El Apartheid después del Apartheid.
Consecuencias sociales de la segregación racial en la Sudáfrica actual.
Por María Alicia Divinzenso
Observatorio de Conflictos,
Argentina
La
celebración de las primeras elecciones multirraciales en abril de 1994 abrió
una nueva etapa en la historia de Sudáfrica. Pero hoy, a ocho años del fin
institucional del apartheid, la población mayoritariamente negra se pregunta
qué beneficios reales se obtuvieron y comienza a criticar las medidas
“modernizadoras” de Nelson Mandela y del actual presidente Thabo Mbeki.
En
una sociedad donde, de sus 43,8 millones de habitantes, 5 millones están
afectados por el VIH-SIDA, sin mencionar otras enfermedades como la tuberculosis y el cólera, que evidencian
una clara crisis en el sistema sanitario y basada fundamentalmente en las
condiciones de vida que proporcionan la falta de electricidad y agua potable;
donde los índices de criminalidad y desocupación son alarmantes; y donde empiezan
a emerger nuevas formas de protesta que cuestionan la “lealtad” del gobierno a
la “causa negra”. La desigualdad social sigue siendo una de las mayores del
mundo, y se sigue agravando, producto de la política de “reestructuración
económica” llevada a cabo por el actual gobierno, “guiado” por el Banco Mundial
y el FMI. Esta reestructuración incluye un estímulo de las inversiones
extranjeras, privatizaciones de los servicios básicos y una fuerte
flexibilización del mercado de trabajo.
En
esta situación, cabe preguntarse cuáles fueron las consecuencias sociales del
“desarrollo separado” y cuál es el papel del Congreso Nacional Africano (ANC),
que parece haber reemplazado el apartheid de características raciales por otro
económico.
Orígenes de Apartheid: Evolución histórica.
La discriminación de los no-blancos fue un rasgo
inherente a la sociedad sudafricana desde un primer momento. La primera
colonización había llevado consigo la idea de la superioridad del blanco.El
mito de que el pueblo bóer era el elegido por Dios se afirma tras la derrota de
los zulúes en 1838. Con la soberanía de
Trasvaal y durante la guerra anglo-bóer el mito adquiere características
revolucionarias, ante el peligro que suponían los británicos. Pero a medida que
éste dejaba de serlo y crecía la presión negra, el mito blanco se convertía en conservador y
reclamaba la necesidad de sostener una “pureza de sangre” que significaba la
hegemonía y el control sobre la economía, los nativos y el territorio.
La
mayoría de los blancos, no sólo los bóers, consideraban que “la política del
apartheid ha surgido de la experiencia de la población blanca establecida en el
país, y se basa en el principio del derecho y la justicia cristianos”.[1]
Estas justificaciones no pueden separarse de las condiciones del desarrollo del
capitalismo en Sudáfrica, donde la producción minera necesitó indefectiblemente
de mano de obra barata, para compensar los altos costes de producción. Las
posteriores transformaciones del capital hicieron que las formas de segregación
racial tuvieran sus consecuencias en el
plano político e institucional.
Con
la llegada al gobierno, en 1948, del Partido Nacional (PN), el principal
representante de los intereses de los afrikaners, el apartheid adquiría
carácter de política de Estado. Fue la repuesta directa a una huelga de mineros
negros en 1946. Verwoerd, figura emblemática del poder blanco, llevó adelante
una gran reforma del código legal para efectivizar la segregación racial. El
ideal del “desarrollo separado” implicaba que los negros tenían que regresar a sus tierras de origen,
a sus homelands, basadas en las supuestas distribución territorial de las diez
principales etnias sudafricanas. Se crearon así diez bantustanes o “tierras de
negros”. Éstas representaban un pequeño porcentaje de tierras para la mayoría
de la población, además de superpobladas carecían de los servicios y de las
condiciones mínimas para ser habitadas. Por lo tanto, estas condiciones
obligaban a los negros a salir de su homelands para trabajar en las propiedades
blancas, que veían satisfecha su necesidad de mano de obra barata y sometida.
También
se construyeron, en las periferias de las ciudades blancas, barrios o townships
para que habitaran los negros que acudían a trabajar. Además de la separación
territorial, se prohibieron los matrimonios mixtos, se reglamentó la cantidad
de tierra de los no-blancos, se diferenció con la leyenda “only whites” (solo
blancos) los transporte, locales públicos, áreas de residencia y
entretenimiento y se ilegalizó al Partido Comunista. La radicalización de la
política segregacionista produjo transformaciones en los movimientos negros de
oposición, en el Congreso Nacional Africano (ANC) empiezan a darse formas de
lucha que se alejan de la mera forma reivindicativa, pero que en un primer
momento se basan en la resistencia pasiva no violenta.
