El lado oscuro de
la Luna
Observatorio de Conflictos, Argentina
“los sistemas
simbólicos son productos sociales que producen el mundo, que no se contentan
con reflejar las relaciones sociales sino que también contribuyen a
construirlas”, por ende “debemos admitir entonces que es posible,
dentro de ciertos límites, transformar el mundo transformando su
representación”[1].
Pierre
Bourdieu
Hegel
había advertido ya en la Fenomenología del Espíritu, la posibilidad de que en
el proceso dialéctico, la conciencia se escindiera de sí misma, en una suerte
de desgarramiento esencial. Este desdoblamiento dialéctico, posteriormente
reprocesado en las claves conceptuales del materialismo histórico, es el
arquetipo originario del vapuleado concepto de ideología. Marx, entendía,
enderezando a Hegel, que la ideología era un enmascaramiento de la realidad,
una ocultación directa o una distorsión simbólica de las relaciones sociales,
en una suerte de correspondencia respecto del orden estructural determinado[2].
Es en este preciso sentido, que recuperamos el concepto para su utilización en
el presente ensayo, que por otra parte, ya lo preanuncia en el título mismo.
Ahora bien, abordar la dimensión
ideológica del Milagro Japonés, supone
por un lado la realización de un análisis económico e histórico del
proceso; pero implica además, por otro lado, un ejercicio de deconstrucción
genealógica del imaginario erigido en torno a él, desde las voces de los
“tecnócratas” occidentales.
Si aceptamos, como presupuesto, de
acuerdo con Bourdieu, que los sistemas simbólicos, no son sólo productos
sociales, sino también fuerzas sociales dinámicas capaces de producir la
realidad; no podemos menos que reconocer la importancia de todo intento por
indagar acerca de los saberes comunes no problematizados (sentido común; doxa
aristotélica, etc.), que se escabullen como acicates del pensamiento
“cotidiano”, no reflexivo y que, a pesar de su legitimidad arbitraria, constituyen en gran medida la materia prima
de los juicios y opiniones que se reproducen acríticamente y difuminan por el
tejido de la sociedad toda.
Resulta común oír, hasta el
hartazgo, tanto en los medios de comunicación, mass media (TV, prensa escrita,
etc.); así como en otras instancias de significativa incidencia institucional
(escuela, iglesias, etc.), incontables elogios para con las bondades del misterioso
“milagro” operado por la economía japonesa de posguerra. Tanto en lo que se
refiere a su posición estratégica actual, como segunda economía a nivel mundial
(en términos del volumen de PBI), como a la “cualidad superior” de su clase
obrera, derivada de la solidez e
inquebrantabilidad de su ética para el trabajo (léase: ética de la
auto-opresión).
Estos núcleos de ideas de sentido
común, de los que se desgranan sistemáticamente juicios y opiniones que no
hacen sino reproducir en términos expansivos, el universo del saber
dóxico, (como por ejemplo el
enaltecimiento del “paro a la japonesa”, etc.), no son conclusiones derivadas de un ejercicio “libre” de
reflexión, sino meras “habladurías” (Heidegger) sometidas a la tiranía del
“uno” (Mann) impersonal.
El proceso apuntado, propulsa el funcionamiento de un
círculo vicioso que retroalimenta las legitimidades “autolegitimadas” de esas
ideas, independientemente del habitus y
de la inserción en el espacio social del sujeto cognoscente que las actualiza.
El presente artículo, apunta a
combatir la irreflexividad de los actores sociales del capitalismo tardío
(Habermas); en lo que intenta no ser más que un ejercicio reflexivo (en sentido
cartesiano) de descentramiento, que contribuya a la liberación de la ilusión de
la libertad; pero que en ningún momento abroga por la imposición de un
determinado “punto de vista” (Sartre).
Nuestro objetivo, para con este artículo, es combatir la
unidimensionalización (Marcuse) social, a través de una historización del Milagro,
que por un lado revele la facticidad y contingencia que le son inherentes; y
por otro arroje luz sobre su faceta ideológica, en tanto representación
“impuesta libremente”.
The
lunatic is in my head. You raise the blade, you make the change. You re-arrange
me till I´m sane.
Pink Floyd
El sistema de empleo japonés, se
basa fundamentalmente en tres elementos: a) el empleo de por vida; b) el salario
por antigüedad (sistema Nenko); y c) el sindicalismo cooperativo o de empresa.
