ÁFRICA Y LA HISTORIA

Por Luis César Bou

Observatorio de Conflictos, Argentina

El controla el pasado controla el futuro;

y el que controla el presente controla el pasado.

George Orwell, 1984

 

 

La cuestión de la historicidad de las culturas del África subsahariana es algo que ha entrañado un largo debate en Occidente. En un principio, la propia condición humana del negro era algo que aparecía como discutible. En la Norteamérica del siglo XVIII se generó un interesante intercambio de opiniones sobre este tema. Todo comenzó a partir de si se debía o no permitir el ingreso de los negros en las iglesias. Goodwin Morgan era uno de los defensores de la admisión decía:

 

Si bien una piel negra es la marca de la maldición de Cam, ello no determina que los negros no sean humanos  (Davis: 1968)

 

Según la Biblia, los hijos de Noé dieron origen a las distintas razas humanas. Cam era el hijo de Noé que había avergonzado a su padre, ganándose su maldición, y el que había dado origen a los pueblos negros. Este estigma bíblico es un tema recurrente en la descalificación del negro. Como prueba de la humanidad del negro Morgan señalaba que los plantadores norteamericanos los empleaban en cuidar el ganado y:

 

Es sabido que los plantadores difícilmente emplearían animales para cuidar otros animales. (Davis: 1968)

 

Sin embargo Morgan también estaba convencido de que, en África, los negros efectuaban ayuntamiento con los monos. Esta idea, del negro como el fruto de una relación perversa entre el hombre y el mono también es un tema que se repite de autor en autor. Por ejemplo, un religioso de Virginia de apellido Jordan, si bien no emitía una opinión directa al respecto, decía que:

 

Los negros y los monos que más se parecen al hombre viven próximos el uno al otro en la misma parte del mundo. (Davis: 1968)

 

Por algo será, por algo están tan próximos, algo habrán hecho. Por algo la mona Chita lo seguía siempre a Tarzán.

Sigamos adelante para ver la opinión de Edward Long. Este señor era cuñado del gobernador inglés de Jamaica, residió allí a mediados del siglo XVIII y escribió la primera historia de esa isla. Es reputado como uno de los principales iniciadores americanos del pensamiento liberal. Tenía un conocimiento muy cercano de los negros, inmensa mayoría de la población jamaiquina, y decía que:

 

Eran incapaces de combinar ideas simples, carecían de sentido moral, no habían prosperado en 2000 años, eran ahora un pueblo animalesco, ignorante, ocioso, artero, traicionero, sanguinario, ladrón e indigno de confianza. Todos los pueblos del mundo poseían algunas buenas cualidades, excepto los africanos. Señalaba como prueba de que los negros no pertenecían a la especie humana que la unión de dos mulatos no produciría ninguna descendencia. (Davis: 1968)

 

Cuando, en los umbrales del siglo XIX, se produjo en el parlamento inglés el debate en torno a la abolición de la esclavitud, Edward Long fue citado con profusión. Es interesante ver como llega a hablar mejor de los monos que de los negros. Citaba noticias de África que hablaban de monos que utilizaban herramientas y construían sus propias chozas, a las que a veces llevaban mujeres negras.

 

 

 

 

Todas estas consideraciones tienen un sentido muy claro: Si el negro no hubiese sido considerado como un sub-hombre no podría haber sido objeto de comercio. Esto no es nuevo, ya los agrónomos latinos asimilaban al esclavo con el ganado y los aperos. El esclavo era el instrumentum vocale, el ganado el instrumentum semivocale y las herramientas el instrumentum mutuum. Lo único que diferenciaba a unos de otros en la consideración técnica de la administración rural era su distinta capacidad para el lenguaje. (Dockés: 1984) La deshumanización era la condición básica de la esclavización, esto se va a reeditar en los campos de concentración nazis.

Hasta bien entrado el siglo XIX, a lo sumo se podía considerar al negro en un lugar de la Historia Natural, pero nunca de la Historia humana. De allí que los museos y exposiciones de la época frecuentemente incluyeran negros vivos o embalsamados, para solaz del público europeo. (Bancel: 2000)

Cuando, con el progreso del abolicionismo, dejó de ser necesaria la justificación de la esclavitud, comenzó a serlo la de la colonización. El evolucionismo positivista fue la teoría que acompañó al dominio blanco. El negro dejó de ser el animal para convertirse en el primitivo, el salvaje o, en el mejor de los casos, el niño necesitado de tutelaje. Por ejemplo, el boer Jan Smuts, gran amigo de Gandhi, decía en una conferencia en Oxford en 1929:

 

