que la dirección era
ejercida por un grupo de oficiales en actividad. Se pensaba que esta era la
única manera de remontar el catastrófico déficit de la empresa. La forma de
lograrlo era tratando de imponer una disciplina cuartelera. Según expresan los
trabajadores ferroviarios en una solicitada:
“En el Ferrocarril Mitre se sanciona al
personal arbitraria mente y sin posibilidad de defensa. Los ejecutores de esta
‘DISCIPLINA’ pretenden imponer el terror como método, con castigos que han llevado
a los sueldos a quitas confiscatorias, agravando el ya magro salario,
hundiendo la estabilidad del hogar a índices inimaginables. Son centenares los
hogares deshechos por esta política represiva, sin pausa, indiscriminada e
injusta. No se tiene en cuenta la idoneidad, su conducta y la actuación de años
de servicios, que en algunos casos llegan a 20, 30 y más años. Siempre se
tienen a mano diez, quince, veinte y más días de suspensión, la mayoría de las
veces por cuestiones baladíes...” (62).
Esta política
de la dirección de la EFA es también explicitada por el delegado ferroviario
cuya suspensión ocasionó el inicio de la huelga de septiembre, quien calificó
al movimiento como:
“...una expresión de solidaridad no ya a un
trabajador suspendido sino como consecuencia de las sanciones que han venido
soportando los ferroviarios, recordando que, en 1967, se aplicaron 30 días de
suspensión y rebajas de categorías por un año, por haber acatado el paro
dispuesto por la CGT.” (63)
Un obrero
de los talleres de Pérez se explaya en el mismo sentido; remarcando el problema
de la disciplina en el lugar de trabajo:
“Queremos colaborar con el engrandecimiento del
Ferrocarril, pero, no somos soldados de la rígida disciplina del cuartel. El
obrero ferroviario colabora con el país. Solamente pedimos mejor trato” (64)
Ya iniciada la huelga, la empresa no tiene
mejor idea para solucionarla que seguir con la intimidación. Así, en la entrada
de los talleres de Rosario, Pérez y Villa Diego, se coloca un cartel que
informa que:
“La Empresa Ferrocarriles Argentinos ha dispuesto sancionar con treinta días de suspensión al personal adherido al paro y al que se adhiera al mismo. Se dispondrá la cesantía de los responsables y promotores.” (65)
¿Para qué
iban a volver al trabajo si ya estaban suspendidos? En el hall de la estación
Rosario Norte, otro cartel intima al personal:
“...al cese inmediato del paro de 72 horas,
normalizando la prestación de servicios en forma inmediata, bajo apercibimiento
de las sanciones correspondientes: cesantía y pérdida de haberes.’ (66)
Por cierto, los oficiales a cargo de la EPA no
hacían gala de una gran diplomacia, y las quejas de los ferroviarios estaban
justificadas: La política de la gerencia es una extensión de la política del
cuartel; las intimidaciones al personal en huelga van “in crescendo” a medida
que pasan los días. Esto tendrá su culminación el 15 de septiembre, cuando el
gobierno dispone la aplicación de la Ley de Defensa Civil: el personal
ferroviario es sometido al código de Justicia militar (calabozo y fajina
incluidos) (67), y convocado, mediante cédulas, a retornar al trabajo (68). Un
total de cuatro o cinco obreros ferroviarios obedecen a esta movilización (69),
que se convierte en un factor más de irritación, cumpliendo una función
exactamente contraria a los propósitos de quienes la impusieron.
A esto debemos sumar, en el momento más álgido
del conflicto, la represión policial a una manifestación ferroviaria que se
dirigía hacia el local de la CGT a fin de solicitar, a los gremios allí reunidos,
su solidaridad. Esta represión lleva a los ferroviarios a extender la huelga
por tiempo indeterminado, y a la CGT a declarar un paro de 38 horas en apoyo a
este gremio (70).
Ahora bien, los militares que dirigían la EFA y
que gobernaban el país no hicieron, en este caso, más que seguir adelante con
una política que, hasta entonces, había sido exitosa. La brutalidad y la
intimidación habían sido los ingredientes que, en combinación, habían permitido
al gobierno superar y eliminar toda protesta gremial a lo largo de los últimos
dos años. La pregunta que se impone en nuestro caso es ¿por qué esa política de
prepotencia deja de ser eficiente? Trataremos de avanzar algo en este sentido.
VII
Como vimos, encubiertos o no, no faltaron
“hechos brutales” en el comienzo de los movimientos que tratamos. Pero
caeríamos en un reduccionismo grosero si pretendiéramos vislumbrar allí la
causa de este tipo de movilizaciones. La cuestión es, a nuestro juicio, mucho
más compleja. En esto coincidimos con. Rosa Luxemburgo, cuando dice que:
“Una provocación brutal de la policía, un
derramamiento de sangre en una demostración pueden bruscamente aumentar mucho
la agitación de las masas y agudizar la situación, pero evidentemente no
pueden ser aquella razón profunda que de pronto dé vuelta, toda la estructura
económica y política...” (71)
Ahora
bien, cuando Rosa quiere decirnos cuáles son las causas de estos movimientos,
no difiere demasiado con Kautski:
“...son más bien fenómenos sociales
elementales, producidos por una fuerza natural que posee su fuente en el
carácter de clase de la sociedad moderna.” (72)
A nuestro
juicio, no sólo la sociedad moderna tiene carácter de clase; movimientos de
masas ya hubo en la más remota antigüedad, y tenían su fuente en donde señala
Rosa. La diferencia estriba en la posibilidad actual de lograr un mínimo de
conciencia política en las masas que se rebelan, posibilidad que puede
considerarse viable en la sociedad capitalista moderna. Pero Rosa está de
acuerdo en que, esta conciencia política, no forma parte de los elementos
indispensables de un hecho de masas.
Ahora bien, nosotros creemos que existe una
forma de conciencia que sí hace a la génesis de estos acontecimientos. No
pueden ser solamente las condiciones materiales las que llevan a los hombres a
la rebelión. Para movilizarlos en este sentido es necesaria también la
conciencia. La conciencia de esas condiciones materiales y de su propia
capacidad para cambiarlas. El logro de esta conciencia puede encontrar factores
adversos y factores que lo aceleren. Los “hechos brutales” pueden, en
determinadas circunstancias, ser un factor acelerador. También pueden serlo
determinadas condiciones económicas. Pero, si bien estos factores pueden
acelerar el logro de la conciencia, no pueden, de ninguna manera, ser la causa
que la produzca, ser su origen.