El empleo de por vida, surgido en el
contexto deficitario en términos de la oferta de mano de obra (Posguerra),
supone una serie de mecanismos para la retención del obrero, lo que no supone
que no se recurra a las disminuciones masivas de personal frente a crisis
económicas. Por otra parte el empleo de por vida alcanza apenas a un 30% de la
masa obrera.
El salario a la antigüedad, nos
lleva al sistema Nenko y a la llamada práctica del Shunto. El sistema Nenko, se
caracteriza por combinar diferentes criterios para la determinación del salario
real. Una parte fija, una variable (el bono bianual, aproximadamente 1/3 del
salario anual) y una parte entregada al final de la actividad (una suerte de
prima de jubilación).
El sindicalismo de empresa, basa su
acción en los principios de la concertación y la cooperación (en contraposición
con el sindicalismo de “industria”). En este sentido, la empresa constituye el
horizonte último de organización de los
trabajadores, y si bien son posibles las concertaciones entre los diferentes
sindicatos de empresa, no existen estructuras permanentes por ramo u oficio.
Por otra parte, es un sindicalismo integrado, con líneas jerárquicas propias,
que en numerosos casos, son la antesala para los cargos ejecutivos de
responsabilidad en la propia empresa. Además, es un sindicalismo cooperativo que, introduce entre sus
reivindicaciones presiones en pos de elevar los niveles de rentabilidad, lanzados
desde las políticas de “racionalización”.
Ahora bien, si esta forma de
sindicalismo se ha mostrado históricamente capaz de evolucionar, es
indudablemente porque ha sido capaz de asegurar un piso de beneficios
perceptiblemente ascendente.
Por otra parte, como complemento del
Nenko, debemos traer a consideración al Shunto (ofensiva de primavera). El
Shunto es una suerte de revisión anual de las condiciones salariales, que se
realiza al cierre del ejercicio contable de las diferentes empresas, en el momento
en que se proyecta en términos presupuestarios, el desarrollo anual de la
compañía. Este sistema tiende a producir una tasa homogénea de aumento salarial
para todos los rubros, en la medida en que “el contrato tipo, negociado primero
en un ramo clave, [...] sirve de base de negociación para las demás empresas o
industrias. [...] durante mucho tiempo la siderurgia ha desempeñado en Japón el
papel de ramo-diana”[3].
La negociación es de “una sola vez”,
los sindicatos por un lado se ponen de acuerdo en la tasa de aumento salarial,
y los sindicatos de patrones por otro lado, dan una respuesta definitiva,
generalmente irrevocable.
En esta lógica salarial, que combina
una parte fija y una variable, el criterio de la antigüedad es la parte
dinámica que da coherencia a largo plazo al sistema, mientras que los bonos y
primas posibilitan el ajuste coyuntural.
El avance de la racionalización de
los procesos y relaciones de producción (Nenko, Shunto, etc.), supone el
afianzamiento de una perspectiva de aprehensión de la realidad, que traslada la
competencia interempresa, en competencia interobreros. Los mecanismos antes
señalados (salario por antigüedad, empleo de por vida, etc.) tienden
indefectiblemente, a conformar una “aristocracia obrera”, minando así las redes
virtuales de solidaridad proyectadas desde su inserción en el espacio social.
En esta misma dirección, los créditos hipotecarios de las empresas, así como la
arbitrariedad y heterogeneidad de los criterios de las diversas escalas
salariales, junto a la competencia interobrera y la sindicalización
cooperativa, perfilan un “mundo de la empresa”, horizonte sobre el que cobran
sentido las relaciones sociales construidas en y desde la empresa misma.
De los métodos probados por la patronal
para lo organización obrera, durante el período de formación del “mundo de la
empresa” a lo largo de las décadas del 60´ y 70´, el de pequeños grupos
“autogestionados”, atravesados por las lógicas del control de calidad (CQ),
demostró ser la estrategia más eficiente de control.
Los CQ estudian los procesos de
producción intentando perfeccionar los métodos de producción y elevando los
márgenes de productividad. Las reuniones de los CQ, que se llevan a cabo en
cada uno de los talleres, suelen realizarse fuera de los horarios de trabajo,
sin pago de horas extras; y si bien es una instancia voluntaria, en la medida
en que los salarios dependen en grado significativo de las “calificaciones”
recibidas, el carácter voluntario de las reuniones no es más que un formalismo.