El
“gran apartheid” de Verwoerd se completó con el “sistema de Pases”, una
constancia o permiso que debían llevar los negros mientras permanecieran en
zonas blancas. Además se pretendía independizar a los bantustanes, creando así
en los gobernantes étnicos una red de aliados del gobierno blanco y también
hacer del negro un extranjero en Sudáfrica al ser solamente ciudadano de su
bantustan. Los integrantes más radicales del ANC forman el Congreso
Panafricanista (PAC) en 1959 y en 1961 organizan una campaña contra la ley de
pases en el township de Sharpeville, que es brutalmente reprimida. El ANC y el
PAC pasan a la clandestinidad para iniciar la lucha armada.
El
incidente de Sharpville significó el fin de un período de relativa tranquilidad
para el gobierno blanco. En 1963 Nelson Mandela empieza su larga reclusión y
Oliver Tambo se exilia en la recién independizada Zambia. En 1966 Verwoerd
muere y su sucesor Vorster debe enfrentar las cada vez más constantes
rebeliones negras, pero también las primeras divisiones dentro del PN y las
primeras presiones de la comunidad internacional. La independencia de las
vecinas Angola y Mozambique implicaba la amenaza de dos regímenes marxistas
negros donde el ANC podía instalarse y presionar al gobierno de Vorster, quien
no sobrevive a lo que se considera un punto de inflexión en la historia de la
resistencia negra: La revuelta de Soweto en 1976. Dos años después se produce
un cambio en la dirigencia blanca.
La
revuelta de Soweto fue protagonizada por jóvenes negros urbanos, con acceso a
la educación formal que les permitía, teóricamente, acceder a mejores salarios
y condiciones de empleo. Pero que generalmente tenían que resignarse con
empleos menores o marginales muy mal pagados. Su propia acción y decisión se
expresaron a través de la oposición simbólica a la opresión blanca, negándose a
asistir a las clases dictadas en afrikaner y realizando una multitudinaria
marcha por las calles de Soweto. La brutal represión a los jóvenes provocó, en
la mayoría de la población, la indignación y la participación de los adultos.
La movilización aumentó y adquirió nuevas características, se reclamaba mejor
educación y calidad de vida y fin de la opresión y la exclusión racial. Se
convocó a huelgas generales y boicot a los negocios propiedad de los blancos,
si bien la protesta se focalizó en Soweto, se extendió también a todo el país.
La
experiencia de Soweto marca el principio del fin del sistema del apartheid, no
porque los poderosos blancos tuvieran una crisis de conciencia, sino porque
vieron que sería muy alto el costo para mantener sus condiciones explotadoras y
sus privilegios económicos a través de
la represión institucionalizada en el Estado. Es en este momento donde los
propios burgueses blancos, o por lo menos algunos, que se habían reservado los
derechos políticos en Sudáfrica para mantener sus grandiosas ganancias, sienten
que la amenaza negra es demasiado grande, y que la represión no garantiza el
control definitivo de la situación. Por lo que empiezan a presionar por una
progresiva ampliación de los derechos políticos, que ayude a reducir el
conflicto y que les permita mantener el grado de explotación de la mano de
obra.
Progresivamente,
el gobierno de Botha incluye una ampliación de la representación política a
mestizos y asiáticos, queriendo de esta forma neutralizar el apoyo de estos
sectores a la lucha anti-apartheid. Pero, como resultado, encuentra que ellos
adhieren a un boicot impulsado por organizaciones multirraciales. La
inestabilidad es total, por un lado el PN se divide entre los partidarios de la
“mano dura” y los que reclaman, cada vez más, un acercamiento a los líderes
negros. Por otra parte, los disturbios son más recurrentes y las sanciones económicas
de los organismos internacionales se hacen más fuertes.
Hasta
1987 el gobierno desplegará su poder represivo, mientras la opinión
internacional es más y más negativa. Sudáfrica sufrirá un duro golpe cuando
Washington se ve obligado a retirar su apoyo, el cual sostenía desde 1975 por
considerarla el bastión anticomunista del continente, que podía frenar
militarmente a las tropas cubana del sur. La derrota sudafricana en Angola y el
posterior fin de la Guerra Fría terminaron por liquidar el apoyo norteamericano.
En
1989 toma la dirección del país De Klerk, quien declara públicamente sus
intenciones de pactar con la oposición y democratizar Sudáfrica. Como gesto de
compromiso ordena la liberación de N. Mandela. Tiempo después, en marzo de
1992, realiza un referéndum acerca de las reformas. Finalmente se realizan las
primeras elecciones multirraciales en 1994, donde el ANC gana por abrumadora
mayoría, llevando a N. Mandela a la presidencia del país.