No nos referimos aquí con el término
“conciencia” a lo que Luckacs considera la “conciencia de clase” (o sea a “el
sentido, hecho conciente, de la situación histórica de la clase”) (73), sino
a lo que puede considerarse como una etapa previa a ésta. No tiene demasiado
que ver con la conciencia política (es sabido que, a nivel de masa, no se fue
en esta época mucho más allá del nacionalismo). Más bien asimilaríamos la
conciencia que se manifiesta en estas luchas a lo que Mandel denomina
“conciencia de clase elemental” (74), y que define como conciencia empírica
desarrollada directamente de la experiencia práctica de la lucha. Por nuestra
parte, haríamos la aclaración de que no creemos que esta “conciencia de clase
elemental” pueda surgir en la masa de una manera automática, ante determinadas
experiencias, sin la preexistencia de elementos avanzados en la masa misma que
actúen como sus agentes.
Si esto es así, si la conciencia no puede producirse
sola, ante determinadas condiciones materiales, el espontaneísmo “puro” no
puede existir. Y, de hecho, no existe: Para que los “hechos brutales” incidan
sobre la acción de la masa hace falta que ésta los considere como tales. La
brutalidad de la última dictadura no amainó en ningún momento y, sin embargo,
no generó respuestas masivas por parte de aquellos a quienes se dirigía. Si la
brutalidad generara conciencia, seríamos uno de los pueblos más conscientes del
mundo. Nuestra propia realidad nos muestra que esto no es así: Hace falta un
elemento de dirección consciente (75), por más embrionario que sea, que cumpla
la función de constituir a la masa como tal; que “simbolice” los acontecimientos
con vistas a la aprehensión de estos por parte de la masa.
Como señala Freud (76), una simple reunión de
hombres no constituye una masa; en tanto no se establezcan en ella lazos
afectivos determinados entre sus integrantes. Una vez logrado esto, la masa
adquiere una permanencia que trasciende su presencia física. Asimismo, siempre
siguiendo a Freud, debemos tener en cuenta que en la constitución de una masa
es indispensable el enlazamiento afectivo entre sus integrantes y un líder
determinado. Este líder no necesariamente es una persona física, puede ser un conjunto
de personas o una idea compartida por los integrantes de la masa (77).
Pero también debemos considerar el hecho de que
una masa puede constituirse en un sentido negativo, el lazo afectivo puede
establecer se como consecuencia del odio. Según Freud:
“El director o la idea directora podrían
también revestir un carácter negativo; esto es, el odio hacia una persona o una
institución determinada podría actuar análogamente al afecto positivo y
provocar lazos semejantes.” (73)
Creemos
que el gobierno de Onganía estaba, para esta época, en condiciones de provocar
un odio semejante. Pero el odio mismo no puede explicarnos la movilización de
la masa, aunque sí pueda decirnos mucho en cuanto al logro de su constitución.
Otros gobiernos tanto o más odiados no tuvieron semejante respuesta. Nuevamente
debemos remitirnos al elemento consciente (a aquel elemento que lleva esa idea
o ese odio a la conciencia de la masa), y a la necesidad de su presencia como
catalizador en este proceso.
Ese elemento consciente, como señala Lenin,
cumple un rol importante a tener en cuenta:
“...afirmar que los ideólogos (es decir, los
dirigentes concientes) no pueden desviar al movimiento del camino determinado
por la acción recíproca del ambiente y los elementos es revelar que se ha olvidado
una verdad elemental: que la conciencia participa en esa acción y en esa
determinación.”(79)
Desde esta perspectiva, los dos casos que analizamos están estrechamente ligados el uno al otro: ya dijimos que, en el primer caso, o sea el de mayo, los “hechos brutales” fueron así identificados y denunciados por todos los medios de difusión, aun los más conservadores. Esto, sumado a la labor de los militantes estudiantiles y obreros, en el sentido de ligar esa represión al orden político imperante, produjo un logro concreto: provocó una fisura en el control de las ideas por parte de aquellos que tienen el poder (80). Es evidente que hubo quienes se colocaron sobre esa fisura, haciendo todo lo posible por ensancharla. Para septiembre era lo suficientemente amplia como para que por ella se introdujera gran parte de la clase obrera. El “insigth” que la masa logró luego de los hechos de mayo (producto, como ya dijimos, de la labor consciente de los militantes populares, favorecidos por un aflojamiento del control ideológico vigente, la constituyó como tal, al establecerse los lazos afectivos necesarios para convertir a un grupo de hombres en una masa (81). Toda masa lo es para alguna acción particular. En este caso para la lucha contra el orden político al que se ligaban los “hechos brutales” de que antes hablamos. Por lo que sabemos, es justamente la lucha, y el conocimiento practico que en ella se adquiere, la que lleva, en mayor medida, a un desarrollo de la conciencia de clase elemental (82). Este “entrenamiento” previo condujo a que, posteriormente, no hicieran falta asesinatos para movilizar nuevamente a la acción a la masa.
Así, vemos que, cuando se inicia el conflicto
de septiembre, los ferroviarios obtienen rápidamente el apoyo de los otros
gremios rosarinos. Los maquinistas de La Fraternidad y los señaleros adhieren
de inmediato al paro iniciado en los talleres, a pesar de tratarse de
sindicatos distintos. La CGT de Rosario declara el paro:
“...en total solidaridad con los compañeros
ferroviarios ‘represaliados’ por el actual gobierno.” (83)
E incluso
gremios nada combativos, como es el caso de la Asociación Obrera Textil, van a
la huelga en solidaridad “con sus hermanos de clase” (84), lenguaje nada común
en el sindicalismo argentino de las últimas décadas.
Esto se debe a que es muy difícil que un
burócrata, o un grupo de ellos, pueda imponer una línea claudicante a un gremio
en el que existe un estado de movilización consciente por parte de la mayoría o
muchos de sus afiliados. Es un ejemplo claro de esto el caso de La Fraternidad,
alineada en el participacionismo, cuya dirección nacional hizo todo lo posible
para frenar la huelga. Así, apenas iniciado el conflicto, emite un comunicado
con la firma del presidente de la Comisión Directiva, Cesáreo Melgarejo, por el
que se dispone:
“...desautorizar la participación de sus
afiliados en el acto y cursar la orden para que se levante la medida de fuerza
y se reanuden las actividades normalmente.” (85)
Esta dirección gremial, que había podido, mediante su no adhesión, hacer que el paro ferroviario de 1967 (que provocó la intervención a la Unión Ferroviaria) fuera parcial, no puede lograr lo mismo dos años más tarde: la filial Rosario de La Fraternidad y otras muchas del interior hacen caso omiso a la orden de la dirección nacional y se pliegan a la huelga. (86)
El Gobierno, por su parte, tiene ahora que enfrentarse no con una protesta llevada adelante por tal o cual dirección sindical díscola, sino por las bases sindicales mismas. O sea, por una clase obrera que ha alcanzado un grado de conciencia de su situación que es suficiente como para llevar adelante una protesta contra esa situación, pero todavía insuficiente como para avanzar más allá de la protesta misma. No se trata de una situación revolucionaria, pero se da una nueva relación de fuerzas que el Gobierno no puede controlar por medio de los instrumentos de coerción que hasta entonces había venido utilizando con éxito.