El africano es un tipo humano con algunas características maravillosas. En buena medida ha seguido siendo un tipo infantil, con una psicología y un aspecto infantiles. Un ser humano tipo infantil no puede ser una mala persona porque ¿no nos mostramos dispuestos en los asuntos espirituales a ser como niños? Tal vez como resultado directo de este temperamento el africano es el único ser humano feliz con el que me he topado. (Mamdani: 1998)

 

Qué bien ¿no? Los negros son felices e infantiles, o, mejor, felices por infantiles. No son malos porque no les da la inteligencia para tanto. En Argentina a esto le llamamos ser un “boludo alegre”. Desde ya que todo niño necesita la protección de un adulto, que sepa educarlo desde su lugar de autoridad. Un prócer como el doctor Albert Sweitzer, premio Nobel de la paz, lo dijo con todas las letras.

 

El negro es un niño, y con los niños no se puede hacer nada sin autoridad. (Mamdani: 1998)

 

Demos gracias por no haber tenido un padre como Sweitzer. ¡Qué hermoso soporte para el colonialismo! ¡Cómo los occidentales van a dejar a estos niños huérfanos! La ideología colonialista convirtió a los negros en niños que nunca crecen, en niños Peter Pan de la Tierra de Nunca Jamás. Esto tuvo su expresión más evidente en la forma en que el blanco se dirigía al negro en las colonias, llamándole boy, muchacho. Hasta hace poco, en muchos sitios del Sur de EE.UU., el negro era el boy, independientemente de su edad: Un blanco de 18 años se dirigía a un negro de 60 llamándole  boy. Por supuesto que los niños no pueden ser hacedores de historia, como no sea de una historia pueril.

 

 

 

Desde la teoría, la historicidad de las culturas africanas fue negada por el gran Hegel y ¿quién puede contradecir a Hegel, hoy nuevamente en boga? En su Filosofía de la Historia Hegel hace un recorrido por la historia universal, siguiendo el devenir de la Razón. De las 460 páginas del libro dedica poco más de una al África. Sin embargo, en ese pequeño espacio, desarrolla una idea que va a ser sostenida, desde la izquierda, hasta fines del siglo XX. Para empezar dice:

 

El segundo sector de África consiste en la procelosa vía fluvial del histórico Nilo, que estuvo destinado a convertirse en un importante centro de cultura independiente y que estaba aislada de África de idéntica manera como el continente negro con respecto a los otros. (Hegel: 1976)

 

O sea que Egipto no es africano. Hay quienes aún hoy sostienen esta idea: Egipto como una civilización blanca, a pesar de los rasgos negroides de las esfinges, de la presencia innegable de dinastías “nubias”, del alto contenido de melanina en la piel de las momias, del testimonio de Heródoto, y de muchos notorios elementos culturales comunes con los pueblos melano-africanos. Esta discusión en torno a la negritud de Egipto fue iniciada por Cheik Anta Diop, el padre la historiografía africana independiente. Se prolongó hasta el Coloquio de El Cairo de 1978  en el que, acorralados por las evidencias, algunos hablaron de “blancos con alto contenido de melanina”.

Pero sigamos con Hegel y su opinión sobre los negros:

 

En los negros aparece como detalle saliente el hecho de que su conciencia no ha cristalizado todavía en puntos de mira de estricta objetividad, tal por ejemplo como los conceptos de Dios o ley, en los cuales el ser humano participase con su voluntad y tuviese en los mismos la imagen de su ser. Lo que representan como poder no es, en consecuencia, nada objetivo, concreto y diferente, sino que puede serlo con absoluta indiferencia cualquier objeto al cual elevan a la categoría de un genio, ya sea un animal, una piedra o un palo totémico. (Hegel: 1976)

 

¿Habrá conocido Hegel alguna vez a un negro que no estuviera embalsamado y dentro de una vitrina? Sin ley y sin Dios, sin imagen de su ser ¡Qué tal! Es lógico que estos seres se esclavicen mutuamente:

 

De algunos de estos trazos se deduce que es la incivilidad lo que caracteriza al hombre de color. La única relación que han tenido los negros con los europeos y todavía tienen es la de la esclavitud. Por lo general no ven los africanos en la misma algo absolutamente repudiable. Es así que tan luego los británicos, que tanto están haciendo en pro de la abolición de la esclavitud, son peor mirados por los negros. (Hegel: 1976)

 

¡Tan luego los británicos! Que durante el siglo XVIII fueron los mayores traficantes de esclavos, que financiaron con la trata gran parte de su Revolución Industrial, son mal mirados por los negros. Estos negros aparecen en Hegel como los responsables de la continuidad de la trata pero ¿acaso no hubo esclavos en la antigüedad europea? Si, pero de otra categoría, ya que:

