La Constitución de la Unión Europea:

¿Consagración Jurídica de la Europa del Capital y la Guerra?

Daniel Albarracín. Diciembre 2003.

Corriente Roja



Una visión General

En el mundo contemporaneo del capitalismo global aún perviven bloques políticos regionales de mercado que tratan de sostener y extender los privilegios imperialistas y de clase en medio de una crisis estructural de la acumulación capitalista mundial. La Unión Europea, en su pugna por los mercados internacionales, y por la consolidación de su bienestar -al menos de un bloque social incluido en el sistema-, trata de construir una formación de mercado integrado a la escala que el capitalismo global al día de hoy necesita: el gran bloque regional. La carrera por la hegemonía económica internacional con EEUU y Japón, por la influencia por los nuevos mercados (países del Este, por ejemplo), y la conformación de un modelo de acumulación sostenido -mediante el reforzamiento de las políticas de austeridad y agresión constante a los escasos derechos que la relación salarial aún conserva-, es el contexto de construcción de la Unión Europea. Una Unión Europea que se amplía hacia el Este, que había renunciado a una convergencia real (fiscal, derechos sociales y laborales[1], unión política, etc...) en aras de integrar los mercados y áreas de influencia situados anteriormente en la órbita oriental. El agotamiento de los mercados nacionales y la configuración de mercados regionales a escala de bloque internacional representa el escenario de desarrollo posible del capitalismo. Y ante la ampliación de países era preciso la integración de los nuevos mercados en los circuitos económicos europeos.



Cuando aparentemente el proyecto de la Unión Europea veía una etapa cumplida con la implantación del Euro -para un grupo de países dados- y la ampliación a 25, los gobernantes más poderosos de Europa han decidido instaurar una Carta Magna a la medida de sus necesidades: levantar el mito de Europa -como promesa inagotable- y legitimar un modelo determinado para su desarrollo -como única vía posible e irreversible-.



Pero no se trata de una Constitución que aspire a una Unión Política de cualquier tipo; a aumentar el peso de los parlamentos -ni que decir de la democracia directa que ignora a favor de la representativa, pero que a su vez reduce al convertir el Parlamento en una suerte de Senado-; a garantizar derechos y políticas sociales; a converger en materia fiscal; a una mayor integración y colaboración territorial; al reconocimiento de los pueblos y su soberanía; a conformar un bloque que diese su ejemplo por su solidaridad internacional y antimilitarismo; o a fortalecer un Estado del Bienestar que pudiera ser más avanzado socialmente. En absoluto, se trata del diseño de una Europa en que la única integración será la que dicten los mercados bajo reglas lucrativas y gobernados por las multinacionales, que subordina el parlamento europeo a otros órganos ejecutivos (la Comision, por ejemplo), que deja a instancias y arbitrio de cada país la garantía de los derechos -sin contrarrestar la clara divergencia entre Estados-, que renuncia a una convergencia del aparato fiscal, que alienta a la competitividad y rivalidad entre regiones, que ningunea las identidades nacionales, el derecho de autodeterminación, y la soberanía popular, que inicia una carrera armamentística y se subordina a la OTAN, que dinamita los servicios públicos invitando a la privatización de las provisiones de servicios colectivos básicos, etcétera.



A la espera de cuál es el reparto del poder, aún en disputa por los Estados de la UE, que en absoluto discuten el modelo de Europa del Capital en el que por completo coinciden, todo apunta a que esta UE del mercado único con Estados fragmentados y divergentes, parece apostar por una concentración de la toma de decisiones por los Estados grandes y centrales de Europa. La ruptura del criterio de la unanimidad hará más fluido el avance en las políticas a esta escala, pero señalando a los países más grandes como los principales protagonistas, en claro favor de Alemania y Francia. Y, en lo que se refiere a los agentes sociales, estos quedan como instrumentos de consulta, prácticamente consolidando su empotramiento en el aparato del Estado, asimilándolos y subordinando el diálogo social a la acción de los Estados.



La UE que nos plantean quiere tomar mayor responsabilidad mundial, aunque contando bien poco con sus ciudadanos/as. En ese sentido, el parlamento europeo, en la práctica, pasa a ser un convidado de piedra de las grandes decisiones. Además, las nacionalidades no pueden expresarse en tanto que la autodeterminación de los pueblos se descarta en esta Constitución, en aras de una “Europa de los Estados y ciudadanos”.