VIII
Siguiendo con nuestro análisis, retomemos un
punto que antes dejamos de lado y que aparece como generador de un acuerdo
bastante unánime entre los autores consultados: la presunta imprevisibilidad de
una eclosión popular. Al respecto, Kautski señala que:
“Una acción de las masas desorganizadas es un
suceso elemental que puede pronosticarse con algunas probabilidades cuando se
han descubierto sus condiciones de surgimiento dentro de un período dado, pero
que no puede provocarse a voluntad ni tampoco puede esperarse con plena certeza
para un momento fijado de antemano.” (87)
Según
esto, la acción de masas puede pronosticarse pero no predecirse con precisión
matemática. En estas condiciones, siempre según Kautski, las tareas del partido
opositor son claras:
“Los partidos opositores pueden disponerse en
tiempos de gran agitación de las masas populares a explotar una eventual
acción de la masa. Pero nueve veces de cada diez naufragarán tristemente si
estructuran, su política sobre la esperanza de una acción semejante en un
momento determinado o si se comprometen públicamente a provocarlo.” (88)
O sea
que, según Kautski, no hay posibilidades de estructurar una política en torno a
un hecho imprevisible. Según él, las acciones de masas se producen o no sin,
tener en cuenta lo que, al respecto, disponen el Gobierno o los
revolucionarios:
“Cuando se dan sus condiciones se producen
ineludiblemente, sin tener en cuenta si los gobiernos o los revolucionarios
decretan que deba suprimirse toda acción de masas. No es posible dirigir
discrecionalmente sucesos elementales.”(89)
Este factor de imprevisibilidad en la lucha de
masas también fue señalado por Rosa Luxemburgo: es conocida su postura en torno
a que la revolución sería factible por medio de una acción de masas que, como
toda acción de este tipo, es imposible de fijar mediante el calendario (90).
En Lenin no encontramos nada que contradiga
esta afirmación de Rosa (91). En su momento, para el caso ruso, señala que:
“...es muy posible, e históricamente mucho más
probable, que la autocracia caiga bajo la presión de uno de esos estallidos
espontáneos o complicaciones políticas imprevistas, que constantemente amenazan
desde todas partes.” (92)
Por
nuestra parte, agregaríamos que esa imprevisibilidad puede ser considerada como
parte de la fuerza del movimiento: al no conocer el momento de su eclosión,
los gobiernos no pueden arbitrar los medios para abortarlo. Es muy difícil
suponer un Estado que disponga de los medios de represión suficientes para todo
momento y lugar.
En lo que a nuestro caso se refiere, ello sería
válido principal mente por lo que hace al movimiento de mayo. Allí nadie
esperaba un desenlace violento para lo que estaba organizado como una pacífica
“marcha del silencio” en homenaje al estudiante muerto. Si bien, en los días
anteriores, hubo demostraciones de protesta, éstas fueron siempre pacíficas y,
por lo tanto, no se dedujo de ellas la necesidad de reforzar
extraordinariamente los elementos de represión: se confió en los recursos
normales de intimidación y represión y en que éstos serían suficientes para
contener aquello que, hasta el momento, no había pasado de ser una protesta
estudiantil (93). En resumen: el Gobierno creyó poder dominar una situación que
se le fue de las manos imprevistamente.
En cuanto a los hechos de septiembre, la
situación es distinta: se trata de un “paro activo” de la CGT de Rosario,
similar al que había, meses antes, dado inicio al “Cordobazo”. El Gobierno
pensaba en la posibilidad de que situaciones de este tipo se repitieran:
Onganía, en un mensaje dado a conocer días antes, no descartó:
“...la posibilidad de estallidos sociales
originados en la rigidez estabilizadora.” (94)
Era
previsible que se generara la violencia, además, por todo un prólogo de
atentados y sabotajes en el ámbito ferroviario (95). Por otra parte,
coincidentemente con la huelga ferroviaria, los estudiantes universitarios
llevaban adelante una “Semana de Lucha”, en conmemoración de la muerte de
Santiago Pampillón. Diariamente había manifestaciones y barricadas en el
centro de Rosario. También diariamente, la policía reprimía con gases
lacrimógenos estas manifestaciones (96). La conjunción de la protesta obrera y
la estudiantil podía ser explosiva.
El Gobierno, consciente de que todo esto podía
generar males mayores, tomó sus prevenciones: Se enviaron a Rosario tropas
antimotines de la Policía Federal; la Gendarmería Nacional se hizo cargo de la
custodia de los ferrocarriles (97). No creemos que se haya podido hacer mucho
más al respecto: es conflictivo que el Ejército intervenga directamente en
funciones de prevención de la seguridad pública. Entre otras cosas, esto
hubiera significado un deterioro del propio régimen a la vista de todos, ya que
éste se hubiera evidenciado públicamente como incapaz de controlar el orden con
recursos normales. Además, y más importante, en tal caso no quedaría ningún
ultimo recurso de intimidación al cual recurrir si la situación se deteriora de
todos modos. (98)
En resumen: la imprevisibilidad puede haber
jugado, en alguna medida, su rol, pero es evidente que no fue el mismo en ambos
casos. En septiembre, por lo que al Gobierno se refiere, aparece explicitada la
presunción de que ocurran nuevos movimientos de masas. Pero esto no es
suficiente como para permitirle evitarlos.
“Escribo de las cuatro pestes del mundo no como
médico, sino como enfermo que las ha padecido. Temo (en esto, por lo menos,
acierto) que antes me temerán por el contagio que me estimarán por la
doctrina.”
FRANCISCO DE QUEVEDO (99)
El análisis esbozado en las páginas precedentes
nos lleva a una relativización de algunos factores que intervienen en la
génesis de un movimiento de masas “espontáneo”: Nos referimos a la incidencia
en él de los “hechos brutales”; a la imprevisibilidad de la eclosión de las
masas; y también a la relación directa entre ésta y una situación económica
determinada.
Asimismo, hemos ponderado otros factores, tales
como el logro de una cierta conciencia de clase elemental y la constitución, en
un sentido psicoanalítico, de la masa en cuanto tal, con las características
diferenciales que ésta posee con respecto a la multitud.
Por supuesto que, como ya aclaramos al
comienzo, esto no implica agotar el tema: se nos podrá recriminar el hecho de
que aquí hemos soslayado el realizar un análisis político, a fondo, de la
situación del momento. Esto puede ser cierto, pero el hacerlo excedería los
marcos de un trabajo de esta índole. Nuestro interés fundamental es otro y
apunta, más que nada, a otra cuestión: Lenin señala que existen épocas
históricas en que surgen a la luz contradicciones que han madurado a lo largo
de décadas, épocas en las que:
Aparecen en la escena política, como
combatiente activo, las masas, que siempre se mantuvieron en la sombra, y que
por ello pasan con, frecuencia inadvertidas para los observadores
superficiales, e inclusive, en ocasiones, resultan despreciadas por ellos.”