Ahora bien, el funcionamiento de
estos CQ, conduce a que los obreros reflexionen desde un punto de vista que les
es extraño en relación con su inserción en el espacio social. Por otro lado, a
la vez que atenúa el sentimiento de aislamiento que las nuevas tecnologías
producían en los obreros, les confina a una relación de rivalidad en pos de la
elevación de los márgenes de rentabilidad.
El poder de los trusts, como señala
Muto Ichiyo, no sólo se manifiesta en las “ciudades-empresas”, sino
fundamentalmente en las vastas redes de firmas subsidiarias que proveen
servicios o participan con importantes porcentajes en la producción total, y
que apenas mantienen una independencia formal.
Las más pequeñas de estas empresas
subsidiarias, derivan su producción a familias pobres donde las mujeres
trabajan a destajo por salarios miserables. A menudo, estas empresas
subsidiarias no son más que agencias de empleo, que reclutan mano de obra que
envían a las empresas principales, previo cobro de una prima de alrededor del
30 % del salario de los obreros.
Además hay otras categorías de
trabajador. El temporario, por ejemplo, puede ser echado indiscriminadamente; o
los estacionales o campesinos que buscan empleo en el mundo urbano durante una
parte del año.
Por ejemplo en la industria
siderúrgica la tasa de trabajadores exteriores es notablemente elevada (el 56%
en 1976). Por otra parte estos trabajadores “exteriores”, reciben alrededor de
un 30% menos de paga por igual trabajo, y son además segregados por los obreros
permanentes que se ubican en un status superior.
La reconstrucción de la economía japonesa
de posguerra, estuvo en manos de una burguesía subsidiada por el estado,
fuertemente cartelizada e impulsada por la correntada de dólares
norteamericanos. La guerra de Corea, “un don del cielo para el capitalismo
japonés”, según palabras del primer ministro monárquico Yoshira Shigeru,
significó una inversión de 23.000 millones de dólares por parte de Estados
Unidos, en gasto militar. Las fábricas de armamentos de reabrieron y se
pusieron a trabajar a plena capacidad.
Otro de los pilares de la reconstrucción, está conformado
por la aplicación sistemática y reiterada de planes de racionalización,
tendientes a elevar la productividad. En este sentido es sumamente
significativa, la creación, en 1955 del “Centro de la Productividad japonés”
encargado de proyectar las campañas de racionalización del trabajo.
Ahora bien, estas campañas. No se llevaron a cabo sin
resistencia. El período que va de 1952 a 1954 está atravesado por importantes
conflictos, y por la destitución finalmente de Takano, derrotado en el V
Congreso del Sohyo, con lo que decae el tenor de las reivindicaciones obreras y
se acepta la derrota consumada.
Si la Campaña de Primavera, logró imponerse más o menos
consensuadamente, fue sin duda porque aparecía ante los obreros como una
herramienta eficaz. E indudablemente lo era en cierto punto. A mediados de los
60´ la industria japonesa estaba en plena expansión, por lo que la oferta de
mano de obra era de por sí insuficiente. Si a esto sumamos además, que las
grandes sociedades retenían un gran porcentaje de dicha oferta a través de
diversos mecanismos, apreciamos que incluso las pequeñas empresas, debían
satisfacer las demandas salariales cada vez que la Shunto arrancaba concesiones
a la gran patronal. Con lo que puede advertirse que la eficacia de las campañas
de primavera dependía en gran medida de los mecanismos del mercado.
En este sentido el Shunto era un arma eficaz, e incluso, a
pesar de los reiterados esfuerzos de la Nikkerein, el salario real de los
trabajadores continuó aumentado a lo largo de los 60´. Ahora bien, como señala
Ichiyo, estos aumentos del salario real, potenciaron las presiones para una
sistemática política de racionalización general de las fuerzas productivas y de
las relaciones de producción. Es por ello que, y esto es sumamente importante,
“el índice de productividad del trabajo creció más rápido que el índice de los
salarios reales. [...] el capital se vio compelido a pasar de la explotación de
la plusvalía absoluta a la de la plusvalía relativa”[4].
Estas profundas transformaciones acaecidas en la sociedad
japonesa, se expresaban políticamente en el Partido Liberal Demócrata,
financiado por las contribuciones de
las grandes industrias siderúrgicas, de construcción, de los bancos y otros
monopolios. Con apenas 50.000 miembros
recibe el voto de unos 10.000.000. La clave de su éxito radica en una aceitada
maquinaria electoral, capaz de distribuir recursos, utilizando el Tesoro
Público como caja política de campaña.