Pero quizá, ante la ausencia de una profundización de una unión política, una integración de los pueblos, o la instauración de una política de solidaridad interregional, se converge formalmente consagrando en ley superior el modelo neoliberal que hace trayectoria desde hace tiempo. Se trata de la juridificación en carta magna de la política económica neoliberal, como política para enfrentar la crisis de acumulación mundial, a escala europea, configurándose en área de mercado basada en la competitividad sin amortiguación del capitalismo liberal, ahora con un Estado tecnócrata comprometido con la regulación flexible de los mercados.



Regulación flexible ‘con alambradas’, en el que se instaura una ciudadanía de segunda para los residentes no autóctonos, en una Europa fortaleza ideada no sólo para levantar muros de aranceles sino también de obstáculos al inmigrante, que huye de la miseria que las potencias imperialistas han impuesto en su país de origen.



Un modelo de Europa que decide hacer valerse como candidato a gran potencia, pero no sólo en su dimensión económica, sino también militar. Ese gigante económico y enano político, desplazado en la diplomacia internacional hasta ahora, bajo la influencia de gobiernos de signo conservador entre la derecha y la ultraderecha, trata de resituarse en la carrera imperialista sobre el soporte de un ejercito[2] y una moneda, y sobre la influencia de los mercados del Este. Pero también sobre la plataforma del miedo como principio. Se forjan falsos fantasmas como el terrorismo, y se orienta el esfuerzo a garantizar el orden social. Se proveerá una seguridad basada en la vigilancia y la represión de las personas y de los movimientos sociales contestatarios, con una cláusula de solidaridad[3] entre Estados en virtud de la cual cualquier país ante el riesgo de subversión -o ‘terrorismo’- podrá proporcionar apoyo a otro para salvaguardan el orden social establecido.



Cuando se hablaba de que el Euro era la primera moneda sin Estado, ahora puede afirmarse que Europa, sus mercados y su venidero ejército van a gobernarse por un instrumental estatal fragmentado, descoordinado y antidemocrático. El riesgo que se corre, más si cabe cuando se planifica que ese ejército será satélite de la OTAN[4], es que su potestad, sin más control que unos gobiernos de 25 países con tradiciones e intereses divergentes, pueda convertirse en una auténtica bomba de relojería. Más si cabe cuando la Constitución de la UE asimila el concepto de ‘ataque preventivo’ de la Administración Bush.



En definitiva, esta Constitución de la Unión Europea, que reune todo el acervo documental y legislativo fundamental de la Europa del Capital, y que conforma una referencia de fondo para todos los países europeos, no hace otra cosa más que consagrar los pilares procapitalistas de la regulación flexible como regla de los mercados competitivos integrados, y hacer un recorrido de mínimos comunes denominadores a la baja de los derechos ciudadanos, laborales y políticos para la UE. Cuando habla de valores y derechos respetables, no pone detrás ningún recurso ni plan para que efectivamente se cumplan, confiándolo todo en el mercado y sus reglas. Una iniciativa que antes que europeista, es producto del liderazgo clásico de los Estados que se aúnan entre el interés de los poderosos y la disciplina chantajista de intentar no quedarse aislado en el nuevo orden internacional en cuanto a los países semiperiféricos -sean mediterráneos o del Este-. Nada nuevo bajo el Sol, salvo el propósito de elevar un modelo y una opción política en base jurídica incuestionable, suelo de legitimidad y hegemonía para la burguesía neoliberal europea. Una Constitución y una Europa del Capital que está en contra de la Europa que los pueblos y clases subordinadas necesitan: una auténtica Unión de Repúblicas Federales Socialistas Europeas solidaria a nivel mundial con la clase trabajadora internacional, especialmente de los Países del Sur, las clases populares, antimilitarista, y ecológicamente sostenible.





Análisis del Modelo Económico de la Constitución y la Europa del Capital





La Constitución de la Unión Europea define el modelo económico europeo como una economía de mercado abierta y libre, de libre competencia, esto es, un bloque capitalista clásico que defiende como uno de sus principales soportes el derecho a la propiedad privada y la herencia. De igual manera, la solidaridad burguesa se ejercerá en este bloque imperialista impidiendo que cualquier país rompa dentro de él la estabilidad del modelo, el funcionamiento del mercado interior o ‘falsear la competencia’.



Como bien sabemos, la política económica se articula en diferentes dimensiones: política fiscal, política de inversión y gasto, política monetaria, y regulación en general de los intercambios. Asimismo, no dejemos de tenerlo en cuenta, la economía no es algo al margen de las decisiones y relaciones sociales y humanas, y por lo tanto, cristaliza en ella una interrelación con la política y las relaciones laborales, cuyo enfoque de análisis integral, aquí el marxismo, es la critica de la economía política. En suma, el modelo económico es un producto social, y una forma que define las relaciones de poder y de producción que dominan la sociedad.