(100)
Es
evidente que, la que se abre en 1969 y culmina en 1976, es una época de este
tipo. Si bien nuestro período de estudio es mucho más corto, creemos que ya en
estas primeras movilizaciones de masas hay indicios de lo que ocurrirá
posteriormente. Es decir, hay tendencias que no serán revertidas en varios
aspectos fundamentales.. Quizá porque el hecho mismo de estas movilizaciones
puede haber producido en muchos un optimismo, respecto al avance incontenible
de la clase obrera, que iba mucho más allá de lo saludable.
Además, no creemos que esta forma de lucha de
masas haya sido valorada en su justa medida. El optimismo en el avance de la
revolución iba unido, en muchos grupos que se proclamaban, revolucionarios, a
la pretensión de arribar a ésta mediante formas de lucha que nada tenían que
ver con aquella que habían adoptado las masas obreras. Como bien sostiene
Lenin, el marxismo no vincula a la clase obrera a ninguna forma de lucha
específica y determinada:
“Reconoce las más diversas formas de lucha,
pero sin ‘inventarlas’, sino simplemente generalizando, organizando e infundiendo
conciencia a aquellas formas de lucha de las clases revolucionarias que por si
mismas surgen en el curso del movimiento.” (101)
Estas
tareas, por lo que a nuestro caso se refiere, no creemos que hayan sido
llevadas adelante como era debido por quienes hubieran podido hacerlo. Las
formas de lucha que la clase obrera se había dado fueron relegadas a un segundo
término, priorizándose estrategias ya sea de “guerra prolongada”, sea
“foquistas”, o bien lisa y llanamente electoralistas.
Las clases dominantes, por su parte, supieron
maniobrar adecuadamente a sus intereses. La fantochada autocrática de Onganía,
ya inviable, dejó paso a otro tipo de gobiernos más flexibles y más inteligentes.
Se supo ceder en el momento oportuno (y darle el gobierno a Perón fue ceder
bastante); se supo cambiar lo suficiente como para evitar que nada cambie; se
supo retrasar el enfrentamiento hasta el momento en que la relación de fuerzas
fuera favorable.
Cuando, en julio de 1975, las masas obreras
vuelven a salir a la calle, lo hacen nuevamente en forma espontánea. La clase
obrera argentina aun no dispone, en ese momento, de los instrumentos básicos
para el logro de sus fines, desde el mismo momento en que aun no es consciente
de éstos. Aun no puede constituirse como sujeto político y, por lo tanto, sus
luchas son, en un primer momento, capitalizadas por sujetos ajenos a su clase
y, poco más tarde, aplastadas por completo.
El “elemento espontáneo” que se manifestó en
las luchas de masas de 1969 no era otra cosa que la forma embrionaria de lo
conciente (102) La tarea de organizar e infundir conciencia a esa forma de
lucha aun estaba por hacerse seis años después, pero ya era demasiado tarde:
“La revolución puede haber madurado, y sus
creadores revolucionarios pueden carecer de fuerzas suficientes para realizarla;
entonces la sociedad entra en descomposición y esta descomposición se prolonga
a veces por decenios.” (103)
En esa
descomposición estamos aun hoy inmersos. La tarea fundamental en este momento
actual es la de remontar esa situación. La forma de lograrlo, a nuestro juicio,
no es otra que aquella que pasa por el trabajo en pos de que la clase
trabajadora adquiera la conciencia de su situación histórica. El camino hacia
esto pasa por el generalizar, organizar y agudizar aquellas formas de lucha en
las que los embriones de esa conciencia se manifiestan.
1) LENIN,
V. I, Jornadas revolucionarias, en Obras Completas, tomo VIII, Cartago,
Bs. As., 1969, pág. 99.
2) Esta
figura estaba contemplada en la ley 16.970 y su decreto reglamentario, n°
739/67. Implicaba colocar a la zona y a su gobierno bajo un comando militar, y
a la población bajo el Código de Justicia Militar.
3) Hay
bastante bibliografía sobre estos hechos, por ejemplo: GONZALEZ TREJO, Horacio,
Argentina: tiempo de violencia. Carlos Pérez, Es. As., 1969; VILLAR,
Daniel, El Cordobazo. CEA.L, Es. As., 1971, donde hay una buena síntesis
del movimiento rosarino; BALVE, Beba y BALVE, Beatriz, De protesta a.
rebelión: la “subversión”. CICSO, Es. As., 1985, donde los hechos
son presentados en forma bastante confusa, además de confundirse al movimiento
de mayo con el “Rosariazo”. También puede verse nuestra ponencia en las
“Primeras Jornadas para Promover Investigadores en Historia Argentina”, Luján,
1986, titulada: Algunos aspectos de la movilización estudiantil de mayo de
1969 en Rosario.
4) La
huelga del 23 de mayo fue decretada por la CGT de Rosario en repudio al
asesinato del estudiante Bello; la del 30 de mayo fue un paro nacional
dispuesto por las dos CGT que actuaban a ese nivel en el momento.
5)Durante
los conflictos de mayo en Rosario se unen las dos CGT: la que seguía la línea
combativa de la CGT de los Argentinos, y la que se inclinaba hacia la postura
vandorista.
6) Sobre
el “Rosariazo”, hasta donde sabemos, no existe aún bibliografía específica
alguna. Sí hay referencias en obras generales, como:
ECHAGUE,
Carlos, Las grandes huelgas. CEAL, Bs. As., 1971.
7)
MARCUSE, Herbert, Eros y civilización. Sudam, Bs. As., 1971, pág.217.
8) En
esto seguimos a WRIGHT, Erik Olin, Los intelectuales y la clase obrera,
en “Cuadernos del Sur”, n°3, julio de 1985, pág. 110.
9) Esto
según MARX, Carlos, Tesis sobre Feuerbach. en “Obras Escogidas”, Edit.
Progreso, Moscú, 1969, pág. 26.
10) Al
respecto ver: PARVUS, Golpe de estado y huelga política de masas, en
“Debate sobre la huelga de masas”,tomo 1, P. y P., México, 1978, pág. 7.—;
FROLICH, El debate sobre la experiencia belga., en
ibidem, tomo 1, pág. 62.; LUXEMBURGO, Rosa, Y por tercera vez el experimento
Belga. en ibidem, tomo 1, pág. 97; ¿Y después qué? en ibidem, pág.
117.; ¿Desgaste o lucha? en Ididem, pág. 156.; La teoría y la praxis.
en ibidem, pág. 229.; Huelga de masas, partido y sindicatos, en “Obras
Escogidas’; tomo 1, Pluma, Bs. As., 1976, pág. 183.; KAUTSKY, Karl, ¿Y ahora
Qué? en “Debate...” op. cit., pág. 128.; Una nueva estrategia,
en ibidem, pág. 189.; La acción de masas. en “Debate...”, tomo II, P. y
E., Bs. As., 1976, pág. 13.; La nueva táctica, en ibidem, pág. 81.;
PANNEKOEK, Anton, Acciones de masa y revolución, en
ibidem, pág. 47; LENIN, Y. 1., Jornadas revolucionarias, en Obras
Completas, Cartago, Es. As., 1969, pág. 98.; Nuestra tarea inmediata, en
ibidem, tomo IV, pág. 219.; A propósito de la Profession de foi. en
ibidem, tomo IV, pág. 292.; ¿Qué hacer? en ibidem, tomo V, pág. 401.; ¿Por
dónde empezar? en ibidem, tomo V, pág. 11; Conversación con los
defensores del economismo. en ibidem, tomo V, pág. 366.; Un paso adelante,
dos pasos atrás, en ibidem, tomo VII, pág. 229.; TROTSKI, León, 1905.
