De Iraq a Yugoslavia:

DIEZ AÑOS DE LEGITIMACIÓN DEL INTERVENCIONISMO

 La guerra contra Iraq de 1991 fue la primera intervención de la Postguerra Fría del mundo desarrollado contra lo que los norteamericanos han denominado “potencias emergentes del Tercer Mundo”, en este caso en una zona de máximo interés estratégico, al albergar las reservas petrolíferas de las que Occidente dependerá para su suministro energético en las próximas décadas. La guerra en curso contra la Federación Yugoslava es la primera intervención de la OTAN contra un Estado soberano desde su creación hace ahora 50 años, en una región, los Balcanes, aparentemente sin un interés estratégico tan claro para Occidente como el de Oriente Medio. ¿Qué ha ocurrido entre una y otra intervención en estos diez años?

1. LA PÉRDIDA DEFINITIVA DEL REFERENTE DE NACIONES UNIDAS Y CONCRETAMENTE DE SU CONSEJO DE SEGURIDAD COMO INSTANCIA LEGITIMADORA DE INTERVENCIONES ARMADAS INTERNACIONALES.

Si EEUU pretendió tras la invasión iraquí de Kuwait, en agosto de 1990, que fuera la OTAN la que interviniera contra Iraq, la negativa francesa forzó a la Administración Bush a buscar en el Consejo de Seguridad (CS) la cobertura que legitimara la guerra, apelando al Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas (NNUU). En los últimos años, especialmente en 1997 y 1998, EEUU se ha desvinculado paulatinamente del CS como fuente legitimadora para lanzar nuevos ataques contra Iraq o para poner en marcha una estrategia de desestabilización interna y cambio de régimen político, opción ya exclusivamente unilateral (apoyada por Gran Bretaña) sin cobertura legal alguna. Si EEUU se había valido del CS para prolongar el embargo contra Iraq y establecer, por medio de una amplia batería de resoluciones, el sistema más agresivo de control de la soberanía de un Estado en la era postcolonial, hoy la Administración Clinton reitera que mantendrá la presión sobre Iraq de manera hegemónica y unilateral, exclusivamente en función de sus intereses estratégicos en la región.

 La erosión y deslegitimación aplicadas por EEUU al CS en los últimos tiempos en relación a Iraq (asociadas a la estrangulación económica del organismo internacional por el impago de sus cuotas decidida por el Congreso norteamericano) han sido el preámbulo necesario para que la guerra contra Yugoslavia fuera desencadenada por la OTAN. Tomada en octubre de 1998 la decisión de bombardear la Federación Yugoslava en caso de no lograrse una solución negociada a la crisis de Kosovo (las negociaciones de Rambouillet se iniciaban el 6 de febrero), Richard Holbrooke, enviado especial norteamericano en los Balcanes y jefe de la delegación de EEUU en NNUU, señalaba que no era posible ceder al CS “el monopolio en el uso de la fuerza, permitiendo a los peores tiranos mundiales manos libres para oprimir a su pueblo” (International Herald Tribune, 9 de noviembre, 1998), una consideración reiterada por la secretaria de Estado Madeleine Albright una vez iniciados los bombardeos. EEUU ha impuesto sobre algunos gobiernos europeos reticentes (Alemania, Italia y Francia) su determinación de que la OTAN atacara Yugoslavia sin previa autorización del CS, no solamente para evitar un posible veto de Rusia o China, sino para aplicar en la práctica, de manera deliberada y por primera vez, los principios y los métodos de su nueva doctrina de injerencia armada.
 
 2. EL “NUEVO CONCEPTO ESTRATÉGICO” DE LA OTAN COMO DOCTRINA DE UN INTERVENCIONISMO ARMADO FUERA DEL TERRITORIO DE SUS ESTADOS MIEMBROS Y MÁS ALLÁ DE LOS OBJETIVOS DEFENSIVOS DE SU TRATADO FUNDACIONAL DE WASHINGTON DE 1949.

La Guerra del Golfo demostró la determinación de Occidente de desencadenar una intervención armada en una región periférica de interés estratégico. La destrucción de Iraq tuvo así, por partida doble, un claro carácter aleccionador sobre la potencia altamente destructiva de la moderna tecnológico militar y de legitimación del recurso al uso de la fuerza en las nuevas coordenadas internacionales de la Postguerra Fría.
 
A partir de esta experiencia, la OTAN enumera en su Cumbre de Roma de noviembre de 1991 sus nuevas misiones, ratificadas en posteriores reuniones: operaciones humanitarias, de mantenimiento de la paz y de gestión de crisis, una enunciación suficientemente ambigua y coincidente con las cuatro categorías de amenazas que el nuevo plan estratégico norteamericano de septiembre de 1993 (‘Bottom up Review’) considera justificativas del uso de la fuerza por EEUU. La Cumbre de Madrid de julio de 1997 abordó la necesidad de una nueva estructura de mandos adaptada a tales funciones, que exigen de la Alianza mayor flexibilidad y rapidez operativas. Y en la Cumbre de Washington de los próximos días 23 a 25 de abril la OTAN enmendará su Tratado fundacional y formalizará su derecho a intervenir no solamente en auxilio de sus Estados miembros y dentro de sus fronteras, sino en su periferia exterior y en defensa de sus “intereses comunes”, como señalaba Albright el pasado diciembre en relación a Kosovo.
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 Anticipándose a la Cumbre de Washington, la guerra contra Yugoslavia incluye abiertamente los dos elementos complementarios de deslegitimación de NNUU y de reivindicación del derecho a intervenir militarmente contra un Estado soberano, en este caso en Europa y bajo la cobertura del denominado “derecho de injerencia humanitaria”. Holbrooke -nuevamente- consideraba meses antes de iniciarse los bombardeos que la decisión tomada por la OTAN de atacar Yugoslavia si no se alcanzaba un acuerdo negociado sobre Kosovo constituye “la primera vez en la Historia en que una organización militar reclama su derecho a intervenir militarmente contra un país soberano para proteger su población contra los propios dirigentes de ese país” (International Herald Tribune, 5  de noviembre, 1998).
 