La Unión Europea, sin ser una Unión política, o un espacio económico integrado en todas sus dimensiones, se propone como bloque desarrollar un área de libertad de movimiento de capitales, de mercancías y trabajadores. Esto es, amplificar la forma mercancía del capitalismo hasta su máxima realización, en aras de promover la acumulación capitalista, la explotación de los trabajadores y clases subordinadas, y consolidar los privilegios de las burguesías nacionales que habitan en la Unión Europea y que, de este modo, forjan su alianza -no sin evitar la subordinación de unos países a otros, centros y semiperiferias-.



La política fiscal, sujeta al Pacto de Estabilidad -ahora en entredicho, en tanto que ha dejado de convenir a la política interior de Francia y Alemania-, consiste en una política de austeridad que no podrá enfrentar los ciclos económicos recesivos y que se inhibe de hacerlo al confiarlo casi todo en el mercado. El papel prioritario de los Estados es la regulación flexible, el orden social y la seguridad interior, que garanticen la acumulación capitalista. Estados que aún conservarán en sus manos las políticas sociales y la regulación laboral, de cara a maniobrar con ellas como instrumento de ajuste en la disputa por la competitividad internacional. Esto es, la divergencia de los derechos laborales es la herramienta para competir, con lo que los derechos sociales asociados, los salarios y el Estado del Bienestar, si es que alguna vez lo hubo, serán los principales perjudicados. El déficit público no podrá emplearse para inversiones estratégicas, contrarrestar ciclos adversos u otro propósito. De modo que, con un presupuesto en torno al 2% del PIB europeo, no puede hablarse de un Estado europeo con capacidad de intervención, cuando los presupuestos públicos nacionales ocupan prácticamente la mitad de su producción en cada país. Los ingresos de la UE fundamentalmente se originan en impuestos indirectos (IVA), que al recaer sobre el consumo son regresivos, esto es, gravan en mayor medida proporcional a las rentas más bajas, en tanto que dedican mayor porcentaje de su renta a este tipo de gastos. En suma, la austeridad que supone evitar un déficit público, lo paupérrimo de los ingresos de la UE, y su naturaleza regresiva, impiden la conformación de un Estado europeo, que, en suma, tan sólo se dedica a coordinar política monetaria, regular la política agraria común, y a, en una medida marginal, realizar políticas de desarrollo regional, totalmente insuficientes para una cohesión y solidaridad interregional a nivel comunitario.



La política monetaria es ya competencia de la Unión Europea, y más particularmente del Banco Central Europeo. Con la Constitución de la UE que nos proponen no se trata sólo de consolidar un órgano como el BCE que coordine y dictamine la política monetaria: tipos de interés, tipo de cambio, circulación de moneda, etc... También se trata de consignar para ahora y para siempre que la única política monetaria posible es la que se marca como objetivo el control de la inflación -la “estabilidad de los precios”-, y que está al margen de lo que los parlamentos y ciudadanos puedan pensar sobre otros posibles objetivos y medidas (por ejemplo, el empleo, el control y regulación de los movimientos de capitales y el sistema financiero, la modulación de los tipos de cambio, la posibilidad de políticas de tipos de interés expansivas, etc...). La Constitución de la Unión Europea no sólo determina un organo independiente de la democracia para dirigir los destinos de la política monetaria sino que hace ley un solo modelo para gobernarla: el modelo neoliberal[5]. Una política que ha definido al euro como moneda única y que aspira a ampliarla a otros países, en ocasiones reticentes a su incorporación, con el objetivo de consolidar una moneda estable, confiable para los capitales, una divisa de reserva internacional, y un símbolo de poder a la altura de los competidores mundiales, especialmente el dolar. Ni que decir tiene que la política económica queda en manos de los gobiernos, que toman toda la iniciativa y queda prácticamente al margen del Parlamento Europeo.



