Por Maria Laura Zabala
Observatorio de Conflictos,
Argentina
China, una de las
regiones más ricas del globo, con ríos numerosos que se prestan a la
navegación; sus costas con puertos magníficos y las montañas de la región
occidental contienen riquezas minerales incalculables. Estos recursos naturales
están repartidos con gran desigualdad, lo que también se traduce en el ámbito
de la economía. Tras quince años de política reformista, no resulta posible
hablar de una única economía. Lo atípico es lo único típicamente chino.
Durante
décadas, los uniformes maoístas, constituían la identidad del país. Las comunas
populares regulaban la vida campesina y casi todos eran pobres. El dinero no
les hacía falta ya que su supervivencia estaba asegurada, y además no había
nada que comprar.
En cambio, la
nueva política obedece al lema: La riqueza es gloria y es lícito que algunas
personas se enriquezcan antes que los demás. Los tiempos de igualitarismos han
pasado. El país ha emprendido otro rumbo (1).
El ingreso de China a la OMC supone la
gran apertura del mayor mercado mundial y de la economía más dinámica del
planeta. Este ingreso fue realizado, después de grandes y reiterados esfuerzos,
el 11 de diciembre de 2001, y fue una
de las grandes noticias que este país ha producido en los últimos 10 años,
aunque esta información ha sido ignorada por la mayoría de los medios de prensa
mundiales.
Sin embargo, para comprender por qué su
ingreso fue tardío, debemos hacer un desarrollo retrospectivo de las relaciones
económicas de este país, que lo llevaron a ser hoy por hoy una de las potencias
intocables del mundo.
Para comenzar, debemos remitirnos a los
siglos XVI y XVII, cuando el capitalismo europeo se hallaba en una fase de
acumulación primitiva del capital, por lo que numerosos mercaderes procedentes
de Europa merodeaban las zonas costeras de la china. Éstos eran portugueses,
españoles, holandeses y británicos, que llegaron a China entre 1575 y 1637.
Todo esto se daba durante la dinastía Ming (1368-1644).
En el siglo XVI, los portugueses ejercían
el dominio de los mares y monopolizaban el comercio con Oriente, pero en
el XVII fueron sustituidos por los
holandeses. Mientras que en el siglo XVIII, Inglaterra se encontraba en
condiciones de ocupar el primer puesto en el comercio con China y el Lejano
Oriente. En principio, los colonialistas emprendieron la conquista de los mares
sin reparo alguno, aunque adoptaron una actitud cautelosa hacia el Imperio
Chino, ya que era un país unificado y con grandes tradiciones culturales.
Pero a mediados del siglo XVIII,
prósperos capitalistas industriales ingleses, que habían acumulado grandes
fortunas y poder, pusieron en marcha los planes de expansión oceánica y
pensaron en convertir a China en mercado propio donde colocar sus excedentes de
mercancías.
En este período, el gobierno Manchú de
China estaba intensificando su política de aislamiento. Desde 1757, el comercio
con mercaderes extranjeros se hallaba limitado al puerto de Cantón. Éstos
debían cumplir las reglamentaciones oficiales en cuanto a la duración de su
estadía, los lugares de residencia y el alcance de sus actividades en Cantón
(2). Además, no se les permitía tratar con los organismos gubernamentales
chinos.
Para entender por qué los manchúes
adoptaban esta política de aislamiento, debemos comprender el deseo de esta dinastía
de salvar su propio régimen, ya que la historia de China muestra que cualquiera
fuera la dinastía que imperara, el peligro exterior coincidía con disturbios
interiores. Los propios manchúes habían invadido China y establecieron su
dominio sacando partido del desasosiego interior durante la dinastía Ming (3).
Por esto, se protegían de estas nuevas fuerzas, extrañas a ellos, y que
provenían del otro lado del mundo, demasiado lejano y oscuro para ellos. Pero,
cuando descubrieron que esta política era impotente ante los extranjeros,
viraron gradualmente enfilando hacia una política pro-extranjera, con la
esperanza de conservarse en el poder.