Observando
este desarrollo histórico, se infiere que el fin del apartheid fue una cuestión
mas de tipo económico que racial. El apartheid ha funcionado siempre como una
forma de maximizar las ganancias, al disciplinar la mano de obra y sus
salarios, mediante la represión ejercida desde los resortes del Estado. Los
propios monopolios comerciales y las grandes empresas transnacionales, que
tenían sus filiales en Sudáfrica, empiezan tibiamente a criticar al sistema de
“desarrollo separado”. Mientras la ONU ó UNICEF se declaran formalmente en
contra, algunos círculos internacionales o países tales como la comunidad
Europea, Canadá y Australia, junto con algunas empresas privadas, redactan
“códigos de conducta”, siempre recomendados y nunca exigidos.
A
partir de la segunda mitad de la década del 80´, una vez superados los peligros
de las rebeliones negras que podían poner en jaque al sistema capitalista en
Sudáfrica, las presiones se hacen más duras y la amenaza del retiro de
capitales se hace efectiva. Las elecciones de abril de 1994 muestran la
consolidación económica de la burguesía blanca, a la que se le ha agregado un
pequeño grupo de raza negra, y que ya no
necesita del Estado policial basado en la segregación de la clase
trabajadora.
Puede
verse también la evolución del ANC, que paulatinamente fue perdiendo la
radicalidad de sus primeros partidarios. Muchos sectores se han separado del
partido por considerar que la política de negociación era una traición a la
lucha. Se ha acusado a los blancos de desestabilizar el proceso de transición,
fomentando la violencia a través de sus aliados negros en los antiguos
bantustanes. Lo cierto es que la transición se ha vivido como una verdadera
guerra civil, donde la violencia político-étnica ha reemplazado a la del
apartheid.
Sudáfrica después de Mandela.
Parece quedar muy lejos la promesa de N. Mandela de
que las necesidades básicas de vivienda, agua potable y electricidad se
cubrirían por medios de programas
públicos masivos. Cuando el ANC llegó al poder, las presiones del FMI Y
del Banco Mundial impidieron una verdadera redistribución de las riquezas.
Sudáfrica entraba al mercado mundial, donde separarse del camino impuesto por
los organismos multilaterales de crédito implica el “castigo” a los “malos alumnos”. Muchos integrantes del partido
pensaron que el declive económico cuestionaría el mandato negro, ó quizás esto
fue solo la excusa de una burguesía negra, que comenzaba a ascender a medida que la economía de su país crecía.
Para lograr este “despegue”, estimularon la radicación de inversionistas
extranjeros lo que supuso
privatizaciones masivas, ventajas impositivas, despidos, reducciones en
el sector público, etc.
La
situación actual de Sudáfrica es sumamente complicada. La colonización y el
posterior sistema de segregación racial hicieron que, la mayoría de los
recursos, se concentraran en los blancos, situación que permanece inalterable.
Paralelamente, más del 60% de la población vive bajo el límite de pobreza,
mientras menos del 11% concentra la producción del país, el más rico del
continente por sus riquezas naturales y su ubicación geográfica. “Es una mezcla
única de primer y tercer mundo cuyo resultado, más que el segundo mundo, es la
dualidad. Un país que reproduce dentro de sus fronteras la realidad global, los
inaceptables desequilibrios entre países ricos –representados por los blancos
de Sudáfrica- y los países pobres –en la figura de los negros-“.[2]
El ANC diseñó en 1996 un programa llamado
GEAR (en inglés: crecimiento, empleo y redistribución) basado en la ortodoxia
económica “para aumentar la renta nacional y el empleo”. Para ello, ha seguido
al pie de la letra las recomendaciones del FMI y del BM “a través de reformas
estructurales, austeridad presupuestaria, liberalización de capitales, bienes y
servicios y privatización de las empresas públicas”[3]. Y por otro lado ha prometido al pueblo
mejorar los servicios públicos, cosa que no puede hacer sin renunciar a la
disciplina fiscal; aplicar una política de “discriminación positiva” y de
transferencia de la tierra, cosa que desalienta la inversión privada pues
implica mayor intervención del Estado y un aumento en la rigidez del mercado
laboral. Por lo tanto el presidente ante esta supuesta contradicción ha elegido
las exigencias del mercado por encima de las del pueblo.
En
el ámbito internacional, el gobierno de Mbeki goza de una reputación sumamente
positiva y ha recibido el apoyo del G-8. A la vez que se comprometía a mantener
la democracia e intervenir a favor de la paz en los conflictos de todo el
continente africano, por lo que ha recibido el apoyo de Estados Unidos y
Europa.
Paralelamente
a la liberalización económica, se ha reconocido el advenimiento de una
burguesía negra a la que poco le interesan las luchas y reivindicaciones de sus
pares. Hoy parece ser que sus únicas preocupaciones son la arrogancia y la
codicia. La clase media sudafricana ha aumentado, se desempeña fundamentalmente
en la administración pública o son cuentapropistas. Se han mudado a los antiguos barrios blancos y
condenan las huelgas y manifestaciones de sus compañeros negros.