Entre 1951 y 1973, el PBI japonés se multiplicó por 5,3, en
relación con un 2,4 del resto de las economías de mercado. Durante los 60´, la
tasa de crecimiento anual de Japón osciló en el 11%, mientras que la de Francia
lo hizo en torno al 5,8, la de Alemania al 4,8, la de EEUU al 4,1 y la del
Reino Unido el 2,8. Este fenómeno se explica, por el grado de concentración de
las grandes sociedades y sus respectivas inversiones en el sector de
equipamiento. Mientras en los 70´, Japón invertía el 37,6% de sus gastos
nacionales brutos en equipamiento, EEUU sólo gastaba el 13,8%, el Reino Unido
el 18,4, y RFA el 26,4%. Durante la década del 60´, las 10 firmas privadas más
importantes de Japón multiplicaron sus activos por 5, de 1,824 mil millones de
yenes a 8,749 mil millones de yenes; y sus beneficios netos por tres.
Ahora bien, en el mismo período si bien los salarios
nominales de los trabajadores se triplicaron aproximadamente, los salarios
reales aumentaron apenas un 1,8%. Además, debe tenerse en cuenta el raquitismo
de las políticas de seguridad social, de la forma japonesa de Estado Social,
donde el “índice de seguridad social en Japón aún en los 10 años de
prosperidad, alcanzaron apenas un magro 17 contra los 100 de Estados Unidos y
los 133 de Alemania Occidental”[5].
Según otras fuentes, entre 1973 y
1986, el salario nominal creció a una tasa promedio anual del 8.17%, y el
índice de precios al consumidor aumentó a un 5.88%. Sin embargo, esta leve
mejoría en el poder adquisitivo de la clase trabajadora japonesa se disipa si
consideramos los niveles de oscilación del salario real, que apenas se elevó en
promedio, el 1.95%. Se observa una clara tendencia decreciente en los
porcentajes de los aumentos alcanzados por las negociaciones de primavera, que
después de la cifra récord de 1974 (32.9%), declinan sistemáticamente para
ubicarse en apenas un 2.2 % en 1986.
La
relación inversa que describen las curvas de las tasas de crecimiento del
salario real por un lado, y la de los beneficios netos de las empresas, como ya
apuntamos previamente, está directamente vinculada a las campañas de
racionalización.
Tomemos como ejemplo la producción
de los altos hornos japoneses. Cada uno producía la media de 1723 toneladas de
acero por día, en relación con las 627 toneladas de Francia, las 845 toneladas
del Reino Unido, las 1039 de Alemania Occidental, las 1465 de Estados Unidos y
las 1694 de la por entonces URSS. Esta notable diferencia, se explica, en
parte, por el grado superior de la tecnología empleada en los altos hornos
japoneses; pero por otro lado por las diferencias notables del costo salarial.
Mientras que la fracción del costo salarial de una tonelada de acero bruto era
apenas 17 dólares en Japón, en Estados Unidos llegaba a los 103 dólares. Los
planes de racionalización (gorika) implicaban el uso de nueva tecnología, así
como la aplicación de nuevos métodos de control de los trabajadores, sobre los
que hemos hablado previamente.
En cierta medida, la disminución de
la combatividad obrera decrece en
relación directa con la efectivización de los sucesivos planes de racionalización.
La última huelga en la siderurgia, que de todos modos resultó infructuosa, data
de 1967, en el contexto de la segunda fase del tercer plan de racionalización.
Durante los 60´, las industrias
existentes, como la automovilística y la siderurgia, conocieron una vertiginosa
expansión, y fueron además creadas nuevas industrias en gran escala, como la
petroquímica y la electrónica. Y si bien esto podría llevarnos a suponer que la
creciente demanda de mano de obra habría facilitado el entorno de la negociación
de las campañas salariales, de hecho los salarios reales se elevaron en pequeño
grado, estos aumentos estuvieron muy por debajo de los aumentos de la
producción.
El éxito macroeconómico de Japón,
poco se corresponde como hemos visto, con un mejoramiento, si quiera
cuantitativamente significativo del “nivel de vida” incluso en términos de los
indicadores económicos clásico-formales.