Resultados y perspectivas. Ruedo Ibérico, París, 1971.; Terrorismo
y comunismo. Heresiarca, Bs. As., 1972.; GRAMSCI, Antonio, Pasado y
presente. Granica, Bs.
As.,1974.
En el mismo período, esta cuestión fue también objeto de estudios
sociológicos, psicológicos y psicoanalíticos. Al respecto ver: TARDE, Gabriel, Las
leyes de la imitación, estudio sociológico. D. Jorro, Madrid,
1907.;, LE BON, Gustave, Psicología de las multitudes. Albatros, Bs.
As., 1964.; FREUD, Sigmund, Psicología de las masas. Alianza, Madrid,
1974.
11) Al
respecto ver bibliografía citada en nota n° 91.
12) Por
ejemplo: SARTRE, Jean Paul, El miedo a la revolución. Proteo, Bs. As.,
1970.; MANDEL, Ernest, Lecciones de mayo 1968. en V. A., “París, mayo
1968”. Tiempo contemporáneo, Bs. As., 1969.; La teoría leninista de la
organización. Ediciones del Siglo, Bs. As., 1972.; GORZ, Andre, Límites
y potencialidades del movimiento de mayo. en V.A., “París, mayo 1968”. op.
cit.; GUERIN, Daniel, Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria.
Proyección, Bs. As., 1973.; MA.RCUSE, Herbert, La sociedad carnívora.
Galerna, Bs. As., 1970.; La sociedad industrial y el marxismo.
Editorial Quintana, Bs. As., 1969.
13)
Ejemplo de este descuido tenemos en THOMPSON, Edward, Miseria de la teoría.
Crítica, Barcelona, 1982.; donde se llega a poner en duda que con el término
“masa” pueda definirse algo, desconociendo así todo lo elaborado al respecto
por la teoría psicoanalítica.
14)
Ejemplo de estudios de este tipo tenemos en: COLLINS, Barry, Psicología
social en los procesos de grupos en la adopción de decisiones.
AID, México, 1971.; FIGERMAN, Gregorio, Conducción de grupos y masas,
estrategia y táctica. El Ateneo, Bs. As., 1972.; YOUNG, Kimball, Psicología
social del grupo, del líder y de los seguidores. Paidós, Bs. As., 1969.; Psicología
social. Paidós, Es. As., 1963.; FRAISSE, Paul y MEILI, Richard, Psicología
de las actitudes, en HARARI (Comp.) “Teoría y técnica psicológica de
comunidades marginales.” Nueva Visión, Bs. As., 1974.; LAPASSADE, George, Socioanálisis
y potencial humano, en RIESMAN, David y OTROS, “La muchedumbre solitaria”.
Mundo moderno, Paidds, Bs. As., 1968.; LIPPITT, Ronald, La dinámica del
cambio planificado. Amorrortu, Bs. As., 1970.
15) La
instrumentación reciente, por parte del Departamento de Estado, de políticas de
esta índole en los casos de Filipinas y Haití, puede ser un ejemplo de
aplicación práctica de este tipo de conocimientos.
16) Es el caso de publicaciones como:
“Cristianismo y Revolución”; “C.G.T.”; etc., a las cuales tuvimos acceso por
aportes individuales que agradecemos.
17) Una
fuente de la que sí disponemos es la que proporcionan las entrevistas
personales con aquellos que, de alguna manera, fueron protagonistas de estos
sucesos. Pero, en este caso, se nos presentan también problemas derivados, en
algunos casos, de deformaciones, intencionales o no, del pasado personal; a
veces como manera de justificar posturas políticas actuales. Además de esto, el
problema principal, a nuestro juicio, es el que se origina en el justificado
miedo que, aun hoy, existe cuando se trata de hablar de pasadas militancias
políticas: cuando se acepta hablar de estos temas (y es común que no se acepte)
se lo hace, salvo excepciones, sobre la base del anonimato. Así es como el uso
de la entrevista personal, si bien es valioso en cuanto al material que
proporciona, no puede cumplir, en la mayoría de los casos, con el requisito de
verificabilidad. De cualquier forma, la entrevista proporciona lo suyo, en
cuanto permite al investigador formarse un panorama más rico de su tema y,
eventualmente, acceder a algún tipo de fuente escrita (volantes, etc.) en poder
hasta entonces del entrevistado. Pensamos que hay que realizar
entrevistas, aunque más no sea por su valor en lo que hace a la aproximación
del investigador al tema.
18) Peña, Milcíades, El legado del
bonapartismo: conservadorismo y quietismo en la clase obrera
argentina, en “Industrialización y clases sociales en la Argentina”.
Hyspamérica, Bs. As., 1986., pág. 291.
19)
Ibidem, pág. 297.
20)
Intervención de la profesora Susana Belmartino en el “Primer congreso de
Historia de las Ideas”, Rosario, noviembre de 1986.
21) No
olvidamos la interpretación que Lenin hiciera de la cuestión:
“Toda lucha de clases es lucha política; esta
conocida frase de Marx no debe interpretarse en el. sentido de que cualquier
lucha. de los obreros contra los patronos es siempre una lucha
política. Hay que interpretarla en el sentido de que la lucha de los obreros
contra los capitalistas necesariamente se convierte en lucha política, a
medida que se convierte en lucha de clases.”
Al decir
“lucha de clases” Lenin aquí entiende lucha entre dos clases. Así, según él, la
lucha obrera se convierte en lucha de clases cuando el obrero lucha no ya
contra un patrono determinado sino contra toda la clase capitalista encarnada,
en ese patrono. La lucha de clases, para Lenin, es lucha consciente de sus
fines y con clases constituidas en sujetos políticos. Ver: Nuestra tarea
inmediata, en Obras..., op. cit., tomo IV, pág. 219.
22)
LUXEMBURGO, Rosa, Huelga de masas, partido y sindicatos, en Obras, op.
cit., tomo 1, pág. 226.
23) COOKE, John William, Peronismo y
Revolución. El peronismo y el golpe de estado, informe a las
bases. Papiro, Bs. As., 1971, pág. 42.
24) Esa
es la cifra que, extraoficialmente, se manejó desde un primer momento. Incluso
en fecha tan tardía como septiembre de 1969, Onganía manifestaba públicamente
que “...la, Revolución no tiene plazos sino objetivos”, con lo que daba a
entender que pensaba permanecer por bastante tiempo más en el gobierno. Ver:
“La Nación”, 12 de septiembre 1969.