En el siglo XIX, Gran Bretaña seguía
manteniéndose como potencia dominante en el comercio con China. Pero, a mediados
de siglo, el Imperio Manchú se encaminaba hacia una crisis interna, que se manifestaba bajo la forma de
inquietud campesina. Los levantamientos campesinos no llegaban a ser una
guerra, pero eran cada vez más los campesinos oprimidos que se levantaban en
armas. Además, la corrupción paralizaba el brazo de la máquina burocrática, por
lo que los manchúes optaron por aislar China de las potencias extranjeras. El
gobierno chino, por tanto, establece una prohibición: ningún enviado extranjero
será autorizado a entrar a Pekín.
A los ojos de los capitalistas
británicos, después de la abolición del monopolio de la Compañía de las Indias
Orientales (1834), las fiscalizaciones y restricciones impuestas al comercio
exterior por el gobierno chino constituían el único obstáculo que se alzaba
ante el propósito de abrir el mercado del Lejano Oriente.
Debido a prohibiciones con respecto al
comercio del opio de parte del Gobierno Chino, se desata la primera Guerra del
Opio (1839-1842), la que representa un momento crítico. La derrota china abrió
las puertas a la opresión de la Nación China por parte de los capitalistas
extranjeros e intensificó el antagonismo entre los gobiernos locales de
provincia y el Gobierno Chino central.
Debido a esta derrota se firmó un primer acuerdo (Tratado de Nanking-1842-) por
el que se abrieron nuevos puertos, se le cedió a Gran Bretaña la isla de Hong
Kong y se pagó una fuerte indemnización a los agresores.
Pero los extranjeros no se contentaron
con esto y, con el propósito de consolidar y ampliar los privilegios económicos
y políticos logrados en China, desataron otra guerra conocida como la Segunda
Guerra del Opio (1857-1860) la que culmina con la toma de Pekín. Poco después,
los franceses obtuvieron la legalización
y el cultivo del opio mediante una Tercera Guerra del Opio.
Con todo esto, los burócratas chinos
trataban de ser como mediadores entre el pueblo y los extranjeros; maniobra
política que falló ya que pronto se produjo uno de los alzamientos mas grandes
del pueblo chino: Alzamiento Taiping.
Este alzamiento produjo un gran trastorno en la vida política de China.
Entre 1860 y
1895 se produce una restauración China, donde el objetivo es modernizar el país
en un sentido occidental. Se crearon ejércitos privados bajo el control de
mandarines. Pero sobre fines de 1895, se produjo una primera señal de la
bancarrota de este nuevo sistema de poder y de este intento de modernización.
Ese año China fue derrotada por un antiguo reino tributario: Japón, que también
busca su parte en el reparto imperialista. Finalmente, en el 1900 se da la
Revuelta de los Boxers como último intento de la dinastía Manchú por recuperar
el poder.
Con todos estos sucesos, en 1911, se
funda la República China, época de lucha campesina y de aplicación del
marxismo. El Partido Comunista de China (PCCH) va a fundar sus bases en el
campo. Aparece la figura de Mao Zedong, hijos de campesinos acomodados de la
ciudad de Hunan, como uno de los fundadores fundador del partido. En 1926 va a
ser excluido del partido por sus ideas respecto al campesinado; proponía el
esfuerzo organizativo del partido en el campo. Mao Zedong sigue la táctica de
los movimientos insurgentes y sus primeros aliados van a ser los bandidos.
Forma una zona liberada en la región montañosa en la que se van a estrellar
todos los intentos de represión nacionalista. Las tesis de Mao terminan
triunfando: Así, entre 1934-1935 se
produce la Larga Marcha, como símbolo de la refundación del partido comunista.