 

...al ser incorporados en un estado orgánico, llegan a ser necesariamente parte del avance de la sociedad, pues de una u otra manera resultan partícipes de cierta instrucción, de un nivel ético superior y también de una cultura en ascenso. (Hegel: 1976)

 

Y listo, no hay más nada que decir sobre África:

 

Con esto abandonamos el tema de África, por cuanto no se trata en nuestro análisis de un continente histórico. No nos ofrece, en razón de su estatismo y de su falta de desarrollo, material de alcance constructivo.[....] Lo que entendemos como África es lo segregado y carente de historia, o sea lo que se halla envuelto todavía en formas sumamente primitivas, que hemos analizado como un peldaño previo antes de incursionar en la historia universal. (Hegel: 1976)

 

O sea que África se encuentra en el umbral de la historia lo que, para la época en que escribía Hegel (1825) corresponde al umbral de la colonización. En pleno siglo XX, y desde una perspectiva presuntamente marxista, esta idea adquiere cierta popularidad. Como ejemplo tenemos las ideas de George Padmore y Amilcar Cabral.

 

 

 

George Padmore fue el representante por África en la Tercera Internacional. Cuando se constituyó la Komintern, fue notoria la ausencia del representante africano. Allí había delegados de todo el mundo y, por lo tanto, de todas las razas. La excepción eran los negros porque, en África subsahariana no existía ningún grupo comunista, excepto en África del Sur. Y allí se trataba de un grupo integrado exclusivamente por blancos. Quedaba muy mal que el representante por África fuera un blanco. ¿Qué hacer entonces? La solución fue designarlo a Padmore, que no era africano sino caribeño, había nacido en Trinidad; que además nunca había estado en África, recién un año antes de morir, a fines de la década del 50, visitó Ghana, pero que era negro y, por tanto, podía pasar por africano. Su falta de contacto real con África no fue obstáculo para que representara a los africanos en la Komintern, sin que la mayoría de estos por cierto llegara a enterarse, ni para que teorizara sobre la historia africana.

Dentro del estrecho marco teórico stalinista, Padmore ubicó al África precolonial en el estadio de la “comunidad primitiva”, o sea una sociedad sin clases.

 

Dijo Marx que la base de todos los sistemas sociales primitivos, como el de los griegos y los romanos, en el amanecer de la historia, fue la propiedad común de los que en aquella época eran los medios esenciales de vida sobre la tierra. Lo mismo puede observarse en todas las sociedades africanas con anterioridad a la penetración europea y la implantación del derecho de bienes raíces. Y como entre los africanos todas las unidades sociales tenían iguales derechos al suelo, o, para decirlo más correctamente, no existía derecho individual sobre la tierra, no había diferentes privilegios de clase. En consecuencia, esas sociedades primitivas no se dividían en clases económicas como las conocemos hoy. [...] Las relaciones sociales eran, por esa razón, las de igualdad social.  (Friedland: 1967, 337)

 

 

 Si la historia es el desarrollo de la lucha de clases, el África precolonial de Padmore es una sociedad sin historia. Las clases sociales han sido llevadas por la colonización. En consecuencia, la descolonización implica un retorno a la sociedad sin clases y, por lo tanto, al socialismo, ya que en el ínterin África ha avanzado en el desarrollo de sus fuerzas productivas.

Al final de su vida, Padmore rompió con la versión soviética del comunismo y rectificó muchas de sus ideas de juventud. Pero lo básico de su pensamiento fue mantenido por el stalinismo como una teoría funcional al mundo africano.

Amílcar Cabral conocía lo suficiente de África como para no aceptar esta idea de una época precolonial sin historia, pero no se apartó del dogma de la “comunidad primitiva”. La solución de compromiso que encontró fue proponer que la historia precolonial era la historia del desarrollo de las fuerzas productivas:

 

Siendo el nivel de las fuerzas productivas el verdadero y permanente poder de la historia. (Cabral: 1970)

 

¡Adiós lucha de clases! Al menos como motor del desarrollo histórico. Aquí Cabral muestra la resaca de su formación stalinista y de la faceta europeizada y asimilada de su persona. Con la salvedad que parece reconocer esto al decir:

 

Los líderes políticos –aún los más famosos- pueden ser gentes culturalmente alienadas. (Cabral: 1970)

 

Hoy sabemos que el marxismo, con ser la negación del capitalismo, es una negación etnocéntrica que, como tal, ha de ser sometida a crítica. Es absurdo creer que Marx haya podido escapar a la ideología orientalista que era el consenso de su época y que tiñe con su tinte aún a los pensadores más radicalizados. (Said: 1990) 