Mantienen
vivo el lenguaje que usaban los blancos durante el apartheid, pues califican a
los obreros de indisciplinados, salvajes y primitivos. Maltratan a los obreros
negros y son igual de autoritarios que los patrones blancos. Por lo tanto, si
bien reivindican su condición de negros en cuanto la discriminación positiva
los ayude a subir posiciones en la escala social, se comportan con todos los
prejuicios. Mostrando que estos no son potestad de los blancos, sino
simplemente de los burgueses sin importar el color.
Sin
embargo, esta clase media podría poner en peligro la estabilidad del gobierno,
al ir definiendo las diferencias de clase. No ya por el color, contribuiría a
ir delimitando una conciencia de clase obrera que irá creciendo hasta oponerse
al ANC, el partido que representó a los trabajadores negros en el gobierno y
ahora los oprime como clase.
Otro
de los puntos débiles de la presidencia de Mbeki es su política con respecto al SIDA, pues ha declarado que
no cree que haya relación entre el VIH y el SIDA. Por lo tanto el Estado no se
centrará en inversiones para la compra de medicamentos, sino en disminuir la
pobreza a la que considera la principal causa de la epidemia.
La
problemática del SIDA es central en Sudáfrica, pues está afectando a los
trabajadores de la industria aurífera, la principal de país. Las estimaciones
indican que sólo uno de cada tres obreros llegará con vida a su jubilación.[4]
Las pervivencias del apartheid pueden verse aquí claramente, pues esta
industria sigue aislando de sus familias a los varones jóvenes, obligándolos a
trasladarse durante mucho tiempo a albergues mineros. Allí se ha instalado la
industria del sexo y no es difícil establecer como se reproduce la enfermedad,
incluso en las mujeres y en los niños que tan lejos viven.
El
“juicio de la Nevirapina” se ha convertido en una nueva forma de lucha del
pueblo sudafricano. Ha derivado de un simple pedido de este medicamento
antirretrovírico que impide que las mujeres embarazadas contagien a sus hijos
en el parto, a un pedido de reivindicaciones sociales más amplias. El SIDA es
tan sólo la manifestación externa de un legado del apartheid, un sistema
fundamentalmente machista que ha hecho de la violencia sexual algo cotidiano. Los
enfermos se enfrentan a los problemas de infraestructura sanitaria;
desabastecimiento de farmacias; a los policías que se niegan a tomar denuncias
de violaciones; a los procesos burocráticos que se necesitan para que el estado
ofrezca algún tipo de ayuda. Por lo tanto, estos enfermos empiezan a ampliar
sus reivindicaciones y a luchar por un salario mínimo, por los derechos de los
trabajadores, etcétera. A este movimiento se le han sumado la iglesia
anglicana, la principal central sindical de país y algunos miembros del ANC.
Corolario
lógico del proceso de transición que vive Sudáfrica es el aumento de la
violencia y la criminalidad, tanto los blancos como los negros son víctimas de
ellas. Pero la represión ha adquirido tintes netamente raciales, ya que el
mayor número de desocupados se encuentra entre los negros.
Cuando
llega la noche, el centro de Johannesburgo queda desierto de blancos que se retiran
a sus casas, en los suburbios lujosos, bien custodiadas por la floreciente
industria de la seguridad privada, verdaderas milicias privadas. El centro de
“la ciudad más peligrosa del mundo” se convierte en el reino de la prostitución,
las drogas y la violencia. Allí abundan las pandillas de niños huérfanos a
causa del SIDA quienes, al no poder conseguir al menos el certificado de defunción
de la madre, quedan al margen de la seguridad social.
Mientras
tanto la nueva industria del turismo recorre las herencias de apartheid, el
suburbio de Soweto, el barrio negro de Johannesburgo. Parece que, más que
consecuencias sociales del apartheid, el dominio y la explotación de una clase
sobre otra se ha sacado la careta de color para expresarse como lo que siempre
ha sido, la lucha entre capital y trabajo.
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[1] Oliver y Atmore. África desde 1800. Ed. Alianza, Madrid. 1997. Pág. 344.
[2] Guimón J.: “La complejidad sudafricana” en Papeles de cuestiones internacionales Nº 76 Invierno 2001/2002. Centro de investigación para la paz. Madrid.
[3] Guimón J.: “La complejidad sudafricana” en Papeles de cuestiones internacionales Nº 76 Invierno 2001/2002. Centro de investigación para la paz. Madrid
[4] Renouf, C. “Las minas de oro e Sudáfrica pierden la batalla de SIDA” en www.efe.es