Dos años después de esta etapa de
reorganización política se produce la Guerra Abierta de Japón sobre China
(1937-1945). Este es un período de frente unido contra Japón. Los japoneses no
van a controlar nada mas allá de las ciudades costeras mientras se produce un
gran avance comunista en el campo. El PC propone que el ejército debe actuar en
comunión con el campesinado para verse así mismo como el verdadero
nacionalismo.
En 1945, el fin de la guerra. El PC tiene
las bases políticas bien organizadas, consolidando con esto el legítimo apoyo
del campesinado. Así, en 1949 por primera vez un partido campesino llega al
poder. A nivel agrario se produce una reforma de la propiedad, lo que no
resuelve el problema de la pobreza, trasfondo de una economía desarticulada. En
1954 van a tener una constitución como un calco de la constitución soviética
cuyos únicos beneficios son los de la paz.
Se abre también un período de apertura
ideológica (1956-1957) llamado la Campaña de las Cien Flores, que pretende
atraerse el apoyo de los intelectuales. El fracaso de este movimiento tiene
como resultado el anti-intelectualismo
de los años siguientes, considerando a los intelectuales como peligrosos. Por
esto, el PC empieza a crear escuelas rurales para lograr una educación
generalizada y para formar los cuadros políticos necesarios.
Con el Gran Salto Adelante Mao propone
una vía de desarrollo distinta, que combina la industrialización con el
desarrollo agrícola. Se trata de formar grandes unidades productivas en el campo,
luego en inmensas Comunas Populares. Se trata de destruir el individualismo, de
disolver los vínculos familiares. Estas comunas deberán desarrollar un gran
avance en la producción agrícola y una producción industrial que las abastezca.
A fines de la década de 1960, la
República Popular de China se había convertido en un nuevo factor de poder en
la política internacional. Los dos años siguientes fueron para la población
china los de mayores privaciones de alimentos que este país ha sufrido en este
siglo. El fracaso del concepto maoísta de desarrollo provocó la oposición de
una mayoría de dirigentes civiles del partido y algunos militares destacados
quienes empezaron a someter las ideas y programas de Mao a una profunda
revisión (4).
Así, se constituyeron dentro de la elite
dirigente fracciones cuyas líneas divisorias atravesaron todos los subsistemas,
por lo que el líder del partido exigió, en septiembre de 1965, la introducción de una campaña de purgas contra los
intelectuales críticos. La mayoría de los círculos internos de la dirección negó la aprobación de esto. La ruptura
abierta en el partido ya no podía evitarse.
La Revolución Cultural, crisis que
sacudió en sus cimientos la República Popular de China y que condujo al país al
borde del caos, se inició bajo la forma de una polémica intelectual. Comienza
una etapa de represión y controversia en todos los aspectos de la sociedad,
encabezada por la facción maoísta. Sobre finales de 1966, la izquierda de la
Revolución Cultural se impuso y fue entonces cuando comenzó el mayor ataque
contra la facción antimaoísta. La Revolución Cultural debía llevarse entonces a
las fábricas y comunas rurales. El aparato del partido dejó de funcionar;
sectores de la población escaparon al
control central; el gobierno comunista de China parecía estar en sus últimas.
Había que construir de nuevo el partido.
La fracción victoriosa no se presentaba
como un grupo programáticamente cerrado. Representaba una coalición que comenzó
a desmoronarse doce meses después (1970) presentando la primera crisis en la
transformación de la dirección individual carismática de Mao a un sistema de
dirección institucionalizada, colectiva, realizable luego de la muerte de este.
En el IX Congreso del Partido Comunista,
se nombra como sucesor a Lin Biao; La lucha del poder político dentro del
partido se hizo visible con el intento común de los funcionarios del aparato de
la administración estatal y de la inmensa mayoría de los líderes militares
regionales por alejar a éste del cargo.