 

 

 

Este etnocentrismo es la tónica de la historiografía colonialista, que ve en la época precolonial africana solamente estancamiento y repetición de ciclos vegetativos. Por ejemplo, el historiador colonialista Reginald Copland escribió en 1928 la siguiente apreciación sobre el África precolonial:

 

El grueso de los africanos, de los pueblos negros, que permaneció en sus hogares tropicales entre el Sáhara y el Limpopo, no había tenido...historia. Habían estado durante incalculables siglos hundidos en la barbarie. Esto casi podría parecer que ha sido decretado por la naturaleza... Así que continuaron estancados, sin avanzar ni retroceder. En ninguna parte del mundo se hallaba tan detenida la vida humana, excepto quizá en algunos pantanos llenos de miasmas de América del Sur o en algunas islas abandonadas del Pacífico. El corazón de África apenas latía. (UNESCO: 1987)

 

¡Por suerte el marcapasos colonialista vino a rescatar a los africanos de esta situación! La imagen que aquí aparece es la de un África paleolítica, necesitada de un impulso civilizador. Por supuesto que esto es totalmente falso: Copland era inglés, y debería haber sabido que en la época en que los ingleses se vestían con pieles, comían carne cruda y adoraban a los genios de los bosques, en el África negra existía un reino con una cultura altamente refinada, una escritura propia y que además había adoptado el cristianismo.

Por supuesto que me refiero a Etiopía, el “País de los Negros” de Herodoto. Etiopía, junto con China y Egipto, es uno de los estados con mayor continuidad en la historia. La monarquía etíope se atribuye descender de Menelik, hijo de Salomón y la reina de Saba (La Negra, según la Biblia). La Iglesia copta etíope afirma poseer, en Axúm, el Arca de la Alianza. Nunca perdida por lo tanto, sino sustraída por Menelik del Templo de Jerusalén. El alfabeto etíope es contemporáneo del griego (siglo VI a. C.). Etiopía se convirtió al cristianismo en el siglo IV de nuestra era, en la misma época de la conversión del emperador romano Constantino y por una iniciativa similar de su par Ezana, el “Constantino Negro”.

Desde luego, habrá quien diga que Etiopía no pertenece totalmente al África Negra, que hay allí influencias árabes, judías, etc. Como si Europa hubiera desarrollado su cultura en forma endógena, sin tomar el alfabeto de los fenicios, los números de los árabes, la pólvora y el papel de los chinos, etc., etc., etc.

 

 

 

De lo expuesto puede inferirse que la depreciación de la historicidad de las culturas africanas no es más que un epifenómeno del racismo. Y el racismo fue y sigue siendo hoy uno de los avatares de la explotación del hombre por el hombre: Sin racismo y xenofobia el valor de la fuerza de trabajo del africano sería mucho más alto. La discriminación racial en Europa o EE.UU. es funcional al sistema económico. De la misma manera que los esclavos no hubieran podido venderse como ganado si no hubieran sido estimados como animales de labor, es necesario que los inmigrantes de hoy sean considerados inferiores, para pagarles un salario inferior. En ese contexto, su cultura de origen nunca puede ser valorada correctamente (si es que hay que valorar a una cultura) por quienes comparten el consenso ideológico del mundo desarrollado. Por todo esto, la lucha de los africanos por su historia, iniciada por Cheik Anta Diop hace ya más de cincuenta años, es también la lucha por su libertad.

 

 

Bibliografía:

·       Bancel, Nicolas, Blanchard, Pascal y Sandrine, Lemaire, Los zoos humanos de las metrópolis coloniales. Le Monde Diplomatique, edición española, Madrid, 2000.

·       Cabral, Amílcar, Cultura y liberación nacional. En http://www.geocities.com/CapitolHill/lobby/6353/cabral/culture.html

·       Davis; David, El problema de la esclavitud en la cultura occidental. Paidós, Bs. As., 1968.

·       Dockés, Pierre, La liberación medieval. FCE, México, 1984.

·       Friedland, William y Rosberg, Carl, África socialista. FCE, México, 1967.

·       Hegel, G. F. W., Filosofía de la Historia. Claridad, Bs. As., 1976.

·        Mamdani, Mahmood (1998) Ciudadano y súbdito, África contemporánea y el legado del colonialismo tardío. Siglo XXI, México.

·       Said, Edward. Orientalismo. Libertarias, Madrid, 1990.

·       UNESCO, Historia General del África. Tomo VII, Tecnos, Madrid, 1987.