Los notables aumentos de los
volúmenes de producción, así como las curvas ascendentes de los niveles de
productividad o el grado de diversificación del aparato industrial, fueron
logros alcanzados en base al aniquilamiento físico e intelectual de gran parte
de los trabajadores japoneses. La derrota de los mineros de Miike o el “mundo de
Sony”, son claros ejemplos de lo apuntado.
Las estrategias adoptadas para la
implantación de las sistemáticas racionalizaciones, supuso como contrapartida
la contratación de rompehuelgas profesionales, la infiltración de personas en
los barrios obreros, la formación de sindicatos paralelos dirigidos por la
empresa, la agresión física de los sindicalistas o la coerción en sus lugares
de trabajo (despidos, traslados, trabajos diferenciales). Estos fenómenos
configuran el lado oscuro del milagro.
Ahora bien, la dimensión ideológica
(el lado oscuro), no se limita al ocultamiento de los costos sociales de los
procesos de reconversión de los procesos productivos. Cuando comenzamos este
trabajo definimos ideología como una
suerte de enmascaramiento activo del mundo. Cuando decimos activo, queremos
decir productivo. El ocultamiento, la distorsión de determinados fenómenos son
fuerzas que producen el mundo, en la medida en que transforman las
representaciones que de este se forjan los diferentes actores.
El Milagro japonés, a servido como
materia para la proyección de un nuevo horizonte de posibilidad, de una utopía
social globalizante, que en esos términos, intenta funcionar como experiencia
histórica capaz de legitimar políticas económicas para el Tercer Mundo.
Independientemente del tenor de
estas políticas económicas (neoliberales de Chicago, monetarismo puro,
neokeynesianismo remozado), todas articulan sus propuestas de transformación
sobre la base del éxito “ideológicamente” construido del capitalismo japonés.
Sin que en ningún momento se haga una reflexión crítica de la génesis del
capitalismo japonés de posguerra, los ideólogos oficiales reproducen estos
horizontes utópicos en los medios de comunicación de los países emergentes, y
preparan así la opinión pública para la “salida única”. En Argentina no puede
dejar de mencionarse la eficiente labor llevada a cabo por el discurso
mediático de Bernardo Neustadt o Mariano Grondona durante los 90’.
La oscuridad que envuelve “el lado
oscuro” del Milagro, no hace sino proyectar a escala planetaria las
legitimaciones necesarias para las diversas gamas de “políticas de la miseria”,
que disparan geométricamente la muerte física y mental.
Ontologización del mundo de la empresa
En este apartado, intentaremos
comprender, como operan efectivamente, los nuevos mecanismos de control que
hemos identificado funcionando a partir de las transformaciones acaecidas en
las relaciones de producción.
Desde nuestro punto de vista, la
clave está en el concepto de “mundo de la empresa”. El análisis del mundo, como
existenciario, como “carácter del Dasein mismo”[i],
como “horizonte dentro del cual los entes se le muestran al Dasein”[ii] permitió a Heidegger descubrir, que este no
era sólo un mundo de útiles y cosas. Puesto que encontramos también a los
otros, entes que no son ni a-la-mano
(Zeuge) ni ante-los-ojos (Vorhandenes),
sino que tienen la forma de ser del Dasein.
Para
Heidegger, el mundo del Dasein es siempre un mundo compartido un co-mundo
(Mitwelt). “El Dasein es esencialmente ser-con (Mitsein)”[iii].
Esta estructura, el Mitsein,
significa un estado de abierto respecto de los otros. El mismo término Da-sein indica con el prefijo Da (ahí), que el hombre es en el mundo y
abierto al mundo, en el sentido de dispuesto respecto del él, de abierto a los
demás entes, tanto en el sentido de los útiles que maneja como de los hombres que existen con él (ser-en-el-mundo;
[In-der-Welt-sein][iv]).
El
“mundo” como horizonte ontológico de significación y sentido es precisamente en
cada caso, el espacio de juego
(spielraum) desde el cual se construye el sentido de la “realidad”, de acuerdo
a la acción insubstancial de proyectar
qué es por sí el hombre mismo.