25) SELSER, Gregorio, El
Onganiato. Carlos Samonta Editor, Bs. As.,1973, tomo 1, pág. 8.
26) Por
lo que respecta a su política universitaria, la actitud del gobierno militar
estuvo, como en los demás ámbitos, signada por la brutalidad y la prepotencia.
Expresión de esto fue la afamada “Noche de los bastones largos”, del 29 de
julio de 1966, cuando se puso término a la autonomía de las universidades
argentinas. A partir de allí y combinado con un éxodo de docentes hacia
horizontes menos represivos, se puede apreciar un avance en las universidades
de personajes de notorio cuño confesional. Respecto a la política universitaria
de Onganía en sus primeros momentos puede verse: SELSER, Op. cit., tomo l, pág.
117 ;, tomo II, pág. 183.
27) Hubo protestas estudiantiles en casi todas
las universidades del país. Durante una de ellas, en la ciudad de Córdoba, es
asesinado por la policía el estudiante Santiago Pampillón. Ver: SELSER, op.
cit.
28)
HOROWICZ, Alejandro, Los cuatro peronismos. Hyspamérica, Bs. As., 1986,
pág. 201.
29) Ibidem, pág. 197.
30) Desde este momento se perfilarán claramente
las tres líneas que actúan dentro del movimiento obrero: 1) Participacionistas,
o Nueva Corriente de Opinión como gustaban llamarse, integrada por los sindicatos
más claudicantes (UOCRA, Luz y Fuerza, Vestido, La Fraternidad, etc). 2)
Vandoristas, nucleados en las 62 Organizaciones Peronistas (UOM, Mecánicos,
Molineros, Plásticos, etc.) 3) Combativos, que en su mayoría integrarán más
tarde la CGT de los Argentinos (Gráficos, Marinos, FOETRA, y filiales del
interior de federaciones sindicales como es el caso de los electricistas
cordobeses). Ver: ROTONDARO, Rubén, Realidad y cambio en el sindicalismo.
Pleamar, Es. As., 1971, pág. 325.
31) Según
HCROWICZ, op. cit., pág. 201., estas cifras son: 1966: 1.913.000 días; 1967:
249.000 días; 1968: 23.000 días. Los guarismos no coinciden con los que da
ROUQUIE, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina.
Hyspamérica, Bs. As., 1986, tomo II, pág. 282., quien da las siguientes cifras:
1966: 1.664.800 días; 1967: 242.953 días. Ninguno de los dos autores cita su
fuente al respecto.
32) Con
base 1973=100 el salario real de trabajadores casados no especializados es el
siguiente: 1966: 107,1; 1967: 100,2; 1968: 39,7; 1969: 103,7. Es notorio el
bache en 1968. Para el caso de 1969, la re cuperación se da en el segundo
semestre, luego del inicio de los movimientos que aquí tratamos. Estos datos
los da: DI TELLA~, Guido, Perón-Perón 1973-1976. Hyspamérica, Bs.
As., 1985, pág. 354.
33) En
realidad, lo que ocurre en el congreso de marzo de 1968 es que el sector vandorista
y participacionista no acepta la nueva conducción surgida legalmente. Los
bienes de la CGT quedan en manos del vandorismo, y la nueva CGT de los
Argentinos pasa a funcionar en el sindicato gráfico. Ver: ROTONDARO, op. cit.,
pág. 336.
34) Este
endurecimiento forzado del vandorismo se evidencia en 1969 en Córdoba. Allí se
establece la alianza ciscunstancial entre vandoristas como Elpidio Torres
(mecánicos), y combativos como Atilio López (UTA) y Agustín Tosco (Luz y
Fuerza). Fruto de esta alianza será el hecho de que las jornadas de lucha del
29 y 30 de mayo cuenten con la participación masiva de casi todos los gremios
cordobeses. Ver: TOSCO, Agustín, La lucha debe continuar,
testimonio del Cordobazo. Rafael Cedeño editor, Bs. As., 1987.
35) ES el caso de: GARCÍA LUPO, Rogelio, Mercenarios
y monopolios en la Argentina de Onganía a Lanusse 1966-1971. Achával Solo,
Bs. As., 1971. También, en cierta forma, esto está planteado en: DELICH, Francisco
Crisis y protesta social: Córdoba l969-73. Siglo XXI, Ba. As., 1974. y
en BALVE, Beba, Murmis, Miguel y OTROS, Lucha de Calles, lucha de
clases. La Rosa Blindada, Bs. As., 1973.
36)
GRAMSCI, op. cit., pág. 76.
37) Ibidem, págs. 76-77.
38)
MANDEL, La teoría leninista de la organización. op. cit., pág. 32
39) GRAMSCI,
op. cit., pág. 76.
40) Esto
también es sostenido por la sicología social y la teoría psicoanalítica, ver:
FREUD, op. cit., págs. 22 y subsiguientes.
41)
GRAMSCI, op. cit., pág. 76.
42) MANDEL, op. oit., pág. 34.
43) La diferencia entre “vanguardia” y “elemento
consciente” aparece, en estos autores, como bastante indefinida. Todo depende
del considerar como “vanguardia” a ese “elemento consciente” encuadrado en
determinado tipo de organización política (cosa que Mandel no hace); o como
“elemento consciente” a determinada “vanguardia” política (cosa que Gramsci
tampoco hace).
44) Es el
caso de casi todos los manuales tributarios del estalinismo, por ejemplo:
AFANASIEV, Victor, Manual de Filosofía. Ediciones Estudio, Bs. As.,
1973, pág. 315; y también en el mismo autor: Del Socialismo utópico al
Comunismo científico. Ediciones Estudio,
Bs. As., 1969, pág. 81.
45) Es el
caso de DI TELLA., op. cit,, pág. 70. Allí manifiesta que:
“1969 fue un año económico excelente en
términos de producción, balanza de pagos e inflación, y no malo en lo concerniente
a salarios reales y distribución del ingreso.”
Por
supuesto que Di Tella no tiene en cuenta que los “elementos históricos”
incorporados en el valor de la fuerza de trabajo tienden a crecer y, por lo
tanto, los salarios reales pueden caer por debajo de ese valor, aun cuando
estén en alza, que no era el caso en 1968 y los primeros meses de 1969. Ver
estadística en nota n° 32.
46) Los
aumentos son loe siguientes: Ferrocarriles 25%; nafta 21%; taxis 34%;
transporte suburbano 7%; leche 20%; gas 10%. Ver “Panorama” n0 108,
mayo de 1969.
47) “La
Nación”, 14 de mayo de 1969.
48) “Panorama”, n0 108, mayo de
1969.
49)
“Economic Survey”’, N° 1183, 13 de mayo de 1969, contradice estos datos
del INDEC, según cálculos de este periódico (por lo demás oficialista) la
inflación ya llevaba en ese período entre un 14 y un 17%. Allí se sostiene que
los datos del INDEC estarían falseados por lo que respecta a la inflación ( En
esa época el INDEC estaba bajo la dirección del Sr. Juan Vital Sourrouille).