 LA FALACIA DE LA “DEFENSA COOPERATIVA” CON LOS PAÍSES ALIADOS: EL PREDOMINIO TECNOLÓGICO MILITAR DE EEUU COMO MECANISMO DE CONTROL HEGEMÓNICO.

ONG y académicos apostaron durante meses que la OTAN no intervendría contra Yugoslavia por Kosovo. Hoy la guerra es un hecho. Sin evidentes intereses estratégicos como ocurre en Oriente Medio, el argumento de que la OTAN intervendría contra Yugoslavia ‘solo’ para garantizar la estabilidad de los Balcanes ha quedado desmentido por la realidad: agudización del problema humanitario con masivas oleadas de refugiados kosovares hacia los países limítrofes (Macedonia, Albania) y subsiguiente desestabilización e implicación militar de éstos.

 La intervención contra Yugoslavia marca el tránsito desde una primera fase de consenso formal internacional, tras la desaparición de la URSS y bajo el lema de un “Nuevo Orden Mundial”, a otra de escenificación, en un teatro de operaciones real, no casualmente en la propia Europa, de la hegemonía militar norteamericana bajo cobertura de la OTAN: este es el objetivo de esta guerra, tan estratégico como el control del petróleo de Oriente Medio. Al bombardear una capital europea –Belgrado- se hace realidad lo inimaginable -como antes le ocurriera a los pueblos del Sur con los ataques a Bagdad: el imperialismo ocupa eficazmente, si no un espacio geográfico estratégico, sí un nuevo referente simbólico de dominación y terror que, por su carácter aleccionador, es imprescindible para seguir garantizando su control político y económico global.

   Pese al “paraguas” legitimador del CS durante la Guerra del Golfo, fue el mando militar norteamericano el que dirigió las operaciones de la coalición multinacional: EEUU llevó a cabo el 90% de todas los operaciones aéreas y hasta el 97% de las misiones de control, reconocimiento y guerra electrónica.  Y ahora, al igual que en la intervención previa en Bosnia (1995), pese a la participación de 11 de los otros 18 Estados miembros de la OTAN en los ataques contra Yugoslavia, la mayoría de los bombardeos son realizados por aviones y navíos de EEUU. Debido a su superioridad tecnológica EEUU ha impuesto de nuevo el diseño de toda la operación, al cubrir en exclusiva las tareas de reconocimiento, información, logística y defensa antimisiles, una hegemonía que será absoluta en las operaciones terrestres.
 
 Como en Iraq, la guerra contra Yugoslavia se reviste de una legitimación moral fabricada por la comunicación (como la economía, igualmente mundializada), esta vez a partir de la teorización por las grandes ONG del “deber de injerencia humanitaria” tras las catástrofes de Africa y la guerra de Bosnia: los grandes medios de comunicación fijan repentinamente la atención de sus consumidores en un determinado escenario mundial -no en otro- induciendo los sentimientos de repulsa que preceden y engrasan la maquinaria bélica.

 Y como en Iraq, una vez abandonada toda voluntad negociadora, abortada toda iniciativa diplomática, la aparente imprevisión de los estrategas de la OTAN en los Balcanes puede que no sea tal: la desestabilización justifica la escalada del conflicto (el ataque a objetivos económicos, el envío de tropas a Albania); y al igual que al término de la Guerra del Golfo, una tragedia humanitaria radicalizada por la propia intervención armada pero debidamente presentada ante la opinión pública permitirá avanzar en el control efectivo, militar de los territorios (operaciones terrestres y creación de zonas “protegidas” o “corredores humanitarios”) y redefinir el conjunto del espacio político y económico de una región que ya se reparten sobre el terreno militares y cooperantes.

Legitimada la guerra gracias a la demonización y personificación del enemigo, a la descontextualización histórica y regional, el discurso predominante se encierra entre las consideraciones de que la intervención “debería haberse producido antes” (ejemplo, Bosnia) y de que “debe llevarse hasta el fin”(ejemplo, Iraq): los publicitados fines limitados que la pusieron en marcha (liberar Kuwait, socorrer a la minoría kosovar) son sustituidos por “más amplios objetivos políticos” (cambiar los dirigentes de Bagdad o de Belgrado, “democratizar los Balcanes”), como ya preconizan los editoriales de la prensa norteamericana. Como en Iraq, lo peor está aún por venir.

Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (abril de 1999)