El
“mundo de la empresa”, desde esta perspectiva, es mucho más que una simple
expresión acotada a la tarea de aprehender un fenómeno de identificación subjetiva
del trabajador con la firma que le ha contratado. El “mundo de la empresa”,
actúa como horizonte de sentido, y por ende delimita el campo de lo posible y
de lo verdadero. Es en estos términos, el método de control más eficaz a
desarrollar, porque se aloja en el interior mismo de los hombres ocasionando
una “distorsión” originaria, que inhibe y reduce el campo del ser del Dasein al
“mundo de la empresa”.
Este
fenómeno supone un oclusión radical en el proceso de significación del mundo
obrero, que supera, como mecanismo “enmascarador” cualitativamente a toda forma
de ocultamiento ideológico. No se trata de que “el mundo de la empresa” sea un
velo deformador interpuesto entre los obreros y el mundo (dimensión ideológica)
sino que esta forma de control, domina al aparato mismo de significación del
mundo, en la medida en que este es ya una estructura ontológica del sujeto
cognoscente.
Lisa
y llanamente, lo que queremos decir es que, a la dimensión ideológica del
milagro, tenemos que intentar complementarla, si es que queremos develar el
“sistema de dominación ideológico”, analizando el extrañamiento originario del
“punto de vista” de los actores, no en relación a un estado “esencial de
no-alienación”, de acuerdo con una perspectiva histórico-lógica del tipo de las
del iusnaturalismo. Sino que por el contrario, el control del punto de vista,
debe entenderse para nosotros, como un modo de ser posible del Dasein (lo que
no quiere decir que no intentemos cambiarlo de acuerdo con los sistemas
axiológicos que elijamos). Un obrero de la empresa, en un mundo de la empresa,
son mecanismos de control tan eficientes, porque se alojan en la interioridad
del hombre y le hacen ser lo que es. No es una distorsión externa del campo de
visión, sino la construcción misma de nuestra posibilidad de ver (significar el
mundo).
(el
lunático está en mi cabeza, [...] tú haces el cambio)
Finalizado
este breve recorrido histórico, económico y filosófico del “Milagro japonés”;
estoy convencido, que a pesar de la brevedad de los análisis, hemos conseguido
dejar en claro nuestra posición, y en mayor o menor medida hemos logrado
argumentar con cierta solidez a su favor.
Sistematizando los desarrollos de
los apartados precedentes, entendemos que lo que hemos llamado “el lado oscuro
del Milagro”, puede abordarse en tres claves diferentes. Por un lado, hemos
intentado demostrar, que el modelo de industrialización japonés de posguerra,
en su forma de Milagro (años 60´ y 70´), evidencia una notable dislocación
entre los logros macroeconómicos (PBI, exportaciones, mercados, productividad,
etc.) y las condiciones de vida de la población japonesa trabajadora (niveles
de consumo, poder adquisitivo, condiciones de trabajo, etc.), en relación con
otras economías capitalistas exitosas macroeconómicamente (EEUU, Alemania,
etc,)[6]. Este es el fenómeno de oscuridad económica.
La segunda clave de abordaje supone
la recuperación de lo que hemos llamado propiamente la “dimensión ideológica”
del milagro. Este punto aprehende precisamente el proceso de “globalización”
ideológico del “mito” del Milagro, como nuevo horizonte utópico adoptado por
los países pobres y las economías emergentes; como fuerza legitimadora para las
políticas neoliberales, el fundamentalismo monetarista, o para versiones
licuadas del neokeynesianismo. Lo que pone en evidencia que, la función
ideológica del Milagro, poco tiene que ver con las características mismas del
proceso japonés sino que, básicamente, el Milagro actúa como potencia
modernizadora (en el sentido teleologizante) para el capitalismo (en sus
múltiples variantes) del Tercer Mundo.
Por otro lado, la tercer zona oscura
del Milagro, se corresponde con la hegemonía del “mundo de la empresa”, como horizonte
de significación del mundo social. Con este apartado, intentamos reflexionar
acerca de la internalización efectiva de los mecanismos de control social, que
posibilitaron (no sin resistencia) la implantación de las nuevas estrategias de
producción. Cambios en las relaciones de producción, que se proyectan sobre la
expansión sistemática de una ética de la eficiencia y la productividad (la
ética autoeligida del mundo de la empresa).
El carácter instrumental (Escuela de
Frankfurt) del “sistema ético de la empresa”, como modo de ser posible del
Dasein, reduce el universo de las relaciones humanas al intercambio funcional
de la mentalidad tecnocrática (Marcel) y reduce el carácter dialéctico de la
razón (Marcuse) a un mero “operacionismo”.