Para los países que quisieran entrar en el club del Euro vuelven a recuperarse los viejos criterios de convergencia nominal, un nuevo Maastricht, para los países recien incorporados o los que aún no han entrado. Se trata de la imposición de un protocolo de los criterios de convergencia conocidos: Control del déficit público, de la deuda pública, de los precios, del tipo de cambio -dos años sin devaluaciones respecto al euro-, con un reflejo en los tipos de interés a largo plazo, tomando en consideración la evolución de las balanzas de pago por cuenta corriente y la evolución de los costes laborales unitarios y otros índices de precios. Protocolo que servirá de marco de vigilancia de las políticas económicas nacionales. Una vez más, debemos rehacer la crítica a aquel modelo que sólo busca una homogeneización del espacio mercantil y monetario para el funcionamiento más dinámico de los mercados. Una convergencia que no fija la atención en los objetivos de empleo, tasa de paro, nivel de producción o renta per cápita, niveles de pobreza, armonización fiscal o laboral, estructuras de regulación de los movimientos de capitales, niveles y calidad de la infraestructura, desarrollo de servicios estratégicos, etcétera. En definitiva, el modelo de capitalismo “hanseático”[6] que se nos propone aumentará las divergencia regional[7] en tanto que los países menos poderosos ante las reglas de los mercados -perfectamente regulados y dominados por los oligopolios multinacionales de países aventajados-, quedarán desprovistos de medidas de regulación. No podrán tener una política económica activa, una política redistribuidora o inversora, no podrán manejar el tipo de cambio o tipo de interés en su favor, en suma, hurtan a la población de utilizar los mecanismos públicos en beneficio de la mayoría, de la clase trabajadora.



A su vez la Constitución de la UE “garantiza” un modelo de suministro de servicios colectivos, en virtud del cual no se hace mención alguna a su naturaleza sea pública o privada. Esto supone, una invitación a la privatización de los servicios colectivos diversos, en clara coherencia con el Acuerdo General de Comercio de Servicios[8] firmado en el Organismo Mundial de Comercio. En suma, la Constitución no garantiza un modelo de provisión pública de los servicios esenciales, es más se cuida de que estos no ‘interrumpan’ el fluido funcionamiento de los mercados y la iniciativa privada, en particular de los grandes capitales.



En fin, el mecanismo de ajuste, como afirmábamos, recae sobre la política laboral y social, el “coste de la acumulación”. Con un retórico objetivo de “alto nivel de empleo” se abandona cualquier horizonte de sociedad de pleno empleo, un empleo que se desprende en estas últimas décadas de los vestigios de protección social que le correspondían. El derecho al empleo pasa a ser el “derecho a trabajar”, donde el trabajo es el deber fundamental y prácticamente el único modo de adquirir una identidad en esta sociedad. De ningún modo se habla de ingresos universales garantizados por ser ciudadano o ciudadana, de conformar un modelo de producción y trabajo para mejorar las condiciones de vida, reduciendo por ejemplo el tiempo de la vida dedicado al trabajo, y si se hace resuena a fábula. Mientras se sincronizan las políticas de convergencia nominal -el modelo de Maastricht no se ha abandonado, sino que se ha afianzado- en materia económica, la Estrategia Europea del Empleo se convierte en el hilo conductor que vertebra economía y marco laboral.



La Estrategia Europea del Empleo, en una recuperación del discurso schumpeteriano -el economista más pragmático y realista de la tradición neoclásica de los años 30, pero francamente elitista, procapitalista y neoliberal-, depósita toda la confianza en los empresarios innovadores -el espíritu de empresa-, definiendo que el origen de la riqueza es responsabilidad del capitalista, y no del trabajo. Refuerza el discurso de la disponibilidad, empleabilidad y adaptabilidad como ajuste y adaptación constante de la fuerza de trabajo a las necesidades de la acumulación y la movilización general y dinámica de la fuerza de trabajo global (y de todos sus segmentos: jóvenes, mayores, mujeres, personas con discapacidades, etcétera). Esto es, trata de emplear a toda la población potencialmente activa, trata de exigirla mayores competencias, y mayor polivalencia y adecuación a los espacios económicos rentables. Busca aumentar la tasa de explotación global empleando a mayor población y en condiciones de mayor rentabilidad, olvidando casi por completo el aspecto de derechos, remuneración, etcétera. Trata de modernizar las empresas, mediante el discurso tan tecnocrático como quimérico, de la sociedad del conocimiento, cuando las condiciones de desarrollo capitalista, en crisis estructural, impiden una nueva revolución industrial y tecnológica. La introducción de las llamadas “nuevas tecnologías” remiten exclusivamente a la telemática y aplicaciones informáticas sin afectar al sistema de producción, energía y base industrial fundamental -en tanto que la tasa de beneficio no permite una acumulación suficiente para un cambio industrial totalmente necesario-. Se ignoran los límites ecológicos y la necesidad de girar el sistema de producción -y por tanto la formación sociopolítica que lo hace posible- para hacerlo sostenible.



En última instancia, esta Europa del Capital y la Guerra que se nos trata de imponer, es también la Europa del Empleo Pleno de la Fuerza de Trabajo, en consonancia y total paralelismo con la Europa de los Mercados y la regulación flexible, unos mercados -gobernados por multinacionales y gobiernos- que necesitan una mercancía fundamental para su rentabilidad: la fuerza de trabajo.