Desde el punto de vista de la dirección
política, la crisis de Lin Biao se debió por cuatro tipos de polémicas (5):
1) sobre la futura política
exterior de la República China
2) conflicto sobre la planificación
y administración de la economía
3) sobre si se debía considerar
concluida la Revolución Cultural
4) Disputa sobre la política social
en la agricultura que a lo largo del invierno de 1970-1971, que se convirtió en
un conflicto decisivo para la crisis.
Los cambios que se sucedieron a la caída
de Lin Biao en China se manifestaron en la política de nombramientos, en la
economía, en lo social y en la política cultural y educativa.
En 1976, muere Mao Zedong, se produce una
restauración de la elite y luego de una pequeña puja del sector maoísta se da
el ascenso de Deng Xiaoping al poder (1978) y de muchos de los antiguos cuadros
técnicos del partido purgados durante la Revolución Cultural.
En ese momento se da una restauración del
capitalismo en China y una reforma en el sector agrícola: se vuelve a la
pequeña propiedad campesina. El Estado es el dueño de las tierras y es él quien
se las arrienda al campesino. Éstos debían pagar impuestos pero podían vender
su producción como querían. Todo esto, unido a la llegada de una tecnología
racional, va a provocar la duplicación de la producción campesina en la década
de 1980. A nivel urbano hubo un retorno a la propiedad privada. También se
produce un ingreso masivo de capital extranjero a China.
Después de 1989, el Gobierno Chino puso
en marcha una política de liberación radical y se alineó con los representantes
más importantes de la mundialización (Estados Unidos, Inglaterra, Rusia).
Las reformas del urbanismo, iniciadas a
partir de 1984, supusieron una redistribución de la riqueza: la transferencia y
privatización de recursos beneficiaron a nuevos grupos con intereses
particulares. Esto provocó desigualdades: desintegración de la cobertura
social, diferencia entre ricos y pobres, paros masivos y el éxodo de la
población rural hacia las zonas urbanas.
Nada de esto se hubiera producido sin la
intervención del estado, el que ejerció un fuerte dualismo entre la continuidad
política y la discontinuidad económica y social. Uno de los objetivos del poder
era resolver su crisis de legitimidad (movimiento social de 1989). Desde ese
momento la hegemonía del discurso neoliberal impidió cualquier debate sobre
alternativas diferentes. La entrada de China en la OMC ha marcado la última
etapa de ese proceso. Para comprender su origen debemos remontarnos a los
cambios acaecidos durante 1978 y 1989, y analizar el estado en la puesta en
marcha de la economía de mercado (6). El fracaso del movimiento social de 1989,
cuyas aspiraciones fueron aplastadas en junio en la Plaza de Tiananmen, constituye
el momento decisivo de esa evolución.
La liberalización intelectual de los
noventa socavó las antiguas ideologías y abrió nuevas perspectivas al
pensamiento crítico. Como el Estado Socialista constituía su principal
objetivo, el pensamiento crítico no vio ni comprendió las particulares
características de las nuevas contradicciones sociales. Se trata de un
socialismo nuevo, balbuceante, que exigía prestaciones sociales, igualdad,
justicia y democracia en un contexto de rápido desarrollo del mercado.
Para el resto del mundo, los neoliberales
parecían ser los que ponían al régimen en tela de juicio luchando contra la
tiranía y a favor de la libertad. Disimularon sus complejas relaciones con el
poder en el que se apoyaban para desarrollar el mercado interior y presionaron
para que se llevara a cabo una política de descentralización y de privatización
de la riqueza.
La lucha por la democracia, la igualdad y
la justicia social fue aplastada por la violencia del estado en la Plaza
Tiananmen, aniquilando las posibilidades históricas de las que el movimiento
era portador. Su fracaso indirectamente se debió a que no fue capaz de vincular
las reivindicaciones democráticas con las reivindicaciones sociales. Además,
tampoco fue capaz de desarrollarse como una fuerza social estable. Después de
este suceso, la contestación social fue comprimida a un espacio muy reducido
mientras el discurso neoliberal se convertía en hegemónico.