Inhibidos los actores para proyectar
un “deber ser” por fuera del espacio de juego del mundo de la empresa,
encuentran irracionales los intentos por producir cambios reales. Desde nuestro
punto de vista, de acuerdo con lo que planteamos al comienzo de este artículo, de
las tres facetas perversas del Milagro, indudablemente la más problemática es
la del “mundo de la empresa”, porque en su dinámica misma de desarrollo no hace
sino crear mecanismos cada vez más sofisticados ontológicamente hablando, de
control y neutralización del cambio.
Con este artículo, como habrá podido
apreciarse, no hemos intentado un análisis pormenorizado de la economía
japonesa de posguerra, por eso hemos intentado reducir al mínimo las citas y
hemos evitado introducir tablas o gráficos estadísticos. Nuestro principal
objetivo, era develar lo que desde nuestra perspectiva, eran las dimensiones
menos trabajadas habitualmente, cuando se discute acerca del Milagro japonés.
Dimensiones sin embargo, que son desde nuestro punto vista, las bases de sustento
de la dominación económica objetiva.
Queda como tema para un nuevo
artículo, abordar la crisis que actualmente atraviesa el Japón en términos
macroeconómicos; para intentar establecer cuál o cuáles de las dimensiones negras
del Milagro han dejado de funcionar correctamente. ¿Es posible hoy financiar la
tasa de ganancia media, con las diferencias obtenidas de la brecha entre los
estándares de vida de Europa y EEUU, en relación con el costo salarial japonés?
¿Cuáles son hoy los costos de comercialización en relación con la brecha
salarial apuntada? ¿Los mecanismos de control que operan a nivel ontológico,
pueden hoy seguir asegurando el ascenso indefinido de los márgenes de
productividad? Es este indudablemente un tema central para poder comprender el
funcionamiento del mundo económico y social del Japón.
Para
concluir, sólo quiero reiterar que, más allá de la brevedad del artículo, creo
haber podido abrir la discusión acerca de lo habitualmente no dicho por
los ideólogos capitalistas del Tercer
Mundo. Con ello espero hacer un aporte (aunque sea bastante insignificante)
para que nuestras sociedades (las de los países emergentes, en vías de
desarrollo, pobres, etc.), resistan la partición del mundo en áreas de luz y de
sombras. Porque, en última instancia, nuestras representaciones del mundo son
las fuerzas que le configuran. Solo necesitamos saber que el lado oscuro de
luna (Dark Side of the Moon) es posible, porque las diversas sociedades
cubiertas de polvo y penumbras proyectan objetivamente, presas de la ilusión de
la libertad, y fumando con fruición la pipa de la resignación, su propia
esclavitud y muerte.
[1] Bourdieu, Pierre y Wacquant, Loïc, Respuestas por..., op. cit., p. 23.
[2] Evitamos aquí introducirnos en el debate acerca de la dinámica de interacción entre la estructura y la superestructura (Urlaub), porque excede el sentido del presente trabajo. De todas formas, queremos dejar por sentado que tomamos posición por quienes se oponen a las diversas formas del “stalinismo remozado”, a favor de una utilización no fosilizada del materialismo histórico.
[3] Coriat, Benjamín, Pensar al revés, Siglo XXI, Madrid, 1992, p. 78.
[4] Ibídem, p. 49.
[5] Ibídem, p. 59.
[6] Obsérvese, que en esta comparación, no estamos apelando a una sociedad idealmente construida; o a principios éticos (a discutir), con los que podríamos exacerbar el desfase entre las esferas señaladas. Simplemente nos limitamos a señalar el costo social del milagro japonés en relación con otras economías también capitalistas.
[i] Carpio, Adolfo, Principios de Filosofía, Ed. Glauco, Buenos Aires, 1984, p.403.
[ii] Carpio, Adolfo, Principios..., p. 404.
[iii] Heidegger, Martin, El Ser y el Tiempo, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1951, p. 139.
[iv] El “ser en”, es la expresión existenciaria formal del ser del “ser ahí”. La forma verbal alemana “bin” [soy] tiene que ver con la preposición alemana “bei” [cabe, en la traducción de José Gaos]. Como señala Gaos, la expresión alemana “Ich bin” [yo soy], quiere decir alternativamente “habito”, “me detengo cabe...”, el mundo, como algo que me es habitual, familiar, frecuente.