Sin embargo, este modelo de Europa no es el único factible, pues otro mundo es posible. De los trabajadores y trabajadoras, de las clases subordinadas, de la lucha de clases contra la burguesía y sus acólitos, a fin de cuentas, depende de que este sea el modelo que conforme nuestra existencia o sea otro. Es posible otra Europa en otro Mundo. Es necesario pensar y actuar por la transformación social, por la ruptura con esta sociedad, plantear los cambios en el nivel que le corresponde: el nivel de bloque o área regional internacional. Es por tanto preciso plantear la necesidad de una República de Federaciones Socialistas Europeas en un mundo no capitalista, de una democracia radical y participativa, de una economía gobernada democráticamente, orientada a satisfacer necesidades sociales, ecológicamente sostenible, productivamente suficiente, una economía redistributiva, y un trabajo definido socialmente que, definitivamente, supere el marco de la relación salarial.



En definitiva, el próximo 13 de Junio nos plantearán un referendum para pronunciarnos por esta Constitución de la Unión Europea. No se trata de estar contra Europa o contra una Constitución. Al contrario, lo que nos proponemos es un modelo de Europa alternativo, con otras prioridades, y asentado por otros principios. Se trata de luchar por un proceso constituyente de una Europa socialista y democrática, una Unión Política y una Convergencia real para un bloque solidario a nivel mundial, capaz de liderar un nuevo modelo de sociedad, de economía y política. Por eso, no sólo propugnamos un no a esta Constitución, sino que desde ya instamos a organizarse colectivamente por otra Europa en un Mundo anticapitalista, un objetivo de resistencia y lucha revolucionaria que rompa con los privilegios connaturales a la sociedad burguesa. Y se ponga a construir, en igualdad y libertad, otro mundo.


[1] En materia de regulación laboral “dichas leyes o leyes marco europeas no incluirán armonización alguna de las disposiciones legales o reglamentarias de los Estados miembros” (pág. 104), cláusula que se repite una y otra vez en la Constitución de la UE, para evitar a toda costa una convergencia real en esta materia.

[2] “Los Estados miembros se comprometen a mejorar progresivamente sus capacidades militares. Se creará una Agencia Europea de Armamento, Investigación y Capacidades Militares para determinar las necesidades operativas, fomentar medidas para satisfacerlas, contribuir a determinar y , si procede, a aplicar cualquier medida adecuada para reforzar la base industrial y tecnológica del sector de la defensa” (pág. 34, Proy. C.UE. Convención).

[3] “Si se produjese en un Estado miembro un ataque terrorista o una catástrofe natural de origen humano, los demás Estados miembros le prestarán asistencia a petición de sus autoridades políticas”. (pág. 177)

[4] “La política de la Unión (...) respetará las obligaciones derivadas del Tratado del Atlántico Norte para determinados Estados miembros que consideran que su defensa común se realiza dentro de la OTAN” (pág. 33 proyecto de Constitución Europea, Convención).

[5] Eso no debe hacernos olvidar que la situación de crisis capitalista está demostrando el fracaso de dichas líneas de actuación. En este sentido, hay suficientes signos que demuestran que una fracción de la burguesía reclama la recuperación de las políticas keynesianas de intervención del Estado. Pero como sabemos el problema no es ese, sino la naturaleza social del Estado y el Mercado y sus reglas propias. En este sentido, el capitalismo, como relación social, se ha caracterizado por un tipo de Estado burgués y un mercado lucrativo, que, en función del país y la época, ha cambiado de composición en sus instituciones y medidas prioritarias. Sin embargo, bajo el capitalismo, su naturaleza social de clase, la sociedad burguesa -y sus diversas formas- ha sido la formación sociohistórica que le ha caracterizado.

[6] El desarrollo del capitalismo se expande como una ‘glocalización’, al modo de la antigua Hansa que ligaba grandes ciudades nórdicas en el medievo tardío. Unas regiones se interconectan en espacios de prosperidad e intercambio global -pudiendo estar a gran distancia unas de otras- mientras otras, más vulnerables, quedan fuera de juego -pudiendo estar a muy corta distancia física de los centros económicos más dinámicos-.

[7] “La Comisión tendrá en cuenta la importancia del esfuerzo que determinadas economías, que presenten un nivel de desarrollo diferente. (...) Dichas medidas adoptarán la forma de excepciones, deberán tener carácter temporal y perturbar lo menos posible el funcionamiento del mercado interior” (pág. 65)

[8] “Quedarán prohibidas las restricciones a la libre prestación de servicios dentro de la Unión” (pág. 70)