Después de la gira de Deng Xiaoping por el sur, en 1992, el gobierno aceleró la creación del mercado. La política monetaria se convirtió en un importante instrumento de control y se ajustó el índice de cambio para promover las exportaciones. El neoliberalismo reemplazó a la ideología del Estado, imponiendo sus directrices y orientaciones del gobierno, a su política exterior y a los nuevos valores que difundían los medios de comunicación.
Los graves problemas sociales de los
noventa (corrupción, especulación inmobiliaria, paros, introducción de la
lógica del mercado en el campo, las migraciones masivas, etc.) estaban
estrechamente vinculados con las condiciones sociales anteriores a 1989. La
mundialización agravó aún más estos problemas. El auge de los mercados condujo
a la polarización social y a un desarrollo desigual, desestabilizando los
fundamentos de la sociedad. Las reformas y la apertura económica iniciaron un
desarrollo económico real e importante.
El ingreso en la Organización Mundial del
Comercio (OMC) es noticia para China por los enormes desafíos e incertidumbres
que contiene. El ingreso en la OMC derriba barreras y tasas, reduce subsidios
estatales y protecciones, abre el mercado y la industria nacional China a la
competencia extranjera. Para bien o para mal, liberalizará el sector bancario y
troceará los monopolios. Sus beneficios están claros: supondrá un enorme
incentivo a los exportadores chinos, atraerá aún más inversiones extranjeras
y facilitará el acceso a tecnología más
moderna.
La otra cara de la moneda es que
arruinará a millones de campesinos cuya producción está actualmente subsidiada
y protegida. En la industria se dará vía libre a las quiebras de empresas
estatales. Habrá un incremento en las diferencias entre ricos y pobres y se
esperan nuevos flujos migratorios hacia las ciudades y regiones prósperas, que
ya están superpobladas y cuyo crecimiento es a costa de invadir superficies
cultivables que son imprescindibles para la alimentación de China.
El ingreso significará una economía menos
dirigida y controlada por las autoridades, una situación cargada de riesgos. Y
todo esto va a ocurrir en el contexto de un cambio crucial en la dirigencia que
podría ser incentivo de batallas políticas y escisiones, con gran efecto
desestabilizador.
En China, el dinámico crecimiento
económico por encima del 10% en la primera mitad de los noventa, de alrededor
del 7% actualmente, no tiene parangón. Su estabilidad política es enorme
comparada con la rusa. Esas dos diferencias son las que permiten hoy al país
ingresar en el desafío de la OMC. El ingreso no significa que China vaya a ser
abandonada a la mano invisible y a las fluctuaciones del libre comercio. La
propia entidad de China y de su economía dará mucho juego para "traducir
al chino" este ingreso y no convertir al país en un esclavo de la OMC y de
sus normas. De alguna forma, la Organización Mundial del Comercio
"ingresó" en China, o por lo menos podría haber un movimiento en dos
direcciones. Sin embargo, la incertidumbre es enorme y lo que está en juego
tiene implicaciones mundiales.
(1) Fritz
Vorholz, "China en transformación". Debats, Edicions Alfons el
Magnanim, número 47, marzo 1994
(2) Hu-Sheng,
"Historia de las relaciones entre China y las Potencias Imperialistas
(1840-1925)". Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, Uruguay, pp. 7-57
(3) op. cit. Hu-Sheng,.....
(4) Historia
Universal, Siglo XXI, Volúmen 36: El Siglo XX: III- Problemas mundiales entre
los dos bloques de poder. "La República Popular de China como nuevo factor
de poder en la política mundial", pp. 248-299
(5) op. cit.
Historia Universal,.....
(6) Wang Hui,
"El avance de los neoliberales Chinos", Le Monde Diplomatique, Ed.
Española, abril 2002.