50)
Declaraciones de Onganía. Ver “Panorama”, n~ 124, setiembre de 1969.
51) “La
Prensa”, 9 de setiembre de 1969.
52) “La
Nación”, 22 de febrero de 1967. La resolución N° 104, emitida por la
Secretaría de Trabajo, dispone la suspensión de la Personería Gremial N° 34,
de la Unión Ferroviaria, otorgada por resolución N° 160, del 12 de
diciembre de 1945. También, el 27 de febrero de 1967 se interviene la obra
social del gremio. Esto es una represalia por el paro de actividades, resuelto
por ese sindicato, para el día 24 de febrero. A su vez, la Empresa
Ferrocarriles Argentinos dispone, el 7 de marzo de 1967, dejar cesantes a
treinta miembros de la Comisión Directiva de la Unión Ferroviaria.
53) Esta situación provoca explícitas protestas
de los trabajadores ferroviarios, ver: “La Capital”, 13 de septiembre de 1969;
“Crónica”, 12 de septiembre de 1969; “La Tribuna”, 12 de septiembre de 1969; y
la solicitada aparecida en “La Nación”, 15 y 16 de septiembre de 1969.
54) El sueldo promedio es de $ 25.000.—,
equivalentes a 65 dólares de esa época, ver “La Nación”, 16 de septiembre de
1969.
55) Según
decreto N° 3969, del 2 de diciembre de 1966. Esta “reestructuración”
afecta también a la estabilidad del trabajador y a su régimen de trabajo
(horarios, categorías, etc.). 56) GERCHUNOFF, Pablo y LIACH, Juan, Capitalismo
industrial, desarrollo asociado y distribución del ingreso entre
los dos gobiernos peronistas: 1950-1972. en “Desarrollo Económico”, N° 57,
Bs. As., abril- junio de 1975, pág. 30.
57) DELICH,
op. cit., pág. 39.
58)
KAUTSKI, Carlos, ¿Y ahora qué? op. oit., pág. 34.
59) Ver
al respecto las solicitadas publicadas en
“La Capital”, 1 de mayo de 1969; “La Tribuna”, 22 de mayo de 1969; y “La
Capital”, 24 de mayo de 1969. En ninguna de ellas (y fueron las únicas que se
publicaron durante el conflicto de mayo) hay mención alguna respecto a la
cuestión económica.
60)
KAUTSKI, Carlos, Una nueva estrategia. op. cit., pág. 221.
61)
LENIN, V.I., ¿Qué hacer? op. cit., pág. 469.
62) “La
Nación”, 15 de septiembre de 1969, solicitada suscripta por la “Comisión.
Coordinadora de la Unión Ferroviaria, La Fraternidad y la Asociación de
Señaleros de San Martín”.
63) “La
Capital”, 13 de septiembre de 1969. También, más ampliamente, en “Crónica”, 12
de septiembre de 1969, que transcribe las siguientes declaraciones del delegado
suspendido, Mario Horat:
“Los ferroviarios hemos hecho uso de un derecho
constitucional que nos asiste ante el atropello y manoseo que viene efectuando
el grupo militar que dirige la cosa, y, entendemos que no deben ser cercenados
nuestros derechos. Que no aceptaremos más sanciones porque se está en camino de
cesantear a jefes de contabilidad —aunque lo niegue la información oficial, y
esto dará la pauta del diezmo al personal. Que no estamos dispuestos a que por
obedecer una disposición general como la emanada por el organismo matriz CGT
en apoyo a la huelga general del 30 de mayo último, sean suspendidos,
cesanteados y aún rebajados de categoría los que plegaron a dicha medida.”
64)
“Crónica”, 12 de septiembre de 1969, declaraciones de Nicolás Redondo, obrero
de los talleres de Pérez.
65) “La
Capital”, 11 de septiembre de 1969.
66) Ibidem.
67) “La
Prensa’, 16 de septiembre de 1969, nos ofrece la trascripción de una curiosa
“Planilla de facultades disciplinarias” y también las “Equivalencias militares
del personal convocado”. Según el grado que le corresponda a cada cual, tendrá
la facultad de ordenar (o sufrir) determinada cantidad de horas de fajina o
días de arresto. Por supuesto que la mayoría de los convocados tenían el grado
correspondiente a soldado raso.
68) “La
Nación”, 16 de septiembre de 1969, publica declaraciones del Gral. De Marchi,
presidente de la EFA, en las que este buen señor sostiene que:
“La convocatoria del personal por medio de
cédulas no tiene de modo alguno un carácter represivo...”
¿Si esto
no era represión ¿qué era?
69) “La Capital”, 16 de septiembre de 1969, nos
da esas cifras.
70) “La
Capital”, 12 de septiembre de 1969.
71)
LUXEMBURGO, Rosa, La teoría y la Praxis. op. cit., pág. 248.
72)
LUXEMBURGO, Rosa, Y por tercera vez el experimento belga. op. cit., pág.
108.
73)
LUKACS, Georg, Historia y conciencia de clase. SARPE, Madrid, 1985, pág.
158.
74)
MANDEL. Ernest, La teoría leninista de la organización. op. cit., pág.
19.
75) No
usamos aquí el término “dirección” en el sentido de la existencia de una
dirección política constituida, la cual de ninguna manera existía por lo que a
estos movimientos se refiere, sino más bien en aquella acepción psicológica que
marca FREUD, op. cit., pág. 38. Lamentablemente, sí bien esto puede crear
confusión, no encontramos otro término con el cual definir lo que Freud definía
con el de “dirección”. El mismo sentido parece ser el que da Gramsci a este
término en la cita correspondiente a la nota n° 36.
76)
FREUD, op. cit., pág. 37.
77)
Ibidem, pág. 38.
78)
Ibidem, pág. 33.
79)
LENIN, V. I., Conversación con los defensores del economismo. op. cit.,
pág. 369.
80) Al
respecto, puede tenerse una descripción en nuestra ponencia citada en nota n° 3.
81) En
esto seguimos a FREUD, op. cit., pág. 37.
82) Esto
según MANDEL, op. cit., pág. 19.
83) “La
Capital”, 16 de septiembre de 1969, publicado como solicitada.
84) Ibidem.
35) “La
Capital”, 10 de septiembre de 1969.
86) Para
el tercer día de huelga ya habían adherido las seccionales de: Rosario, Villa
Constitución, San Gregorio, Villa Diego, San Martín (Bs. As.), Ceres, Corral de
Bustos, Cruz Alta, Pergamino y Casilda. Ver: “La Capital”, 11 de septiembre de
1969. Sobre el paro ferroviario de 1967 hay algunos datos en: SELSER, op.
cit., tomo 1, pág. 292; y en ROTONDARO, op. cit., pág. 331.
87)
KAUTSKI, Carlos, La acción de masas. op. cit., pág. 28.
88)
Ibidem, pág. 29.
89) Ibídem,
pág. 29.
90) Esta
tesis de Rosa se puede encontrar, por ejemplo, en LUXEMBURGO, Rosa, Huelga
de masas, partido y sindicatos. op. cit., pág. 222.
91) Sí en
los estalinistas que con su miedo hacia las acciones de masas que escaparan a
su control, se dedicaron a organizar la “acción de masas perfecta” (que, en la
práctica, supo culminar en perfectos fracasos). Ejemplo de este tipo es el
manual escrito por Palmiro Togliatti, bajo el seudónimo de NEUBERG, A., La
insurrección armada. La Rosa Blindada, Bs. As. 1974. Este libro corresponde
a los lineamientos de lucha “clase contra clase”, propios de la III Internacional
tras su VI Congreso. Para ver las variaciones luego del VII Congreso, tenemos
otro manual, aunque de mejor calidad, donde la lucha de masas sólo es aceptada
contra el fascismo: LUSSU, Emilio, Teoría de los procesos insurreccionales
contemporáneos. Tiempo Contemporáneo, Bs. As., 1972.
92)
LENIN, V. I., ¿Por dónde empezar? op. cit., pág. 20.
93) Antes
del día 21, no encontramos en la prensa informes respecto a la llegada de
ningún tipo de refuerzos policiales. Si bien la vigilancia del centro de la
ciudad se reforzó con un operativo destinado a impedir el acto de homenaje al
estudiante muerto, esto se hizo con efectivos de la Policía provincial.
94) “La Nación”, 12 de septiembre de 1969, trae
el texto completo del mensaje de Onganía. Para un comentario sobre el mismo
ver: “Panorama”, N° 124, septiembre de 1969.
95) Los
numerosos sabotajes en el ámbito ferroviario nos muestran el apoyo que recibió
el conflicto de Rosario en otros lugares del país. Aquí detallamos los que
aparecen en la prensa, que no son todos ya que la EPA se resiste a informar de
ellos:
10 de
septiembre
Descarrilamiento
intencional de un tren en Granadero Baigorria. (“La Nación, 12 de septiembre de
1969).
11 de septiembre
Descarrilamiento
intencional de un tren de pasajeros en la estación Fontezuela, del Ferrocarril
Mitre. (“La Prensa”, 12 de septiembre de 1969).
12 de septiembre
Dos coches son incendiados con bombas en la
estación San Martín. (“La Prensa”, 13 de septiembre de 1969).
Es incendiado un galpón en la playa de
maniobras del Ferrocarril Belgrano en Boulogne. (“La Capital”, 13 de septiembre
de 1969).
Una locomotora del Ferrocarril Roca que
circulaba entre Saavedra y Olavarría es baleada. (“La Capital”, 13 de
septiembre de 1969).
También en el Roca, son descarrilados 10
vagones de un tren carguero. (“La Capital”, 13 de septiembre de 1969).
Incendio de un vagón del Ferrocarril Mitre en
la playa de la estación Ludueña. (“Crónica”, 13 de septiembre de 1969).
13 de septiembre
Tren
baleado en Martínez. (“Crónica”, 14 de septiembre de 1969).
Tren
descarrilado en Tigre. (“Crónica”, 14 de septiembre de 1969).
Cambios
torcidos en Maschwitz. (“La Prensa”, 14 de septiembre de 1969).
Tiran una
molotov contra un tren de carga en Río Primero. (“La Nación”, 14 de septiembre
de 1969).
14 de septiembre
No hay
datos.
15 de
septiembre
Amenazas de muerte y de incendio de la
vivienda del jefe de la estación Gral. Lagos, del Ferrocarril Mitre. (“La
Tribuna”, 16 de septiembre de 1969).
Disparos de armas de fuego contra el capataz
de la estación Villa Constitución. (“La Capital”, 16 de septiembre de 1969).
Tren petrolero descarrilado a la altura de
San Lorenzo.(”La Prensa”, 16 de septiembre de 1969).
Tren carguero a punto de descarrilar en
Cañada de Gómez. (“La Prensa”, 16 de septiembre de 1969).
16 de septiembre
Incendio de una casilla de señales en la
estación Coghlan. (“La Prensa”, 17 de septiembre de 1969).
Intento
de incendio en la estación Vicente López. (“La Prensa”, 17 de septiembre de 1969.
Intento
de incendio de un vagón entre las estaciones Miguelete y San Martín. (“La
Nación”, 17 de septiembre de 1969).
Incendio de un vagón cargado de mercaderías
en Miguelete misma. (“La Nación”, 17 de septiembre de 1969).
Además de
todo esto, sabemos que, el 16 y 17 de septiembre, las instalaciones
ferroviarias de Rosario son el objetivo preferido por los manifestantes.
96) Hay
numerosos comunicados de apoyo de las agrupaciones estudiantiles a la huelga
ferroviaria. Los disturbios estudiantiles fueron bastante serios en esa
semana, durante una de esas manifestaciones se intentó incendiar el “Jockey
Club” de Rosario. (“Crónica”, 14 de septiembre de 1969).
97) Al poco tiempo de iniciada la huelga se
registra también la llegada de refuerzos policiales, pero posiblemente esto
esté más relacionado con los disturbios estudiantiles. (“La Capital”, 13 de
septiembre de 1969).
98) En realidad, la intervención del Ejército
en la represión de estos movimientos tuvo un efecto fundamentalmente
intimidatorio. Este “efecto disuasivo” era manejado conscientemente por los
represores. Así, vemos que el 17 de septiembre, en la zona del “Cruce Alberdi”
(nudo ferroviario más importante de Rosario) son emplazados ¡cañones anti
aéreos! traídos desde el Norte de la provincia. Al mando de esta batería se
encontraba el entonces coronel Leopoldo Fortunato Galtieri; interrogado por un
periodista sobre la utilidad de semejantes artefactos en la represión a
manifestantes, el jefe militar, con la torpe sinceridad que lo caracteriza,
respondió que “en realidad no sirven para nada, pero asustan mucho a la gente.”
(“Crónica”, 18 de septiembre de 1969).
99)
QUEVEDO, Francisco de, Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo:
invidia. ingratitud, soberbia, avaricia, en UNAMUNO, Miguel,
“Comentarios quevedianos”. CEAL, Bs. As., 1969, pág. 8.
100) LENIN, V. I., Jornadas
revolucionarias. op. cit., tomo VIII, pág. 100.
101)
LENIN, V. I., La guerra de guerrillas. op. cit., tomo XI, pág. 220.
102) Esta
concepción de lo espontáneo como forma embrionaria de lo consciente es
sostenida por LENIN, V. I., ¿Qué hacer? op. cit., tomo V, pág. 430.
103)
LENIN, V. I., La ultima palabra de la táctica “iskrista”, o farsa electoral
como nuevo incentivo para la insurrección. op. cit., tomo IX, pág. 370.